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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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<strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l luteranismo alemán. Por ello sus prédicas nunca tenían lugar al mismo tiempo<br />

que los servicios <strong>de</strong> la iglesia, y siempre dio por sentado que las reuniones <strong>de</strong> sus<br />

seguidores <strong>de</strong>bían servir <strong>de</strong> preparación para asistir a la iglesia el domingo y tomar la<br />

comunión. De hecho, para Wesley el centro <strong>de</strong> la adoración cristiana era la comunión,<br />

que se celebraba en los templos <strong>de</strong> la Iglesia Anglicana, y a la cual él y todos sus<br />

seguidores <strong>de</strong>bían asistir por lo menos una vez por semana (recuér<strong>de</strong>se que éste era uno<br />

<strong>de</strong> los principios <strong>de</strong>l “club santo” <strong>de</strong> Oxford).<br />

Pero, aunque el movimiento no pretendía convertirse en <strong>de</strong>nominación o iglesia<br />

aparte, era necesario darle una forma organizada. En Bristol, don<strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ramente<br />

comenzó el movimiento, quienes pertenecían a él formaron “socieda<strong>de</strong>s” que se reunían<br />

al principio en casas privadas, y que <strong>de</strong>spués llegaron a tener su propio edificio. Las<br />

gentes los llamaban “metodistas” en son <strong>de</strong> burla, y a la larga ellos mismos aceptaron<br />

aquel mote. Pero las “socieda<strong>de</strong>s metodistas” no bastaban para el cuidado religioso <strong>de</strong> sus<br />

miembros, pues pronto se volvían <strong>de</strong>masiado gran<strong>de</strong>s. Fue entonces que alguien le<br />

sugirió a Wesley el sistema <strong>de</strong> “clases”, que éste adoptó. Ese sistema consistía en reunir<br />

los creyentes en grupos <strong>de</strong> once, con un jefe [<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong> 351] <strong>de</strong> vida piadosa. Esas<br />

clases se reunían una vez por semana para estudiar las Escrituras, orar, recaudar fondos, y<br />

conversar acerca <strong>de</strong> cuestiones religiosas. Sus jefes no tenían que ser personas <strong>de</strong> alta<br />

educación o <strong>de</strong> prestigio social, sino que se les escogía más bien a base <strong>de</strong> su calidad <strong>de</strong><br />

vida, <strong>de</strong> su sabiduría, y <strong>de</strong> la profundidad <strong>de</strong> su fe. Por tanto, las clases metodistas<br />

sirvieron para darles realce y autoridad a muchas personas que <strong>de</strong> otro modo no los<br />

hubieran tenido. A<strong>de</strong>más, puesto que había clases aparte para las mujeres, pronto surgió<br />

un buen número <strong>de</strong> hábiles dirigentes entre ellas, y por tanto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio el<br />

metodismo se distinguió por el lugar que las mujeres ocupaban <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> él.<br />

El movimiento creció rápidamente. Pronto Wesley se vio obligado a viajar, no solo<br />

por toda Inglaterra, sino también por Escocia, Gales e Irlanda. Cuando el Obispo <strong>de</strong><br />

Bristol trató <strong>de</strong> someterlo a disciplina, señalándole que su predicación ambulante<br />

perturbaba el or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> las parroquias, Wesley le contestó: “Para mí, todo el mundo es mi<br />

parroquia”. Esas palabras <strong>de</strong>spués se volvieron lema <strong>de</strong>l metodismo, que lo utilizó, no ya<br />

en sus conflictos con las estructuras eclesiásticas, sino en su expansión misionera.<br />

Por lo pronto, sin embargo, Wesley y el metodismo naciente necesitaban quien<br />

compartiera la tarea <strong>de</strong> la predicación. Junto a Juan Wesley estaba su hermano Carlos,<br />

también ministro anglicano, quien se distinguió por los himnos que escribió, y que<br />

vinieron a ser parte obligada <strong>de</strong> las reuniones metodistas. A<strong>de</strong>más, varios clérigos<br />

anglicanos se unieron al movimiento, y participaron <strong>de</strong> él en todo lo que sus obligaciones<br />

pastorales les permitieron. El propio Juan Wesley era, sin embargo, quien llevaba la<br />

pesada carga <strong>de</strong> la predicación constante, predicando varios sermones cada día, y<br />

viajando a caballo millares <strong>de</strong> kilómetros todos los años—al menos, hasta que cumplió<br />

los setenta años <strong>de</strong> edad.<br />

Fue <strong>de</strong>bido a tales circunstancias que aparecieron los predicadores laicos. Cuando<br />

Wesley supo que el laico Tomás Maxfield había estado predicando en una sociedad<br />

metodista en Londres, se dispuso a tomar medidas contra tales prácticas. Pero su madre<br />

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