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Vol. 2, Page 99 - Colegio de Capellanes de Venezuela

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violar. Los muertos fueron tantos que los cronistas <strong>de</strong> la época hablan <strong>de</strong> la feti<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l<br />

aire, y <strong>de</strong> centenares <strong>de</strong> cadáveres que colgaban <strong>de</strong> árboles a la vera <strong>de</strong>l camino.<br />

Los con<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Egmont y <strong>de</strong> Horn, que con cándida lealtad habían permanecido en sus<br />

territorios, fueron apresados y se comenzó juicio contra ellos. Puesto que Orange no<br />

estaba a su alcance, Alba se contentó con apresar a su hijo mayor, <strong>de</strong> quince años, quien<br />

fue llevado a España. Guillermo <strong>de</strong> Orange reunió todos sus recursos económicos y, con<br />

un ejército mayormente alemán, invadió el país.[<strong>Vol</strong>. 2, <strong>Page</strong> 103]<br />

Pero tanto esta tentativa como otra semejante poco <strong>de</strong>spués resultaron fallidas, pues<br />

Alba lo <strong>de</strong>rrotó. Y, en represalia, hizo ejecutar a Egmont y a Horn.<br />

Todo parecía perdido cuando las cosas comenzaron a cambiar. Orange les había dado<br />

patentes <strong>de</strong> corso a unos pocos navíos que se proponían resistir <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el mar. Estos<br />

“mendigos <strong>de</strong>l mar”, que al principio eran poco menos que piratas, se fueron organizando<br />

paulatinamente, y las fuerzas navales <strong>de</strong> Felipe II no bastaban para contenerlos. Durante<br />

algún tiempo, hasta que la presión española la obligó a cambiar <strong>de</strong> política, Isabel <strong>de</strong><br />

Inglaterra les prestó asilo, y les permitió ven<strong>de</strong>r sus presas en puertos ingleses. Cuando<br />

esa política cambió, los “mendigos <strong>de</strong>l mar" eran ya <strong>de</strong>masiado po<strong>de</strong>rosos para ser<br />

fácilmente eliminados. Poco <strong>de</strong>spués, mediante un golpe <strong>de</strong> mano, se apo<strong>de</strong>raron <strong>de</strong> la<br />

ciudad <strong>de</strong> Brill, y a partir <strong>de</strong> entonces sus éxitos fueron notables. Varias ciuda<strong>de</strong>s se<br />

<strong>de</strong>clararon partidarias <strong>de</strong> Guillermo <strong>de</strong> Orange, quien volvió a invadir el país contando<br />

con ayuda francesa. Pero cuando se acercaba a Bruselas supo <strong>de</strong> la matanza <strong>de</strong> San<br />

Bartolomé, cruento acontecimiento <strong>de</strong> que trataremos en el próximo capitulo, y que<br />

marcó el fin <strong>de</strong> toda posibilidad <strong>de</strong> entendimiento entre los protestantes y la corona<br />

francesa. Falto <strong>de</strong> fondos y <strong>de</strong> todo apoyo militar, Guillermo se vio obligado a <strong>de</strong>spedir<br />

sus soldados, muchos <strong>de</strong> los cuales eran mercenarios.<br />

La venganza <strong>de</strong> Alba fue terrible. Sus ejércitos tomaron ciudad tras ciudad, y en todas<br />

ellas violaron los términos <strong>de</strong> la rendición. Los prisioneros fueron muertos contra todo<br />

<strong>de</strong>recho <strong>de</strong> ley, y sin juicio alguno, y varias ciuda<strong>de</strong>s fueron incendiadas. En algunos<br />

casos, no sólo los combatientes, sino también las mujeres, los niños y los ancianos<br />

hallaron la muerte.<br />

Solamente en el mar les quedaban esperanzas a los rebel<strong>de</strong>s. Los “mendigos”<br />

continuaban <strong>de</strong>rrotando repetidamente a los españoles, y hasta hicieron prisionero a su<br />

almirante. Esto a su vez le hacia muy difícil a Alba recibir provisiones y paga para sus<br />

soldados, que pronto comenzaron a amotinarse. Fue entonces cuando Alba, cansado <strong>de</strong> su<br />

larga lucha, y quizá amargado porque España no parecía prestarle todo el apoyo<br />

necesario, pidió que se nombrara a otro en su lugar.<br />

El nuevo general español, don Luis <strong>de</strong> Zúñiga y Requesens, trató <strong>de</strong> ganarse a los<br />

habitantes católicos <strong>de</strong>l país, cuyo número era mayor en las provincias <strong>de</strong>l sur, y<br />

separarlos así <strong>de</strong> los protestantes <strong>de</strong>l norte, contra quienes continuó la guerra. Hasta<br />

entonces, la cuestión religiosa había sido sólo un elemento más en lo que en realidad era<br />

una rebelión nacional contra el yugo extranjero. Guillermo <strong>de</strong> Orange, el jefe <strong>de</strong> la<br />

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