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CONCURSO<br />
DECUENTOS<br />
EL DÍA E 2013
CONCURSO<br />
DECUENTOS<br />
EL DÍA E 2013<br />
Red de Institutos Cervantes
INSTITUTO CERVANTES<br />
Director: Víctor García de la Concha<br />
Secretario General: Rafael Rodríguez-Ponga Salamanca<br />
Director de Gabinete Técnico de Secretaría General:<br />
Javier Galván Guijo<br />
Director Académico: Francisco Moreno Fernández<br />
Directora de Cultura: Montserrat Iglesias Santos<br />
Jefe Dpto. de Ordenación y Proyectos Académicos:<br />
Álvaro García Santa-Cecilia<br />
Responsable y coordinadora del proyecto:<br />
Araceli Ballesteros Bailón<br />
Diseño y edición:<br />
Departamento de Comunicación Digital. Instituto Cervantes<br />
Edición gratuita. Prohibida su venta<br />
Derechos de reproducción total o parcial: Instituto Cervantes<br />
NIPO: 503-13-004-9<br />
© Instituto Cervantes, 2013<br />
Julio 2013<br />
www.cervantes.es
Cada vez resulta más evidente que la lengua española ha<br />
recorrido el mundo de la mano de Cervantes y que, a lo largo de<br />
ese viaje maravilloso, ha conseguido que nos entendamos mejor.<br />
Y que asimilemos de algún modo que el pensamiento cervantino<br />
nos reúne en un mismo espacio de tolerancia y libertad. Saber que<br />
se enseña y se habla la lengua de Don Quijote y Sancho en todas las<br />
esquinas del mapamundi ya supone en este sentido una evidencia<br />
cultural admirable. Y si a eso se añade el vehículo de intercomunicación<br />
de la escritura, todo resulta más hermoso y alentador.<br />
Recuerdo todo eso porque el hecho de que se convoque un<br />
concurso literario en el que pueden participar todos los estudiantes de<br />
español de los países donde el Instituto Cervantes tiene casa abierta,<br />
significa algo más que un grato episodio literario: es una convocatoria<br />
que viene a reunir en una misma comunidad expresiva a personas<br />
procedentes de muy distintas partes del mundo. A lo mejor, entre<br />
todos ellos, surge alguno que empezará a partir de ahora a convertirse<br />
en un escritor de fama. Y eso ya es una perspectiva de veras<br />
estimulante. Se trata por tanto de un ejemplo de complicidad lingüística<br />
que tiene mucho que ver con una impecable tentativa de<br />
asociación internacional de la cultura.<br />
J. M. Caballero Bonald,<br />
Madrid, julio 2013<br />
| 5 |
Una de mis hijas, siendo muy niña, me pidió de improviso una<br />
noche, a la hora de los cuentos: «Cuéntame un cuento de los que te<br />
contaba la abuela; pero que no sea de los de Caperucita o así».<br />
En el apuro me vino a la memoria uno que hablaba de una princesa<br />
encerrada en una torre con su doncella. No era yo capaz de recordar por<br />
qué ni qué pasaba. Solo, eso sí, que la pobre princesa le preguntaba de<br />
continuo a la doncella con voz débil y quejumbrosa:<br />
—Cítara, ¿viene Pólvora?<br />
—Ni viene ni asoma<br />
—¡Ay, pobre de mí, en estos mundos sola!<br />
Llamándose Cítara se veía claro que era también bella y dulcísima<br />
como la princesa. Pero ¿Pólvora?, ¿quién sería Pólvora? No sabía<br />
yo cómo armar el argumento, pero el diálogo resultaba, en cualquier<br />
caso, conmovedor y daba pie a echar a volar la imaginación. Así lo<br />
hicimos, a medias, mi hija y yo.<br />
Toda la vida he pensado que los cuentos arrancan siempre, o<br />
tienen en su raíz, un sentimiento universal. Los cuentos infantiles configuran<br />
nuestro espíritu, como los de la tradición oral traducen el espíritu de<br />
un pueblo. Cualquier cuento condensa muchas experiencias humanas y la<br />
lengua en que se encarnan aporta valores expresivos de su tradición.<br />
Aprender a contar en español significa conectar con las vivencias<br />
multiformes de una lengua que nació mestiza y que recogió en sí<br />
afluencias de muchas culturas.<br />
Víctor García de la Concha,<br />
Director del Instituto Cervantes<br />
Madrid, julio 2013<br />
| 7 |
De allí a dos días se levantó Don Quijote,<br />
y lo primero que hizo fue ir a ver sus libros.<br />
Don Quijote de la Mancha. Capítulo VII; Primera parte<br />
El primero de estos concursos se llamó peKerQue 1 , después<br />
llegaría RuTA19216 2 y el año pasado fue aÑo12 mApA21285 3 .<br />
Tanto en unos como en otros, Don Quijote y Sancho Panza<br />
emprendieron peligrosos viajes, sortearon obstáculos, y escucharon las<br />
historias que les contaba la gente, gente de otras lenguas que estudiaba<br />
español en los Institutos Cervantes de diferentes partes del mundo.<br />
En 2013 nuestros dos protagonistas se han liado la manta a la<br />
cabeza y han decidido dar la vuelta al mundo. Este año, Don Quijote<br />
y Sancho querían vivir más aventuras y conocer a gente nueva,<br />
querían viajar por muchos países y leer relatos de gente muy distante<br />
y muy distinta. Por eso han ido a todos los Institutos Cervantes y<br />
han hablado con los estudiantes del nivel de español más avanzado,<br />
el nivel C, para animarlos a presentarse a este concurso de cuentos<br />
organizado para el Día E.<br />
El 23 de abril volvieron a La Mancha con ochenta relatos recopilados<br />
entre varios Institutos Cervantes… y se pusieron a leer.<br />
En este libro están los diez cuentos que más les gustaron… Y<br />
para decidir el orden de los tres primeros abrieron una plataforma<br />
digital en la que los usuarios pudieron votar hasta el Día E, que se<br />
1 http://pekin.cervantes.es/imagenes/File/4.pdf<br />
2 http://pekin.cervantes.es/imagenes/ruta_19216_a5_cervantes_pluma%202,7%20megas.pdf<br />
3 http://pekin.cervantes.es/imagenes/portada2.pdf<br />
http://pekin.cervantes.es/imagenes/libro_cervantes%5B1%5D.pdf<br />
| 9 |
celebró el 22 de junio de 2013 de manera conjunta en todos los<br />
Institutos Cervantes.<br />
Aquí está el resultado de la votación de los internautas.<br />
Quizá parezca extraño, pero a veces aparecen faltas de concordancia,<br />
fallos léxicos o de sintaxis; se han dejado los textos tal y como<br />
los han escrito sus autores. Estos cuentos son como un tejido en el que<br />
las pequeñas imperfecciones muestran su proceso de elaboración, en<br />
este caso, la manera en que se aprende y se crea en una lengua nueva.<br />
Feliz lectura.<br />
Araceli Ballesteros Bailón<br />
Responsable y coordinadora del proyecto<br />
París, julio 2013<br />
| 10 |
Ganadora<br />
El Rey de España, de Juliana Claro de Faria (São Paulo) 21<br />
Primer finalista<br />
El Atorrante del Licancabur, de Didier Convenant (Londres) 27<br />
Segundo finalista<br />
Bienvenido a Madrid, Edward O’Reilly (Chicago) 33<br />
Siguientes seleccionados<br />
Arena, Jacqueline Thouement (París) 39<br />
De brújulas rotas y de relojes destemplados, Vasiliki Danai Kampani (Atenas) 43<br />
Un invierno en primavera, Claudie Taillandier (París) 45<br />
Psicosis, João António Martins Tavares (Lisboa) 51<br />
Abril, Wang Ji (Pekín) 55<br />
Como arena del desierto, Roberta Mandalà (Palermo) 59<br />
Sobre sobres, Vanessa Roque Henriques (São Paulo) 63 4<br />
* Todos los concursantes son alumnos del nivel C1 o C2 de español en los Institutos Cervantes de las<br />
ciudades arriba mencionadas.
Admirava as palavras compridas e difíceis da gente da cidade,<br />
tentava reproduzir algumas, em vão, mas sabia que elas eram inúteis e<br />
talvez perigosas 5 .<br />
Vidas Secas. Graciliano Ramos<br />
—Où sont les hommes ? reprit enfin le petit prince. On est<br />
un peu seul dans le désert…<br />
—On est seul aussi chez les hommes, dit le serpent 6 .<br />
Le Petit Prince. Antoine de Saint-Exupéry<br />
Then neither would I stop my reading. I sat and read. I had no<br />
eye, ear, or interest for anything else—that is, for usual, second-order,<br />
oatmeal, mere-phenomenal, snarled-shoelace-carfare-laundry-ticket<br />
plainness, unspecified dismalness, unknown captivities; the life of<br />
despair-harness, or the life of organization-habits which is meant to<br />
supplant accidents with calm abiding 7 .<br />
The Adventures of Augie March. Saul Bellow<br />
5 Cita seleccionada por Juliana Claro de Faria. Ganadora, Instituto Cervantes de São Paulo.<br />
6 Cita seleccionada por Didier Convenant. Primer finalista, Instituto Cervantes de Londres.<br />
7 Cita seleccionada por Edward O’Reilly. Segundo finalista, Instituto Cervantes de Chicago.
A TODOS<br />
LOSCONCURSANTES<br />
QUE SON MÁS MAGOS<br />
QUE NUNCA...
Restricciones para los cuentos<br />
El tema de los cuentos era libre, pero había que respetar tres<br />
restricciones que todos los participantes han incluido en sus relatos:<br />
Primera restricción<br />
Debía aparecer este fragmento de la obra de José Manuel Caballero<br />
Bonald, autor español y premio Cervantes 2012:<br />
«La verdad es que tampoco importa mucho constatar ahora la<br />
exactitud de todas esas evocaciones» 8 .<br />
Segunda restricción<br />
Había que incorporar uno de estos dos fragmentos. Ambos extractos<br />
son de autores teatrales: el primero es de la española Angélica<br />
Liddell y el segundo, del argentino Claudio Tolcachir:<br />
«Sin brazos y sin piernas mi cuerpo parecerá un cohete y vosotros<br />
seréis las estrellas» 9 .<br />
«En el caso de que me hubieran llevado a mí, yo tendría el pelo<br />
ondulado» 10 .<br />
Tercera restricción<br />
Uno de estos tres lugares debía aparecer en el cuento: la calle<br />
Amaniel 11 , el desierto de Atacama 12 o la laguna de Cuicocha 13 .<br />
8 José Manuel Caballero Bonald. La costumbre de vivir. La novela de la memoria, II (Alfaguara, Madrid,<br />
2001).<br />
9 Angélica Liddell. La casa de la fuerza. Premio Nacional de Literatura Dramática 2012 (La uÑa RoTa,<br />
Segovia, 2011).<br />
10 Claudio Tolcachir. La omisión de la familia Coleman (Atuel/Teatro, Buenos Aires, 2011).<br />
11 La calle Amaniel está en Madrid (España).<br />
12 El desierto de Atacama está en Chile.<br />
13 La laguna de Cuicocha está en Ecuador.<br />
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GANADORA<br />
Juliana Claro de Faria
EL REY DE ESPAÑA<br />
JULIANA CLARO DE FARIA<br />
SÃO PAULO<br />
Cualquiera que pasara por la esquina de la calle Amaniel<br />
con la calle del Noviciado iba invariablemente a encontrarse<br />
con el «Rey de España». Él vivía allá hacía muchos<br />
años, se pasaba los días sentado en la acera cantando, dibujando en<br />
pequeños papelitos que encontraba en el suelo, o diciendo cosas sin<br />
sentido. Juan Carlos, como él se nombraba, era joven, tenía probablemente<br />
poco más de treinta años. Era pelirrojo y pecoso, tenía<br />
la cara redonda y las mejillas muy rosadas. Nunca se duchaba, pero<br />
tenía cierta preocupación con su aseo personal. Pasaba longos ratos<br />
limpiándose las uñas, se afeitaba con regularidad, aunque fuera con un<br />
cuchillo viejo, y se peinaba el pelo largo y rizado muchas veces al día.<br />
No molestaba a nadie, siempre hablaba con las personas y era<br />
muy amable, pensaba vivir en un castillo y a veces daba órdenes a sirvientes<br />
imaginarios, especialmente a una señora de la vecindad, que se<br />
apenaba de él y le traía comida. Él siempre la agradecía y aprovechaba<br />
la oportunidad para hacerle exigencias: «Gracias cocinera, pero<br />
para la cena, no me traiga más pollo, por favor. Quiero cordero. ¡Ah!<br />
Y de postre, dulce de leche». Ella se reía y se iba sin hacerle caso.<br />
Él no permitía que nadie mirara sus dibujos, decía que eran<br />
planes de guerra. A veces se creía que invasores de otros planetas<br />
estaban llegando a España y se ponía muy nervioso, hablaba mucho,<br />
pedía a las personas que no salieran a la calle, convocaba a las Fuerzas<br />
Armadas, exigía que los niños fueran llevados a abrigos nucleares y<br />
que no salieran hasta nueva orden. Cuando tenía esos ataques de<br />
| 21 |
nervios, se pasaba el día sin comer, decía que todos deberían almacenar<br />
comida y ahorrar todo lo posible. Se ponía a decir disparates,<br />
tonterías sin sentido. A veces recitaba poesía o mencionaba largos<br />
párrafos de libros clásicos, generalmente Shakespeare. Decía todo<br />
de memoria y siempre terminaba sus discursos con la misma frase<br />
«sin brazos y sin piernas mi cuerpo parecerá un cohete y vosotros<br />
seréis las estrellas». Nadie comprendía lo que él quería decir, pero<br />
todos se reían y lo aplaudían.<br />
Las personas siempre le daban monedas y pequeños regalitos<br />
como espejitos, bolígrafos, cepillos de dientes y caramelos. Él creía que<br />
se trataban de contribuciones para el fondo real y provisiones para<br />
periodos de guerra y por eso se quedaba con las donaciones, pero<br />
nunca las gastaba, decía que aquel dinero era público y por eso<br />
debería ser utilizado solamente en situaciones de emergencia extrema.<br />
Guardaba todo en una caja de zapatos, que él llamaba de caja real.<br />
Su origen era motivo de muchos rumores. Algunos decían que<br />
se trataba de un científico que había hecho un descubrimiento revolucionario,<br />
pero se había vuelto loco por estudiar demasiado, otros<br />
decían que era un hijo ilegítimo del Rey, y que se había hecho<br />
mendigo por el disgusto de no ser reconocido, decían también que<br />
no era loco, sino un millonario excéntrico… Y muchas otras cosas,<br />
pero todas esas historias eran apenas chismes, la verdad era que no<br />
se sabía nada de su vida.<br />
Él tenía un perrito muy gracioso, todo negro, con la cola blanca,<br />
al cual llamaba Sebastián, y lo presentaba a las personas como su<br />
guardaespaldas. Se pasaba horas y horas hablando con el perro sobre<br />
la seguridad de la población y sus planes de defensa. Probablemente<br />
creía que el perro era una persona. Siempre le daba un poco de la<br />
comida que ganaba antes de comérsela. Le pedía para probarla y verificar<br />
si no había sido envenenada. El perrito ejecutaba su labor con<br />
gran satisfacción y si el «Rey» estuviera despistado, se lo comía todo.<br />
| 22 |
Era admirable la noción del tiempo que tenía. Siempre estaba<br />
al tanto del día de la semana y del mes del año y se preocupaba en<br />
celebrar los festivos que consideraba importantes, como el Día de<br />
la Hispanidad y el Día de la Constitución Española. Todavía, su<br />
celebración favorita era su cumpleaños, que decía ser el 5 de enero<br />
(mismo día del cumpleaños del verdadero Rey). Siempre lo planeaba<br />
con mucha antelación.<br />
Fue justamente en un 5 de enero que un fato rarísimo se pasó.<br />
Se despertó más temprano de lo habitual y pidió a la señora que él<br />
pensaba ser su cocinera que le hiciera un pastel de fresas con crema,<br />
le dijo que se iba a completar 75 años y que le gustaría hacer una<br />
celebración especial. La señora, que ya le tenía amistad, le hizo un<br />
pastel, pero como no tenía fresas, hizo uno de chocolate. Él no se<br />
dio cuenta y se puso muy contento, invitó a todos sus amigos de la<br />
vecindad: algunos comerciantes, algunos niños y las señoras mayores<br />
que le ayudaban. Antes de partir el pastel, le dio un trozo a Sebastián<br />
para que lo probara. Él lamió todo muy contento y movió la colita,<br />
como pidiendo más. Después de cinco minutos, como nada le pasó<br />
al perro, pidió a la cocinera que distribuyera el pastel. Todos se estaban<br />
divirtiendo y comiendo cuando él, con un tono muy dramático, pidió un<br />
minuto de silencio para hacer un comunicado importante: «Queridos<br />
amigos, es con cierta tristeza, pero con una inmensa sensación de<br />
deber cumplido, que les informo que hoy me voy a renunciar a la<br />
Corona Española. Lo hago por motivo de seguridad pública. Estamos<br />
siendo amenazados por pueblos de otros planetas, que exigen que<br />
yo me vaya con ellos al espacio, en troca de la paz del Universo.<br />
Dejo a mi pueblo todo el Tesoro Real, constituido de mis objetos<br />
personales de valor y todo el dinero de las contribuciones. Les pido<br />
que no lamenten mi partida y que reciban a mi sucesor con el mismo respecto<br />
que devotaron a mí por todos esos años». Las personas presentes<br />
intentaban no se reír, pero la situación era muy graciosa, algunos<br />
| 23 |
no podían contenerse. Para disimular la risa, las personas aplaudían,<br />
silbaban y gritaban: «¡Viva el Rey!». Él se secó las lágrimas y entregó<br />
la caja de zapatos con sus monedas, su cepillo de dientes, su cuchillo<br />
oxidado y su tijera de uñas a una de las señoras. Con melancolía, le<br />
pidió que cuidara al Tesoro Real hasta que su sucesor llegara. La<br />
mujer era una de las pocas personas que no se reía. Ella le dijo, con<br />
sincera conmoción, que no se preocupara, que el Tesoro estaría a salvo.<br />
Él se despidió de todos, tomó su perrito en los brazos y se fue<br />
sin mirar hacia atrás. Poco más de cien metros adelante, un coche de<br />
lujo se paró a su lado, un chófer le abrió la puerta y él adentró tranquilamente.<br />
Nunca más se supo cosa alguna del «Rey de España».<br />
Mucho se recuerda y se comenta acerca de sus historias y sobre la<br />
posibilidad de haber cierta dosis de realidad en medio a sus alucinaciones,<br />
pero la verdad es que tampoco importa mucho constatar<br />
ahora la exactitud de todas esas evocaciones.<br />
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PRIMER FINALISTA<br />
Didier Convenant
EL ATORRANTE DEL LICANCABUR<br />
DIDIER CONVENANT<br />
LONDRES<br />
Cuando se despertó con la aurora, Santiago sintió de inmediato<br />
la habitual salinidad y la sequedad del aire. Como<br />
todas las mañanas, no pudo refrenar un estremecimiento<br />
de placer cuando abrió los ojos contemplando el cielo aún oscuro y<br />
tan transparente que le permitía despertarse con el centelleo de<br />
millones de estrellas. Se estiró y, con prisa, se levantó. Franqueó el<br />
pequeño murete de piedras que le servía de abrigo y de habitación<br />
y se dirigió hacia el borde de la Piedra del Coyote. Aunque siempre<br />
había vivido aquí y a pesar del frío del desierto, todas las mañanas<br />
lo invadía el mismo sentimiento de felicidad ante el paisaje<br />
que se le ofrecía. Largamente había intentado analizar el porqué de esta<br />
felicidad matinal. Podría atribuírsele, tal vez, a la belleza de las<br />
dos cordilleras; a lo lejos la de los Andes, detrás de la de Sal. O<br />
acaso a la Montaña del Pueblo que se alzaba enfrente. Su majestuosidad<br />
lo impresionaba tanto como las leyendas contadas sobre ella<br />
por el pueblo atacameño, que la llamaba Licancabur. O quizás<br />
fuese este desierto lunar formando por picos rocosos y columnas<br />
marchitas de arena y de sal, esculpidas por el viento y el agua. A<br />
lo que se debía, sin ninguna duda, eran dos factores. La altitud<br />
y el espacio. Situado a unos tres mil metros aquel altiplano estaba<br />
completamente libre de obstáculos para la vista. El sentimiento de<br />
infinito que experimentaba en cualquier dirección en la que dejara<br />
ir su mirada le proporcionaba una emoción tan grande que, a veces,<br />
se había preguntado si en una vida anterior no habría vivido en un<br />
| 27 |
lugar subterráneo, tabicado, sin vistas y sin espacio. Estaba bien allí.<br />
Eso tampoco podía explicárselo, sobre todo cuando consideraba la<br />
rudeza del sitio. Esta habitual reflexión fue interrumpida por unas<br />
voces que provenían de una multitud congregada algo más abajo.<br />
Se puso a caminar hacia allá. El viejo Diego se encontraba otra vez<br />
divirtiendo a todo el mundo con una de sus historias sin pies ni<br />
cabeza. Acercándose, la primera frase inteligible que pudo distinguir<br />
fue: «sin brazos y sin piernas mi cuerpo parecerá un cohete y<br />
vosotros seréis las estrellas». «Pobre Diego», pensó con una sonrisa<br />
un poco triste. «Cómo pudo enloquecer tanto que no pudiera recordar<br />
que era una serpiente». La viuda Virginia, la única que no se estaba riendo<br />
entre las serpientes, escorpiones y mígales que formaban esta aglomeración,<br />
debió de darse cuenta de su turbación porque se acercó<br />
y le dijo: «Los muertos se comunican con los vivos a través de<br />
los supuestos locos». Miró a la vieja mígale, a quien le faltaban tres<br />
patas, alejarse. Viniendo de otra persona hubiera sido risible. «La<br />
verdad es que tampoco importa mucho constatar ahora la exactitud<br />
de todas esas evocaciones», dijo el loco mientras Santiago se<br />
alejaba en dirección a la laguna Brava. Intentó todo el día descifrar el<br />
mensaje que este loco querría comunicarles. Mientras el sol se ponía,<br />
abandonó y tomó el camino de vuelta. Como siempre cuando la noche<br />
llegaba, lo recorría un sentimiento de sofoco, de enclaustramiento y<br />
ansiedad. Aunque nadie hubiera visto jamás la lluvia aquí, experimentaba<br />
una humedad que se amplificaba a medida que la noche<br />
caía y se acercaba a su habitación. Las piedras se volvían pesadas<br />
y de repente se sentía muy cansado, su vista se nublaba. Cuando<br />
estaba tan solo a unos metros de su cama las fuerzas le abandonaban.<br />
Cuando se despertó con la aurora, Santiago sintió de inmediato<br />
la habitual salinidad y la sequedad del aire. Estaba a punto de disfrutar<br />
de ese momento privilegiado cuando se dio cuenta de que un<br />
dolor extremo le atravesaba todo el cuerpo, los brazos y las piernas<br />
| 28 |
le hacían sufrir, los sentía entumecidos. Después de unos segundos<br />
mirando las estrellas, el dolor se difuminó tan rápido como había<br />
aparecido. El día de ordinaria felicidad terminó con ese habitual momento<br />
de debilidad y agotamiento inexplicables. Después se quedó<br />
en blanco por un tiempo indeterminado.<br />
Cuando se despertó con la aurora, Santiago percibió de inmediato<br />
la habitual peste y la humedad del aire. Como todas las mañanas<br />
no pudo refrenar un estremecimiento de asco mirando a las ratas que<br />
hormigueaban alrededor. El sentimiento de claustrofobia causado por la<br />
pequeñez del tubo en el que dormía cada noche lo oprimía tanto como<br />
la dificultad para respirar debida a la alcantarilla, cuya agua estancada<br />
parecía espiarlo justo a la salida de su «habitación». Eso incluso después<br />
de diez años en este barrio repugnante e insalubre de Buenos Aires.<br />
Tomando una rama del suelo se puso a hacer la limpieza diaria con el<br />
único brazo que todavía podía controlar. Todas las mañanas quitaba las<br />
algas, el lodo y los insectos que cubrían los muros curvados. Terminaba<br />
cuando podía distinguir el nombre del fabricante de esos tubos<br />
importados por una empresa extranjera para hacer obras públicas<br />
de saneamiento. Los depositaban aquí antes de utilizarlos para mejorar<br />
la vida cotidiana de los barrios limpios y desvergonzados de la ciudad.<br />
Después de diez minutos pudo leer «A. Torrant». Nombre que servía<br />
por otra parte para designar a la gente que, como él, dormía en los<br />
tubos. Todos emigrados, llegados aquí para trabajar, personas que<br />
habían rechazado el sistema y que ahora vivían de la mendicidad. Entre<br />
los mendigos, las prostitutas, los ladrones, los bandidos, los chulos y los<br />
criminales que vivían aquí, pertenecía a la única categoría,<br />
«los Atorrantes», que se negaba a realizar el menor delito. Las ratas se<br />
habían alejado un poco debido a sus movimientos. Pero no eran ellas<br />
las que lo habían despertado. Ahora era la hora en la que los mancos<br />
se volvían mancos y los cojos, cojos para confluir en una procesión de<br />
ladrones, mendigos y otras almas perdidas en dirección a los barrios menos<br />
| 29 |
inmundos, para empezar su rutina de delincuencia. Todo este mundo<br />
repugnante empezaba a agitarse en los callejones nauseabundos de su<br />
barrio, donde reinaban el vicio, la pobreza, la prostitución y el crimen en<br />
sus formas más bajas. Altitud baja, bajeza social, bajeza de los comportamientos<br />
humanos. Vivía en los bajos fondos de Buenos Aires y por<br />
tanto de la sociedad. Entre todas las dificultades del día lo peor era sin<br />
duda la humedad permanente debida a la alcantarilla y al agua estancada.<br />
Era por eso que la gangrena roía todos sus miembros. Un recuerdo de<br />
un grupo de tunantes que habían bebido demasiado y que le habían<br />
dado algunas puñaladas. Aquí la menor herida no cicatrizaba y se<br />
infectaba. Desde hacía algunos días ya no podía caminar y se pudría<br />
en su tubo, las piernas ya no respondían pero lo hacían sufrir horriblemente,<br />
como su brazo izquierdo. Ya ni siquiera podía arrastrarse a<br />
un lugar donde mendigar. No sabía desde cuando no había comido ni<br />
visto un trozo de cielo. Sus fuerzas lo abandonaban, la fiebre lo ganaba<br />
y le quemada el cuerpo. Tal vez fue ella quien le hizo ver aparecer<br />
un crótalo, un animal que solo vive en el desierto. Curiosamente<br />
no tuvo miedo, le pareció simpático. El animal se paró a unos centímetros<br />
de él, le miró fijamente como si quisiera hablarle y se fue.<br />
Esta aparición le había hecho bien. Le parecía que la humedad se<br />
difuminaba, aún no sentía sus miembros pero ya no lo hacían sufrir.<br />
Cerró los ojos y se dejó ir. Más tarde, mientras se sentía cada vez<br />
mejor, oyó voces alrededor. Intentó abrirlos pero su cuerpo ya no le<br />
obedecía. Los dos empleados de los servicios sociales de la ciudad<br />
que acababan de llegar no vieron una mígale salir del tubo sobre<br />
sus cinco patas. Había terminado con su sufrimiento. Santiago no<br />
pudo oír sus palabras: «Pobre chico, ¡mira sus miembros, Virginia!<br />
Con una gangrena así es como si ya no los tuviera». «Ya no hay<br />
pulso, Diego, ¿cuál es la morgue de guardia en estos bajos fondos?».<br />
El sol ya se levantaba sobre la Piedra del Coyote en el desierto<br />
de los altiplanos de Atacama.<br />
| 30 |
SEGUNDO FINALISTA<br />
Edward O’Reilly
BIENVENIDO A MADRID<br />
EDWARD O’REILLY<br />
CHICAGO<br />
Inventario de cosas que estaban en mi mochila cuando me la<br />
robaron: un portátil bastante nuevo, con un año de antivirus<br />
recién pagado y una bolsa de mensajero regalada por mi exnovia<br />
para llevarlo. Un pasaporte lleno de sellos de todos los lugares de los<br />
que me jactaba de haber visitado, con el visado que me permitía<br />
residir en el país legalmente. Una carpeta regalada por mi prima;<br />
nunca pensaba usarla hasta que la usé para guardar todos los<br />
documentos relativos al visado y al trabajo que me lo había permitido<br />
conseguir. Un diario cuya última entrada contaba que había<br />
sufrido una hemorragia nasal en el avión y que me había parecido<br />
mal agüero porque no las solía padecer. Las llaves de casa, con<br />
abrebotellas y un lápiz de memoria que era el único repositorio de<br />
cuanto había escrito en la universidad, ya que acababa de desechar mi<br />
viejo ordenador de sobremesa. Mi sudadera preferida, que siempre<br />
recordaré como la más cómoda que jamás me haya pertenecido.<br />
Tres libros: una guía de Europa Occidental, un libro de gramática<br />
castellana y Los nuevos españoles, que en ningún pasaje mencionaba<br />
la destreza con la que algunos residentes de Madrid mangaban las<br />
mochilas de guiris ingenuos. Varias monedas, de valor desconocido.<br />
Tal vez había otras pertenencias de las que ya me he olvidado.<br />
La verdad es que tampoco importa mucho constatar ahora la<br />
exactitud de todas esas evocaciones.<br />
Llegué a Madrid con una maleta, una mochila y nueve meses<br />
por vivir en un país sobre el que había leído mucho pero del que<br />
| 33 |
conocía, en realidad, muy poco. Había quedado con mi primo y su<br />
mujer que pasaban por la capital rumbo a Canarias para su luna de<br />
miel. Mientras tachamos lugares imprescindibles de la lista de atracciones<br />
turísticas y charlamos sobre su boda reciente o mi estancia<br />
pendiente, ansiaba la soledad que me permitiría vagar a mi albedrío.<br />
Al despedirme de ellos el día siguiente, sentí una libertad completa. Acababa<br />
de llegar a un país nuevo, estaba solo y podía hacer lo que me<br />
diera la gana. Vagué sin rumbo por el barrio de las Letras hasta parar<br />
en un banco cerca de la plaza de Santa Ana para tomar el sol y comer<br />
un bocata. Permanecí allí sentado un buen rato, leyendo Los nuevos<br />
españoles y disfrutando el momento. Llevaba una sonrisa tonta que<br />
resultaba imposible borrar.<br />
Al cabo de no sé cuánto tiempo me incorporé y me puse a volver<br />
al hostal a paso ligero, a pesar de llevar la mochila bien cargada.<br />
Aquella mañana, el encargado del hostal me había dejado guardar<br />
cuanto quisiera en un despacho que hacía de consigna, pero el lugar no<br />
me pareció demasiado seguro, ya que cualquier huésped podía entrar<br />
y salir sin que alguien realmente lo vigilase. Por lo tanto, opté por<br />
dejar la maleta grande, que solo contenía ropa y zapatos, y llevar conmigo<br />
la mochila, llena de mis posesiones más valiosas. No pensé en<br />
el riesgo que corría llevando un trozo tan significativo de mi vida a<br />
mis espaldas. En verdad, lo único que pensé era que quería quitarme<br />
el peso de la mochila de encima en cuanto pudiera.<br />
Aproveché lo que me pareció una buena oportunidad mientras<br />
hacía cola en el vestíbulo del hostal, para hacerle a la recepcionista una<br />
pregunta cuya respuesta ya conocía. Eran alrededor de las cuatro de<br />
la tarde, supongo, y había un ambiente bullicioso en el local. Varios<br />
jóvenes recién llegados esperaban en el portal para registrarse, mientras<br />
otros salían de una sala interior separada por una puerta con<br />
cerradura mecánica, rumbo al bar, donde se disponía de un puñado<br />
de ordenadores destinados al uso comunitario. El ruido de las obras<br />
| 34 |
que se llevaban a cabo en la fachada del antiguo edificio y el ir y<br />
venir de los albañiles afuera aumentaban el ajetreo. En cuanto llegó<br />
mi turno, di un paso adelante y esbocé una sonrisa. La oportunidad<br />
de conversar en español me puso nervioso, aunque la recepcionista<br />
seguramente hablaba inglés.<br />
—Hola, perdón, tenía una duda… ¿Cuál es la mejor manera<br />
de llegar a Sevilla?, balbuceé. (Qué pregunta más vaga, más estúpida).<br />
—Pues, depende…<br />
—Quiero decir, ¿cuál es la manera más barata? (El autobús,<br />
desde luego).<br />
—El autobús.<br />
—¿Y dónde puedo coger el autobús?<br />
—En la estación de autobuses (¿Tú qué te crees, imbécil?), está…<br />
—Espera, déjame buscar papel y boli…<br />
Cuando miré dónde había dejado mi mochila, ya no estaba.<br />
¿Cuánto podía haber tardado aquella conversación innecesaria?<br />
¿Treinta segundos, como mucho? Lo suficiente. En el momento en que<br />
me di cuenta de que había desaparecido mi mochila, tuve que tomar<br />
una decisión rápida: salir a la calle o seguir a un grupo de muchachos<br />
que acababa de adentrarse en el interior del hostal. Como lo único que<br />
había notado fueron los muchachos, los seguí adentro. Al alcanzarlos,<br />
escruté su equipaje y sus caras, buscando señas de culpabilidad o<br />
nerviosismo. Me incomodó mirarlos abiertamente, sin disimular mi<br />
sospecha, pero no tenía tiempo para los modales. No encontré lo que<br />
buscaba, ni supe si se podían enterar de ser sospechosos. Pensé<br />
que debía haberme equivocado, di media vuelta y salí corriendo a la<br />
calle, pero ya era tarde. No vi ni rastro de mi mochila.<br />
Desesperado, seguí corriendo sin rumbo y subí por la calle<br />
Amaniel, con la mirada yendo de persona en persona, examinándolas<br />
frenéticamente. Contra toda razón, me resistí a aceptar que mi<br />
mochila se había esfumado para siempre. ¿Cómo podía ser? ¡Hace<br />
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unos pocos minutos, segundos, la había tenido en mi posesión! A<br />
medida que me daba cuenta de que no iba a encontrar al ladrón, mis<br />
pasos se ralentizaban paulatinamente. Poco a poco, me fueron invadiendo<br />
la desesperanza y la resignación. Debía de tener un aspecto<br />
bastante estrafalario. Jadeaba estrepitosamente con una mueca de<br />
rubor en la cara y el pelo alborotado. «En el caso de que me hubieran<br />
llevado a mí, yo tendría el pelo ondulado al igual que lo tengo ahora»,<br />
pensé cuando vi mi reflejo en un escaparate. Aunque temblaba un<br />
poco tuve que seguir caminando porque no podía quedarme quieto.<br />
«¿Y qué diablos hago ahora?», me pregunté, estupefacto. Habría<br />
que buscar un policía, supuse, y me alejé de la escena del crimen con<br />
inusitada desgana hacia la Puerta del Sol, pues creía haber visto a unos<br />
cuantos allí. Mientras caminaba, mis ojos seguían mirando de un lado a<br />
otro, escrutando a toda persona que pasaba a mi alrededor, incapaces de<br />
dar la mochila por perdida. En mi mente se reproducía la secuencia del<br />
suceso una y otra vez. Escuchaba las palabras precisas que había intercambiado<br />
con la recepcionista, imaginando como podía haber sucedido<br />
el robo. ¿Y si los muchachos esos en realidad la cogieron y no la llegué<br />
a encontrar por pudor, por no haberlos investigado suficientemente?<br />
¿O si alguno de los mendigos de afuera entró sigilosamente, la agarró y<br />
escapó tranquilamente sin que me percatase? Imaginaba salir del hostal<br />
a un tipo delgado con aspecto mugriento, barba de tres días, camiseta<br />
desgastada y mi mochila colgada naturalmente de su hombro. Despedía<br />
una sonrisa lobuna y doblaba hacia la derecha unos cuantos segundos<br />
antes de que saliera yo; me detenía durante un momento agónico,<br />
dudoso de qué dirección tomar, y luego giraba a la izquierda, una equivocación<br />
irremediable. Por mucho que intentaba no pensar en ello,<br />
el recuerdo del robo me perseguía sin tregua. Continué sufriendo<br />
estos efectos secundarios durante varias semanas, viendo posibles sospechosos<br />
por todas partes, incluso después de haberme ido a Sevilla —lugar<br />
a donde dudaba que el culpable me hubiera seguido—.<br />
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SIGUIENTES SELECCIONADOS<br />
Jacqueline Thouement<br />
Vasiliki Danai Kampani<br />
Claudie Taillandier<br />
João António Martins Tavares<br />
Wang Ji<br />
Roberta Mandalà<br />
Vanessa Roque Henriques
ARENA<br />
JACQUELINE THOUEMENT<br />
PARÍS<br />
Antofagasta, Chile, marzo de 2013<br />
«Hijo, tengo algo para ti», me dijo. «Me gustaría que me<br />
acompañaras hasta mi “oficina”. Vas a estar de vacaciones,<br />
entonces podemos organizarnos y tener todo arreglado<br />
para un viaje entre hombres». No lo podía creer. Me quedé sin voz,<br />
sin una palabra para expresar la inmensa felicidad que me hacía.<br />
¡Mi padre y yo! Compartir su vida en Atacama, mirar a mi héroe<br />
en su entorno profesional, compartir sus inmensos conocimientos,<br />
volverme durante una semana en un investigador de primer orden<br />
y alcanzar las estrellas, mundo de sueños, mundo de promesas;<br />
llegar a la sabiduría, entender la formación del universo, entender<br />
de donde somos, lo que somos, lo que nos rodea y cómo se va a<br />
convertir el mundo en el que yo vivo.<br />
No necesité más para que el nivel de mi excitación subiera<br />
improbables cimas. Me fui a dormir, pero no pude encontrar el sueño.<br />
Me quedé un buen rato en la cama, los ojos cerrados, pero con imágenes<br />
indescriptibles en mi mente.<br />
Mi padre me explicó que el programa de implementación del<br />
nuevo telescopio en el medio del desierto de Atacama estaba a punto<br />
de acabar y me estaba proponiendo compartir con él una secuencia<br />
de pruebas para asegurarse de las especificaciones de los equipos<br />
del observatorio.<br />
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Desierto de Atacama, Chile, abril de 2013<br />
Infinita planicie, entre las cordilleras de los Andes y de la Sal.<br />
Me puse en cuclillas y recogí en mis manos un poco de arena, caliente,<br />
fina, morena. La dejé escapar por los nudillos de mis dedos<br />
tal como el tiempo que transcurre. Difícil de darse cuenta de la vastedad<br />
del lugar. Una vista casi lunar del sitio; un mundo paralelo al<br />
borde del imaginario, un escenario fantástico. Mi mirada no podía<br />
abrazar la inmensidad y fui sumergido por el esplendor del juego de<br />
luz y sombra en el relieve para crear un teatro sobrenatural. Me hacía<br />
pensar al libro de arte sobre el genio delirante de Dalí que tenemos<br />
en casa y en el que se nota muchas obras donde aparecen el desierto<br />
y la arena. Observé a mi padre. No había nada que añadir a nuestras<br />
miradas y sonrisas intercambiadas y entendí que la emoción estaba<br />
compartida en ese momento privilegiado. Sentí su orgullo y sentí el<br />
trastorno al descubrir este paisaje tan conmovido. Los telescopios<br />
parecían salidos de la novela Dune, de Frank Herbert, libro de buen<br />
tono algunas noches. Construcciones macizas extirpadas del corazón<br />
de la tierra que parecían arregladas para recibir señales extraterrestres.<br />
Parábolas abiertas, gigantes, en líneas organizadas como un ejército<br />
de guerreros en formación listos para arrostrar enemigos venidos de<br />
planetas alejados para conquistar el nuestro.<br />
Caracas, Venezuela, Cumbre para el Desarrollo Económico de<br />
América Latina (CDEAL), 23 de abril de 2031<br />
Desde la disolución de la UNASUR en 2020, era la primera<br />
vez que se reunían los miembros de la exalianza.<br />
«Óscar, ¿estás listo? Empezamos en dos minutos», anunció el<br />
director de la sesión. En ese momento particular donde se jugaba mi<br />
reputación como científico, me acordé de lo que mi padre, después<br />
de su accidente cerebrovascular pero consciente de su parálisis nos<br />
| 40 |
dijo a mi madre y a mí: «Sin brazos y sin piernas mi cuerpo parecerá<br />
un cohete y vosotros seréis las estrellas. Yo no puedo continuar<br />
más con la investigación del universo pero tú, Óscar, sé que<br />
harás grandes cosas para las generaciones futuras».<br />
Me quedé un momento en las nubes con la nostalgia del pasado.<br />
Entré en el escenario, me aclaré la garganta y empecé. «Durante<br />
18 años, poco a poco, hemos sido los observadores, los testigos<br />
del derrumbamiento mundial. Hemos visto en pocos años agotarse<br />
los recursos naturales de América Latina. No solo los yacimientos<br />
de cobre, oro, plata, hierro, litio, sino también el petróleo cuando<br />
Venezuela era la primera reserva mundial y que la compartía con los<br />
otros países de América Latina. Hemos contemplado, cuando no fue<br />
más posible compartir este recurso natural, el empobrecimiento de<br />
los pueblos, los alzamientos en las ciudades y en el campo. Hemos<br />
visto familias divididas y violencia en las fronteras porque la gente<br />
quiere ver si la yerba esta más verde en el país vecino. Mientras tanto,<br />
el despliegue permanente de las fuerzas armadas en las fronteras, tal<br />
como una pared infranqueable, sigue actuando como una provocación<br />
desde más de quince años. La verdad es que tampoco importa<br />
mucho constatar ahora la exactitud de todas esas evocaciones.<br />
Hoy, hay que mirar adelante. Ha venido una época nueva».<br />
Percibí un tumulto sordo y entonces, nada. Un silencio cayó en la<br />
asamblea como una capa pesada. La audiencia no vaciló pero todos los<br />
rostros me miraban, medio exasperados, medio intrigados. Encendí el<br />
sistema holográmico. De repente apareció en el medio de la sala un reloj<br />
de arena, gigante, de cinco metros de altura y dos metros de diámetro.<br />
«Solo es una muestra virtual», seguí. «El prototipo a escala tendrá un<br />
tamaño de veinte metros de altura por ocho metros de diámetro», manifesté.<br />
Vi los ojos abrirse desmesuradamente. «Imaginen, un campo,<br />
mejor dicho, un desierto, lleno de relojes de arena. Nada comparable<br />
con las turbinas eólicas. Con este sistema, cada reloj de arena<br />
| 41 |
suministrará una potencia de 20 MW. El desierto de Atacama va<br />
a convertir nuestros Estados Unidos de América Latina en la primera<br />
potencia del mundo de energía con una provisión de 3800 TW».<br />
Mucho más que lo necesitamos. Por lo tanto la podremos exportar.<br />
Tuve que tomar aire. Sentí una tensión apoderarse de mí. «El reloj de<br />
arena», continué, «funciona en total autonomía utilizando solamente el<br />
sol para iniciar el movimiento continuo. El movimiento se invierte cada<br />
vez que la arena de la parte superior ha transcurrido en la parte inferior<br />
activando así una turbina ubicada acá, en el estrangulamiento», señalé<br />
con el láser, «que genera energía. Una vez que se inicie el movimiento,<br />
no se interrumpe. Entonces, obtenemos un flujo continuo de energía. Y<br />
por supuesto, utilizaremos la arena para la construcción de los relojes».<br />
«Hecho en Chile», me atreví, una sonrisa tímida en los labios.<br />
Me acerqué a la audiencia y dije: «Así, nos abriremos a una innovación<br />
que definitivamente va a cambiar el rostro atormentado del<br />
mundo. Una revolución científica. Gracias a las expectativas basadas<br />
en esta tecnología, vemos ahora la luz al final del túnel. Una esperanza<br />
de vida mejor, de paz, de nueva conquista del bienestar y un equilibrio<br />
compartido por todos. Muchas gracias por su atención». Recogí<br />
mis documentos del escritorio y salí, mi cabeza tal como un torbellino.<br />
Al día siguiente, todos los medios titulaban «LOS MAYO-<br />
RES TAMBIÉN JUEGAN EN LA ARENA». Descargué el artículo<br />
en mi página virtual y leí. Los representantes de gobiernos habían<br />
concluido en una decisión histórica, la de invertir, pese a esfuerzos<br />
y sacrificios, en la financiación inmediata del campo de relojes de<br />
arena en el desierto de Atacama con la voluntad firme de acabar<br />
definitivamente con el colapso de la Unión. Habían unánimemente<br />
visto en el audaz proyecto la clave para salvar las naciones y erguir<br />
de nuevo la cabeza de orgullo para proteger las generaciones futuras.<br />
Cerré la página, miré hacia el cielo y solté: «¡Va por ti, papá!»<br />
y seguí mi camino.<br />
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De brújulas rotas<br />
Y DE RELOJES DESTEMPLADOS<br />
VASILIKI DANAI KAMPANI<br />
ATENAS<br />
La verdad es que tampoco importa mucho constatar ahora<br />
la exactitud de todas esas vocaciones. De hecho, sería<br />
desternillante considerar que a mí siempre me han gustado<br />
los peces. De pequeña, me atraía el universo marítimo, tan sereno y<br />
silencioso, como si todo formaría parte de una dimensión mística, casi<br />
extraterrestre, completamente alienada y ajena de los dolores, los goces<br />
y las pasiones de nuestro menudo mundo. Me encantan los peces de<br />
todo tipo, forma, tamaño y color. Desde las gigantescas ballenas hasta el<br />
humilde pez rojo, y de los listillos cangrejos a los ingeniosos delfines…<br />
La melodía del coro de las olas me lleva a los paraísos más soñados que<br />
hay y, en un momento concreto del crepúsculo, justo cuando el sol besa<br />
sutilmente el mar, me duele el alma de tanta belleza. También los naufragios<br />
me hacen hundir en una melancolía primitiva, escuchando a los<br />
llantos y lamentación de las desgraciadas gaviotas, testigos de la continua<br />
degradación de los barcos desahogados; esos inmensos cadáveres<br />
que en la vida cruzarán los horizontes de nuevo, condenados en el olvido<br />
obsoleto del herrumbre… Se me falta el aliento… Luego ya la brisa marinera,<br />
la que alimenta la esperanza y cura (casi) todas las heridas, regala<br />
su olor salitre con promesas de zarpas y destinos lejanos. De flotar,<br />
y nadar, y andar, y soñar, y volar al infinito…<br />
Ajajá, sí que es divertidísimo dándose cuenta de que ahora estoy<br />
en el desierto de Atacama, el desierto más árido del globo entero, donde<br />
hace ya 400 años que no ha llovido, eso sí que lo puedo constatar. Que<br />
me estoy gastando poquito a poco de sed inagotable y de soledad<br />
| 43 |
incurable, perdida en el laberinto de mis obsesiones bestiales. Me identifico:<br />
ya estoy seca como el desierto. Ni una sola gota adentro. Totalmente<br />
sobria. Más seca que el mismo desierto. Y yo ensimismada, rodeada de<br />
mis propias ruinas y frialdad. Sin embargo, tengo fiebre. Me estoy ardiendo.<br />
En el medio de la eternidad de las colinas de arena, bañada por<br />
esos calurosos granitos, pienso en los peces y al mismo tiempo pienso<br />
en ti. Te estoy dirigiendo la palabra constantemente. Quizás no a ti<br />
exactamente, sino a tu ausencia. No puedo huir de ti. Dormida sueño<br />
contigo, despierta me pega la nostalgia con furor. Algos significa<br />
‘dolor’. Me duelo entera, me duele que ya no llevo tus moradas, las<br />
marcas de los reveses y los golpetazos, ellos también fueron efímeros.<br />
Hablo contigo, te estoy llamando, grito, susurro murmurando sobre<br />
sensaciones inéditas: tiernamente, violentamente, desesperadamente.<br />
Sí, de eso se trata, de la desesperación y el vacío. Estoy vacía. Soy una<br />
oquedad enorme que se abre por la nada. Me convertí en el observador<br />
de mi propia vida, y mi vida llegó a ser una pesadilla oscura, un desierto<br />
de llanto adonde residen las quimeras y los deseos incumplidos.<br />
Luego, en los celajes de esta celda infinita, miro a mis fantasmas<br />
nefandos como buscando a tu rostro en el espejo equivocado, y monsergando<br />
se lo suplico con toda la fuerza de mi pérdida:<br />
«¡Sin brazos y sin piernas mi cuerpo parecerá un cohete<br />
y vosotros seréis las estrellas! ¿Oísteis, utopías fogosas e infiernos<br />
febriles, nacidos del vértigo y de la agonía que provocaron la presencia<br />
irrepetible y la ausencia irreparable?».<br />
Al otro lado, sin brazos y sin piernas, podría parecer un pez,<br />
llevado por el flujo del destino en infiernos u oasis, así que vosotras,<br />
memorias medio-borradas y medio-inventadas, vosotros, abismos<br />
estériles de mi desdichada mente, seríais las brújulas rotas o los relojes<br />
destemplados en el medio de una tempestad dorada.<br />
Qué ironía… Podría ser una tragedia cómica o una comedia<br />
trágica. Da igual.<br />
| 44 |
UN INVIERNO EN PRIMAVERA<br />
CLAUDIE TAILLANDIER<br />
PARÍS<br />
Todo empezó una mañana del mes de abril de 1950,<br />
exactamente la mañana del domingo dieciocho.<br />
Me llamo Violeta y en esa época tenía nueve años, a<br />
punto de cumplir diez.<br />
El sol brillaba en un cielo sin nubes y del jardín subía<br />
una tibia humedad impregnada de aromas florales. Estaba esperando<br />
a mi tía Carmen —la hermana de mi madre— por quien<br />
tenía una admiración y un afecto sin límites.<br />
Mi tía era una mujer de unos treinta años, soltera, y vivía en<br />
Madrid en la calle Amaniel, cerca de la famosa cervecería<br />
Mahou. Era una persona muy moderna y, sobre todo, poseía<br />
un coche, ¡un coche descapotable! Todo era diferente con ella y<br />
cuando hablaba no solo pronunciaba palabras sino que seducía<br />
a sus interlocutores.<br />
En su presencia no hacían falta explicaciones, preguntas<br />
ni respuestas.<br />
Una especie de pacto se había establecido entre nosotras<br />
para siempre jamás. Sus ojos claros entre azules y violeta<br />
brillaban con la mejor y más alegre de las complicidades. Adivinaba<br />
lo que yo quería con un simple parpadeo y me sentía<br />
feliz. Además vivía como yo, en un mundo en que la imaginación<br />
y la fantasía tenían un sitio preponderante. Así mi tía<br />
compartía hasta límites insospechables el mundo y el lenguaje<br />
que yo había creado para mí.<br />
| 45 |
Aquel día, como la familia había decidido ir de jira al<br />
campo, mi tía vendría con su coche a recogernos y a llevarnos<br />
cerca de un pueblecito a orillas de un arroyo.<br />
Mi madrastra —mi madre murió cuando yo tenía cinco<br />
años— nos había preparado un buen desayuno que mi hermana<br />
mayor comió con gran apetito mientras que yo no pude<br />
tragar nada.<br />
Sobre las nueve mi padre nos dijo que nos diéramos prisa.<br />
De repente se oyó la bocina de un coche. Me precipité al<br />
pie de la escalinata dando saltos y brincos. Ahí estaba mi tía<br />
resplandeciente de belleza, vestida con un abrigo amarillo y la<br />
cabeza envuelta, a modo de turbante, en un gran pañuelo del<br />
mismo color. Se apeó y me lancé hacia ella como un huracán<br />
y en un visto y no visto nos abrazamos y quedamos tan unidas<br />
como si en lugar de dos personas fuéramos una sola. Un<br />
minuto después el resto de la familia la abrazó cariñosamente.<br />
Pronto ella nos dijo que subiéramos al coche porque era hora<br />
de salir y propuso a mi padre conducir el coche para sentarse<br />
detrás a mi lado. Yo le sonreí con adoración. Mi padre, feliz,<br />
arrancó.<br />
Aquella mañana no había viento, sin embargo, con las<br />
ventanillas abiertas al fresco de la mañana, la velocidad —aunque<br />
muy moderada a mí me parecía vertiginosa— despeinó mis<br />
cabellos y sin pensar lancé al aire mi boina de lana. Entonces<br />
Carmen giró la cabeza y me guiñó un ojo.<br />
Por el camino hablamos en voz baja de su vida en Madrid,<br />
de mis amigas y del colegio, de los libros que leía y así, poco<br />
a poco, entramos en nuestro imaginario poblado de seres extraños<br />
como los elfos que yo veía —o creía ver— atravesar mi<br />
cuarto por la noche cuando no podía dormir. Mi tía no era<br />
una adulta como las demás porque tenía una dimensión especial:<br />
| 46 |
desde la muerte de mi madre me protegía y sobre todo me<br />
entendía. Ambas nos hallábamos en el umbral de un mundo<br />
donde los antojos y los deseos están en el límite de lo real y<br />
lo irreal pues lo ficticio es un territorio enorme y no se sabe<br />
exactamente dónde empieza y dónde termina.<br />
Tras una hora de ruta dejamos la carretera principal para<br />
tomar una secundaria que atravesaba un bosque de robles. Subíamos<br />
una cuesta bastante fuerte cuando el coche empezó a<br />
dar sacudidas y a hacer un ruido extraño.<br />
—Carmen —dijo mi padre— tenemos un problema<br />
con el motor; hay que parar inmediatamente. De repente<br />
empezó a salir del coche un humo negro y espeso y mi tía nos<br />
dijo que nos alejáramos lo más posible cuanto antes. Cada<br />
cual reaccionó de manera diferente: mi padre, visiblemente<br />
angustiado, me empujó hasta un muro medio derruido que<br />
se veía detrás de unos matorrales. Nos agachamos los dos<br />
mientras mi madrastra y mi hermana corrían asustadas cuesta<br />
abajo. En cuanto a Carmen no podía apartar la mirada de su<br />
coche. Se quedó como pasmada, los pies clavados en el suelo.<br />
Mi padre, viéndola inmóvil le gritó:<br />
—¡No te quedes ahí! ¡Muévete, por favor, muévete!<br />
De golpe surgieron enormes llamaradas del motor. Hubo<br />
una explosión y mi tía salió disparada por los aires antes de<br />
caer al suelo; acto seguido el coche explotó lanzando pavesas<br />
alrededor como si lloviera fuego. Hubo un momento de gran<br />
silencio fuera del ruido de las llamas que restallaban. Cuando<br />
disminuyeron nos acercamos con sigilo al cuerpo tendido en<br />
el suelo. Carmen parecía gravemente herida, no se movía, pero<br />
respiraba.<br />
Un niño de unos diez años —luego supimos que se llamaba<br />
Rafael— asistió a la escena y dijo que iba a llamar a los<br />
| 47 |
servicios de urgencia desde su casa que estaba muy cerca. Se<br />
fue a todo correr mientras los demás nos quedamos junto a la tía.<br />
Durante esos terribles momentos le hablé con toda la<br />
fuerza de mi corazón.<br />
—No vas a morirte mi querida tía. No vas a morirte, yo<br />
lo sé. Por favor, ¡abre los ojos!, ¡mírame!<br />
Al poco percibí a través de mi torrente de lágrimas a<br />
Rafael que volvía con su madre que era curandera y que por<br />
lo visto podía hacer milagros. La mujer se acuclilló al lado de<br />
Carmen y le habló en voz baja y no sé qué pasó pero cuando<br />
llegó la ambulancia mi tía repiraba mejor y al abrir los ojos<br />
me lanzó una mirada tan penetrante que una vez más reconocí<br />
nuestra complicidad y supe que no iba a morir. La ventana al<br />
cielo que me había abierto no podía cerrarse.<br />
Durante las semanas siguientes fuimos a visitarla al hospital.<br />
Su estado, aunque grave, parecía estable pero aún no<br />
podía hablar.<br />
Nos comunicábamos con los ojos y cuando estábamos a<br />
solas le contaba alguna de mis historias y ella, a veces, esbozaba<br />
una leve sonrisa.<br />
Rafael nos acompañaba a menudo; era un chico secreto<br />
de ojos grandes y brillantes al que mi tía miraba siempre con<br />
curiosidad e insistencia como si quisiera decirle algo.<br />
Un día de junio, cuando entramos en el cuarto, yo me di<br />
cuenta de que algo había cambiado en su modo de sonreír. La<br />
sorpresa nos paralizó cuando se puso a hablar. ¡Qué alegría!<br />
Nos explicó que lo más duro para ella era no poder mover los<br />
miembros envueltos en vendas y con ojos burlones pronunció<br />
esta frase llena a la vez de poesía y de autoirrisión:<br />
—Si me dejan así, sin brazos y sin piernas mi cuerpo<br />
parecerá un cohete y vosotros seréis las estrellas.<br />
| 48 |
Los ojos empañados de lágrimas reconocí la fantasía y la<br />
imaginación de mi querida tía.<br />
Estábamos a punto de irnos cuando llegó Rafael. Carmen<br />
lo miró fijamente y murmuró: «¡Mi hijo!».<br />
Desde el momento en que mi tía creyó reconocer a su<br />
hijo en la persona de Rafael, nuestra relación tan particular<br />
cambió totalmente. El chico se convirtió en el único objeto de<br />
su atención y su afecto, pero, poco a poco, su obsesión por él<br />
se transformó en una especie de enfermedad mental y la enviaron<br />
a un establecimiento especializado.<br />
Algo se rompió en mí. Una sensación de vacío, de no<br />
estar, de no ser me invadió y pasaron meses sin que pudiera<br />
hablar de ella.<br />
Entretanto me enteré de la tragedia pasada de mi querida<br />
tía. De joven se enamoró de un empleado de su padre, rico<br />
propietario de viñas y un día se encontró embarazada. No<br />
quiso decir la verdad a su familia y se fugó al sur de Francia<br />
a casa de una prima. Allí se resignó a abandonar a su hijo y a<br />
volver a España para proseguir sus estudios pero no pudo olvidar<br />
ni a su hijo ni a su amante. Por eso nunca se casó y se refugió<br />
en el mundo de la infancia inocente que compartía conmigo.<br />
Así tenía la ilusión de que su dolor pasado no existía más. Yo<br />
la conocía así, soltera, libre, extravertida y alegre. No podía<br />
sospechar que en mí ella veía el consuelo de lo que le había<br />
sido arrancado.<br />
Hoy en día tengo veinticinco años. Los acontecimientos<br />
de la vida nos han distanciado llevándonos a mundos diferentes,<br />
pero no me es posible olvidar la felicidad de mi infancia con<br />
mi tía, ni la fuerza de nuestro cariño mutuo.<br />
Todos los domingos la visito en su clínica y cuando hace<br />
buen tiempo bajamos al parque a dar un paseo. En verano, al<br />
| 49 |
anochecer, el aire huele a mies recién cortada y es dulce respirar<br />
caminando cogidas de la mano.<br />
En cuanto a Rafael, según dicen, su madre natural murió<br />
cuando él tenía dos años y poco después fue adoptado por la curandera<br />
y su marido.<br />
Nunca he comprobado la veracidad de esos hechos, la verdad<br />
es que tampoco importa mucho constatar ahora la exactitud<br />
de todas esas evocaciones. A mí solo me importa el bienestar de mi<br />
tía. Rafael va a verla una vez al mes con un ramo de lilas o de<br />
rosas.<br />
Así su presencia hace brotar flores en su corazón herido.<br />
| 50 |
PSICOSIS<br />
JOÃO ANTÓNIO MARTINS TAVARES<br />
LISBOA<br />
Liliana tuvo que darse prisa para coger el autobús, pues había<br />
salido de casa demasiado tarde. Se sentó en el asiento de<br />
siempre y abrió el libro que estaba leyendo, un thriller lleno<br />
de enigmas y terrores. Se acordaba muy bien de la última frase que<br />
había leído: «Sin brazos y sin piernas mi cuerpo parecerá un<br />
cohete y vosotros seréis las estrellas», la cual no tenía cualquier<br />
contenido poético, significaba literalmente mutilación, horror<br />
y dolor.<br />
En la siguiente parada, se sentó delante de ella un hombre que<br />
nunca había visto, puesto que a la mayoría de los pasajeros ya los<br />
conocía de vista, ellos también sujetos a la dictadura de las rutinas y<br />
los horarios, obligados a seguir todos los días en el mismo autobús,<br />
ni antes, ni después.<br />
Sin querer, comenzó a observar al hombre, lo más discretamente<br />
posible, ya que no quería que él se lo diese cuenta. Era un<br />
tipo raro. Llevaba una gabardina de color beis, impecable, pero por<br />
debajo la chaqueta parecía pertenecer a su abuelo y la camisa no encajaba,<br />
haciendo una mezcla de rayas y estampados de estética muy<br />
cuestionable. Los pantalones estaban exquisitamente planchados,<br />
pero los zapatos eran viejos y los calcetines eran blancos.<br />
«Se parece a un inspector de policía», pensó, recordando el<br />
desarreglado teniente Colombo, de la serie de televisión. Pero ese<br />
tenía una expresión simple, tal vez un poco rústica, pero agradable.<br />
Este no. Parecía ansioso. De vez en cuando abría mucho los ojos,<br />
| 51 |
como si estuviera recordando algo que le preocupara. Además, tenía<br />
un tic irritante, sacudiendo la cabeza con regularidad, como una<br />
especie de espasmo ligero.<br />
Liliana aprovechó un momento en que el hombre parecía ajeno<br />
a su entorno para observar mejor su expresión e intentar interpretar<br />
su personalidad, algo para que creía que tenía un don. Con<br />
los ojos muy abiertos y la expresión ansiosa, el hombre casi asustaba.<br />
Se diría que era una persona con desequilibrios, una vida inestable,<br />
probablemente demasiado agresivo cuando frustrado. «Incluso puede<br />
ser un psicópata», aventó. Pero él le recordaba a alguien, ¿quién<br />
sería? Pensó por unos momentos y de pronto se le hizo luz: «¡Psicosis!<br />
El Norman Bates de la película de Hitchcock, ¡es lo que es!», concluyó,<br />
con una mezcla de satisfacción por haber resuelto sus dudas<br />
y de preocupación por el resultado. «Aquel tipo loco que guardaba<br />
el cadáver de la madre en una mansión horrible y que asesinaba a<br />
los huéspedes en su motel…». No se acordaba del nombre del actor,<br />
pero el personaje era demasiado real, demasiado fuerte para que la<br />
realidad se superpusiera a la ficción. Sí, definitivamente igual a Norman<br />
Bates, el psicópata.<br />
Estaba Liliana en estas andanzas de investigación cuando oyó un<br />
sonido como una lechuza: «Uuuuuu. Uuuuuu». Era el móvil del hombre,<br />
que lo contestó con los ojos muy abiertos y aspecto alucinado:<br />
—¿Sí? ¿Qué? —La expresión evolucionó gradualmente de<br />
alucinado a colérico, frunciendo el ceño y chispeando de los ojos—.<br />
¡Mátala! ¡Mátala!, ¿qué estás esperando? —dijo en un tono gutural,<br />
bajo, como que venido de las entrañas—. ¡Mátala! ¡Aplástala<br />
con todas tus fuerzas hasta que no se mueva! —remató,<br />
desconectando el aparato, temblándose las manos y sudando<br />
profusamente.<br />
Liliana estaba aterrorizada. Miró a su alrededor con discreción,<br />
pero parecía que nadie había oído la conversación. Tras sentir<br />
| 52 |
el flujo de sangre de vuelta al cuerpo, se mantuvo sentada sin moverse<br />
y sin atreverse a mirar más el inquietante personaje.<br />
«Qué horror, ¡van a matar a alguien!», pensó. «El tipo es un<br />
asesino, dando órdenes de muerte por teléfono, ¡es peor que Bates!<br />
¿Qué debo hacer?», se preguntó.<br />
Estaba en este dilema a la hora de su parada y de bajar del autobús,<br />
en la calle Princesa, aliviada por verse lejos de semejante bestia.<br />
Su corazón solo se ralentizó cuando llegó a su oficina en la calle<br />
Amaniel y la cháchara de sus colegas la devolvió a la normalidad.<br />
Durante el día no dejó de pensar en «Míster Bates» y en quién<br />
había sido asesinado. Decidió prestar atención a las noticias, pues si<br />
comunicaran un caso que correspondiera al que había escuchado,<br />
podría, quizás, presentar su testimonio a la policía. «Por la noche<br />
tendré que ver el telediario», pensó. Tenía una consulta en el dentista<br />
al final de la tarde, pero llegaría a casa a tiempo. Y el día siguiente<br />
compraría el periódico, pensó, mientras articulaba hipótesis en lo<br />
que respecta al asesinado, o a la asesinada, acordándose de que él<br />
había dicho «mátala». Y el arma, ¿cuál sería? Él había hablado en<br />
aplastar la víctima, quizás no estaría todavía muerta, solo caída en el<br />
suelo después de un golpe con un martillo, un cuchillo o un instrumento<br />
raro, como una escultura de piedra, un palo de golf, bueno,<br />
todo es posible… Imaginó a una pobrecita tumbada, agonizando<br />
en una poza de sangre, mientras el asesino la pisaba y le aplastaba la<br />
cabeza… Logró parar de pensar y volver al trabajo después de decir<br />
para sí, en voz alta, «la verdad es que tampoco importa mucho<br />
constatar ahora la exactitud de todas esas evocaciones», acordándose<br />
de una frase de una novela que había leído recientemente.<br />
Tras un día de trabajo interminable, a las seis entró en la<br />
clínica dental. Se anunció y esperó la llamada. Poco después, oyó<br />
su nombre:<br />
—Señora Liliana Sánchez, por favor.<br />
| 53 |
Entró en la sala. El dentista estaba de espaldas, pero pronto<br />
se volvió y le habló, con los ojos muy abiertos, la voz gutural y un<br />
cualquier instrumento puntiagudo en su mano:<br />
—Buenas tardes. Soy el doctor Vargas. El doctor Ramos está<br />
enfermo y me ha pedido que lo sustituyera. Siéntese, por favor.<br />
Al ver el «Míster Bates» delante, con una posible arma homicida<br />
en la mano, Liliana no vaciló: corrió, huyó en pánico total,<br />
derribando una maceta de flores al suelo y dejando boquiabiertos<br />
al dicho doctor Vargas, a la recepcionista y a los otros clientes que<br />
estaban en la sala de espera.<br />
Ese día por la mañana, Amelia Vargas mató, con mucho esfuerzo<br />
y por primera vez en su vida, una araña enorme que apareció<br />
en su cocina.<br />
| 54 |
ABRIL<br />
WANG JI<br />
PEKÍN<br />
Ella se detuvo en el cruce mirando a los dos lados de la calle sin<br />
intención de cruzarla. Se sentía muy tranquila.<br />
Había pensado que las cosas se volverían más complicadas,<br />
o que por lo menos le habrían causado emociones más complejas.<br />
Pero la verdad es que no sintió nada diferente; incluso<br />
el color del cielo era más simple de lo que ella había pensado.<br />
Era un anochecer de abril, tal vez sobre las siete. Era la típica «hora<br />
mágica» como dicen las teleseries, pero el cielo no cambió nada,<br />
manteniendo el mismo color blancuzco. No se veía el sol ni los<br />
arreboles del atardecer. En resumen, no era un día para ser recordado,<br />
no lo era.<br />
«¿Qué hago ahora?», se preguntó a sí misma. «Ahora mismo<br />
no es un buen momento para decidir. La gente suele decir que a<br />
veces tienes que dar un paso atrás para poder andar más rápido».<br />
Ella suele hablar consigo misma. No está segura de si los demás tienen<br />
la misma costumbre. Había recordado que cuando tenía once<br />
o doce años, un día, en el camino de vuelta a casa, empezó a hablar<br />
consigo misma. Como si fuera un diálogo entre dos personas, pero,<br />
evidentemente, ella desempeñaba las dos partes del diálogo. Con<br />
este juego de diálogo consigo misma, el camino de regreso le parecía<br />
más corto. Poco a poco se convirtió en una costumbre que ella se<br />
comunicaba consigo misma para consolarse o luchar con la soledad.<br />
Esto se convirtió en parte de ella, había olvidado que es solamente<br />
una manía suya.<br />
| 55 |
El ruido del claxon tras ella rompió su hilo de pensamiento.<br />
Se dio cuenta de que había pasado la calle de los Reyes y ya estaba<br />
en la calle de Amaniel. «Por lo menos tengo que buscar un sitio<br />
para sentarme», decidió. Siguió andando, andando contra el flujo<br />
de personas que corrían para coger el metro. Andando con la cabeza<br />
baja, no prestó ninguna atención a la gente que pasaba. De repente<br />
oyó una canción, quizá de alguna radio de alguna tienda. No volvió<br />
la cabeza, pero reconoció que era una canción de Oasis. No le había<br />
gustado nunca, y sin embargo recordaba esta canción que se llamaba<br />
Married with children. La identificó por la frase de la canción «Goodbye,<br />
I’m going home». Se acordó de que cuando oyó esta canción por<br />
primera vez no le gustó nada. Pero esta vez la comprendió perfectamente…<br />
la verdad es que tampoco importa mucho constatar<br />
ahora la exactitud de todas esas evocaciones. A veces la vida puede<br />
ser ridícula.<br />
Hablando de la vida, la verdad es que es un tema que hay<br />
que sentarse para poder reflexionarlo bien. La vida es un profesor<br />
mezquino que te hace el examen primero y te da la clase después.<br />
Creemos que el destino es algo como un juego de adivinación pasado<br />
de moda, sin saber que estamos entrando paso tras paso en su<br />
tablero de ajedrez.<br />
Ella pasó contra la multitud de gente que salía de trabajo y se<br />
sentó en un banco de una pequeña plaza sin nombre. Había caído<br />
la noche, y sin gafas ella no podía ver las caras de las personas que<br />
andaban hacia ella, pero intentaba observarlas, tal vez porque no tenía<br />
nada más que hacer. No le importaba que para las personas que<br />
pasaban por aquí, ella también era parte del paisaje de la plaza. Estaba<br />
muy segura de que nadie le prestaba atención. En realidad se veía<br />
cada vez menos gente en la plaza. La gente había desaparecido y en<br />
ese momento era justamente la hora de cenar. No había casi nadie, ni<br />
siquiera los niños que siempre se veían aquí jugando al monopatín.<br />
| 56 |
Observó cuidadosamente a su alrededor y confirmó que no había<br />
nadie en la plaza, nadie. Si se le ocurriera levantarse, saltar y<br />
bailar, nadie la vería. «Sin brazos y sin piernas mi cuerpo<br />
parecerá un cohete y vosotros seréis las estrellas». Recordó que<br />
había leído esta frase en algún libro. Le parecía muy absurdo cuando<br />
la leyó, pero ahora la frase coincidió con el sentimiento que tenía. A<br />
veces intentamos explicar cosas a personas que no nos escuchan. Parece<br />
que si las explicamos más veces, al final nos comprenderán. Supongo que<br />
el mundo funciona conforme al mismo principio. Cuanto más alto<br />
gritamos, más aplausos recibimos. Poco a poco ya no nos importan los<br />
principios, nos mantenemos ocupados. Si tenemos tiempo de sobra,<br />
hacemos otras cosas correctas y aceptables para estar más alegres.<br />
Ojo, alegres, no felices. No hay nada más importante que mantenerse<br />
alegre. Entonces intentamos estar más ocupados, hablamos de<br />
cosas correctas y aceptables y pensamos que «mira, estoy ocupado, soy<br />
útil para el mundo y estoy alegre, qué bonita es la vida».<br />
Por fin desistió de bailar en la plaza ni pensar más sobre la<br />
felicidad. ¿Qué sé yo? Sobre todo en tal situación como hoy. ¿Cómo<br />
es posible que se me ocurre pensar en el tema de la felicidad?<br />
¿La vida puede ser más ridícula que eso? Mirando la plaza vacía,<br />
pareció que se acordó de algo. Levantó la cabeza hacia el cielo.<br />
No se veía la luna.<br />
Sin saber por qué, se sintió muy relajada y tranquila súbitamente.<br />
Esta sensación surgió en el momento que levantó la cabeza.<br />
¿Quizá gracias al cielo oscuro sin luna? A veces no quieres decirte<br />
nada a ti mismo, aunque una persona como ella había aprendido a<br />
comunicarse consigo misma desde pequeña, a veces también se quedaba<br />
en silencio consigo misma. Por ejemplo, ahora imaginó que se<br />
quedaba callada frente a otra persona que también era ella misma.<br />
Se miraban a los ojos sin palabras, como cuando después de una<br />
larga e intensa conversación dos amigas ya han dicho todo lo que<br />
| 57 |
tenían que decir y se quedan en silencio contentas y satisfechas<br />
jugando con las tazas en la mano.<br />
Terminó el autoanálisis, descubrió que las voces de su interior<br />
se habían callado, siguió sintiendo la misma tranquilidad y notó que<br />
el viento se había vuelto más fresco. Al fin y al cabo, es solamente<br />
abril, recordó. Lo que había pasado esos días le había hecho olvidar<br />
que el tiempo estaba cambiando y ahora el viento llevaba más<br />
humedad que marzo y ya se notaba el olor de verano que tanto le<br />
gustaba. De repente un niño montado en su monopatín pasó a su<br />
lado, y notó que ya había aparecido otra vez mucha gente en la plaza,<br />
y no sabía desde cuándo se habían encendido las farolas. Más tarde la<br />
plaza volvería a animarse, como cada noche del principio de verano.<br />
¿Verano? Casi olvidó que el verano estaba llegando y abril sería el<br />
último mes con viento fresco en esta ciudad.<br />
Se levantó y movió un poco las dos rodillas, sacó otra vez el<br />
papel mojado por sudor, lo arrugó y lo tiró sin mirar hacía una papelera<br />
de la calle. Empezó a dirigirse hacia la estación de autobús. Oyó<br />
de nuevo la música de la misma tienda que había pasado antes, pero<br />
como ahora ya estaba muy lejos, no pudo distinguir qué canción era,<br />
pero esta vez tampoco le importaba.<br />
| 58 |
COMO ARENA DEL DESIERTO<br />
ROBERTA MANDALÀ<br />
PALERMO<br />
Finalmente Eric había llegado. Lo había conseguido. Una imagen<br />
en una página de una revista en su despacho lo impresionó<br />
como un rayo por aquel contraste de colores casi cegador<br />
entre un cielo tan azul y unas montañas tan rojas y blancas. Sin<br />
embargo, no fue solo aquella combinación de tonalidades complementarias<br />
lo que suscitó su atención; el letrero publicitario debajo de la<br />
ilustración, «El Valle de la Luna en el desierto de Atacama, un lugar<br />
para quienes desean conocer la majestuosidad del silencio en un paisaje<br />
de extraña apariencia lunar», le pareció una invitación dirigida justo a<br />
él, que buscaba, sin tener aún conciencia, una aventura que pudiera demudar<br />
su vida y darle un sentido auténtico. Aquella figura fue suficiente<br />
para abrir un atisbo de luz en su existencia pálida. Sabía que el suyo no<br />
sería un simple viaje como turista, sino que representaba el Viaje, el que<br />
le permitiría perderse para luego encontrarse, confundirse para reconocerse<br />
o para conocerse realmente por primera vez.<br />
Nunca había sido capaz de cumplir importantes gestos<br />
repentinos que no fueran programados antes. En su vida siempre<br />
había planeado todo; metas, objetivos, compromisos e incluso sus<br />
relaciones interpersonales eran proyectadas y previstas. Pero en<br />
aquel momento no era ya su razón la que llevaba la voz cantante,<br />
sino una fuerza cada vez mayor dentro de él, que aún no conocía<br />
y que últimamente le causaba inquietud e insatisfacción general.<br />
Este estímulo le impulsó a partir inmediatamente sin vacilar en<br />
abandonar todo. Una existencia rica, el poder de un trabajo de<br />
| 59 |
gran prestigio como presidente de una empresa multinacional,<br />
muchas villas, propiedades, instrumentos y posibilidades, amistades<br />
útiles, amores fugaces y de conveniencia. Tenía todo, pero en<br />
realidad no era feliz para nada, así que empezó a reflexionar sobre<br />
el hecho de que la felicidad no pudiera consistir en tener cuantas<br />
más cosas posibles.<br />
Sentía que aún no había accedido a la verdad, que no conocía<br />
la felicidad. Le faltaba algo o quizá todo, todavía no lo sabía. Estaba<br />
inmerso en el mundo que siempre había deseado y que ahora le<br />
apretaba. Tenía que irse al desierto para huir de su mundo, que<br />
le parecía inútil y vano, lleno de hipocresías y falsedades. Incluso él<br />
lo era. Había aprendido a serlo para formar parte de esa sociedad,<br />
para obtener su merecido cargo. Pero su posición tan importante<br />
ya no le bastaba y cuanto más luchaba para llegar a lo alto, más se<br />
daba cuenta de que crecía el riesgo de precipitarse y hacerse daño.<br />
¿Qué quería más de la vida? No lo sabía, ni aún se conocía. Nunca<br />
habría imaginado que un viaje en un lugar tan remoto y salvaje pudiera<br />
cambiarle la vida.<br />
En el valle de la Luna en el desierto empezó su verdadero<br />
viaje interior, su examen introspectivo, su subida redentora a las<br />
montañas. No había nada, ni vida, ni humedad en ese rincón; estaba<br />
en el área más árida e inhóspita del planeta, fríamente hermosa e<br />
imponente con sus formaciones de roca y arena de colores distintos<br />
erosionadas por el agua y el viento que conformaban un paisaje de<br />
otro planeta. La irradiación solar era muy alta, sentía el sol que le<br />
quemaba y que le hacía sentir vivo al mismo tiempo. Todos sus<br />
sentidos percibían la vida, la tierra misma le hablaba y se sentía<br />
renacer, a partir de cada soplo de viento hasta el movimiento de<br />
un grano de arena o de las nubes en el cielo. Se dio cuenta de que<br />
antes había sido sordo y ciego a la belleza de la vida y del mundo y<br />
había perdido la capacidad de sentir la vida fluir dentro y fuera de él.<br />
| 60 |
Miraba a este espectacular entorno y los elementos naturales<br />
parecían reflejar partes de su existencia; las rocas eran sus convicciones<br />
infantiles, el sol la firme voluntad de alcanzar sus metas,<br />
iluminándole ahora un camino de esperanza y renacimiento. Todo<br />
evocaba lo que había sido y lo que habría podido llegar a ser. Cuanto<br />
más numerosos eran los granos de arena, más numerosas eran las<br />
oportunidades para redimirse. Aprendió otra vez a jugar y fantasear<br />
como los niños, que se sorprenden por cada cosa y muestran<br />
sus emociones sin vergüenza. La similitud del paisaje con la luna le<br />
atraía porque le permitía ver todo desde otra perspectiva, que antes<br />
desconocía y que era la correcta porque le comunicaba paz interior.<br />
Jugaba imaginando ser en el espacio. Se identificaba con los minerales<br />
y les decía: «Sin brazos y sin piernas mi cuerpo parecerá un<br />
cohete y vosotros seréis las estrellas».<br />
La verdad es que tampoco importa mucho constatar ahora la<br />
exactitud de todas esas evocaciones. En esos veinte días en el desierto<br />
toda su vida le pasó por delante. Pensaba en sus sueños inocentes de<br />
niño, todavía no contaminados por una sociedad corrupta. Se preguntaba<br />
si podría volver atrás y comenzar una vida nueva, pero la respuesta era<br />
que debía proseguir por donde estaba y mejorar. Se había transformado;<br />
eso importaba. A una gran altitud, donde faltaba el oxígeno, Eric se<br />
sentía libre y volvía a respirar. Antes había vivido dentro de una máscara<br />
que no le pertenecía, hecha de constricciones sociales y engaños. Todo<br />
estaba claro: había vivido una vida falsa, inflada al exterior y rica de<br />
todo pero vacía al interior como un balón lleno de aire, que tiene solo<br />
forma y ninguna sustancia. Cuanto más alto subía, más conciencia<br />
adquiría de los valores fundamentales. Vivir es aprender a amar.<br />
Esta voz advertía en su corazón. Tenía que dejar de ser un autómata<br />
para recuperar la capacidad de soñar, de ver como un niño que se<br />
maravilla por cada pequeño descubrimiento sobre el mundo, preparado<br />
para abrirse hacia el nuevo, capaz de mirar con los ojos del alma.<br />
| 61 |
Por primera vez, después de muchos años, Eric no se sintió solo,<br />
aún estándolo efectivamente; su real soledad la había experimentado cada<br />
día de su vida prestigiosa, pero no había sido capaz de nombrarla. Pensaba<br />
que no había podido sentirse solo transcurriendo todo su tiempo con<br />
gente pudiente pero falsa, que solía elogiarle para sus fines; sin embargo, solo<br />
esperaba que el tiempo pasara sin alegrarse de cada momento.<br />
Su estancia en el desierto le enriquecía, vivía cada instante con<br />
intensidad. Miraba a las escarpas de todos colores: verdes, azules,<br />
rojos, amarillos, y con los aspectos más diferentes y sorprendentes, a<br />
los cuales el sol hacía variar sus tonos en mil formas diferentes durante<br />
el día y especialmente en las horas crepusculares. Del amanecer<br />
al atardecer observaba la simple y asombrosa perfección del escenario<br />
natural; entre los lagos secos, cubiertos de un hermoso manto blanquecino<br />
de sal que parecían verdaderas esculturas y una gran<br />
variedad de cavernas, Eric percibía cada uno de los latidos de su<br />
corazón que le animaban comunicándole que estaba vivo. A partir<br />
de este contacto auténtico con la naturaleza entendió cual era su<br />
colocación en ese mundo. Se consideró por lo que era, un minúsculo<br />
grano de arena en el desierto, pero él también significaba algo muy<br />
importante. En ese contexto lunar, espectral, así extrañante del mundo aún<br />
estando en la Tierra y falto de vida, Eric recuperó la vida.<br />
Todo estaba claro: tenía que combatir sin renegar lo que era y<br />
que había sido, tenía que utilizar sus potencialidades para fines más<br />
elevados y para contribuir a mejorar la vida en todas sus formas. La<br />
felicidad consistía en el amor y la condivisión, en dar sin querer algo<br />
a cambio, respetar la creación y las criaturas. Sabía bien que esto habría<br />
implicado una lucha continua en contra de una sociedad enferma<br />
que había perdido la capacidad de escuchar el alma del mundo, clave<br />
de la alegría, pero eso no le daba miedo. Lleno de propósitos, Eric hizo su<br />
viaje de vuelta desde la Luna. No lo había soñado, volvía del espacio<br />
con un sentimiento casi desconocido en la Tierra, la esperanza.<br />
| 62 |
SOBRE SOBRES<br />
VANESSA ROQUE HENRIQUES<br />
SÃO PAULO<br />
Laura había trabajado todo el día. Caminaba por la calle sin<br />
importarse con la llovizna que caía muy lenta, como un velo<br />
translúcido sobre el paisaje de la ciudad. El cansancio la<br />
dominaba, por eso seguía en el ritmo de la lluvia, sin prisa de llegar<br />
a ninguna parte.<br />
Llegó, una cierta hora, a su casa. Cogió las llaves en su bolso<br />
y abrió la puerta con una fuerza débil, solo el suficiente para aquella<br />
puerta que conocía tan bien. Pero no fue lo bastante, una vez que<br />
una gran cantidad de cartas y folletos se acumulaba en el pasillo. «A<br />
ver que tenemos acá», pensó, casi diciendo.<br />
Había unos folletos de restaurantes y de clases de inglés, que Laura<br />
tiró a la basura de pronto. Unas postales de su hermano y unas revistas de<br />
su mamá completaban la colección, además de una carta sin remitente.<br />
Miró con curiosidad el sobre, que llevaba un montón de timbres y sellos.<br />
«Ha viajado mucho, el pobre. Más que yo, probablemente».<br />
Subía las escaleras sin atención, analizando la carta desde todos sus<br />
ángulos. No tenía remitente y la dirección estaba correcta, pero el nombre<br />
no era suyo ni de nadie de quien se acordaba en aquel momento:<br />
Clarisa. Solo en su casa vivían tres personas, y había un montón<br />
de vecinos… «Qué lío será encontrar esa Clarisa», dice, casi pensando.<br />
Preguntó a su mamá si conocía a alguna chica con ese nombre,<br />
pero la madre no se acordó de nadie. Había en el barrio Melisas,<br />
Claras, Raísas e incluso Claritas, pero ninguna Clarisa. Por días Laura<br />
caminó buscando a una persona que parecía no existir. A veces le<br />
daba rabia toda esa situación, e imaginaba a Clarisa riéndose de su<br />
esfuerzo de encontrarla.<br />
| 63 |
En las semanas siguientes, la cosa se complicó: nuevas cartas llegaron<br />
y, como la primera, venían siempre de lejos. Los timbres las<br />
denunciaban: Chile, Ecuador, Portugal, Francia. Todas sin remitente,<br />
con la misma caligrafía, su dirección y… Clarisa. Fue al correo, pero no<br />
podrían hacer nada sin el nombre de la persona que enviaba las cartas.<br />
Se puso a pensar en esta persona. ¿Quién sería el loco que<br />
envía cartas a alguien que no le contesta? ¿Por qué viajaba tanto? Tal<br />
vez un tipo que huyó de su casa y de su vida monótona para conocer<br />
el mundo. O una viejecita que no tiene amigos y pasa los días escribiendo<br />
a toda la gente. Una pareja buscando una novia que ya se olvidó<br />
de él —incluso le dio una dirección cualquiera, sin importarse<br />
con las consecuencias de tal acto.<br />
La verdad es que tampoco importa mucho constatar ahora<br />
la exactitud de todas esas evocaciones, puesto que Laura ya las<br />
había superado cuando llegó a su casa. No quería más adivinar quien<br />
era Clarisa, el remitente o la dirección, quería saber. Entonces cogió de<br />
golpe las cartas que se acumulaban sobre la mesa y se enclaustró en<br />
su habitación. Pensó, y luego lo dice en voz alta: «Ahora lo sabré».<br />
Agarró la primera de las cartas y rompió el sobre con cuidado,<br />
aunque su sangre hervía, con ganas de romperlo de cualquier<br />
manera. Dentro había una foto de un paisaje espectacular, tras la<br />
cual se leía «Laguna de Cuicocha - Ecuador». Laura pensó, por<br />
un instante, cuando había visto un sitio tan bonito con sus propios<br />
ojos, pero no logró acordarse de ninguna vez.<br />
El segundo sobre lo rompió más relajada, ya que no había<br />
ningún papel en el primero y, mismo sin saber por qué, sentía así<br />
que no había violado de forma tan brutal la intimidad de la pobre<br />
Clarisa. «Como Clarisa no existe, da igual», pensó rápidamente. En<br />
un pequeño trozo de papel se leía «sin brazos y sin piernas mi cuerpo<br />
parecerá un cohete y vosotros seréis las estrellas». Iba entre<br />
comillas, lo que llevó a Laura a pensar que se trataba de una poesía.<br />
| 64 |
En cada una de las correspondencias encontró un fragmento<br />
de un mosaico que no tomaba forma: fotos, flores, canciones,<br />
poemas, hojas, semillas, revistas, paquetes, dulces, etc. El remitente<br />
quería mucho a Clarisa, era indudable. Y la conocía muy<br />
bien —o, por lo menos, compartían gustos y recuerdos.<br />
Laura vio a su cama repleta de cosas que no le pertenecían,<br />
recordaciones de una vida que no era la suya. Se sintió sucia e<br />
indigna de tales rememoraciones. No pudo contener las lágrimas,<br />
que venían como un anuncio de su cuerpo: basta de pensar,<br />
obsesionarse, intentar comprender lo incomprensible. Siente.<br />
Aprecia. Vive.<br />
Su cuerpo estaba, por fin, relajado, tirado sobre la cama<br />
junto al contenido de los sobres. Terminaba así una inquietud que<br />
la estaba dominando por completo. Afuera hacía frío y una llovizna<br />
envolvía a todos como unas sábanas sin color. Mañana haría sol.<br />
| 65 |
ESTE LIBRO ES TAMBIÉN DE…<br />
… Jennifer Anne Farrimond • Vassiliki Gatsiou • Patrick Feliz • Françoise Espil<br />
• Irini Lambropolu • Mohamed Labiod • Jacques-Michel Lacroix • Stella Kirkou Panagopoulou<br />
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Takako Kunihara • Tianqi Zhang • Machane Skander • Ruth Warren • Olympia Theodosiou<br />
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Comtet • Pierre Tisnès • Jean-Claude Dobbelaere • Martine Asselain • Bertrande Picot •<br />
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Angelova • Josefa Erbin • Karina Carneiro Campelo de Souza • Salima Chikhaoui • Richard<br />
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Este libro nació en julio de 2013.