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unos minutos, estiró la mirada de los espectadores, en un movimiento vertical<br />
de sus cabezas más parecido al asombro que al miedo, como si todos<br />
deseásemos que aquello que contemplábamos significase el fin de nada y el<br />
comienzo de todo.<br />
Hubo un murmullo gigantesco, un susurro de miedo y preguntas sin<br />
respuesta. Fueron unos minutos, cortos y largos, finitos e inacabables, pero<br />
temblamos como niños. Hasta los futbolistas detuvieron su vigor, como si<br />
quisieran mostrar que ellos, auténticos dioses en la tierra, constructores de un<br />
choque para la historia, reconociesen el poder que no puede estar en otro sitio<br />
que no sea el Cielo.<br />
La noche pareció estrangular aquellos momentos erizados. Al día<br />
siguiente, los periódicos hablaron de globos sonda, de fenómeno inexplicable,<br />
de amenazas deseadas y temidas al mismo tiempo. Hubo quien se atrevió a<br />
mencionar esas naves circulares que cuadran a veces el espacio. Hubo quien<br />
no encontró ninguna respuesta, como no encontró Miguel Ángel, el portero<br />
madridista, ninguno de los balones que los zaraguayos y el catalán silverado<br />
alojaron en su arco. Eso, todo eso, quedará en nuestra memoria. Como quedó<br />
la premonición del hombre vertical, aquel que se acercó a un grupo de niños de<br />
barrio y les dijo que esa tarde el cielo iba a llorar y que iba a llover marrón. Se<br />
equivocó en el color, pero acertó cuando nos anunció que la tierra acogería el<br />
llanto del pasado para dibujar días más luminosos. Como este que respiramos<br />
hoy.<br />
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