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I.Relatos.Aupazaragoza

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minutos de alocada carrera en la selva, había algo que no terminaba de<br />

encajar. Sin dejar de correr, aguzó el oído con la intención de confirmar sus<br />

sospechas. Sí, era el inconfundible sonido de unos dientes frontales quebrando<br />

la cáscara de unas pipas. Se sorprendió a sí mismo rechazando amablemente<br />

el ofrecimiento de su compañero de tribuna, que insistía en tenderle su bolsa<br />

de pipas de girasol, argumentando que haría “más llevadero el suplicio de ver<br />

jugar a estos desustanciaos”.<br />

Durante un instante fijó la vista en el verde, donde Luis García se<br />

entretenía dando vueltas sobre sí mismo y ralentizando las contras. Trató de<br />

calmarse, pero su pulso se aceleraba al mismo ritmo que las taquicardias le<br />

bombardeaban el tórax. Notó las manos frías, pese a que llevaba unos gruesos<br />

guantes de lana, así que decidió apoyar las palmas en el asiento y sentarse<br />

sobre sus dorsos. Levantó la vista, pero el silencio del Municipal era tan<br />

inquietante que volvió a bajar la mirada a sus pies. Al hacer un leve contoneo,<br />

tratando acomodarse, percibió que sus guantes se habían adherido a la<br />

superficie del asiento, con motivo de la capa de suciedad que se acumulaba<br />

desde hacía temporadas.<br />

Oyó de nuevo los gritos guturales de quienes le perseguían. En su<br />

apresurada fuga se agachó para esquivar una rama de la que colgaba una<br />

tremenda serpiente. Sin dejar de correr, saltó un impresionante charco – que,<br />

sospechaba, podía esconder arenas movedizas – y al aterrizar de forma<br />

impecable se maravilló por su agilidad. Los últimos rayos de sol de la tarde se<br />

filtraban entre la arboleda, justo delante él, creando un maravilloso efecto de<br />

contraluz. Era como si la luz le esperara al final de su escapada, y estaba tan<br />

seguro de que iba a llegar a ella, que una inyección de euforia le brotó en el<br />

pecho, subió por su cuello y le estalló en la parte interior de las mejillas. Todo<br />

iba a ir bien.<br />

Cuando la falta de higiene del estadio le hizo desistir de calentarse las<br />

manos bajo su propio peso, decidió apoyarlas en sus rodillas. Mientras trataba<br />

de controlar unas nauseas cuyo origen sospechaba, no pudo evitar fijarse en la<br />

nuca del hombre que se sentaba delante de él. No le extrañó no reconocerle: el<br />

equipo afrontaba la recta final de la temporada, y ante la posibilidad de que se<br />

consumara el descenso a Segunda División B, la directiva había optado por<br />

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