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minutos de alocada carrera en la selva, había algo que no terminaba de<br />
encajar. Sin dejar de correr, aguzó el oído con la intención de confirmar sus<br />
sospechas. Sí, era el inconfundible sonido de unos dientes frontales quebrando<br />
la cáscara de unas pipas. Se sorprendió a sí mismo rechazando amablemente<br />
el ofrecimiento de su compañero de tribuna, que insistía en tenderle su bolsa<br />
de pipas de girasol, argumentando que haría “más llevadero el suplicio de ver<br />
jugar a estos desustanciaos”.<br />
Durante un instante fijó la vista en el verde, donde Luis García se<br />
entretenía dando vueltas sobre sí mismo y ralentizando las contras. Trató de<br />
calmarse, pero su pulso se aceleraba al mismo ritmo que las taquicardias le<br />
bombardeaban el tórax. Notó las manos frías, pese a que llevaba unos gruesos<br />
guantes de lana, así que decidió apoyar las palmas en el asiento y sentarse<br />
sobre sus dorsos. Levantó la vista, pero el silencio del Municipal era tan<br />
inquietante que volvió a bajar la mirada a sus pies. Al hacer un leve contoneo,<br />
tratando acomodarse, percibió que sus guantes se habían adherido a la<br />
superficie del asiento, con motivo de la capa de suciedad que se acumulaba<br />
desde hacía temporadas.<br />
Oyó de nuevo los gritos guturales de quienes le perseguían. En su<br />
apresurada fuga se agachó para esquivar una rama de la que colgaba una<br />
tremenda serpiente. Sin dejar de correr, saltó un impresionante charco – que,<br />
sospechaba, podía esconder arenas movedizas – y al aterrizar de forma<br />
impecable se maravilló por su agilidad. Los últimos rayos de sol de la tarde se<br />
filtraban entre la arboleda, justo delante él, creando un maravilloso efecto de<br />
contraluz. Era como si la luz le esperara al final de su escapada, y estaba tan<br />
seguro de que iba a llegar a ella, que una inyección de euforia le brotó en el<br />
pecho, subió por su cuello y le estalló en la parte interior de las mejillas. Todo<br />
iba a ir bien.<br />
Cuando la falta de higiene del estadio le hizo desistir de calentarse las<br />
manos bajo su propio peso, decidió apoyarlas en sus rodillas. Mientras trataba<br />
de controlar unas nauseas cuyo origen sospechaba, no pudo evitar fijarse en la<br />
nuca del hombre que se sentaba delante de él. No le extrañó no reconocerle: el<br />
equipo afrontaba la recta final de la temporada, y ante la posibilidad de que se<br />
consumara el descenso a Segunda División B, la directiva había optado por<br />
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