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La belleza - Editorial Octaedro

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Autora<br />

Alejandra Walzer es profesora titular de Comunicación<br />

Audiovisual en la Universidad Carlos<br />

III de Madrid. Además de licenciada en Psicología,<br />

doctora en Ciencias de la Información,<br />

y realizó un máster en Televisión Educativa. Su<br />

trayectoria se ha centrado fundamentalmente<br />

en dos campos: la investigación sobre el cuerpo,<br />

la estética y los medios de comunicación; y<br />

los estudios sobre la educación, la infancia y la<br />

televisión.


Alejandra Walzer<br />

la <strong>belleza</strong><br />

de la metafísica al spot<br />

editorial octaedro


olsillo · octaedro, núm. 9<br />

LA BELLEZA<br />

Primera edición en papel: septiembre de 2008<br />

Primera edición: noviembre de 2009<br />

© Alejandra Walzer<br />

© De esta edición:<br />

Ediciones OctAEDro, S.L.<br />

C/ Bailén, 5 - 08010 Barcelona<br />

Tel.: 93 246 40 02 - Fax: 93 231 18 68<br />

www.octaedro.com - octaedro@octaedro.com<br />

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta<br />

obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por<br />

la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita<br />

fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.<br />

ISBN: 978-84-9921-031-5<br />

Depósito legal: B. 43.977-2009<br />

Diseño y producción: Servicios Gráficos <strong>Octaedro</strong><br />

DIGITALIZACIÓN: EDITORIAL OCTAEDRO


… de lo terrible<br />

lo bello no es más que ese grado<br />

que aún soportamos. Y si lo admiramos<br />

es porque en su calma desdeña destruirnos.<br />

Rainier María Rilke, Elegías de Duino<br />

… lo inútil,<br />

cuyo valor esperamos ver<br />

apreciado por la cultura,<br />

no es sino la <strong>belleza</strong>.<br />

Sigmund Freud, El malestar en la cultura<br />

<strong>La</strong> <strong>belleza</strong> es, en el objeto,<br />

lo que lo designa para el deseo.<br />

Georges Bataille, El erotismo


Sumario<br />

Prólogo 13<br />

Agradecimientos 15<br />

Introducción 17<br />

primera parte: El devenir del concepto de <strong>belleza</strong> 23<br />

1. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong>: de la idea a los media 25<br />

2. Nuevos escenarios para la <strong>belleza</strong> 61<br />

segunda parte: Medios de comunicación y publicidad 79<br />

3. Industrias culturales y mass media 81<br />

4. Publicidad: el espectáculo de la mercancía 106<br />

tercera parte: <strong>La</strong> representación de la <strong>belleza</strong> 153<br />

5. De la <strong>belleza</strong> al embellecimiento 155<br />

6. <strong>La</strong> mujer, bello personaje de la publicidad 183<br />

7. Reflexiones finales 218<br />

Bibliografía 231<br />

Índice 245


Prólogo<br />

En la cultura clásica griega, una de las acepciones de kalós –<strong>belleza</strong>–<br />

identificaba a ésta con la bondad. Bondad es <strong>belleza</strong>. <strong>La</strong> autora<br />

del libro que tengo el orgullo de prologar es profundamente buena,<br />

buena en su búsqueda de la bondad como atributo intrínseco de la<br />

humanidad, al que todo ser humano puede aspirar. Esta profesora<br />

persigue ese atributo en cada momento de su tarea docente e investigadora<br />

y también cuando se enfrenta a su objeto de investigación<br />

o cuando debe convertir una rigurosa pesquisa en un libro capaz de<br />

seducir a sus lectores.<br />

<strong>La</strong> universidad mantiene su latido gracias a las buenas profesoras,<br />

gracias a los profesores buenos, comprometidos con su tarea y<br />

capaces, al mismo tiempo, de encandilar a sus alumnos. Esos maestros<br />

son capaces de transmitir con pasión los resultados de sus búsquedas<br />

y también los procesos que les han llevado a confrontar sus<br />

propias ideas con las de otros autores que les han precedido, marcando<br />

una ruta, abriendo pistas, mostrando las huellas, dejando rastros<br />

para que sus alumnos realicen a su vez sus propios hallazgos.<br />

Van a cumplirse 10 años de la llegada a España de Alejandra<br />

Walzer, una porteña, con sólida formación psicoanalítica, que recaló<br />

en este país para cursar un Máster de Televisión Educativa en la<br />

Universidad Complutense y que ha acabado convirtiendo Madrid en<br />

su casa. Quien esto escribe ha tenido la suerte de ser un testigo de<br />

excepción de una trayectoria profesional, tan impecable como sufrida,<br />

que sirve de metáfora del reconocimiento que debemos rendir<br />

a quien viene de fuera, a quien tiene la voluntad de confrontar su<br />

bagaje anterior con nuevas experiencias, sin miedo a la derrota.<br />

No hay definición que nos acerque a lo bello, no hay al menos una<br />

definición universalmente aceptada que defina lo que es bello. Esta<br />

es una de las hipótesis que sirven de punto de partida al texto de<br />

13


Walzer: <strong>La</strong> <strong>belleza</strong>: de la metafísica al spot. El texto original, escrito<br />

en 2003, precede a algunos de los ensayos recientemente publicados<br />

de Eco sobre la Historia de la <strong>belleza</strong> y la Historia de la fealdad.<br />

Autores tan relevantes como el propio Eco, Gombrich, Panofsky o<br />

Bodei, han afrontado el análisis de la representación de la <strong>belleza</strong> en<br />

las obras artísticas desde perspectivas más centradas en disciplinas<br />

particulares. ¿Qué es lo que tiene de original la propuesta de Alejandra<br />

Walzer? <strong>La</strong> autora se plantea explicar cómo ha evolucionado el<br />

concepto de <strong>belleza</strong> en Occidente y a partir de este repaso profundo<br />

y pormenorizado trata de dar respuesta a cómo se afronta la representación<br />

de la <strong>belleza</strong> en esta primera década del siglo xxi. Para<br />

este repaso se recurre a la Historia, la Historia del Arte, la Filosofía,<br />

la Estética, la Semiótica, la Sociología y el Psicoanálisis. Este largo<br />

recorrido culmina con el estudio de una de las formas de representación<br />

más características de nuestro tiempo: la creada por la publicidad.<br />

Para ello Walzer toma como muestra una serie de spots de<br />

productos de <strong>belleza</strong> e higiene emitidos en televisión, que sirven a la<br />

autora como barómetro en el que fundamentar su análisis.<br />

El libro está salpicado de bellos retazos que permiten un recorrido<br />

ameno, didáctico, sumamente placentero para el lector, un lector que<br />

siente que acompaña a la autora través de la emoción de sus propios<br />

descubrimientos. Hay citas clarificadoras, como ésta de Susan Sontag,<br />

en donde se proclama que «la mejor teoría de la <strong>belleza</strong> es su historia»,<br />

idea similar a la de Gadamer, que llega a la conclusión de que la <strong>belleza</strong><br />

invita a una reflexión sobre la tradición de nuestra propia historia.<br />

Como afirma la propia autora, la <strong>belleza</strong> no solo «ha sido destronada<br />

como categoría hegemónica del arte», sino que más allá de la<br />

postmodernidad, la representación de la <strong>belleza</strong> puede ser asociada<br />

con la inanidad y también con una cierta artificialidad tecnificada<br />

que es capaz de despiezar el cuerpo humano para convencernos de<br />

que lo bello puede ser retratado en una sucesión de planos detalle,<br />

culminando un proceso de violenta fragmentación que parece querer<br />

hacernos olvidar que la <strong>belleza</strong> fue en su día armonía integral.<br />

Agustín García Matilla<br />

Catedrático de Comunicación Audiovisual y Publicidad<br />

Universidad de Valladolid (Campus de Segovia)<br />

14


Agradecimientos<br />

Quiero expresar aquí mi agradecimiento sincero a las personas que<br />

han sido testigos, cómplices, compañeros, estímulo, apoyo o inspiración<br />

durante la realización de este libro. Recordarlos y reconocer<br />

a través de estas líneas la importancia que tienen para mí es motivo<br />

de muchos y diferentes sentimientos que se agolpan y emocionan<br />

las teclas con las que escribo estas palabras sentidas.<br />

Agradezco a Emilio Lledó por permitirme entrar un ratito en su<br />

mundo y por los comentarios que ha realizado a mi trabajo.<br />

A Michéle y Armand Mattelart por las conversaciones tan estimulantes<br />

y motivadoras en noviembre de 2002 en Madrid.<br />

A Beatriz Beckerman, mi profesora de pintura, que hace años<br />

me enseñó algo que por fin he podido resignificar: «no tener miedo<br />

a poner, y no tener miedo a quitar».<br />

Quiero agradecer de forma especial a Eduardo García Matilla. Él<br />

me ha abierto una puerta fundamental, imprescindible: la del trabajo,<br />

la legalidad. Nunca olvidaré su generosidad.<br />

A mis queridas hermanas: Gabriela y Roxana y a mis amigas y<br />

amigos del alma, esparcidos como polen: Débora Tolchinsky, Judith<br />

Elkes, Liliana Aizenstat, Adriana Florez, Diego Bergier, Miriam<br />

Kescherman, y a Carlos Lomas. Gracias a todos ellos por el cariño y<br />

las largas conversaciones.<br />

<strong>La</strong> realización de este libro me deparó un enorme placer: el<br />

de las lecturas. El encuentro con cientos de páginas llenas de inteligencia<br />

y sensibilidad han sido una provocación para el pensamiento<br />

pero también, y muy a menudo, fuente de felicidad.<br />

<strong>La</strong> elaboración de este texto, que tiene como punto de partida<br />

mi tesis doctoral, me llevó a recorrer páginas que han reavivado mi<br />

perplejidad, mi emoción y mi alegría. Entonces, y aunque no sea habitual,<br />

quiero decir mi enorme y gozoso agradecimiento a los auto-<br />

15


es que me han fascinado, por los buenos momentos compartidos y<br />

por provocar en el salón de mi casa unos diálogos imaginarios de los<br />

que espero dar testimonio.<br />

Finalmente quiero agradecer a Agustín García Matilla. <strong>La</strong> lista<br />

de motivos es larga y muy variada, algo que es muy fácil de comprender<br />

para cualquiera que lo conozca, pero muy difícil para quien debe<br />

expresarse con brevedad. En todo caso: gracias Agustín por la confianza<br />

y por el respeto, gracias por el estímulo y la amistad, gracias<br />

por ayudarme a soñar y por hacer que tantos sueños sean posibles.<br />

16


Introducción<br />

<strong>La</strong> <strong>belleza</strong> del mundo… tiene dos filos,<br />

uno de risa, otro de angustia,<br />

partiendo el corazón en dos.<br />

Virginia Woolf, Una habitación propia<br />

Escribir un libro sobre la <strong>belleza</strong> podría parecer un propósito temerario,<br />

incluso un despropósito. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong>… ¿acaso es posible decir<br />

algo sobre eso? Pero la <strong>belleza</strong> y lo bello sustantivan y adjetivan el<br />

universo. Al ser humano siempre le ha importado la <strong>belleza</strong>, la que<br />

existe y la que se crea, la de la naturaleza y la de las artes, la del cuerpo<br />

y la de su adorno, la de las ideas, los sonidos, los movimientos, las<br />

palabras, las imágenes.<br />

Giordano Bruno afirmó que «no existe nada que sea absolutamente<br />

bello, sino sólo para alguien». 1 Sin embargo, la dimensión<br />

personal del gusto que se despliega en los juicios sobre lo bello no<br />

ha amedrentado a lo largo de los siglos a los pensadores que han<br />

intentado delimitar y construir el concepto de <strong>belleza</strong>.<br />

En las últimas décadas numerosos autores han señalado que el<br />

largo deambular de lo bello por diferentes ámbitos se ha detenido<br />

y asentado en un nuevo terreno: el de la comunicación y, de forma<br />

paradigmática, en la publicidad.<br />

Para algunos lo bello ya no es una noción actual y sólo cabe postularla<br />

por detrás de otros valores como lo nuevo, lo interesante,<br />

lo expresivo, lo novedoso, lo espectacular o lo sublime. Desde este<br />

punto de vista, en la <strong>belleza</strong> resonarían hoy lejanos ecos, a veces<br />

inaudibles, de un pasado en el que rezumaba aspiraciones ideales:<br />

de verdad, de bondad, de armonía.<br />

Sin embargo, frente a un supuesto desprestigio o pérdida de vigor<br />

de la <strong>belleza</strong> en determinados ámbitos como el arte, hay otros<br />

escenarios en los que se ha vuelto hegemónica. Un discurso sobre la<br />

1. Citado por Tartarkjewicz, W. (1976), Historia de seis ideas, Tecnos, Barcelona,<br />

p. 243.<br />

17


elleza sobrevuela el mundo de las mercancías, de los cuerpos y de la<br />

comunicación. <strong>La</strong> cuestión de la <strong>belleza</strong> no deja de hacerse presente<br />

en nuestro lenguaje cotidiano, ni de manifestarse en la búsqueda de<br />

una estetización total a la que no escapa casi nada en los tiempos<br />

del design.<br />

Habiendo sido decretada su muerte en los dominios del arte<br />

por parte de las vanguardias, y frente al relativismo cultural que<br />

vacía de significado a los viejos valores (Sontag, 2003:7), la sociedad<br />

mass mediática se apropia de la <strong>belleza</strong> y la hace omnipresente.<br />

A su deslegitimación y desacralización en ciertos ámbitos se<br />

responde con la creación de nuevos motivos de culto y adoración<br />

que vuelven a subvertir la idea misma de la <strong>belleza</strong> y su puesta en<br />

escena.<br />

El interés por conceptualizar la <strong>belleza</strong> tiene un largo recorrido.<br />

A través de los siglos han cambiado los enfoques y las disciplinas a<br />

las que interesó, y también ha cambiado su estatuto, las formas de<br />

nombrarla, los ámbitos que habita, los elogios que suscita, las ambiciones<br />

y fantasías que despierta, los discursos que concita.<br />

Es indudable que nuestros valores estéticos guardan una estrecha<br />

relación con las configuraciones históricas, sociales, económicas y<br />

culturales. Estas configuraciones determinan, en buena medida, las<br />

condiciones materiales, semánticas y estéticas por las cuales la <strong>belleza</strong><br />

«seda a ver» al mismo tiempo que aquellas por las cuales la<br />

<strong>belleza</strong> «se enuncia» (Renaud, 1989:14 y ss.). Destacar el ensamble<br />

entre discursividad y visibilidad tiene la finalidad de proponer un<br />

enfoque complejo y problematizador sobre la <strong>belleza</strong>.<br />

Es preciso anticipar cuanto antes que este libro no se centra en<br />

un estudio de la <strong>belleza</strong> natural sino en la <strong>belleza</strong> creada, la que es<br />

el resultado de una acto humano de producción. Tampoco pretende<br />

realizar un estudio específico de la <strong>belleza</strong> literaria, sino que se encamina<br />

a su análisis en el campo de las imágenes visuales 2 y, más<br />

específicamente, audiovisuales.<br />

2. Esta diferenciación proviene de aquella que estuvo en vigor durante siglos<br />

entre poiesis y tekné, entre la tarea elevada de los poetas y la más utilitaria de los<br />

artesanos manuales. Evidentemente no se pretende reproducir aquí los motivos de<br />

distinción social que connotaban ambas actividades sino situar el centro de interés<br />

en los campos vinculados con la creación de imágenes visuales.<br />

18


Ciertamente existe una amplia bibliografía sobre esta materia:<br />

investigaciones de tipo crítico, ensayos teóricos, estudios históricos<br />

en general y de historia del arte en particular, etc. <strong>La</strong> filosofía,<br />

las matemáticas, la estética, la semiótica, la antropología, la sociología<br />

y el psicoanálisis son, entre otras, algunas de las disciplinas<br />

que se han entregado a este tipo de estudio. En el campo de<br />

las ciencias de la comunicación, aunque existe un buen número<br />

de investigaciones que centran su foco en las formas mediáticas<br />

de representación, la cuestión de la <strong>belleza</strong> suele ser abordada de<br />

forma tangencial. Cierta vecindad con este tema se encuentra en<br />

aquellos estudios que giran alrededor de la cuestión de la mujer,<br />

especialmente en el ámbito publicitario, y que buscan desvelar y,<br />

en ocasiones, también denunciar, tendencias discriminatorias y<br />

sexistas en las representaciones de género. En ellos, la cuestión<br />

de la <strong>belleza</strong> como reclamo es frecuentemente aludida, pero su<br />

concepto no constituye el objeto específico del análisis. Si bien es<br />

cierto que la <strong>belleza</strong> tiene un fuerte e indudable sesgo femenino<br />

y provoca una referencia casi automática a la mujer, a diferencia<br />

de lo que sucede en muchas de esas investigaciones, en ésta no<br />

constituye un objetivo de partida sino un elemento que, aunque<br />

insoslayable, no es fundacional.<br />

Son numerosos los autores que han indicado que la conceptualización<br />

de la <strong>belleza</strong> deberá acometerse en el futuro en el campo<br />

de las disciplinas de la comunicación y de la información, pero no<br />

suelen avanzar en ese propósito. Es que la cuestión de la <strong>belleza</strong><br />

podría considerarse como un tema poco urgente dado que, como<br />

afirma Emilio Lledó, no pertenece al grupo de elementos esenciales<br />

para la existencia humana y, en general, se la connota en un sentido<br />

próximo al del ornamento. Sin embargo, al no ser su presencia<br />

aparentemente necesaria para las personas, «… ha de justificarse<br />

con argumentos más fuertes y explicar con mayor claridad aún su<br />

origen y desarrollo. Adorno del ser, complemento del ser, llega, de<br />

alguna forma, a penetrar en niveles constituyentes de la realidad»<br />

(Lledó, 1992:166).<br />

¿Cuáles son los elementos a partir de los cuales se construye el<br />

concepto y la representación de la <strong>belleza</strong> que predomina en la actualidad<br />

en las sociedades occidentales? Esta es la pregunta que se<br />

intentará responder aquí.<br />

19


Se ha escogido una forma de trabajo y –como apreciará el lector<br />

o la lectora– la reflexión se desarrollará dentro de esos límites<br />

sabiendo que en este asunto, como en casi todos, es prácticamente<br />

imposible producir una teoría total. En cambio, se espera que manteniendo<br />

la fidelidad a los objetivos de trabajo propuestos se pueda<br />

avanzar hacia la construcción de lo que Donna Haraway denomina:<br />

«una experiencia íntima de las fronteras» (Haraway, 1995:310).<br />

Esta toma de posiciones introductoria tiene la pretensión de<br />

acotar un tema de una enorme envergadura y que, sin claras delimitaciones<br />

previas, podría convertirse en una serpentina a la que es<br />

difícil encontrar el principio y el final, o incluso la finalidad.<br />

Quien se acerca a estas páginas puede trazar su propio itinerario<br />

de lectura. El viaje puede realizarse a la manera tradicional comenzando<br />

por el principio y siguiendo el orden de capítulos hasta<br />

concluir. <strong>La</strong> decisión de adentrarse de esta forma permitirá recorrer<br />

íntegramente el trabajo de construcción conceptual y análisis que se<br />

propone. El camino es arduo y conduce, de la mano de la idea de <strong>belleza</strong>,<br />

a través de numerosos siglos y disciplinas. <strong>La</strong> estructuración<br />

del libro en tres partes tiene la finalidad de organizar y agrupar los<br />

contenidos. También permite la selección de temas favoritos para<br />

la lectura. <strong>La</strong> primera parte, «El devenir del concepto de <strong>belleza</strong>»,<br />

está dedicada a la construcción y configuración del escenario en el<br />

cual planteamos la cuestión de la <strong>belleza</strong> hoy. Para ello es necesario<br />

conocer los importantes puntos de inflexión en las formas de pensar<br />

lo bello en occidente. En un recorrido transdiciplinar que apela a la<br />

historia del arte, a la filosofía, a la sociología, al psicoanálisis y a las<br />

ciencias de la comunicación, se despliega el deslizamiento conceptual<br />

que vertebra y da cohesión a estos planteamientos con la guía<br />

de tres ejes: la <strong>belleza</strong> como categoría (el concepto de <strong>belleza</strong>), su<br />

producción (el concepto de arte y artista) y la recepción (el concepto<br />

de goce estético).<br />

En los capítulos de la segunda parte, «Medios de comunicación y<br />

publicidad», se entra de lleno en los dominios de la sociedad actual,<br />

densamente mediatizada y en la que la profusión de imágenes contituye<br />

una de sus señas destacables. Para ello se aborda el estudio<br />

de los diferentes procesos, variables e instrumentos que configuran<br />

los nuevos rasgos del escenario en el que la <strong>belleza</strong> tiene su ámbito<br />

dominante de producción e inscripción. El análisis se centra en la<br />

20


ponderación del lugar estratégico que la televisión y la publicidad<br />

que en ella se emite ocupan en las dinámicas de la cultura cotidiana<br />

de las mayorías y en los modos de construcción de imaginarios al<br />

servicio de los intereses del mercado. Además de presentar y justificar<br />

que el spot publicitario constituye una pieza privilegiada en la<br />

que analizar las formas de representar lo bello en la actualidad, se<br />

establece un contrapunto entre el mundo de la producción mediática<br />

y el territorio de las artes. Los tres vectores que guiaban los pasos<br />

en la primera parte (el concepto de <strong>belleza</strong>, el de arte y artista, y el<br />

de goce estético) son retomados para poner en negro sobre blanco<br />

las transformaciones que se han operado en el escenario en el cual<br />

se propone analizar la representación de la <strong>belleza</strong>. Se acabará descubriendo<br />

que, a lo largo de las páginas, nuevos trayectos han sido<br />

recorridos: «del arte al espectáculo», «de la firma al pack shot» 3 y «del<br />

goce estético al consumo mediático».<br />

Por último, los tres capítulo finales, agrupados bajo el título<br />

«<strong>La</strong> representación de la <strong>belleza</strong>», presentan a partir del análisis<br />

de spots de productos de <strong>belleza</strong> e higiene cuáles son las tendencias<br />

más sobresalientes que, en materia de caracterización y narración<br />

de lo bello, se ponen en escena a través de la publicidad. Cinco grandes<br />

núcleos conceptuales, establecidos en virtud de su relevancia e<br />

insistencia, permiten pintar este panorama: 1. <strong>belleza</strong> y consumo;<br />

2. <strong>belleza</strong> y mujer; 3. <strong>belleza</strong> y seducción; 4. <strong>belleza</strong> y tecnociencia;<br />

5. bellos fragmentos. Así se cierra un recorrido que, iniciado en el<br />

tránsito desde la metafísica al spot, concluye con otro deslizamiento,<br />

en este caso: «desde la <strong>belleza</strong> al embellecimiento».<br />

Quien recorra estas páginas podrá constatar que la profunda<br />

imbricación de la cuestión de la <strong>belleza</strong> en la realidad hace que deba<br />

considerarse, frente a posibles críticas de liviandad, como un asunto<br />

de una gran seriedad: más heavy que light, la <strong>belleza</strong> no es tan sólo<br />

un bello tema.<br />

3. Se denomina pack shot al plano del spot en el cual se incluyen el nombre de la<br />

marca y del producto anunciado y su imagen. En general suele ubicarse al final del<br />

spot, pero en algunos casos se repite más de una vez a lo largo de la pieza.<br />

21


primera parte<br />

El devenir del concepto de <strong>belleza</strong><br />

23


1. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong>: de la idea a los media<br />

<strong>La</strong> <strong>belleza</strong> consiste en la medida y en el orden,<br />

por lo cual no puede resultar hermoso<br />

ni un animal demasiado pequeño…,<br />

ni tampoco excesivamente grande.<br />

Aristóteles<br />

Hazme el favor divino de decirme, ¡oh Amor!,<br />

si mis ojos ven la <strong>belleza</strong> verdadera<br />

o si la llevo dentro de mí…<br />

Miguel Ángel Buonarroti<br />

1. ¿Es posible definir la <strong>belleza</strong>?<br />

<strong>La</strong> mejor teoría de la <strong>belleza</strong><br />

es su historia.<br />

Susan Sontag<br />

El propósito de este capítulo es introducir los primeros elementos<br />

que permitan establecer cierta racionalidad en la indagación sobre<br />

el concepto de <strong>belleza</strong>. <strong>La</strong> selección de esos criterios reviste cierta<br />

complejidad dada la naturaleza del asunto. Ciertamente la cuestión<br />

de la <strong>belleza</strong> resulta muy cercana a todas las personas, tanto en lo<br />

que se refiere a la experiencia de lo bello como a la emisión de juicios<br />

relativos a esa experiencia. Sin embargo, como señala Remo Bodei,<br />

una pequeña investigación nos llevaría «… a la embarazosa conclusión<br />

de que apenas tenemos una intuición pobre, vaga y difícilmente<br />

articulable de tales conceptos» (Bodei, 1995:13).<br />

<strong>La</strong> pretensión de plantear una reflexión sistemática sobre lo bello<br />

supone enfrentarse de inmediato con un primer hecho paradógico:<br />

si bien el tema produce una asociación casi inmediata al dominio<br />

de las artes, las reflexiones fundantes sobre la <strong>belleza</strong> se sitúan históricamente<br />

antes del surgimiento de la idea misma de arte.<br />

Existe consenso acerca de que la indagación sobre lo bello se inició<br />

en el terreno de la filosofía y de la reflexión moral. En este proce-<br />

25


so se sucedieron movimientos muy diversos y extendidos a lo largo<br />

de siglos que, por fin, dieron lugar a la inauguración de una disciplina<br />

propia, hacia 1750, con la creación de la estética filosófica.<br />

<strong>La</strong> trayectoria histórica del concepto de <strong>belleza</strong> ha dejado improntas<br />

duraderas en la idea que las personas construyen acerca de<br />

lo bello. Seguramente un hombre del Renacimiento difícilmente<br />

juzgaría como bella una obra de arte de las vanguardias del siglo xx.<br />

Sin embargo, en el siglo xxi se siguen juzgando como bellas obras<br />

realizadas durante la antigüedad griega. <strong>La</strong> historicidad es pues una<br />

de las características propias del pensamiento sobre la <strong>belleza</strong> porque<br />

conduce a una reflexión sobre toda la tradición de nuestra propia<br />

historia (Gadamer, 1977:44 y ss.).<br />

Resaltar tan pronto esta condición histórica requiere una aclaración:<br />

no se busca abonar aquí una hipótesis de tipo evolucionista que<br />

pretenda que la idea de <strong>belleza</strong> haya ido progresando a lo largo de la<br />

civilización hasta llegar a un supuesto estado ideal, de pulimiento<br />

o de perfección. Más bien se comprueba que numerosos autores que<br />

han reflexionado sobre este asunto han considerado insoslayable la<br />

valoración del devenir histórico en la construcción del concepto de<br />

lo bello. Pero este devenir no se cristaliza si no que permanentemente<br />

se actualiza, cambia y sorprende con nuevas formas de <strong>belleza</strong><br />

(Bodei, 1995:157).<br />

<strong>La</strong> idea de historicidad que se propone para el concepto de <strong>belleza</strong><br />

no se basa en el interés arqueológico o biográfico que puede, en<br />

ocasiones, alentar al historiador del arte (Panofsky, 1955:29-30). En<br />

cambio, la organización cronológica que se propone tiene el fin de<br />

contribuir a la valoración de un deslizamiento histórico que pone en<br />

juego la dialéctica del concepto:<br />

El devenir no es la historia; todavía hoy la historia designa únicamente<br />

el conjunto de condiciones, por muy recientes que estas sean, de las que<br />

uno se desvía para devenir, es decir, para crear algo nuevo. (Deleuze y<br />

Guattari, 1972:97)<br />

Como se verá a continuación, la cualidad histórica que aquí se<br />

destaca está estrechamente vinculada con la pregunta que inaugura<br />

este apartado, una pregunta acerca de si es posible definir la <strong>belleza</strong>.<br />

¿Es posible definirla?<br />

26


En su libro <strong>La</strong> definición del arte, Umberto Eco llama la atención<br />

sobre algunas cuestiones que parece pertinente transpolar a la reflexión<br />

sobre la <strong>belleza</strong>. En primer lugar una alusión al «carácter<br />

procesual» de estas ideas, lo cual implica la existencia de una dialéctica<br />

que conduce a crear determinadas categorías aptas para reconocer<br />

ciertos fenómenos y moverse entre ellos. Eco denomina a esto<br />

«actividad filosófica» para distinguirla de la filosofía en sentido estricto<br />

y señala que esta labor sólo es realizable si «nos damos cuenta<br />

de su historicidad». Añade que esta historicidad implica, incluso, al<br />

propio investigador (Eco, 1968b:150). Es preciso, entonces, asumir<br />

la parte que nos corresponde.<br />

Esta sensibilidad hacia la perspectiva histórica pone en evidencia<br />

la condición de transitoriedad de las definiciones que se han<br />

construido alrededor del tema de la <strong>belleza</strong>. Theodor Adorno lo<br />

manifiesta afirmando que lo bello constituye una «perfecta antinomia»<br />

ya que no pudiendo definirse, tampoco es posible renunciar a<br />

su concepto, ni prescindir de la pretensión de formularlo según lo<br />

que denomina «la fatal universalidad». Entonces, para evitar caer<br />

en un historicismo vacío y parcial, es imprescindible disponer de<br />

categorías estéticas que permitan avanzar en el discernimiento del<br />

concepto:<br />

… se va modificando la imagen de la <strong>belleza</strong> a lo largo de una historia<br />

que es autoesclarecedora. <strong>La</strong> formalización de lo bello es un momento<br />

de equilibrio que es constantemente destruido, porque lo bello no puede<br />

retener la identidad consigo mismo, sino que tiene que encarnarse<br />

en otras figuras que, en ese momento de equilibrio, se le oponían.<br />

(Adorno, 1970:74 y ss.)<br />

Eco contribuye a consolidar esta argumentación afirmando que<br />

una definición tiene unos límites precisos: los de ser una generalización<br />

de experimentación, no verificable y susceptible de ser alterada<br />

en otro contexto histórico y que, tarde o temprano puede toparse<br />

con un fenómeno que pueda contradecirla obligándola a reestructurarse<br />

(Eco, 1968b:153).<br />

Una tercera opinión es la de Remo Bodei. Este autor introduce el<br />

tema admitiendo que:<br />

27


… se trata de nociones complejas y estratificadas, pertenecientes a registros<br />

simbólicos y culturales no del todo homogéneos; reflejo grandioso<br />

de dramas y deseos que han conmovido a los hombres y a las mujeres<br />

de todos los tiempos. (Bodei, 1995:14)<br />

Este comentario es bastante elocuente y anticipa su posición<br />

respecto a la posibilidad de definir. Su argumentación en contra es<br />

explícita, sin embargo, en la cita que se incluye a continuación, se<br />

presenta un tercer elemento que supone una alternativa que permite<br />

liberarse de la inacción: se trata de recurrir a modelos e instrumentos<br />

de interpretación,<br />

… a pesar de todos los modelos y de los instrumentos de interpretación,<br />

no en vano construidos, para acercarnos a lo bello, no se puede<br />

dar una definición cabal de él. (Bodei, 1995:157) 4<br />

A estos autores los une un consenso acerca de la imposibilidad<br />

de alcanzar una definición de la <strong>belleza</strong> de carácter universal. Cada<br />

uno propone caminos que se intentará plantear partiendo de la convicción<br />

de que los conceptos son una materia viva, cambiante y, por<br />

ello, sus contornos no son trazados de una vez y para siempre sino<br />

que son irregulares (Deleuze y Guattari, 1991:85). Así es como:<br />

… el devenir es el concepto mismo. Nace en la historia, y se sume de<br />

nuevo en ella, pero no le pertenece. No tiene en sí mismo principio ni<br />

fin, sólo mitad. (Deleuze y Guattari, 1991:113)<br />

Además, intentar definir la <strong>belleza</strong> puede entrañar un gran peligro<br />

porque si se parte de pre-juicios academicistas y teóricos, éstos<br />

pueden obturar la sensibilidad y la capacidad para discernir. Es necesario<br />

evitar un pensamiento pre-fabricado, lo que Aumont llama<br />

«comprensión informada». En consecuencia, el devenir histórico<br />

que se presenta a continuación no tiene por fin realizar una descripción<br />

minuciosa ni extensa del tema de la <strong>belleza</strong>. Su objeto es, en<br />

cambio, indicar los puntos gruesos de inflexión que van señalando<br />

el deslizamiento del concepto hacia nuevos escenarios y que conducen<br />

hasta el objeto de nuestro interés. Es el momento, entonces,<br />

4. <strong>La</strong> negrita es nuestra.<br />

28


de establecer con la mayor claridad posible algunos instrumentos<br />

interpretativos que permitirán avanzar hacia el concepto de <strong>belleza</strong><br />

que, tal como se ha indicado, es el de su propio devenir.<br />

2. El devenir del concepto de <strong>belleza</strong>: la idea, la sensación, la industria<br />

Tres grandes etapas organizarán aquí el devenir del concepto de<br />

<strong>belleza</strong>. En primer lugar se sitúa el período que se inicia en la Antigüedad<br />

griega y se detiene en los umbrales del Neoclasicismo (es<br />

decir, entre los siglos iii a.C. y xvii de nuestra era). Su característica<br />

sobresaliente ha sido el planteamiento del concepto de <strong>belleza</strong> desde<br />

un pensamiento filosófico, moral y matemático. A continuación,<br />

en el siglo xviii, se crea la estética, disciplina filosófica especializada<br />

en el estudio de la sensación y el gusto, primordialmente en<br />

relación con la obra de arte. Más tarde, durante la modernidad, se<br />

produce una ruptura impulsada por las nuevas corrientes artísticas<br />

de Vanguardia en el marco de la emergente sociedad industrial y<br />

mediática.<br />

Ciertamente plantear este recorrido que abarca muchos siglos<br />

no está exento de riesgos. Una vez más, el tema de la <strong>belleza</strong> podría<br />

escurrirse en infinidad de detalles y de temas interesantísimos pero<br />

inabarcables. Para evitar los riesgos, y respondiendo a los objetivos<br />

de este libro, se propone discernir tres elementos que, a modo de<br />

eje, guíen el desarrollo del tema. Estos tres vectores son: el devenir<br />

del concepto de <strong>belleza</strong>, el devenir del concepto de arte y artista y,<br />

por último, el devenir del concepto de goce estético. Estos tres ejes<br />

tendrán continuidad en las consideraciones ulteriores sobre la <strong>belleza</strong><br />

transformándose en una pregunta por el autor y por el receptor<br />

en los medios de comunicación de masas y, específicamente, en la<br />

publicidad televisiva.<br />

En este capítulo se presentan contenidos arduos para el lector no<br />

especializado en estas materias. Sin embargo, el desarrollo de estos<br />

conceptos tiene un valor fundamental para lograr comprender los<br />

escenarios pasados y para construir una caracterización sólida del<br />

momento actual. Al final se juzgará si el esfuerzo ha merecido la<br />

pena.<br />

29


2.1 <strong>La</strong> Idea 5<br />

<strong>La</strong> preocupación por la <strong>belleza</strong> es anterior a la creación de la estética<br />

como disciplina y del arte más allá de su faceta práctica o tecné. 6 Su<br />

inicio se sitúa en la civilización griega. Ni los pueblos prehistóricos<br />

ni las civilizaciones antiguas pensaban en términos de goce estético<br />

o <strong>belleza</strong>, para ellos lo bello tenía un significado afín al campo de lo<br />

mágico. Ha señalado Rafael Argullol que en el hombre primitivo la<br />

magia y la <strong>belleza</strong> estaban unidas en una auténtica simbiosis entre<br />

pensamiento mítico y conciencia estética. <strong>La</strong>s grandes civilizaciones<br />

antiguas (Egipto, Mesopotamia, China, India y América precolombina)<br />

han respondido a un modelo que puede llamarse: estética<br />

de lo sagrado. El propósito de sus creaciones era plasmar su mundo<br />

mítico-religioso, el universo de sus dioses y la relación de los hombres<br />

con las divinidades.<br />

A partir del desarrollo de la cultura griega se opera una metamorfosis<br />

fundamental en el concepto de lo bello, que queda<br />

desligado de la estética de lo sagrado, inaugurándose una nueva<br />

etapa que pondrá el eje ya no en la divinidad sino en el hombre<br />

(Argullol, 1989:32-44). Por esta razón se considera que Grecia ha<br />

sido no sólo la cuna del pensamiento sobre la <strong>belleza</strong> sino también<br />

el punto de inflexión histórico que produjo la ruptura con la concepción<br />

mítica. Tanto la filosofía platónica, que asocia lo moral, lo<br />

bueno, lo justo y lo verdadero con la <strong>belleza</strong>, como los postulados<br />

pitagóricos que establecen que la armonía y la proporción son sus<br />

parámetros, impregnan el pensamiento de occidente en esta materia<br />

aún hoy.<br />

En este epígrafe se agrupan casi veinte siglos de historia que<br />

abarcan períodos que han tenido notables diferencias entre sí y que,<br />

en otro tipo de análisis, ameritarían una consideración diferenciada,<br />

como es el caso de la Antigüedad, la Edad Media, el Renacimiento,<br />

el Manierismo, el Barroco y el Rococó. Sin embargo, a pesar de<br />

esas diferencias significativas, un hilo conductor los une y cohesio-<br />

5. El título de esta sección hace alusión directa a la célebre obra de Erwin Panofsky,<br />

Idea (1924-1989), Ediciones Cátedra, Madrid.<br />

6. Tecné designa el hacer pero cuando es realizado con sabiduría (Gauss,<br />

1997:94).<br />

30


na: las diferentes formas de entender que la idea alumbra la <strong>belleza</strong><br />

y que el número le da proporción.<br />

2.1.1 El concepto de <strong>belleza</strong><br />

Existe un amplio consenso entre historiadores y especialistas en<br />

teorías del arte acerca de cuáles han sido los hitos fundamentales<br />

en la conceptualización de la <strong>belleza</strong>. 7 Para ellos, las investigaciones<br />

acerca del significado específico de kalós 8 en el mundo helénico no<br />

son muy esclarecedoras dado que es difícil sistematizar la variedad<br />

de contextos en los que el término es aplicado (Argullol, 1989:11).<br />

Lo bello en Grecia no es el arte, ya que éste ha sido desconocido<br />

como tema autónomo dentro de la polis y tekné era una designación<br />

genérica que se aplicaba a cualquier hacer de tipo razonado. ¿Qué<br />

era lo bello en Grecia? Los textos legados por los filósofos dan cuenta<br />

de cómo el sentido de lo bello ha ido evolucionando. Si bien es<br />

cierto que desde el punto de vista de la historia del arte se destaca<br />

hoy que lo que se produjo en Grecia fue una metafísica de lo bello, los<br />

filósofos griegos no eran conscientes de ello, es más, así como no<br />

disponían del concepto de arte, tampoco conocían el término metafísica,<br />

una denominación que fue creada probablemente por Andrónico<br />

de Rodas alrededor de los años 60-50 a.C. Andrónico dio a<br />

conocer la obra de Aristóteles, quien vivió entre los años 384 y 322<br />

a.C. Queda así en evidencia que el estagirita, considerado el padre<br />

de la metafísica, ni siquiera disponía de este concepto o, al menos, de<br />

esta denominación.<br />

En El Banquete, un grupo de hombres se reúne para hablar del<br />

amor. <strong>La</strong> cuestión de la <strong>belleza</strong> atraviesa el testimonio de Sócrates,<br />

quien habla, según dice, a través de las palabras de Diótima. En su<br />

discurso pasa del amor por un hombre joven y bello a la <strong>belleza</strong> que<br />

hay en todos los jóvenes bellos: «la esencia de la <strong>belleza</strong> eterna» (<strong>La</strong>can,<br />

1960b:153).<br />

7. Ver en: Panofsky, 1924; Panofsky, 1955; Adorno, 1970; Tatarkiewicz, 1976;<br />

Argullol, 1989; Barasch, 1991; Bodei, 1995; Aumont, 1998; Lynch, 1999; Eco,<br />

2001.<br />

8. <strong>La</strong> palabra griega kalos no significa –en sentido estricto– <strong>belleza</strong> sino que se<br />

usa para referirse a aquello que gusta o atrae (Eco, 2004:56).<br />

31


… que quien pretenda ir por el camino recto hacia ese objetivo empiece<br />

desde joven a encaminarse a los cuerpos bellos […] Luego que comprenda<br />

que la <strong>belleza</strong> que hay en un cuerpo cualquiera es hermana de la que<br />

hay en otro cuerpo, y que si se debe perseguir la <strong>belleza</strong> de la forma, es<br />

una gran insensatez no considerar que es una sola y la misma <strong>belleza</strong><br />

que hay en todos los cuerpos […] Después de esto, considerar más<br />

preciosa la <strong>belleza</strong> que hay en las almas que la que hay en el cuerpo, de<br />

suerte que, si alguien es virtuoso de alma, aunque tenga poca lozanía,<br />

le baste para amarlo […] contemplar la <strong>belleza</strong> que hay en las normas de<br />

conducta en las leyes […] Después de las normas de conducta debe conducirlo<br />

a las ciencias para que vea así mismo la <strong>belleza</strong> que hay en estas<br />

[…] vuelto hacia el extenso mar de la <strong>belleza</strong> y contemplándolo, procree<br />

muchos, bellos y magníficos discursos y pensamientos en inagotable<br />

amor por la sabiduría. (Platón: 210 a, b, c, d)<br />

<strong>La</strong> afirmación de que la <strong>belleza</strong> era en la antigüedad un concepto<br />

metafísico, de tipo suprasensible, no debe entenderse como la<br />

constatación de que Grecia viviera de espaldas al contacto con<br />

la <strong>belleza</strong> y con los objetos bellos. Como afirma el profesor Emilio<br />

Lledó, la <strong>belleza</strong> en Grecia también estaba ligada a la utilidad: los<br />

animales, los objetos, los vestidos, las armas, las ánforas, los puertos.<br />

No podemos ignorar que el planteamiento socrático introduce<br />

«… las cosas desde muy arriba, hasta captar cómo interviene en el<br />

orden del mundo… » (<strong>La</strong>can, 1960b:153). Amar la <strong>belleza</strong> que hay<br />

en un hombre joven hace amar la <strong>belleza</strong> que hay en todos los cuerpos,<br />

lo cual no es otra cosa que la <strong>belleza</strong> eterna. Sócrates, en definitiva,<br />

articula todo el discurso de Diótima sobre la <strong>belleza</strong> «como<br />

una ilusión, un espejismo fundamental, mediante el cual el ser perecedero<br />

y frágil se sostiene en la búsqueda de su perennidad… »<br />

(<strong>La</strong>can, 1960b:151).<br />

Por otra parte, la filosofía griega asoció muy pronto lo bello con lo<br />

bueno. En Grecia antigua se denominaba kalós y en Roma pulchrum<br />

a lo que en castellano denominamos bello, término que procede de<br />

bellum cuyo origen es bonellum (Tatarkiewicz, 1976:153 y ss.). Esta<br />

coincidencia esencial que une lo bello con lo bueno sitúa a la <strong>belleza</strong><br />

también en un territorio moral. Según Umberto Eco, en Grecia no se<br />

contaba con una auténtica categoría de la <strong>belleza</strong> ya que los antiguos<br />

la asociaban a cualidades que, como ya hemos mencionado, trascendían<br />

lo puramente estético (Eco, 2004:37).<br />

32


Los aspectos matemáticos que ponen el énfasis en la proporción<br />

y en la interrelación y ordenamiento de las partes como condición<br />

de la <strong>belleza</strong> corresponden a los postulados pitagóricos en los que el<br />

número es considerado como la medida de lo bello y para los que la<br />

naturaleza y la armonía del universo constituyen su principal referencia.<br />

Por esta razón se considera que lo bello es una evidencia de<br />

la armonía.<br />

También es preciso aclarar que en Grecia no se trata necesariamente<br />

de que lo bello lo sea para alguien que lo reconozca como tal:<br />

Los fundadores de la Gran Teoría, los pitagóricos, Platón y Aristóteles<br />

afirmaron todos que la <strong>belleza</strong> era un rasgo de las cosas bellas; ciertas<br />

proporciones y disposiciones son bellas en sí mismas y no porque resulte<br />

que apelen al espectador o al oyente. (Tatarkiewicz, 1976: 162)<br />

Es necesario destacar la paradoja que supone el que, en una de<br />

las épocas en las que se ha dado una mayor materialización de lo<br />

que hoy denominamos arte occidental, cierta filosofía trasladara la<br />

reflexión sobre lo bello al terreno de las ideas, es decir, a una esfera<br />

de la intelección de la que los seres humanos estaríamos separados<br />

por la «frontera engañosa» que imponen los sentidos. Esta característica<br />

es la que ha hecho que muchos aseguraran que la <strong>belleza</strong> era<br />

para los griegos un contenido suprasensible. En efecto, a pesar de<br />

la cualidad perceptible de lo bello, se considera que los sentidos no<br />

logran captarlo completamente porque su expresión, la de la <strong>belleza</strong>,<br />

no se daría de modo total a través de las formas sensibles (Eco,<br />

2004:56). <strong>La</strong> Belleza con mayúscula, la <strong>belleza</strong> en sí, pertenece al<br />

«mundo ideal» platónico. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong> con minúscula, la <strong>belleza</strong> concreta<br />

de la que participan los objetos bellos, pertenece al «mundo<br />

sensible».<br />

Platón estableció una diferenciación entre poiesis y tekné, diferenciación<br />

que hizo que algunos filósofos hayan visto en su pensamiento<br />

un ataque a las artes figurativas, también llamadas miméticas.<br />

Platón consideraba que la poiesis, a diferencia de las artes<br />

figurativas, no se centraba en la mimesis o imitación de la realidad<br />

(característica de las imágenes), sino que en ella lo decisivo era la<br />

creación, es decir: «… la representación de una realidad determinada,<br />

cuya esencia no consistía en la imitación […] sino en hacer<br />

33


surgir una realidad, en la que los seres que en ella apareciesen, adquiriesen<br />

sentido en la órbita de una nueva realidad creada» (Lledó,<br />

1961:134). El artista manual, en cambio, no tenía el acceso al logos<br />

o a las ideas ya que realizaba una imitación que, en el caso de estar<br />

bien hecha, daba por resultado una copia del mundo fenoménico<br />

(Panofsky, 1924:14 y ss.). Si el trabajador violentaba las reglas matemáticas<br />

de la proporción, su tarea quedaba desmerecida y sancionada<br />

por constituir una contribución al engaño de nuestra vista y al<br />

aumento de la confusión.<br />

El concepto de Idea 9 que da nombre a este apartado y que busca<br />

connotar algunas características del pensamiento sobre la <strong>belleza</strong> a<br />

lo largo de estos siglos, ha tenido un largo y complejo recorrido en<br />

el pensamiento filosófico de la antigüedad griega. Se han planteado<br />

posiciones que iban desde su conceptualización como algo no temporal,<br />

de carácter eterno, asentado en la razón y en el pensamiento<br />

suprasensible, hasta otras, como la de Aristóteles, que identificaba a<br />

la idea con la forma en general y con la forma íntima en particular,<br />

una forma íntima que no es eterna sino que reside en el alma del<br />

artista, donde habita antes de ser trasladada a la materia. Para Aristóteles,<br />

las ideas «no son sustancias metafísicas que existen fuera<br />

del mundo fenoménico sensible y también fuera del intelecto, sino<br />

representaciones o visiones que tienen lugar en el propio espíritu<br />

humano» (Panofsky, 1924:15 y ss.).<br />

En definitiva, el concepto complejo y cambiante de Idea a lo largo<br />

de la antigüedad 10 ha sido causante de que muchos ensayistas<br />

e historiadores del arte y sus teorías hayan englobado esa enorme<br />

cantidad de siglos caracterizándolo como un tiempo dominado por<br />

la metafísica o lo suprasensible. Los contrastes y las afinidades entre<br />

estos dos filósofos es un tema que los expertos debaten aún<br />

hoy.<br />

En los años del declive de la antigüedad, los parámetros de orden<br />

y proporción, que también regían la manera de entender lo be-<br />

9. Paradógica y contrariamente a lo que se puede suponer, el significado griego<br />

de idea es: forma, imagen.<br />

10. Para ampliar este tema se recomienda la lectura de la obra de Panofsky:<br />

Idea (1924), Ediciones Cátedra, Madrid. Allí se presentan de forma erudita y muy<br />

ilustrativa los vaivenes de estos conceptos a través del tiempo y del pensamiento de<br />

los diferentes filósofos.<br />

34


llo, empezaron a ser cuestionados de forma progresiva a través de<br />

planteamientos como los de Plotino, 11 los sofistas y los escépticos<br />

que propusieron delimitar el concepto amplio de lo bello deslindándolo,<br />

de la idea de bien y de moral, pero también revalorizando la<br />

autonomía del arte. Este giro preparó la transición hacia la Edad<br />

Media (Lynch, 1999:22-25), período de la historia que ha suscitado<br />

innumerables controversias, entre ellas la de haber reunido bajo un<br />

mismo nombre una cantidad de siglos tan distintos entre sí. Como<br />

refiere Umberto Eco en su obra Arte y <strong>belleza</strong> en la estética Medieval,<br />

el propio concepto de Edad Media es arduo de definir y su nombre<br />

indica que se inventó para situar a una decena de siglos difíciles de<br />

colocar. Se trata de una época sin otra identidad aparente que la de<br />

ser «la de en medio» y a la que se imputa, entre otras cosas, el no<br />

haber tenido sensibilidad estética. Sin embargo, en la Edad Media<br />

existe «… una concepción de la <strong>belleza</strong> puramente inteligible, de<br />

la armonía moral, del esplendor metafísico… » (Eco, 1997:10-14).<br />

Ante todo es necesario comprender que para el espíritu medieval<br />

la <strong>belleza</strong> es fundamentalmente un atributo de Dios. 12 Ciertamente<br />

durante largos períodos el cristianismo renegó de la importancia<br />

o de la necesidad de la <strong>belleza</strong> en las representaciones religiosas,<br />

dado que la consideraba como una posible fuente de distracción en<br />

el transcurso de la labor devota y, en ese sentido, contraproducente<br />

(Azúa, 1995:70). Sin embargo, no sería correcto afirmar que en<br />

este período se produjera un rechazo al goce de la <strong>belleza</strong> sensible.<br />

Los medievales trazaron todo tipo de consideraciones acerca de la<br />

<strong>belleza</strong> de la naturaleza, el gusto del hombre común, el del artista,<br />

etc. Uno de los temas recurrentes de la mística medieval es el de la<br />

diferencia entre la <strong>belleza</strong> exterior que corresponde a los objetos, y<br />

la <strong>belleza</strong> interior, que es el estado del alma en gracia. En definitiva,<br />

el pensamiento de la Edad Media subsistió la importancia de la<br />

proporción como medida de la <strong>belleza</strong>, pero el valor que entonces<br />

11. Su teoría consideraba la luz como un reflejo que emana de las cosas bellas<br />

y del cual participan tanto el objeto bello como quien lo contempla. Sus ideas son<br />

representativas, desde el punto de vista de la reflexión sobre la <strong>belleza</strong>, del proceso<br />

de transición hacia la Edad Media y del auge del cristianismo.<br />

12. El concepto de <strong>belleza</strong> asociado a Dios, a lo Uno, se puede ver también en:<br />

Panofsky, E. (1924:33), en Argullol R. (1989:56 y ss.) en Bodei, R. (1995:90) y en<br />

Debray, R. (1992:157 a 159).<br />

35


se le atribuyó residía en su capacidad para representar la perfecta<br />

armonía divina.<br />

El Renacimiento italiano, iniciado en el siglo xv, el quattrocento,<br />

es fruto de un tiempo de cambio, de expansión comercial, expedición<br />

y descubrimiento. Numerosos artistas geniales y polifacéticos representan<br />

este tiempo prolífico y deslumbrante. A diferencia del período<br />

anterior, se enarbola ahora un pensamiento que sitúa al hombre como<br />

medida de todas las cosas confiriéndole una potencialidad creadora<br />

nunca antes reconocida. Petrarca es uno de los representantes de estas<br />

nuevas corrientes. A él se le atribuye la expresión nescio quid –no sé<br />

qué– como modo de expresar una nueva forma de enfrentarse tanto a<br />

la idea como a la producción. Esto debe ser entendido como un atisbo<br />

de libertad frente a las certezas medievales. El Renacimiento es, en<br />

efecto, el período de legitimación de la fantasía y de la idea «que viene<br />

a la mente» (Panofsky, 1924: 59-61). Rafael dijo que para realizar sus<br />

obras recurría a una certa idea; idea que no sabía si tenía valor artístico<br />

pero que, según afirmaba, le costaba mucho obtener. Todos estos<br />

son indicios de que se están abriendo las puertas a la fantasía.<br />

Es notable observar cómo la afirmación rotunda de la validez de<br />

la forma, que hasta entonces había pasado en no pocas ocasiones<br />

por ser considerada como una mera mimesis o copia de la idea, va<br />

transformándose y dando lugar a la creación de un nuevo terreno<br />

en el que las certezas empiezan a caer (nescio quid, certa idea, io non<br />

so). Persisten aún los pilares de la Gran Teoría de la armonía y la<br />

proporción y hay un gran auge y desarrollo de la perspectiva, pero<br />

como parte de una doble búsqueda: ser realista en la representación<br />

y ofrecer, a la vez, motivos de <strong>belleza</strong> para la vista (Eco, 2004:87).<br />

Si bien es cierto que hay una vuelta hacia el clasicismo antiguo,<br />

todo ello ocurre a la luz de un inminente nuevo humanismo que,<br />

por primera vez, se plantea la cuestión de la <strong>belleza</strong> en relación con<br />

la práctica de las artes y que, además, atribuye la autonomía a la<br />

libertad creadora del hombre (Lynch, 1999:28). Se produce así un<br />

viraje desde el teocentrismo medieval hacia el humanismo propio<br />

del Renacimiento (Argullol, 1989:66 y ss.).<br />

Un poco más tarde, el movimiento manierista da otro paso al<br />

desarrollar una sensibilidad estética que se aparta del humanismo<br />

renacentista y que empieza a producir formas extrañas para la época,<br />

innegablemente no miméticas, un poco oscuras, melancólicas<br />

36


e inquietantes (Eco, 2004:215 y ss.). Este nuevo punto de ruptura,<br />

este nuevo quiebre en el modo de entender la armonía, tiene su base<br />

en acontecimientos sociales y políticos. <strong>La</strong> ruptura de la unidad de<br />

la Iglesia con la Reforma protestante, la crisis económica provocada<br />

por la introducción del racionalismo económico, el nacimiento de la<br />

concepción científico-natural del mundo y, en el terreno más directamente<br />

vinculado al arte, la nueva forma de entender el patronazgo<br />

y la obra de arte, tienen una innegable incidencia. Rafael Argullol<br />

expresa brevemente pero con rotundidad lo que se está gestando:<br />

«… la realidad del mundo disloca y destruye la idealidad del arte»<br />

(Argullol, 1989:79).<br />

En ese contexto el manierismo presenta un mundo en el que los<br />

objetos de la realidad son escenificados en un espacio ficticio y en los<br />

que la aspiración de mimesis matemática de la naturaleza va dando<br />

paso, de manera cada vez más decisiva, a nuevas formas de expresión<br />

subjetivistas que desdeñan el modelo natural como única referencia<br />

válida. Aunque la medida y la proporción no son abandonadas, se<br />

podría decir que se trata de un movimiento que plantea, respecto<br />

de su antecesor, una contramaniera que deja a un lado los criterios de<br />

objetividad y produce obras que han de valorarse según criterios subjetivos.<br />

En este contexto, la <strong>belleza</strong> remite más a la imaginación que<br />

a la inteligencia (Eco, 2004:220 y ss.). En España, el representante<br />

más sobresaliente del manierismo es El Greco.<br />

Más adelante, durante el período Barroco se da cierta profundización<br />

del manierismo. Surgen entonces nuevas manifestaciones<br />

de la <strong>belleza</strong> a través de lo sorprendente, lo desproporcionado, lo<br />

recargado, el ingenio y la agudeza. En las artes plásticas se plantean<br />

nuevos desafíos perceptivos y la <strong>belleza</strong> sensible va dando lugar a<br />

formas asignificantes e informes, es una <strong>belleza</strong> que está, de alguna<br />

manera, más allá del bien y del mal, que puede expresarse a través<br />

de lo feo. Así, lo verdadero puede ser representado a través de lo falso<br />

y la vida expresarse a través de la muerte. Sin embargo, lejos de<br />

ser inmoral o amoral, esta forma de <strong>belleza</strong> tiene un hondo sentido<br />

ético a través de la adhesión a los estrictos cánones de la autoridad<br />

política y religiosa. Es una <strong>belleza</strong> dramática y cargada de tensión,<br />

de agitación intelectual y sensualidad (Eco, 2004:226-234). De alguna<br />

manera, el desgarro que se manifiesta en la conciencia estética<br />

del Barroco es la expresión de la profunda crisis que sufre un mundo<br />

37


que, después del Renacimiento, se ve sumido en hechos políticos, religiosos<br />

y sociales de gran envergadura. Es época de guerras, pestes,<br />

revoluciones económicas y hallazgos sobre el cosmos que muestran<br />

la complejidad de las leyes que rigen el universo (Eco, 2004:225).<br />

También los grandes descubrimientos científicos descentran al<br />

hombre y lo privan de su trono haciendo desaparecer las utopías<br />

humanistas alimentadas en tiempos renacentistas. No sorprende<br />

entonces que las artes barrocas expresen, especialmente a través de<br />

la arquitectura, la conciencia atormentada de la sociedad de la época<br />

(Argullol, 1989:83 y ss.) y que se abandonen ciertas reglas en pos de<br />

la intensificación en la expresión.<br />

2.1.2 El concepto de arte y artista<br />

Volveremos ahora sobre el período que acabamos de reseñar, pero<br />

esta vez para analizar cómo era entendido el arte y el artista. Como<br />

se ha mencionado, la concepción del artista independiente es un<br />

logro bastante tardío en la historia, tanto como lo es la del arte.<br />

Los griegos no disponían de estas categorías y los términos que se<br />

utilizaban para referirse a la producción de las obras han sido muy<br />

variados. El primero de ellos, poiesis, mucho antes de referirse a la<br />

labor de los poetas tuvo un sentido genérico. Entre todas las clasificaciones<br />

que tuvieron vigor en Grecia para aludir a lo que hoy<br />

llamamos arte, el elemento común a todas ha sido cierta desvalorización<br />

inicial del campo de tekné, por tratarse de actividades que demandan<br />

esfuerzo físico. En este hecho se funda el desfase existente<br />

entre la ponderación social que se daba a las obras en comparación<br />

con el escaso reconocimiento que se prodigaba a los artistas que las<br />

habían creado. También determina la divergencia existente entre la<br />

alta valoración de la que era objeto la poesía, considerada como obra<br />

destinada a la búsqueda del conocimiento, y el escaso prestigio de<br />

las artes visuales, producto del trabajo artesano destinado a generar<br />

objetos que pueden ser útiles, aunque también bellos (Tatarkiewicz,<br />

1976:110-113). Por ello, si bien en la polis los artistas eran hombres<br />

libres, su categoría pública era muy inferior a la que se concedía a<br />

sus propias obras.<br />

En la Edad Media sigue habiendo poca conciencia del arte y, en<br />

consecuencia, no se teoriza al respecto. Se adoptan las clasificacio-<br />

38


nes que, en general, dividen a las artes entre nobles y manuales. <strong>La</strong><br />

figura del artista no está especialmente reconocida en el arte escolástico<br />

y la idea de que la inspiración tiene procedencia divina no favorece<br />

la valoración del talento personal. Por otra parte, las grandes<br />

obras de estos siglos se realizan en torno a los grandes edificios en<br />

los que arquitectos, escultores y pintores trabajan en equipo, así es<br />

que el reconocimiento del autor individual no resulta algo esperable.<br />

No ocurre lo mismo con los poetas, que siguen siendo considerados<br />

como aristócratas frente, por ejemplo, a los escultores a quienes se<br />

tiene por artesanos (Eco, 1997:133-152).<br />

A pesar de ello, hay un lento emerger del artista medieval que<br />

está estrechamente relacionado con la actividad artesanal de los<br />

monjes cuyo sentido es claramente religioso. Pero, hacia finales del<br />

siglo xiii, los pintores y escultores inician un camino que los conduce<br />

a posiciones más autónomas respecto de la arquitectura, que<br />

hasta entonces era la disciplina privilegiada, la que congregaba y<br />

daba cobijo a la creación del resto de obras plásticas. En este tiempo,<br />

el asentamiento de la burguesía en las ciudades produjo un incremento<br />

de la demanda y, en consecuencia, los artesanos comenzaron<br />

a instalar sus propios talleres donde ejecutar los encargos que les<br />

realizan los miembros de la nueva clase social. Todo este proceso<br />

condujo hacia una mayor libertad expresiva y hacia la creación de<br />

un mercado del arte que determinó que los artesanos se agruparan<br />

en gremios (Argullol, 1989:223-228).<br />

De esta manera, la vieja concepción objetivista de la <strong>belleza</strong> comienza<br />

a virar hacia un relativismo según el cual se entiende que<br />

las leyes inmutables de los objetos podrían ser establecidas por los<br />

artistas (Tatarkiewicz, 1976:240). Así es cómo se empieza a pensar<br />

que su trabajo no parte de ideas preexistentes o innatas sino que son<br />

fruto de la imaginación. Y es a partir del Renacimiento cuando la<br />

libertad del espíritu artístico es valorada propiciando que lo bello se<br />

asocie con la producción artística, relación que hasta entonces no había<br />

sido evidente. Entonces, surge la convicción de que la consciencia<br />

sensible crea, antes de plasmarse en una obra, un diseño interno que<br />

luego será trasladado a la materia. El artista del Renacimiento aspira<br />

a ser considerado más un intelectual que un trabajador manual.<br />

Esto provoca el desarrollo de un sentimiento de independencia en el<br />

artista que, entre otras cosas, le hace salir del ámbito de los gremios<br />

39


artesanos de origen medieval. A partir de esta época empieza a ser<br />

frecuente que los autores firmen sus obras, llegando incluso a incluir<br />

en ellas inscripciones de halago para sí mismos.<br />

Los artistas manieristas van más allá aún y se atreven a cuestionarse<br />

el origen mismo de sus imágenes. Evidentemente en su maniera<br />

las imágenes que producen no constituyen una reproducción de<br />

la naturaleza. Alcanza para comprobarlo observar sus figuras alargadas<br />

y melancólicas. Aunque finalmente, esa legitimación teórica<br />

que buscan los artistas para la expresión de sus imágenes internas,<br />

acaban encontrándola, una vez más, en motivos de orden metafísico,<br />

restituyendo a la idea un carácter apriorístico y divino. Por esta<br />

razón consideran que el artista, imbuido de la gracia de Dios, ha de<br />

suministrar a la materia esa armonía fenoménica de la que no dispone<br />

y que debe serle provista desde el campo intelectual. <strong>La</strong> misión<br />

del artista será concebida como la tarea de infundir en la materia el<br />

destello divino.<br />

El artista barroco busca permanentemente producir imágenes<br />

capaces de transmitir la sensación del movimiento, del dinamismo,<br />

del conflicto. Persigue, claramente, emocionar a los espectadores y<br />

provocarles incluyendo en una misma obra visiones a veces contradictorias<br />

de un mismo tema. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong> asociada a ideas suprasensibles<br />

ya no encuentra cobijo en las obras de este período en el que se<br />

enfatiza la expresión como forma de conmoción. Todo esto anuncia<br />

y prepara un cambio fundamental.<br />

2.1.3 El concepto de goce estético<br />

Como ya se ha indicado, simplificando la enorme complejidad del<br />

pensamiento griego sobre la <strong>belleza</strong>, hubo quienes consideraban<br />

que ésta residía en las ideas, unas ideas que para algunos fueron suprasensibles,<br />

preexistentes, y que, para otros, eran el producto de la<br />

propia actividad del artista. Para la concepción pitagórica y matemática,<br />

la vista y el oído han sido los sentidos garantes de la percepción<br />

exacta e inteligible de la forma bella, es decir: matemáticamente armónica.<br />

De acuerdo con esta línea de pensamiento lo exacto y lo medible<br />

revestían mucho valor mientras que lo vago, lo difuminado, lo<br />

feo, o todo aquello que escapaba a la armonía era considerado como<br />

impropio.<br />

40


<strong>La</strong> visión platónica y la pitagórica que coexisten en la antigüedad<br />

derivan en una concepción tardohelénica (representada por Plotino<br />

y otras teorías de corte más subjetivista) en la que se produce una<br />

síntesis que reconoce una vía posible al goce estético a través de los<br />

sentidos, lo cual supone dejar de lado la necesidad de menospreciar<br />

a las imágenes por considerarlas como meras copias desvalorizadas<br />

de la realidad.<br />

Estos movimientos que tratan de buscar los puntos de coincidencia<br />

entre los componentes no visibles, de carácter moral, por una<br />

parte, y los componentes matemáticos perceptibles en su armonía,<br />

por otra, preparan el terreno para un pensamiento medieval caracterizado<br />

por el predominio de la tendencia a valorar lo bello visible<br />

a partir de su equiparación con una <strong>belleza</strong> invisible. El goce estético<br />

se produce por la concordancia de la idea en la materia (Panofsky,<br />

1924:55-56). Es decir, que la razón del deleite estético es una capacidad<br />

que se atribuye al alma, capaz de reconocer en la materia la<br />

armonía de su propia estructura. En este período se introducen en<br />

el devenir del pensamiento sobre la <strong>belleza</strong> dos nuevos elementos<br />

que propician el desarrollo de la interpretación: el simbolismo y la<br />

alegoría. Aún está lejos un tiempo en el que se relacione de forma<br />

decidida al goce estético con la <strong>belleza</strong> de las cosas. En efecto, el valor<br />

de la alegoría está determinado por la teofanía que asume que lo<br />

que está presente en todas las cosas bellas de la creación no es otra<br />

cosa que el soplo divino.<br />

Sin embargo, y especialmente a partir del siglo xiii, empieza a<br />

asomar una teoría que considera al goce estético como constitutivo<br />

de la <strong>belleza</strong>. Santo Tomás proclama que lo bello es aquello cuyo<br />

conocimiento produce placer, y San Agustín se pregunta si las cosas<br />

son bellas porque deleitan o deleitan porque son bellas, optando por<br />

la segunda opción (Eco, 1997:101-109). Esta pregunta agustiniana<br />

es tremendamente incisiva y pone en evidencia que algunas certezas<br />

empiezan a caer: ¿las cosas son bellas porque deleitan o deleitan<br />

porque son bellas?<br />

Si bien el Renacimiento con sus vientos humanistas no logra<br />

provocar un inicio rotundo del subjetivismo, la idea de gusto comienza,<br />

por fin, a esbozarse. El reconocimiento de la sensibilidad<br />

del artista en la creación es una de las caras de esta cuestión. El<br />

tono trascendental que se daba al goce estético empieza a verse<br />

41


mermado. Ello se manifiesta, por ejemplo, en las preguntas que<br />

se formulan en este tiempo relacionadas con la inquietud por averiguar<br />

cuáles son aquellas facultades mentales que se requieren<br />

para percibir la <strong>belleza</strong> de un objeto. Sólo hacia finales del siglo<br />

xvi, y de forma excepcional, se encuentran opiniones como las de<br />

Giordano Bruno que escribe sobre la pluralidad y relatividad de<br />

la <strong>belleza</strong> y que expresa la imposibilidad de definirla, afirmando<br />

que «no existe nada que sea absolutamente bello, sino sólo para<br />

alguien». 13<br />

El movimiento manierista sugiere la falta de coincidencia entre<br />

el orden divino y el humano, entre el alma y el cuerpo. En este tiempo<br />

las producciones artísticas salen de los templos y encuentran cobijo<br />

en los palacios y en las cortes, en ciertos núcleos intelectuales<br />

propensos al disfrute de un arte críptico y difícil de apreciar, caracterizado<br />

por la alteración de las reglas pictóricas tradicionales<br />

y la incorporación de elementos que rompen la unidad natural. Se<br />

comienza a hablar de expresión y experiencia, ambos conceptos de<br />

gran relevancia si se tiene en cuenta que constituyen una forma de<br />

valorar la subjetividad. Sin embargo, ya se ha dicho, los manieristas<br />

no dejan de situar a la creación artística como devenida de lo cósmico<br />

que, inevitablemente, sigue siendo un concepto suprasensible<br />

(Panofsky, 1924:101).<br />

En el Barroco se consolida a través de las representaciones una<br />

nueva relación simbólica con el mundo. El artista ofrece una lectura<br />

de la realidad que transforma a los seres y objetos que representa, en<br />

«… seres de ficción y de poesía, de misterio y de apariencia» (Santesteban,<br />

2003:1). Todo ello exige del espectador un enorme esfuerzo<br />

para captar las máscaras que se le presentan y para atravesar los<br />

enigmas que se le plantean. Los artistas barrocos, en pleno siglo<br />

xvii, producen una ruptura esencial al ofrecer nuevas formas emblemáticas<br />

para el goce.<br />

13. Citado por Tatarkiewicz, Historia de seis ideas (1976), Tekné, p. 243.<br />

42


2.2 <strong>La</strong> sensación<br />

El punto histórico de inflexión en la conceptualización de la <strong>belleza</strong>,<br />

del artista y del goce estético, debe ubicarse en el siglo xviii. Se<br />

da aquí el nombre de sensación al período posterior al que hemos<br />

llamado idea para marcar el punto de contraste y de ruptura más<br />

significativo entre un tiempo y otro. Se crea la estética como disciplina<br />

filosófica, recibiendo ese nombre de Alexander Baumgarten<br />

quien acuñó la voz inspirándose en el término aesthesis (sensación).<br />

En esta misma y fructífera época (año 1747) Charles Batteaux aporta<br />

otra denominación: la de Bellas Artes. He aquí dos elementos de<br />

interés que, de alguna manera, plasman el devenir de estas cuestiones:<br />

por una parte la estética emerge vinculada a las sensaciones y,<br />

por otra, la <strong>belleza</strong> es asociada a las artes.<br />

Es en el período precedente donde se sitúa el punto de ruptura.<br />

En su tratado, Bellori 14 afirma que: «… a aquella Idea inmanente al<br />

espíritu del artista no le corresponde ni un origen ni un valor metafísicos»<br />

(Panofsky, 1924: 97). Además, es necesario tener en cuenta<br />

que adentrados en pleno movimiento Romántico «… la creación estética<br />

ya no depende, al menos primordialmente, de la razón, sino<br />

de los planos intrínsecos de la subjetividad» (Argullol, 1989:93). En<br />

el discurrir temporal del concepto de «experiencia estética» es posible<br />

rastrear algunos indicios que se aproximan a una consideración<br />

sobre un cierto goce estético, pero que ni siquiera constituyen una<br />

teorización sistemática 15 ni, mucho menos, el giro que se consolida<br />

posteriormente con una teoría de las sensaciones.<br />

Estos sucesos se enmarcan dentro del período histórico situado<br />

entre la Ilustración y el Romanticismo. <strong>La</strong> Ilustración se identifica<br />

como un período en el que se promueve la emancipación del hombre,<br />

es un momento en el que todo se discute «desde los principios de la<br />

14. Ver en Panofsky Erwin, Op. Cit. Apéndice II: Bellori, Gio. Pietro; (1672),<br />

<strong>La</strong> idea del pintor, del escultor y del arquitecto, escogida de entre las <strong>belleza</strong>s naturales,<br />

superior a la naturaleza Cátedra, pp. 121-129.<br />

15. Tatarkiewicz hace referencia a un enunciado de Pitágoras al cual propone<br />

como texto inaugural de la historia de la experiencia estética, muchos siglos antes<br />

de lo que estamos comentando: «<strong>La</strong> vida es como una competición atlética; algunos<br />

son luchadores, otros vendedores ambulantes, pero los mejores aparecen como espectadores»<br />

(Tatarkiewicz, 1976:348).<br />

43


ciencia hasta los del gusto» (Marchán Fiz, 1982:14). Es un tiempo<br />

de gran efervescencia en diversas áreas del conocimiento y en el que<br />

proliferan también los discursos ilustrados en relación con las artes,<br />

las poéticas, la historia y la crítica del arte. Es entonces cuando<br />

se crean los primeros museos 16 (casas de musas) espacios públicos<br />

destinados a la contemplación de las obras de arte. Esto constituye<br />

un hecho verdaderamente significativo desde todo punto de vista<br />

(Marchán Fiz, 1982:14-16).<br />

El período denominado Neoclásico, inspirado filosóficamente<br />

por el racionalismo, enarbola al método como forma de acceder al<br />

conocimiento y también como camino apropiado para alcanzar la<br />

<strong>belleza</strong>. Una de las consecuencias de este movimiento es la valoración<br />

del academicismo y de una visión intelectual y cartesiana del<br />

arte que se expresa a través del enunciado que afirma que «sólo lo<br />

verdadero es bello». 17 En palabras de Lynch:<br />

<strong>La</strong> <strong>belleza</strong> y el sentido de lo bello, en este período, se hacen cortesanos<br />

y son así objeto de una nueva forma de saber experto, el de los críticos<br />

académicos que legislan sobre la creación poética y plástica, en una<br />

tentativa fallida de reimplantar los ideales clásicos del pasado. (Lynch,<br />

1999:36)<br />

Este arte rechaza al rococó, considerado frívolo, y busca recuperar<br />

la antigüedad clásica como modelo artístico para construir una<br />

realidad ennoblecida. Para los neoclásicos la obra estética no aspira<br />

a imitar a la naturaleza sino que ha de ser capaz de superarla.<br />

<strong>La</strong> fundación de la estética como disciplina supone, en la opinión<br />

de algunos teóricos, el surgimiento de la primera teoría de la recepción.<br />

Este hecho tiene especial relevancia dado que plantea una<br />

gran cantidad de nuevos interrogantes que antes eran inimaginables:<br />

¿cuál es la relación entre el arte y lo bello?, ¿cuál es la facultad<br />

humana que permite la delectación estética?, ¿pueden haber juicios<br />

de gusto de carácter universal o el gusto sólo tiene una dimensión<br />

individual?<br />

16. En 1769 se crea el Frieredicianum de Cassel, en 1792 el Louvre de París y en<br />

1819 el Prado de Madrid.<br />

17. Este enunciado clásico es pronunciado por el crítico Nicolas Boileau-<br />

Despréaux.<br />

44


<strong>La</strong> Ilustración, que pone como guías del hombre ilustrado a la<br />

razón y a la experiencia, hace que esto sea posible (Merchán Fiz,<br />

1982:16). Pero es preciso avanzar con precaución. Conceptualizar la<br />

<strong>belleza</strong> a la luz de la emergencia de la estética en el terreno filosófico<br />

propone, una vez más, algunas dificultades. <strong>La</strong> primera es la derivada<br />

de la diversa valoración que ha recibido la estética por parte de<br />

los más altos representantes de la filosofía de este tiempo. Por ejemplo,<br />

Kant 18 considera que la teoría de la <strong>belleza</strong> es una crítica:<br />

No hay ni una ciencia de lo bello, sino una crítica, ni una ciencia bella,<br />

sino sólo arte bella, pues en lo que se refiere a la primera, debería determinarse<br />

científicamente, es decir, con bases de demostración, si hay<br />

que tener algo por bello o no; el juicio sobre <strong>belleza</strong> si perteneciese a la<br />

ciencia, no sería juicio alguno de gusto. (Kant, 1790:44)<br />

Hegel, en cambio, se inclina decididamente por considerarla filosofía<br />

y expresa su posición al respecto de manera clara y rotunda.<br />

En la primera línea de su obra Introducción a la estética se puede leer<br />

lo que sigue:<br />

Esta obra está dedicada a la estética, es decir, a la filosofía, a la ciencia<br />

de lo bello, y más concretamente a lo bello artístico, con exclusión de lo<br />

bello natural. (Hegel, 1829:11)<br />

Esta divergencia conceptual sobre la nueva disciplina genera espacios<br />

de debate. <strong>La</strong> cuestión del juicio estético y la de la sensibilidad<br />

del perceptor se transforman en temas centrales para quienes se<br />

preocupan por conceptualizar el gusto de una forma capaz de tener<br />

validez universal.<br />

2.2.1 El concepto de <strong>belleza</strong><br />

<strong>La</strong> estética inglesa realiza aportaciones fundamentales en la forma<br />

de pensar lo bello al introducir la consideración del gusto como pun-<br />

18. Si bien otros filósofos y pensadores de este tiempo han hecho aportaciones<br />

relevantes a la reflexión estética, Kant y a Hegel han destacado por la innegable<br />

incidencia de sus obras en el pensamiento estético desde entonces y hasta la<br />

actualidad.<br />

45


to de partida para construir el concepto de <strong>belleza</strong> (Merchán Fiz,<br />

1982:36). Sus teóricos más representativos: Shaftesbury, Addison, 19<br />

Hutcheson, etc. inauguran esta etapa con la discusión acerca de si lo<br />

bello reside en el objeto o en las emociones del sujeto que percibe.<br />

Se diría que «… la <strong>belleza</strong> abandona el campo de la cualidad para<br />

permanecer dentro del terreno de la experiencia» (Lynch, 1999:42).<br />

Surge así una estética sensualista y un interés por la imaginación en<br />

tanto puede ser considerada como fuente de placeres diversos.<br />

Kant y Hegel han sido los representantes más sobresalientes del<br />

pensamiento filosófico sobre la <strong>belleza</strong> 20 en este período. Immannuel<br />

Kant busca dar respuestas que permitan limitar cierto desbordamiento<br />

subjetivo en el que se había sumido la reflexión sobre la<br />

<strong>belleza</strong>. Él pretendía evitar que se cayera en enunciados a los que<br />

sólo pudiera reconocérseles valor individual. En su célebre Crítica del<br />

juicio avanza una definición sobre la <strong>belleza</strong> estructurada en cuatro<br />

tiempos. Es preciso anticipar que la idea de <strong>belleza</strong> kantiana se basa<br />

en un placer cuyo fundamento no ha de buscarse en las cualidades<br />

del objeto ni en el goce corporal sino en un placer intelectualizado<br />

y que prescinde del contenido: es un placer desinteresado de los goces<br />

del cuerpo. Kant pretende eludir el peligro de la subjetividad y<br />

alcanzar universalidad. Así, en el cuarto momento de su teorización<br />

la definición que propone es:<br />

Bello es lo que, sin concepto, es conocido como objeto de una necesaria<br />

satisfacción. (Kant, 1790:22) 21<br />

19. <strong>La</strong>s publicaciones de Addison en The Spectator constituyen textos fundacionales<br />

de la reflexión estética sistemática.<br />

20. Hume plantea en 1757 la necesidad de una norma (standard) que impida<br />

al gusto caer en la precariedad que supone el juicio individual. Se hace evidente la<br />

paradoja que supone la existencia de una enorme variedad de gustos y la necesidad<br />

de una universalidad teórica. Para Hume la <strong>belleza</strong> no es una cualidad de la cosa sino<br />

que existe en la mente del que contempla, así es que cada uno percibe una <strong>belleza</strong><br />

distinta. Postula la universalidad estética pero recurriendo al relativismo (Merchán<br />

Fiz, 1982:39).<br />

21. Theodor Adorno formula una dura crítica a Kant señalando que el filósofo<br />

desposeyendo al objeto artístico de contenido, lo sustituye por una complacencia<br />

de tipo formal: «Kant liberó al arte de ese deseo trivial que siempre quiere tocarlo<br />

y gustarlo», y afirma que propone un «hedonismo castrado, un placer sin placer»<br />

(Adorno, 1970: 22 y ss.).<br />

46


Podemos decir que esta <strong>belleza</strong> sigue concordando con los postulados<br />

subjetivistas propios de su tiempo en tanto su definición<br />

incluye la referencia a una satisfacción; sin embargo, el gusto no es<br />

valorado como una consecuencia de las cualidades del objeto sino<br />

como el resultado de un acuerdo que se produciría entre las facultades<br />

intelectuales y las facultades sensibles. A Kant, más que la <strong>belleza</strong><br />

y el gusto en sí, le interesa dilucidar cuáles son los mecanismos<br />

por los cuales pueden explicarse. Según la interpretación que hace<br />

Gadamer de la definición kantiana, «… lo bello se cumple en una<br />

especie de autodeterminación y transpira el gozo de representarse<br />

a sí mismo» (Gadamer, 1977:50). Además, es indispensable aclarar<br />

que para Kant la <strong>belleza</strong> es algo fundamentalmente asociado a la<br />

naturaleza, principal fuente de hermosura en su opinión, y a la que<br />

califica de <strong>belleza</strong> desinteresada.<br />

<strong>La</strong> naturaleza era bella cuando al mismo tiempo parecía ser arte, y<br />

el arte no puede llamarse bello más que cuando, teniendo nosotros<br />

consciencia de que es arte, sin embargo nos parece naturaleza. (Kant,<br />

1790: 45)<br />

Más allá de lo bello, Kant plantea otra categoría estética: lo<br />

sublime, 22 a la que considera como una disposición del espíritu que<br />

se produce frente a una representación que nos confronta con la inconmensurabilidad,<br />

con lo que es digno de admiración y respeto. 23<br />

Los ejemplos que aporta sobre lo sublime se asocian con las cantidades<br />

desbordadas de la naturaleza, las tormentas, los inmensos<br />

desiertos, etc. Pero lo sublime, más que la condición de un objeto,<br />

es para el filósofo aquella disposición del espíritu que transcurre en<br />

la ambigüedad entre dolor y placer, entre la angustia por nuestra<br />

insignificancia frente a lo inconmensurable y el placer que provoca<br />

el sobreponerse al miedo.<br />

¿Cuál es la posición de Hegel?, para él la estética se refiere de<br />

forma inequívoca al arte, por este motivo, no se centra en lo bello<br />

22. Esta categoría ya había sido enunciada anteriormente por Burke en 1756 en<br />

su clasificación de lo bello, lo sublime y lo raro.<br />

23. «Sublime es lo que, sólo porque se puede pensar, demuestra una facultad del<br />

espíritu que supera toda medida de los sentidos» (Kant, 1790:25).<br />

47


natural sino en la producción realizada por el hombre. 24 Para Hegel<br />

la <strong>belleza</strong> del arte debe ser diferenciada de la <strong>belleza</strong> de la naturaleza<br />

dado que la obra de arte procede del espíritu y es perdurable<br />

mientras que la <strong>belleza</strong> natural de los objetos dotados de vida es<br />

perecedera (Hegel, 1819:83). Para este filósofo lo bello ofrece múltiples<br />

aspectos pero:<br />

[<strong>La</strong> <strong>belleza</strong>] representa la unidad del contenido y del modo de ser de<br />

este contenido y deriva de la apropiación y de la adecuación de la realidad<br />

al concepto. (Hegel, 1819:160)<br />

El interés por lo sublime no está ausente en su reflexión estética,<br />

pero entendido como «esfuerzo por expresar lo infinito» (Hegel,<br />

1819:163). Lo sublime, diferente de lo bello, abre las puertas a nuevas<br />

sensaciones, a lo abrumador, a lo inconmensurable, a una experiencia<br />

sensible que no permite el sosiego. Pero su teorización sobre<br />

lo sublime no significa, solamente, la introducción de un nuevo criterio<br />

de gusto sino que, a diferencia de Kant, marca también una<br />

apertura a nuevas experiencias artísticas 25 (Lynch, 1999:53-62) en<br />

las que la <strong>belleza</strong> encuentra cobijo en temas inéditos hasta entonces<br />

y que se transforman en fuente de un tipo de placer estético antes<br />

eludido.<br />

Es preciso recordar también que Hegel es reconocido por haber<br />

proclamado la muerte del arte. Su énfasis al teorizar la <strong>belleza</strong> como<br />

una dimensión de lo artístico, unido a este anuncio de defunción,<br />

pueden parecer un contrasentido. Algunos interpretan esta sentencia<br />

como una expresión de nostalgia por el fin de un tiempo ideal en<br />

el que se vivía en el arte, en una cultura de la <strong>belleza</strong> y en la ilusión<br />

de perfección.<br />

24. Ello es evidente en la frase ya citada en este capítulo con la que el filósofo<br />

inicia su obra estética.<br />

25. Vemos así las posturas diferentes: en tanto que para Kant lo sublime consiste<br />

en una disposición del espíritu para Hegel es también producto del esfuerzo<br />

expresivo del artista.<br />

48


2.2.2 El concepto de arte y artista<br />

<strong>La</strong> estética sugiere que la relación entre arte y <strong>belleza</strong> es conflictiva.<br />

¿Todo lo bello pertenece al terreno del arte? y, por otra parte, ¿es<br />

todo arte bello? Estas preguntas tienen enorme importancia en este<br />

tiempo, pero también marcan el inicio de unos cuestionamientos<br />

que seguirán vigorosos en los siglos siguientes.<br />

El concepto de Bellas Artes, acuñado a mediados del siglo xviii,<br />

puede ser considerado como un primer nivel de respuesta a estas<br />

preguntas. <strong>La</strong>s artes bellas, cuyo fin es deleitar, se diferencian de<br />

las artes mecánicas cuyos productos destacan por su utilidad. Esta<br />

división no hace otra cosa que reforzar aún más la asociación entre<br />

<strong>belleza</strong> y goce.<br />

En el campo artístico, las obras neoclásicas se caracterizan<br />

por ser esencialmente racionales y no católicas. Se trata de un<br />

arte típicamente civil y que propugna la ateización de la cultura.<br />

<strong>La</strong> antigüedad clásica griega sirve de modelo para esta estética<br />

racionalista en la que predomina el equilibrio, la luminosidad, la<br />

pureza. Los creadores son considerados como educadores en valores<br />

cívicos pero, fundamentalmente, son tenidos por artistas y<br />

ya no por artesanos. El centro de la actividad plástica se desplaza<br />

hacia Francia. <strong>La</strong> Academy Royal, fundada en 1648, se destina a<br />

una labor bastante distinta a la que habían tenido las precedentes<br />

academias italianas renacentistas vinculadas a los gremios,<br />

ocupándose de la normatización de las artes y de la racionalización<br />

de la enseñanza (posteriormente se crean academias en<br />

diferentes países europeos). Fruto de la Revolución francesa y de<br />

la reivindicación de la libertad creativa que trajeron sus aires,<br />

esta tendencia empezó a decaer. El Romanticismo marca el fin<br />

del auge académico sosteniendo unas premisas muy diferentes<br />

que priorizan la expresión subjetiva. Así, los artistas más prestigiosos,<br />

empiezan a tener estudios privados y, en ellos, se rodean<br />

de alumnos. También la actitud autodidáctica es valorada<br />

positivamente.<br />

Pero este nuevo ambiente hace que los artistas, alejados ya de<br />

las instituciones estatales y religiosas que tradicionalmente los cobijaron,<br />

pierdan seguridad económica y que, en consecuencia, tengan<br />

que buscar nuevas fuentes de ingresos. Así es como surgen en<br />

49


París los primeros salones en los que se realizan exposiciones 26 y se<br />

empieza a orientar el nuevo mercado del arte, las obras pueden ser<br />

vistas por nuevos públicos, se desarrolla la crítica y surgen los marchantes<br />

(Argullol, 1989:249-260).<br />

<strong>La</strong> idea de que la creatividad es un atributo del artista comienza<br />

a cristalizar y, posteriormente, durante el Romanticismo, se pone<br />

definitivamente un énfasis especial en la expresión creativa (Tatarkiewicz,<br />

1976:288). En efecto, Kant no sólo introduce la dimensión<br />

de lo sublime, también se acerca a la figura del genio y lo presenta<br />

como aquella persona con un talento natural, una facultad productora<br />

innata como la que posee el artista. Genio no es quien imita, el<br />

talento del genio sobrepasa los límites (Kant, 1790:46). Para Hegel,<br />

dado que la finalidad del arte es la representación sensible de lo bello<br />

que, a su vez, es una manifestación del Espíritu Absoluto, resulta<br />

necesario valorar lo que él mismo denomina el «aspecto subjetivo»<br />

de la actividad creadora y la fantasía considerada como «la que imprime<br />

a estos contenidos las formas sensibles» (Hegel, 1819:99).<br />

En definitiva, más allá de los interesantes contrapuntos que se<br />

presentan al contrastar a dos grandes filósofos, el rasgo que se pretende<br />

destacar aquí es la emergencia de un pensamiento que intenta,<br />

cuando no lo consigue plenamente, trasladar el eje creativo desde<br />

el terreno de lo ideal al de lo subjetivo, produciendo un cambio<br />

considerable en la reflexión sobre el papel del artista y de su obra.<br />

Evidentemente si se considera que el artista trabaja con su fantasía,<br />

con su subjetividad, con su intuición, sus obras no pueden ser<br />

consideradas copias de la realidad, de la naturaleza o de las ideas<br />

abstractas ajenas a tales dimensiones de lo humano.<br />

2.2.3 El concepto de goce estético<br />

<strong>La</strong> reflexión sistemática sobre el gusto es uno de los aspectos más<br />

destacables de esta época.<br />

26. Los salones fueron también una fuente de marginación. De hecho, la primera<br />

exposición individual de arte que se realizó en el mundo fue la del pintor Courbet<br />

quien, en 1855, quedando excluido de la posibilidad de participar en los salones,<br />

solicitó un préstamo de dinero para realizar una exposición en solitario (Argullol,<br />

1989:256).<br />

50


[<strong>La</strong> estética] se constituye ante todo como una teoría de la recepción.<br />

Puesto que se trata de una teoría de la reflexión sobre la sensación, que<br />

es la práctica del juicio del gusto, siempre está en juego el sujeto, pero<br />

sólo el sujeto que recibe algo […] y lo aprecia como causa de interés y de<br />

emoción. (Aumont, 1998:15 y ss.)<br />

Los filósofos han reflexionado acerca de la cuestión del gusto y<br />

se han enfrentado a la pregunta acuciante que se deriva de la subjetividad<br />

del juicio ya que, evidentemente, lo que es bello para alguien<br />

podría no serlo para los demás. También hay otra pregunta inevitable:<br />

¿todo lo que gusta es bello? Se dice: para gustos hay colores o sobre<br />

gustos no hay nada escrito (de gustibus non est disputandum, recuerda<br />

Hegel). 27 Y sin embargo, sobre el gusto hay mucho escrito.<br />

Cuando se comienza a tematizar sobre el gusto se busca averiguar<br />

cuál es su fundamento y cuáles son los elementos que diferencian<br />

al juicio estético respecto de otro tipo de juicios, por ejemplo: de<br />

los juicios morales. <strong>La</strong> Crítica del Juicio kantiana pretende formular<br />

aquellos mecanismos que permitan establecer la validez universal<br />

para esos juicios. Para ello presenta la siguiente paradoja: los juicios<br />

de gusto no se basan en conceptos porque, en ese caso, podrían<br />

disputarse, pero sin embargo, si no se basaran en conceptos no podrían<br />

formularse y discutirse. ¿Cómo es posible solucionar esta contradicción?<br />

Kant lo intenta afirmando que los juicios de gusto que<br />

se aplican a los objetos sensibles no tienen el fin de determinar un<br />

concepto entendible para la razón sino que son juicios privados, intuitivos,<br />

relacionados con el placer y con una validez aplicable sólo<br />

a quien juzga: «… cada uno tiene su gusto» (Kant, 1790:56). Pero a<br />

la vez, para poder emitir un juicio trascendental, no se prescinde de<br />

esa percepción personal sino que ha de ampliarse hacia los conceptos<br />

de la razón (y no del gusto), hacia aquello suprasensible que está<br />

«… en la base del objeto» (Kant, 1790:57). Esta paradoja da de lleno<br />

en la tremenda complejidad del asunto, de hecho, el propio filósofo,<br />

acaba diciendo: «Más que solucionar esa contradicción en las pretensiones<br />

y contrapretensiones del gusto, no podemos hacer. Dar<br />

un determinado principio objetivo del gusto, según el cual los juicios<br />

del mismo pudieran ser dirigidos, comprobados y demostrados,<br />

27. Hegel, 1829:25.<br />

51


es en absoluto imposible, pues entonces no serían juicios de gusto»<br />

(Kant, 1790:57).<br />

Hegel, a diferencia de Kant, establece diferencias entre pensar lo<br />

bello y degustar lo bello sin la pretensión de conciliar ambas caras<br />

en juicios de validez universal:<br />

… el arte está hecho para despertar en nosotros el sentimiento de lo<br />

bello […] el gusto es la forma sensible de aprehender lo bello […] lo que<br />

le interesa al gusto son los aspectos exteriores, secundarios y accesorios<br />

de la obra […] el conocerismo supone al menos la existencia de determinados<br />

conocimientos […] implica la reflexión acerca de la obra de<br />

arte, mientras que el gusto se limita a una contemplación meramente<br />

exterior. (Hegel, 1819:93-109)<br />

Así es como el gusto se encuentra atrapado, por una parte por<br />

la precariedad de los datos de los sentidos y, por otra, por la exigencia<br />

de universalidad. Teóricos como Winckelmann señalan que las<br />

obras de arte producen sentimientos en los espectadores, unos sentimientos<br />

que funcionan como el motor para captar la <strong>belleza</strong>.<br />

Pero no sólo los grandes filósofos se abocan a estas disquisiciones,<br />

durante el romanticismo, escritores románticos como Schiller<br />

y Goethe, entre otros, aportan otra novedad: ellos reúnen la condición<br />

polimorfa de ser artistas a la vez que teóricos y críticos de<br />

arte. Plantean, a partir de su propia experiencia, que el acto creativo<br />

y la sensibilidad no se constriñen a los principios académicos<br />

ni a los postulados de los grandes filósofos. Progresivamente la<br />

filosofía deja de ser la única que atiende a la indagación estética<br />

y nuevas disciplinas emergentes como la sociología, la antropología,<br />

etc. empiezan a aportar también sus particulares puntos de<br />

vista. Esto provoca lo que Marchán Fiz denomina: disolución de la<br />

estética y disolución de lo estético en las ciencias humanas (Marchán<br />

Fiz, 1982:192-295). Y Valeriano Bozal afirma que todo este<br />

movimiento conduce hacia la «autonomía del gusto», lo que constituye<br />

un rasgo propio de la próxima etapa: la modernidad (Bozal,<br />

1999:25-45).<br />

52


2.3 Modernidad, vanguardias e industria<br />

<strong>La</strong> palabra moderno es antigua. Su origen se remonta al siglo v y<br />

se utilizó en distintos momentos de la historia en los que se tuvo<br />

consciencia de cambio y de diferenciación respecto de lo antiguo. 28<br />

En arte, el período así denominado tiene una nota distintiva: la reivindicación<br />

de la autonomía (Aumont, 1998:254). Esta autonomía<br />

es del arte, del artista y del espectador que contempla o escucha la<br />

obra moderna. <strong>La</strong>s vanguardias imprimen un acento de ruptura a<br />

toda la modernidad instaurando la tradición de la antitradición.<br />

Los avances económicos, la industrialización y la idea de progreso<br />

que caracterizan a esta época van modificando la situación del<br />

hombre y ampliando sus posibilidades de acceder a cierto bienestar.<br />

<strong>La</strong> consolidación del capitalismo y el avance decidido de la burguesía<br />

hacia terrenos políticos en los que antes intervenía tímidamente,<br />

también son fenómenos que consiguen arraigo durante la modernidad.<br />

En estos tiempos destaca la emergencia de numerosas y fugaces<br />

corrientes estéticas, pero también de nuevas ciencias, tecnologías<br />

y otros cuantiosos cambios asociados a la Revolución industrial, la<br />

masificación de la educación y la incipiente importancia de los medios<br />

de comunicación.<br />

Otro fenómeno característico y de especial relevancia es la creación<br />

de las tecnologías y dispositivos necesarios para la reproducción<br />

mecánica de obras de arte, así como el nacimiento de nuevas<br />

artes mecánicas que, con el correr de las décadas, alimentarán el<br />

ámbito de la creación y la reflexión y marcarán un hito en el antiguo<br />

catálogo de las Bellas Artes 29 produciendo un cambio significativo<br />

en el concepto mismo de las artes y en la especulación acerca de la<br />

sede de la <strong>belleza</strong>.<br />

También es necesario destacar la creación de nuevas disciplinas<br />

dedicadas a la investigación del hombre como la antropología y la<br />

sociología, que introducen la dimensión colectiva en el análisis de<br />

la realidad y, por otra parte, la psicología y el psicoanálisis con su<br />

28. En el siglo v lo moderno designaba la instauración del catolicismo frente<br />

al pasado romano, también se consideraban modernos en el siglo xii y en Francia a<br />

finales del siglo xviii (Habermas, 1983:19 y ss.).<br />

29. Se trata, como es evidente, de la fotografía y el cine.<br />

53


preocupación por el individuo. En este nuevo contexto epistemológico,<br />

la estética también busca su propia especificidad asociándose a<br />

las nuevas disciplinas que valoran la experiencia individual, social o<br />

cultural en sus postulados. 30<br />

2.3.1 El concepto de <strong>belleza</strong><br />

El concepto de <strong>belleza</strong> empieza a ser desalojado, una vez más, de los<br />

terrenos del arte, aunque ahora por motivos muy diferentes. Diversas<br />

categorías, antes marginales, adquieren un nuevo brillo reduciendo<br />

los espacios que se solían destinar a la exaltación de la <strong>belleza</strong> y dando<br />

lugar a otro tipo de expresiones. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong> continúa el proceso<br />

de mudanza iniciado durante el Romanticismo y se traslada hacia<br />

espacios vinculados con lo funcional, producto de la época industrial<br />

en expansión. Remo Bodei expone el proceso de transformación de<br />

la concepción de la <strong>belleza</strong> en la modernidad de forma magistral:<br />

En la modernidad, la relación de la <strong>belleza</strong> con la verdad se adelgaza<br />

hasta casi desvanecerse. Lo bello, en la variedad de sus formas sensibles,<br />

se convierte en indeterminable e inclasificable, suspendido entre<br />

lo significante y lo insignificante, autónomo respecto de cualquier designación<br />

o referente rígido […] Lo bello, se dice, no significa absolutamente<br />

nada. No remite más que a sí mismo o, todo lo más, a un cruce<br />

de significados y a una carga de emociones que, tras su intensidad condensada<br />

y tras el juego de sus posibilidades, se dispersan y se reúnen<br />

incesantemente […] Lo bello ya no es un modo de hacer traslucir en<br />

formas sensibles percepciones, imágenes, emociones pasiones e ideas,<br />

retraducidas en el ámbito móvil de una paradógica ulterioridad absolutamente<br />

intramundana. […] Cuando la experiencia tiende a variarse de<br />

su sentido global, a distanciarse de la propia garantía cósmica o divina,<br />

lo bello y la estética se convierten, para muchos, en las zonas de mayor<br />

densidad de sentido, los colectores de deseos y expectativas, a menudo<br />

inconscientes o no claramente formulados, pero voluntariamente privados<br />

de toda rigidez normativa, sucedáneo sin dogmas del éxtasis y de<br />

lo sagrado de las religiones. (Bodei, 1995:94-96)<br />

30. Merchán Fiz sitúa en estos hechos y en su antecedente hegeliano las causas<br />

de lo que él denomina disolución de la estética (Merchán Fiz, 1982:217-239).<br />

54


Durante la modernidad se inicia un proceso de domesticación<br />

de la <strong>belleza</strong>. Lo que se quiere decir es que en la sociedad industrial<br />

los objetos de la vida doméstica multiplican y reproducen las pautas<br />

de lo bello. El diseño que antaño había sido entendido como la idea<br />

interna a partir de la cual el artista creaba su obra, se transforma<br />

ahora en una cualidad de los productos industriales en los que el<br />

design y la moda confluyen estableciendo qué es y qué no es bello,<br />

qué es lo que en cada momento ha de gustar. Lo efímero empieza a<br />

convivir con la <strong>belleza</strong>. Además, como se señalara unas líneas más<br />

arriba, otras categorías que habían sido tematizadas anteriormente<br />

empiezan a tener un sentido particular en la modernidad: lo sublime<br />

y lo feo. 31<br />

Evidentemente el subjetivismo que tiene lugar en el último siglo<br />

propone nuevos problemas a la concepción de la <strong>belleza</strong> como una<br />

cualidad del objeto. A su vez, el racionalismo filosófico propio de la<br />

modernidad, reencuentra en lo sublime nuevas formas de sensibilidad<br />

que desbordan los límites de la experiencia de lo bello. Así es<br />

como se abren vías inexploradas a la expresión del artista que busca<br />

sensaciones inéditas y que intenta presentar aquello que no puede hacerse<br />

ver. Esta búsqueda está relacionada, también, con las heridas<br />

al narcisismo que infligen al hombre moderno algunas teorías que lo<br />

confrontan con su pequeñez. Se trata, en efecto, de la teoría copernicana<br />

que desmiente que la tierra sea el centro del sistema planetario<br />

en el que vivimos, la teoría darwiniana que postula que el hombre<br />

desciende del mono sacándolo de su lugar privilegiado en la creación,<br />

y el psicoanálisis freudiano que con su concepción del inconsciente<br />

psíquico avanza en la convicción de que el yo no es el amo de su propia<br />

casa (Freud: 1916-1917, 2300 y ss.). En medio de esta enorme conmoción,<br />

lo bello acaba siendo una categoría caída en el descrédito y en la<br />

vulgarización.<br />

Lo feo también empieza a tener fuerza durante la modernidad. 32<br />

Ello se debe, en parte, a su valor relativo en el contexto de lo bello,<br />

31. Umberto Eco señala en «<strong>La</strong> historia de la fealdad» que casi siempre lo feo<br />

fue considerado por su oposición a lo bello. <strong>La</strong> producción teórica en torno a la fealdad<br />

es significativamente más exigua (Eco, 2007:16).<br />

32. Ver en Bodei, Remo (1995) <strong>La</strong> forma de lo bello, Visor, Madrid, Capítulo IV:<br />

«<strong>La</strong> sombra de lo bello»; pp. 117-148. Allí el autor presenta en forma minuciosa los<br />

derroteros históricos de lo feo y su relación con lo bello.<br />

55


pero también al hecho de que para la estética de este período todo se<br />

vuelve digno de atención. El interés por lo feo, incluso la búsqueda<br />

de lo feo, constituyen los signos de un tiempo caracterizado por la<br />

desacralización del arte y la experimentación de nuevas formas de<br />

expresividad. <strong>La</strong>s vanguardias 33 marcan fuertemente el espíritu de la<br />

modernidad desde finales del siglo xix y los inicios del xx y, muy<br />

lejos de consagrar el arte bello, buscan provocar otro tipo de emociones<br />

entre las que lo feo comparte escenario con lo horrible, lo<br />

inquietante, el dolor, lo sorprendente, etc. Buscan la transgresión, el<br />

choque, ir más allá de lo convencional, experimentar en lo sublime<br />

y, a la vez, escandalizar, conmover las certezas y producir un arte<br />

deliberadamente no bello. A partir del siglo xix se rompe el equilibrio<br />

de lo bello en busca de la provocación de desagradar o incluso<br />

escandalizar (Debray, 1992:118). Estos movimientos artísticos ponen<br />

de manifiesto un amplio interés por teorizar sobre lo que ellos<br />

mismos estaban generando, 34 así es como muchos artistas tienen<br />

una actitud a la vez creativa e intelectual.<br />

Todo ello conduce a que la subversión de la relación del arte con<br />

la <strong>belleza</strong> que promueven las vanguardias acabe con la idea de que es<br />

posible dibujar una definición de la <strong>belleza</strong> con valor universal. Pero<br />

no es sólo eso, además se atreven a cuestionar la verdadera relevancia<br />

de su tematización (Lynch, 1999:87-91).<br />

En este contexto tiene lugar otro hecho que reviste una enorme<br />

importancia para las artes visuales y para la obra de arte, y que se<br />

suma al cúmulo de novedades y cambios de estos tiempos. Se trata<br />

de la emergencia de la posibilidad técnica de reproducción de imágenes<br />

por medios mecánicos y la posterior creación de la fotografía<br />

y del cine. Walter Benjamin ha analizado de forma específica y<br />

original estos fenómenos poniendo el acento en la pérdida del aura<br />

de la obra de arte reproducida. Muchos autores han criticado las<br />

connotaciones religiosas de esta expresión, sin embargo Benjamin<br />

ha sido explícito al poner en evidencia que su propósito es destacar<br />

33. Gombrich realiza una enumeración de las vanguardias presentándolas en<br />

el siguiente orden: Impresionismo, Art Nouveau, Fauvismo, Cubismo, Dadá, Surrealismo,<br />

Expresionismo abstracto, Pop Art, Op Art. Ver en Arte (1950), <strong>Editorial</strong><br />

Debate, Madrid; pp. 656 y ss.<br />

34. Son muy renombrados algunos de los manifiestos escritos por los diferentes<br />

grupos de vanguardias, por ejemplo el «Manifiesto Surrealista».<br />

56


cómo a partir de la copia, la autenticidad de una cosa que puede ser<br />

testimonial de su condición histórica, queda evaporada del objeto<br />

reproducido. Perdida su unicidad y su valor de culto, una vez desacralizada<br />

la obra de arte, se produce la pérdida del sustrato de su<br />

singularidad (Benjamin, 1936a:20-38). Sin embargo, lejos de plantear<br />

visiones catastrofistas o renovar las sentencias de muerte para<br />

el arte, él busca la constatación de que «El arte se ha escapado del<br />

reino del halo de lo bello, único en el que se pensó por largo tiempo<br />

que podía alcanzar florecimiento» (Benjamin, 1936a:38). Esto supone<br />

la necesidad de relanzar el pensamiento a partir de las nuevas<br />

condiciones, unas condiciones que están fuertemente impregnadas<br />

por las posibilidades de acceso que se abren a partir de la reproducción<br />

mecánica de la obra de arte.<br />

2.3.2 El concepto de arte y artista<br />

Uno de los hechos sobresalientes de estos tiempos es la emergencia<br />

de un mercado plagado de nuevos objetos para el consumo en la vida<br />

cotidiana, fenómeno propio del desarrollo de la sociedad industrial.<br />

Se busca que estos objetos, utensilios y todo tipo de bienes sean atractivos,<br />

que gusten. Mientras la industria y el mercado transitan esta<br />

nueva coyuntura, en el campo del arte, las vanguardias ponen de manifiesto<br />

su renuncia a la <strong>belleza</strong> como ideal y surgen, como ya se ha expuesto,<br />

nuevos géneros que ponen en juego otras categorías estéticas<br />

como la de lo sublime y lo feo, pero también el horror, lo inquietante,<br />

la crueldad, «los estados oscuros del alma» (Lynch, 1999:74 y ss.).<br />

Los movimientos artísticos de este tiempo rompen con la tradición<br />

y buscan nuevos caminos, más allá de la mimesis y de la búsqueda<br />

de verosimilitud. Se persigue la provocación y ello se hace por<br />

dos caminos: por una parte a través de la propia obra y, por otra,<br />

difundiendo manifiestos que representan la voluntad de teorizar el<br />

propio quehacer. Se rompe la tradición de siglos de ciertos esquemas<br />

teórico-conceptuales que inspiraron a las diversas estéticas, y surgen<br />

multiplicidad de «ismos» y de estéticas paralelas. Sin embargo,<br />

la inspiración romántica pervive aún de diversas maneras en muchos<br />

grupos por ejemplo en la idea de genio creador y en la sentencia<br />

hegeliana sobre la muerte del arte entendiéndola, en algún caso,<br />

como la ruptura definitiva con el arte tradicional de caballete. Los<br />

57


artistas empiezan a tener una actitud más intelectual respecto de<br />

su arte, ahora desnaturalizado, y ello conduce hacia una preocupación<br />

por el lenguaje, provocando un profundo replanteamiento que<br />

disloca totalmente la estética tradicional. El artista se convierte en<br />

un agente de la realidad, un promotor del cambio, un creador y un<br />

teórico (Lynch, 1999:90 y ss.). Pero también una concepción esteticista<br />

del arte alienta a los creadores a producir sus obras buscando<br />

la expresión de la propia subjetividad, es el «arte por el arte» (Habermas,<br />

1983:29).<br />

El progresivo alejamiento de las instituciones oficiales y la consecuente<br />

independización del artista explican, en parte, la bohemia<br />

característica de fines del siglo xix y pueden verse como una de las<br />

razones del cambio social, psicológico y profesional del artista de<br />

este tiempo. También se observa que, de acuerdo con la lógica de la<br />

sociedad industrial, el arte comienza a insertarse en la esfera de la<br />

producción global. Una de las consecuencias de este movimiento es<br />

la consolidación de un mercado propio que, si bien no es nuevo, adquiere<br />

dimensiones y características diferentes a las de tiempos precedentes.<br />

El mapa de las artes debe ser reconsiderado una vez más<br />

en el siglo xx. <strong>La</strong> emergencia de la fotografía introduce una novedad<br />

polémica: es la primera forma de producción plástica en la que la actividad<br />

corporal creadora del artista está francamente limitada, el<br />

gesto se reduce a encuadrar y disparar. Además se añade otro asunto<br />

de relevancia y es que, tanto en la fotografía como posteriormente<br />

en el cine, la cuestión de la obra original, aurática y auténtica –según<br />

la expresión ya comentada de Benjamin– deja de tener sentido. <strong>La</strong><br />

circulación por medio de copias o reproducciones determina nuevas<br />

condiciones que responden a las características propias de estas nuevas<br />

obras y a la lógica de la sociedad de masas. <strong>La</strong> introducción de<br />

la fotografía y el cine provocan un profundo cambio en la historia<br />

de las artes dando lugar a debates que transcurren antes de que, finalmente,<br />

el cine sea admitido en el séptimo puesto en la lista de las<br />

artes bellas.<br />

2.3.3 El concepto de goce estético<br />

El gusto es uno de los rasgos distintivos del sujeto autónomo de la<br />

modernidad, un gusto liberado de las prescripciones académicas y<br />

58


que busca independizarse de los cánones burgueses predominantes<br />

a partir de la Ilustración. Desde el punto de vista histórico,<br />

la consolidación del interés por la estética y el gusto se puede situar<br />

en la emergencia de la sociedad industrial y en la eclosión de<br />

la producción. <strong>La</strong>s vanguardias son causa y escenario de muchos<br />

de estos cambios. Su vocación por la ruptura en el plano estético<br />

provoca también cambios en el gusto, ahora legítimamente divergente,<br />

múltiple, fragmentado. El gusto se vuelve mundano, y<br />

aunque no está despojado de su condición histórica, es hijo de esa<br />

vocación de ruptura que anima a las vanguardias, y de los conceptos<br />

románticos que perviven en el pensamiento de la modernidad.<br />

Como explica Calabrese, frente a la valoración de la subjetividad<br />

como obstáculo para la regularidad de los juicios de gusto típica<br />

de etapas anteriores, surge ahora un especial interés por el sujeto<br />

juzgante que es un activo degustador, incluso un intérprete (Calabrese,<br />

1987:206).<br />

Ni el arte ni la <strong>belleza</strong> mueren, a pesar de tantos anuncios, más<br />

bien el juicio sobre lo bello, lo agradable, lo útil, se traslada a otros<br />

espacios y a otros objetos más allá de la representación artística.<br />

… aunque es en las bellas artes donde el sentimiento estético se manifiesta<br />

en casi toda su pureza, no puede considerarse en modo alguno<br />

que la suya sea la única esfera en la que los hombres muestran su sensibilidad<br />

hacia la <strong>belleza</strong>. (Santayana, 1896:27).<br />

Esto cobra una significación muy específica en este contexto<br />

en el que los objetos de la industria no sólo buscan ser útiles sino<br />

agradar con el propósito de estimular su consumo. Por otra parte,<br />

la fotografía y el cine acercan al público hacia las obras en cantidades<br />

antes impensables (Benjamin, 1936a:44). <strong>La</strong> <strong>belleza</strong>, destronada<br />

como categoría hegemónica del arte y la secularización de los<br />

absolutos metafísicos queda inmersa en el relativismo imponiendo<br />

nuevos retos a la apreciación de los efectos y afectos artísticos. Esto<br />

conlleva también una diversificación del gusto en un tiempo en que<br />

la preocupación por la experiencia sensible se transforma en objeto<br />

de interés específico de las viejas y nuevas ciencias. No puede sorprendernos<br />

entonces que Sigmund Freud –creador del psicoanálisis–<br />

afirme en su artículo sobre lo siniestro:<br />

59


… que no se pretende ceñir a la estética a la doctrina de lo bello, sino<br />

que se la considera como ciencia de las cualidades de nuestra sensibilidad.<br />

(Freud, 1919:2483)<br />

A partir de los postulados de la Ilustración, especialmente de la<br />

escuela inglesa que es la primera en definir la estética ilustrada, se<br />

ha remarcado el carácter placentero del contacto con lo bello. Pero<br />

en la pluralidad y multiplicación de estados sensibles a los que atiende<br />

la estética de la modernidad, reducir el gusto a una adecuación<br />

placentera supondría una limitación a otro sinnúmero de obras<br />

cuya finalidad es romper de forma intencionada con lo ya conocido,<br />

abriendo la sensibilidad al deleite de lo horroroso, a la experiencia<br />

de lo negativo, de lo confuso, de lo siniestro, de lo arbitrario, de lo<br />

caótico. 35<br />

Acabamos, así, este primer itinerario por los escenarios en los<br />

que lo bello se ha pensado, creado y admirado. <strong>La</strong> labor que acometeremos<br />

en los próximos capítulos no es otra que la de caracterizar<br />

el nuevo escenario en el que la <strong>belleza</strong>, la concepción del arte y los<br />

artistas y del goce estético tiene lugar. Una tarea que nos situará en<br />

el tiempo que estamos transitando y que permitirá al lector o lectora<br />

de estas páginas identificar muchos elementos contemporáneos<br />

que, en absoluto, le son ajenos.<br />

35. Ejemplo de ello son los ready-made de Duchamp, la fragmentación geométrica<br />

del cubismo, etc. Todos estos movimientos, con sus diferencias particulares, tienen en<br />

común la búsqueda de un planteamiento ectópico para el objeto representado y para el<br />

sujeto de la experiencia estética. Al respecto, es interesante la reflexión de Umberto Eco<br />

sobre «el guijarro artístico», es decir, un objeto sustraído de su espacio natural y situado<br />

de manera tal que se integre en el repertorio de lo presentable. En clara alusión a los<br />

ready-made, el guijarro de Eco puede ser el urinario de Duchamp (Eco, 1968b:195).<br />

60


Índice<br />

Sumario 11<br />

Prólogo 13<br />

Agradecimientos 15<br />

Introducción 17<br />

primera parte: El devenir del concepto de <strong>belleza</strong> 23<br />

1. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong>: de la idea a los media 25<br />

1. ¿Es posible definir la <strong>belleza</strong>? 25<br />

2. El devenir del concepto de <strong>belleza</strong>: la idea, la sensación,<br />

la industria 29<br />

2.1 <strong>La</strong> Idea 30<br />

2.1.1 El concepto de <strong>belleza</strong> 31<br />

2.1.2 El concepto de arte y artista 38<br />

2.1.3 El concepto de goce estético 40<br />

2.2 <strong>La</strong> sensación 43<br />

2.2.1 El concepto de <strong>belleza</strong> 45<br />

2.2.2 El concepto de arte y artista 49<br />

2.2.3 El concepto de goce estético 50<br />

2.3 Modernidad, vanguardias e industria 53<br />

2.3.1 El concepto de <strong>belleza</strong> 54<br />

2.3.2 El concepto de arte y artista 57<br />

2.3.3 El concepto de goce estético 58<br />

2. Nuevos escenarios para la <strong>belleza</strong> 61<br />

1. Nuevos escenarios 61<br />

1.1 Transiciones 67<br />

245


segunda parte: Medios de comunicación y publicidad 79<br />

3. Industrias culturales y mass media 81<br />

1. Cultura de masas y sociedad mediática 81<br />

2. Del arte al espectáculo 87<br />

2.1 Arte y comunicación 87<br />

2.2 <strong>La</strong> sociedad del espectáculo 93<br />

2.3 El espectáculo televisivo 95<br />

2.3.1 Entretener, distraer, divertir o la búsqueda de<br />

consenso 98<br />

2.3.2 Televisión espectacular 104<br />

4. Publicidad: el espectáculo de la mercancía 106<br />

1. <strong>La</strong> publicidad 106<br />

1.1 Discurso publicitario, discurso de los medios 109<br />

2. Simulacro de arte, simulacro de comunicación 116<br />

2.1 Arte o publicidad 116<br />

2.2 ¿Qué comunicación? 123<br />

3. Creación y recepción 126<br />

3.1 Nuevos conceptos: de la firma al pack shot 127<br />

3.2 Nuevos conceptos: del goce estético al consumo<br />

mediático 139<br />

4. El spot 149<br />

tercera parte: <strong>La</strong> representación de la <strong>belleza</strong> 153<br />

5. De la <strong>belleza</strong> al embellecimiento 155<br />

1. El punto de partida 155<br />

2. Belleza y consumo 158<br />

2.1 Belleza del cuerpo y mercado 158<br />

2.1.1 Belleza y publicidad 161<br />

2.2 Belleza/embellecer-se: del nombre al verbo 165<br />

2.2.1 Un apunte sobre la moda 169<br />

2.2.2 Belleza e higiene 174<br />

2.2.3 Cosmos-cosmética 178<br />

6. <strong>La</strong> mujer, bello personaje de la publicidad 183<br />

1. <strong>La</strong> <strong>belleza</strong> y el bello sexo 187<br />

1.1 Hombres y mujeres 193<br />

246


2. Belleza y seducción 196<br />

2.1 Seducir ¿a quién? 197<br />

2.2 «Decidido: mi cuerpo en mis manos» 198<br />

3. Belleza y tecnociencia 206<br />

3.1 ¿Nuevas expresiones para «<strong>belleza</strong> e higiene»? 209<br />

4. Bellos fragmentos 212<br />

4.1 Por partes 212<br />

4.2 Plano detalle y primer plano 215<br />

7. Reflexiones finales 218<br />

1. El viaje 218<br />

2. <strong>La</strong> dulce jaula de tu cuerpo 225<br />

Bibliografía 231<br />

247

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