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VE-02 MAYO 2014

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Sin embargo, no se dirigía a ningún encuentro amoroso, había quedado<br />

con los amigos para reunirse todos en la hora de aperitivi, algo originario<br />

de Milán pero que estaba extendido en muchas ciudades de Italia.<br />

Consistía en pedir una copa o refresco y poder disfrutar la comida que iban<br />

sacando, como si se tratase de un buffet. Claro que estaba mal visto<br />

pedirse tan solo una bebida. Ya podía divisarlos en la lejanía, estaban en la<br />

Plaza de Santa María del Trastevere, un lugar bastante céntrico y fácil de<br />

encontrar, gracias a la basílica del mismo nombre, cuya torre sobresalía<br />

mostrando su gran reloj. No se lo podía creer, no faltaba ni uno; Juan, Eva,<br />

Diego y Marcos. Ya se acercaban, cuando de repente fue transportado a<br />

otra escena. Sangre, mucha sangre, estaba todo empapado, no recordaba<br />

cómo había llegado allí y de quién era esa sangre, se cercioró de que no<br />

fuera la suya propia y con un sobresalto despertó del sueño. Los rayos del<br />

sol se filtraban a través de la ventana, aterrizando directamente en su cara.<br />

Seguramente fue eso lo que le hizo despertar, se sintió tranquilo al saber<br />

que tan solo era un mal sueño, que se encontraba plácidamente en su<br />

cama. Aunque por el tacto no lo parecía, ésta era mucho más dura e<br />

incómoda. Miró a su alrededor y lo recordó todo. Las paredes blancas y<br />

acolchadas, el suelo de un color grisáceo, la maldita ventana de apenas 30<br />

cm. de alto por 30 cm. de ancho, los ruidos que escuchaba todas las<br />

noches, los médicos ataviados con batas, los guardias con las porras…<br />

Ahora todo encajaba, se encontraba en el manicomio de Roma “Julio<br />

César”, sobre la isla Tiberina, un islote en forma de barco. Rodeado por<br />

agua en todos sus costados, exceptuando el puente “Melvio” que la unía<br />

con la civilización.<br />

Se levantó de la cama con dolor de espalda, al ser tan rígida siempre le<br />

causaba molestias que cesaban al cabo de unas horas. Se dirigió hacia la<br />

ridícula ventana y se asomó por ella. Era como un ritual matutino. Para<br />

sentirse menos aislado, menos apartado del mundo. Se deleitaba viendo a<br />

las otras personas pasear, gente libre, que reía, caminaba, se cogían de la<br />

mano, se besaban, corrían rodeando el río, jugaban con una pelota… En fin,<br />

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