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INTRODUCCIÓN<br />

LA SOPA SE ENFRÍA<br />

En el Departamento de Manuscritos de la British Library se encuentra<br />

una hoja en la que Leonardo da Vinci escribió unas notas sobre geometría.<br />

Se trata de uno de sus últimos escritos: probablemente data de 1518, el año<br />

en que murió. El papel tiene un tono grisáceo, pero la tinta se conserva<br />

bien. Hay algunos diagramas y, junto a ellos, un bloque de texto muy ordenado,<br />

escrito en su habitual «escritura especular» (de derecha a izquierda).<br />

No es, a primera vista, uno de los manuscritos más interesantes de<br />

Leonardo, excepto para los aficionados a la geometría del Renacimiento.<br />

Pero merece una mayor atención, porque al final ofrece una sorpresa. En<br />

el último cuarto de la página, el texto se interrumpe con un brusco «etcétera».<br />

La última línea parece un fragmento de un teorema —la mano apenas<br />

ha vacilado—, pero lo que realmente dice es perche la minesstra si fredda.<br />

Leonardo ha dejado de escribir «porque la sopa se enfría». 1<br />

Hay otras alusiones a detalles domésticos en los manuscritos de Leonardo,<br />

pero ésta es la que más me gusta. No es que nos diga mucho: que tomara<br />

un cuenco de sopa templada un día de 1518 apenas puede considerarse<br />

un dato biográfico importante. Lo que lo convierte en algo especial es<br />

el elemento de sorpresa, de espontaneidad. Entre las áridas abstracciones<br />

de sus estudios de geometría se ha introducido este momento de humanidad<br />

sencilla y cotidiana. Vemos a un anciano sentado a la mesa, escribiendo<br />

con atención. En otra habitación vemos un cuenco de sopa, humeando intensamente.<br />

Probablemente es una sopa de verduras, porque en la última<br />

etapa de su vida Leonardo se hizo vegetariano, y probablemente también la<br />

había cocinado su criada, Mathurine, a la cual dejaría pronto en su testamento<br />

una «capa de fino paño negro forrada de piel» en premio a sus «buenos<br />

servicios». 2 ¿Es ella la que llama a Leonardo para decirle que la sopa se<br />

enfría? Él continúa escribiendo unos momentos —el tiempo que tarda en<br />

escribir perche la minesstra si fredda—, y luego deja la pluma.<br />

Hay en esto una sombra de presagio. Que sepamos, nunca reanudó<br />

esas notas, de forma que esa interrupción parece augurar esa otra inte-<br />

17


LEONARDO DA VINCI<br />

rrupción definitiva que no tardaría en llegar. Podríamos titular esta página<br />

de aspecto no especialmente llamativo «el último teorema de<br />

Leonardo», un proyecto inacabado más. La gran empresa de investigación<br />

y exposición a la que ha dedicado su vida se cierra con esta broma<br />

intrascendente, esta frase jocosa acerca del imperativo de la cena.<br />

Para el biógrafo, estos atisbos entre bastidores resultan alentadores.<br />

Leonardo era un hombre extraordinario, pero su vida se entrecruzaba constantemente<br />

con lo normal, y es precisamente en esos puntos de intersección<br />

en los que el biógrafo —el emisario enviado desde el mundo de la normalidad—<br />

puede establecer algún tipo de contacto con él. Existen, desde luego,<br />

todas esas complejidades y profundidades y pinturas mundialmente famosas<br />

que es preciso tratar de descifrar, todas esas cosas que convierten a Leonardo<br />

en un ser único; pero en estos otros momentos es, por un instante, un hombre<br />

como nosotros.<br />

Lo que este libro se propone es tratar de recuperar algo del hombre<br />

que fue Leonardo, es decir, del hombre real que vivió en un tiempo real<br />

y comió cuencos de sopa reales, frente al «Hombre Universal», sobrehumano<br />

y multidisciplinar, cuya imagen se nos ofrece habitualmente. Son<br />

uno y el mismo, por supuesto; relatar su vida no es más que otra forma de<br />

abordar su formidable y, en última instancia, misteriosa grandeza como<br />

artista, científico y filósofo; pero creo que es importante alejarse de la<br />

idea hagiográfica del genio universal. Me animan a hacerlo algunas palabras<br />

del mismo Leonardo. En una de sus profezie, que son esencialmente<br />

adivinanzas presentadas en forma profética, escribe: «Aparecerán figuras<br />

gigantescas de forma humana, pero cuanto más te acerques a ellas<br />

más disminuirá su inmensa estatura». 3 La respuesta de la adivinanza es<br />

«la sombra que proyecta un hombre con un farol por la noche», pero me<br />

gusta creer que puede ser también Leonardo da Vinci, a quien me acerco<br />

a través de la oscuridad, esperando nerviosamente que su inmensa estatura<br />

se reduzca a dimensiones humanas.<br />

Escribir un libro sobre Leonardo sin utilizar ni una sola vez la palabra<br />

«genio» sería una hazaña digna del escritor francés Georges Perec, quien<br />

consiguió escribir toda una obra sin utilizar la letra e. Yo no la he suprimido<br />

totalmente —puede resultar útil para traducir la palabra italiana<br />

ingegno, que se usaba con frecuencia en el Renacimiento para designar lo<br />

que superaba el «talento» o la «inteligencia»—, pero es un término que<br />

conviene utilizar con moderación, pues puede oscurecer fácilmente la<br />

humanidad de aquellos a quienes se les aplica. Ensalza sus obras como si<br />

fueran una especie de milagro o maravilla, lo cual es acertado en parte,<br />

pero bastante inútil. Lo que hizo Leonardo fue ciertamente maravilloso,<br />

pero debemos preguntarnos cómo y por qué lo hizo y no dar como<br />

18


LA SOPA SE ENFRÍA<br />

respuesta una idea nebulosa o semimística de la «inspiración». A los admiradores<br />

de Shakespeare les gustaba afirmar que «nunca tachó un solo<br />

verso», a lo cual Ben Jonson respondía con firmeza: «Y aunque hubiera<br />

tachado mil». 4 En otras palabras, que Shakespeare era un poeta excelente<br />

pero no infalible; su genio radicaba, precisamente, en su capacidad de<br />

superar su falibilidad. Y añadía Jonson: «Rindo homenaje a su memoria,<br />

pero sin llegar a la idolatría», que es sin duda lo mejor que puede hacer<br />

un biógrafo. Naturalmente Leonardo era un genio, pero el término tiende<br />

a lo idolátrico y se opone a su propia mentalidad rigurosa y escéptica;<br />

por eso lo evito.<br />

Relacionado en parte con el estereotipo del genio está el del «hombre<br />

renacentista». No soy de los que defienden que el Renacimiento «no tuvo<br />

lugar»; se trata de un término general, perfectamente útil para describir<br />

los cambios culturales que tuvieron lugar en Europa durante los siglos XV<br />

y XVI (para los italianos, el Quattrocento y el Cinquecento). Pero también<br />

en este caso hay que recelar de los tópicos. Consideramos el Renacimiento<br />

una época de gran optimismo intelectual, de «nuevo amanecer» de la<br />

razón, de liberación de las supersticiones, de ampliación de horizontes.<br />

Visto desde la posición ventajosa de fines del siglo XIX, que es cuando esta<br />

lectura bastante triunfalista adquirió su forma definitiva, fue así, efectivamente.<br />

Pero ¿cómo era mientras estaba sucediendo? Las viejas creencias<br />

se derrumbaban; se trataba de un momento de transición rápida, de corrupción<br />

política, de quiebras y crecimiento económico, de extrañas noticias<br />

llegadas desde rincones del mundo hasta entonces desconocidos. La<br />

experiencia del Renacimiento —que aún no se definía con esta palabra ni<br />

se consideraba un «nuevo nacimiento»— fue quizá de ruptura tanto como<br />

de optimismo. La excitación palpable que caracterizó este periodo estaba<br />

entreverada de peligro. Se estaban volviendo a reescribir todas las<br />

normas. Y si todo era posible, nada era seguro, lo cual llevaba implícito<br />

una especie de vértigo filosófico.<br />

El talante ambicioso y osado del hombre del Renacimiento no fue algo<br />

negativo: de hecho el subtítulo de este libro constituye precisamente un<br />

homenaje al maravilloso impulso del intelecto de Leonardo, a ese vertiginoso<br />

«vuelo de la mente» que le permitió ver tanto y tan lejos, y que yo relaciono<br />

metafórica y psicológicamente con la obsesión que manifestó a lo<br />

largo de toda su vida por el vuelo de los cuerpos. Pero al sueño de volar le<br />

acompaña el temor a caer, de manera que comprenderemos mejor a este<br />

hombre renacentista si lo consideramos también un traficante de dudas<br />

y preguntas, incluidas las dudas y preguntas acerca de sí mismo.<br />

El Genio Universal y el hombre renacentista son como esas sombras<br />

«gigantescas» de la adivinanza de Leonardo. No son exactamente una<br />

ilusión, pero sí el producto de cierto punto de vista, y cuanto más se acer-<br />

19


LEONARDO DA VINCI<br />

ca uno a ellas mejor se empieza a ver, y de una forma mucho más interesante,<br />

al hombre que las proyecta.<br />

Para conocer la historia de la vida de Leonardo debemos volver a las<br />

fuentes más próximas a él: las fuentes primarias correspondientes a su<br />

época o cercanas a ella, las más importantes de las cuales son sus propios<br />

manuscritos. En parte, este libro se ha convertido en un estudio de<br />

Leonardo como escritor, un tema curiosamente ignorado si tenemos en<br />

cuenta su producción enormemente prolífica —si bien, en general, no<br />

debemos entender el término «escritor» en un sentido estrictamente literario—.<br />

Más de 7.000 páginas escritas por Leonardo han llegado hasta<br />

nosotros, y podemos deducir que existieron muchos miles más que se<br />

han perdido. Algunas de ellas pueden reaparecer algún día: dos cuadernos<br />

enteros fueron descubiertos por azar en Madrid en 1967, y hay noticias<br />

fascinantes, aunque no confirmadas, de la existencia de un tratado<br />

perdido sobre la luz y la sombra conocido como Libro W. 5<br />

Los manuscritos han sobrevivido en tres formas: en colecciones encuadernadas,<br />

recopiladas después de la muerte de Leonardo; en cuadernos<br />

que se han conservado más o menos intactos desde el momento en<br />

que él los utilizó; y en hojas sueltas. La más famosa de las recopilaciones<br />

misceláneas es el Códice Atlántico, que se conserva en la Biblioteca Ambrosiana<br />

de Milán. En su forma original, resultado de la labor de compilación<br />

que llevó a cabo a fines del siglo XVI el escultor y bibliófilo Pompeo<br />

Leoni, el Códice Atlántico era un imponente volumen, encuadernado<br />

en piel, de más de 60 centímetros de altura. Contenía 481 folios, algunos<br />

de ellos hojas enteras de manuscritos de Leonardo, pero la mayoría eran<br />

montajes de fragmentos, hasta cinco o seis por página, unos pegados con<br />

goma y otros montados en ventanas de forma que pudieran verse ambos<br />

lados del papel. El nombre del Códice no tiene nada que ver con el<br />

océano, sino que se refiere al tamaño, «formato atlas». Fue acuñado por<br />

el bibliotecario de la Ambrosiana, Baldassare Oltrocchi, quien lo catalogó<br />

en 1780 como codice in forma atlantica. En la década de 1960 este suntuoso<br />

álbum de recortes fue desmontado y reordenado de forma que todas<br />

sus piezas ahora están montadas por separado.<br />

Existen otras dos misceláneas fundamentales, las dos en Inglaterra.<br />

Una es la colección de dibujos y manuscritos de la Royal Library del castillo<br />

de Windsor. También es herencia de Pompeo Leoni; de hecho, algunos<br />

de los fragmentos más pequeños de Windsor fueron recortados<br />

por él de hojas más grandes incluidas hoy en el Códice Atlántico. En un<br />

momento determinado lo compró el ávido coleccionista que fue Carlos I<br />

de Inglaterra, aunque no ha sobrevivido documentación al respecto.<br />

Apareció en el palacio de Kensington a mediados del siglo XVIII: según<br />

20


LA SOPA SE ENFRÍA<br />

un relato contemporáneo, «esta gran curiosidad» había sido depositada<br />

durante la guerra civil en un «cofre grande y fuerte», donde permaneció<br />

«ignorado y olvidado durante casi 120 años hasta que el Sr. Dalton lo descubrió,<br />

afortunadamente, en el fondo del citado cofre a comienzos del<br />

reinado de Su Majestad actual [Jorge III]». 6 En esta soberbia compilación<br />

de dibujos y manuscritos se incluyen las famosas hojas de dibujos<br />

anatómicos. La otra colección fundamental es el Códice Arundel de la<br />

British Library, una mezcolanza de 283 folios escritos a lo largo de casi<br />

cuarenta años, entre ellos la página interrumpida de notas sobre geometría<br />

anteriormente mencionada. El nombre del códice se debe al conde<br />

de Arundel, quien lo adquirió en España en la década de 1630.<br />

A estas compilaciones de manuscritos deberíamos añadir otro tipo de<br />

miscelánea: el Códice Urbinas del Vaticano, una colección de escritos<br />

de Leonardo sobre pintura reunida después de su muerte por su secretario<br />

y albacea literario, Francesco Melzi. En 1651 se publicó en París una<br />

versión abreviada, conocida generalmente como Trattato della pittura<br />

(Tratado de la pintura). Al final del Códice Urbinas, Melzi enumera dieciocho<br />

cuadernos de Leonardo, grandes y pequeños (libri y libricini) que<br />

había utilizado como fuentes: diez de ellos se han perdido. Un pequeño<br />

tesoro que reúne obra dispersa es el Códice Huygens, ahora en Nueva<br />

York, que incluye copias de fines del siglo XVI de estudios de figuras del<br />

artista cuyos originales han desaparecido.<br />

Estas recopilaciones son realmente magníficas. No obstante, la verdadera<br />

huella de Leonardo se encuentra en sus cuadernos. Han sobrevivido<br />

unos veinticinco —el número exacto depende de cómo se contabilicen, ya<br />

que algunos de ellos se han encuadernado en volúmenes junto con otros:<br />

por ejemplo, los tres códices Forster (que se conservan en el Victoria & Albert<br />

Museum de Londres) reúnen cinco cuadernos. La mayor concentración<br />

se encuentra en el Institut de France, en París; llegaron a Francia en<br />

masa en la década de 1790, como botín napoleónico, procedentes de la Biblioteca<br />

Ambrosiana. Otros se hallan en Milán, Turín, Londres, Madrid y<br />

Seattle. Se han perdido algunas páginas aquí o allá —un bibliófilo de manos<br />

bastante largas, el conde Guglielmo Libri, robó varias a mediados del<br />

siglo XIX—; pero, esencialmente, los cuadernos se encuentran tal como el<br />

artista los dejó. Algunos mantienen aún su encuadernación original; a<br />

Leonardo le gustaba una especie de envoltura de vitela o de cuero cerrada<br />

por una presilla y un cazonete de madera (algo parecido al sistema con<br />

que hoy se abrochan las trencas).<br />

El tamaño de los cuadernos abarca desde el formato en octavo hasta<br />

pequeñas libretas de bolsillo no mayores que una baraja. Estas últimas,<br />

que Francesco Melzi llamó libricini, servían como cuadernos de notas y<br />

de dibujo y algunas de ellas muestran claras señales de haber acompa-<br />

21


LEONARDO DA VINCI<br />

Uno de los cuadernos de Leonardo (MS B de París) con su encuadernación original.<br />

ñado en sus viajes a Leonardo. El relato de un testigo que le vio en Milán<br />

menciona «un librito que llevaba siempre colgado del cinto». 7 Uno<br />

de éstos era el que llevaba con él cuando pasó por Cesena en 1502 e<br />

hizo un rápido bosquejo que tituló «Así es como llevan las uvas en Cesena».<br />

8 Allí lo imaginamos, en la calle, como un periodista con su cuaderno,<br />

registrando atentamente lo que veía. El pintor, dice, debe estar<br />

siempre preparado para realizar sus apuntes «con arreglo a lo que le<br />

permitan las circunstancias»:<br />

Observa atentamente a las gentes en la calle, y en la plaza, y en los campos.<br />

Toma nota de ellas con una breve indicación de las formas: así para una<br />

cabeza haz una O, y para un brazo una línea recta o inclinada, y lo mismo<br />

para las piernas y el cuerpo, y cuando vuelvas a casa desarrolla esas notas hasta<br />

formar figuras completas. 9<br />

A veces las anotaciones adquieren la fuerza de la poesía:<br />

onde del mare di Piombino<br />

tutta d’acqua sciumosa<br />

dell’acqua che risalta del sito<br />

dove chadano li gran pesi perchussori delle acque<br />

[Olas del mar en Piombino / agua espumosa toda ella / agua que se eleva<br />

desde el lugar / donde cae el gran peso del agua que golpea]. 10<br />

22


LA SOPA SE ENFRÍA<br />

O este haiku que cuelga casi ilegible:<br />

la luna densa<br />

ogni densa e grave<br />

come sta la lu<br />

na<br />

[La luna es densa / todo lo denso es pesado / ¿cuál es la naturaleza de la<br />

lu / na?]. 11<br />

Algunos de los cuadernos forman una suerte de tratados independientes<br />

o colecciones de apuntes sobre una materia específica —el MS C<br />

de París sobre la luz y la sombra, el Códice Leicester sobre geofísica, el<br />

pequeño códice de Turín sobre el vuelo de las aves, etcétera—; pero<br />

incluso éstos contienen abundante material ajeno al tema. Lo que caracteriza<br />

a los manuscritos de Leonardo es su diversidad, su condición<br />

de misceláneas; el formar una acumulación, a menudo abigarrada, de<br />

diferentes asuntos. Fechar las páginas es a veces tarea difícil, porque<br />

los hábitos mentales de Leonardo eran repetitivos: como un ave de<br />

presa, trazaba círculos sobre sus múltiples intereses, y volvía sobre ideas<br />

y observaciones ya expresadas para seguir trabajando sobre ellas<br />

años después. Él mismo es consciente de las dificultades que esto origina<br />

y se disculpa ante el hipotético lector del futuro: «No me culpes,<br />

lector, porque los temas son muchos y la memoria no puede retenerlos<br />

y decir: “No voy a escribir esto porque ya lo he escrito”». 12<br />

Los manuscritos constituyen un mapa de la mente de Leonardo.<br />

Contienen desde medias frases mínimas o cálculos garabateados hasta<br />

tratados científicos y ejercicios literarios perfectamente resueltos. Los<br />

temas abarcan desde la anatomía a la zoología, pasando por la aerodinámica,<br />

la arquitectura, la botánica, el diseño de trajes, la ingeniería<br />

militar y civil, el estudio de los fósiles, la hidrografía, las matemáticas, la<br />

mecánica, la música, la óptica, la filosofía, la robótica, la astronomía, el<br />

diseño de decorados teatrales y la viticultura. La gran lección de sus manuscritos<br />

es que todo ha de ser cuestionado, investigado, examinado,<br />

trabajosamente analizado y devuelto a sus principios. Leonardo se impone<br />

tareas grandes y pequeñas:<br />

Describir cómo se forman las nubes y cómo se disuelven, y qué provoca<br />

que el vapor se eleve de las aguas en el aire, o qué causa la neblina, y por<br />

qué se adensa el aire, y por qué parece más o menos azul en momentos diferentes...<br />

23


LEONARDO DA VINCI<br />

Describir... qué es estornudar, bostezar, qué es la epilepsia, el espasmo, la<br />

parálisis, tiritar de frío, el sudor, la fatiga, el hambre, el sueño, la sed, la lujuria...<br />

Describir la lengua del pájaro carpintero... 13<br />

Leonardo fue, como observa Kenneth Clark, «el hombre más tercamente<br />

curioso de la historia». Sus cuadernos registran una incansable búsqueda<br />

de intereses. Tienden por acumulación hacia una idea grandiosa del<br />

conocimiento universal, pero en una página concreta, en un momento determinado,<br />

se centran en lo particular y lo preciso: en observaciones, experimentos,<br />

preguntas y soluciones. Es el empirista por excelencia y firma<br />

con un florido Leonardo Vinci disscepolo della sperientia (lo que puede traducirse<br />

tanto por «discípulo de la experiencia» como por «discípulo del experimento»).<br />

14 Su curiosidad se manifiesta incluso en un pequeño tic que<br />

se encuentra en decenas de páginas manuscritas: cuando quería probar<br />

una nueva pluma generalmente garabateaba la palabra dimmi, «dime». Es<br />

la voz de Leonardo preguntando, buscando un dato más. Dime qué, dime<br />

cómo, dime por qué. Sin duda eran muchos los que en Florencia, en Milán,<br />

y en otros lugares habían escuchado el tono retador de sus dimmi.<br />

En su Trattato della pittura, Leonardo escribe que un cuadro debe representar<br />

«acontecimientos mentales» —accidenti mentali— por medio<br />

de los gestos físicos de las figuras que lo componen. 15 Recuerdo esa frase<br />

cuando leo sus cuadernos, que están llenos de «acontecimientos mentales»,<br />

grandes y pequeños, rigurosamente anotados, curiosamente entremezclados<br />

con una rica miscelánea compuesta por chistes, garabatos,<br />

fragmentos de poesías, borradores de cartas, cuentas domésticas, recetas,<br />

listas de la compra, cálculos, extractos de cuentas bancarias, nombres<br />

y direcciones de modelos, y muchas cosas más.<br />

La otra fuente principal de material primario se encuentra en las primeras<br />

biografías de Leonardo. La más famosa es la incluida en Le vite de’<br />

piu eccellenti pittori, scultori et architettori, de Giorgio Vasari, obra conocida comúnmente<br />

como Vidas de los artistas. Publicada por primera vez en Florencia<br />

en 1550, es fundamental para la biografía de cualquier artista del<br />

Renacimiento italiano y, en general, hace justicia a los exagerados elogios<br />

que le dedicó un Miguel Ángel ya anciano:<br />

Al volver a iluminar las memorias que murieron,<br />

a pesar del tiempo y la naturaleza has ganado<br />

para ellos [los artistas] y para ti eterna fama. 16<br />

24


Una típica hoja miscelánea de h. 1490.


LEONARDO DA VINCI<br />

(El hecho de que Vasari idolatrara a Miguel Ángel y le dedicara la más<br />

larga, con mucho, de las Vidas —unas 40.000 palabras frente a las 5.000<br />

que le dedica a Leonardo— puede tener algo que ver con esta alabanza).<br />

A pesar de la importancia de Vasari como fuente biográfica y del encanto<br />

de su estilo, no tenemos más remedio que reconocer sus fallos: es<br />

descuidado con respecto a las fechas, parcial y subjetivo en sus juicios, y<br />

tendenciosamente pro-florentino (era un protegido de los Medici). Su<br />

principal defecto radica, quizá, en su debilidad por los tópicos. Es posible<br />

que la precoz genialidad de Leonardo indujera a su maestro, Andrea<br />

del Verrocchio, a abandonar los pinceles, pero nos cabe la duda, porque<br />

en otra de las Vidas encontramos la misma imagen del maestro superado<br />

por el discípulo. A Vasari le gustaban esas viejas vestiduras retóricas —y<br />

esperaba que gustaran también a sus lectores—, pero como dato histórico<br />

carecen de valor alguno. Aun así, y a pesar de la adulación que contiene,<br />

la obra de Vasari representa una fuente de valor incalculable: fue un<br />

observador agudo y extremadamente bien informado, además de crítico<br />

sensible, y aunque no conoció directamente a Leonardo —tenía once<br />

años cuando éste murió y nunca había salido de su Arezzo natal— indudablemente<br />

se relacionó con gente que sí le había conocido. Sabemos<br />

que recogía activamente información para sus Vidas a finales de la década<br />

de 1540. 17<br />

Vasari es el más famoso pero no es el único, ni siquiera el primero, de<br />

los biógrafos de Leonardo, y creo que será útil decir algo acerca de otras<br />

fuentes, menos conocidas, que utilizaré en este libro. La más antigua es<br />

un breve esbozo biográfico incluido en el zibaldone —recopilación de hechos,<br />

citas y lugares comunes— de un mercader florentino, Antonio Billi,<br />

fechado a comienzos de la década de 1520, es decir, poco después de la<br />

muerte de Leonardo. El original ha desaparecido, pero el texto ha llegado<br />

hasta nosotros a través de dos copias del siglo XVI. 18 Es muy poco lo que sabemos<br />

de Billi, pero se supone que tuvo acceso a las memorias perdidas<br />

del pintor florentino Domenico Ghirlandaio. Sus notas fueron utilizadas y<br />

ampliadas más tarde por otro florentino que reunió gran cantidad de noticias<br />

acerca de diferentes artistas, desde Cimabue a Miguel Ángel. La obra<br />

de este autor, no identificado, se conoce generalmente como el Anónimo<br />

Gaddiano, dado que ha sobrevivido en un manuscrito que perteneció a la<br />

familia Gaddi. 19 Según evidencias internas, este manuscrito de 128 folios<br />

fue compilado en torno a 1540. Una y otra son fuentes independientes anteriores<br />

a Vasari (aunque conocidas por él), y el Anónimo en particular<br />

ofrece un material fascinante. Incluye sabrosas anécdotas proporcionadas<br />

por un artista florentino a quien el autor llama Il Gavina y que conoció directamente<br />

a Leonardo.<br />

26


LA SOPA SE ENFRÍA<br />

El interés de sus contemporáneos por Leonardo se concentró también<br />

en Milán, donde vivió y trabajó durante muchos años (de hecho,<br />

más de los que vivió y trabajó en Florencia). Así, encontramos importante<br />

material biográfico en un manuscrito latino del historiador, físico y<br />

creador de emblemas lombardo Paolo Giovio, obispo de Nocera, titulado<br />

Dialogi de viris et foeminis aetate nostra florentibus («Diálogos sobre hombres<br />

y mujeres famosos de nuestro tiempo»). 20 Fue escrito en la isla de Ischia,<br />

a fines de la década de 1520. Es probable que Giovio conociera a<br />

Leonardo personalmente. Pudieron encontrarse en Milán, donde el primero<br />

ejerció como médico a partir, más o menos, de 1508, o quizá en<br />

Roma unos años después, cuando enseñaba filosofía en el Archiginnasio.<br />

El material que proporciona sobre Leonardo fue también conocido por<br />

el omnipresente Vasari: de hecho, Giovio fue quien plantó la semilla de<br />

las Vidas, en el curso de una animada discusión sobre el nuevo arte de la<br />

biografía que tuvo lugar durante una cena celebrada en los apartamentos<br />

del cardenal Farnesio en Roma. 21<br />

Otra fuente milanesa es el artista Giovanni Paolo Lomazzo, un pintor<br />

muy prometedor que, a causa de un accidente, quedó ciego en 1571, a la<br />

edad de treinta y tres años. A partir de ese momento dedicó sus energías,<br />

considerables aunque algo caóticas, a escribir, produciendo una serie de libros<br />

entre los cuales destaca su Trattato dell’arte della pittura (Tratado del arte<br />

de la pintura), publicado en 1584. 22 Sus comentarios son muy valiosos porque<br />

era un devoto incondicional de Leonardo: un especialista. Conoció a<br />

su albacea, Francesco Melzi; estudió los manuscritos sobre los que éste<br />

ejercía un control exclusivo y documentó algunos de los que se han perdido.<br />

Lomazzo es a veces el palo que detiene la rueda, pues proporciona ideas<br />

e informaciones opuestas a la ortodoxia de los estudios leonardianos (como<br />

su afirmación de que la Mona Lisa y La Gioconda son dos pinturas diferentes).<br />

Fue también el primero que manifestó más o menos abiertamente<br />

que Leonardo era homosexual.<br />

Tenemos también los cuadros, que, en cierto sentido, son asimismo documentos.<br />

Una pintura del Renacimiento no es una declaración de tipo<br />

personal, como puede serlo una contemporánea; pero, aun así, puede decirnos<br />

cosas acerca del artista y de las circunstancias en las que trabajaba.<br />

Encierra mensajes tanto en el plano bidimensional de la pintura (con las<br />

habituales advertencias acerca de la interpretación de la obra de arte con<br />

fines biográficos), como en esa misteriosa tercera dimensión de la superficie<br />

del cuadro, con sus capas de pigmentos de un micrón de grosor<br />

(1 micrón = 0,001 mm), que nos cuentan la historia de la composición de<br />

una pintura del mismo modo que los estratos de una roca nos narran su<br />

historia geológica. A veces, el toque de la mano de Leonardo quedó regis-<br />

27


LEONARDO DA VINCI<br />

trado en la superficie del cuadro —al alisar o difuminar—, o en ocasiones<br />

en forma de una huella digital. Según ciertos científicos optimistas, las<br />

pinturas pueden encerrar, incluso, el mensaje de su ADN, microscópicamente<br />

presente en rastros de sangre y de saliva, pero hasta el momento<br />

esto corresponde al reino de la ciencia ficción.<br />

Las pinturas y dibujos que obviamente poseen mayor valor documental<br />

son aquellos que retratan al artista. Cualquiera a quien preguntemos acerca<br />

de la imagen visual de Leonardo da Vinci sacará probablemente a colación<br />

al sabio anciano de larga barba representado en el famoso autorretrato<br />

de la Biblioteca Real de Turín. El dibujo ha sido y es objeto de<br />

polémica: la inscripción borrosa que vemos debajo, contemporánea del<br />

artista, fascina por su ilegibilidad. Algunos afirman que no se trata de un<br />

autorretrato. Yo creo que efectivamente lo es, pero creo también que ha<br />

influido excesivamente en nuestra representación visual de su figura. Tenemos<br />

que recordar que no siempre tuvo el aspecto de un druida de larga<br />

barba blanca, como tampoco Shakespeare fue siempre ese tipo calvo con<br />

perilla que nos muestra el grabado de Martin Droeshout. Estas imágenes<br />

se abren paso hasta el inconsciente colectivo y se convierten en una especie<br />

de símbolo. Es discutible que Leonardo tuviera barba antes de los cincuenta<br />

y tantos años: en el supuesto autorretrato de La Adoración de los<br />

Magos, de hacia 1481 (Lámina 1), aparece afeitado, lo mismo que en el<br />

probable retrato del fresco de la Casa Panigarola de Milán, que corresponde<br />

a mediados de la década de 1490 (véase p. 348).<br />

El Anónimo Gaddiano contiene una maravillosa instantánea del artista:<br />

«Era atractivo, bien proporcionado, elegante y agraciado. Vestía una túnica<br />

rosa hasta la rodilla en un momento en que la mayoría llevaba túnicas<br />

largas. Tenía un hermoso cabello rizado, cuidadosamente peinado, que le<br />

llegaba hasta la mitad del pecho». Hay matices de moda y de sociología<br />

que nos resulta difícil captar, pero la imagen esencial es la de un hombre<br />

muy elegante, una especie de dandi. La descripción corresponde a un recuerdo<br />

de ese oscuro pintor llamado Il Gavina; otra mención aportada por<br />

este mismo personaje puede fecharse en torno a 1504-1505, cuando<br />

Leonardo tenía poco más de cincuenta años. Tampoco en este caso se dice<br />

que tuviera barba. El primer retrato cierto de Leonardo barbado es el hermoso<br />

perfil dibujado a sanguina que se conserva en Windsor (Lámina 15).<br />

Casi con seguridad es obra de Francesco Melzi, aunque quizá con algunos<br />

retoques de su maestro. 23 Puede fecharse hacia 1510-1512, cuando Leonardo<br />

contaba sesenta años o estaba próximo a cumplirlos. Su retrato de<br />

perfil se convirtió en modelo de las representaciones póstumas del artista:<br />

así aparece en varios retratos del siglo XVI, incluido el grabado que ilustra<br />

su biografía en la edición de 1568 de las Vidas de Vasari.<br />

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LA SOPA SE ENFRÍA<br />

El autorretrato de Turín.<br />

Existen otros retratos y autorretratos de Leonardo que podemos tener<br />

en cuenta, incluido el que considero un retrato no identificado hasta el momento,<br />

obra de uno de sus más brillantes discípulos de Milán. El autorretrato<br />

de Turín es la última visión que tenemos del artista: auténtica y profunda.<br />

Le representa con el aspecto que debía de tener aquel día de 1518<br />

en que le apartaron de sus estudios porque se enfriaba la sopa. La imagen<br />

es, en cualquier caso, huidiza, como siempre lo es Leonardo. Vemos la figura<br />

venerable, semejante a la de un mago, del genio que fue; pero una segunda<br />

ojeada nos revela a un anciano con la mirada fija en recuerdos ya<br />

lejanos.<br />

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