FRÍO Y OSCURIDAD

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Fotos de Olmo Gómez Exalumno del IES "Aravalle" Caes en un suave vacío, entre tenues sábanas. La oscuridad lo atrapa todo excepto algunos colores pasteles carentes de vida. Relajado, el corazón bombea, y la roja sangre recorre muy lentamente las venas, el pecho; es algo cálido. El cuerpo descansa, pálido. Descansa sobre delicadas flores. El blanco de los ojos se deja ver entre la línea de los párpados. Ahora duerme. Duerme en el peor sueño. Despertarás destrozado por el ansia, de nuevo en un mundo insensible y horroroso. Saborea la dulzura de una pesadilla. Es precioso sumergirse. Olmo Gómez Fotos de Olmo Gómez Exalumno del IES "Aravalle" Página 4
LO QUE OCURRIÓ EL DÍA DE LO DE WHITECHAPEL Aquel hombre tenía prisa por llegar a su casa; el barrio de “Whitechapel” no era seguro, y al oscurecer era mucho peor; se adueñaban de las calles bandas, rateros y delincuentes de todo genero. Durante ese otoño se habían sucedido varios asesinatos en la zona. El médico siguió caminando con paso presuroso. Observó al fondo de la calle, en la penumbra, que dos porteros conversaban a la entrada de un fumadero de opio. Al pasar frente a ellos, lo miraron fríamente, como a quien de ninguna forma podría nunca representar una amenaza. Más allá sólo se veía la habitual niebla densísima de Londres. De entre la espesa nube blanca surgió pausadamente una silueta. Él continuó avanzando, intranquilo, sabiendo que en cualquier esquina podían esperarle una puñalada o un atraco. La silueta se hacia cada vez más grande a medida que se le acercaba. Cuando pudo verlo, se dio cuenta de que se trataba de un mendigo envuelto en harapos. El médico intentó apartarse de su paso, bajándose de la acera; pero el mendigo se detuvo justo frente a él, y se le quedó mirando con fijeza. Con ademán pausado, le puso enfrente un plato que tendría unas 8 monedas, y el médico intentó apartar la cara. Se estaba levantando un viento helado que, combinado con la oscuridad, la niebla y el mal barrio, hicieron que el hombre apretara el paso sin hacer caso al mendigo. Dos manzanas al norte, se encontró con un chico con periódicos bajo el brazo, hablando con varios hombres. El médico se acercó al grupo y pudo escuchar lo que decía el joven voceador. Hablaba sobre el nuevo asesinato de “Jack el destripador”. Escuchar ese nombre hizo al joven galeno apartarse casi de un salto y continuar su camino con todavía más nerviosismo y prisa. Después de todo, también tenía que completar el trayecto que había iniciado en “Berner Street”. Hacía cada vez más frío. Era apenas 30 de septiembre, pero ya la oscuridad invernal y los vientos helados del Mar del Norte se habían apoderado de la ciudad. Cuando el médico finalmente llegó a su casa, una construcción relativamente nueva pero envilecida por la oscuridad del callejón antiguo en el que se encontraba, y se dispuso a abrir la puerta, sorpresivamente saltó frente a él el vagabundo del plato, que le apoyó con precisión felina un enorme cuchillo justo en el pecho. - “Soy Jack... El destripador. Dame el dinero y puede que no te mate. El médico, temblando y pálido como un cadáver, sacó algo de su capa y lo puso frente a la cara de su atacante. La mirada del vagabundo cambió instantáneamente, y de la misma forma en que había aparecido, desapareció. El todavía tembloroso galeno entró a su casa con movimientos lentos, como de cansancio. ¿Qué había ocurrido? ¿Un hombre desarmado en mitad de la noche oscurísima de Londres había hecho huir despavorido a Jack el destripador? La respuesta es simple. Aquel médico sabía bien que su atacante no era Jack el destripador, ya él que conocía perfectamente al asesino más desalmado de la historia de Inglaterra. Y es que era él mismo; él era Jack el destripador. Se acercó titubeante a la sombría repisa de la chimenea, y posó en ella el cuchillo ensangrentado con el que acababa de matar a una dulce joven en la calle “Berner”, el mismo cuchillo con el que acababa de ahuyentar al farsante que pretendía asaltarlo en la entrada de su casa. Carlos Sánchez Hernández Alumno del IES “Aravalle” Página 5
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