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«Amémonos los unos sobre los otros.»<br />
Woody Allen<br />
STAFF 28<br />
DIRECCIÓN<br />
Edición y maquetación<br />
Ainize Salaberri<br />
salaberri@graniteandrainbow.com<br />
Coordinadora sección Literatura en<br />
Internet, recomendaciones, novedades,<br />
breves, tema central, columnas de<br />
opinión, reportajes<br />
Consejo editorial<br />
Ignacio Ballestero<br />
iballestero@graniteandrainbow.com<br />
Coordinador sección entrevistas<br />
Verónica Lorenzo<br />
veronicalorenzo@<br />
graniteandrainbow.com<br />
Pedro Larrañaga<br />
pedrinhola@yahoo.es<br />
Diseño logo y portada<br />
Inge Conde<br />
inge_conde@hotmail.com<br />
REDACTORES<br />
Miguel Alcázar<br />
Ignacio Ballestero<br />
Laura Bordonaba<br />
Fusa Díaz<br />
José Braulio Fernández<br />
Pablo Hernández Blanco<br />
Yolanda Izard<br />
Alejandro Larrañaga<br />
Pedro Larrañaga<br />
Verónica Lorenzo<br />
Aldo Medinaceli<br />
Julio Oliva<br />
Raquel G. Otero<br />
Guiomar Quintana Suárez<br />
Elena Rius<br />
Anabel Rodríguez<br />
Ainize Salaberri<br />
Salvador J. Tamayo<br />
Elena Triana<br />
Woody Allen siempre tiene la clave. Él, que tanto ha hablado del sexo en sus<br />
películas, él, ha superado a tantas otras citas famosas. Cito algunas:<br />
«El sexo es una de las nueve razones para la reencarnación... las otras ocho no<br />
son importantes.» HENRY MILLER<br />
«De todas las aberraciones sexuales, la más singular tal vez sea la castidad.»<br />
REMY DE GOURMONT<br />
«La lujuria merece tratarse con piedad y disculpa cuando se ejerce para aprender<br />
a amar.» DANTE ALIGHIERI<br />
Si unimos literatura y sexo, que va unido a la lujuria, al erotismo, al desnudo<br />
poético, a la suciedad (porque, como el propio Allen dice, «El sexo sólo es sucio<br />
si se hace bien»), al desparrame, a la imaginación, a pequeños Marqueses de<br />
Sade, la mezcla es explosiva, sublime e irresistiblemente atractiva. Si hemos de<br />
tener orgasmos literarios que sean justificados. La literatura también es sexo,<br />
la literatura también es orgasmo. No están todos los que son pero son todos los<br />
que están. Habrá, aún hoy, quien nos llame depravados, quien se fustigue por<br />
sentir y por no seguir sus instintos, víctimas de lastres ajenos e impropios; habrá<br />
quien aún se haga nudos y se cercene, imaginariamente, su sexo, para no caer<br />
en la tentación de un cuerpo, en la tentación del placer, en la tentación de la vida<br />
eterna con una persona de la que amamos hasta la última gota de su jugo. Pero,<br />
como dijo Wilde, y Wilde nunca se equivoca (¿verdad?): «La única manera de<br />
librarse de la tentación es ceder ante ella.» Allá que nos vamos, entonces. Bienvenidos.<br />
P.D.: En mi afán por asegurarme de que la cita de Wilde era exactamente como<br />
mi memoria la recordaba, la he buscado en Google. El tercero de los resultados<br />
era de un blog llamado «Cristiano en construcción» que hablaba de cómo vencer<br />
la tentación. Cómo, dicho sea de paso, sin tilde. La tentación insoportable a la<br />
que los impuros nos entregamos es una mentira de Satanás, dicen. Ay, Satanás,<br />
qué pillín eres. Pero Dios, eso sí, en su bondad, nunca planta una semilla en<br />
nuestro interior que no podamos vencer. La entrada en el blog, cuyo lema es «La<br />
Santidad no es el camino a Cristo, Cristo es el camino a la Santidad», nos da las<br />
claves para superar al monstruo. Claves bíblicas. Citan a Job, bendito, y a un salmista<br />
que oró «Guárdame de prestar atención a lo que no tiene valor.» También<br />
nos dice que hay que vencer al mal con el bien. La tentación es el mal, graniteros.<br />
La entrada se extiende hasta la eternidad y no estoy lo suficientemente inspirada<br />
como para derrocar, hoy, al diablo. Lo que sí diré, y termino, es que si Dios nos<br />
quería puros que no nos hubiese permitido sentir placer. Reproducción sí, tentación<br />
de devorar a tu pareja salvajemente no.<br />
Qué queréis que os diga. Qué pereza. FOLLAD MUCHO, COÑO.<br />
Felices orgasmos, graniteros.<br />
NOTA: G&R ES INTERACTIVA<br />
Pinchando en círculos como este (que encontrarás en algunos artículos) accedes<br />
a la descarga del número en el que, previamente, hemos hablado de ese<br />
autor en G&R.<br />
Además, pinchando sobre los blogs de los redactores, que encontraréis bajo sus<br />
nombres, seréis redirigidos a sus páginas web.<br />
2
Sumario #28<br />
4<br />
Talento<br />
5<br />
Literatura en internet<br />
7<br />
Columnas de opinión<br />
12<br />
EDITOR: Ardicia Editorial<br />
16<br />
Reportaje: Yo soy el amor<br />
20<br />
SEXO<br />
58<br />
TRADUCTOR: Juan Carlos Postigo<br />
62<br />
Recomendaciones<br />
65<br />
Novedades<br />
18, 57, 61, 64 BREVES<br />
Reuters
Talento<br />
Laia López Manrique<br />
http://palidofuego.wordpress.com/<br />
A Laia López Manrique me la imagino yo como una araña. Al principio quizás te asustan sus ojos, su pose<br />
segura, pero después, cuando notas la suavidad, aunque abismal, de su tacto, llega la tranquilidad, llega la<br />
literatura. No recuerdo cómo llegué a ella, y es lo de menos, realmente. Recuerdo la sensación al leer uno<br />
de sus poemas, recuerdo la sensación de entrar en su blog y sentirme, en muchos momentos, identificada.<br />
Los hilos de los versos de otros, anclados en una memoria colectiva de la que no somos conscientes. Entrar<br />
en Acéldama, su blog, es entrar en un universo que está repleto de cosas, de mochilas de sentimientos,<br />
de giros inesperados, quizás incluso de mareos. Por ejemplo: «Resistencia a la espera. Resistencia a lo<br />
que aguarda, al propio acto de aguardar. Convulsión o espiral. Violencia pura. // Habito un velatorio. Mi<br />
propio velatorio. Soy el velatorio de otros. Anunciada en el dolor prematuro de la risa infantil. // Y lo que<br />
habito no es lo que soy. Siempre hubo alguien más detrás de mí. Habito un préstamo. Un remedo, un lazo.<br />
Una malla de fibras oscuras.» Hay arañas, hay oscuridad, y la indecible, innombrable, lucidez del espanto.<br />
4
Twitter<br />
Literature & Books<br />
@Lit_Books<br />
Citas, cumpleaños, citas, citas, citas. Citas que nos despiertan el día que estamos dormidos, citas que nos<br />
recuerdan lo que hemos aprendido y hemos perdido por el camino, citas que nos enseñan lo intranquilo de<br />
una vida ajena y la paz de la nuestra propia. Fotos de libros, fotos de librerías, fotos donde huir y escribir.<br />
La literatura que lleva a la literatura. La insatisfecha necesidad, siempre, de más páginas, de más citas,<br />
de más anécdotas, de más libros. «Algunos libros resultan muy familiares: son como estar de nuevo en<br />
casa.» Una cita de Mary Shelley que aparece en el Twitter de Literature & Books y que nos recuerdan que<br />
el ser humano, como dijo aquella, es capaz de hacer magia, y sin ningún truco. El Twitter de Literature<br />
& Books no es como volver a casa pero sí como encontrar un refugio: por la imágenes de, por ejemplo, el<br />
Frankenstein de la película leyendo en el rodaje los cómics de Batman, o por las citas de Arthur Rimbaud<br />
que nos dicen «He convertido los silencios y las noches en palabras.»<br />
5
Blog<br />
Miguel Alcázar<br />
http://elblogdemiguelalcazar.blogspot.com.es/<br />
Miguel Alcázar lo mismo te escribe una reseña sobre un libro que sobre una película; también te<br />
hace un comentario jocoso en Twitter o te devasta con una frase en una de sus críticas. Empecé a<br />
leer su blog hace mucho. En internet abundan aquellos que escriben sobre libros, que creen saber<br />
escribir; blogs que se llenan de seguidores porque la mediocridad está por bandera. Y eso es lo que<br />
vende, lo que triunfa. Miguel Alcázar es un salvavidas en medio de tanto desastre. Las valoraciones<br />
de los libros que lee —como los artículos que hace para esta revista— están bien escritas, bien<br />
desarrolladas, y no están vacías. Si algo hay, precisamente, es contenido. Y Alcázar sabe hilar un<br />
libro con otro, sabe ver donde otros no ven, sabe dónde reside la esencia del libro. Y si no le gusta te<br />
lo dice. Si lo abandona, te lo dice. La honestidad es esencial. Y saber lo que se hace también. Y él lo<br />
sabe, y lo hace envidiosamente bien. Ojalá más Migueles Alcázar en la blogosfera.<br />
6
Opinión<br />
Pedro Larrañaga<br />
Los últimos días de... un poema<br />
La despedida, el adiós, tiene algo de<br />
incomprensible para el ser humano. El fin, del<br />
que la despedida no es más que otra de sus<br />
múltiples formas, es un abismo desconocido<br />
que se abre ante nuestros pies. Radica ahí, en<br />
el desconocimiento, su principal capacidad<br />
para provocar miedo, para asustarnos.<br />
Y es que, aunque muchas cosas conocidas pueden<br />
provocarnos pánico, son las desconocidas<br />
las que más temblores y taquicardias llegan<br />
a generarnos. Es un miedo, el miedo a lo<br />
desconocido, que no se relaciona de forma<br />
racional con ese fin del que procede, sino que es<br />
el producto de una mezcla nada equilibrada con<br />
nuestra imaginación, de la que obtiene una forma<br />
única, un diseño exclusivo que se adapta a las<br />
mil maravillas a nuestras fobias, para conformar<br />
un pánico personalizado que siempre será más<br />
contundente que cualquier miedo genérico.<br />
El fin, la despedida, el adiós, asusta, y mucho. Y<br />
lo hace no tanto por lo que es en sí mismo, sino<br />
por lo que podría ser, por lo que podría haber<br />
sido incluso. Un adiós, un hasta luego tal vez, que<br />
nos hace temer por lo que no va a venir. Un final,<br />
el de un poema, que nos deja desconcertados,<br />
obligados a volver a abrir sus versos en busca de<br />
un sentido que, puede ser, no hemos sabido leer.<br />
Y volvemos, y releemos, y<br />
buscamos, y rebuscamos, y<br />
queremos, y soñamos, y deseamos...<br />
Pero después de todos nuestros “y...”, siempre<br />
está el final, la última línea. El adiós. Si<br />
cien mil veces volvemos a leerlo, cien mil<br />
veces llega el fin, y cien mil veces el miedo<br />
a lo desconocido que viene tras ese fin. Una<br />
angustia que no sabemos donde se esconde,<br />
pero que está ahí, tal vez estrangulando a<br />
nuestra sombra antes de saltarnos a la yugular.<br />
Después del mordisco en la yugular, sólo puede<br />
venir la muerte. Una como la que cantaba<br />
Dylan Thomas, que no tendrá señorío, como<br />
decía el poeta galés en sus versos. Una muerte<br />
que sólo es un reflejo del desconcierto que llega<br />
tras el fin, cuando el hombre, el ser humano,<br />
supera el último cruce y entra en un túnel tras<br />
el que no hay una luz, sino la misma locura. Y<br />
así “aunque se vuelvan locos serán cuerdos,/<br />
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo,/<br />
aunque los amantes se pierdan quedará el<br />
amor”, por lo que dará igual que hayamos<br />
terminado con la lectura del poema, porque<br />
estaremos de nuevo al principio del camino,<br />
uno que debemos recorrer sin saber si lo hemos<br />
entendido, si cuando nos gritan “y la muerte no<br />
tendrá señorío” se refieren a que en la muerte,<br />
en el final de la vida, no puede haber elegancia<br />
y dignidad, sólo derrota y un dolor de mayor o<br />
menor intensidad. Tal vez, en cambio, quieran<br />
susurrarnos que en ese final (¿el nuestro?), “la<br />
muerte no tendrá señorío” y dejaremos de verla<br />
como un poder oscuro al que temer. Puede que<br />
sea eso, que la muerte no esté fuera, mirándonos<br />
con desprecio, sino que sea una parte de nosotros<br />
mismos, un yo que tiene nuestro mismo<br />
reflejo al que no hay que odiar o temer porque<br />
siempre ha estado ahí, sólo que en silencio,<br />
acompañándonos en nuestra vida hasta el<br />
momento en el que le ha tocado ser protagonista.<br />
Pueden ser muchas cosas, tanto la muerte<br />
como el poema, y volvemos al poema, porque<br />
en la muerte ya no hay vuelta atrás. Volvemos<br />
al poema, a leerlo, a repetir, como Dylan<br />
Thomas, que “los que yacen tendidos no<br />
morirán aterrados;/retorciéndose en el potro<br />
cuando los nervios ceden,/ amarrados a una<br />
rueda, aún no se romperán”, a entender, ahora<br />
sí, que incluso en ese instante de colapso de<br />
nuestras células, podemos dejar a un lado el<br />
miedo. ¿Es cierto? No lo sé y vuelvo al poema<br />
para encontrarme con que “las cabezas de los<br />
cadáveres martillearán margaritas;/estallarán<br />
al sol hasta que el sol estalle” y perder todo<br />
el consuelo ofrecido unos versos antes,<br />
temiendo por ese último “y la muerte no tendrá<br />
señorío” con el que se cierra la composición.<br />
Ante ese miedo, uno más, sólo queda regresar,<br />
de nuevo, al texto, a buscar otro rostro para<br />
la muerte antes del final del poema. Sólo ahí,<br />
en el poema, se puedo ensayar la muerte y<br />
ponerle cara a ese último minuto de vida.<br />
En la vida, no habrá segundas muertes<br />
en las que buscar la victoria o el consuelo.<br />
7
Opinión<br />
José Braulio Fernández<br />
¿Y si no tenemos palabra?<br />
Ahora no lo recordaréis, pero, cuando<br />
empezasteis a hablar, ignorabais lo<br />
que estabais aprendiendo. De hecho,<br />
ignorabais casi todo, por no decir todo, lo<br />
que os rodeaba. Algunos tendréis la fortuna<br />
de conservar algún recuerdo audiovisual<br />
de vuestros primeros pasos y chapurreos,<br />
si la familia tuvo la iluminación de pensar<br />
en futuros momentos de nostalgia. Otros<br />
habréis tenido el infortunio de nacer<br />
en una época en la que no se estilaba el<br />
recuerdo audiovisual. O, sencillamente,<br />
para no buscar una explicación a cada<br />
circunstancia, bastaba con el recuerdo<br />
limpio de unos y el relato para los<br />
demás. Con suerte, en alguna cavidad<br />
de la muchas que vuestro cerebro posee<br />
para almacenar información, tendréis<br />
escondida la primera memoria, un<br />
vago recuerdo al que etiquetáis como el<br />
primero.<br />
El mío, por ejemplo, es un paseo<br />
en carricoche en el que, alarmado,<br />
comentaba a mi madre que dormía<br />
despierto. Acababa de darme cuenta de<br />
que respiraba como lo hacían los mayores<br />
cuando dormían. Existen algunos detalles<br />
del relato que me invitan a ponerlo en<br />
entredicho, sin ir más lejos, que yendo en<br />
carricoche pudiese articular más de dos<br />
palabras con coherencia respondería a<br />
una inteligencia de la que posteriormente<br />
no he hecho demasiada gala, y no porque<br />
no lo hubiese pretendido, que me he<br />
esforzado. De modo que, ese elaborado<br />
pensamiento, por absurdo que pueda<br />
parecer ahora para los adultos, habría<br />
sido considerado en un mocoso así algo<br />
digno de estudio, o, al menos, de un dulce<br />
premio.<br />
El resto de la ambientación es nítida.<br />
La tarde era soleada, la muchedumbre<br />
inundaba el paseo, el ruido... Pero ahí<br />
comienza y termina el recuerdo, nada<br />
de lo que me llevó hacia él ni de lo que<br />
sucedió después pervive en mi memoria.<br />
Cuando lo rememoro es tan real que no<br />
puede ser un espejismo.<br />
He intentado siempre otorgar el valor<br />
8<br />
que se merecen las palabras, porque<br />
sin ellas, quienes hemos aprendido a<br />
amarlas e ignoramos otras formas de<br />
expresión, sabemos lo difícil que resulta<br />
representar con ellas los pensamientos.<br />
Por eso es importante no olvidar que,<br />
cuando alguien intenta impartir justicia<br />
sobre las palabras, lo está haciendo sobre<br />
los pensamientos, y que los pensamientos<br />
son los que nos confieren una identidad<br />
y la identidad nos hace personas. Claro<br />
que no todos los pensamientos merecen<br />
la misma categoría, y todos sabemos<br />
cuáles son esos pensamientos sin que<br />
un encorbatado pagado de sí mismo nos<br />
ayude a discernirlo. También sabemos<br />
cuáles son los libros que nos gustan, los<br />
artículos que nos enseñan, las comidas<br />
que nos sientan mal, los paisajes que nos<br />
estimulan. ¿Necesitamos para ello que<br />
nos orienten a base de normas y decretos?<br />
Las palabras son un valor añadido<br />
del hombre, el uso que haga de ellas<br />
colocará al individuo en la categoría<br />
que se merece. ¿Cuántas veces nos ha<br />
ofendido un comentario? ¿Y cuántas<br />
veces hemos enzarzado en una discusión<br />
con su autor? Yo, muchas. Y no por ello<br />
recurrimos al ministro de turno para<br />
dirimir nuestra disputa. Con fortuna, una<br />
tercera persona, con su amonestación<br />
o con su amparo, zanjaría la discusión.<br />
Imaginad por un instante que nuestros<br />
comentarios fuesen objeto de análisis<br />
por una cantidad ingente de personas,<br />
¿no favorecería eso que nuestros<br />
pensamientos traducidos en palabras se<br />
puliesen, se desbrozasen? Como tengo<br />
una confianza ciega en el ser humano,<br />
doy por hecho que su inteligencia es<br />
superior a la mía y, por tanto, su juicio es<br />
mucho más certero que el mío, por lo que<br />
ante pensamientos necios, optaría por la<br />
ceguera antes que por la refriega y con su<br />
ceguera contribuiría al olvido y al silencio<br />
de quien no se ha ganado el galardón<br />
de la palabra. Pero, ¿determinar el uso<br />
de las palabras con leyes? Significaría<br />
condicionar el pensamiento, convertir a<br />
la humanidad en rebaño, idiotizar para<br />
gobernar. Me niego.
Opinión<br />
Alejandro Larrañaga<br />
Estudio de campo<br />
El número 28 de G&R es un número festivo.<br />
Las órdenes fueron: toca ponerse picantes,<br />
juguetear un poco. Ya llegará el invierno, las<br />
lluvias, el viento y será momento de ponerse<br />
nostálgico o denso. Exigencia alta cuando el<br />
cuerpo te pide grandes verdades, universales,<br />
sabiduría pura en menos de mil palabras. Como<br />
aparte de dar la chapa también me gusta salir<br />
por la noche y dejarme llevar (ligeramente)<br />
por los ambientes embriagadores, la elección<br />
más obvia era una labor de observación. Así,<br />
sin necesidad de prismáticos, cual ornitólogo<br />
(te encuentras con auténticas aves de rapiña,<br />
jeje) toca esperar, estar atento y sorprenderte<br />
a cada paso.<br />
La primera conclusión a la que llego es que el<br />
género no diferencia a estas especies sexuales<br />
en el mercado de los garitos nocturnos.<br />
Entre los tipos diferenciados, no se aprecian<br />
variaciones significativas en cuestiones de<br />
género y orientación sexual, hay de todo<br />
en todas las opciones. Se acabó eso de unos<br />
esperan y otros atacan, lo que abre una puerta<br />
a la esperanza de los tímidos de ambos sexos<br />
y permite, si tu mente está lo suficientemente<br />
abierta, descubrir opciones en cualquier lado.<br />
Podríamos catalogar el mercado nocturno, la<br />
fauna, en tres grandes grupos, no estancos, por<br />
supuesto, pero sí fácilmente diferenciables. El<br />
nivel de alcohol o lo que sea en sangre puede<br />
hacerte saltar de un grupo a otro, empujón<br />
necesario para algunos más limitados por la<br />
racionalidad exacerbada, la timidez extrema o<br />
la simple falta de talento para las relaciones<br />
sociales.<br />
inflamadas. Son carne de after, porque el<br />
tiempo de descuento es el ideal para dejar los<br />
prejuicios y los escrúpulos atrás.<br />
Grupo 2: sí, si alguien quiere y me lo pone fácil<br />
Esta es una catalogación que parte del respeto<br />
y la educación, que nadie se confunda. Las<br />
personas del primer grupo ni son acosadoras<br />
ni criminales. Pero tienen iniciativa, por unos<br />
motivos o por otros, sienten la necesidad y<br />
lo van a intentar, de un modo más o menos<br />
torpe, según sus habilidades y período desde<br />
el último contacto. Quieren jugar, competir<br />
ye, en general, es su convicción la clave de su<br />
éxito o su fracaso.<br />
En este segundo grupo estarían tímidos,<br />
observadoras, acomplejados, racionales,<br />
torpes, analistas. Gente demasiado<br />
preocupada por las consecuencias, víctimas del<br />
exceso de sudoración cuando la oportunidad<br />
llega de improviso. Es la consecuencia de<br />
moverse a la contra, cualquier aproximación<br />
es un ataque, una situación de presión. Por<br />
tu cabeza pueden pasar cosas como el orden<br />
de tu habitación, la idoneidad de mostrar tu<br />
ropa interior, el riesgo de un idilio tormentoso<br />
o como celebrarás tu vigesimoquinto<br />
aniversario con ese desconocido que tienes<br />
delante. Lo paradójico es que en la cabeza del<br />
que se acerca no hay nada de eso y es bastante<br />
probable que cualquier lugar y circunstancia<br />
sean lo suficientemente buenos.<br />
Grupo 3: no<br />
Grupo 1: Sexo – sí, ¿cómo no?<br />
Es la opción mayoritaria a priori. ¿Quién<br />
podría negarse? Contacto humano, íntimo,<br />
cálido, húmedo, hormonas a tope. Y por<br />
encima de todo, la sensación de plenitud, de<br />
triunfo, tanto físico como psicológico.<br />
Hay aquí una pequeña diferencia de enfoque,<br />
que separaría a los miembros de esta opción en<br />
dos subgrupos. Por un lado estarían aquellas<br />
personas convencidas de esta opción, que se<br />
mueven con comodidad en distancias cortas,<br />
seguras de una cosa, es la mejor actividad a<br />
la que puedo dedicar mi tiempo. Su idea es, si<br />
me decido a salir de casa es para ir a lo grande<br />
y no me corto ante nada ni ante nadie. El otro<br />
subgrupo es el que se enfrenta a prolongados<br />
períodos de abstinencia, el deseo latente<br />
como fuerza ingobernable. La mirada delata.<br />
Se desprende necesidad, desesperación,<br />
como un bebé clamando por atención; a voz<br />
en grito, con las amígdalas muy rojas y muy<br />
9<br />
En realidad es más un nnaaaaahhhhhh…, así,<br />
arrastrao, fingiendo convencimiento. Modo<br />
no me interesa, es mi opción. Es una mezcla<br />
clara entre los dos grupos anteriores. En un<br />
momento dado podría optar por el grupo 1 por<br />
su capacidad de convicción o si ve una ocasión<br />
clara, pero podría acabar en el 2 por la ausencia<br />
de talento o el exceso de pensamientos. Su<br />
posición será sólida mientras se lo crea. En<br />
cuanto esa reafirmación no la sostenga ni<br />
la razón ni los sustitutivos, puede llegar el<br />
momento de cuestionarse la pose.<br />
Conclusión<br />
El estudio necesita más trabajo. Son solo las<br />
tres primeras especies reconocidas y no está<br />
clara la idoneidad de los estudios con una<br />
bebida de alta graduación en la mano. Aún<br />
así, me he divertido y la intención era que<br />
alguien se lo pasara bien con esta columna…<br />
Objetivo conseguido.
Hijo de Dios<br />
Opinión<br />
Pablo Hernández Blanco<br />
Hablar de nuestros libros preferidos<br />
siempre es complicado: indudablemente,<br />
nuestras impresiones se basan más en la<br />
intuición que en parámetros razonados,<br />
de ahí la ardua tarea que ello supone. La<br />
mayoría de las veces es una cuestión de mero<br />
sentimiento: cuando un libro te golpea,<br />
cuando un libro te sacude sin marcha atrás,<br />
es imposible ignorarlo, pues su marca sigue<br />
ahí, indeleble, inmortal. Por mucho que<br />
queramos decir, nuestras palabras serán<br />
incapaces de hacerles justicia, incluso a<br />
nuestras propias impresiones de él, ya<br />
que su calado es tan profundo que, para<br />
honorarlo siquiera, hemos de buscar en<br />
aguas profundas, casi a tientas; esto es,<br />
buscar en nuestros adentros y tratar de<br />
explicar lo que nuestras palabras a duras<br />
penas pueden dilucidar.<br />
Hijo de Jesús ocupa lugar entre mis libros<br />
preferidos. Es difícilmente equiparable a<br />
cualquier otro, anterior o posterior; sus<br />
influencias son visibles, pero su estilo es<br />
totalmente suyo, personalísimo y único.<br />
Publicada en 1992, fue la obra que, de<br />
manera definitiva, catapultó a Denis<br />
Johnson a la fama. El título original, Jesus’<br />
Son, viene sacado de la canción Heroin<br />
de The Velvet Underground (“When I’m<br />
rushing on my run, and I feel just like<br />
Jesus’ son.”, cantaba Lou Reed); el libro<br />
no es tanto una colección de relatos como<br />
una serie de viñetas —impresionistas a<br />
veces, impactantes siempre— en torno a un<br />
bestiario de personajes aislados, marginales<br />
y autodestructivos, personajes que entran y<br />
salen como almas condenadas a un limbo<br />
incierto —la América rural—, paisaje de<br />
sueños truncados y tendente a estallidos de<br />
violencia inesperada, donde las drogas y el<br />
alcohol parecen ofrecer la única salvación.<br />
Johnson escribe como en un estado de<br />
consciencia adormecida, sumiendo al lector<br />
en un extraño sueño lúcido literario en el<br />
que crueldad y compasión van de la mano<br />
como dos hermanas mellizas. Su destreza<br />
para describir situaciones fatales (un<br />
accidente de coche que el narrador predice<br />
al inicio del relato, la cercanía de la muerte<br />
en los pasillos de un hospital) es tan precisa<br />
como evocadora, propia de un cirujano<br />
literario colocado de anfetaminas: con una<br />
intensidad alucinatoria, entre el sueño y el<br />
despertar, Johnson se adentra en el lado<br />
oscuro de la tierra de las oportunidades,<br />
con sus sombras y sus espectros, a la vez<br />
que nos ofrece una certera radiografía de<br />
las dichas y miserias del alma humana, en<br />
la que lo feroz y lo bello se suceden como<br />
actores que aparecen y desaparecen tras el<br />
escenario. Algunos no dudaron en calificar<br />
a Johnson como “el Raymond Carver de<br />
los perdedores” —Carver fue, de hecho,<br />
profesor suyo en la Universidad de Iowa,<br />
en 1969—, aunque dicha descripción es<br />
un tanto fallida; antes que describir los<br />
milagros de la cotidianidad, lo mágico de lo<br />
ordinario, Johnson opta por sumergirnos de<br />
lleno en un submundo de yonquis y adictos,<br />
individuos tragicómicos que parecen bailar<br />
al son de una danza macabra, con una<br />
crudeza que únicamente cabría esperar<br />
de alguien que lo ha vivido todo en carne<br />
propia.<br />
Johnson describió su escritura como<br />
“un zoo de voces salvajes”, y en este zoo<br />
precisamente son sus personajes (a veces<br />
más animales que racionales) quienes se<br />
aferran como a un clavo ardiendo a cualquier<br />
cosa que irradie ilusiones de esperanza —<br />
una bailarina de diecisiete años, una coneja<br />
preñada tirada en la cuneta—, todo sea<br />
con tal de vencer a sus demonios internos<br />
y olvidar de una vez por todas. En último<br />
término, estas historias, no exentas de cierta<br />
moral y de borrosas metáforas religiosas,<br />
parecen acercarnos a una verdad que no<br />
por ser sucia es menos verdadera. Plagadas<br />
de cierta espiritualidad, aun terrenal y<br />
terriblemente humana, en las historias<br />
brilla ocasionalmente la trascendencia<br />
entre la interminable bruma y el exceso;<br />
una trascendencia que, en última instancia,<br />
logra elevar tanto a sus protagonistas como<br />
al lector mismo.<br />
Y es que, pese a lo deprimente de las<br />
historias que el autor nos relata (inspirado,<br />
muy seguramente, por sus propias vivencias<br />
con el alcohol y las drogas), Johnson logra<br />
hacernos entrever algo de esperanza en<br />
medio de todo el caos y sinsentido; esa<br />
luz al final del túnel que, por tenue que<br />
parezca, alumbra en todo momento las<br />
vanas esperanzas de las almas perdidas<br />
que pululan sin rumbo a lo largo de estas<br />
once historietas, que no son sino historias<br />
de adicción y, también, de redención. En<br />
apenas cien páginas el autor deja al lector,<br />
paradójicamente, con una sensación de<br />
inmenso placer tras semejante de ejercicio<br />
de intensidad y alto voltaje. ¿Pero quién<br />
somos nosotros para explicar esto? Al fin y<br />
al cabo, este el poder de los libros, el poder<br />
de las palabras, cuya misteriosa fuerza es<br />
tan enigmática como irrefutable. Y cuando<br />
uno lee un libro así, lo sabe, no porque sea<br />
capaz de razonarlo con palabras y señales<br />
sino porque, en definitiva, ha sentido su<br />
impacto en todo su esplendor cual boxeador<br />
noqueado.<br />
10
Opinión<br />
Ainize Salaberri<br />
«Old habits die hard.»<br />
Asistí, no hace mucho, a un recital poético.<br />
En él, una de las poetas dijo que sospechaba,<br />
como muchos otros, que los escritores siempre<br />
terminaban hablando de lo mismo. Y pienso yo<br />
ahora: es verdad, cambia el disfraz pero no el<br />
grito. Estamos tejidos de obsesiones. Somos lo<br />
que leemos, lo que escribimos. Lo que buscamos<br />
en la literatura es un texto, un poema, que calme a<br />
alguien que está encerrado en nuestras entrañas.<br />
Ese alguien somos nosotros mismos y a veces las<br />
entrañas están oxidadas, podridas, malheridas.<br />
Y buscamos salvación en la literatura.<br />
Los poetas dicen que la poesía no es un género<br />
sino supervivencia. Y pienso: lo fue para Anne<br />
Sexton, lo fue para Leopoldo María Panero, lo<br />
fue para un francés al que acabo de descubrir,<br />
de apellido Tarkos; lo fue, asimismo, para<br />
Sylvia Plath, para Alejandra Pizarnik, para<br />
Miguel Hernández cuando escribió aquellos<br />
versos que componen Me sobra la fe; lo fue<br />
para Princesa Inca, quien invocaba a Alejandra,<br />
a su Alejandra Pizarnik particular, y le pedía<br />
que la salvara. Y no debemos olvidar la poesía<br />
en la prosa. Porque los que escriben narrativa<br />
poética son también poetas, ¿verdad? Si la<br />
poesía es supervivencia, si la poesía es disfraz en<br />
muchas ocasiones, si la poesía trata de sortear<br />
el dolor, la pena, la melancolía, a veces incluso<br />
la vida, da igual si es un verso narrado, un verso<br />
libre, o una narración lírica y poética. ¿No?<br />
Pienso en las cartas de los Fitzgerald, en las<br />
cartas de Tsviétaieva, Rilke y Pasternak, pienso<br />
en Erri de Luca, en Sándor Márai, en Gabriel<br />
García Márquez, en Francisco Umbral, en<br />
Virginia Woolf y sus olas. Quizás, en realidad,<br />
eso sea la poesía: olas. Pienso en todos aquellos<br />
libros que forman mi biblioteca y que son<br />
desgarro. Carlos Castán, por ejemplo. Primo<br />
Levi. Y he de detenerme ante semejante<br />
portento humano. Primo Levi, superviviente<br />
de los campos de concentración, superviviente<br />
de sí mismo, superviviente de lo más indigno,<br />
demoledor y repugnante del ser humano.<br />
Escribió hasta desnudarse, escribió hasta<br />
vaciarse, y cuando no pudo soportarlo más<br />
—y nadie puede culparle por ello— se suicidó.<br />
De nuevo la literatura unida a la tragedia. Y a<br />
veces pienso qué sentido tiene escribir si no es<br />
para dañar, aunque sea levemente, a quien te<br />
lee; si no es para dejar un vacío, a la orilla de<br />
un abismo, si no es, digo, para hacerte temblar,<br />
¿para qué escribir, para qué la literatura?<br />
Y cuando el vómito debe ser inmediato se<br />
crea poesía. Entonces, quizás, he caído en<br />
dos trampas: la de creer que la poesía no es<br />
un género sino supervivencia, inmediata al<br />
menos, de esos fragmentos y escenas de vida<br />
que son puro veneno, y la de que siempre<br />
acabamos hablando de lo mismo. Mirad<br />
arriba: he mencionado todas mis obsesiones<br />
literarias. Y yo también he necesitado escribir<br />
para ser más liviana, y he vivido en ocasiones<br />
agarrada a un árbol en mitad de una tormenta<br />
y una ciclogénesis explosiva. Eso es para mí la<br />
literatura, precisamente. Y eso es lo que busco en<br />
ella: el árbol, el sustento, y el viento arrollador.<br />
Y también pienso hasta qué punto necesitamos<br />
estar hechos mierda para escribir. Hasta qué<br />
punto la genialidad de un poema o de una<br />
narración está unida a la desesperanza más<br />
absoluta, al llanto más amargo, o a la locura<br />
más desafiante. Hasta qué punto debe habitar<br />
un laberinto de precipicios en nuestro interior<br />
para poder crear, y crear algo digno. ¿No se<br />
puede escribir siendo feliz? Si leo de nuevo<br />
los ejemplos arriba mencionados pienso que<br />
no, que es imposible. Entonces, la literatura<br />
es un salvoconducto. Entonces, en verdad, la<br />
literatura es un estado de ánimo. Es habitar<br />
un infierno para alcanzar algo que aún no está<br />
a nuestro alcance. Es intentar respirar bajo el<br />
agua a pleno pulmón. La literatura, por tanto, es<br />
una inconsciencia, un acto suicida y confesional.<br />
Siento que no es la primera vez que escribo<br />
sobre esto. Siento que necesito extenuarme<br />
intentando entender no tanto lo que es la<br />
literatura como qué es la literatura en los libros<br />
de mis estanterías. Intentando entender hasta<br />
qué punto es necesario abandonar el traje de<br />
huesos y dejarse la sangre en las páginas, seas<br />
escritor o lector. Sé que no es la primera vez<br />
que escribo sobre esto y que tampoco será la<br />
última. Divagaré más y peor. Sólo espero que<br />
no tengáis que leerme otra vez hablando sobre<br />
lo mismo; que de ahí a ser escritor hay un paso<br />
y entonces sí que estamos todos perdidos.<br />
11
Ardicia Editorial es una<br />
de esas pequeñas pero<br />
grandes editoriales independientes.<br />
Su catálogo<br />
Ardicia<br />
Editorial<br />
es toda una declaración<br />
de intenciones. Acaban<br />
de cumplir un año y ofrecen<br />
en G&R un relato de<br />
cómo les ha ido, de cuáles<br />
son sus objetivos; un<br />
relato apasionado sobre<br />
la literatura. Muchos nos<br />
sentiremos identificados.<br />
Muchos sentiremos envidia.<br />
Larga vida a Ardicia<br />
Editorial.<br />
n Ainize Salaberri<br />
Ardicia: deseo ardiente o eficaz<br />
de algo. «Deseo ardiente de<br />
publicar, de editar, de rescatar.<br />
Deseo de libros y lecturas.» Así<br />
os definís en vuestra web, http://<br />
www.ardiciaeditorial.es, y fieles<br />
os habéis mantenido. ¿Cómo<br />
ha sido este primer año de vida<br />
editorial?<br />
Han sido unos meses apasionantes,<br />
de mucho trabajo y muchas<br />
satisfacciones. Hemos conocido a<br />
un montón de profesionales cuyo<br />
trabajo, como lectores anónimos,<br />
admirábamos desde hace mucho<br />
tiempo, y con los que jamás<br />
hubiéramos imaginado que un día<br />
llegaríamos a tener trato: escritores,<br />
traductores, ilustradores, críticos...<br />
Algo que, para nosotros, no tiene<br />
precio. Los libros han tenido buena<br />
acogida, y en ese sentido estamos<br />
contentos, aunque nos quede mucho<br />
camino por recorrer aún. Apenas<br />
hemos dado nuestros primeros pasos.<br />
Crear una editorial en medio<br />
de una revolución como la que<br />
llevamos tiempo viviendo puede<br />
parecer, casi, un acto kamikaze.<br />
¿Qué os habéis encontrado en<br />
el mundo editorial? ¿Cómo han<br />
respondido los lectores a vuestra<br />
propuesta?<br />
Sabíamos de la situación del sector,<br />
pero las ganas de poner en marcha un<br />
proyecto con el que habíamos soñado<br />
largamente pudieron más que los
malos augurios. No somos kamikazes<br />
ni tampoco inconscientes, simplemente<br />
estamos intentando levantar algo en lo<br />
que creemos. La respuesta, tanto de los<br />
lectores como de la prensa, ha sido muy<br />
positiva. Ahora esperamos no defraudar<br />
a quienes ya nos siguen y darnos a<br />
conocer entre aquellos lectores a los<br />
que no hemos llegado todavía.<br />
¿Qué os hizo editores?<br />
En primer lugar, la pasión por la<br />
lectura. Tras una vida como lector, uno<br />
siente que ha adquirido una especie de<br />
deuda con los libros, esos compañeros<br />
silenciosos que tanto gozo y compañía<br />
nos han procurado. Editar, de alguna<br />
manera, es una forma de saldar esa<br />
deuda invisible, y de transmitir a otras<br />
personas el amor por la palabra escrita.<br />
También, por qué no decirlo, nos<br />
empujó la ilusión de ganarnos el pan<br />
haciendo aquello que verdaderamente<br />
nos gusta. O al menos, de intentarlo.<br />
Todos los buenos editores, y<br />
recalco lo de buenos, deben ser<br />
grandes lectores, deben honrar<br />
la literatura antes que pretender<br />
llenar sus bolsillos. ¿Qué otras<br />
características debe tener un<br />
editor? ¿Cuáles son las vuestras?<br />
¿Qué es para vosotros editar?<br />
Además del amor -o el vicio, más bienpor<br />
la lectura, un editor debe ser una<br />
persona de curiosidad incansable.<br />
Alguien que conserve capacidad de<br />
sorpresa y la pasión del descubrimiento.<br />
A ello habría que sumarle otras virtudes<br />
más prácticas, si se quiere, esas que<br />
hacen que una editorial tenga una<br />
vida larga y fructífera. El tiempo dirá<br />
si las atesoramos o no. De momento,<br />
encontrar buenos libros y darlos a<br />
conocer a los demás nos parece una<br />
hermosa tarea.<br />
Se percibe, en vuestro pequeño<br />
pero gran catálogo, que cuidáis<br />
mucho las ediciones y los títulos.<br />
Como lectora lo agradezco porque<br />
estamos atravesando un período<br />
en el que, y esta es mi sensación, al<br />
lector se le falta un poco al respeto,<br />
al menos desde las editoriales que<br />
no son independientes. ¿Qué es<br />
lo que más valoráis a la hora de<br />
publicar un libro? ¿Qué factores<br />
tenéis en cuenta? ¿De qué forma<br />
estáis construyendo vuestra<br />
propia identidad?<br />
Como bien dices, el respeto al lector y a<br />
nosotros mismos es fundamental, una<br />
seña de identidad que compartimos<br />
con otras muchas pequeñas editoriales<br />
que, antes de nosotros, han marcado<br />
el camino a seguir. Respeto a nuestros<br />
lectores y, por encima de todo, a<br />
los libros y los autores, a ese legado<br />
artístico que nos dejaron y que debemos<br />
reconocer y cuidar. No se trata de<br />
hacer libros bonitos porque sí, ni de<br />
concebirlos como objetos puramente<br />
decorativos, sino de intentar, en la<br />
medida de nuestras posibilidades, que<br />
el resultado final esté a la altura que<br />
el texto merece. En cuanto a nuestra<br />
identidad, aunque tengamos claro<br />
qué libros nos gusta editar, aún es<br />
temprano para emitir un juicio sin<br />
resultar petulantes. La identidad de<br />
una editorial es su catálogo, y el nuestro<br />
apenas acaba de nacer.<br />
Hasta la fecha de esta entrevista<br />
habéis publicado ocho libros:<br />
http://www.ardiciaeditorial.es/<br />
libros/ ¿Qué hilo une cada una de<br />
las publicaciones?<br />
Cada libro es diferente, proceden<br />
de tradiciones literarias diversas,<br />
pero creemos que poco a poco van<br />
estableciendo sutiles lazos entre ellos,<br />
afinidades secretas de las que, en<br />
ocasiones, ni nosotros mismos somos<br />
del todo conscientes. Cuando uno<br />
repasa los impresionantes catálogos de<br />
algunas editoriales legendarias se da<br />
cuenta de ese misterioso aire de familia<br />
que terminan por compartir autores en<br />
principio muy distintos.<br />
¿Cuál ha sido la publicación<br />
más complicada, si es que la ha<br />
habido, y de cuál os sentís muy<br />
orgullosos?<br />
No ha habido ningún parto<br />
especialmente dificultoso. Quizás el<br />
lanzamiento más arriesgado fue Mi<br />
Carso, por la dificultad que planteaba<br />
su traducción y por la exigencia del<br />
texto, pero lo que en principio parecían<br />
escollos acabaron convirtiéndose en<br />
las grandes virtudes del libro, gracias<br />
a la magnífica traducción de Pepa
Linares, unánimente elogiada. El libro<br />
tuvo mucha repercusión en prensa,<br />
lanzamos una segunda edición y a<br />
día de hoy es el título más vendido de<br />
nuestro todavía pequeño catálogo,<br />
así que podemos decir que estamos<br />
orgullosos de habernos atrevido a<br />
editarlo, sí. Además, se trata de un libro<br />
fundamental para entender Trieste<br />
y su excelsa tradición literaria, un<br />
título que merecía llegar a los lectores<br />
castellanoparlantes.<br />
Una vez dentro del mundillo<br />
editorial supongo que os<br />
habréis dado de bruces con<br />
muchos imprevistos, con mucho<br />
papeleo, con muchas estrategias<br />
comerciales y editoriales...<br />
Habréis visto ya los dientes al<br />
lobo. ¿Hay algo que os haya<br />
sorprendido? ¿Hay algo que<br />
os resulta desagradable de la<br />
edición?<br />
La verdad es que no nos hemos<br />
encontrado con ninguna sorpresa<br />
desagradable. Los imprevistos, hasta el<br />
momento, son los inherentes a cualquier<br />
oficio, más si eres novato. Intentamos<br />
ir aprendiendo de nuestros errores de<br />
principiante. En cuanto a las estrategias<br />
comerciales y las zancadillas, supongo<br />
que es algo que se da en el mundo de<br />
las grandes editoriales, las tiradas<br />
inmensas y los beneficios millonarios,<br />
no en el de los sellos independientes,<br />
donde nos conocemos casi todos y<br />
las relaciones generalmente son muy<br />
buenas, no hay rivalidad alguna. Con<br />
los libreros sucede lo mismo, quienes<br />
lo son de verdad no están en ello para<br />
hacerse ricos, sino por vocación y<br />
amor a su trabajo. Igualmente con los<br />
traductores, ilustradores, correctores...<br />
A fin de cuentas, todos estamos en el<br />
mismo barco.<br />
He leído en http://www.koratai.<br />
es que en el próximo trimestre<br />
vais a publicar a Una bandada de<br />
cuervos, de Denji Kuroshima. ¿Qué<br />
más nos espera en los próximos<br />
meses?<br />
Tras Una bandada de cuervos llegará un<br />
libro de relatos de Doppo Kunikida, otro<br />
autor japonés, de estética y sensibilidad<br />
muy diferente a Kuroshima, pero<br />
igualmente fascinante. A él le seguirá<br />
una novela francesa de corte clásico y<br />
temática amorosa, para la que hemos<br />
contado con la colaboración de Gustavo<br />
Martín Garzo, que ha escrito un<br />
prólogo precioso. Y habrá muchas más<br />
sorpresas, como un entretenidísimo<br />
relato policiaco, que iremos desvelando<br />
en su momento.<br />
¿Qué debe tener una obra para que<br />
decidáis publicarla en Ardicia?<br />
En primer lugar, la calidad, su grosor<br />
literario. Después, que permanezca<br />
inédito en nuestra lengua, o que, pese<br />
a haber sido publicado en su día, no<br />
recibiera la atención que se merecía,<br />
o no haya llegado a los lectores.<br />
Sigue habiendo muchísimos títulos<br />
por descubrir y redescubrir, tanto de<br />
nuestra tradición literaria como de<br />
otras que, de manera injusta, hemos<br />
arrinconado en Occidente.<br />
¿Cómo llegáis a los libros que<br />
publicáis, cómo los descubrís?<br />
Tras una vida como lectores uno<br />
va teniendo noticia de multitud de<br />
tesoros escondidos. Ponemos en común<br />
nuestros descubrimientos y afinidades<br />
y así vamos dando forma al catálogo.<br />
Muchas veces un autor te lleva a otro,<br />
en esa cadena de transmisión y de<br />
comunicación silenciosa a través de<br />
los tiempos que es la literatura. Una<br />
experiencia que todo buen lector conoce.<br />
Al final, como señalabas, un editor no<br />
deja de ser, antes que cualquier otra<br />
cosa, un lector impenitente.<br />
Si tuviérais que definir vuestros<br />
libros con tres palabras, ¿cuáles<br />
serían?<br />
Monstruos parisinos: desmesura,<br />
fascinación, mordacidad.<br />
El libro de jade: delicadeza, emoción,<br />
exquisitez.<br />
Mi Carso: hondura, lirismo, desgarro.<br />
Doctor Krupov: clarividencia, ironía,<br />
melancolía.<br />
Vigilia inquieta: nocturnidad, misterio,
efinamiento.<br />
Los caníbales: parodia, lucidez,<br />
modernidad<br />
El general Ople y Lady Camper:<br />
ingenio, diversión, encanto.<br />
La casa de las persinas verdes:<br />
sarcasmo, invectiva, negrura.<br />
Portadas vistosas, edición<br />
cuidada, amor por lo que se<br />
hace. Esas son tres de las<br />
características de las mejores<br />
editoriales independientes.<br />
Contadnos, ¿cuánto tiempo le<br />
dedicáis a un libro? ¿Cuántas<br />
correcciones pasa, cuánto tiempo<br />
os pasáis eligiendo las portadas,<br />
cuánta dedicación hay entre las<br />
páginas?<br />
La verdad es que detrás de cada título,<br />
desde que decidimos publicarlo hasta<br />
que lo tenemos en las manos, hay<br />
muchísimas horas de trabajo. Buscar<br />
el traductor, elegir una ilustración<br />
que no sea simplemente decorativa,<br />
sino que dialogue con el texto...<br />
Cuando recibimos la traducción, pasa<br />
por varias correcciones, primero por<br />
nuestras manos, antes y después de<br />
maquetarla, y más tarde, por las de<br />
una correctora que se enfrenta al<br />
texto por vez primera, sin los tics que<br />
hemos adquirido nosotros al estar<br />
tan familiarizados con él. Podemos<br />
pulir y corregir un texto media docena<br />
de veces, incluso más. En realidad,<br />
nos pasaríamos la vida buscando<br />
esa perfección imposible, pero por<br />
fortuna hay unos plazos que cumplir<br />
que, pese a los agobios de última hora,<br />
evitan que nos volvamos locos.<br />
¿Qué opinión os merece el mundo<br />
del ebook? ¿Estará presente<br />
Ardicia en él en algún momento?<br />
De momento no entra en nuestros<br />
planes publicar ebooks. El papel es el<br />
formato ideal para nuestra manera de<br />
concebir los libros, como un trabajo<br />
artesanal. Pero no estamos en contra<br />
del libro electrónico, qué duda cabe<br />
que, para otro tipo de publicaciones<br />
y lecturas, como los libros de texto,<br />
por ejemplo, ofrece innumerables<br />
ventajas. En nuestro caso, no creemos<br />
que sea así, nos dirigimos a un tipo de<br />
lector diferente.<br />
TEST RÁPIDO<br />
Como lector<br />
Una escritora: Carson McCullers<br />
Un escritor: Luis Cernuda<br />
Un libro que salvar de un<br />
incendio: Sobre héroes y tumbas<br />
Un libro para regalar siempre: El<br />
gran Meaulnes<br />
Una ciudad literaria: San<br />
Petersburgo<br />
Un estilo: Más que un estilo, un<br />
género literario, el más puro y<br />
olvidado, quizás: la poesía<br />
Como editor<br />
Una escritora: Isak Dinesen<br />
Un escritor: Sándor Márai<br />
Un libro que salvar de un<br />
incendio: Ada o el ardor<br />
Un libro para regalar siempre:<br />
Crimen y castigo<br />
Una ciudad literaria: Trieste<br />
Un estilo: Otro género, la nouvelle.
R E P O R T A J E<br />
Yo soy el amor<br />
Tantos idiomas para un único lenguaje universal. El<br />
erotismo y la libertad de amar a través del surrealismo<br />
literario; o cómo divagar sobre la erotomanía.<br />
Variaciones.<br />
Me dicen que el amor es un capricho, un estilo de vida o una<br />
ilusión; que comienza con la primavera y remata en invierno; que<br />
sobrevive a los siglos reinventándose; que es maestro en disfraces<br />
y catedrático de la construcción de la vejez compañera; que está<br />
en continuo combate con la realidad y la filosofía; que desafía a<br />
la razón y se escuda en frases manidas. Dime tú, ¿qué es el amor?<br />
Me hablas así, dulcemente, mientras una yace en cama ajena,<br />
mirando al techo, escuchando sin escuchar, pensando en lo que<br />
me ha llevado hasta aquí, hasta este punto. Demasiada literatura.<br />
La literatura me ha enseñado a amar, como ama una persona<br />
a otra, sin distinguir, sin preferencias, sin cánones de belleza<br />
exterior o interior. Qué importa más que el nombre, más que la<br />
curvatura de sus labios, tus labios. La mirada dice más de lo que<br />
puedas callar, eso me enseña; a adivinar los pasos de baile antes de<br />
que la orquesta comience a tocar. No suena hoy Chet Baker, ni la<br />
Verónica Lorenzo<br />
n Verónica Lorenzo Sar<br />
Orquesta de ningún hotel perdido en los años 80 a medio camino<br />
entre el norte y el sur. Esta cama reutilizada guarda más palabras,<br />
más movimientos musicales, más riffs que cualquier instrumentos<br />
musical. La voz es un instrumento más, la narradora que cuenta<br />
esas historias en la barra de un bar de barrio, recordando viejos<br />
tiempos, cuando era joven y comprendió el significado del<br />
libertinaje, de la erotomanía, de la ninfomanía respetada. Dime,<br />
amor, ¿cómo podrías tú superar esto?<br />
La literatura me enseña los lenguajes secretos de la seducción sin<br />
yo comprender cómo se llega al éxito. ¿qué es el éxito? ¿A cuántos<br />
amar para ser exitosa? Las preguntas surgen antes de la lectura,<br />
porque luego esto no importa; importa la velocidad de la desnudez<br />
ajena, la apreciación de los temblores ante la primera caricia, de<br />
las sonrisas que se esconden en los poros de su piel, de sus dientes<br />
mostrándose atrevidos ante tu cuerpo que se va deslizando, que se<br />
va adaptando, que se va mojando. EL sudor surge o se construye<br />
y se resbala, como surgen o se construyen las palabras y éstas<br />
resbalan lengua abajo, recordando el mapa del amante-destino,<br />
mi maestro.<br />
El erotismo; el que se aprende o se desprende de ti. Sé que no
entiendes lo que quiero decir pero los ejemplos salen de mí sin<br />
mucho investigar. Lo prefiero así, sin planear, como no se planea<br />
el amor, la lluvia o el sexo consecuente del desbordamiento<br />
pasional. Pasión se llama mi mano traviesa. El erotismo es una<br />
Anaïs Nin que se escabulle de la realidad y la desafía e inventa su<br />
propia sociedad. El erotismo es el alimento físico e intelectual.<br />
Nos seduce una cabeza bien amueblada, como un buen bailarín,<br />
horizontal o vertical, que nos haga reír y al tiempo nos desafíe a<br />
vivir. Vivir por ti, a través de ti y aprender después a deshacerme<br />
de ti.<br />
Escribo mecánicamente, sin volver atrás, ni pensar, sólo tecleo,<br />
tecleo, tecleo, así como tú lees, sin reflexión. Sólo mi corazón<br />
tiembla, ansía una pasión, el secretismo de un silencio entre<br />
amantes, que se comprenden sin que el alrededor comprenda;<br />
sin que nadie sepa, se cruzan unas caricias bajo la mesa, unas<br />
miradas distintas en la superficie, pero en público nada hace<br />
sospechar el después. Erotismo es el lenguaje comprendido sólo<br />
por dos. Por tres. Por los amantes. Dime Simone de B., ¿cómo<br />
se vive siendo mujer y compartiendo, cómo se lucha contra el<br />
desbordamiento múltiple de este río? No vive el Guadiana en ti,<br />
eres constante, eres libre, eres cuerpo, eres mente, eres mano<br />
que acaricias, boca que besa, y corazón que late al límite de la<br />
taquicardia. Pienso en ti y pienso en mi amada María Casares,<br />
siempre favorita de Albert Camus pero libre como tú. Tan gallega<br />
y francesa, tan de ti y de mí. Cuando hablan de ella, olvidan sus<br />
“manías afrancesadas”, la libertad amorosa, la alimentación del<br />
stéréotype. ¿Sólo los franceses son capaces de amar así? ¿Es el<br />
erotismo un alimento importado de Francia?<br />
¡Oh, no! Pienso en Lou Andreas-Salomé, pienso en Marlene<br />
Dietrich, pienso en Edith Wharton... La culpa puede ser de<br />
Lord Byron. Él comenzó con el destrozo de las convenciones<br />
inculcadas. Me dices que debo amar unicamente a quien se<br />
me presente por primera vez con el objetivo de cuidarme; ni<br />
siquiera de corresponderme. Sólo cuidarme, como se cuida de<br />
una planta. No hay lugar para el amor, la pasión, el erotismo,<br />
la desvergüenza intima, el buen-trato privado. Pero el erotismo<br />
inglés, primero, sacudió mi cuerpo, desafió y rompió las cuatro<br />
paredes de mi pensamiento cuadriculado. Y entonces ocurrió lo<br />
inesperado. La muerte dulce no la provoca el óxido de carbono,<br />
sino el beso cálido de la entrega.<br />
Del deseo.<br />
Entonces comprendí los dietarios del amor ajeno y abrió mi<br />
hambre de la infidelidad permitida, del pensamiento lujurioso,<br />
del ensayo ante el espejo, del tecleo infinito, del oleaje nocturno.<br />
Este barco que construyo con palabras me servirá para surcar<br />
los siete mares con nuestros héroes literarios, pero además me<br />
permitirá aumentar mi biblioteca erótica. Hay algo más que<br />
Madame Bovary y Constance Chatterley, más que Anna Karenina<br />
y Ana Ozores. Pareciera que todo erotismo, todo amor pasional<br />
rematara en tragedia. Pero, ¿quién soy yo para adelantarme a las<br />
consecuencias? Yo, una simple aprendiz...<br />
Amor es experimentar un placer viendo, tocando, sintiendo con<br />
todos los sentidos y tan de cerca como sea posible un objeto<br />
amable que nos ama. Stendhal.<br />
¿Quién nos ama? ¿Qué amor nos corresponde?¿Cómo amar?<br />
¿Quién parte el bacalao?<br />
El amor erótico es exclusivo, pero ama en la otra persona a<br />
toda la humanidad, a todo lo que vive. Erich Fromm<br />
Leo las teorías sobre el amor, las divagaciones de “gente que<br />
sabe” pero nada resuelve mis dudas, ¿por qué? Porque el amor<br />
no es teoría, es práctica, es la inconsciencia en plena acción.<br />
Cuando piensas te pillas con las manos en la masa... nunca<br />
mejor dicho.<br />
¿Es el deseo un manifiesto de nuestro origen animal? ¿Somos<br />
salvajes domesticados? ¿Somos las mujeres las tentadoras y los<br />
hombres pobres víctimas de nuestra maldad serpentina? ¡Oh,<br />
mi lengua desbocada! Callarme ya, a golpe de beso. Mostradme<br />
el camino de la penitencia. Expiar mis pecados. Borrar las<br />
pensiones de mi foursquare, los estados con doble sentido<br />
de mis redes sociales y esta adolescencia alimentada con la<br />
literatura erótica.<br />
La ramera del pueblo era una novela pulp para adultos de<br />
los años 70 que cayó en mis manos a los ocho años. Después<br />
de un primer descubrimiento de mi señora madre y haberme<br />
escondido la novelita, yo, más lista que el hambre, rebusqué por<br />
la casa hasta encontrarlo de nuevo y dedicarme a devorarlo en<br />
la oscuridad, bajo la cama y con linterna. No entendía nada, se<br />
escapaban palabras de mi vocabulario. La emoción extraña que<br />
sentía la relación con la presunta historia de amor que leía. No<br />
era amor, sino deseo. Y una gran verga por el medio. Fuera lo<br />
que fuera eso que asociaban al americano protagonista como<br />
leitmotiv. Oh, pero después Nabokov rellenó mis lagunas, sin<br />
adjetivos superlativos. El erotismo era la sugerencia, la llamada<br />
de lo salvaje, la invitación a tomar el té con Venus. Te entiendo,<br />
mon cher H. Miller, ¿quién se podría resistir a salvajear por<br />
el París tardío, prorrogar el mito del amor aguardando con las<br />
bragas bajadas?<br />
Reconozco la precocidad de la lectura que coincidió con la<br />
manía tardía del deseo manifestado. Soy el amor. ¿Justifica eso<br />
el surrealismo de lo que estás leyendo en este preciso instante?<br />
¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Te has perdido? ¿Precisas<br />
ayuda? Ya lo decía mi señora “madre”, doña Emilia Pardo<br />
Bazán: no hay nada más peligroso que lo reprimido y oculto, lo<br />
que se queda dentro. Por ello declaro este escrito un manifiesto<br />
del deseo. Mi permiso ante el mundo para ejercer la libertad de<br />
amar, platónica y/o físicamente a quien se me pete y como a mi<br />
me da la gana. Que para eso yo soy yo y no tú. He aquí el deseo<br />
hecho real. La libertad es todo lo que me queda en el mundo; y<br />
el amor es mi posesión más valiosa. El erotismo es la suma de<br />
los dos elementos. El vino y las copas para servir. Las últimas<br />
palabras antes del Beso que abra la vereda.<br />
Dice mi amor platónico Anaïs Nin en Ser Mujer que “la lucha<br />
de la mujer moderna consiste en el conflicto que existe entre su<br />
deseo de unirse al ser amado y el deseo de mantener su propia<br />
identidad”. Pues lo diré claramente: esta soy yo y a quien no le<br />
guste, que no mire mi desnudez. Hagan el favor de pasarme el<br />
vestido que está sobre el sillón detrás de ustedes. Gracias.<br />
Fromm, Erich. El arte de amar : una investigación sobre la<br />
naturaleza del amor. Epílogo de Rainer Funk ; [traducción de<br />
Noemí Rosenblatt]. Barcelona : Paidós, 2007.<br />
Nin, Anaïs. Ser mujer. Versión castellana de Teresa Fernández<br />
Muro. 4ª ed. Madrid : Debate, 1983.<br />
Pardo Bazán, Emilia. Insolación. Introducción, Marina Mayoral.<br />
4ª ed. Madrid : Espasa-Calpe, 1991.<br />
Stendhal. Del amor. Prólogo y cronología de Guillermo Suazo<br />
Pascual ; [traducido por Gregorio Lafuente]. Madrid : EDAF,<br />
1994.
B reves<br />
Un paseíto por el barrio puede ser muy agradable, aunque no procura la sensación<br />
de haberse superado a uno mismo. Subir una montaña de dos mil metros, en cambio,<br />
puede resultar una tortura por momentos, pero conseguirlo procura una satisfacción<br />
incomparable. Leer una novela romántica puede ser una buena manera de pasar una<br />
velada de invierno, acurrucada en el sofá. Sin embargo, no proporciona, ni de lejos,<br />
la satisfacción intelectual que acompaña a la lectura de los Ensayos de Montaigne,<br />
por ejemplo. Está comprobado: al cerebro humano le gustan los obstáculos, se crece<br />
ante la dificultad; es más, según los últimos descubrimientos de la neurociencia, absorbemos<br />
mejor la información que nos ha costado conseguir, y la retenemos durante<br />
más tiempo. Que las limitaciones espolean la creatividad es algo que los poetas saben<br />
desde hace muchos siglos: por difícil que parezca, si uno se esfuerza lo suficiente casi<br />
todo se puede decir en catorce versos de once sílabas, que para colmo deben rimar<br />
entre sí siguiendo un patrón determinado. Que se lo pregunten a Lope de Vega y a<br />
Violante, si no. Revalidando algo que todos los lectores intuíamos, ahora resulta que<br />
leer es una actividad excelente también desde el punto de vista neurolingüístico. Y si<br />
se trata de lo que llaman “lectura profunda”, es decir, lectura crítica y analítica, aún<br />
mejor. Según recientes investigaciones, ambas formas de enfrentarse a un texto -la<br />
superficial y la profunda- movilizan partes distintas del cerebro. La lectura profunda,<br />
en especial, hace trabajar al cerebro de una forma que sorprendió a los propios investigadores.<br />
Está bien que la ciencia corrobore los beneficios de la lectura -sobre todo<br />
porque eso nos da argumentos para dedicarnos a ella con aún más ahínco-, pero los<br />
bibliómanos podríamos habérselo dicho sin necesidad de escáners ni de laboratorios.<br />
Leer una argumentación llena de inteligencia, por intrincada que resulte, descifrar<br />
las barrocas metáforas gongorinas o analizar las complejidades de los narradores<br />
faulknerianos produce una satisfacción que no sólo es estética, sino que a todas luces<br />
es “alimento para el cerebro”, el equivalente intelectual de las proteínas sin las cuales<br />
nuestra materia gris decaería y moriría. La próxima vez que alguien armado de una<br />
maquinita de juegos me diga que está entrenando su cerebro, podré responderle con<br />
toda tranquilidad, sin levantar la vista del volumen que estoy leyendo, que “yo más”.<br />
El cerebro y la lectura<br />
ELENA RIUS<br />
Máxima expresión del amor<br />
Shanghai Baby de Wei Hui<br />
ALEJANDRO LARRAÑAGA<br />
“Cuando levantaron a esos amantes de las cenizas, estaban fuertemente abrazados.<br />
El cuerpo calcinado de uno estaba metido en el cuerpo del otro; no hubo manera de<br />
separarlos.”<br />
Un número dedicado al sexo no puede quedar completo si no lo unimos, aunque sea<br />
de refilón, al ideal del amor. La pasión producto de la necesidad física del ser amado,<br />
máximo expresión del ansiado sentimiento. Dicen que las relaciones más completas<br />
llegan cuando esa conexión es total y es por esto que el enamoramiento, el primer<br />
estadio de la relación donde todo es nuevo y excitante, es el instante ideal para esa<br />
consumación.<br />
Aquí, en G&R, todo lo unimos con la literatura y tocaba buscar en los libros la perfecta<br />
representación de esa verdad. La china Wei Hui, en un libro lleno de choques<br />
a flor de piel como Shanghai Baby, donde el sexo y el amor se mezclan sin descanso<br />
convierte un momento dramático y doloroso en el epílogo perfecto para una historia<br />
de amor trágica. Que mejor manera hay de afrontar un incendio que fundiéndote por<br />
última vez (percíbase el chiste de dudoso gusto) con la persona amada.<br />
“No se percataron del peligro hasta el momento en el que el aire de la habitación<br />
empezó a arder. Sabían que ya no era posible salir de allí; el fuego había sellado todas<br />
las ventanas y salidas. Sólo les quedó una cosa: hacer el amor locamente en medio de<br />
las llamas. Mi nariz de veras que logró percibir ese olor a quemado, el aire caliente y<br />
seco de la desesperación.”
Sexo<br />
20<br />
Yolanda Izard<br />
MARGUERITE DURAS<br />
23<br />
Guiomar Quintana<br />
ALMUDENA GRANDES<br />
25<br />
José Braulio Fernández<br />
GUILLAUME APOLLINAIRE<br />
27<br />
Miguel Alcázar<br />
ANGELA CARTER<br />
30<br />
Anabel Rodríguez<br />
PHILIP ROTH<br />
32<br />
Fusa Díaz<br />
CHODERLOS DE LACLOS<br />
34<br />
Ignacio Ballestero<br />
ISAAC ROSA<br />
36<br />
Laura Bordonaba<br />
ARTHUR SCHNITZLER<br />
39<br />
Verónica Lorenzo Sar<br />
MILLER, NIN, LAWRENCE<br />
41<br />
Elena Triana<br />
CHARLES BUKOWSKI<br />
44<br />
Salvador J. Tamayo<br />
ALMUDENA GRANDES<br />
47<br />
Pedro Larrañaga<br />
KUNDERA Y HOUELLEBECQ<br />
51<br />
Raquel G. Otero<br />
GREGOR VON REZZORI<br />
54<br />
Alejandro Larrañaga<br />
VVAA
Sexo<br />
El amante,<br />
de Marguerite Duras<br />
Yolanda Izard
n Yolanda Izard<br />
¿Por qué el encuentro, fortuito o no, con un breve libro como<br />
“El amante” no parece haber dejado nunca indemne a ninguno<br />
de sus lectores? ¿Por qué esta herida que provoca, esta herida<br />
gozosa –oxímoron más propio de la poesía mística, que empleo<br />
a sabiendas de su valor-y esta paradójica seducción que sigue<br />
a su lectura nos turban tanto? Quizá porque Marguerite Duras,<br />
cuyo verdadero nombre era Marguerite Donnadieu, quiso, por<br />
una vez en su vida de escritora y después de publicar casi una<br />
cuarentena de libros, legarnos este profundo y desgarrador<br />
desnudamiento que había antes ocultado o tergiversado. Hizo<br />
lo que Kafka sugirió que debía hacerse: abrir con un hacha de<br />
palabras el mar congelado que habitaba en su interior. Y lo<br />
hizo de la mejor forma posible: sin morderse la lengua y sin<br />
ningún exceso. Esta mezcla de contención y lucidez, de verdad<br />
y sugerencia, de desnudamiento y de elegancia, de desgarro y de<br />
distancia, tan infrecuentes en el mundo literario, produjo una<br />
obra maestra, la gran obra maestra, a mi juicio, de la literatura<br />
del siglo XX.<br />
Ella misma lo anunciaba en una de las primeras páginas de esta<br />
novela: “He escrito mucho acerca de los miembros de mi familia,<br />
pero mientras lo hacía aún vivían, la madre y los hermanos, y he<br />
escrito sobre ellos, sobre esas cosas sin ir hasta ellas”. Marguerite<br />
Donnadiue toma por una vez el relevo de Marguerite Duras y<br />
decide ir hasta ellas escribiendo sobre una época concreta, la de<br />
sus quince años, fundamental en su vida, tanto que ve en ella<br />
una especie de presciencia, una huella adelantada a lo que le<br />
sucederá después. La huella en su rostro de estragos futuros.<br />
La amalgama del dolor que la vida parece ya imprimir en su<br />
cara antes, durante y después de que este suceda sin remedio.<br />
Quizá no hay mejor definición de lo que es el destino que esta<br />
impresionante reflexión que un simple espejo puede provocar:<br />
“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho<br />
años ya era demasiado tarde. /…/. A los dieciocho años envejecí.<br />
/… /. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro.” O<br />
esta otra: “El alcohol suplió la función que no tuvo Dios /… /.<br />
Ese rostro del alcohol llegó antes que el alcohol /… / Al igual que<br />
estaba en mí el del deseo. A los quince años tenía el rostro del<br />
placer y no conocía el placer”.<br />
Decide, pues, Marguerite Duras escribir sobre sus quince<br />
años sabiendo que son el símbolo de toda su existencia, por<br />
eso este es un libro pseudoautobiográfico en apariencia pero<br />
definitivamente autobiográfico en su carga de verdad, que exige<br />
que las cosas no sean lo que parecen sino lo que son dentro de<br />
uno. Aun a costa de una vuelta de tuerca a la realidad, sustituida<br />
por la memoria. Porque la memoria, aunque parcial, aunque<br />
ilógica, aunque distorsionante, es siempre más verdadera que<br />
la realidad. Marguerite Donnadieu vivía entonces en Saigón, la<br />
Indochina francesa -donde había nacido en 1914-, con su madre<br />
y sus dos hermanos. Debiendo tener los privilegios de los blancos<br />
en aquel país, vivían sin embargo en medio de necesidades desde<br />
que el padre había muerto, cuando la niña contaba cuatro años.<br />
Su madre había visto desaparecer paulatinamente todos sus<br />
sueños y vivía solo para su hijo mayor, un joven despótico y<br />
cruel que convertiría la vida de su hermano pequeño, y en menor<br />
medida la de su hermana, en un infierno. Duras despoja de toda<br />
mítica a su familia y describe sin pudor –y ya sin rabia, con ese<br />
sosiego que la edad imprime a la fatalidad- esa abducción del<br />
hijo hacia la madre, que acarrea el irresponsable abandono de<br />
esta hacia el resto de sus hijos: “Quería matar, a mi hermano<br />
mayor, quería matarle, llegar a vencerle una vez, una sola vez<br />
y verle morir. Para quitar de delante de mi madre el objeto de<br />
su amor, ese hijo, castigarla por quererle tanto, tan mal, y sobre<br />
todo para salvar a mi hermano pequeño, mi niño, de la vida llena<br />
de vida de ese hermano mayor plantada encima de la suya, /...<br />
/, el miedo en esa vida, miedo que una vez alcanzó su corazón y<br />
lo mató.”<br />
El peso de la familia, de la madre y de los dos hermanos, es<br />
definitorio en la narración, quizá más que el de su carga erótica,<br />
que es la que comúnmente se ha destacado. En realidad, no sé qué<br />
es más turbador en este libro, si la experiencia amorosa de una
chiquilla blanca y sin recursos, pero de extraordinaria fortaleza<br />
interior, con un joven de veintiocho, chino y adinerado, pero<br />
débil en todos los sentidos, o el relato contenido –y al mismo<br />
tiempo sobrecogedor- de su familia, de su madre y de sus dos<br />
hermanos. Lo que hace que esta pequeña gran novela sea del<br />
todo inolvidable es quizá la fuerza impactante de esta mezcla,<br />
la perturbadora fuerza de una voz que escribe en eso que<br />
llamamos estado de gracia, sobre los dos temas centrales de<br />
toda vida: el amor y desamor familiares, el hallazgo del deseo y<br />
del sexo, y, para rematar, las necesidades materiales.<br />
La familia. El deseo. El amor. El odio: (Ya he hablado) del<br />
“amor que sentíamos por nuestra madre pero no sé si he<br />
hablado del odio que también le teníamos y del amor que<br />
nos teníamos unos a otros y también del odio, terrible, en<br />
esta historia común”. El paso de este amor-odio al del deseo<br />
es estrecho, y la autora imbrica constantemente uno en otro,<br />
pasando del drama familiar al de la casa en Cholen donde la<br />
niña y el joven se encuentran, al mismo tiempo que se produce<br />
el del pasado al presente y el de la primera persona a la tercera<br />
persona narrativas, en un vaivén que estrecha el cerco en<br />
torno a las perspectivas, desde la inminencia del presente y la<br />
proximidad de la primera persona, a la necesidad de objetivad<br />
y distancia del pasado y la tercera persona narrativa, aunque<br />
sin duda priman los primeros.<br />
Marguerite Duras, de nuevo, es una maestra en la disposición<br />
de estos recursos que permiten que el lector disfrute con<br />
una literatura de calidad. Su escritura además es escueta,<br />
esencial, y obvia cualquier entrometimiento discursivo que<br />
no corresponda a estos dos grandes y únicos temas. Lo hace<br />
con una escritura de ritmo poético, frases breves, brevísimas,<br />
pobladas de intensos recursos, como la anáfora, en momentos<br />
cruciales. Y una gran habilidad para crear escenarios y<br />
atmósferas sugerentes, donde los sonidos y los olores se<br />
engarzan en un universo de percepciones sensoriales para<br />
potenciar esa sensualidad de su relato amoroso. Porque lo<br />
que desea, y logra, es revelar: evocar, seducir: “Lo recuerdo<br />
perfectamente, en la habitación hay poca luz, no se habla, está<br />
envuelta por el estrépito continuo de la ciudad /… / Los olores<br />
de caramelo llegan a nuestra habitación, el de cacahuetes<br />
tostados, el de sopa china, de carnes asadas, de jazmín, de<br />
ceniza, de incienso, de fuego de leña /… / el aroma de la ciudad<br />
es el de los pueblos del campo, de la selva.”<br />
El amor casi no existe por parte de la niña, al menos el concepto<br />
más arraigado de lo que es amor. La niña quiere ser amada,<br />
conocer el placer. Pero en el fondo, aunque ella aún no lo sepa,<br />
sabe que esa es la única salida de su alma acorralada en un<br />
universo familiar deshecho: “Los besos en el cuerpo hacen<br />
llorar. Diríase que consuelan. En familia no lloro. Ese día, en<br />
esa habitación, las lágrimas consuelan del pasado y también<br />
del futuro. Y: “Con frecuencia llora porque no encuentra<br />
fuerzas para amar más allá del miedo”, porque “tanto si se<br />
ama como si no se ama, siempre es terrible.”<br />
En realidad, si sumamos las páginas eróticas, no llegaremos<br />
mucho más allá de una treintena, pero hemos de añadir que<br />
no por escasas son menos intensas, con ellas basta para dar<br />
una potente imagen de un mundo de iniciación en el gozo y<br />
en el dolor. Todo cuanto se hubiera añadido habría mermado<br />
su intensidad, la granazón de lo que importa: dos cuerpos<br />
desgarrados: el de él por un amor imposible; el de ella por un<br />
gozo imposible de mantener en una vida dolida. Marguerite<br />
Duras logró con su escritura trascender las modas, los cánones<br />
estéticos y morales. Ir más allá de sí misma. Solo por “El<br />
amante” merece la pena saber leer.
Salvando a Lulú<br />
Sexo<br />
Guiomar Quintana Suárez<br />
http://definitely-ecno.blogspot.com.es<br />
@GQ_72<br />
16
n Guiomar Quintana Suárez<br />
“Todo aquello que desafíe costumbres profundamente<br />
arraigadas parece amenazante, especialmente si es desafío<br />
se orienta a las estructuras de poder consolidadas.”<br />
Marta C. Nussbaum<br />
Relacionar mujer, poder y sexualidad no es difícil, sobretodo cuando<br />
se hace con una connotación negativa o desde una perspectiva social<br />
causada por un proceso deductivo, por un conocimiento “común”<br />
o “general”. El poder es el ingrediente principal del caldo en el que<br />
las especias sumisas no aportan sabor si falta patriarcado. En esta<br />
receta, la del mundo sin implantación de la defensa de la reforma<br />
en la educación liberal para el ciudadano crítico, los estudios de<br />
género y la sexualidad quedan relegados a un tercer o cuarto plano,<br />
a un plano de locos e irracionales, de “dionisiacos” e impredecibles,<br />
o de otras mujeres, únicas en tratar de llevar a mejor terreno lo que<br />
otros no quieren reflejar en ninguna superficie. Esto se debe a que<br />
los roles y situaciones -en ocasiones secundados y establecidos por<br />
nosotras mismas- en los que la mujer se ha visto inmersa como sexo<br />
débil durante siglos, han sido constituidos como hazañas o luchas,<br />
como ensayos, críticas y reflexiones lanzadas contra un muro que,<br />
manchado por la discriminación, ha sido nombrado y creado por<br />
“los otros”. La mujer ha jugado un papel fundamental antropológica<br />
y socialmente hablando. Olvidarlo es fácil y tarea de demasiados<br />
pues, entre otras cosas, no se puede recordar algo que nunca se ha<br />
sabido, así como no se puede aprender lo que no ha sido enseñado ni<br />
se puede entender algo que no se conoce. Partiendo de esta base, no<br />
es tarea ardua encontrar ejemplos de la invisibilidad que las rodea:<br />
cuando se entrega un informe sobre el producto nacional bruto de<br />
un estado moderno para poder hablar de política o economía al<br />
respecto, el trabajo doméstico no computa como trabajo productivo.<br />
¿Cómo iba entonces, si quiera, a ser entendido como trabajo por<br />
las diversas generaciones que precedieron el momento actual?<br />
Sin embargo esta, como otros comportamientos “obligatorios”<br />
atribuidos a la mujer, han permitido al hombre (principalmente en el<br />
mundo académico) centrar su atención en aspectos y cuestiones de<br />
estudios determinados que, sin duda, han ayudado a traernos hasta<br />
aquí, hasta hoy.<br />
La inserción de la mujer en el mundo académico y laboral ha<br />
supuesto un camino de trabas y despropósitos, desestimación e<br />
infravaloración. En la Antigua Grecia, consideradas seres humanos<br />
de segunda, tardando luego en ser incluidas en investigaciones,<br />
siendo absurdo incluso tratarlas como objetos de estudio desde<br />
un punto de vista objetivo (todo lo objetivos que nos permite ser<br />
la ciencia). ¿Para qué estudiar a la mujer? ¿Para qué impulsar o<br />
apoyar a las feministas? ¿Por qué, siendo hombre, aceptar algo así<br />
como “El sometimiento de las mujeres” de John Stuart Mill? El<br />
pensamiento lleva su tiempo y a él le siguen los cambios, a los siglos<br />
les acompañan sus dichas. Nos molesta, por defecto y de forma<br />
irracional, lo que desconocemos. Desechamos sistemáticamente lo<br />
que no nos produce una empatía directa previamente constituida.<br />
Pero un día a alguien le da por fijarse en la otra cara de la moneda,<br />
y es así como comienzan las grandes historias. Aunque al principio<br />
todas estén llenas de observaciones y conclusiones infundadas, si<br />
Sigmund Freud no hubiera dicho tonterías, por ejemplo, referentes a<br />
la sexualidad femenina, hoy desconoceríamos lo que se nos muestra<br />
como “verdadero”. No sabríamos nada del psicoanálisis, nadie<br />
hubiera buscado resolver esos enigmas que permanecen “ocultos”<br />
y “evitados” en una sociedad puritana y convencional. El orgasmo,<br />
la impotencia, la homosexualidad, la fertilidad, las relaciones de<br />
pareja o la frigidez seguirían siendo tabúes y nadie se preocuparía<br />
por entender a la mujer como mujer (que es lo que constituye de<br />
manera natural) y no como madre. Hombres como Richard Posner<br />
o Alfred Kinsey no hubieran tenido nada interesante que decir; y<br />
seguramente yo no entendería la sexualidad como una construcción<br />
social sino como algo biológico o, peor aún, como algo ligado a otras<br />
áreas (la religiosa).<br />
Si Austen no hubiera imaginado a mujeres inquietas, si Woolf no<br />
hubiera pensado en una habitación concreta, si Beauvoir se hubiera<br />
dedicado a limpiar o si Wollstonecraft hubiera decidido pensar en<br />
cosas “más propias de su condición”, no podríamos hablar de Lulú,<br />
que es lo que toca ahora. Y es que Lulú es una niña que quiere ser<br />
mayor, que quiere ser mujer. Lulú (la de Almudena Grandes, no la<br />
de Bigas Luna), es atrevida y tímida, contradictoria, comedida y a la<br />
vez desafiante. Libre pero sumisa, enamoradiza y a veces, en la edad<br />
adulta, irremediablemente kamikaze.<br />
En “Las edades de Lulú” la mujer es impredecible, las madres no<br />
conocen a sus hijas, el desamor lírico no existe y el sexo acaba siendo<br />
peligroso. Las amistades se sobrepasan, las edades no importan, la<br />
ingenuidad desgarra y araña, y Lulú nos da pena, porque es libre,<br />
completamente libre, pero está atrapada. Lo que no podemos obviar<br />
de la novela son dos cosas: que está escrita por una mujer, una<br />
mujer que sigue viva y no ha sido aún convertida en mito, y que la<br />
sexualidad, esa de la que no se habla, actúa como arma de doble filo,<br />
se camufla y se transforma. La misma, es abordada con intensidad y<br />
sin tapujos, se pasea desnuda y con gracia, desemboca en desgracia,<br />
es sucia, no se calla nada. El clima es húmedo y la atmósfera lúgubre,<br />
todo se torna desagradable. “Huye Lulú, huye. Deja de lanzarte<br />
contra ti misma y vuelve a casa. Sálvate. Para.”, nos gustaría gritar.<br />
¿Salvarse? ¿Salvar a Lulú? ¿De qué? ¿Por qué?<br />
Y es que “estaban allí, semiescondidos en los portales, emperifollados<br />
y tambaleantes sobre los tacones puntiagudos, pantalones<br />
brillantes y ceñidos, fantasmagóricos leopardos sintéticos sobre<br />
una superficie inverosímilmente lisa, escotes magnánimos, telas<br />
perfectas, perfectas, envidiables, labios rojísimos, pestañas postizas<br />
empastadas de rimmel de colores y peinados infantiles, se debían<br />
haber pasado de moda las melenas de leona y ahora casi todas<br />
llevaban coletitas, con gomas y lazos de colores, sus cabecitas<br />
cosidas con horquillitas, maripositas y manzanitas.” Escondidos,<br />
ellas, escondidas, ellos. Heterosexuales, homosexuales, bisexuales,<br />
transexuales, metrosexuales. Así comenzó su carrera Almudena<br />
Grandes, a los veintinueve años. Con un grito feminista de pura<br />
libertad sexual y socorro. Dejando ser a quien quiera ser como quiera<br />
serlo. Con la voz cortada, la garganta rasgada de contar una historia<br />
que, condimentada a base de elementos eróticos, parece decir “salvad<br />
a Lulú de sí misma pero dejadla disfrutar de lo que es, dejadla usar<br />
su cuerpo como quiera, dejadla fuera de estereotipos y asociaciones<br />
arraigadas. Ella no os pertenece, no pertenece a nadie.” Parece que va<br />
completamente en serio, pero Almudena y Lulú sólo están jugando.<br />
Se rizan el rizo con el dedo, mientras te miran, desafiantes. Desafían<br />
costumbres, el poder se tambalea cuando ellas abren los ojos por<br />
las mañanas. Muestran fuerza y no debilidad, destituyen absurdas<br />
objeciones, inquietan a esa ignorancia que gira entorno a la mujer,<br />
junto a ellas, a través del sexo. Hay muchas “Lulús” sueltas, hay<br />
muchas mujeres que experimentan, muchas niñas con ganas de<br />
crecer, demasiadas que necesitarían ser salvadas. “Necesitarían”.<br />
Ellas juegan pero no saben a lo que están jugando. Lulú está viva,<br />
Lulú está loca. Lulú no sabe lo que hace. A Lulú hay que salvarla. Lulú<br />
es la que nos salva. ¿Salvarnos? ¿Ella? ¿De qué? ¿Por qué, por qué<br />
íbamos a necesitar ser salvadas?
Sexo<br />
Las hazañas de un<br />
joven Don Juan<br />
Guillaume Apollinaire<br />
José Braulio Fernández Riesgo<br />
@JoseBrauliofr
Uno acaba comprendiendo, con la ayuda de los años y<br />
la experiencia (escasa, que la inmodestia es otra de las<br />
características que suelen brotar cuando de él se habla), por<br />
qué siempre se ha vinculado al pecado y al diablo, y a un sinfín<br />
de otras imágenes de tan negativos atributos, el sexo. Digo<br />
siempre desde la perspectiva religiosa y la social aparejada a<br />
ella, lo cual es lo suficientemente estrecho para relativizar el<br />
adverbio.<br />
Dios creó el sexo (por decirlo de algún modo), dirán,<br />
simplemente para que la especie humana se reprodujera y<br />
repoblara el planeta a partir de Adán y Eva, no para recrearse<br />
en el proceso sin que tal ejercicio proporcionase resultados<br />
satisfactorios. Hoy nos podríamos preguntar si el ejercicio<br />
reproductivo no se le estará yendo de las manos a quien<br />
propugna el sexo reproductivo y si en vez de eso habría sido<br />
preferible que aflojase sus normas para deleite y salud del<br />
planeta. Y, ya puestos manos a la obra, también para deleite<br />
y salud del ser humano, incluido el encargado de regular los<br />
instintos si supiera lo que es el sexo, en cualquiera de sus<br />
vertientes, más allá de lo que en los libros aparece y lo que las<br />
homilías le susurran.<br />
Conviene no trasladar nuestra concepción occidental y liberal<br />
del sexo a otros rincones del planeta y a otras épocas en las que<br />
la libertad sexual, al igual que otras libertades, han sido, y son,<br />
perseguidas con la ferocidad que se persiguen las agresiones,<br />
aunque éstas no lo sean ni lo fueran con la misma ferocidad.<br />
Es paradójico, ¿verdad? El ser humano encierra una magnitud<br />
de paradojas que harían replantearse todos sus principios al<br />
más esclarecido. Y, con estos corsés adornando las mentes del<br />
planeta, llega Guillaume Apollinaire (Roma, 26 de agosto de<br />
1880 – París, 9 de noviembre de 1918) con “Las hazañas de un<br />
joven Don Juan” para arruinar esos postulados engendrados<br />
durante siglos que se levantaron como muros con los que<br />
orientar la mentalidad colectiva. Bien es cierto que unos pocos<br />
antes que él, casi anecdóticos, y otros muchos después se<br />
soltaron los grilletes que esclavizaban sus ideas y empujaron<br />
en auxilio de la libertad, lo que hoy en día debemos agradecer<br />
sobremanera, porque nos permite escribir esto sin que medie<br />
censura alguna que tache términos tan audaces como sexo o<br />
libertad.<br />
El sexo ya no es tabú. Pero, antes, sí. Antes es otro adverbio que<br />
invita a la controversia. Antes puede ser hace diez minutos o<br />
hace diez años. Pregúntese, lector, si hace diez años, un tiempo<br />
relativamente reciente, existía cierto tabú en lo tocante al sexo.<br />
¿Y hace quince? Y quince años no es nada. Si nos vamos más<br />
atrás, tampoco mucho, llegaríamos a presenciar la época del<br />
destape, famoso periodo de liberación sexual de dudoso gusto<br />
que epataba los sentidos, sobre todo los masculinos, ante la<br />
presencia de lo más natural que podríamos encontrarnos. Y con<br />
solo girar la cabeza otro poco, este texto ya habría sido retocado<br />
de arriba abajo. Es por esto que el mérito de Apollinaire es<br />
grande, no tanto por una acusada voluntad de estilo como por<br />
la ruptura de unos moldes que sirvió de inspiración para otros<br />
posteriores que podríamos tener como referencia a la hora de<br />
tratar el sexo y su libertad. Un faro que en la niebla orienta a<br />
los marineros.<br />
“Empecé a mear, pero intermitentemente, porque mi miembro<br />
estaba aún tieso. Vi el chorro, que caía al suelo provocando<br />
salpicaduras. Al final éste se hizo más débil. Finalmente me<br />
pareció que mi hermana hacía esfuerzos, su raja se abría en<br />
lo alto y se veía la carne roja. Aquello no había durado más<br />
que unos segundos, el chorro cesó y cayeron aún algunas gotas<br />
solas.<br />
Entonces empuñé con las dos manos los labios de su coño y<br />
los separé. Esto pareció producirle un gran placer, ya que de<br />
no ser así no habría mantenido su camisa al aire con tanta<br />
complacencia.<br />
Al final descubrí que su raja, que podía compararse a un<br />
mejillón entreabierto, contenía otros dos labios, pero más<br />
pequeños que los de fuera.<br />
Estos toques parecían gustar a mi hermana, pues se mantenía<br />
tranquila, aunque echaba un poco el vientre hacia delante.<br />
Se puso muy excitada y levantó aún más su camisa, por encima<br />
del ombligo. Entonces repasé su vientre. Le pasé las manos por<br />
todas partes. Le hice cosquillas en el ombligo y pasé la lengua<br />
alrededor. Luego retrocedí un poco para ver mejor.<br />
Sólo entonces vi los bonitos pelos que ornaban la mota grande<br />
y triangular de Berthe”.<br />
Apollinaire no invirtió demasiado tiempo en suavizarnos la<br />
incipiente relación de su protagonista con el sexo. Lo cual es de<br />
agradecer si lo observamos desde un punto de vista puramente<br />
neutral. Estéticamente podría ser cuestionable el tratamiento,<br />
pero no estamos aquí para juzgar al gran Apollinaire, que sabrá<br />
más que nosotros sobre ello. Y sobre el sexo también.<br />
El protagonista, un joven de buena familia, descubre el sexo,<br />
todo, absolutamente todo, y recorre la casa de vacaciones<br />
husmeando por todas las esquinas a todas las mujeres que allí<br />
se concitan, a excepción de su madre, a la que husmea, pero<br />
desde otra óptica más aséptica. Sirvientas, hermanas, tías, él,<br />
reúnen las características idóneas para que Roger respire el<br />
novedoso aroma sexual que penetra en sus tejidos como una<br />
adictiva droga y le estimula para que continúe explorando los<br />
parajes de ese territorio virgen.<br />
Apollinaire nos demuestra que el sexo puede ser divertido a<br />
la vez que irreverente, sucio e interesante. Un descubrimiento<br />
que marcará la trayectoria vital de una u otra forma. Se puede<br />
aprender, se puede errar, pero lo importante, y Roger así<br />
parece decírnoslo, es que se disfruta mucho. Y yo me pregunto,<br />
¿no tendrá algo que ver que el ejercicio sexual proporcione<br />
ese placer inenarrable para que provoque tanta controversia?<br />
Quizá es por eso por lo que quienes lo intentan regular son tan<br />
reticentes a su práctica por puro goce. ¿Lo habrán disfrutado<br />
para tener una opinión formada? Seguro que no, ¡irían al<br />
infierno!<br />
“Mi madre: -Todavía tengo que hacerle un ruego, padre. Mi<br />
marido exige de mí, desde hace cierto tiempo, ciertas cosas. En<br />
nuestra noche de bodas me había desnudado y había repetido<br />
esto de cuando en cuando. Pero ahora quiere siempre verme<br />
desnuda y me ha enseñado un viejo libro cuyo autor era un<br />
religioso en el cual se encuentra, entre otras cosas, esto: “Los<br />
esposos deben realizar el acto carnal completamente desnudos,<br />
de modo que la simiente del hombre se mezcle más íntimamente<br />
con la de la mujer”. Ahora tengo escrúpulos a este respecto, me<br />
han venido a medida que me hacía mayor.<br />
El confesor: -Ese libro fue escrito en la Edad Media. La moda<br />
de llevar camisón no era general. Sólo las personas de categoría<br />
elevada lo llevaban. La gente llana dormía sin camisón en la<br />
cama conyugal, y aún ahora existen zonas donde este uso ha<br />
persistido. Nuestras campesinas, por ejemplo, duermen casi<br />
todas así, principalmente a causa de los chinches. La Iglesia no<br />
ve esta práctica con buenos ojos, pero no la prohíbe de manera<br />
expresa.<br />
Mi madre: -Ahora me siento más segura sobre este punto”.<br />
Sobre todo, Apollinaire utiliza un lenguaje distendido, sin<br />
alharacas, divertido, indecente, con el que nos acerca a la<br />
realidad turbia que un adolescente encuentra en sus primeras<br />
distracciones. Nos sonreímos, a veces, si encontramos una<br />
analogía con nuestros sucesos de entonces; nos estremecemos<br />
ante semejante inmundicia; nos excitamos, incluso, si el cuerpo<br />
lo solicita y el texto nos invita. Y seguro que aprenderemos, si<br />
algo tenemos que aprender, de todo lo que leamos. Aunque, en<br />
la práctica, como ya sabréis, las letras y la práctica distan entre<br />
sí tanto como imagináis, si no más.
Sexo<br />
Bizarra<br />
educación sexual<br />
Miguel Alcázar<br />
http://elblogdemiguelalcazar.blogspot.com.es/<br />
@mikealcazardice
n Miguel Alcázar<br />
Allá por 1979 —esto es, mucho antes de las películas<br />
pornográficas basadas en Blancanieves y los siete enanitos o<br />
Caperucita roja y también de oscuras y deplorables revisiones<br />
de clásicos infantiles a lo Hensel & Gretel: Cazadores de<br />
brujas— la escritora británica Angela Carter (1940-1992)<br />
ya publicaba La cámara sangrienta, una colección de relatos<br />
basados en cuentos infantiles tradicionales —sobre todo bebía<br />
de la obra de Charles Perrault y de los hermanos Grimm—<br />
que rescribía estos territorios literarios comunes a todo hijo<br />
de vecino para ofrecer unas terroríficas historias góticas de<br />
marcada y violenta sexualidad. ¿Revoltosa aproximación<br />
propia de los agitados y estimulantes años 70 o ahondamiento<br />
subversivo en la naturaleza real de estas historias anti-<br />
Disney que escandalizarían a cualquier padre o madre de<br />
nuestros días? Para Carter, sin duda la opción correcta sería<br />
esta última, pero es que la escritora estuvo desde muy joven<br />
interesadísima en las teorías feministas y psicoanalíticas tan en<br />
boga en los años de su maduración intelectual, y estas dejaban<br />
poco lugar a dudas respecto al hecho de que los cuentos de<br />
hadas tradicionales escondían pespuntes deshilvanados que<br />
revelaban ciertas verdades incómodas —emisión de un mensaje<br />
patriarcal, contenido sexual latente, represión y fagocitación de<br />
la feminidad— sobre el lado oscuro del ser humano. Esta base<br />
ideológica, unida a la admiración de Carter por el pornográfico<br />
y violento Marqués de Sade —a quien, en un enfoque muy<br />
original para su época, la autora no veía como un autor misógino<br />
sino todo lo contrario: un verdadero liberador para la mujer<br />
puesto que no veía a esta como mera hembra engendradora—,<br />
sembró el caldo de cultivo para la tórrida y terrorífica obra que<br />
recientemente ha vuelto a publicar Sexto Piso en nuestro país<br />
con el buen hacer y el mimo a los que esta editorial nos tiene<br />
acostumbrados (y unas poéticas y fascinantes ilustraciones de<br />
Alejandra Acosta, además). En ella, diez relatos en los que la<br />
opresiva y fiera masculinidad de los cuentos tradicionales es<br />
puesta patas arriba por un feminismo que encuentra su poder<br />
en la feroz crítica hacia el sexo masculino, en la exhaustiva<br />
defensa de los derechos de la mujer y, quizás sobre todo, en<br />
una sexualidad que convierte al tradicionalmente llamado<br />
sexo débil en un sexo tan dominante que es capaz de hacer que<br />
los hombres pierdan la razón, el corazón o, sencillamente, la<br />
propia vida al toparse con ellas en su camino. ¿Les suena eso<br />
de la liberación sexual? Pues pocas obras tan contundentes y<br />
representativas de este movimiento y probablemente la que<br />
más agresivamente defiende sus postulados gracias a escenas<br />
tan ardientes y tabúes como las que analizaremos en el párrafo<br />
de detrás de este punto y aparte.<br />
La cámara sangrienta empieza fuerte, sicalípticamente<br />
hablando, con un relato homónimo de fuertes resonancias<br />
sadianas en el que una joven, por supuesto que virgen, se<br />
estrena como esposa de un rico libertino con el que se va<br />
a vivir a un castillo más gótico que el del Drácula Ye-Ye de<br />
Andrés Pajares. Basado en “Barbazul”, este cuento ya pone<br />
de manifiesto la oscurísima concepción de la autora sobre el<br />
amor (“el supremo y único placer del amor es la certeza de que<br />
uno está haciendo el mal”) y también nos regala en la figura<br />
del libertino la imagen que muchas feministas tenían por la<br />
época respecto a cualquier descendiente de Adán: adicto a la<br />
pornografía y coleccionista de amantes (al bueno del marqués<br />
le pone follarse a sus jóvenes esposas… para a continuación<br />
ejecutarlas y embalsamarlas). Amor y honestos matrimonios<br />
no es lo que nos vamos a encontrar, por tanto, en este libro,<br />
a no ser que se trate de bestialismo, de mujeres terriblemente<br />
atraídas por monstruos, bestias, o como queramos llamarlo,<br />
como es el caso de las protagonistas de los dos siguientes<br />
relatos, “El cortejo del señor León” y “La novia del tigre”, ambos<br />
basados en “La bella y la bestia” y en los que Carter expone<br />
su ciega fe en el poder de las relaciones amorosas… siempre<br />
y cuando sean, como decía, de corte monstruófilo o zoófilo. El<br />
segundo de estos dos relatos está cargado de imaginería sexual,<br />
y la protagonista, quien como un mero objeto de mercancía<br />
ha sido intercambiada a través de una partida de póker entre<br />
padre y Bestia, acaba desnuda (toda piel es blanquísima en<br />
este libro, todo pezón rojísimo) delante de un monstruo que<br />
ella espera “le arranque la piel a lametones”. Recordarán lo de<br />
Ricky Martín y la mermelada… Pues eso, pero en gótico y bien<br />
escrito.<br />
Seguimos para línea y llegamos al que sin duda es el relato más<br />
divertido de la colección. En El gato con botas nos encontramos<br />
a un felino protagonista que haría palidecer al de Antonio<br />
Banderas en un concurso al Minino Con Más Soltura del Año, y<br />
es que el de Carter no es solo ingenioso e inteligente, sino que<br />
además es prostituto, alcahuete y cuenta, faltaría más, con una<br />
“reluciente pollita”. Cuando su hasta entonces libertino amo —<br />
que se acostaba hasta con madres e hijas a un mismo tiempo—<br />
se enamora perdidamente de una princesa (de las de dragón y<br />
bruja guardianes), al gato con botas le entra el bajón y empieza<br />
a despotricar contra el amor (sentimiento al que cínicamente<br />
define como “deseo alimentado por la insatisfacción”) de una<br />
forma tan graciosa e irónica que merece la pena poner aquí un<br />
extracto:
—¿Podré vivir sin ella?<br />
Has vivido sin ella veintisiete años, patrón, y no la<br />
has extrañado ni un momento.<br />
—¡Ardo con la fiebre del amor!<br />
Pues nos ahorraremos el gasto del fuego.<br />
—Se la arrebataré a su esposo y la llevaré a vivir<br />
conmigo.<br />
—¿Y de qué viviréis, señor?<br />
—De besos —responde, distraído—. De abrazos.<br />
—No engordaréis con eso, pero ella sí. Y luego, serán<br />
dos bocas que alimentar.<br />
Y es que el gato con botas no es tonto y así prefiere antes<br />
el sexo más hedonista que el complicado amor, por eso<br />
disfrutando más de ver a su amo hacerle el amor a la princesa<br />
(“arriba y abajo, arriba y abajo, el culo de mi patrón; adentro<br />
y afuera, adentro y afuera, las piernas de la dama”) que verlo<br />
cavilando bajo la luz de la luna, patéticamente enamorado.<br />
Pero bestias, gatos… ¡que va a parecer que La cámara<br />
sangrienta solo va de sexo con animales! Y no, no es verdad:<br />
también hay dendrofilia. Es decir, sí, sexo con árboles o<br />
plantas, como sucede en el cuento “El rey de los tragos”, en<br />
el que una muchacha que se pierde en un bosque acaba con<br />
un misterioso hombre planta que al grito de “¡A despellejar el<br />
conejo!” se abalanza cada dos por tres sobre ella en un juego de<br />
dominación cuyos “misterios profanos” no dejan de gustarle<br />
a la protagonista de un relato que bien podría haber servido<br />
de inspiración para los integrantes del grupo pornoecologista<br />
—visiten su página web, por si dudan de su existencia—<br />
Fuck the Forest. Tras este relato seguimos para bingo y<br />
añadimos la necrofilia pedófila de “La niña de nieve” (cuento<br />
ultrapoético sobre cómo ellos las prefieren jovencitas y cómo<br />
los celos de ellas —quizás lo que busca la fantasía masculina<br />
en primera instancia— pueden terminar en fatal desenlace),<br />
el vampirismo sexual de “La dama de la casa del amor” (en<br />
el que una hija de Nosferatu con la boca “de una puta” y la<br />
belleza “febril y enfermiza de una tísica” va alimentándose<br />
de hombres despistados que tienen la desgracia —o la<br />
fortuna, uno con Carter ya no sabe— de perderse por sus<br />
dominios) y, tras un par de relatos en los que no hay sexo<br />
(aunque sí, siempre, insinuación sexual), volvemos al plato<br />
estrella del menú de Casa Angela, con más bestialismo en<br />
los dos últimos relatos de La cámara sangrienta. Ambos, el<br />
famoso “La compañía de los lobos” y “Lobalicia”, son relatos<br />
lobunos, y es que pocos animales más relacionados con el<br />
frenesí sexual que el canis lupus. En el primero de ellos nos<br />
encontramos con una precuela literaria al “Hola, mi amor, yo<br />
soy tu lobo” de la Orquesta Mondragón, con una caperucita<br />
que llega a casa de su abuela para comprobar gustosamente<br />
que las tradicionales manos grandes se han cambiado aquí<br />
por “genitales, enormes” con los que se acaba acostando<br />
olvidándose fácilmente de la complicada suerte de su recién<br />
fallecida abuela. En “Lobalicia”, la protagonista misma es la<br />
licántropa, habiendo sido amamantada de cría por lobos y<br />
terminando sus jóvenes días bajo la protección de un duque<br />
de los de castillo y pálida tez. Despertares sexuales con<br />
autofelaciones y menstruaciones sexualizadas conforman<br />
este relato en el que llegados a punto se explica un símbolo de<br />
vital importancia para entender La cámara sangrienta: que<br />
“el lobo es la encarnación del carnívoro”. Y eso es lo que según<br />
Carter somos los hombres y mujeres cuando nos entregamos<br />
al libertinaje y al desenfreno sexuales: carnívoros voraces<br />
que de forma irracional nos abalanzamos sobre todo lo que<br />
se nos ponga por delante (bestias, niños, cadáveres, plantas,<br />
duques y princesas… recuerden la colección y horrorícense)<br />
en un intento autodestructivo de alcanzar un conocimiento<br />
más profundo del animal que todos llevamos dentro.
El sexo<br />
Sexo<br />
como<br />
fuente<br />
del caos<br />
Anabel Rodríguez<br />
http://lapuertadeshecha.blogspot.com.es<br />
@achocucha<br />
14<br />
“El animal moribundo” es la tercera de una serie de novelas protagonizadas<br />
por David Kepesh, profesor universitario, seductor,<br />
culto, despreocupado, que vive buscando parejas ocasionales entre<br />
sus alumnas. Será una de ellas Consuelo Castillo la que despierte<br />
su obsesión y necesidad de una forma que había evitado<br />
hasta entonces. La relación entre la joven de 24 años y el profesor<br />
de 62 (en el momento de iniciarse) es la fuente de la que surge esta<br />
novela corta.
n Anabel Rodríguez<br />
No me gusta la literatura erótica, no suelo leerla, me aburre. Al tercer<br />
polvo estoy deseando tirar el libro y echar a correr, para qué voy a<br />
engañaros. Así las cosas mi predisposición para reseñar en este<br />
número no era la mejor. Se me puso mala cara al pensarlo, estuve<br />
tentada de no participar, pero entonces, llegó el salvavidas en forma<br />
de sugerencias de la señora directora (Ainize, gracias, gracias,<br />
gracias). Entre otros títulos propuso “El Animal Moribundo” de<br />
Philip Roth. Y yo tratándose de Roth no puedo resistirme. Me aferré<br />
a la propuesta, con un “por favor, por favor, dejádmela a mí que no sé<br />
que voy a hacer si no” y los compañeros de Granite, gente rumbosa<br />
donde los haya, me han permitido hacerlo.<br />
La novela es breve y está narrada en forma de monólogo dirigido<br />
a un interlocutor desconocido. Protagonizada por David Kepesh,<br />
personaje principal de otras dos novelas de Roth: “El Pecho” (1972),<br />
“El Profesor del Deseo” (1977).<br />
Kepesh es un profesor universitario, seductor, y culto que después<br />
de desembarazase de su mujer y su hijo, allá por los años sesenta,<br />
ha vivido sin compromisos, buscando parejas entre las alumnas<br />
de sus clases. Egocéntrico, sexual y obsesivo, el profesor de crítica<br />
literaria tiene una regla fija que nunca rompe “ no tengo ningún tipo<br />
de contacto personal con ellas hasta que han pasado el examen final,<br />
se han graduado”. Para atraer a esas alumnas practica siempre un<br />
ardid consistente en organizar una fiesta en su piso para el grupo<br />
de alumnos, tras examinarlos y calificarlos. Una fiesta en la que<br />
siempre acaba cazando la presa que se propone y así transcurre su<br />
vida, saltando de pareja en pareja, hasta el día que conoce a Consuelo<br />
Castillo, cuando ella tiene veinticuatro años y él sesenta y dos. Por<br />
cierto ¿no os habéis dado cuenta de que Consuelo comparte apellido<br />
con los protagonistas de “Los reyes del Mambo tocan canciones de<br />
amor”?, no sé si será coincidencia o se hizo a propósito, pero me ha<br />
llamado la atención. Tal vez alguien deba escribir una novela sobre<br />
el posible parentesco entre estos personajes, que además coinciden<br />
en tener una carga sexual muy importante en sus respectivas vidas.<br />
Consuelo es una norteamericana de ascendencia cubana, “Habla con<br />
propiedad, es seria, su postura es perfecta; parece saber algo de la<br />
vida adulta, junto con la manera de sentarse, permanecer en pie y<br />
caminar”, “vi de inmediato que ésta iba a ser mi chica” y así sucede.<br />
Se inicia una relación de contenido eminentemente sexual entre el<br />
profesor y la exalumna, que él simultanea con otras mujeres (también<br />
exalumnas).En el culmen del cinismo y la contradicción, David no<br />
soporta que Consuelo esté con otros hombres. Siente una obsesión<br />
enfermiza por ella, sufre por la existencia de amantes pasados,<br />
y se obsesiona pensando en el hombre que se la robará, porque<br />
necesariamente debe robársela un hombre, que es él mismo con<br />
muchos años menos. David desea conocer toda la vida sexual previa<br />
de Consuelo, llegando a límites enfermizos. Está cegado por ella, por<br />
su cuerpo, sus pechos, su regla. El sexo con la muchacha desordena<br />
totalmente su vida “No importa cuánto sepas, no importa cuánto<br />
pienses, no importa cuánto maquines, finjas y planees, no estás<br />
por encima del sexo. Es un juego muy arriesgado. Uno no tendría<br />
dos tercios de los problemas que tiene si no corriera el albur de la<br />
jodienda. El sexo es lo que desordena nuestras vidas normalmente<br />
ordenadas”.<br />
Sin embargo, su relación termina después de un año y medio “fue<br />
lo mejor para los dos que lo nuestro terminara, pero yo no había<br />
planeado el final y luego me sentí afligido. Sufrí accesos depresivos<br />
intermitentes durante casi tres años. Atormentado continuamente<br />
mientras estuve con ella y cien veces más atormentado por haberla<br />
perdido”. La obsesión de él se mantiene, hasta llegar al punto en el<br />
que se inicia el libro, una noche cualquiera, ocho años después de<br />
liarse con Consuelo, esa se pregunta “Esta necesidad. Este trastorno<br />
mental. ¿Cesará alguna vez? Al cabo de un tiempo, ni siquiera sé<br />
por qué estoy desesperado. ¿Sus tetas? ¿Su alma? ¿Su juventud ¿Su<br />
mente simple? Tal vez es algo peor que eso, tal vez ahora que estoy<br />
cerca de la muerte, también ansío en secreto no ser libre”.<br />
Kepesh informa a su interlocutor (podríamos ser nosotros) de<br />
todas sus miserias, y del último y dramático encuentro que tuvo con<br />
Consuelo, en la Nochevieja del año 1999 (¿recordáis el efecto 2000?).<br />
Ella ha sufrido un duro revés y necesita de nuevo la compañía de ese<br />
hombre que adoraba su cuerpo. Así, se adentran en una noche que<br />
no desvelaré por contener uno de los secretos esenciales de la novela.<br />
Puede que no sea su último encuentro…<br />
Pero el libro no es sólo trata sólo la relación intensa entre Consuelo<br />
y David, sino que permite dar un repaso a la vida del profesor. Nos<br />
hace sabedores de la nefasta relación que mantiene con su hijo Kenny<br />
“Estuve ausente y demasiado cargado de significado. Le decepcione.<br />
Esa es razón suficiente para que sea imposible una relación serena” y<br />
es que, mientras David ha hecho de su vida lo que ha querido, Kenny<br />
ha tratado de actuar de forma honesta, pero no puede evitar engañar<br />
a su mujer con su amante, desencadenando los consiguientes<br />
remordimientos y reproches a su padre, que lo tacha de ridículo<br />
“Tengo un hijo de cuarenta y dos años ridículo. Ridículo porque<br />
es hijo mío, encarcelado en su matrimonio debido a que yo huí del<br />
mío, la importancia que eso ha tenido para él y la protesta contra mi<br />
vida personal que se ha obstinado en hacer suya. La ridiculez es el<br />
precio que paga por haber sido transformado demasiado pronto en<br />
un Telémaco, pequeño y heroico defensor de su madre desatendida.<br />
No obstante, durante los tres años en que sufrí accesos intermitentes<br />
de depresión, fui mil veces más ridículo que Kenny. ¿Qué quiero<br />
decir con la palabra ridículo? ¿Qué es la ridiculez? Renunciar<br />
voluntariamente a tu libertad, esa es la definición de ridiculez.” David<br />
ridiculiza el adulterio de Kenny se burla de que esté comprometido<br />
hasta puntos insospechables con su amante. Kenny posee lo que a su<br />
padre le falta: deseo de compromiso. Compromiso con la estabilidad<br />
familiar, con su esposa, con su amante, con su madre. Un compromiso<br />
que lo ahoga y le devuelve la imagen del padre que detesta, pero al<br />
que no duda en acudir cada vez que necesita reivindicarse. “Y el mes<br />
que viene me visitará de nuevo para decirme que no me soporta. Y el<br />
otro mes, y el siguiente. Después de todo, no lo he perdido. Su padre<br />
es por fin un recurso”<br />
También trata la novela el tema de la vejez, la enfermedad y la muerte.<br />
Una de las partes que más me conmovió fue la escena en la que<br />
fallece el mejor amigo del protagonista, otro profesor universitario<br />
que ,a pesar de llevar una vida también disipada, mantiene sus<br />
vínculos familiares. La agonía de ese hombre está narrada con tal<br />
maestría que te deja clavado al libro y sin embargo cuando buscas<br />
referencias sobre este libro, nadie hace mención alguna a esa parte<br />
que me parece magistral.<br />
La novela me atrapó, porque Roth suele lo hace, lo que no significa<br />
que sus protagonistas despierten mis simpatías, desde luego David<br />
Kepesh no lo hace. Resulta en muchas ocasiones patético, enfermizo,<br />
egocéntrico, el típico hombre que trata de justificar todas sus acciones<br />
y ponerse en un plano superior al resto de humanos, hasta cuando<br />
da asco y risa. Me asusta reconocer alguno de mis pensamientos en<br />
los de semejante individuo, supongo que ahí está parte del arte de<br />
Philiph Roth.
Sexo<br />
Una marquesa<br />
depravada<br />
Fusa Díaz<br />
http://fragmentodeinterior.blogspot.com.es<br />
@jnndiaz
La marquesa de Merteuil está vengando al sexo femenino, y lo está<br />
haciendo desde su femineidad: pero no una puritana, aunque sí<br />
discreta. No, se venga con su cuerpo, su sensualidad, su venganza,<br />
su maldad. Y se venga en 1782, que no es lo mismo que vengarse<br />
con las armas que una mujer puede tener hoy. Dicho esto, y como<br />
poco puedo añadir a la novela, a la película y a todo lo que encierra<br />
en sí la —ya popular— expresión las amistades peligrosas, lo que me<br />
propongo es analizar las diferencias entre el vizconde de Valmont y<br />
la marquesa de Merteuil. Para empezar, y sin indagar demasiado,<br />
encuentro en una sinopsis de la película que la marquesa es una<br />
viuda depravada mientras que del vizconde se dice que es<br />
seductor de profesión. La sinopsis no es de 1782, por si queda<br />
alguna duda.<br />
La marquesa de Merteuil es una viuda depravada que sabe<br />
encubrir su mala conducta; ha mantenido relaciones de amistad<br />
con el vizconde de Valmont, su ex amante, seductor de profesión.<br />
¿Qué ocurre para que una mujer que decide dar rienda suelta<br />
a su imaginación y emplee todo su ingenio para conseguir de los<br />
hombres lo que quiere se convierta en una depravada? ¿Por qué<br />
nos siguen pareciendo peores las artimañas de la marquesa que<br />
las del vizconde? ¿Se nos olvida que Valmont persuade y engaña<br />
a Cécile de Volanges y a la presidenta de Tourvel, sin olvidarnos<br />
del joven caballero Danceny? Es más: ¿se nos olvida que ambos<br />
son cómplices de todo lo que ocurre a su alrededor? A mí no se me<br />
olvida. Así, hablaré de la seductora marquesa de Merteuil y del<br />
depravado vizconde de Valmont.<br />
¡Cuánta piedad me inspiran sus temores! ¡Cuánto me prueban<br />
mi superioridad sobre usted! ¡Ay! Mi pobre Valmont, ¡cuánta<br />
distancia hay todavía aún entre usted y yo! No, ni todo el orgullo<br />
de su sexo bastaría para colmar el espacio que nos separa!<br />
En 1782, evidentemente, los roles eran bien distintos, y el<br />
depravado podía presumir de sus depravaciones, pero la seductora<br />
debía ser consecuente con su papel no sólo de marquesa, sino de<br />
mujer: quizá es eso, que se oculta, lo que molesta tanto, lo que nos<br />
hace repeler el comportamiento de una dama como ella. Por eso las<br />
sinopsis, aunque no sean de siglos anteriores, siguen manteniendo<br />
la reacción social de la época, la que hizo que la seductora marquesa<br />
se mantuviera al margen de sus éxitos y los viviera en la intimidad,<br />
en su casita para el amor. Ocultarse no es lo que la vuelve depravada,<br />
es nuestra mentalidad. En cambio, el seductor vizconde nos divierte<br />
tanto engatusando a la presidenta, qué gracia nos hace el seductor<br />
vizconde, perdón, el depravado vizconde, qué entrañable, qué<br />
cercano. Cuántas veces hemos visto a un hombre así.<br />
En fin, lo que quiero no es envilecer el comportamiento del vizconde,<br />
sino alabar el gran atrevimiento de la seductora marquesa. Hay<br />
que ser muy marquesa para comportarse como la de Merteuil y<br />
dejar su estatus social intacto. En alguna ocasión, incluso, cuando<br />
la señora de Volanges, la madre de Cécile, habla mal de Valmont,<br />
advierte que la única mujer que ha podido mantener la amistad<br />
con el vizconde sin caer en sus redes es la marquesa: ingenua no lo<br />
sabe, pero fueron amantes. ¿Qué pensaría la señora de Volanges si<br />
lo supiera? Probablemente, no sería su confidente. Probablemente,<br />
dejaría de ir a su casa, de recibirla. ¿Por qué la seductora marquesa<br />
tiene que ser más cruel que el depravado Valmont?<br />
—A veces me pregunto cómo habéis conseguido inventaros a vos<br />
misma.<br />
—No he tenido otra opción, soy mujer. Y las mujeres estamos<br />
obligadas a ser más hábiles que los hombres. Que podáis destrozar<br />
nuestra reputación y nuestra vida con sólo unas cuantas palabras.<br />
Por eso he tenido que inventarme no sólo a mí misma, sino formas<br />
de escapar que nadie había imaginado. Y si lo he conseguido es<br />
porque siempre he sabido que había nacido para dominar a<br />
vuestro sexo y vengar el mío.<br />
La seductora, no, seductorísima, domina al sexo opuesto y venga<br />
el suyo, y para hacerlo con cierta permanencia, enseña y aconseja<br />
a la pequeña Cécile. Pero para ser depravada sin parecerlo hay que<br />
nacer depravada sin parecerlo, y a la dulce y tierna e inexperta<br />
Cécile le queda mucho por aprender: tanto, que no basta con los<br />
aprendizajes de Valmont y Merteuil. Hay algo que la marquesa sabe<br />
y las demás parecen ignorar: más por recato que por curiosidad.<br />
Algo universal, en 1782 y en 2014 —que una mujer acaba teniendo<br />
el control en cuanto hay pasión masculina por en medio. Por eso<br />
cuando Cécile le cierra por dentro la puerta a Valmont, tiene la<br />
situación controlada, aunque ella no lo crea, aunque esté demasiado<br />
asustada para reconocer el poder. No sabe cuán furioso está el<br />
depravado vizconde, qué humillación es que no le dejen entrar en<br />
la habitación de una niña.<br />
Mientras tomes unas cuantas elementales precauciones podrás<br />
hacerlo o no con tantos hombres como desees, siempre que quieras<br />
y de la forma que quieras. Nuestro sexo disfruta de tan pocas<br />
ventajas, que más vale que aproveches las que tiene.<br />
Pero la mujer en 1782 sigue siendo una mujer en 1782 y hoy: su<br />
coquetería, su miedo, su seguridad. Y la marquesa tampoco es<br />
que pueda frenar sus impulsos y sus celos, no puede controlar los<br />
desastres que ella misma provoca. Choderlos de Lacos no va a dejar<br />
que los grandes anfitriones de la aristocracia francesa salgan ilesos<br />
de su maldad y su maquiavelismo, y como dice el seductor John<br />
Malkovich en la película: siempre son los mejores nadadores los<br />
que se ahogan. La marquesa fue engullida por el mar y el vizconde<br />
ni siquiera tuvo tiempo de coger aire antes de sumergirse para<br />
siempre. Depravados y seductores, peces de ciudad.
Sexo<br />
El sexo<br />
oscuro<br />
Ignacio Ballestero<br />
@NachoBallestero<br />
http://uncuerpoquelate.blogspot.com
n Ignacio Ballestero<br />
¿Y si, en realidad, el cambio generacional, la madurez, el<br />
crecimiento en definitiva, no fuera una cuestión física sino algo<br />
relacionado con el pudor? ¿Y si uno entrara de verdad en la<br />
edad adulta en ese momento en el que la oscuridad no es una<br />
justificación suficiente para entregarse a los deseos más ocultos<br />
y sea, desde algún momento, un motivo para la vergüenza y la<br />
reflexión? ¿Y si la habitación oscura que algún día fue nuestra<br />
juventud, nuestra adolescencia, fuera de repente un espacio<br />
que pesa, que no se puede respirar, que cuesta masticar y deja<br />
un sabor amargo en el fondo del paladar?<br />
El secreto de la literatura de Isaac Rosa es la facilidad con la<br />
que pone palabras a sentimientos difíciles de explicar, pero<br />
que se encuentran en todo momento en el epicentro de nuestro<br />
discurrir cotidiano. Porque todos hemos tenido una habitación<br />
oscura, un lugar apartado del mundo en el que había alcohol<br />
malo y un humo peor destilados ambos por bocas ansiosas<br />
de crecer, de ser mayores, de que la barba apareciera y el<br />
sexo fuera algo común en nuestras vidas, sin saber que en ese<br />
momento la habitación oscura desaparece, el lugar apartado<br />
del mundo incomoda y uno se deja mecer en la rutina hasta<br />
que adormila al chaval que fue y se convierte en un hombre,<br />
o en una mujer, cuyas noches son cunas para los recuerdos de<br />
un pasado que deja, sí, algún labio mordido, pero también un<br />
montón de voces discordantes en la cabeza.<br />
El planteamiento, por simple, no puede ser más efectivo.<br />
Cantaba Sabina que al lugar donde has sido feliz no debieras<br />
tratar de volver, y lo cierto es que si ese lugar es una juventud<br />
desatada, el verso se convierte en axioma. Un grupo de amigos<br />
vuelve, años después, a ese local en el que se fumaron los<br />
primeros porros y abrazaron las primeras borracheras y en<br />
el que guardan uno de sus secretos más negros: la oscuridad<br />
de una habitación en la que un día dieron rienda suelta a los<br />
impulsos más primarios y que desde entonces fue una cita para<br />
el pecado común, el de todos con todos, que es también el que<br />
más penitencia deja. Superados los calores de los años en los<br />
que el sexo opuesto pasa de una molestia a una necesidad,<br />
esa habitación oscura es ahora un silencio negro en el que el<br />
narrador identifica por sus pasos a aquellos que fueron a través<br />
de las figuras que ahora son, con una vida a sus espaldas, con<br />
problemas, con más fardos que la culpa con los que cargar.<br />
Toca reconocerlo: todos tenemos una habitación oscura. Y<br />
es precisamente nuestra actitud hacia esa habitación la que<br />
marca de manera cierta nuestro despertar. Los hay que apenas<br />
cumplidos los dieciocho años detestan el ambiente cargado de<br />
sudor y sexo a medias de un lugar en el que nadie se ve pero<br />
todos se tocan. Los hay también que superada ampliamente<br />
la veintena continúan sentándose en el centro del silencio de<br />
aquella habitación esperando la compañía de una mano, de<br />
un brazo, de una cara, de un cuerpo con el que mojar el sudor<br />
que sobra, con el que apagar un fuego que no ha sido mitigado<br />
todavía por la frialdad de la madurez. Pero en todos los casos,<br />
la habitación, que empezó como un lugar en el que entrar<br />
despojado de todo y en el que acabar arrancándose la ropa,<br />
termina siendo un rincón del mundo en el que uno entra sin<br />
ropa, quizá, pero lleva consigo todos los problemas.<br />
A esa edad, pongámonos serios, no existen amores verdaderos<br />
y no dura en el cuerpo el latigazo amargo de la infidelidad.<br />
Quizá la novela sea grandilocuente en las situaciones, pero<br />
si uno quisiera componer el relato más fiel de aquellos años<br />
de descubrimiento mutuo le quedaría un relato similiar,<br />
atropellada la respiración por las sucesivas comas, un texto de<br />
roce y cuerpos compuestos todos por situaciones subordinadas.<br />
Cierren los ojos y dejen un rato la mente en blanco, metan la<br />
mano en el cajón de la memoria y remuevan un poco hasta<br />
conseguir localizar el espacio en el que guardan, desordenados,<br />
los recuerdos de juventud. Y encuentren el lugar en el que<br />
habitan las primeras veces. La primera borrachera con vodka<br />
barato y naranja, los primeros cigarros que uno compraba<br />
sueltos y guardaba en una pitillera barata. Ahí estarán también<br />
las náuseas del primer porro, fumado a medias entre siete bocas<br />
que empezaban a pedir algo más que picos sin saliva. Y alguien,<br />
inocente con las peores intenciones, que en medio de la calma<br />
apaga la luz y convierte aquello en una refriega. Y conoces<br />
algunas manos que buscan el mismo objetivo que tú, y rozas las<br />
primeras bragas y rompes los primeros sujetadores, y lo único<br />
que te preocupa es llegar mientras te llegan, alcanzar un trozo<br />
de piel para soñar con los ojos abiertos, pero el día convertido<br />
en noche, en que es un palmo de la piel con la que sueñas, de la<br />
niña de ojos verdes que reía sentada en el rincón opuesto y que,<br />
como tú, se ha abierto paso en una nube de brazos y piernas<br />
saciando deseo para llegar al centro de la sala y tocarte, y que<br />
la toques, y que del roce nazca una historia que construyes<br />
luego con imágenes idealizadas. Pasa un rato de golpes y roces,<br />
de dolor agradable, hasta que alguien vuelve hacia la puerta<br />
y enciende el interruptor de la luz, y os descubrís todos en<br />
la habitación con la ropa descolocada, sudando, jadeantes, y<br />
ves que la chica sí, está más cerca, está a tu lado, quizá no al<br />
que esperabas, pero sabes que una de las pieles con las que<br />
te has topado es la suya. Y con la luz encendida todos añoráis<br />
la oscuridad. Y como nadie protesta, la siguiente quedada<br />
en el local viene ya con las ventanas tapadas, con las puertas<br />
cerradas, con la sonrisa expectante hasta que alguien apaga la<br />
luz y le da rienda suelta al deseo oculto de unos adolescentes<br />
que han mojado su crecimiento idolatrando Historias del<br />
Kronen, y que tienen un punto de adrenalina tan cercano que<br />
no están dispuestos a dejarlo escapar.<br />
Pero luego viene la vida y te aplasta. Y el local no es una<br />
escapatoria sino una cárcel a la que uno entra cada vez menos,<br />
y la oscuridad, como años antes, cuando uno es canijo, da<br />
miedo más que libera. Porque lo que era el pecado en común se<br />
convierte en historias entrelazadas en las que uno ha echado su<br />
vida por la alcantarilla por la droga, en la que a otro la sangre<br />
se le está haciendo mierda por una enfermedad, en la que una<br />
corta el crecer maduro de golpe con una cuchilla en un baño<br />
mugriento de una discoteca. El pecado común, en definitiva, se<br />
diluye, y llega la madurez.<br />
De todo esto va La habitación oscura. Ni siquiera he tenido<br />
que releer el libro para recuperar la sensación que me despertó<br />
al leerlo, porque en cierta medida era un libro que hablaba<br />
de mí. Y de ti. Y de todos. De ese despertar de ojos abiertos<br />
en una habitación cerrada que se convirtió poco a poco en un<br />
recuerdo culpable. De la vida que acaba por apagar esos deseos<br />
de conocerse palpando. De ese fuego que nunca vuelve porque<br />
cada vez hay más pasado con el que cargar. Del sexo oscuro y<br />
militante de una juventud que nunca vuelve.
Arthur Schnitzler<br />
LA RONDA<br />
Sexo<br />
Laura Bordonaba<br />
Arthur Schnitzler está considerado uno de los más grandes escritores<br />
de las letras austríacas.<br />
El autor más representativo de la décadance de principios de siglo, el<br />
gran retratista de la época dorada del modernismo vienés, el mejor<br />
analista moderno de la pasión erótica. Sutilezas, crueldades y trampas,<br />
todo cabe en la literatura de Schnitzler. Todo eso es el austríaco,<br />
considerado junto a Zweig y Roth, uno de los 3 nombres escritos en oro<br />
en la literatura de ese país.
n Laura Bordonaba<br />
“¿Qué quieres que sea el día de mañana?<br />
—le pregunta Canetti a su madre, ya para entonces viuda.<br />
—Lo mejor es ser escritor o médico<br />
—dijo ella.<br />
—¡Eso lo dices por Schnitzler!<br />
—Un médico hace el bien, un médico ayuda de verdad a la<br />
gente.<br />
—¿Como el doctor Weinstock?<br />
Era una pregunta artera<br />
—continúa Canetti—,<br />
yo sabía que ella no soportaba a nuestro médico de<br />
cabecera porque intentaba siempre abrazarla<br />
—No, no como el doctor Weinstock. ¿Crees que es un<br />
escritor? No piensa en nada. Sólo piensa en su placer.<br />
Un buen médico entiende también algo de las personas.<br />
Puedes muy bien ser un escritor y no escribir tonterías.<br />
—¿Como el profesor?<br />
—pregunté, consciente de lo peligroso que se estaba<br />
poniendo el asunto.<br />
—No es necesario que sea como el profesor.<br />
—dijo ella—,<br />
sino como Schnitzler.<br />
—Entonces,<br />
¿porqué no me permites que lo lea?<br />
Ella no contestó a esta pregunta”<br />
Fue Canetti el que dijo que temía al escritor que había logrado<br />
conquistar a su madre, quien le prohibió leerlo. Malinterpretada a<br />
veces de forma burda, La Ronda (Reigen), la obra con la que más se<br />
asocia al escritor, contiene una gran riqueza a muchos niveles y una<br />
mirada inquisitiva sobre la condición humana. A él le debemos una<br />
gran mirada sobre el finis austriae, un gran retratista de los cambios<br />
que se produjeron en una época determinada en una o varias clases<br />
sociales. Nos pone delante de los ojos un mundo tan grandilocuente<br />
como vacío y corrupto moralmente, frívolo y exhibicionista, de<br />
doble moral, con una tremenda obsesión por distraerse y distraerse<br />
así de sus propias vidas vacías. Es el mundo de la seducción fácil y<br />
el duelo, en una obra que también está marcada por la profunda<br />
zambullida en el alma humana y, al mismo tiempo, por el abordaje<br />
del mundo que está fuera. Schnitzler estaba lejos de ser considerado<br />
un revolucionario, pero la difusión de unas cuantas copias de Reigen<br />
(La ronda) entre algunos de sus amigos, supuso un gran escándalo en<br />
la sociedad vienesa y le confirieron parte de notoriedad, aunque tuvo<br />
consecuencias como perder su rango de oficial de la reserva. Señores,<br />
había llegado el escándalo a la literatura austríaca.<br />
A finales del XIX y tras la aparición en Viena de Ibsen y Stefan<br />
George, se forman una serie de cenáculos literarios, en los que<br />
destaca la figura de Hermann Bahr, y de los que surgió entre otros<br />
el grupo Jung-Wien, en el que militaban muchos autores jóvenes,<br />
deseosos de una nueva originalidad. Uno de ellos fue nuestro<br />
Arthur, un autor que cambiará el ejercicio de la medicina por el de la<br />
literatura, pero que no se desvinculará de esa visión que la medicina<br />
le proporcionaba en cuanto a lo humano, y que traslada a la literatura.<br />
Su preocupación por la psicología y la psicoterapia, presente en sus<br />
primeras obras, le hizo derivar luego hacia un aspecto psíquico muy<br />
presente en toda vida humana: el erotismo. Desde sus primeras<br />
obras manifiesta una constante temática a la que después se daría<br />
una formulación científica: la motivación inconsciente de los actos<br />
humanos. Ejerce siempre una profunda reflexión, casi desde una<br />
perspectiva psicoanalítica, acerca de la relación erótica. El Eros visto<br />
como un papel básico en los impulsos humanos. Y sobre esta visión,<br />
quiere construir toda una visión literaria.<br />
Hacia 1900, el mismo año que Sigmund Freud publica su<br />
“Interpretación de los sueños”, Schnitzler publica una edición<br />
restringida de 200 ejemplares, destinada a amigos y conocidos, de<br />
una serie de escenas, que concibe bajo la luz de un baño impresionista,<br />
a las que bautiza como Reigen (La Ronda), en la que cada una de ellas<br />
presenta el rito del acercamiento y del apareamiento sexuales entre<br />
personas de diversos estamentos sociales y culturales de la Viena<br />
de finales del XIX. Y es ese espectro que pretende dar uniformidad<br />
lo que le da gran riqueza. Todos somos víctimas del Eros. El título<br />
alemán hace referencia a los corros en los que antiguamente, y con<br />
la utilización de canto y danza, se celebraban episodios festivos<br />
dentro de un grupo social. Las danzas de la muerte de la Edad Media,<br />
que jugaba con las figuras del caballero, el obispo y el caballero,<br />
reduciendo su identidad nuclear a la muerte, y que tenían ya una<br />
larga tradición literaria europea, se adaptan a la obra de Schnitzler,<br />
transformándolas de manera intensa y poética. El tono lúdico y de<br />
juego social, ingenioso, posibilita el tratamiento de este tema: en<br />
el amor y en la atracción existe una igualdad de caracteres, el sexo<br />
iguala, más allá del dinero y la condición social, y las diferencias<br />
sociales y políticas, de edad, estado o condición.<br />
Schnitzler además arriesgó formalmente, rompiendo la tradicional<br />
estructura del teatro aristotélico y optando por la asociación<br />
de diez escenas , que se conectaban temáticamente y por uno<br />
de los personajes, que siempre aparece en la escena siguiente,<br />
intercambiándose. Se desarrollan siempre en un ambiente íntimo,<br />
desde un apartado rincón de un parte (la prostituta y el soldado de<br />
la primera escena), en el separée de algunos establecimientos de<br />
diversión de esa Viena de fin de siglo, bien en la alcoba matrimonial,<br />
en el que ambos protagonistas disfrutan de una relación sexual. La<br />
ronda no son más que unas bellas páginas donde diez parejas se<br />
encuentran para mantener uniones eróticas.<br />
Una de las curiosidades de esta joya, es darse cuenta conforme se va<br />
leyendo de cómo presenta Schnitzler a las parejas. Desde esa primera<br />
pareja de soldado y prostituta que pasan la noche a orillas del Danubio<br />
con la luz de la luna como tercero en discordia, vamos asistiendo a un<br />
intercambio de personajes mientras vamos ascendiendo en la escala<br />
social de Viena. El soldado cambia a la prostituta por una sirvienta en<br />
la segunda escena, en la tercera es la sirvienta la que toma la iniciativa<br />
y seduce (o se deja seducir) por el señorito de la casa, en la cuarta<br />
el señorito aparece enredado en un juego peligroso con una joven y<br />
bella dama recién casada, que a su vez, en la quinta escena, aparece en<br />
la cama matrimonial junto a su marido, escena central del libro y de<br />
la estructura. No es casualidad que aquí los personajes se “igualen”,<br />
y que sea la única relación aceptable en realidad por los ojos de la<br />
sociedad vienesa. En la sexta escena, el marido, continuando por la<br />
escala social, se verá con la süsses Mädl, un tipo femenino peculiar<br />
de la sociedad vienesa, que a su vez, en la séptima escena, tendrá una<br />
aventura con un escritor; éste a su vez en la octava, se verá enredado
en los juegos de una actriz, que en la novena, ejercerá de diva y<br />
mantendrá una breve relación con un conde, que a su vez, y cerrando<br />
ese corro o ronda, ese ciclo o baile del sexo, mantendrá una relación<br />
con la prostituta Leocadia, la prostituta de la primera escena.<br />
Schnitzler introduce de manera finísima la formulación de sus<br />
principios morales, al hacer compartir el lecho muchas veces, a<br />
personajes “marginados”. Ninguno de esos personajes por otra<br />
parte es intercambiable, porque se rompería esa perfecta cadena<br />
social que teje y entreteje con esta forma cíclica, y que tiene como<br />
fin destruir la compleja situación en la que se encuentra la sociedad<br />
vienesa de esa época. Los personajes dejan de ser individuos para ser<br />
estamentos sociales y tipos de pensamiento y actuación. La sociedad<br />
se convierte en un cuerpo en movimiento , que se mueve en base<br />
a un instinto tan primario como el sexo, y motivaciones como la<br />
satisfacción personal en la seducción al otro. La mujer toma el papel<br />
de seductora en las escenas octava y novena, convirtiéndose así en<br />
protagonista, manejando la acción y los hechos como ella quiere,<br />
cazadora fuera de las normas establecidas en la cultura europea. La<br />
igualdad entre sexos, sujeto agente y paciente, llevando y dejándose<br />
llevar por las pasiones, seduciendo y dejándose seducir, es otro de<br />
esas formulaciones del autor.<br />
No es casualidad que entre las clases o capas más bajas y altas de la<br />
jerarquía social haya contacto, y así el aristócrata se codea con la diva<br />
o la prostituta, y sin embargo, no entraría nunca en contacto con una<br />
muchacha de clase media, o con la burguesía, porque ese contacto<br />
sí podría poner en peligro su autoridad, su crédito y su apariencia<br />
frente a gran parte de la sociedad. Schnitzler, en cada una de las<br />
escenas, presta mucha más importancia al juego, al erotismo, que al<br />
acto sexual que siempre se produce después, y que elide de manera<br />
consciente, hábilmente, desde el punto de vista de la dramaturgia y<br />
la escenografía. El dicho atribuido a Aristóteles de que a la plenitud<br />
erótica le sucede una cierta tristeza existencial, queda dibujado y<br />
representado por esa elipsis del acto sexual.<br />
Los 200 ejemplares destinados a amigos y familiares, pronto se<br />
agotaron y fueron insuficientes. Se hicieron reproducciones piratas<br />
que comenzaron a circular, y que asociaron a nuestro autor con el<br />
escándalo, tachándolo de escritor que bordeaba la pornografía,<br />
curioso cuando como hemos dicho, se elide de manera consciente todo<br />
rasgo más sexual. Su reincidencia temática posterior, en obras tanto<br />
atribuidas (se le atribuye una obra de ficción erótica firmada por Felix<br />
Salten bajo el título de “Memorias de una prostituta vienesa”), como<br />
escritas por él, como la colección de relatos breves que incluyen “Frau<br />
Beate y su hijo” (1913), o Señorita Else (1924), han hecho del autor,<br />
un autor si no maldito, sí marcado por el estigma del escándalo, que<br />
adquirió unas dimensiones insospechadas cuando, años más tarde,<br />
diversos escenarios de la Europa Central, intentaron representar<br />
en el teatro “La Ronda”. La censura social y política lo impidió. El<br />
autor, cansado de estos escándalos, retiró de la circulación este ciclo<br />
de escenas, a lo que siguieron distintos intentos de representación<br />
ya bajo la tutela de la República de Weimar en Berlín, que llegaron<br />
a llegar a juicio. El público berlinés y europeo siguió muy atento<br />
el juicio, que afortunadamente, acabó con la absolución de los<br />
implicados. Schnitzler, pionero de la filmoliteratura, había cedido los<br />
derechos de filmación de su obra a la industria cinematográfica, y<br />
gracias a ello, esta magnífica y necesaria obra siguió estando presente<br />
en la cultura europea. Queremos creer que lo que molestó de la obra<br />
de Schnitzler, al igual que las grandes obras de la literatura, es todo lo<br />
que está en potencia y no en acto, todo lo que afecta a las estructuras<br />
profundas de la psicología humana. Esa transtextualidad que resultó<br />
opaca para una sociedad que, deseosa de escándalo, sólo quiso ver<br />
los motivos de escándalo y discordia. El sexo, en lugar de ser factor<br />
de armonía, reveló una sociedad que en realidad no tenía tanto de<br />
culta, liberal y progresista. Incluso acusada de incitar la lascivia<br />
de los “intrusos asiáticos” (judíos de Viena), hoy se le ve no como<br />
una celebración del sexo, sino como un gran canto a la tristeza, una<br />
denuncia del desamor de una sociedad corrupta y decadente, y sobre<br />
todo, un estudio que sigue vigente, acerca del comportamiento<br />
erótico humano. Fue un maestro en el análisis de la complejidad<br />
psicológica del alma humana. Y el feliz apocalipsis de esa Viena de fin<br />
de siglo que está plasmada en sus obras, refleja una dura crítica que<br />
encuentra en el centro de la cultura la bestialidad que caracteriza a la<br />
modernidad: junto a la líbido está la muerte, junto a la convicción el<br />
fanatismo, junto al amor, la violencia.
Délicatesse<br />
Sexo<br />
et violence<br />
Verónica Lorenzo Sar<br />
http://pantuflasdecor.blogspot.com.es<br />
@pantuflasdecor<br />
14 14 22
Guardo en mí la sustancia de un deseo reprimido, guardado,<br />
custodiado con cariño, protegido del viento del nordés. El deseo<br />
de un viaje en el tiempo, más allá de mi nacimiento físico. Viajar<br />
a mi despertar literario. Mi madre literaria es y, difícilmente<br />
dejará de ser, la mujer-niña de la literatura francesa. Ella, que con<br />
sus maneras españolas y su acento francés y su deseo universal,<br />
construyó la base para este edificio poético que se está construyendo<br />
frente al Atlántico costamortino. Me la imagino yo, sentada frente<br />
a mí en esta terraza improvisada con una caja grande de cartón por<br />
mesa y dos cubos del revés por sillas, mirándome intensamente,<br />
sonriendo, sincera, cálida, gesticulando con suavidad, a ritmo de la<br />
brisa vespertina que se levanta a estas horas en el pueblo.<br />
La conversación, imaginemos, es interrumpida con el sonido de los<br />
pasos de un hombre hermoso, de mirada sonriente, fachendoso,<br />
como es nuestro Henry M. Carga con una bolsa de comida y un<br />
buen vino, se sienta con nosotras, abre la botella y, por otro lado,<br />
David Herbert Lawrence baja cuatro copas de mi casa. Sirven el<br />
vino y la comida mientras se zambullan en una conversación que<br />
yo no puedo seguir; sólo observo y escucho, atentamente. El vino<br />
se me sube y busco el consuelo de un sueñecito en las palabras que<br />
se disparan los invitados. ¿O eran anfitriones?<br />
La inmortal Nin nos dice:<br />
Hay libros que leemos al principio de nuestra vida y se hunden en<br />
nuestra consciencia pareciendo desaparecer sin dejar rastro. Y<br />
después un día, en una recapitulación de nuestra vida y nuestra<br />
actitud ante la experiencia, nos damos cuenta de que su influencia<br />
ha sido enorme.<br />
Inicios como los de El amante de Lady Chatterley, tan lúcidos,<br />
tan significativos, los hay pocos. Sin duda el mejor de los párrafos<br />
iniciales fue, es y siempre será el de Anna Karenina; no le puedo<br />
quitar méritos. Pero es en El amante... donde la protagonista<br />
adquiere otro carácter, otra dimensión. Su autor, D.H. Lawrence,<br />
es un conocedor de las mujeres, de su psicología, a unos niveles<br />
que pocos literatos alcanzan. Es un inicio que deja huella y se<br />
guarda en el corazón, lugar inaccesible para la mayor parte de la<br />
literatura en todos sus tiempos y lugares.<br />
La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos<br />
negamos a tomarla por lo trágico. El cataclismo se ha producido,<br />
estamos entre las ruinas, comenzamos a construir hábitats<br />
diminutos, a tener nuevas esperanzas insignificantes. Un trabajo<br />
no poco agobiante: no hay un camino suave hacia el futuro, pero<br />
le buscamos las vueltas o nos abrimos paso entre los obstáculos.<br />
Hay que seguir viviendo a pesar de todos los firmamentos que se<br />
hayan desplomado.<br />
Esta era, más o menos, la posición de Constance Chatterley. La<br />
guerra le había derrumbado el techo sobre la cabeza. Y ella se<br />
había dado cuenta de que hay que vivir y aprender.<br />
Una joven Angela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin y<br />
Culmell, casada con el banquero y artista Hugh Parker Guiler,<br />
había llegado a identificarse con las mujeres lawrencianas. ¿Y<br />
cómo no hacerlo? Ella, que vivía como debían vivir las mujeres<br />
en su época, las mujeres casadas; cuidando de la casa, cuidando<br />
del marido, cuidando. Y entre lo uno y lo otro ella se encerraba en<br />
su Diario, aquel que le acompaña desde los once años. Y entre el<br />
deber y el querer, se desviaba del camino convencional. Anaïs Nin<br />
no era mujer convencional. Su poder intelectual, su aura erótica,<br />
su mirada curiosa, todo en ella desafiaba a la mujer convencional.<br />
El impulso de crecer y de vivir intensamente es tan imperioso en<br />
mí que me es imposible resistirme a él. Trabajaré, amaré a mi<br />
marido, pero también me realizaré a mí misma.<br />
¿No ven ninguna conexión entre Constance y Anaïs?<br />
Anaïs escribió D.H. Lawrence: an unprofessional study que le<br />
unió intelectualmente con un escritor americano, Henry Miller.<br />
Sin embargo, fue el abogado Richard Osborn quien los reunió en<br />
el mismo lugar. Anaïs se había puesto en contacto con Osborn<br />
para publicar su ensayo por su cuenta y en cada visita el abogado<br />
le hablaba de un escritor que se alojaba en su casa y que estaba<br />
trabajando en una novela de mil páginas que trataba de todos los<br />
temas tabúes que se suele descartar de una novela: Henry Miller.<br />
Anaïs había leído su nombre firmando un artículo sobre La edad<br />
de oro, de Luis Buñuel, y ya entonces le había impresionado<br />
profundamente la prosa de Miller. Por otra parte, Osborn hablaba<br />
a Miller de Anaïs. El deseo de conocerse era mutuo y aumentaba<br />
en el tiempo, gracias a Lawrence y a Osborn. Así lo expresa Anaïs<br />
en su Diario:<br />
Se lo llevé [el manuscrito] a Richard y él preparó los contratos, y<br />
luego me habló de su amigo Henry Miller. Le había mostrado mi<br />
manuscrito a Henry Miller y Miller dijo: «Nunca había oído decir<br />
verdades tan duras con tanta delicadeza».«Me gustaría llevarlo<br />
a cenar a tu casa», me dijo Richard. Y yo le dije sí.<br />
Así, delicadeza y violencia están a punto de conocerse y desafiarse<br />
mutuamente.<br />
Y en esa cena comenzó una de las historias de amor y amistad más<br />
recordadas en la historia de la literatura del siglo XX, en tiempos<br />
de máquinas de escribir y cartas manuscritas; de desafíos y luchas;<br />
en tiempos, pues, de la literatura valiente.<br />
Los dos hallan su complemento correspondiente, el salvajismo de<br />
uno, la dulzura de la otra, el Macho y la Hembra. La sensualidad<br />
en sus miradas, el lenguaje que sólo ellos comprenden y que<br />
apenas tenemos acceso los demás. No comprendemos, vivimos<br />
distantes al lazo que los une. Aunque Anaïs Nin recoge minuciosa<br />
y detalladamente su historia común, existe todavía un muro que<br />
debemos derribar, que difícilmente derribaremos. Y éste no es otro<br />
más que la experiencia interior. El conocimiento que compartían<br />
está censurado para nosotros. No somos quienes para absorberlo.<br />
No somos ellos.<br />
Podremos imitarlos, como si fueran modelos de vida, pero nunca<br />
alcanzaremos esa dimensión, ese mundo paralelo en el que<br />
convivían.<br />
Se calienta el vino, se enfría la tarde y la humedad penetra en mis<br />
huesos diluyendo la reunión improvisada. Lawrence se despide<br />
amablemente para regresar a casa, o eso parece. Miller ni se<br />
despide, sólo se levanta y sale del solar hacia el horizonte que se<br />
pierde entre las calles del pueblo. Pero Nin me mira; sonríe y me<br />
mira, y dice: cierra la puerta y la ventana al mundo durante un<br />
momento, vuelve al diario y a sus notas musicales, y empieza otra<br />
historia 1 , antes de zambullirse en el mar para ser de nuevo sirena.<br />
La niebla que se instaura en el pueblo me deja sola en aquella<br />
terraza casera, sin saber muy bien qué hacer, impresionada,<br />
emocionada, enamorada de la palabra destruida y recompuesta,<br />
del erotismo reconstruido, de la mujer nueva. No quiero ser Nin, ni<br />
vivir por Miller, ni ser discípula de Lawrence. Ser yo con ellos a mis<br />
espaldas, reforzando mis debilidades, desvistiendo mi sensualidad<br />
perdida en la virtualización del deseo. Quiero ser el teclado de sus<br />
máquinas de escribir y aprenderme cada ritmo. Ser la sexualidad<br />
que se interpreta en la mirada, en las sonrisas codificadas. Ser<br />
mujer en su completo significado.<br />
Lo que Lawrence unió que no lo separe la maldad literaria.<br />
1<br />
Frase final del Diario III (1939-1944).
Las niñas buenas<br />
Sexo<br />
van al cielo<br />
(y las malas leen a Charly)<br />
Elena Triana<br />
14 14<br />
20<br />
22<br />
23
n Elena Triana<br />
(Pero Toñi era guapa, lo que pasa es que nadie la peinaba, y tenía<br />
siempre los labios así fruncidos, el gesto tan de rabia, y la cara<br />
sucia, restos de comida y polvo pegados en las mejillas, mocos<br />
sobre el labio superior. Así era Toñi, pero muy rubia, con los ojos<br />
tan bonitos, tan claros. Lola me decía, gesticulando y hablando<br />
bajo, para nosotras: “pero chica, ¿es que la tienen que peinar? ¿a ti<br />
te peina alguien? ¿te suenan los mocos? Es que ya con la edad que<br />
tenemos nos lo hacemos nosotras, pero la Toñi no se lava porque<br />
no le da la gana”. Aún así, yo disculpaba a la Toñi, porque en su<br />
casa vivían unas veinte personas, porque su padre estaba preso en<br />
Carabanchel por drogas, porque su madre parecía una vieja a pesar<br />
de ser diez años menor que la mía, porque nadie acompañaba<br />
a Toñi a ninguna parte, que siempre iba sola o cuidando de los<br />
hermanos más chicos; porque además ella era algo más pequeña<br />
que nosotras, que habíamos cumplido ya quince (Lola un día antes<br />
que yo). y Toñi tenía trece. Bajo la camiseta gigante de propaganda<br />
de un supermercado, unas tetas enormes, demasiado para un<br />
cuerpo tan joven y tan delgado; y, encima de las tetas, una cara<br />
sucia y bonita.<br />
- A mi me gustaría ser como vosotras, pero ya no puedo. Ni monja<br />
tampoco puedo ser, ya. – la Toñi nos había seguido a través de<br />
medio parque, por entre la arboleda, “ésta nos viene detrás, a<br />
saber qué querrá”, y se había decidido a hablarnos cuando nos vio<br />
sentarnos en el banco de madera, frente a los columpios.<br />
- A ver qué es eso de ser “como nosotras”, dije, un poco molesta,<br />
porque ya sabía lo que quería decir: lesbianas.<br />
- Bollo, tortis. Ya sabes. ¿No?- dijo Toñi, sin pestañear, y Lola se<br />
reía, le hacía mucha gracia aquello y asentía con la cabeza: que<br />
sí, que somos novias. Pero a mi no me apetece que la gente vaya<br />
diciendo eso, no es para hacer bromas. Quiero decir, que en mi<br />
casa se habla de esas cosas, que yo sé que lesbianas no es un<br />
insulto, pero me parece una cosa muy de cada uno, de cada una,<br />
una cosa personal. Yo no quiero que se diga eso de Lola y de mí,<br />
que somos amigas de nacimiento y nos queremos mucho. Y a Lola<br />
le parece divertido porque ella tiene un novio en el pueblo, pero a<br />
mí, que me gusta Santi, que es del barrio, pues ni puñetera gracia<br />
me hace, porque si él se piensa eso no va a acercarse ni a invitarme<br />
a salir ni nada. Lola dice que si es tan tonto como para creerse todo<br />
lo que dicen, es que no merece la pena, el chico. Pero yo no creo<br />
que sea tonto y no me apetece que haya confusiones. Y además,<br />
que no somos. No somos novias, ya está, le dije a la Toñi.<br />
- Ah.<br />
Se quedó parada porque lo que quería preguntarnos era que cómo<br />
lo hacían las lesbianas, y claro, si era que no, pues igual no lo<br />
sabíamos. Lola dijo que para qué quería saber ella esas cosas, y<br />
Toñi contestó que para comparar, porque seguro que era mejor<br />
que follar con un hombre. Y Lola, que cómo sabe ella si es mejor o<br />
peor, y Toñi, toda ufana, dice: es que yo ya he follao, ¿sabéis?<br />
- Cuenta, cuenta- dijo Lola, aunque yo prefería no escuchar, pero la<br />
Toñi quería hablar y dijo todas estas cosas:<br />
- Pues que Julio el de los talleres es primo segundo mío. Me manda<br />
el otro día mi madre a avisarle no sé qué de su mujer, que está<br />
enferma y la tienen ingresada y la cuida mi abuela. Y fui a llevarle<br />
un papel en el que mi madre le había apuntado el recado. Y entro<br />
y como siempre me dice, hola, bonita y me empieza a decir que<br />
cuánto tiempo hacía y que vaya cómo he crecido y que estoy muy<br />
guapa, no, muy guapa no, muy buena. Eso son cosas bonitas que<br />
te tiene que gustar que te las digan, ¿no? Pues yo diciendo gracias,<br />
gracias. Y me dice si quiero ver sus músculos y se levanta la camiseta<br />
para enseñarme la tripa tan dura. Pero lleva el pantalón muy abajo<br />
y se le marcaba el caminito ese que baja hasta la polla, ¿sabéis? Yo
no había visto eso nunca y me dio por pasarle el dedo un poco por<br />
ahí, por el caminito, y ya el Julio empezó: guarrona, puta, y me<br />
acariciaba suave que me gustaba. Pero le dije: no me insultes, ¿eh?<br />
Y él me dijo, vale, te voy a llamar todo el rato Princesa, pero vamos<br />
a pasar ahí atrás. Y echó la verja de fuera del taller y pasamos atrás<br />
y me quitó la camiseta y ahí venga a tocarme las tetas hasta que<br />
dijo que me la iba a meter y que yo bien calladita mejor. Y yo no<br />
dije ni mu.<br />
La Toñi nos miraba con la barbilla levantada, como desafiante, y<br />
le hacían surcos las lágrimas en las mejillas sucias, grises. Lola<br />
me dio dos golpes en la pierna, nerviosa, diciéndome Paz, Paz,<br />
tía, qué hacemos, y se levantaba y se volvía a sentar, y la Toñi de<br />
repente gritó: Tortilleras, lesbianas, fiesta de almejas, ja, ja, qué<br />
asco. Y se marchó a todo correr. Pero Lola y yo ya sabíamos lo que<br />
había pasado, lo que le había hecho el de los talleres a la Toñi, que<br />
era una cría, lo que le había hecho era violarla, y algo habría que<br />
hacer, ¿no? Porque a nosotras ya nos habían explicado en casa,<br />
en nuestras casas se hablaba de éstas cosas, veíamos el telediario<br />
con nuestros padres, y las madres nos habían contado lo de tomar<br />
precauciones con el sexo, y que el sexo es una cosa que se hace<br />
si se quiere y cuando una es mayor para saber bien clarito si<br />
quiere o no, y que nadie tiene que obligar a nadie. Estábamos tan<br />
nerviosas, y Lola pensó que seguramente podríamos ir las dos al<br />
taller y decirle algo a Julio, que nos enseñe la tripa, los músculos,<br />
o algo así, decirle que vayamos atrás a follar porque seguro que<br />
quiere, con las dos, seguro seguro, y cuando tenga los pantalones<br />
bien abajo le cortamos la polla. Pero con qué, pues con unas tijeras<br />
o algo así que llevemos, o con un cuchillo enrollado en un trapo,<br />
me lo guardo yo en la espalda, pero, y si nos hace daño, o y si<br />
nos toca y nos morimos del asco, pero qué más da, vamos y le<br />
cortamos todo el cipote y que se desangre y que se joda, por cerdo,<br />
que se va a cagar.<br />
Pero ya con la hora que era había que irse a casa y dejar el plan<br />
para otro día, pero pronto, y nos despedimos en mi portal. Lo que<br />
pasa es que cuando subí vomité en la taza del váter y mi madre no<br />
dejaba de preguntar qué pasa, por qué lloras, qué ha pasado, y yo<br />
muy nerviosa se lo conté todo, todo lo de la Toñi, y ella y mi padre<br />
muy serios, y llamando a la policía, y a una asistente social, y<br />
todos preguntándome. Y ya luego se lió la de Dios es Cristo con las<br />
sirenas y las luces y la madre de la Toñi llorando que se me llevan<br />
a la niña. En el taller de Julio la verja estaba echada y la policía<br />
llamando, y los hermanos mayores de la Toñi jurando que lo<br />
mataban y todo eso. Pero yo he vomitado muchísimo, y he escrito<br />
todo esto para no acordarme más, no quiero acordarme más de<br />
ésta historia, porque si un día soy la novia de Santi y estamos en<br />
su coche o algo así y queremos follar los dos, sin que nadie viole<br />
a nadie, no quiero acordarme de esto y que me de otra vez pena y<br />
asco y volver a vomitar. No quiero. )<br />
“ Su boca se abrió, me atrapó, su cabeza subía, bajaba, chupaba.<br />
Dándole un tremendo tirón a mis pelotas al tiempo que casi<br />
cercenaba mi polla por la mitad, me forzó a echare al suelo. Los<br />
sonidos de succión invadían la habitación mientras en mi radio<br />
sonaba Mahler. Me sentía como si estuviese siendo devorado<br />
por una fiera inclemente.” Charles Bukowski, “Factotum”. Pasaje<br />
recogido en “Peleando a la contra”, Editorial Anagrama.<br />
Bukowski escribe sobre sexo, Bukowski escribe sobre toda la<br />
realidad, sobre todo lo cotidiano y extraordinario, sin distinción,<br />
sin filtro. Escribe vomitando. Vomita lo horrible, lo sucio, lo que<br />
molesta estando dentro de uno. Vomita, escribe para quedarse<br />
limpio, para quedarse en paz. Así lo leo yo, al menos. Aunque las<br />
historias que cuenta no son tan ajenas, no son tan lejanas, pero al<br />
leerlas en sus libros, al leer ese sexo brutal, ofensivo, lo colocamos<br />
en otra dimensión, la literaria, para separarlo de la vida. Aunque<br />
sabemos que no existe esa frontera. Aunque a los niños del barrio,<br />
Charles no nos pudo enseñar nada que no hubiéramos escuchado<br />
ya.
Sexo<br />
El tres no ha sido nunca un<br />
número:<br />
Equilibrio y caos en Castillos de Cartón.<br />
Castillos de Cartón (2004),<br />
Almudena Grandes.<br />
Salvador J. Tamayo<br />
http://salvadorjtamayo.com<br />
@salvadorjtamayo
n Salvador J. Tamayo<br />
El tres es un número impar, el tres es un número aparte, el tres es<br />
un número par, el tres no ha sido nunca un número. Así comienzan<br />
cada una de las partes de Castillos de Cartón: el arte, el sexo, el<br />
amor y la muerte. El tres esconde el equilibrio y al mismo tiempo el<br />
caos. Algunos de los ejemplos de tres son: Max Ernst, Paul Éluard y<br />
Gala (antes de ser pareja de Salvador Dalí), y Ezra Pound, Dorothy<br />
Shakespear y Olga Rudge. Por muy tentador que resulte, no es<br />
momento de imaginar la manera en la que Ezra Pound o Max Ernst<br />
se desenvolvían con el resto de sus respectivas ecuaciones, pero sí es<br />
interesante cómo Almudena usa el sexo como elemento de cohesión,<br />
como canalizador donde lo que menos importa es la manera en la que<br />
la protagonista comienza besando y acariciando a Marcos, el torso de<br />
Marcos, la boca de Marcos, para terminar bajo el peso de Jaime que<br />
se desliza por el lado derecho de la cama y acaba entre sus piernas.<br />
«Y quien no esté colocado, que se coloque», decía Tierno Galván<br />
el mismo año en el que se ubica esta nouvelle. Almudena Grandes<br />
ha demostrado de sobra el compromiso ideológico y político de su<br />
obra, sólo hay que observar el trabajo galdosiano que está realizando<br />
en estos momentos con su serie de novelas sobre la Guerra de<br />
España, pero Castillos de Cartón tiene la virtud de ser la novela<br />
bisagra de dos periodos, el actual y el inmediatamente anterior.<br />
Madrid sigue siendo un personaje literario más en las novelas de<br />
Almudena Grandes. No es casual que la historia se desarrolle en<br />
1984, a pesar de que parta In extremis res con la muerte de Marcos,<br />
ya que aunque la experimentación sexual, las relaciones a tres y el<br />
autodescubrimiento a través del arte y el sexo han tenido lugar en<br />
todas las épocas y culturas (según Marvin Harris, la poligamia se da<br />
en el noventa por ciento de las mismas), mil novecientos ochenta y<br />
cuatro y el contexto de La Movida, hace que el breve y desmemoriado<br />
imaginario español reconozca ese tipo de libertinaje como plausible<br />
e incluso aplaudible. En Castillos de Cartón no hay libertinaje, hay<br />
sensaciones y emociones perfectamente retratadas desde los ojos, los<br />
labios y las ganas de María José (Jose). Los tres protagonistas: Jose,<br />
Jaime y Marcos, estudian Bellas Artes y, durante las casi doscientas<br />
páginas de novela, se besan, ríen, hacen el amor y superan la idea<br />
inicial del equilibrio, la idea de que la relación a tres es justificable<br />
en la medida en la que lo es su relación con el arte y con su propia<br />
juventud.<br />
—Pues porque no puede ser, Jaime, porque es una salvajada,<br />
porque… Porque no. Porque no es normal.<br />
—(…) Nosotros somos artistas bohemios, semidioses, ¿no lo<br />
entiendes?<br />
—¡Vete a la mierda!—pero me reía, estaba muerta de risa (…).<br />
¿Dónde termina el arte y comienza el sexo?, la pregunta adecuada<br />
sería ¿Cuándo empieza el caos? Marcos, impotente, bello como un<br />
efebo de Praxímenes. Jose, incapaz de tener un orgasmo y Jaime,<br />
cuyo talento creativo se limita a copiar con precisión quirúrgica y<br />
de memoria la obra de cualquiera con sus lápices. Los cuadros de<br />
Jaime no tienen alma, Jaime tiene una polla descomunal y consigue<br />
hacer que Jose termine gimiendo como una flor atropellada pero<br />
sus cuadros no tienen alma y el tres no es un número par, ni un<br />
número aparte, ni siquiera es un número en el momento en el que<br />
se esfuerzan por negar su propia identidad para dejar de ser uno y<br />
convertirse en lo más parecido a un tercio de un ente imaginado, un<br />
milagro hipostático con olor a aguarrás en una cama enorme, vacía<br />
con dos, pero incómoda hasta la extenuación con tres corazones<br />
latiendo al mismo tiempo. Jose lo sabe, Marcos lo sabe, Jaime lo sabe<br />
y Almudena Grandes no sólo lo sabe, sino que hace que las líneas<br />
supuren con desvergüenza la inocencia y la juventud de los veintiún<br />
años en el Madrid del ochenta y cuatro.<br />
Tú tienes talento pero no tienes ambición. Yo tengo las dos cosas,<br />
soy muy ambicioso y tengo mucho talento. Jaime también es<br />
ambicioso, pero su talento es muy limitado.<br />
Has elegido que te quiera antes de que te admire, porque te importa<br />
más conservarlo que pintar, porque prefieres que te chupe la sangre<br />
a demostrarle que eres mejor que él.<br />
Tenía más ganas de pintar que nunca porque se notaba que iba
a dar un salto, lo sabía, y sin embargo dejé de pintar. Para que<br />
Jaime no empezara a odiarme, para que no me odiaras tú, para no<br />
perderte, para no perderos.<br />
Es complicado escoger entre amar y admirar, la suerte es caprichosa.<br />
El proceso creativo es lo que demuestra al artista quién es y, lo más<br />
importante, si es lo que hace. ¿Pintar o haber pintado? ¿Escribir o<br />
haber escrito? ¿Follar o haber follado? No es sencillo compartir<br />
ambición, arte y cama, y los tres son conscientes de ello pero no por<br />
eso es más sencillo. La generosidad de Jose es envidiable y terrible<br />
al mismo tiempo, es la única que deja de pintar, la única que decide<br />
romper con Madrid, con el arte y continuar, sin dejar de seguir la obra<br />
de Marcos por la prensa o los catálogos, sin dejar de verse en cada<br />
cuadro ya que Marcos sólo la pinta a ella, años después sólo sigue<br />
pintándola a ella con veintiún años. ¿Podemos amar a dos personas,<br />
podemos estar enamorado de un hombre y una mujer sin tener<br />
ningún contacto ni deseo sexual hacia el sexo opuesto? Almudena<br />
Grandes logra lo que parece a priori imposible, que no sólo se pueda<br />
sino que los conflictos que se generan de esa relación vayan más allá<br />
de la cama. Marcos ama a Jose, Jaime ama a Jose y Jose los ama a<br />
los dos y ellos, encuentran el equilibrio mientras sigan siendo parte<br />
del todo. Muy complicado. Marcos y Jaime son dos caras de la misma<br />
moneda, se muestran como personajes sumamente complejos, sin<br />
embargo, uniendo carencias y virtudes hacen que los dos sean la<br />
pareja perfecta para la chica que, pese al escándalo inicial, parece ser<br />
la única que cree firmemente en el equilibrio aunque todo termine<br />
yéndose a la mierda. Marcos quiere el tres, el equilibrio del tres del<br />
que depende su estabilidad artística y emocional, del que depende<br />
que no decidiera apretar el gatillo y arañar su mandíbula de efebo<br />
con una bala que le entró por el cuello y le salió por el lado izquierdo<br />
del cerebro, «abriendo un camino visible a través de la mejilla».<br />
Marcos consigue lo que quería, que no puedan separarse nunca de<br />
él, que los suicidas ni están vivos ni han muerto del todo y que Jose y<br />
Jaime jamás llegarán solos a ninguna parte. Aún así el sexo es lo de<br />
menos. El arte, el humo del hachís y el hedor del aceite de linaza son<br />
lo de menos. Castillos de cartón plantea el ménage à trois desde la<br />
inocencia y la naturalidad más absoluta, desde el redescubrimiento<br />
del propio cuerpo a los veinte, después de las primeras y torpes<br />
experiencias adolescentes. Oí alguna vez decir a Eduardo Mendicutti<br />
que las novela eróticas se leen con una sola mano, y él sabe bastante<br />
de eso. Castillos de Cartón es diferente, no estamos ante Las<br />
edades de Lulú, ni Malena es nombre de tango, aquí se realiza una<br />
propuesta estética, no da la impresión de que se quieran provocar<br />
estímulos sexuales, el sexo se narra y se insinúa pero lo realmente<br />
interesante es precisamente eso, que lejos de narrar infinidad de<br />
posturas y explicar sobre qué parte del cuerpo de la chica le gusta<br />
eyacular a los dos protagonistas, intentamos ponernos en la piel de<br />
Jose, haciendo el amor a seis brazos, en las manos precisas, clónicas y<br />
agónicas de Jaime o en la boca tímida casi cerrada de Marcos, a quien<br />
la tierra le fue demasiado leve. Intentamos comprenderlos, pero<br />
sobre todo intentamos asimilar, al mismo tiempo que los personajes,<br />
esa transición de la luz a las sombras, del equilibrio al caos.
Ponerle nombre al sexo,<br />
Sexo<br />
según Kundera y<br />
Houellebecq<br />
Pedro Larrañaga<br />
14<br />
21<br />
La literatura, como parte de la vida que es, tiene en el<br />
sexo uno de sus grandes referentes. El sexo, como parte<br />
de la vida que es, también se convierte en palabras, y<br />
en algo más comprensible, por medio de la literatura.
n Pedro Larrañaga<br />
Por cosas de la vida, en las que se mezclaban la literatura, el deseo<br />
y la casualidad, me encontré hace no mucho en un auditorio en el<br />
que la mayor parte del público eran adolescentes. Su presencia en<br />
el evento, una entrega de premios literarios, nada tenía que ver con<br />
la casualidad o con la pasión desaforada por la narrativa breve. Por<br />
supuesto, no hice una encuesta pormenorizada entre los chavales<br />
para conocer el motivo de su asistencia, pero era sabido por todos<br />
que la profesora de literatura de su instituto, miembro del jurado en<br />
esa edición del certamen, había organizado aquella salida cultural<br />
dentro del programa de su asignatura en horario escolar.<br />
Esa cadena de acontecimientos (el premio, la inclusión como<br />
jurado, la celebración en horario lectivo...) llevó a los adolescentes<br />
al auditorio una soleada mañana de primavera. Unos jóvenes que<br />
venían cargados con sus hormonas, sus shorts vaqueros, sus brazos<br />
de gimnasio cuando aún no han terminado de crecer, su acné, sus<br />
risas exageradas y esa coreografía de comportamientos que ahora,<br />
viéndola desde la distancia de un par de décadas, parece imposible de<br />
representar, pero de la que también nosotros (cómo no) formamos<br />
parte en ese tiempo de nuestras vidas.<br />
Vaya por delante que el comportamiento del grupo de chavales, más<br />
de cincuenta, fue ejemplar en todo momento, y así lo reconocieron<br />
varios de los invitados que cogieron el micro. Todos ellos, los que<br />
tomaron la palabra, se dirigieron a los jóvenes en algún instante para<br />
pedirles que leyeran, que fueran a los libros, que se dejaran arrastrar<br />
por la literatura. Todos, incluido yo, que no dije ni mú, dimos por<br />
supuesto de entrada que no leían. No sé si es cierto que no leían, pero<br />
a tenor de lo que apuntan las estadísticas sobre los índices de lectura<br />
y, lo que es más importante, de sus gestos y acciones, probablemente<br />
no estábamos ante grandes lectores, salvo en casos aislados.<br />
Los adolescentes tienen mayores alicientes a su alrededor<br />
que los libros<br />
Viendo sus gestos, sus movimientos, sus miradas, sus toqueteos... está<br />
claro que todos aquellos adolescentes tenían muchos más alicientes<br />
a su alrededor que en los libros que los llamaban desde el escenario.<br />
Evidentemente, así, por simple comparación, el llamamiento a la<br />
lectura va a perder seguro en la lucha contra el ajetreo hormonal<br />
y el atractivo de otros cuerpos. Puede que en ese momento de sus<br />
vidas, en vez de enfocar la cuestión de la lectura desde un genérico, y<br />
condenado al fracaso, ¿por qué no leéis?, resultaría más provechoso<br />
para las estadísticas de lectura plantearlo con un ¿no queréis leer<br />
sobre vosotros? ¿sobre lo que sentís o sobre las dudas que tenéis?<br />
¿no os apetece leer sobre las relaciones? ¿y sobre el sexo?<br />
Ninguno de los que tomaron la palabra ese día optó por enfocar el<br />
tema de ese modo, así que no pude comprobar el efecto que podría<br />
haber tenido un llamamiento de ese tipo. Sin embargo, estoy<br />
convencido de que abordar la cuestión de la lectura desde esa óptica<br />
tendría más posibilidades de éxito que el escuchar recomendaciones<br />
y consejos de personas situadas a mil millones de años luz del<br />
universo que ellos ocupan.<br />
La literatura estaba ahí, como el verano, la lluvia en otoño<br />
o las discusiones con los hermanos<br />
Quien esto escribe, como todos los compañeros y compañeras de<br />
este proyecto, como imagino que la práctica totalidad de los que<br />
estáis al otro lado del texto (¿al otro lado del texto? ¡qué geografía<br />
más complicada!), leía en su adolescencia. Al igual que empujaba<br />
a las chicas y me apartaba el flequillo de los ojos, como hacían los<br />
jóvenes, aparentemente tan distantes, del auditorio, también leía.<br />
No recuerdo que nunca nadie me pidiera que leyera. Leer y los libros<br />
eran algo que siempre habían estado ahí, como el verano, la lluvia en
otoño o las discusiones con los hermanos.<br />
Si alguien me hubiera preguntado entonces por qué leía, mi<br />
incomprensión habría sido la misma que si me hubiera preguntado<br />
por qué respiraba o por qué jugaba al baloncesto (en mi mente<br />
adolescente las tres necesidades se situaban al mismo nivel, incluso<br />
en un plano fisiológico, por mucho que el médico se empeñara en<br />
asegurar lo contrario). Seguramente, a pesar de todas las lecturas,<br />
no tendría una explicación en palabras más acertada que señalar al<br />
pecho y decir ‘me sale de ahí’. Era algo incontrolable, algo sobre lo que<br />
no podía imponer mi voluntad, al igual que no podía decidir sobre<br />
el proceso de inspiración y exhalación de mis pulmones. Sí, podía<br />
hacerme el valiente y taparme la nariz y la boca hasta ponerme azul,<br />
pero al final eran los pulmones los que ganaban el pulso y apartaban<br />
mis manos, recuperando en grandes bocanadas el aire perdido en<br />
el frustrado intento de establecer mi autonomía respiratoria. Con<br />
la lectura pasaba exactamente lo mismo. De hecho, si alguien me<br />
hubiera preguntado de forma directa ¿por qué lees?, como buen (y<br />
tópico) gallego, no me habría quedado otra que responder con otra<br />
pregunta ¿y por qué no iba a leer?, una devolución de la pelota al<br />
tejado del ‘preguntador’, obligado él entonces a buscar las palabras<br />
que no aparecen para formar una respuesta.<br />
Ahora, viendo mi adolescencia con la misma distancia con la que<br />
contemplo la de los jóvenes en el auditorio, puedo interpretar (con<br />
un amplio margen de error) que leía para comprender. Desde que<br />
mi memoria me permite recordar, no he entendido ni comprendido<br />
gran cosa hasta que no la he visto por escrito, hecha palabras. En<br />
ese ponerle palabras, darles nombre, a las emociones, las dudas,<br />
los miedos y deseos, hay un proceso de domesticación, de hacerlas<br />
dóciles y darles forma para que encajen en nuestro pensamiento.<br />
A fin de cuentas, y eso es por todos conocido, nuestro pensamiento<br />
está asentado sobre el lenguaje, con que lo que no se inscribe en<br />
ese código no llega a ‘pensarse’ de forma adecuada por estar en un<br />
idioma distinto al que utiliza (el mismo lenguaje, sea en la lengua que<br />
sea) nuestro pensamiento.<br />
Acudir a los libros en busca de una comprensión del sexo<br />
Así, asignándole las palabras que encontraba en frases y párrafos, en<br />
narraciones y ensayos, tuve una idea, primero aproximada, después<br />
más precisa, de lo que implicaba la pérdida, sobre qué podría<br />
generar una obsesión o qué significaba volar sobre un dragón. Al<br />
mismo ritmo que iba aumentando mi aún limitado entendimiento<br />
del mundo en la adolescencia a base de lecturas, fueron surgiendo<br />
otra serie de impulsos, también difíciles de situar en el organismo,<br />
pero que tenían un claro (y declarado en muchos casos) carácter<br />
sexual. Como animal de costumbres, acudí también a los libros en<br />
busca de una comprensión del sexo, y he de decir que sigo acudiendo,<br />
porque aunque ahora ya practico el sexo, eso no quiere decir que lo<br />
comprenda. Practicar el sexo, ya sea follando, haciendo el amor o<br />
copulando, es una cuestión de ejecución, de práctica, un acto entre<br />
dos o más individuos que no tiene por qué implicar, ni mucho<br />
menos, comprensión, ni del acto en sí, ni del otro, o los otros, que<br />
toman parte en él.<br />
Mi comprensión del sexo, limitada, por supuesto (las lecturas y las<br />
prácticas siempre han sido menores de las ideales), se asienta en dos<br />
obras a las que llegué en la fase final de mi adolescencia, cuando uno<br />
se acerca a los veinte. Dos novelas que han marcado el modo en el que<br />
entiendo o comprendo el sexo, algo que, por supuesto, nada tiene que<br />
ver con el modo en el que practico el sexo (por las razones aludidas en<br />
el párrafo anterior). Que nadie se asuste, que no vamos a entrar aquí<br />
en una relación de mis orgasmos y gatillazos, tanto sexuales como<br />
emocionales, sino en el sexo literario que nos muestran las obras de<br />
dos genios como Milan Kundera y Michel Houellebecq.<br />
Las novelas en cuestión son “La insoportable levedad del ser”, del
autor checo, y “Las partículas elementales”, que sigo considerando<br />
la obra cumbre de uno de los múltiples enfant terribles que ha<br />
tenido la literatura francesa. Dos historias que no giran alrededor del<br />
sexo, pero en las que el sexo es un elemento tan central como lo es<br />
en la actual cultura occidental, donde no sólo se circunscribe a los<br />
‘contextos de cama’, sino que se ha convertido en un aspecto capital<br />
en la construcción de las relaciones de pareja (he escrito ‘construir’ a<br />
propósito, porque las relaciones se ‘construyen’) o de la imagen social<br />
del individuo. Una vez más, la huella de Freud, uno de los artífices del<br />
actual discurso del ser humano occidental desde finales del siglo XIX<br />
(y no porque sus postulados fueran ciertos, sino porque organizaron<br />
un discurso que puede ser tomado como cierto), es notable y, aunque<br />
no aludan a él de forma directa, tanto Kundera como Houellebecq<br />
explotan sus ideas para poner sobre la mesa los múltiples conflictos<br />
que nuestro carácter sexual puede plantear.<br />
El sexo como una moneda de mil caras tirada al aire<br />
En “La insoportable levedad del ser”, además de otras muchas<br />
reflexiones de gran valor, de esas que obligan a sacar la vista del<br />
libro y pensar por nosotros mismos, se nos muestra el rol que puede<br />
desempeñar el sexo en una relación de pareja, donde se convierte<br />
en un utensilio, en un medio para conseguir ciertos fines. No es<br />
casualidad que Kundera mantenga las referencias a “Anna Karenina”,<br />
ya que la relación entre los dos protagonistas puede entenderse<br />
como una recreación de las que tuvieron el escritor ruso y su esposa,<br />
marcadas por los celos, los enfrentamientos y las sospechas, de los<br />
que se afirmaba que Tolstoi daba amor para conseguir sexo, mientras<br />
que Sofía utilizaba el sexo para conseguir amor. Tomás y Teresa, los<br />
protagonistas de la novela, repiten esas mismas pautas de relación,<br />
pero añadiendo a su acercamiento al sexo incluso un carácter social y<br />
político. En un contexto como el de la Chequia ocupada por la URSS,<br />
para Tomás, despojado de su puesto como cirujano, el sexo (sus<br />
conquistas e infidelidades) es su modo de vencer al control externo<br />
de su vida. Para Teresa, por contra, el sexo es la tortura, porque es<br />
la puerta por la que se escapa Tomás a otros rincones, en los que no<br />
hay espacio para ella. Incluso su sexo (y por extensión su cuerpo)<br />
pasa a ser un potro de tortura, comparado constantemente con esos<br />
otros sexos (y cuerpos) en un bucle del que no puede salir, porque<br />
romperlo sería decirle adiós a él.<br />
Las caras del sexo que, por contra, nos muestra Michel Houellebecq<br />
en “Las partículas elementales” son otras y no se limitan al círculo<br />
de la pareja. No, en el caso de la obra del escritor francés, el impacto<br />
del sexo en la vida de las personas se mide a nivel global, en especial<br />
para todos aquellos que han sido apartados de la carrera por el éxito<br />
sexual, ese que se mide por los centímetros de nuestros atributos<br />
(ya sean del pene, de los pechos o de los abdominales), expuestos<br />
constantemente a unos estímulos (en televisión, en publicidad, en la<br />
calle) a los que no tienen, ni tendrán (salvo pagando) acceso.<br />
Por supuesto, en ambas obras, la variante del sexo que conocemos<br />
(¿que comprendemos?) no es la del sexo feliz, esa que termina con<br />
perdices en un horno de leña. No, se trata del otro, el sexo a veces<br />
cruel y tirano, que busca la propia satisfacción, el placer y también<br />
el dominio, ese sexo también capaz de llevarnos al cielo desde el<br />
infierno. Un sexo convertido en una moneda de mil caras de la que es<br />
imposible saber de qué lado va a caer. Dos lecturas que ahora se me<br />
antojan más que interesantes, y recomendables, para todos aquellos<br />
jóvenes del auditorio, que ya estarán experimentando sus primeras<br />
victorias y derrotas sexuales, algunas a las que siempre viene bien ir<br />
poniendo nombre para hacerlas más dóciles. Y comprensibles.
Sexo<br />
Gregor von Rezzori.<br />
La flor en el ojal<br />
Raquel G. Otero<br />
@SybilaCardinale<br />
“Hay una frase de Septimio que es enigmática y terrible:<br />
Amat qui scribet, paedicatur qui leget (El que escribe sodomiza,<br />
el que lee es sodomizado). El auctor sigue siendo<br />
un paedicator. Es el viejo estatus del hombre libre romano.<br />
Pero el lector es servus. La lectura se aproxima a la<br />
pasividad. La lectura deviene la esclava de otra domus.<br />
Escribir desea. Leer goza”.<br />
Pascal Quignard, El sexo y el espanto (Ed. Minúscula)
n Raquel G. Otero<br />
Ay, las primeras veces. Más tarde que pronto me llega la lectura<br />
de Sobre el acantilado y otros relatos, volumen de tres largos que<br />
publica Sexto Piso con motivo del centenario del nacimiento del<br />
autor. Un estreno con Gregor von Rezorri es digno de contarse<br />
veinte. Me embarco en el intento de deconstruir la fama de<br />
gamberro elegante de este señor que desde la ventana eterna de su<br />
estudio en Donnini, Toscana, sigue ganándonse corazones a pulso<br />
y borbotón. Con lo que han dicho sobre él lectores, colegas y amigos<br />
saldría una colección de fajas editoriales bien bonita y ajustada.<br />
Dice VolKer Schlöndorff que «su vida comenzó en otro mundo, no<br />
tanto en el de la aristocracia como en el mundo realmente perdido<br />
del Este europeo. Bucovina se llamaba el territorio perteneciente<br />
a la monarquía austrohúngara que más tarde se integraría en<br />
Rumania y, poco después, formaría parte de la Unión Soviética».<br />
La escritura de Gregor von Rezzori, empapada de la idea de pérdida<br />
de la Mittleuropa, se caracteriza por el humor pícaro tan necesario<br />
de quien, desde su condición de apátrida, quiere algo más de la<br />
vida, de la razón, de la belleza, del resto, como apuntaba Krüger.<br />
Pero la declaración que más justicia le hace a Gregor von Rezzori<br />
es suya: «Fue debido a que yo estaba desocupado y aburrido que<br />
tomé una pluma y escribí un cuento. Alguien lo leyó, le gustó y<br />
lo envió a un editor. Así me convertí en escritor. Por supuesto,<br />
convoco cualquier plausible argumento para probar que nunca me<br />
habría convertido ni sido otra cosa que escritor. Ya desde niño era<br />
un soñador y un mentiroso. De adolescente fui un solitario. Y a una<br />
edad en que los demás eran adultos yo era completamente ajeno a<br />
la realidad –y así sucesivamente–. Trato de convencerme de que la<br />
escritura no fue el último recurso del fracaso. Pero para probar que<br />
fue una vocación, no tengo más recurso que escribir».<br />
No queda otra que leerle.<br />
El sexo sin sombras<br />
El sexo leído es como una primera cita. No ya por cómo se maneja<br />
el escritor ante las múltiples opciones de abordarlo, narrarlo,<br />
rodearlo o circuncidarlo, sino por algo tan sutil y tan mondo como<br />
es el acercamiento. Usaré la tensión expresiva y la potencia en<br />
el estilo literario de las que habla Vicente Luis Mora en su blog<br />
decreciente para sacar a escena la tensión sexual que debe existir<br />
entre el autor y su hoja: me atrevo a decir que es ahí donde radica<br />
la diferencia entre el goce lector y el mero entretenimiento terreno.<br />
En neto. Seguimos hablando de literaturas pero, sí, podríamos<br />
estar hablando de sexo.<br />
Para Pascal Quignard, en El sexo y el espanto, la fascinación es la<br />
percepción del ángulo muerto del lenguaje; de ahí que la mirada sea<br />
siempre oblicua. Et c’était le coup de foudre. Gregor von Rezzori<br />
me lo pone difícil. Ni un solo párrafo sirve mínimamente como<br />
ejemplo (salvo rozando el spoiler) de lo que pretendo exponer<br />
aquí. El hilado es tan fino, pisa tan punta tacón, que la huella de lo<br />
que enuncia ya se está yendo cuando lo que no dice se le ha comido<br />
el terreno. Estoy fascinada, literal y quignardianamente. Tres<br />
relatos componen este libro: «El cisne», «Sobre el acantilado» y<br />
«“Afanjauer” o La prolongación del amor por otros medios». La<br />
temática de este número me ha hecho apuntar impresiones en
una sola dirección y por este motivo dejo en el cajón otras tantas<br />
notas caleidoscópicas. Las solemnidades y fragmentos de distintas<br />
sociedades marcan el tránsito entre épocas y sirven de escenario<br />
a una pasión incestuosa entre dos hermanos y al enamoramiento<br />
hasta las últimas consecuencias del hijo de una reputada<br />
diseñadora italiana con una bella izquierdista radical. Pero es sin<br />
duda el central, «Sobre el acantilado», el relato fetiche de este<br />
libro: un tallador de imágenes marianas asentado en la angustia<br />
existencial de la creación artística, al galope entre lo erótico y lo<br />
grotesco. Tres veces he leído este cuento, y de cada una he sacado<br />
una lectura y media; algo que es sexo pero no es sexo, tal vez la<br />
metáfora arjé: el vértigo mismo de la literatura. He disfrutado<br />
tanto y tanto con él que de no ser por este encandilamiento con el<br />
autor, quitaría los otros dos y lo llamaría solo Sobre el acantilado.<br />
Gregor von Rezzori escoge una manera y no otra. Los escarceos de<br />
Mario con las clientas de su madre o con Miss O’Connor, jefa de<br />
ventas, católica americana y estricta devota; el apetito libidinoso de<br />
la almiranta saciado únicamente con su posición de poder social;<br />
el protagonista de «El cisne» y su sospecha de que el poder ganado<br />
por Tania, su hermana, lo dejaría expuesto a ella y a todas las demás<br />
mujeres a las que amaría alguna vez, convertido para siempre en<br />
un esclavo rebelde y, en ocasiones, en el poco magnánimo amo y<br />
señor de sus futuras amantes (sic); el tallador ante el recuerdo,<br />
turbador, de la madre que le ordena meterse en su cama a la hora<br />
de la siesta. La estética del erotismo extraño, el impulso puntual<br />
hacia lo extremo, las místicas de otro género lo delatan en la<br />
elegancia del gesto. El gesto como postura. En su Monólogo del<br />
desorientado (discurso disponible en el monográfico de julio de<br />
Revista Crítica) dice: «¿Y la pose, la actitud? La ambigüedad entre<br />
la razón y la existencia disuelta en lo que uno se pone en el ojal:<br />
la flor cortada de raíz como símbolo, la vida antes de marchitar<br />
elevada a prenda: eso es algo que todavía puede personificarse. Un<br />
dandy, en fin. La flor en el ojal en lugar del emblema del partido.<br />
Llevar puños en lugar de tener puños. Soportar el dolor en unos<br />
zapatos de punta afilada. Eso sí, Beau Brummel surgió gracias<br />
a las compresiones de su tiempo, y nuestro tiempo es la época<br />
de los vuelos dispersos, a la desbandada. De modo que hay que<br />
cohesionarse, preservar. Vivir en connivencia con la época, no en<br />
complicidad con ella. Ser soberano del propio estilo: encapsularse<br />
en la línea de una tendencia, como un proyectil, un cruce entre<br />
Malte Laurids Brigge y Rhett Butler: el dandy de entretiempo, ése<br />
que, si no existiera, habría que inventar».<br />
Decíamos de Sobre el acantilado y otros relatos; tres breves<br />
novelas como tres encuentros fortuitos. Gregor von Rezzori le<br />
confesó a Michael Krüger que la pared maestra de un buen título<br />
se reconoce en la medida en que pueda añadírsele la frase “bajo<br />
las sábanas” (por ejemplo: El hombre sin cualidades... bajo las<br />
sabanas; En busca del tiempo perdido... bajo las sábanas). No<br />
rectificaré el título de este artículo.<br />
Vuelvo a Quignard para maridar y concluir esta fábula nuestra del<br />
sexo y la literatura: «La sacerdotisa Proselenos golpea al narrador<br />
con su escoba, pero no consigue nada. Tiene que llevarlo ante<br />
una sacerdotisa de Príapo, Enotea (en griego “aquella cuyo dios<br />
es el vino”). Enotea le introduce por el ano un fascinum de cuero<br />
(scorteum fascinum) untado con aceite y pimienta. Luego le sacude<br />
el sexo con un manojo (fascem) de ortigas verdes (viridis urticae).<br />
Y el sexo reanimado levanta por fin la túnica del narrador. No<br />
sabemos cómo termina la novela. Es posible que este fragmento<br />
incierto valga por todos los finales».<br />
Gregor Von Rezzori nos sonríe de medio lado. Es la creación,<br />
estúpidos.
Sexo<br />
Cambio de género<br />
Alejandro Larrañaga<br />
http://www.basketblog.es<br />
http://lectorbajito.wordpress.com
n Alejandro Larrañaga<br />
El verano es siempre un buen momento para ponerse a jugar.<br />
Y ya metidos en faena literario-sexual, una idea interesante<br />
podría ser el cambio de roles. Vamos a probar con tres novelas<br />
gráficas en las que el sexo es uno de los temas principales, con<br />
el objetivo único de comprobar las diferencias provocadas por<br />
convertir a todos los personajes masculinos en femeninos y<br />
viceversa.<br />
Comedia sentimental pornográfica de Jimmy Beaulieu<br />
Empezamos por una novela coral, por la variedad de personajes,<br />
aunque acabemos viendo en todos ellos un patrón similar.<br />
Primero, abrimos boca con un secundario, Martin, convertido<br />
en escritora frustrada en busca de dos Santos Griales. Por<br />
un lado, esa novela que suponga el paso de la adolescencia<br />
a la madurez artística. Por otro, el amor de su mejor amigo<br />
homosexual al que asedia, limitando el espacio personal, y con<br />
el que se excita mientras escucha sus aventuras sexuales llenas<br />
de detalles explícitos. Curiosa mezcla de frustración, pasión y<br />
paciencia.<br />
“He debido de escribir sus 300 y pico páginas de elogio del<br />
hastío, ya no soy un producto de la generación del déficit de<br />
atención.”<br />
Ese amigo sexy responde en las páginas de “Comedia<br />
sentimental pornográfica” al nombre de Annie. Su historia es la<br />
de un chico colgado de su ex, pero convencido de que vivir tus<br />
fantasías es el único modo de seguir adelante. La más brillante<br />
es la de ese panadero, auténtica bomba sexual, voluptuoso, muy<br />
jugoso. Años después siempre podrás recordar el día gastado<br />
en la cama, entre polvo y polvo. Difícilmente recordarás un<br />
paseo por muy romántico que sea.<br />
“Y porque el cómic tenga por costumbre abordar el tema sexual<br />
de una manera un tanto equivocada no me voy a privar de<br />
hablar de lo que ocupa la mayor parte de mi actividad cerebral.”<br />
Como comentábamos, Annie nunca pudo olvidar a su ex,<br />
Corrine. Nos paramos ahora ante un homosexual con bastante<br />
éxito entre su público. Sus conquistas son numerosas y deja<br />
un sello imborrable en todos ellos, pero él también tiene su<br />
debilidad. Su amiga, su confidente, la narradora y creadora<br />
de todo el entramado de “Comedia sentimental pornográfica”,<br />
Louis Dubois. Una dibujante de comics obsesionada con el<br />
cuerpo masculino, con las formas voluptuosas y que reta a<br />
cualquiera a mostrar la sexualidad de un modo diferente. Es<br />
probable que si esto no fuera una distracción más, la novedad<br />
de ver a una artista obsesionada con los atributos masculinos<br />
y las relaciones homosexuales entre ellos, cuando ella es una<br />
heterosexual convencida del atractivo del otro sexo sería algo<br />
más que novedoso.<br />
Y acabaremos este cambio de roles de la novela gráfica francesa<br />
con una secuencia significativa. Imaginémonos dos parejas<br />
heterosexuales en una casa apartada de la civilización. Y dos<br />
de los integrantes de esas parejas, ellos sí del mismo sexo,<br />
son examantes. En medio de una velada cualquiera, la cosa<br />
sube de tono entre esas dos personas mientras las otras dos<br />
observan más con lujuria que con desagrado. Las dos primeras<br />
prohíben el acceso al juego a las otras dos, que acaban fuera de<br />
la casa masturbándose una al lado de la otra pero sin mirarse<br />
y pensando en las dos personas que se quedaron en la casa.<br />
Todos tenemos claro el sexo de cada una de esas personas, ¿no?<br />
Ahí está la limitación de todo el planteamiento.<br />
“Yo no tengo la sensación de estar diciéndole a nadie lo que<br />
tiene que hacer, ser o pensar.”
El condón asesino de Ralf<br />
König<br />
Para<br />
esta<br />
transformación vamos<br />
a tener que llegar<br />
un poco más lejos y<br />
modificaremos hasta a<br />
objetos. Pasaremos del condón<br />
asesino al consolador asesino, para<br />
mantener la componente fálica de la trama<br />
y evitar los problemas de anatomía derivados<br />
de la falta de utilidad de un condón en una relación<br />
entre dos mujeres. Estamos en un ambiente donde la<br />
prostitución, los abusos, el sadomasoquismo y todo tipo<br />
de conductas sexuales no convencionales son la norma; en<br />
un hotel sin demasiado interés por lo que hacen sus clientes<br />
dentro de sus habitaciones.<br />
Todos los temas pueden ser tratados, pero siempre<br />
condicionados por los instintos y la violencia mezclados con<br />
el humor surrealista y soez. Y como prólogo, nada mejor que<br />
una madre de familia recién llegada a casa que charla con su<br />
marido sobre cómo le ha ido el día. Responde que no muy bien,<br />
que tiene un dolor muy molesto en el ano, porque una de sus<br />
clientas utilizó un consolador con poco tino. Y así, de repente,<br />
el consolador, con vida propia, salta del culo de la desdichada<br />
mujer y escapa dejándole un estropicio curioso en la zona.<br />
El caso es lo suficientemente llamativo para despertar el<br />
interés del inspector Macarroni. Ahora convertido en la<br />
inspectora. Se mueve con soltura por los bajos fondos y conoce<br />
a todo dios. El hotel es su primera parada. Al margen de la<br />
madre de familia que ya conocemos, hay ya varias víctimas y<br />
los sospechosos se acumulan entre las trabajadoras habituales<br />
del establecimiento. Solo la inspectora descubre al verdadero<br />
culpable, a pesar de la incredulidad de su jefa, y por ello acaba<br />
suspendida.<br />
No puede renunciar a pelear contra lo que ha visto y por el<br />
camino se enamora de una joven dedicada a saciar a mujeres<br />
maduras. La inspectora, dueña de una habilidad innata para el<br />
sexo, solo quiere sentirse amada y esta chica, en la batalla final<br />
contra el consolador asesino, le demuestra que lo suyo no es<br />
solo la búsqueda del placer y del aquí te pillo, aquí te mato. Hay<br />
mucho más, ha nacido un sentimiento; algo todavía pequeño<br />
pero con claras posibilidades de crecimiento.<br />
“El condón asesino”, para nosotros el consolador asesino,<br />
se basa en el humor, en tratar situaciones potencialmente<br />
dramáticas y muy serias de un modo desvergonzado. Se apoya<br />
en una constante en la obra de Ralf König: el ser humano<br />
disfruta cuando sus instintos mandan. Y solo cabe añadir que<br />
el cambio de roles no afecta al conjunto como sí le pasaba a<br />
“Comedia sentimental pornográfica”.<br />
El azul es un color cálido de Julie Maroh<br />
No todo va a ser fiesta, así que nos ponemos un poco serios para<br />
acabar este artículo. Aún así, conservamos nuestra premisa<br />
de cambio de sexo para todos los personajes. En este acaso<br />
tenemos a Clementine, un chico de instituto, convencido de su<br />
lugar en el mundo. Debe salir con sus amigos, ligar con chicas<br />
y hacerlo cuanto antes. Pero una mirada en un paso de cebra le<br />
descubre a otro chico, Emma, con su pelo azul tan especial, que<br />
trastoca sus planes.<br />
Se inicia entonces una pelea en su interior, muy igualada<br />
entre lo que debe ser y lo que es. El desempate es complicado<br />
porque a favor de lo que es está su amiga gay, firme defensora<br />
del amor entre personas y en contra está el objeto de su<br />
amor, convencido de estar ante una fase de definición de<br />
un adolescente confundido. Por el camino, descubrirán sus<br />
dudas sus compañeros de clase y su familia. La comprensión<br />
no figura entre sus principales características y ello provoca<br />
un amor furtivo, a espaldas del mundo y que desembocará,<br />
inevitablemente, en una ruptura cuando todo salga a la luz.<br />
En el plano puramente sexual, origen de toda selección en<br />
este número de la revista tenemos secuencias explícitas pero<br />
limitadas, la intención, más que un curso de anatomía, es la<br />
representación de la pasión, de la necesidad corporal que uno<br />
siente por el otro. Un deseo destinado a romper las barreras<br />
personales y sociales.<br />
Como toda relación que se desarrolla en el tiempo, después del<br />
enamoramiento llega la rutina, aquí definida por un paso del<br />
azul como tono predominante a los tonos pastel. Acostumbrarte<br />
a ver la cara, día a día, cuando ya ese contacto físico no es una<br />
imposición. Entonces llegan los retos en forma de desidia en la<br />
pareja, tentaciones externas y el amor se pone verdaderamente<br />
a prueba. En nuestro juego de máscaras, tendríamos a una<br />
compañera de trabajo de la protagonista, colocada como<br />
manzana del pecado. Lo hará caer, inevitablemente, y con él se<br />
llevará esa relación idealizada vencida por el paso de los días,<br />
los meses y los años.<br />
El desarrollo temporal de “El azul es un color cálido” no<br />
permite las sorpresas. Empezamos por el final (se adelanta el<br />
fatal desenlace) para centrarnos solo en el camino. Se elimina<br />
el factor sorpresa para poder pararnos más en el drama en sí<br />
mismo. Julie Maroh presenta con calma los pasos vitales de<br />
la protagonista (para nosotros el protagonista) y su relación.<br />
Con calma, dando la oportunidad a los que se quedan de<br />
lamerse sus heridas y comprobar errores. Al final, vuelven a<br />
idealizar momentos y personas que han demostrado ser solo<br />
eso, personas.<br />
Conclusión<br />
Dos cuestiones pequeñas para terminar. Este cambio de<br />
papeles propuesto para las tres obras deja bien claro que el<br />
género condiciona demasiado a según qué autores y autoras.<br />
La perspectiva es importante y ciertas barreras todavía están<br />
lejos de haberse superado. Por otro lado, la libertad no se<br />
busca, las elecciones no son tan propias como creemos y, a<br />
menudo, dejarse los prejuicios en la puerta no es tan fácil como<br />
queremos hacernos creer a nosotros mismos.
B reves<br />
Mucho me habían hablado de lo que puede desequilibrar la lectura de esta obra. Los<br />
halagos no eran exagerados. Emmanuel Carrère construye una obra desasosegante y<br />
destructora. No hay vuelta atrás tras la lectura, que nos obliga a enfrentarnos a una<br />
de esas “zonas muertas” de nuestra existencia y a hacernos preguntas muy difíciles<br />
de responder. Y es esa falta de respuestas que da la novela lo que todavía nos hace<br />
temblar más, esa intuición de que a veces la falta de motivos claros ya constituye<br />
un motivo. ¿Hasta qué punto nuestras vidas son reales? El protagonista construye<br />
con una enorme sofisticación todo un universo de mentiras, pero... ¿hasta qué punto<br />
no somos todos una mentira? La mentira y el vacío humano construyen esta novela<br />
maravillosa y apabullante que parece querer decirnos que muchas veces la existencia<br />
carece de salidas en la autopista, y que a veces la convivencia con nuestro yo íntimo y<br />
el yo que construimos hacia fuera, el yo de los demás, no pueden convivir juntos sin<br />
asesinarse el uno al otro. Una novela muy recomendable a la que hay que enfrentarse<br />
sabiendo que no se va a salir indemne. Todos somos nuestro propio adversario.<br />
EL ADVERSARIO - EMMANUEL CARRÈRE<br />
LAURA BORDONABA<br />
Ventajas de la poligamia<br />
ELENA RIUS<br />
Lo digo sin sonrojo, la poligamia es un gran sistema. La monogamia tendrá sus virtudes,<br />
sin duda. Según dicen los monógamos, uno se concentra más, está más pendiente<br />
de ese único objeto de su pasión. Un argumento que palidece en comparación con<br />
los placeres y la variedad de la poligamia. En cualquier caso, también en los monógamos<br />
la fidelidad es perecedera. Hasta en las novelas más largas, se acaba por llegar<br />
a la última página. Porque estamos hablando de libros, naturalmente. Pero una tiene<br />
la sospecha de que los monógamos en lectura tienden a ser como los monógamos<br />
sucesivos en el sexo: las nuevas parejas suelen parecerse mucho a las anteriores.<br />
Yo, qué quieren, soy polígama. Porque no todas las lecturas sirven para todas las ocasiones.<br />
En determinados momentos del día puede apetecer sumergirse en una novela<br />
llena de acción y pasión, mientras que en otros lo que pide el cuerpo es ejercitar la<br />
mente con un ensayo, o tal vez saborear un poema, o deleitarse con un cómic... Nada<br />
de esto es incompatible. Ni tampoco una cosa es mejor que la otra; sólo diferente.<br />
Es más, resulta muy conveniente para la salud mental de todo lector llevar una dieta<br />
variada. Aunque, igual que sucede con la poligamia, es inevitable que se establezcan<br />
categorías. Por lo común, hay una “lectura principal” - el libro que uno suele mencionar<br />
cuando le preguntan “¿qué estás leyendo ahora?”, no es cuestión de soltar toda la<br />
lista- y una serie de lecturas “de apoyo”, que se van alternando de acuerdo al tiempo<br />
disponible, a los intereses... Algunos de estos secundarios consiguen hacer méritos y<br />
se convierten, por un tiempo, en “primera esposa”. Otros, en cambio, languidecen en<br />
un rincón, recordados sólo de tarde en tarde. Los más desgraciados (no ocurre a menudo,<br />
pero que hay quien hace méritos para ello) consiguen incluso ser repudiados.<br />
Siempre hay otro que ocupa su lugar.<br />
Por si fuera poco, el panorama de la poligamia lectora se ha enriquecido recientemente<br />
con una innovación: el soporte digital. Mejor dicho, los soportes. Ahora los<br />
polígamos ya no tenemos sólo libros diseminados por diferentes partes de la casa,<br />
sino que alimentamos nuestra voracidad lectora con los que moran en el Kindle, la<br />
Tablet o -para casos de emergencia- en el teléfono móvil. Un festín.<br />
A mí que no me hablen de amor eterno. Lo mío, decididamente, es la poligamia.
Juan<br />
Carlos<br />
Postigo<br />
Juan Carlos Postigo<br />
Ríos (Málaga, 1985) es licenciado<br />
en Traducción e<br />
Interpretación por la Universidad<br />
de Málaga. Al volver a<br />
España cursó el máster que<br />
ofrecía la Universidad de<br />
Málaga, especializándose en<br />
traducción literaria y mundo<br />
editorial. Tras vivir una temporada<br />
en Lisboa traduciendo<br />
para la Unión Europea, en la<br />
actualidad reside en su ciudad<br />
natal y trabaja como traductor,<br />
colaborando con editoriales<br />
como Blossoming Books<br />
y la Asociación de Directores<br />
de Escena de España, y como<br />
lector, valorando manuscritos<br />
y redactando informes de<br />
lectura; ha colaborado con<br />
las revistas Función Lenguaje,<br />
FLIC Magazine, Global<br />
Affairs y Prometeica, entre<br />
otras.<br />
La traducción tiene muchas<br />
trampas: la fidelidad, los límites,<br />
el lenguaje, el contexto y, sobre<br />
todo, la libertad del traductor.<br />
¿Hasta qué punto es libre el<br />
traductor para cambiar, mejorar,<br />
añadir, quitar, cosas de un texto?<br />
En mi opinión, el traductor nunca debe<br />
cambiar, añadir o quitar nada de un<br />
texto; si lo hiciera estaría tergiversando<br />
el texto original y la intención del autor.<br />
Creo que es importante diferenciar<br />
entre cambiar un texto y adaptar un<br />
texto, obviamente el traductor debe<br />
adaptar las referencias culturales al<br />
idioma del lector pero, así y todo, debe<br />
mantener el mismo ritmo y tono que<br />
hubiera usado el autor en el original.<br />
Alan Duff, que ha escrito sobre<br />
la traducción, dice que aunque<br />
es necesario mantener la calidad<br />
de la escritura cuando un texto<br />
está bien escrito, tampoco sería<br />
perverso decir que un texto mal<br />
escrito se merece que sea mal<br />
traducido. Es decir, que el tiempo<br />
empleado por el traductor en<br />
la hazaña de traducir debe ser<br />
directamente proporcional al<br />
tiempo empleado por el escritor<br />
en el cuidado y buen hacer de<br />
la escritura. Y te pregunto qué<br />
n Ainize Salaberri<br />
opinas sobre eso y hasta qué punto<br />
debe mejorarse, en tu opinión,<br />
una mala redacción o una nefasta<br />
novela.<br />
En mi opinión, a menos que haya un<br />
error fragante de redacción, quién<br />
sabe, por despiste del autor al escribir,<br />
el traductor no debe intervenir en ese<br />
tipo de cosas, de lo que ya se encarga la<br />
editorial al seleccionar la obra para su<br />
catálogo. Aun así, no estoy de acuerdo<br />
con Alan Duff, ya que un traductor debe<br />
poner el mismo empeño en cualquier<br />
obra que esté entre sus manos, sea de<br />
buena o mala calidad.<br />
Es obvio que hay mucha<br />
diferencia entre la traducción<br />
técnica y la traducción literaria.<br />
En la primera deben conocerse<br />
términos, contextos, ser<br />
especialista en el ámbito que se<br />
traduce. ¿Consideras que para la<br />
traducción literaria es necesario<br />
ser también escritor? Es decir,<br />
¿traduce mejor un escritor que<br />
un traductor sin dotes narrativas?<br />
Tú que traduces novelas, ¿qué has<br />
sentido al respecto?<br />
Nunca he creído que el traductor<br />
deba ser escritor. En mi opinión, el<br />
traductor es un mediador, lo que debe
hacer es conseguir que el lector lea en<br />
su lengua algo escrito en una lengua<br />
que desconoce. Más bien considero<br />
que hay que hacer más hincapié en el<br />
papel del traductor como lector. Un<br />
traductor literario tiene que ser un<br />
ávido lector, debe tener muchas horas<br />
de lecturas a sus espaldas y, dentro<br />
de lo posible, intentar conocer lo más<br />
profundamente posible a cada uno de<br />
los autores que traduce. Cuanto más<br />
conozca al autor, más fácil le resultará<br />
crear una simbiosis creativa con él.<br />
Cuando empezaste a traducir,<br />
¿qué es lo que te dio más<br />
quebraderos de cabeza? ¿Cuál era<br />
tu talón de Aquiles?<br />
Los juegos de palabras intraducibles;<br />
no hay duda de que esto es lo que más<br />
quebraderos de cabeza me daba al<br />
principio, cuando me hallaba frente<br />
a un texto con este tipo de juegos de<br />
palabras me podía pasar días y días<br />
intentando encontrar un equivalente,<br />
sacando mis mejores armas para<br />
inventarme una frase similar en<br />
español.<br />
Para hacer una buena traducción,<br />
en tu opinión, ¿qué elementos<br />
son necesarios? Los traductores<br />
que he ido entrevistando me han<br />
señalado, en especial, dos cosas:<br />
la intuición y la capacidad de<br />
conseguir que un autor extranjero<br />
parezca que escribe en tu idioma.<br />
¿Qué añadirías?<br />
Aparte de tiempo y sensibilidad<br />
lingüística, creo que lo esencial es<br />
conseguir hacer sentir al lector que<br />
está leyendo algo escrito realmente<br />
en su idioma quedando la figura del<br />
traductor completamente invisible.<br />
No creo que un traductor deba dejarse<br />
guiar por la intuición demasiado,<br />
sino más bien que sepa lidiar con<br />
cualquier giro lingüístico o referencia<br />
cultural mediante la investigación y los<br />
recursos que conoce. Creo que lo más<br />
importante para un traductor es saber<br />
cómo buscar y dónde buscar.<br />
¿Puede un traductor literario<br />
ganarse la vida en este país?<br />
¿Cómo está el mundo de la<br />
traducción en estos momentos?<br />
Mi sueño desde pequeño ha sido<br />
dedicarme a la traducción literaria<br />
y parece que poco a poco lo estoy<br />
consiguiendo. El comienzo fue bastante<br />
difícil porque, como en cualquier otro<br />
ámbito profesional, es complicado<br />
hacerse un hueco en el sector. Creo que<br />
lo importante es no dejar de intentarlo<br />
y ser lo más proactivo posible: asistir<br />
a congresos, ferias, conocer a editores<br />
y proponer obras interesantes a las<br />
editoriales. Así que sí, un traductor puede<br />
ganarse la vida en el mundo editorial si<br />
tiene mucha perseverancia.<br />
¿Cuáles son los principales<br />
problemas del mundo de la<br />
traducción? Un, dos, tres, responda<br />
otra vez: los plazos…<br />
Los plazos, las tarifas, las condiciones<br />
contractuales, el intrusismo, la situación<br />
del sector editorial.<br />
¿Cómo se forma un traductor?<br />
Los estudios, los másteres de<br />
traducción, los cursos, ¿son<br />
esenciales y obligatorios? ¿Cómo te<br />
formaste tú?<br />
Yo diría que en la traducción son tan<br />
importantes tanto la formación como la<br />
experiencia. En mi caso, con 13 años ya<br />
sabía que quería dedicarme a traducir<br />
libros y traducía capítulos de libros<br />
que leía en mis ratos libres. No dudé ni<br />
un instante en estudiar la licenciatura<br />
de Traducción e Interpretación en la<br />
Universidad de Málaga e irme un año<br />
de Erasmus a Italia para perfeccionar<br />
el idioma. Al acabar me fui a Inglaterra,<br />
seguí formándome y mejorando el inglés<br />
y posteriormente realicé un Máster de<br />
Traducción en el que aprendí realmente<br />
cómo entrar en contacto con editoriales<br />
y especializarme en el mundo de la<br />
traducción literaria. Desde entonces<br />
no he parado de trabajar y aún así sigo<br />
formándome siempre que puedo porque,<br />
en el fondo, una de las principales<br />
características que debe tener todo<br />
traductor es la curiosidad y las ganas de<br />
aprender y conocer siempre algo más.<br />
Un tema candente en los últimos<br />
meses, por no decir años, es la<br />
visibilidad del traductor. Muchos<br />
apuntan, y con razón, que la<br />
traducción y el traductor sólo son<br />
visibles cuando se han encontrado<br />
errores. Sin embargo, últimamente<br />
hay más concienciación respecto<br />
a la figura y al trabajo de los<br />
traductores. ¿Cómo lo ves tú? ¿Qué<br />
echas de menos en ese aspecto<br />
como traductor? ¿Qué falta, qué<br />
sobra?<br />
Es cierto que para que una traducción<br />
sea considerada buena, el traductor debe<br />
ser invisible, no debe haber nada entre el<br />
libro y el lector, y cuando un lector olvida<br />
que el libro que está leyendo estaba<br />
originalmente en otro idioma podemos<br />
decir que nos encontramos ante un buen<br />
traductor, pero una cosa es que consigas<br />
crear ese vínculo gracias a tu invisibilidad<br />
y otra que no se valore y respete tu<br />
trabajo. Por suerte, se viene incluyendo<br />
cada vez más el nombre del traductor en<br />
la portada de los libros y se le está dando<br />
el reconocimiento que merece. La gente<br />
no debe olvidar que hay alguien que está<br />
haciendo posible que leas a un autor<br />
ruso o chino en tu idioma, y algo que me<br />
sorprende es que en las reseñas o críticas<br />
de libros traducidos, en muchísimos<br />
casos, no hacen mención a la traducción.<br />
¿Cuál es el libro más complicado, y<br />
por qué, que has traducido?<br />
El más complicado ha sido un ensayo<br />
de Giuseppe Mazzini sobre literatura<br />
europea. Su retórica y estilo parecían, por<br />
momentos, imposibles, además de tener<br />
que bregar con la puntuación italiana<br />
del siglo XIX. Aunque ha sido difícil y le<br />
he dado muchas vueltas, he disfrutado<br />
mucho traduciéndolo. ©Rai Robledo<br />
¿Qué es la traducción para ti?<br />
Walter Kerr, por ejemplo, dice que<br />
la traducción es «algo que uno está<br />
haciendo en todos los ámbitos y casi<br />
en todo momento; no solamente<br />
como ejercicio lingüístico sino<br />
como ejercicio hasta psicológico<br />
de comprensión del ser humano.<br />
Uno se está traduciendo a sí mismo<br />
todo el tiempo. Esta es una forma<br />
psicológica de ver el fenómeno<br />
de la traducción: para entenderse<br />
uno tiene que traducirse. Aunque<br />
hablemos el mismo idioma,<br />
para poder comunicarnos entre<br />
nosotros, tenemos que traducirnos<br />
también.»<br />
Estoy de acuerdo con esa afirmación.<br />
Para mí la traducción siempre ha sido<br />
una constante para entenderme y<br />
para entender la realidad. Al igual que<br />
los matemáticos, que dicen que todo<br />
es matemáticas, pienso que todo es<br />
traducción.<br />
¿La labor de qué traductores<br />
admiras? ¿Qué los distingue de los<br />
demás?<br />
Siempre he admirado a María Teresa<br />
Gallego Urrutia por todos los títulos que<br />
ha traducido y también por su lucha en<br />
el reconocimiento de nuestra profesión.<br />
Además, ella me puso en contacto con<br />
Luis Magrinyà, que confió en mí como<br />
lector de originales.
¿Hay algo que creas que es<br />
intolerable en el mundo de la<br />
traducción?<br />
El intrusismo, que a menudo se traduzca<br />
hacia/de una lengua que no se domina.<br />
¿Tienes algún tipo de estrategia a la<br />
hora de traducir? ¿De qué forma te<br />
organizas, cuáles son tus horarios,<br />
etc.?<br />
Me levanto temprano y entre las ocho<br />
y las ocho y media desayuno leyendo<br />
los periódicos. Luego me pongo con<br />
la traducción y así hasta las dos más o<br />
menos; hago algún descanso, ojeo las<br />
redes y salgo a comprar lo que necesite.<br />
Es raro el día que no sigo un poco por<br />
las tardes, pero un par de horas como<br />
mucho, y después estoy con mi bebé.<br />
Los fines de semana no suelo traducir,<br />
aunque eso depende de cómo lleve el<br />
trabajo y el plazo del que disponga. A<br />
esto, añadir que siempre intento leer<br />
libros del autor o escritores afines, me<br />
empapo de todo lo que pueda rodear a la<br />
obra.<br />
2500 palabras, dicen, es lo máximo<br />
que un traductor debería traducir<br />
al día. ¿Es verdad? ¿Cuál es tu<br />
media?<br />
2500 ya es una cifra considerable, pero<br />
muchas veces por los plazos que te dan,<br />
sobre todo trabajando con agencias, se<br />
queda corta. Traduciendo literatura no<br />
me ha dado nunca por calcular cuántas<br />
palabras traduzco, pero para agencia he<br />
hecho más de 2800 en un solo día.<br />
¿Qué libros has traducido hasta<br />
ahora?<br />
El último que he traducido ha sido una<br />
novela italiana del XVIII que me ha<br />
encantado. Trata las peripecias por las<br />
que pasa una joven que se ve obligada a<br />
ganarse la vida siendo actriz y bailarina<br />
en el teatro.<br />
Los anteriores fueron un libro sobre<br />
medicina holística y uno juvenil que me<br />
supuso un gran quebradero de cabeza<br />
porque tenía muchas adivinanzas<br />
y referencias a libros infantiles<br />
estadounidenses.<br />
TEST RÁPIDO<br />
El traductor es... muy necesario<br />
Una escritora: Irène Némirovsky<br />
Un escritor: Roberto Bolaño<br />
Un país literario: Italia<br />
Tu palabra favorita (y vale<br />
cualquier idioma): alcancía.<br />
La palabra más odiada: visualizar.<br />
Un idioma: el italiano<br />
Un libro: Cándido, o el optimismo, de<br />
Voltaire.<br />
Un recuerdo como traductor:<br />
cuando me llegó el libro de mi primer<br />
encargo.<br />
Un recuerdo como lector: ir leyendo<br />
de pequeño los letreros que veía desde el<br />
coche de mi padre.
B reves<br />
A la muerte de Cortázar se publicaron algunos de sus textos inéditos, entre ellos<br />
El Examen, escrito en torno a 1950, en donde pudimos encontrarnos con un autor<br />
joven, en formación, aún por redondear todo un estilo y una capacidad de asombrarnos<br />
que se muestran en la plenitud de Rayuela o de 62 Modelo para armar. En El<br />
Examen ya aparecen los temas habituales de Cortázar; la intelectualidad argentina y<br />
latinoamericana como un modo de vida, en ocasiones artificioso, una actitud crítica<br />
frente a eso que llamamos sociedad cuando queremos decir esta ciudad es tan pequeña,<br />
una irrealidad espacio temporal en donde ser y estar pueden intercambiarse. En<br />
apariencia El examen es una breve historia, transcurre en un solo día, en la que varios<br />
personajes se encuentran y desencuentran en un Buenos Aires pegajoso y envolvente,<br />
mientras llega la hora de realizar un examen universitario. La ciudad se convierte,<br />
entonces, en el marco perfecto para que los jóvenes protagonistas descubran y se<br />
descubran integrantes de un todo. Un todo envuelto en una enigmática niebla que va<br />
envolviendo Buenos Aires de temores, oscuridad, incertidumbre, en ese maravilloso<br />
juego del realismo mágico. Hay quien ha querido ver una velada referencia a la deriva<br />
derechista del peronismo del 50, o el anticipo de la Libertadora, con ese nombre tan<br />
poco apropiado, que el propio Cortázar minimizaba cuando se refería a estas novelas<br />
de juventud (Divertimento es otra de estas, que también vería la luz tras la muerte del<br />
autor) No solo las recurrentes temáticas ya están presentes en El examen, el estilo inconfundible<br />
e irrepetible de Cortázar, la cadencia, el ritmo, los trabajados diálogos, se<br />
adivinan ya en fase de experimentación. Incluso una suerte de capítulos desechables<br />
a modo de diario que finalmente, descartados por algún timorato editor, aparecieron<br />
más tarde publicados como textos independientes bajo el título de Diario de Andrés<br />
Fava. Es El Examen una buena forma de encontrar cómo evoluciona una autor fiel a<br />
un estilo propio desde el principio. Imprescindible para jóvenes autores en busca de<br />
sí mismos.<br />
El examen (Julio Cortázar)<br />
JULIO OLIVA<br />
Entre las cuerdas, cuadernos de un aprendiz de boxeador<br />
Loïc Wacquant<br />
SALVADOR J. TAMAYO<br />
Wacquant, sociólogo francés, colega de Pierre Bourdieu, decide realizar un estudio<br />
sobre el ghetto en Chicago; por «rebeldía y casualidad» termina relacionándose con<br />
los chicos del gimnasio de Woodlawn Boys Club de la calle 63. En la fábrica del boxeador,<br />
va más allá del trabajo de campo, entiende el boxeo como experiencia colectiva<br />
dentro de la miseria del ghetto, como lugar catárquico donde los chicos entrenan<br />
para no pensar, para alejarse de las calles y para entrenar más. Wacquant boxea, termina<br />
formando parte de los «chicos de DeeDee», el único blanco que lo logra aunque<br />
como comenta DeeDee: «los negros siempre hemos sentido simpatía por los franceses».<br />
Actúa como un antropólogo, toma notas, tira fotografías, realiza grabaciones y<br />
lo lleva más allá hasta que se convierte en uno de ellos, donde la actividad académica<br />
es algo tedioso, sin alma, y necesita de la simbiosis del gimnasio, necesita trabajar<br />
las piernas y golpear el saco. Necesita golpear y que le golpeen. Este ensayo muestra<br />
lo mejor de varios aspectos: metodología antropológica, análisis de la depresión económica<br />
urbana en los afroamericanos y narrativa pugilística. Es mejor incluso que la<br />
narrativa pugilística, ya que este ensayo lejos de excentricidades millonarias y egos<br />
de púgiles desclasados, enseña lo mejor del boxeo: sacrificio, superación, sufrimiento<br />
y la representación individual, entre las cuerdas, de un duro trabajo colectivo. Boxear<br />
es la mejor de las decisiones, donde ha abandonado el estado llegan las bandas callejeras,<br />
los narcotraficantes y el hampa, dentro del gimnasio se está a salvo.<br />
El boxeador es un «engranaje» vivo del cuerpo y del espíritu, que desdeña la frontera<br />
entre razón y pasión, que hace estallar la oposición entre la acción y la representación<br />
y, al hacerlo, constituye la superación fáctica de la antinomia entre lo<br />
individual y lo colectivo.
Recomendaciones<br />
LIBRO Gemma Bovery<br />
AUTOR Possy Simmonds<br />
RECOMENDADO POR<br />
Verónica Lorenzo<br />
Global<br />
Personajes<br />
Historia<br />
Estilo<br />
Ritmo<br />
Q Q Q<br />
Q Q Q<br />
Q Q Q Q<br />
Q Q Q<br />
Q Q Q<br />
RESEÑA BREVE<br />
Si me dices que Emma Bovary se ha reencarnado en una inglesa que acaba en Normandía<br />
con su marido restaurador que se llama Charlie Bovery pues, francamente, no te creo.<br />
Bueno, no sé, reencarnar no se reencarna, pero alguna coincidencia sí que existe entre<br />
Emma y Gemma, Bovary y Bovery. Creo que si Mr. Flaubert levantara la cabeza se<br />
habría reído, pero mucho, de verdad, de reventarse de risa, ante la “serie de catastróficas<br />
desdichas” que sufre la inglesa. Posy Simmonds ha encontrado la forma perfecta y original<br />
para homenajear a un clásico de la literatura francesa, una de las mujeres malditas de la<br />
novela romántica europea. Es jugar aquí a buscar las 8 diferencias de los dos cuadros que<br />
aquí se nos presentan.<br />
Global<br />
Personajes<br />
Historia<br />
Estilo<br />
Ritmo<br />
Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q<br />
Q Q Q<br />
LIBRO El cielo de Lima<br />
AUTOR Juan Gómez Barcena<br />
RECOMENDADO POR Guiomar Quintana<br />
RESEÑA BREVE<br />
En este paseo cultural por la increíble Lima de principios del siglo XX, descripción, fantasía<br />
y realidad se entrelazan para dar lugar a un relato cuyos personajes te conquistan, te<br />
camelan, te hacen partícipe de su travesura particular. Juan Gómez Bárcena hace muestra<br />
de cómo el amor por la literatura puede manifestarse simultáneamente en todas sus formas.<br />
La originalidad, el tono, los matices y el trasfondo hacen de esta, su primera novela, un<br />
ejercicio que destaca por su brillantez. Es como una estrella en lo alto de la bóveda celestial,<br />
que torna enriquecedor el viaje al caminante.<br />
LIBRO Compro oro<br />
AUTOR Isaac Rosa<br />
RECOMENDADO POR Alejandro<br />
Larrañaga<br />
Global<br />
Personajes<br />
Historia<br />
Estilo<br />
Ritmo<br />
Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q Q<br />
Q Q Q<br />
Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q<br />
RESEÑA BREVE ¿Es un libro de relatos cortos el desperdicio de fuerzas más grande al<br />
que puede condenarse un escritor? Casi seguro, sí. Una acumulación muy grande de ideas,<br />
de personajes memorables a los que no te puedes atar por su efímera condición. Isaac Rosa,<br />
en su colaboración con el periódico mensual La Marea, fue invitado a aportar uno de estos<br />
relatos cada mes. Historias verdaderas, tristes, muy posibles, exageradamente sugerentes<br />
y, en su gran mayoría, sutiles. Ahora reunidos (sin la ilustración que los acompañaba cada<br />
mes, un claro error) y colocados como primera piedra de una aventura editorial nueva que<br />
parte de una premisa clara: los participantes deben sentirse orgullosos de su trabajo. Solo<br />
espero que esta exigencia mensual no agote la capacidad creativa de Isaac Rosa y podamos<br />
reincorporarnos a alguna de las historias apuntadas. Con más calma, con más tiempo, para<br />
sacarme esta sensación de abandono…
Recomendaciones<br />
LIBRO Los dichos de un idiota<br />
AUTOR Lidia Lê<br />
RECOMENDADO POR Verónica Lorenzo<br />
Global<br />
Personajes<br />
Historia<br />
Estilo<br />
Ritmo<br />
Q Q Q<br />
Q Q Q<br />
Q Q<br />
Q Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q Q<br />
_<br />
RESEÑA BREVE<br />
Los personajes de esta novela corta son la misma novela. Me explico. La novela es rara, curiosa, diferente. Todo<br />
su conjunto llama la atención, de lo radicalmente diferente que es a la novela convencional. El protagonista es un<br />
hombre paralítico, y tal como se siente él, Linda Lê traslada su claustrofobia al estilo de narración. Sin puntuación.<br />
Minúsculas. Monólogos infinitos. Sujetos repetitivos. Insistente. El peso de la vida, la dependencia emocional y<br />
física, la ausencia e inexistencia, querer ser y no poder. ¿Es así la vida o nosotras mismas la provocamos para que se<br />
nos rebela de esta manera?<br />
LIBRO Mi hermana, mi esposa: Lou-Andreas<br />
Salomé<br />
AUTOR H.F. Peters<br />
RECOMENDADO POR Verónica Lorenzo<br />
Global<br />
Personajes<br />
Historia<br />
Estilo<br />
Ritmo<br />
Q Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q Q<br />
Q Q Q Q Q<br />
RESEÑA BREVE Para leer biografías, yo me quedo con las biografías de<br />
mujeres grandes, fuertes, diferentes, desafiantes, revoltosas. Lou Salomé cumple<br />
las expectativas y las supera. Habría que preguntarle a Nietzche o a Rilke, entre sus<br />
amantes más conocidos, si ella es eso o más. ¿Qué tiene ella para haber conquistado<br />
sin querer queriendo a estos grandes hombres, pensadores, literatos? Si aprecian<br />
la belleza, ¿de qué forma ella conforma el ideal? ¿Es en sus escritos, en su visión de<br />
la vida o en su concepto de amor donde encuentran el abrazo cálido que recoge las<br />
migajas de humanidad que se quedan prendidas en nuestra piel tras un largo día?<br />
Me temo que en esta biografía, prologada por Anaïs Nin, no hallaremos todas las<br />
respuestas pero sí despertará en nosotras el gusanillo de conocer más de cerca (tan<br />
de cerca como se muestre en sus escritos) a esta Mujer, así, con mayúscula, y que<br />
se nos contagie un poquito su fuerza y valentía.
B reves<br />
Los misterios de la conexión entre humanos y animales son inmensos. Incluso<br />
las invisibles conexiones entre personas aún hoy inspiran cientos de<br />
teorías. ¿Qué tanto afecta nuestra energía a los seres –no digamos solamente<br />
plantas y mascotas– sino a todos los seres con vida que nos rodean? No es<br />
extraño que las macetas de las casas luzcan espléndidas en las buenas épocas<br />
o comiencen a marchitar inevitablemente sus flores cuando la enfermedad<br />
llega a sus habitantes. Algunas personas conversan con las begonias, visten<br />
con atuendos estrafalarios a sus perros o aseguran que cuando viajan no reconocen<br />
a sus gatos al regresar ingenuos. El libro El matrimonio de los peces<br />
rojos [Páginas de Espuma, 2013] de la escritora Guadalupe Nettel explora<br />
estas conexiones de una manera arriesgada y sutil.<br />
Las cinco historias que la conforman detallan las simetrías que ocurren entre<br />
las experiencias de nuestra vida cotidiana y una velada sintomatología expresada<br />
mediante los animales, insectos y líquenes que rodean a los personajes.<br />
Peces que traducen emociones veladas bajo profundas capas de evasión. Serpientes<br />
míticas/místicas que se debaten entre su simbología oriental (ligada<br />
al renacimiento y la renovación) y su sentido católico (traición o mal). Insectos<br />
revelando la parte ínfima que escondemos, que no por diminuta deja de<br />
ser un rasgo problemático, como el temerle a la luz o preferir los rincones<br />
aislados en aulas y autobuses.<br />
Ya en el primer párrafo se brinda la pista inicial para desentrañar los códigos<br />
que rigen a la obra: «Se aprende mucho de los animales con los que convivimos...<br />
Son como un espejo que refleja emociones o comportamientos subterráneos<br />
que no nos atrevemos ver», afirma la narradora ofreciendo uno de los<br />
lineamientos que instaura su libro.<br />
Mediante una estructura sólida y calibrada –y una vez ingresando en su red<br />
de códigos y guiños– este libro nos hará sentir inmersos en un ensayo en<br />
cinco partes, con sus respectivas tesis, argumentos, ejemplos y conclusiones<br />
hábilmente entretejida desde la ficción y la estética.<br />
Cada relato ostenta un ritmo temporal estricto y ordenado (casi medido por<br />
un metrónomo), amable a su vez con el lector que solamente desea disfrutar<br />
de una buena historia.<br />
Las acciones de los personajes no se ven rebasadas por su descripción psicológica,<br />
con una profundidad reflexiva uniforme en las cinco historias, sin<br />
sobresaltos líricos ni abismos extenuantes. El mundo que cada cuento genera<br />
no es excedido por sus elementos ni estos le quitan protagonismo a los hechos.<br />
Cinco sólidas fábulas con articulaciones, cimientos, ventanas y tomas<br />
de aire bien meditadas; en las cuáles la única falla evidente sería la repetición<br />
de una fórmula que funciona muy bien (sería un error no repetirla en su justo<br />
número).<br />
Confieso que leí consecutivamente un relato durante cada noche de una misma<br />
semana. Aquella lectura lograba un sueño placentero, sin cabos sueltos y<br />
con cierto sabor a magia, a una mitología urbana y decantada, como si diminutos<br />
minotauros escenificaran sus roles nocturnos en la psique del lector.<br />
Arturo Borda afirmaba –en su propuesta casi chamánica– que todos los seres<br />
vivos habitan en cada uno de los hombres y mujeres. Llegó a escribir extensos<br />
diálogos entre cigarras, camélidos, aves y anfibios, en los que cada uno<br />
exponía su íntima correspondencia con su entorno: su función en el mundo.<br />
Después amplió esta idea fauno/panteísta a los objetos de las habitaciones;<br />
muebles, tazas, telas y pinceles.<br />
El mundo íntimo de cada persona acepta esta empatía con sus objetos más<br />
preciados, mascotas de la infancia o libros favoritos. Las cinco historias de<br />
Guadalupe Nettel lograron edificar una de las semanas más salvajes en bastante<br />
tiempo.<br />
El mundo conectado o las cinco sutiles fábulas de Guadalupe Nettel<br />
ALDO MEDINACELI
Novedades narrativa<br />
LIBRO: Cómo aprendí a leer AUTOR: Agnès Desarthe EDITORIAL: Periférica PRECIO: 16,50€<br />
Como una niña que se niega a comer lo que le ponen en el plato, la protagonista de este libro no entendía las<br />
líneas que pasaban ante sus ojos y escupía las palabras. Le gustaban la brevedad, la música y las imágenes de la<br />
poesía, pero obstinadamente se negaba a tragar las grandes novelas. A veces, los planes ideados por su padre,<br />
un prestigioso pediatra, la llevaban a leer novelas negras que sí la cautivaban; pero nunca Madame Bovary,<br />
por ejemplo. Entusiasta y optimista desde bebé, la protagonista pensaba que al acceder al lenguaje estaría en<br />
condiciones de decirlo todo. Habría una palabra para cada sensación, para cada cosa vista, tan eficaz como el dedo<br />
que apunta al cielo con un grito inarticulado y que significa al mismo tiempo: avión, velocidad, flecha, ruido, miedo,<br />
belleza, relámpago, cohete, estrella, azul. Pero las palabras, sentía Agnès ya de adolescente, «eran imprecisas, poco<br />
numerosas, rígidas y ocupaban mucho espacio». Hasta que todo cambió. Eso sí: muchos años después.<br />
H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H H<br />
LIBRO: Kokoro AUTOR: Natsume Soseki EDITORIAL: Impedimenta PRECIO: 19,95€<br />
Ninguna biblioteca de literatura japonesa estaría completa sin Kokoro, la novela más lograda de Natsume Sōseki, la<br />
más profunda y la última que completó antes de su muerte.<br />
Coincidiendo con el centenario de su aparición, Impedimenta publica una nueva traducción de la obra maestra de<br />
Sōseki, que prefiguraría la de autores de la importancia de Akutagawa, Kawabata o Murakami. Kokoro («corazón»,<br />
en japonés) narra la historia de una amistad sutil y conmovedora entre dos personajes sin nombre, un joven y un<br />
enigmático anciano al que conocemos como «Sensei». Atormentado por trágicos secretos que han proyectado una<br />
larga sombra sobre su vida, Sensei se abre lentamente a su joven discípulo, confesando indiscreciones de sus días<br />
de estudiante que han dejado en él un rastro de culpa, y que revelan, en el abismo aparentemente insalvable de<br />
su angustia moral y su lucha por entender los misterios del amor y el destino, el profundo cambio cultural de una<br />
generación a la siguiente que caracterizó el Japón de principios del siglo XX.<br />
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LIBRO: El carnaval de Roma AUTOR: Johann Wolfgang Goethe EDITORIAL: Alba PRECIO:<br />
17,00€<br />
Las fiestas no son el tema principal de Goethe, pero en el curso de sus viajes forzosamente tuvo que participar<br />
en algunas y dejar constancia de sus impresiones. Juan de Sola ha reunido, traducido y prologado en este<br />
volumen dos textos contrapuestos pero igualmente reveladores: El carnaval de Roma (1789), acompañado<br />
por las veinte ilustraciones en color originales de Georg Melchior Kraus, y La fiesta de san Roque en Bingen<br />
(1817). Si el colorido, el desorden y la búsqueda de placer sin trabas que Goethe vio en las calles de Roma le<br />
fascinaron a la vez que, en cierto modo, le perturbaron, también le parecieron algo artificiales y regulados.<br />
En cambio, en la consagración de una capilla católica a orillas de Rin encontró la serenidad, la armonía y<br />
el espontáneo espíritu popular que más se avenían a su sensibilidad. Un fenomenal rito pagano vivido con<br />
derroche y alegría se enfrenta a una festividad religiosa donde todo invita al recogimiento, a la piedad… y al<br />
vino. Dos espléndidas crónicas que, en conjunto, ofrecen una sugerente muestra de la literatura de viajes de<br />
quien Napoleón dijo que poseía, como él mismo, «la virtud de lo completo».<br />
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LIBRO: Canciones de amor a quemarropa AUTOR: Nickolas Butler EDITORIAL: Libros del<br />
Asteroide PRECIO: 21,95€<br />
Henry, Lee, Kip y Ronny crecieron juntos en el mismo pueblo de Wisconsin, Little Wing. Amigos desde niños, sus<br />
vidas comenzaron de manera similar, pero han tomado caminos distintos. Henry se quedó en el pueblo y se casó con<br />
su primera novia, mientras que el resto lo abandonó en busca de algo más: Ronny se convirtió en un famoso cowboy<br />
de rodeo, Kip en exitoso agente de bolsa y Lee en una estrella de rock de fama mundial.<br />
Cuando se vuelven a reunir en una boda, todos tratan de recuperar su vieja amistad pese a lo mucho que han<br />
cambiado. Entre la alegría del encuentro las antiguas rivalidades renacen y los viejos secretos amenazan con<br />
destrozar amistad y amor.<br />
Una novela sobre las cosas que importan: el amor y la lealtad, el poder de la música y la belleza de la naturaleza. Un<br />
relato maravilloso, emotivo y profundo que trata de un viejo tema: ¿podemos sentirnos alguna vez realmente en<br />
casa?<br />
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LIBRO: El infierno de las chicas AUTOR: Kyusaku Yumeno EDITORIAL: Satori PRECIO: 18,00€<br />
Tres relatos turbadores que penetran en la mente femenina para desvelar sus misterios y su talento para la maldad.<br />
Las tres protagonistas de El infierno de las chicas intentan sobrevivir en un mundo sórdido sometidas a<br />
la voluntad de los hombres mientras vagan por un retorcido laberinto de engaños, intrigas y callejones sin<br />
salida construido con maestría por uno de los escritores más innovadores de la literatura japonesa moderna.<br />
Kyusaku Yumeno fue un escritor de misterio admirado por su oscura imaginación y por su talento para ir más allá de<br />
los límites establecidos para el género. Comparado frecuentemente con Kafka y Poe, sus obras inquietantes, atrevidas<br />
y de estilo inconfundiblemente bizarre reciben hoy el reconocimiento del que su autor no pudo disfrutar en su tiempo.
Novedades narrativa<br />
LIBRO: El parque AUTOR: Marguerite Duras EDITORIAL: Menoscuarto PRECIO: 13,50€<br />
Un encuentro casual entre una joven empleada de hogar y un vendedor ambulante, en un banco de uno de esos<br />
bellos parques que pueblan algunas plazas parisinas, sirve de argumento a Marguerite Duras para enfrentar dos<br />
visiones antagónicas del mundo y de la vida. Ella rebelde, a la espera de un marido que la saque de su infelicidad;<br />
él resignado y sin coraje para emprender una nueva vida. Un magnífico y revelador diálogo en el que dos almas se<br />
desnudan y aproximan para escapar de su angustiosa soledad, sin cerrar la puerta a la esperanza de que ambas<br />
posturas puedan reconciliarse.<br />
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LIBRO: Los últimos AUTOR: Juan Carlos Márquez EDITORIAL: Salto de página PRECIO: 14,90€<br />
Un grupo de supervivientes vaga por una Tierra devastada, eludiendo una misteriosa amenaza, hasta encontrar<br />
refugio en las ruinas de Disney World. Y, como corresponde tras un Apocalipsis, lo que sigue es un nuevo Génesis.<br />
Pero esta vez Adán y Eva no están solos. En las páginas de Los últimos el lector encontrará mutaciones, canibalismo,<br />
persecuciones y viajes espaciales; también unos personajes que intentan preservar su humanidad en un marco<br />
extremadamente hostil, lleno de privaciones, duelos y penalidades. Desde la original revisión de premisas arraigadas<br />
en el centro de nuestra tradición narrativa, y transitando referencias no menos evidentes a las series de televisión, el<br />
cómic y los videojuegos, Márquez resuelve una novela sorprendente y singular.<br />
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LIBRO: La casa de las persianas verdes AUTOR: George Douglas Brown EDITORIAL: Ardicia<br />
PRECIO: 22,00€<br />
Esta novela ambientada en Barbie, un ficticio pueblo escocés de mediados del siglo XIX, narra el ascenso y<br />
caída de John Gourlay, hombre tiránico y orgulloso que ha conseguido amasar una pequeña fortuna gracias<br />
a sus negocios. Desde la atalaya de su privilegiada posición, representada por la casa de persianas verdes que<br />
ha levantado en lo alto del pueblo como símbolo de su poderío, contempla con indisimulado desprecio su<br />
entorno, cercado por el veloz avance de la sociedad industrial.<br />
Además de combatir las conspiraciones de sus celosos conciudadanos, Gourlay deberá afrontar otras<br />
dificultades. Y es que, tras la esplendorosa fachada de su propiedad, se esconden unas conflictivas relaciones<br />
familiares. El regreso a la aldea de un antiguo vecino provocará una avalancha de acontecimientos fraguados<br />
en silencio durante años. Con esta novela, traducida por primera vez al español, George Douglas Brown<br />
inauguró la literatura escocesa moderna.<br />
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LIBRO: Aires nuevos AUTOR: Peter Kocan EDITORIAL: Sajalín PRECIO: 21,50€<br />
Un chico de catorce años, su hermano pequeño y su madre llegan tras un largo viaje en tren a una ciudad desconocida<br />
huyendo de un marido y padrastro violento. La madre, acuciada por la carga de sus circunstancias y harta del<br />
carácter retraído y temeroso de su hijo adolescente, le obliga a buscar empleo. El chico emprende así un periplo<br />
que en sucesivas etapas lo lleva del campo a la ciudad y de la ciudad al campo y lo relaciona con jóvenes y adultos de<br />
variada condición. Sin embargo, en su aventura marcada por la huida y el abandono, el chico recurre con creciente<br />
frecuencia a su imaginación en busca de reparo: el soldado ficticio Diestl le infunde coraje ante la adversidad, y sus<br />
fantasías con Grace Kelly le entregan una belleza de la que el mundo que tiene ante sí carece por completo. Con la<br />
mente a la deriva y la posibilidad de una vida grata cada vez más lejana, el chico comienza un lento descenso por el<br />
abismo de la locura y la violencia.<br />
Como un Dickens contemporáneo dotado de una peculiar fuerza poética, Peter Kocan se nutre de su adolescencia<br />
desamparada para narrar los vagabundeos y fabulaciones de un chico a punto de extraviarse.<br />
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LIBRO: Para cada tiempo hay un libro AUTOR: Alberto Manguel y Álvaro Alejandro<br />
EDITORIAL: Sexto Piso PRECIO: 11,50€<br />
A lo largo de su trayectoria como escritor, Alberto Manguel ha dedicado un espacio importante al tema de los libros y la<br />
lectura, una de sus grandes pasiones. En este libro algunas reflexiones y pequeños homenajes de Manguel a la literatura<br />
dialogan con las originales fotografías de Álvaro Alejandro. Para cada tiempo hay un libro es a la vez un registro y un<br />
homenaje a ese objeto que, pese a las múltiples amenazas sobre su extinción, continúa formando parte fundamental de<br />
nuestra cultura. Y es que, como bien explica Alberto Manguel, podrán cambiar muchas cosas, pero mientras existan<br />
esos seres extraños llamados lectores, el acto literario esencial permanecerá vigente e inalterado por la fuerza misma de<br />
quienes, como él, no conciben su existencia sin la presencia constante de ese acto.
Novedades poesía<br />
LIBRO: Poesía completa AUTOR: Boris Vian EDITORIAL: Renacimiento PRECIO: 25€<br />
Por primera vez en edición bilingüe francés/español, la poesía completa de Boris Vian. Tan solo dos colecciones<br />
Barnum’s Digest y Cantinelas en jalea aparecen en vida del e scritor. Los Cien sonetos que empieza a crear tal vez a<br />
finales de los años treinta y el primer lustro de los cuarenta son publicados en 1984 de la mano del editor Jean-Jacques<br />
Pauvert; los poemas agrupados en torno a No quisiera palmarla lo hacen en 1962, con notable éxito de ventas en la<br />
década de los sesenta y setenta. Si comparamos su producción poética con el resto de su obra, puede pensarse que esta<br />
ocupa un lugar relativamente reducido. Pero lo cierto es que ya se hable de poesía, de novela, de teatro o de canción,<br />
el espíritu poético que preside el conjunto de lo escrito por Boris Vian es incuestionable. De hecho, a lo primero que<br />
debemos dar el calificativo de poético es a su vida, fuertemente impulsada por un deseo transformador propio de<br />
alguien que quiere construir un mundo a su medida, que quiere hacer de la vida algo diferente a lo que llamamos<br />
realidad. Vida y obra están íntimamente unidas en Vian, el hombre se encuentra siempre detrás de su escritura,<br />
mudado a una nueva dimensión, la del yo poético, es decir, la de la vida poética.<br />
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LIBRO: El sueño de Visnu AUTOR: David Meza EDITORIAL: El Gaviero PRECIO: 20€<br />
“Desde un par de años hasta ahora he estado fuera de la escritura poética. Me olvidé de la poesía y ella se olvidó<br />
de mí. Hicimos una tregua. Un son de paz. Un pacto de silencio. Pero en momentos como este, que leo Marta de<br />
David Meza, me doy cuenta que perdí. Me perdí. Entre ese momento de silencio y este instante pasaron siglos.<br />
Siglos en que poetas nacidos en la década del noventa han venido a relevar todo lo hecho hasta ahora. David Meza<br />
sea quizá el primero de ellos, el primogénito, con su libro mayor El sueño de Visnu, del cual Marta es una parte.<br />
Cuando digo libro mayor no sólo me refiero al proyecto sino que a una obra que sin lugar a dudas es un punto de<br />
quiebre entre el presente y el futuro. Entre lo que se escribió y lo que se escribirá. Decenas de siglos leídos desde la<br />
extrañeza de un muchacho que sueña con un Cristo extraterrestre con cola de serpiente, cabeza de pez y agallas.<br />
Todo el Nuevo Testamento estaba escrito bajo el mar y no lo sabíamos. Hace mucho que no me emocionaba hasta<br />
las lágrimas con un libro de poesía. Nuevamente ha sucedido. Este poeta es un ángel. No lo lean, escúchenlo en<br />
sueños. Su obra es una sinfonía celeste y submarina. Su obra no se parece a nada que exista en este mundo. Su<br />
obra es la obra de miles de años en que la poesía retuvo a la profecía entre sus brazos. Por fin se ha liberado.”<br />
Héctor Hernández Montecinos<br />
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LIBRO: La mujer cíclica AUTOR: Laia López Manrique EDITORIAL: La Garúa PRECIO: 10€<br />
Laia López Manrique abre en La mujer cíclica algo parecido a una madriguera: escritura-hueco para alojar las<br />
voces de distintas mujeres y confundirlas con la propia voz. Construcción de una morada necesaria, sin término<br />
posible: frágil como lo que solo puede hablar desde su precariedad, circular como el pulso de una escritura en<br />
la que la propia idea de tiempo colapsa y se reincorpora en el presente del poema, en su cuerpo que acusa el<br />
daño. En todo caso, parche, madeja en la que los hilos de las voces individuales se con-funden para tejer un<br />
abrigo disolviendo cualquier ilusión de univocidad y recordándonos que la voz que creemos propia no es más<br />
que un préstamo. Palabra para decir la carencia e inaugurar un trayecto no lineal, retorcido, inclinado en cada<br />
recodo para detenerse y rescatar lo que el canon patriarcal arrojó a las cunetas. De este lugar desposeído de<br />
enunciación da cuenta la poeta al decir: «Elegí hablar desde una fractura. Desde lo torcido. Desde un umbral<br />
que aguarda su propia ingrata resistencia».<br />
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LIBRO: Prohibido silbar AUTOR: Sofía Castañón EDITORIAL: Baile del sol PRECIO: 10€<br />
Ni pisar el césped descalzos ni jugar a la pelota en la plaza. Ni la reunión ni la expresión. Como en esos bares en los que se<br />
prohibe cantar, ya hasta el sonido del aire en los pulmones molesta.<br />
Y precisamente porque todo está prohibido, sólo silbar no es suficiente. Ya que nada se puede, que todo sea voz. Lejos del<br />
canto ligero de quien transita las calles, el uso de la llamada en grito.<br />
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LIBRO: Vita nova AUTOR: Louis Glück EDITORIAL: Pre-textos PRECIO: 17€<br />
Louis Glück es autora de más de nueve libros de poesía y de una colección de ensayos, Proofs and Theories, que obtuvo<br />
el Premio PEN/Martha Albrand.Fue galardonada con el Premio Nacional de la Crítica por The Triumph of Achilles, el<br />
Premio Pulitzer por The Wild Iris (El iris salvaje, Pre-Textos, 2006), y el primer Premio otorgado por los lectores del<br />
New Yorker, además del Premio Bollingen, por Vita Nova. Entre otros, cuenta también con el Premio Nacional Bobbit<br />
otorgado por la Biblioteca del Congreso, el Premio William Carlos Williams otorgado por la Asociación de Poetas de<br />
Estados Unidos, el Premio Fundación Lannan y el Premio Ambassador, otorgado por la Unión de Hablantes de lengua<br />
inglesa.Louise Glück es miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras y profesora en el Williams College.<br />
Vive en Cambridge, Massachusetts. La editorial Pre-Textos también publicó su libro de poemas Ararat, en 2008, Las<br />
siete edades y Averno, en 2011.
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