c. pozo 204-grafo.qxd - Editorial Sal Terrae
c. pozo 204-grafo.qxd - Editorial Sal Terrae
c. pozo 204-grafo.qxd - Editorial Sal Terrae
¡Convierta sus PDFs en revista en línea y aumente sus ingresos!
Optimice sus revistas en línea para SEO, use backlinks potentes y contenido multimedia para aumentar su visibilidad y ventas.
Las fuentes de la energía interior
Colección «EL POZO DE SIQUEM»<br />
<strong>204</strong>
Anselm Grün<br />
Las fuentes<br />
de la energía interior<br />
Cómo evitar el agotamiento<br />
y aprovechar las energías positivas<br />
<strong>Editorial</strong> SAL TERRAE<br />
Santander – 2007
Título del original en alemán:<br />
Quellen innerer Kraft.<br />
Erschöpfung vermeiden – Positive Energien nutzen<br />
© 2005 by Verlag Herder<br />
Freiburg im Breisgau<br />
www.herder.de<br />
Traducción:<br />
José Pedro Tosaus<br />
© 2007 by <strong>Editorial</strong> <strong>Sal</strong> <strong>Terrae</strong><br />
Polígono de Raos, Parcela 14-I<br />
39600 Maliaño (Cantabria)<br />
Tfno: 942 369 198<br />
Fax: 942 369 201<br />
salterrae@salterrae.es<br />
www.salterrae.es<br />
Diseño de cubierta:<br />
Fernando Peón / <br />
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley,<br />
cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública<br />
y transformación de esta obra sin contar con la autorización<br />
de los titulares de la propiedad intelectual.<br />
La infracción de los derechos mencionada<br />
puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual<br />
(arts. 270 y s. del Código Penal).<br />
Con las debidas licencias<br />
Impreso en España. Printed in Spain<br />
ISBN: 978-84-293-1686-5<br />
Depósito Legal: BI-10-07<br />
Impresión y encuadernación:<br />
Grafo, S.A. – Bilbao
Índice<br />
<br />
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7<br />
1. Fuentes turbias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15<br />
Emociones negativas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17<br />
Modelos destructivos de vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29<br />
Exaltación religiosa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38<br />
2. Fuentes claras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 46<br />
Referencia a la infancia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47<br />
Amenazas en nuestro interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52<br />
Caminos hasta los recursos propios . . . . . . . . . . . . . 57<br />
De dónde procede la salud . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68<br />
El niño interior . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74<br />
3. La fuente del Espíritu Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . 77<br />
Impulsos saludables . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81<br />
El fruto del Espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 86<br />
Virtudes y valores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 102<br />
Sentido y orientación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109<br />
– 5 –
4. El camino espiritual . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 114<br />
Palabras llenas de Espíritu . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 115<br />
Meditación y oración . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 119<br />
La fuerza de los ritos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 124<br />
Tiempos de silencio y tranquilidad . . . . . . . . . . . . . 125<br />
La experiencia de la Naturaleza . . . . . . . . . . . . . . . . 127<br />
5. Imágenes bíblicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131<br />
6. Las fuentes de las que yo bebo . . . . . . . . . . . . . . . 136<br />
7. Busca tus propias fuentes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 148<br />
Bibliografía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157<br />
– 6 –
Introducción<br />
<br />
Cuando te encuentras con una persona agobiada y extenuada,<br />
siempre es lo mismo: no sólo está resignada y sin<br />
ánimo, sino también, literalmente, sin aliento. Dice que<br />
necesita tiempo para volver a respirar. Cuando acompaño<br />
a personas así, a lo largo de las conversaciones que mantengo<br />
con ellas escucho también lo mucho que ansían concebir<br />
una nueva esperanza. Al parecer, en las condiciones<br />
en que se encuentran en ese momento no perciben ya en<br />
su interior fuente alguna de la que puedan beber. La imagen<br />
de la fuente reseca resulta inmediatamente obvia en<br />
este contexto: de pronto, aquello de lo que solemos vivir<br />
ya no vale nada. Quien está agotado se siente vacío y reseco.<br />
Tampoco es ya creativo. Ha perdido su capacidad de<br />
crear. Ya no se percibe a sí mismo, está descontento, exhausto,<br />
y con bastante frecuencia se siente como pisoteado<br />
por las muchas personas que constantemente reclaman<br />
algo de él.<br />
Hoy en día, no se habla sólo de agotamiento, sino también<br />
de burn-out, de «estar quemado». Se trata de la misma experiencia:<br />
uno ya no tiene fuerzas, no percibe ya vida alguna<br />
en su interior. Las profesiones centradas en la ayuda<br />
a los demás padecen este fenómeno de modo especial.<br />
– 7 –
Pero también sufren esta amenaza personas que se encuentran<br />
en otros contextos de mayor responsabilidad y se<br />
sienten expuestas a un gran estrés: cuando al entrenador<br />
de fútbol Otmar Hitzfeld, en una situación en la que la presión<br />
de las expectativas de los aficionados era enorme, le<br />
preguntaron si deseaba entrenar a la selección nacional<br />
alemana, él rechazó la oferta aduciendo que su «batería»<br />
estaba agotada. Un alto directivo, en cambio, decía que se<br />
sentía quemado como un cohete. Ahora bien, como todo el<br />
mundo sabe, un cohete quemado ya no sirve para nada.<br />
Cuando la gasolina se ha gastado, el depósito del automóvil<br />
se puede rellenar de nuevo en los surtidores de las compañías<br />
petrolíferas a cambio de dinero. Las baterías, en<br />
cambio, se pueden cargar de nuevo.<br />
Pero nosotros no somos máquinas. ¿Qué sucede con<br />
nuestras energías anímicas cuando nos sentimos sin fuerzas<br />
y «en las últimas»? ¿Cómo puedo encontrar el camino<br />
de vuelta a las fuentes de mi vida?<br />
Las personas agotadas y quemadas anhelan fuentes de<br />
energía de las que poder beber. «Mi fuente de energía»: así<br />
se anuncia en grandes carteles una empresa de agua mineral;<br />
otra utiliza el eslogan «La fuente de pura fuerza»<br />
–uniendo así, igualmente por asociación, los valores «vital»,<br />
«vigoroso», «atractivo», «joven» y «sano»–. Al parecer,<br />
desean responder al ansia que la gente siente de frescor<br />
y vitalidad. Hoy día, lo que se busca en muchos cursos<br />
para directivos es, sobre todo, «repostar» de nuevo, «recargar<br />
la batería» y entrar en contacto con las propias<br />
fuentes interiores de energía. La psicología habla hoy a<br />
menudo de «recursos psíquicos». La palabra «recursos»,<br />
que procede del francés (ressources), denota unas reservas<br />
a las que se puede recurrir y unas fuentes (sources) de las<br />
– 8 –
que se puede beber. El vocablo deriva, en último término,<br />
del latín «resurgere», que significa «levantarse de nuevo».<br />
Es la misma palabra que en la Biblia se emplea para hablar<br />
de la resurrección de Jesús.<br />
Nuestros recursos están a menudo escondidos bajo una<br />
gruesa corteza. Por tanto, primero hay que sacarlos a la<br />
luz. Cuando llegue hasta el núcleo interior en el que está<br />
condensada –in nuce– toda la fuerza, fluirá en mi pensamiento<br />
y en mi hacer energía suficiente, algo brotará en<br />
mí. Este núcleo lleno de energía y de promesas se encuentra<br />
dentro de cada uno de nosotros. Pero se requiere el silencio<br />
para romper la corteza que envuelve ese núcleo.<br />
Sólo así conseguirá éste que florezca la vida en nosotros y<br />
dé fruto abundante.<br />
Son muchos los que tienen hoy la sensación de que la<br />
fuente de la que viven se ha enturbiado, que ha perdido su<br />
capacidad renovadora, que está enlodada por actitudes que<br />
no le hacen ningún bien al alma o por emociones que desde<br />
fuera contaminan una fuente inicialmente pura. Muchas<br />
de esas personas anhelan una claridad que las reanime<br />
y les dé vida. Cuando, en mis charlas, hablo de las<br />
fuentes de las que bebemos, sobre todo de las fuentes espirituales,<br />
los asistentes siempre me preguntan cómo se<br />
puede entrar en contacto con esa fuerza interior que yo llamo<br />
«la fuente del Espíritu Santo».<br />
Detrás de tales preguntas no detecto únicamente la manera<br />
en que muchas personas perciben consciente o inconscientemente<br />
una situación vital que las hace enfermar.<br />
Percibo también el ansia vehemente de algo que las sane<br />
y las fortalezca.<br />
– 9 –
Otros tienen la impresión de que su fuente no fluye ya<br />
sin trabas, que amenaza con secarse, que su agua es absorbida<br />
en algún punto del terreno... En el profeta Jeremías<br />
se encuentra la imagen de las cisternas agrietadas cuya<br />
agua es inútilmente absorbida por la tierra circundante.<br />
La Biblia llama a Dios como tal la fuente inagotable.<br />
Jeremías reprocha a la gente el haber abandonado a Dios,<br />
la fuente de agua viva, «para hacerse cisternas, cisternas<br />
agrietadas que el agua no retienen» (Jr 2,13). Ésta es una<br />
imagen que responde a la situación de muchas personas<br />
hoy: no saben adónde ha ido a parar el agua de la que en<br />
otro tiempo bebían. Se ha filtrado por el suelo, y sólo Dios<br />
sabe adónde ha ido a parar.<br />
Pozos y fuentes forman parte de las imágenes básicas de<br />
nuestra cultura, porque no podemos vivir sin agua.<br />
Cuando, tras la reapertura del monasterio en el año 1913,<br />
los monjes de la abadía de Münsterschwarzach perforaron<br />
un <strong>pozo</strong>, al llegar a los 5 metros de profundidad dieron ya<br />
con agua. Pero se trataba de agua de superficie que enseguida<br />
era absorbida por el terreno. Cuando hacía calor, dejaba<br />
de salir. El agua, además, estaba expuesta a muchos<br />
enturbiamientos. Los monjes tuvieron que seguir perforando<br />
hasta que, a los 80 metros de profundidad, dieron finalmente<br />
con aguas subterráneas. Éstas eran casi inagotables.<br />
Incluso cuando en verano tenían gran necesidad de<br />
agua, el nivel de las aguas subterráneas apenas descendía.<br />
Para mí es ésta una hermosa imagen: cuando no ahondamos<br />
lo suficiente, sólo encontramos agua turbia. A veces<br />
estas fuentes parecen ser perfectamente claras; podemos<br />
saciar nuestra sed con ellas; pero en cuanto hemos bebido<br />
de ellas durante un tiempo, se secan. Son fuentes que<br />
sólo nacen en la superficie de nuestra alma. Tan pronto co-<br />
– 10 –
mo en nuestra vida empieza a hacer calor, se secan. Y se<br />
enturbian constantemente, debido a las influencias externas.<br />
También hay fuentes que son ya turbias de por sí, de<br />
manera que no pueden dar verdadera energía. No podemos,<br />
por tanto, quedarnos en la superficie si queremos tener<br />
agua clara que dé vida. Debemos penetrar hasta aquellas<br />
fuentes que realmente nos refresquen, hagan fecunda<br />
nuestra vida y aclaren lo turbio que hay en nosotros.<br />
Todos apreciamos la diferencia en nuestra propia vida cotidiana:<br />
a veces podemos trabajar y hacer mucho sin agotarnos.<br />
Cuando durante las vacaciones, por ejemplo, nos<br />
levantamos a primera hora de una mañana soleada, somos<br />
capaces, sin más, de dar una larga caminata. En tales días,<br />
eso nos resulta divertido, pese al enorme esfuerzo que nos<br />
exige. Pero también hay días en los que no conseguimos<br />
nada. Nos sentimos cansados y agotados. No tenemos<br />
ningún verdadero estímulo. De vez en cuando, nos paraliza<br />
también un sentimiento de desgana. No querríamos en<br />
absoluto afrontar lo que nos espera ese día. El miedo a un<br />
empleado puede bloquearnos. La presión a la que nos sentimos<br />
expuestos en el trabajo nos arrebata toda energía. La<br />
pregunta es: ¿de dónde sacamos nuestra fuerza?<br />
Podemos observarlo en nosotros: a veces brota en nosotros<br />
mismos, y luego florece también a nuestro alrededor.<br />
Pero también tenemos la experiencia contraria: la de<br />
sentirnos agotados, descontentos y amargados. Podemos<br />
salir de allí: siempre que estamos agotados, es que bebemos<br />
de una fuente turbia.<br />
Estar agotado no significa lo mismo que estar cansado.<br />
El cansancio puede ser «enorme». Cuando llegamos a casa,<br />
después de una dura caminata, estamos «muy cansados»,<br />
pero a la vez, y a pesar del cansancio, nos sentimos<br />
– 11 –
perfectamente bien. Nos percibimos. Estamos agradecidos<br />
por lo que hemos hecho. Pese a todo, nos sentimos vivos.<br />
También cuando hemos tenido un día duro de trabajo estamos<br />
cansados. Pero este cansancio está a la vez lleno de<br />
agradecimiento. Estamos determinados por este sentimiento<br />
positivo: ha merecido la pena dedicarse a la gente.<br />
Por supuesto que el cansancio también guarda relación<br />
normalmente con el resultado del trabajo. Cuando hemos<br />
tenido éxito, es un cansancio positivo, mientras que un<br />
fracaso nos hace sentirnos descontentos. Pero cuando estemos<br />
agotados y amargados, descontentos y vacíos, debemos<br />
al menos preguntarnos: ¿de qué fuente acabamos<br />
de beber? Por lo demás, es completamente natural, y en<br />
modo alguno inusitado, que bebamos también de fuentes<br />
turbias. Pero la tarea, en ese caso, ha de ser darse cuenta<br />
de ello y cavar más hondo aún para entrar en contacto con<br />
las fuentes claras y refrescantes.<br />
Las fuentes han tenido desde siempre algo de fascinante y<br />
han atraído a los seres humanos como lugares especiales.<br />
El agua da vida y la renueva. Dado que el agua de manantial<br />
procede del fondo de la tierra y está libre de impurezas,<br />
las fuentes siempre han sido consideradas sagradas y<br />
especialmente dignas de protección. El agua de una fuente<br />
no sólo apaga la sed momentánea, sino que sigue saliendo<br />
a borbotones y se convierte así en posibilidad de<br />
una renovación constante de la vida. Estas fuentes vivificadoras<br />
fueron a menudo especialmente veneradas o incluso<br />
vinculadas a un dios o a una diosa. Para la religión<br />
antigua la fuente es un lugar de fuerzas divinas. Los seres<br />
humanos percibieron ya en los albores de la historia que<br />
de la fuente no sólo depende la vida exterior, sino también<br />
– 12 –
la interior. En Grecia, el protector de las fuentes era<br />
Apolo: el dios del claro entendimiento. Las fuentes claras<br />
eran también promesa de un pensamiento claro, no enturbiado<br />
por impurezas a causa de los afectos. Los hontanares<br />
también eran a menudo lugares donde se pronunciaban<br />
oráculos. Hasta allí se acudía en peregrinación para recibir<br />
de la esfera divina una indicación para la propia vida. En<br />
Israel, los <strong>pozo</strong>s eran considerados sagrados. El <strong>pozo</strong> de<br />
Jacob en Siquén sigue fascinando todavía hoy a los peregrinos.<br />
Cuando beben del agua fresca que de él se obtiene,<br />
entienden que Jesús mantuviera con la samaritana una<br />
conversación sobre el agua viva precisamente junto a ese<br />
<strong>pozo</strong>. Los cuentos hablan de la fuente de la juventud, en la<br />
que uno se siente como recién nacido, y lo viejo y gastado<br />
se renueva.<br />
La piedad popular cristiana retomó el anhelo que vinculaba<br />
a los seres humanos con la fuente y lo relacionó con la<br />
veneración de María, la Madre de Dios, y con determinadas<br />
experiencias maravillosas. Cuando María se aparece,<br />
brota agua nueva a borbotones; ejemplo de ello son<br />
Lourdes, Bad Elster o Wembing, donde existe el lugar de<br />
peregrinación Maria Brünnlein. De la fuente de María esperan<br />
los piadosos peregrinos curación y alivio de sus enfermedades<br />
y dolencias y nueva orientación para su vida.<br />
Al parecer, los seres humanos han esperado desde siempre<br />
el buen éxito de su vida de fuentes curativas y claras. Lo<br />
que la historia de las religiones y la piedad popular nos demuestran<br />
quisiera yo elevarlo, en las páginas que siguen,<br />
a un plano espiritual y terapéutico. Son los criterios de una<br />
vida correcta lo que nos interesa cuando nos preguntamos<br />
cómo podemos, cuando aguardamos sanación y fortalecimiento,<br />
orientación y reanimación, no sólo regirnos por<br />
– 13 –
fuentes exteriores, sino entrar en contacto con la fuente interior<br />
que Dios nos ha regalado para que bebamos de ella<br />
y nos reanimemos y fortalezcamos en ella.<br />
De las fuentes de las que bebemos depende que nuestra vida<br />
tenga o no buen éxito. Por eso en el presente libro quisiera<br />
yo describir aquellas que abastecen nuestra vida de<br />
agua siempre fresca y vivificadora. Para mí, éstas son en<br />
primer lugar los comportamientos y actitudes frente a la<br />
vida que he aprendido de mis padres o son innatos a mi naturaleza.<br />
En segundo lugar, entiendo por tal fuente aquella<br />
que nunca se seca porque es infinita y divina: en las páginas<br />
que siguen la denomino «fuente del Espíritu Santo».<br />
Muchas personas anhelan que esta fuente interior y pura<br />
del Espíritu Santo sane sus heridas y les dé fuerza para superar<br />
las continuas dificultades de su vida. Al mismo tiempo,<br />
muchos sienten esta fuente interior amenazada por actitudes<br />
negativas en su propia vida o por influencias exteriores.<br />
Por eso quisiera empezar mencionando las fuentes<br />
turbias de las que beben muchos. Sólo cuando las hayamos<br />
reconocido, podremos penetrar, a través de ellas, hasta<br />
la fuente pura que se encuentra en el fondo mismo del<br />
alma y que es inagotable, porque no mana sólo de nosotros,<br />
sino en última instancia de Dios.<br />
– 14 –
1<br />
Fuentes turbias<br />
<br />
Constantemente escucho las quejas de quienes padecen el<br />
agobiante ambiente del mundo laboral de hoy día, donde<br />
los empleados se ven incitados a ser lo más ambiciosos posible<br />
y a labrarse como sea su propia carrera profesional<br />
sin tener en cuenta a sus compañeros, donde los demás son<br />
manejados y utilizados sólo para favorecer el progreso personal.<br />
Se exige un comportamiento agresivo y capacidad<br />
para imponerse, cosas ambas que para puestos directivos<br />
constituyen prácticamente un requisito obvio. La capacidad<br />
de asumir cargas es una virtud que se da absolutamente<br />
por sobrentendida y que, además, se ha de poner a prueba<br />
en todo momento. Y cada cual se ve incitado a transmitir<br />
esa presión. Tiene que presionar tanto a los propios empleados<br />
como a los proveedores hasta que den de sí lo «óptimo»<br />
(definido en el sentido que le da la propia empresa).<br />
El que muchos apenas puedan aguantar ya esta presión<br />
permanente, es algo que no importa en lo más mínimo. Las<br />
actitudes agresivas, sin embargo, en modo alguno producen<br />
el máximo rendimiento; al contrario: con frecuencia<br />
bloquean prácticamente la creatividad y acarrean nuevos<br />
problemas: miedo, desgana y agotamiento. Muchos inte-<br />
– 15 –
iorizan esa tensión constante y acaban enfermando. No es<br />
ésta la razón menos importante por la que la hipertensión<br />
arterial se ha convertido en una enfermedad muy extendida,<br />
pues la gente no puede ya arreglárselas con esa presión<br />
interna permanente. Cuando, simplemente, se les exige algo<br />
sin indicarles de qué fuentes pueden beber para realizar<br />
lo exigido, la consecuencia es la sensación de una exigencia<br />
excesiva. Las depresiones, en muchos casos un grito de<br />
socorro que el alma lanza contra unas demandas excesivas,<br />
aumentan cada vez más. Hoy, en efecto, se habla de depresión<br />
por agotamiento, que aparece precisamente cuando<br />
la fuente interior está «agotada», es decir, cuando se seca<br />
porque se ha pretendido explotarla demasiado aprisa y<br />
de un modo demasiado insensible.<br />
Que la fuente de la que brota el trabajo de cada cual es<br />
turbia o clara se refleja en lo que cada persona irradia. Un<br />
empleado de una gran empresa me contaba que un jefe de<br />
sección trabajaba 14 horas al día. Pese a ello, su sección<br />
era la más descontenta de todas. Bastaba preguntar el porqué<br />
para que todo quedara enseguida perfectamente claro:<br />
trabajaba tanto para hacerse intocable frente a las críticas.<br />
No quería afrontar a los empleados ni sus peticiones, sino<br />
que se atrincheraba detrás del trabajo. Siempre que alguien<br />
dice: «Primero trabaja tanto como yo, y luego hablamos»,<br />
podemos deducir de sus palabras que esa persona<br />
está bebiendo de una fuente turbia. Si trabaja tanto, es<br />
para no hacer frente a las dudas suscitadas por otros empleados.<br />
O se esconde detrás de su trabajo para rehuir las<br />
críticas de sus hijos y de su mujer. Cuando sus hijos le manifiestan<br />
su deseo de que les dedique más tiempo, él les<br />
responde: «¿Qué más queréis que haga? ¡Como si no tuviera<br />
ya mucho que hacer...!». De una actitud así surge una<br />
cierta agresividad. Por más que uno se mate a trabajar de<br />
– 16 –
ese modo, su trabajo no acarreará bendición alguna, sino<br />
que producirá descontento y amargura. Quien bebe de la<br />
fuente del Espíritu Santo irradia ligereza, fecundidad y vitalidad.<br />
Contagiará también a sus empleados el gusto por<br />
el trabajo. De él fluirá no sólo el trabajo, sino también la<br />
sensación de estar vivo. Fluirá de él sin que por ello quede<br />
agotado. Para poder descubrir esta fuente pura dentro<br />
de nosotros, primero debemos afrontar las fuentes turbias,<br />
para a través de ellas dar con las fuentes claras en el fondo<br />
mismo de nuestra alma.<br />
Emociones negativas<br />
Las emociones negativas enturbian las fuentes de las que<br />
bebemos. Como es sabido, nuestras emociones tienen<br />
efectos distintos sobre nuestra vida. La tiñen positiva y negativamente.<br />
Tienen un efecto vivificante, pero también<br />
pueden provocar efectos destructivos y devastadores.<br />
Cuando determinan negativamente nuestra vida, acaban<br />
convirtiéndose en actitudes que se graban y que marcan y<br />
determinan continuamente nuestro comportamiento.<br />
El miedo, por ejemplo, puede desempeñar en nuestra vida<br />
un papel positivo de advertencia y, por tanto, de protección<br />
de la vida. Pero como fuerza destructiva se apodera<br />
de nosotros, nos paraliza y nos bloquea. El encuentro con<br />
una persona llena de miedo me resulta más que arduo,<br />
simplemente. A menudo, no sé en absoluto qué decir. No<br />
me sale ni una palabra. El miedo me impide hacer aquello<br />
que normalmente haría. Me dejo determinar por el otro.<br />
Junto a este miedo social ante el otro y su juicio, se da<br />
también el miedo a hacer algo errado o el miedo a incurrir<br />
– 17 –
en culpa: prefiero no hacer nada en absoluto antes que cargarme<br />
de culpa. Hay otros que padecen de fobias muy<br />
concretas. Puede ser, por ejemplo, el miedo a los exámenes...<br />
Hay personas que sufren enormemente por esta<br />
razón, a pesar de que, cuando hablas con ellas, se lo saben<br />
todo perfectamente; pero, una vez en el examen, el pánico<br />
les impide recordar ese saber que poseen. Se sienten como<br />
separadas de su pensamiento. El miedo tiene la tendencia<br />
a apoderarse cada vez más de nosotros. Quien sufre de<br />
miedo a los exámenes tiene tanta fijación con su miedo<br />
que se bloquea ya mucho antes del examen. Cuando esto<br />
ocurre, ya no puede aprender correctamente y pierde el<br />
contacto con sus facultades. El miedo le cuesta mucha<br />
energía. Al final acaba teniendo miedo al miedo y enredándose<br />
cada vez más en una situación aparentemente<br />
sin salida.<br />
La ambición, al menos cuando es exagerada, también puede<br />
enturbiar las fuentes de nuestra energía y nuestras posibilidades<br />
de regeneración. Un cierto grado de ambición<br />
es algo absolutamente positivo, en la medida en que nos<br />
ayuda a trabajar y a esforzarnos solícitamente para poder<br />
desarrollar nuestras capacidades. Pero la ambición puede<br />
convertirse en una cárcel interior de la que a duras penas<br />
se puede escapar. La palabra alemana Ehrgeiz («ambición»)<br />
proviene de Gier («afán»): afán de honor, de reputación,<br />
de reconocimiento y fama. Quien se deja arrastrar<br />
por él, pierde el contacto consigo mismo y con lo que hace.<br />
Es arrastrado por el afán. El afán es ciertamente un acicate<br />
para sus fuerzas. Pero como la persona no lo recibe de<br />
una fuente más honda, sino tan sólo de su propia voluntad,<br />
con él agota sus propios recursos y explota desconsideradamente<br />
su fuente de energía. Una ambición convertida en<br />
– 18 –
fin de sí misma endurece con frecuencia el trabajo. Hay<br />
ambiciosos que carecen de escrúpulos. Lo único que les<br />
importa es su propio honor, su propia promoción profesional.<br />
Los demás les son indiferentes. En el ámbito laboral<br />
de hoy en día, una gran ambición como fuerza motriz<br />
y motivación se considera una cualidad absolutamente positiva.<br />
Sus consecuencias destructivas, sin embargo, no se<br />
limitan tan sólo al campo laboral. Una ambición excesiva<br />
también es siempre dañina en el ámbito familiar y privado.<br />
Si en la educación de los niños soy ambicioso, lo que<br />
me importa en realidad no es el honor y la estima de los<br />
hijos, sino en última instancia yo mismo, que deseo presumir<br />
de hijos. Utilizo a los hijos en mi propio provecho.<br />
Ésta es una fuente turbia que dificulta la convivencia dentro<br />
de la familia.<br />
La adicción al trabajo es actualmente una adicción socialmente<br />
aceptada (en inglés se habla de worcoholics) relacionada<br />
con el afán de honor. El adicto es dependiente<br />
de aquello que busca apasionadamente. Teme percibirse a<br />
sí mismo en aquello que constituye su verdad, y por eso<br />
desea aturdirse con su adicción. Algunas empresas contratan<br />
como directivos a auténticos adictos al trabajo, que<br />
consideran ideales para ellas, porque trabajan mucho, lo<br />
cual redunda en beneficio de la empresa. Es verdad que<br />
los adictos al trabajo trabajan mucho, pero de ahí no sale<br />
nada. La razón es que necesitan el trabajo para ocultar el<br />
vacío de su alma. Se aferran a la actividad incansable.<br />
Pero, dado que son incapaces de distanciarse del trabajo,<br />
no son creativos ni innovadores. Se ciegan. Lo importante<br />
es que tienen que trabajar siempre. Ciertamente, tienen<br />
la impresión de ser útiles, de ser necesarios. Atraen todo<br />
trabajo hacia sí. Pero no desempeñan mucho. La adicción<br />
– 19 –
al trabajo es una fuente turbia. Quien se abastece de ella<br />
no se abastece sólo a sí mismo, sino también a las personas<br />
de su entorno. Su trabajo no se convierte en bendición<br />
ni para él ni para los demás.<br />
El perfeccionismo es otra fuente turbia: quien pretende hacerlo<br />
todo bien se somete constantemente a presión. Y esta<br />
presión interior lo paraliza también y acaba arrebatándole<br />
toda energía. El perfeccionista no puede entregarse al<br />
trabajo olvidándose de sí mismo. Por el contrario, anda<br />
constantemente pensando si estará haciéndolo todo bien.<br />
Se somete a la presión de trabajar sin cometer errores.<br />
Pero es precisamente dicha presión la que a menudo los<br />
provoca. Unas veces, el perfeccionista se fija más en la<br />
perfecta realización del trabajo; otras, en el juicio de los<br />
demás, en lo que los demás puedan pensar acerca de él.<br />
Ambas cosas lo alejan de su fuente interior.<br />
Querer demostrarse algo a sí mismo: también ésta es una<br />
actitud muy extendida y que puede dejarnos exhaustos.<br />
Cuando no nos entregamos al trabajo o a las personas, sino<br />
que giramos en torno a nosotros mismos, a nuestra consideración,<br />
a nuestro éxito, a nuestra confirmación, estamos<br />
bebiendo de una fuente turbia que no tarda en agotarnos.<br />
Henri Nouwen, profesor universitario de éxito y<br />
acompañante espiritual, cuenta en su relato Mi diario en la<br />
abadía Genesee (PPC, Madrid 1999) una conversación con<br />
John Eudes Bamberger, el abad del monasterio trapense al<br />
que se había retirado en busca de una nueva orientación<br />
para su vida. Le dijo al abad que, después de las clases y<br />
de las conversaciones con los pacientes, era frecuente que<br />
estuviera completamente agotado. La respuesta fue clara e<br />
inequívoca: «Estás agotado porque quieres demostrar a<br />
– 20 –
cada persona que acude a tu clase que ha elegido la clase<br />
adecuada. Y quieres demostrarle a cada paciente que ha<br />
escogido al terapeuta adecuado. Ese “querer demostrar tu<br />
valía” te agota. Si bebieras de la fuente de la oración, tus<br />
clases no te resultarían arduas». Esta observación me pareció<br />
evidente en el momento mismo en que la leí. A mí<br />
también me había ocurrido lo mismo: cuando, veinte años<br />
antes, daba yo conferencias, me sometía con frecuencia a<br />
una enorme presión. Quería demostrar a mis oyentes que<br />
yo era un buen orador. Padecía mucho por causa de la ambiciosa<br />
idea de que todos debían salir de la sala contentos<br />
y satisfechos. Dar una conferencia no es duro cuando no<br />
se utiliza mal la laringe. Resulta duro debido a la presión<br />
que nos aplicamos a nosotros mismos. Poco importa que<br />
sea la ambición de superar a otros, la presión de tener que<br />
demostrar la propia valía o la pretensión de dejar a todos<br />
contentos, de ser apreciado por todos, de ser reconocido<br />
por todos: todas estas actitudes interiores conducen al agotamiento.<br />
Cuando me limito a decir lo que mueve mi corazón,<br />
la conferencia no me arrebata ninguna energía, sino<br />
que al hablar me encuentro incluso más vivo y más<br />
fresco.<br />
Someterse a la presión de unas expectativas: también ésta<br />
es una actitud con la que me encuentro a menudo. Conversando<br />
con profesores, me doy perfecta cuenta de que a<br />
menudo piensan que deben preparar sus clases con absoluta<br />
perfección. Necesitan dedicar mucho tiempo a la clase<br />
para que ésta «quede» tal como a ellos les gusta. Pero<br />
de esta manera no sólo no acaban nunca el trabajo, sino<br />
que además pierden las ganas de hacerlo. No sienten el<br />
gusto de ser creativos y de probar vías nuevas en la docencia.<br />
¿De dónde viene esta presión de tratar de hacerlo<br />
– 21 –
lo mejor posible? ¿Quién les crea dicha presión? Cuando<br />
hago esta pregunta, me responden que la responsable de<br />
ello es la escuela, que el director espera de ellos un trabajo<br />
perfecto o que tienen a los padres encima. Mi respuesta<br />
es que, en última instancia, soy siempre yo mismo quien<br />
se somete a esa presión. Me inclino ante ciertas pretensiones,<br />
sean las de mi propio superyó o las expectativas de<br />
otros. A la vez somos libres de decir: «No tengo por qué<br />
cumplir ningunas expectativas. Los demás pueden tener,<br />
naturalmente, las suyas. Pero yo soy libre para decidir en<br />
qué medida quiero responder a ellas».<br />
Algo parecido a lo de los profesores les ocurre a muchos<br />
sacerdotes: se someten a presión antes de cada homilía,<br />
porque quieren distinguirse ante una parte de su auditorio.<br />
Unos desean dirigirse a aquellos de sus oyentes<br />
que tienen estudios superiores; otros, al hombre sencillo<br />
de la calle o al ama de casa que está sentada en el primer<br />
banco. O desean llegar sobre todo a los jóvenes y buscan<br />
desesperadamente un lenguaje poco convencional o «moderno»<br />
que imite la jerga juvenil. En la mayoría de los casos,<br />
me pregunto: ¿no están haciendo de los oyentes una<br />
especie de «fantasma»? Y es algo de lo que estoy absolutamente<br />
convencido: se hacen una imagen de sus oyentes,<br />
en lugar de adaptarse sencillamente a los oyentes concretos<br />
y decirles lo que mueve su propio corazón. Algo que<br />
suele resultar especialmente beneficioso es establecer la<br />
medida de las intenciones propias y las metas personales<br />
que lo someten a uno a presión. Los oyentes advierten perfectamente<br />
si el predicador persigue algo o si es transparente<br />
para el Espíritu de Dios, que desea hablar a través de<br />
él.<br />
Lo que observo en profesores y sacerdotes puede decirse,<br />
en última instancia, de todas las personas que tienen<br />
– 22 –
que mostrar algo de sí en público: oradores, políticos, directivos.<br />
Pero también para vendedores y representantes.<br />
También entre éstos observo que hay muchos que se someten<br />
a presión. Se les nota que han interiorizado sus seminarios<br />
de ventas. Pero en estos casos mi encuentro no es<br />
con personas, sino con representantes de una empresa que<br />
sólo desempeñan su papel. Y me doy cuenta de cuánta<br />
energía pierden estas personas por su fijación en la presentación<br />
correcta y su falta de contacto consigo mismas.<br />
Desean lograr el mayor volumen de ventas posible y elogiar<br />
eficazmente sus productos; y al hacerlo niegan su personalidad.<br />
En alemán coloquial, la expresión «comprarle<br />
algo a alguien» con frecuencia no significa otra cosa que<br />
«resultarle a uno creíble». Los representantes que me atosigan<br />
con palabras sólo para poder vender sus mercancías<br />
no consiguen gran cosa conmigo. Viven sólo para su papel.<br />
No percibo a la persona que está detrás. Y como no los<br />
percibo como personas, provocan instintivamente en mí<br />
más rechazo que disposición a comprarles algo. A otros les<br />
pasará algo parecido, lo cual hace que la vida de tales representantes<br />
no sea más fácil, y que el verdadero éxito les<br />
resulte más bien difícil.<br />
La rivalidad y la presión competitiva determinan hoy de<br />
múltiples maneras la convivencia. Con mucha frecuencia,<br />
no estamos en lo que hacemos en un determinado momento,<br />
sino que nos comparamos constantemente con los<br />
demás. Sentimos a los demás como rivales. Nos sometemos<br />
a la presión de tener que ser mejores que los demás.<br />
De otro modo, no avanzaremos ya en nuestra profesión y<br />
tendremos menos éxito en la estimación de nuestro entorno.<br />
Tal mentalidad competitiva tiene siempre su causa en<br />
una autoestima deficiente. Como no estoy contento con-<br />
– 23 –
migo mismo, debo demostrar mi valía ante los demás superándolos.<br />
Quien está en armonía consigo puede lanzarse<br />
a la vida tal como es. No tiene la necesidad de compararse<br />
constantemente con los demás. Tal comparación quita<br />
energías: la mentalidad competitiva resulta ardua. Nos<br />
sentimos rodeados por todas partes por personas que tal<br />
vez nos superen, y debemos estar constantemente prevenidos<br />
para rechazar los ataques de los rivales e imponernos.<br />
Pero con frecuencia lo que llevamos a cabo son simulacros<br />
de combate que resultan inútiles y sólo nos cuestan<br />
un montón de energía.<br />
La compulsión de control, el impulso de pretender comprobarlo<br />
y controlarlo todo es otra fuente turbia. Queremos<br />
tener bajo control nuestras emociones. Tenemos miedo<br />
a perder nuestro dominio de nosotros mismos. Los<br />
demás podrían entonces enterarse de nuestras debilidades<br />
y nuestras emociones reprimidas. O querríamos controlar<br />
nuestra propia vida. Nos gustaría tomar precauciones para<br />
todo. Hay personas que tienen que controlar su entorno, a<br />
quienes les rodean y todo su ambiente. Para ellas todo debe<br />
estar claro, ordenado, bajo control. De lo contrario, temen<br />
que la vida pueda escapárseles. Por comprensible que<br />
esto pueda ser, nuestro afán de seguridad y la presión permanente<br />
de tenerlo todo bajo control nos esquilma. Pronto<br />
nos vemos sometidos a una exigencia excesiva, pues tememos<br />
la posibilidad de perder el control. Es una ley de la psicología:<br />
quien pretende controlarlo todo pierde el control<br />
de todo. Confiar nos descarga. Y el miedo nos conduce muchas<br />
veces a querer controlar cada vez más, en lugar de lo<br />
contrario. «La confianza es buena; el control es mejor»: este<br />
dicho, atribuido a Lenin, no crea entre las personas una<br />
atmósfera distendida. Ciertamente, el control de los pro-<br />
– 24 –
pios sentimientos es con frecuencia necesario para sobrevivir.<br />
Yo acompañé, por ejemplo, a una mujer que fue objeto<br />
de abuso sexual y para la cual, debido a su traumática<br />
experiencia, era importante controlar sus sentimientos,<br />
pues no quería verse de nuevo en aquella situación de abuso.<br />
Pero al mismo tiempo sufría con su compulsión de control,<br />
porque la apartaba de la fuente de sus sentimientos. Su<br />
vida resultaba dura. Se sentía cansada y vacía. Tuvo que<br />
volver a aprender con gran paciencia a desasirse y a confiarse<br />
a la vida y, en última instancia, a Dios. Así recuperó<br />
el acceso a sus sentimientos y sus energías, y sólo cuando<br />
esto le resultó posible revivió en ella la alegría de vivir.<br />
La falta de seguridad en uno mismo es igualmente peligrosa:<br />
quien tiene poca autoestima suele ver a los demás<br />
como una amenaza. Conozco a personas que con gran esfuerzo<br />
han ido atesorando una cierta confianza en sí mismas.<br />
Han adquirido ante los demás cierta seguridad, desde<br />
luego, para actuar con aplomo y no generar constantemente<br />
dudas con respecto a ellas. Pero luego se encuentran<br />
con personas que les quitan toda la energía. Hay personas<br />
que parecen conocer su talón de Aquiles. Y por ese<br />
punto vulnerable les arrebatan toda su energía. A veces se<br />
preguntan por qué precisamente cuando están cerca de esa<br />
persona se sienten tan débiles. Quien conoce su historia<br />
más a fondo advierte a menudo que ello tiene que ver con<br />
la relación de esas personas con su madre. Si su madre no<br />
les otorgó ninguna confianza inicial, sino que anduvo criticándolos<br />
constantemente, siempre darán con mujeres<br />
que poseen una irradiación semejante a la de su madre. Y<br />
ello hace que su fuente interior se seque rápidamente. Parece<br />
como si estas «mujeres-madre» tuvieran un acceso<br />
secreto a su fuente de energía y la interceptaran. Muchos<br />
– 25 –
apenas pueden defenderse contra ello.<br />
Este tipo determinado de hombres y mujeres que le<br />
arrebatan a uno las fuerzas existe. Me contaba una mujer<br />
que la cercanía de su marido la debilitaba cada vez más.<br />
Al parecer, él tenía que demostrarse su fuerza a sí mismo<br />
y a ella... humillándola. Y esto la paralizaba. A veces son<br />
también hombres depresivos los que le esquilman a uno.<br />
Es como si pusieran un aspirador en nuestro punto más débil<br />
y absorbieran toda nuestra energía. ¿Por qué, en presencia<br />
de algunos hombres y mujeres, nos sentimos sencillamente<br />
más débiles? ¿Por qué precisamente esas personas<br />
tienen tal poder sobre nosotros? No encuentro más explicación<br />
que el hecho de que a menudo se trata de personas<br />
que se han prohibido a sí mismas vivir de su propia<br />
fuerza. Tienen dentro de sí algo destructivo, algo que impide<br />
la vida. Y tampoco pueden permitir que la vida florezca<br />
en los demás. En las conversaciones observo que las<br />
personas que se refugian en concepciones idealistas, pero<br />
no quieren admitir la realidad, me quitan energía. Es como<br />
si mis palabras rebotaran contra una pared elástica. Tales<br />
personas tienen en su interior algo indeterminado, poco<br />
claro. Detrás de sus altos ideales percibo su lado indigente.<br />
Pero no consigo llegar hasta ellas. Una conversación<br />
así me resulta dura. A menudo, estas personas tocan mi lado<br />
negador de la vida. Aunque normalmente he superado<br />
este lado destructivo, cuando me encuentro con determinadas<br />
personas se vuelve a activar en mí. Un primer paso<br />
importante hacia la sanación consiste en tomar primero<br />
conciencia de estas conexiones.<br />
La depresión es una enfermedad que hoy padecen muchas<br />
personas, las cuales, cuando se deprimen, se sienten abso-<br />
– 26 –
lutamente faltas de todo estímulo. Todo les resulta entonces<br />
difícil, pesado y arduo. Tienen la impresión de estar<br />
sin fuerzas. Las actividades más insignificantes les exigen<br />
un esfuerzo enormemente desmesurado. Muchos saben<br />
que les hace bien el ir a pasear por el bosque, pero no son<br />
capaces de animarse a hacerlo. Todo parece en ellos como<br />
paralizado. No tienen estímulo para hacer absolutamente<br />
nada. Lo que más les gustaría es quedarse tumbados en la<br />
cama el día entero. Pero tampoco esto les satisface. Algunos<br />
intentan entonces luchar contra sus malos humores depresivos<br />
y se fuerzan a hacer algo. Trabajan como de costumbre.<br />
Pero después se sienten completamente agotados.<br />
Muchas veces, la depresión es una invitación a concederse<br />
más paz y a buscar en esa paz esa fuente interior más<br />
profunda que la propia voluntad, la propia ambición o la<br />
imagen de uno mismo vinculada con el rendimiento.<br />
La depresión tiene muchas causas, tanto físicas como<br />
psíquicas, que pertenecen al ámbito de las circunstancias<br />
de la vida o de la propia psique. Según el psiquiatra suizo<br />
Daniel Hell, en muchos casos la depresión es un grito de<br />
socorro lanzado por el alma contra unos cambios excesivamente<br />
profundos o contra el desarraigo. La persona necesita<br />
lugares en los que poder enraizarse. Quien siempre<br />
está en camino y nunca tiene un momento de descanso, reacciona<br />
a menudo con malos humores depresivos. Otra<br />
causa puede ser el agotamiento. En efecto, se habla también<br />
de depresión por agotamiento. La depresión nos indica<br />
muchas veces que hemos excedido nuestra medida. No<br />
hemos prestado oído a las señales de nuestra alma, que nos<br />
advertía que descansáramos. Así, el alma se ve obligada a<br />
gritar más fuerte, con la depresión, para ser finalmente escuchada.<br />
Si es así, la depresión sería también una invitación<br />
al sosiego y a sentarse junto a las fuentes interiores<br />
– 27 –
que nos refrescan y reaniman.<br />
La irritación es para muchos lo que de verdad ensucia su<br />
fuente interior. Cuando, en alguna de mis charlas, menciono<br />
las fuentes turbias de las que con tanta frecuencia<br />
bebemos, la mayoría de las veces me sacan a relucir el tema<br />
de la irritación. Es éste un sentimiento provocado por<br />
los motivos más dispares y que puede amargarnos la vida.<br />
Las personas que hablan de dicho sentimiento no desean<br />
irritarse, pero apenas pueden oponer resistencia a ello. Se<br />
dejan determinar demasiado por otras personas. No están<br />
en contacto consigo mismas. No protegen su fuente interior,<br />
sino que dejan que otros la pisoteen y la enturbien. La<br />
irritación ensucia nuestra fuente interior y a menudo nos<br />
aleja totalmente de ella. La irritación es entonces tan fuerte<br />
en nosotros que determina todo nuestro pensar y sentir.<br />
Esta emoción negativa retiene nuestra energía, de manera<br />
que ésta ya no puede fluir. La palabra alemana Ärger<br />
(«irritación») es el comparativo de arg, que significa «malo».<br />
Ärgern («irritarse») significa, pues, empeorar algo.<br />
Pero ärgern guarda relación también con la raíz ergh («estar<br />
agitado», «temblar»). La irritación es un vehemente<br />
movimiento interior que nos exige tanta energía que quedamos<br />
separados de la fuente interior. Con la irritación damos<br />
a otras personas poder sobre nosotros y nos dejamos<br />
paralizar y determinar por ellas. Es importante que observemos<br />
la irritación, que distingamos su fundamento –y<br />
con ello también, probablemente, un útil carácter de advertencia–<br />
y nos distanciemos de lo que hay en ella que<br />
nos agobia o amenaza con apoderarse de nosotros. Sólo<br />
así volveremos a estar de nuevo en contacto con la fuente<br />
interior que fluye a borbotones en nosotros por debajo de<br />
la irritación.<br />
– 28 –
Modelos destructivos de vida<br />
Las emociones que acabamos de mencionar –miedo, ambición,<br />
adicción al trabajo, perfeccionismo, competitividad,<br />
estado depresivo, irritación...– no se pueden modificar<br />
a base de un mero ejercicio de la voluntad, ni tampoco<br />
es posible hacerlo de un día para otro. Con frecuencia<br />
se han solidificado en nosotros como actitudes, inculcadas<br />
en forma de modelos. Y de tales modelos que paralizan la<br />
vida sólo podemos liberarnos preguntando por sus causas.<br />
Para ello es necesario, ante todo, analizar el modelo. Los<br />
modelos de vida surgen muy pronto en la infancia, bien en<br />
virtud de experiencias que hemos vivido, bien en virtud de<br />
mensajes verbales y no verbales que hemos oído continuamente.<br />
Tales «mensajes» se han grabado profundamente<br />
en nuestra alma y marcan nuestro comportamiento<br />
en las distintas situaciones de la vida cotidiana. No sabemos<br />
en absoluto por qué reaccionamos de manera tan medrosa<br />
o depresiva, o por qué algo nos agota. Como he dicho,<br />
debemos descubrir los modelos que subyacen por debajo<br />
de tales reacciones. Sólo entonces podremos distanciarnos<br />
también de ellos y gozar de otra perspectiva y de<br />
una unidad nueva.<br />
Una actitud de miedo que procede de la propia historia personal<br />
tiene su origen en un sentimiento profundo de la propia<br />
falta de valor. Quien está determinado por este miedo<br />
se encuentra constantemente sometido a la presión de tener<br />
que demostrar su valía. Y desea demostrarla trabajando lo<br />
más y mejor posible, o haciéndolo todo bien. Una conciencia<br />
así inducida por el miedo conduce a algunas personas<br />
piadosas, por ejemplo, a querer hacerlo todo bien ante<br />
– 29 –
Dios, cumpliendo con absoluta minuciosidad todos los<br />
mandamientos. O conduce tal vez a sentir que siempre hay<br />
que hacer más para considerarse a uno mismo valioso o para<br />
que los demás vean y reconozcan su valor. Pero quien<br />
está dominado por este miedo nunca experimentará la valoración<br />
que ansía, por mucho que trabaje. Se esfuerza, pero<br />
enseguida se siente exigido en exceso y absolutamente<br />
agotado. Muchos experimentaron de niños que debían funcionar.<br />
El rendimiento era el único camino para conseguir<br />
el cariño de los adultos, de los padres o de los profesores.<br />
Esta fijación en el rendimiento les llevó a reprimir por entero<br />
sus sentimientos. Al principio, tal vez esto les resultara<br />
de gran utilidad, pues de esa manera podían rendir mucho.<br />
Pero llega un momento –no antes de los 50 años, por<br />
lo general– en que se sienten totalmente aislados de sus<br />
sentimientos. Y entonces también el trabajo se vuelve arduo.<br />
Funcionan, pero carecen de estímulo. Las emociones<br />
–como su propio nombre indica («emoción» viene de e-<br />
movere = «mover de»)– son fuerzas que nos ponen en movimiento.<br />
Las personas sin estímulo emocional deben hacerlo<br />
todo a base de entendimiento y voluntad. Pero sin<br />
emociones, el entendimiento y la voluntad son como un<br />
motor que no está engrasado, y por eso se recalienta.<br />
Un miedo distinto es el miedo a la propia culpabilidad y<br />
el sentimiento profundamente arraigado de haberse cargado<br />
de culpa por el mero hecho de existir. Tales personas se<br />
disculpan constantemente cuando solicitan una entrevista.<br />
Tienen la sensación de que se cargan de culpa cuando piden<br />
la atención de otras personas y les «roban» su tiempo.<br />
Y no es raro que tales personas intenten luego pagar su supuesta<br />
culpa dejándose la piel por otros. No ayudan a los<br />
demás porque se alegren de ayudar, sino porque están so-<br />
– 30 –
metidos a la presión de pagar una culpa. Pero semejante<br />
actitud interior hace que no tengan sentido alguno de sus<br />
propios límites. Los sentimientos de culpa no son un buen<br />
estímulo para nuestro obrar. Nos explotan y nos impiden<br />
alegrarnos de lo que hacemos. Lo que hacemos es siempre<br />
demasiado poco. Los sentimientos de culpa son insaciables,<br />
y su dinámica nos consume: nos incitan cada vez más<br />
a dar un rendimiento por encima de nuestras fuerzas, para<br />
deshacernos de esos desagradables sentimientos. A quien<br />
está marcado por este miedo fundamental le basta con hacer<br />
algo que contradiga su propia imagen ideal para verse<br />
desgarrado por vehementes sentimientos de culpa que le<br />
arrebatan toda la energía.<br />
Una mujer no podía perdonarse el hecho de haber internado<br />
en una residencia a su madre, demente y gravemente<br />
enferma. Ni siquiera la muerte de la madre acabó<br />
con sus sentimientos de culpa. Por el contrario, sigue despertándose<br />
cada día con tales sentimientos, y por la noche<br />
se duerme haciéndose reproches. De nada le sirve que alguien<br />
le argumente racionalmente diciendo que ésa era<br />
objetivamente la única solución posible, que los cuidados<br />
requeridos superaban de hecho sus fuerzas. Tales reflexiones<br />
«razonables» no acaban, sin embargo, con esta<br />
clase de sentimientos de culpa. Los sentimientos de culpa<br />
enturbian nuestra fuente o hacen que ésta se seque del todo.<br />
Y, ciertamente, a una persona contaminada por tales<br />
sentimientos no le resulta fácil superarlos y llegar al fondo<br />
mismo de su alma, donde brota la fuente clara que no<br />
está contaminada por los reproches que se hace a sí misma,<br />
sino que es pura y proporciona nuevas fuerzas. Ante<br />
todo, debe despedirse de la ilusión de poder ir por ahí toda<br />
su vida con las manos limpias. Mientras piense que<br />
puede vivir sin hacerse culpable, no conseguirá acceder a<br />
– 31 –
su fuente interior.<br />
Una mujer que ocupaba un puesto de gran responsabilidad<br />
se sentía sumamente agotada, por lo que solicitó un<br />
tratamiento terapéutico en un balneario para reponerse.<br />
Pero dicho tratamiento no le sirvió de mucho. Hizo un segundo<br />
tratamiento, pero seguía sintiéndose cansada. En<br />
sus conversaciones conmigo quedó claro que un descanso<br />
puramente físico ya no podía conseguir más. La causa de<br />
su agotamiento era su modelo de vida. Se había criado en<br />
una granja. Su padre era peón de su propio hermano, del<br />
tío de ella, por tanto. El tío, a su vez, no tenía hijos, y por<br />
eso estaba celoso de su hermano. La mujer –la mayor de<br />
cuatro hermanos– se fue haciendo adulta, entre tanto, y siguió,<br />
como siempre ya desde niña, sometida a presión.<br />
Entonces era la presión de responder a las expectativas de<br />
su tío lo mejor posible y procurar que su padre y su tío no<br />
se pelearan. Estos dos temores fundamentales la movían<br />
ya de niña... y le exigían demasiado ya entonces: «Ojalá<br />
no se peleen. Ojalá sepa yo hacer lo que se espera de<br />
mí...». Cabe imaginar que estas dos frases son básicamente,<br />
para todo aquel que tiene responsabilidad, una exigencia<br />
excesiva. Para quien vive de acuerdo con este principio<br />
son como una fuente turbia de la que se abastece. Todo<br />
directivo ve que tiene que ocuparse de conflictos. Si a mí,<br />
en cuanto directivo, cualquier conflicto me hace perder<br />
pie, me quitará mucha energía y me dejará agotado. No<br />
tendré fuerzas para afrontar discusiones. Hay personas para<br />
quienes los conflictos suponen un acicate positivo. Les<br />
gusta resolverlos. Es algo que les divierte. Pero a quien<br />
está marcado por un modelo de vida como el que estamos<br />
comentando las tensiones y contradicciones le provocan<br />
miedo. Le recuerdan la situación amenazadora de su infancia.<br />
Un niño desea sentir protección y seguridad. Los<br />
– 32 –
conflictos rompen el sentimiento de protección y causan<br />
miedo. Quien bebe de la fuente turbia del miedo al conflicto<br />
sufrirá continuamente de agotamiento. En estos casos,<br />
de nada sirve tomarse unas vacaciones o hacer un tratamiento<br />
terapéutico de cuatro semanas en un balneario.<br />
Lo que debo hacer es trabajar sobre mi modelo de vida. Y<br />
al final también tendré que despedirme de él.<br />
El segundo modelo de vida que agotaba a la mujer era<br />
la presión de tener que responder a todas las expectativas.<br />
Nadie puede dar gusto a todos. Pero si me someto a la presión<br />
de responder a todas las expectativas de mi entorno,<br />
siempre me sentiré sometido a una exigencia terriblemente<br />
excesiva. A veces se trata de expectativas reales del entorno,<br />
pero también es frecuente que sean tan sólo expectativas<br />
imaginarias. Me imagino que tengo que dar gusto a<br />
todos. Pero no sé en absoluto lo que quieren realmente de<br />
mí. Cuando tengo una fijación con las expectativas de los<br />
demás, caigo en la trampa de la cavilación: ¿cómo puedo<br />
responder a todas ellas? Me muevo en círculos. Y no tardo<br />
en marearme. Las fuerzas se me escapan cada vez más. En<br />
definitiva, tampoco es en absoluto tan importante lo que<br />
quieran los demás. Yo debo percibir en mi interior lo que<br />
es correcto para mí. Sólo cuando entre así en contacto conmigo<br />
mismo, llegaré también a mis recursos internos.<br />
Otra mujer tenía interiorizado desde su más tierna infancia<br />
el modelo de que, hiciera lo que hiciera, a continuación<br />
debía preguntarse: «¿Es correcto lo que he hecho?».<br />
En última instancia, lo que subyacía era una inseguridad<br />
completamente distinta: «¿Soy correcta? ¿Puedo<br />
ser tal como soy?». Este modelo de vida le ha costado a<br />
esta mujer mucha energía, y continuamente tiene que actuar<br />
positivamente en contra de dicho modelo para llegar<br />
a la fuente de su fuerza. La pregunta, pues, de si ella mis-<br />
– 33 –
ma es «correcta» le sale al encuentro constantemente en su<br />
camino hacia la fuente interior, bloqueándole el acceso a<br />
la creatividad y a la alegría de vivir.<br />
Trabajo desde hace 14 años acompañando a personas dedicadas<br />
a la cura de almas y que padecen el síndrome del<br />
burn-out. En las conversaciones con esas personas se habla<br />
a menudo de por qué tantas de ellas están «quemadas».<br />
Un terapeuta del equipo formuló su respuesta así: «Quien<br />
da mucho necesita también mucho». Ciertamente, una frase<br />
así no se puede generalizar. Pero es aplicable a muchos<br />
pastores de almas agotados. Dan mucho porque necesitan<br />
mucho. Se entregan a la comunidad porque desean ser estimados,<br />
porque necesitan cariño, confirmación, reconocimiento...<br />
Pero quien da porque desea reconocimiento y cariño<br />
jamás conseguirá lo que espera. En poco tiempo estará<br />
agotado. A menudo, también este modelo de vida tiene<br />
su origen en experiencias de la infancia. Sobre todo los<br />
sacerdotes con una fijación excesiva en la figura de su madre<br />
corren el peligro de ver a la comunidad como una segunda<br />
madre. Un sacerdote se sacrificaba por su comunidad,<br />
en la que pretendía poder sentirse como en su casa.<br />
Pero ninguna comunidad parroquial puede convertirse en<br />
hogar para el sacerdote. Exigirle eso a la comunidad –y a<br />
las personas concretas que la forman– sería exigir demasiado.<br />
Las expectativas excesivas del sacerdote con respecto<br />
a ella son, en última instancia, sus expectativas con<br />
respecto a su madre, que él proyecta sobre la comunidad.<br />
Al igual que delante de su madre, también ante la comunidad<br />
querría ser siempre el buen muchacho estimado y<br />
reconocido por todos. Ello, sin embargo, le hace constantemente<br />
exigirse demasiado. La más mínima crítica basta<br />
para apartarlo completamente de su camino, pues él<br />
– 34 –
querría dar gusto a todos y ser estimado por todos.<br />
Tales modelos también los vemos a menudo en las empresas.<br />
Cuando alguien con una fuerte fijación en la figura<br />
de su madre ve en su empresa a una segunda madre, se<br />
abastece constantemente de una fuente turbia. Lo hace todo<br />
por la empresa para ser estimado por todos. Pero tiene<br />
la sensación de que su entrega nunca es suficiente. Sencillamente,<br />
no consigue lo que su corazón anhela. Lo mismo<br />
da que la vinculación excesiva con la madre tenga su origen<br />
en la atención exagerada de ésta o, por el contrario, en<br />
la desilusión con respecto a ella: uno desea entonces experimentar<br />
en la empresa la misma atención prodigada por<br />
la madre, o bien, por el contrario, ve en ella un sucedáneo<br />
del escaso amor materno. Ambas cosas conducen necesaria<br />
e igualmente a la exigencia excesiva.<br />
Me contaba un hombre que el matrimonio de sus padres<br />
ya era algo muy quebradizo cuando él cumplió los 12<br />
años. La tensión existente entre sus progenitores hacía que<br />
él no se atreviera a manifestar sus propias necesidades.<br />
Los padres estaban tan ocupados consigo mismos que él<br />
tampoco quería causarles más problemas. De manera que<br />
aprendió a reprimir siempre sus propias necesidades. Ya<br />
adulto –y ocupando un puesto de responsabilidad en su<br />
profesión–, intentó tener en cuenta las necesidades de los<br />
trabajadores y satisfacerlas en la medida de lo posible.<br />
Pero esto le condujo al más absoluto derrumbamiento.<br />
Percibía que también él tenía necesidades y, poco a poco,<br />
fue aprendiendo que sólo si se tomaba en serio a sí mismo<br />
y su indigencia y cuidaba bien de sí mismo, podría desempeñar<br />
también su tarea como directivo sin perder sus<br />
fuerzas.<br />
Una profesora se entregaba de manera ejemplar a sus<br />
alumnos, pero sufría de vez en cuando estados de agota-<br />
– 35 –
miento. En la conversación, ella lo explicó diciendo que<br />
era su eros pedagógico el que la agotaba. Pero quien realmente<br />
se deja mover por el eros siente ganas de realizar su<br />
trabajo educativo. Y quien siente ganas de hacer lo que hace<br />
no se agota con tanta rapidez. El eros es una fuente que<br />
no se seca fácilmente. Después de una serie de entrevistas,<br />
quedó claro que por debajo de la imagen del eros pedagógico<br />
subyacía algo totalmente distinto: aquella mujer, la<br />
más pequeña de tres hermanas, había estado toda su vida<br />
sometida a la presión de tener que demostrar su valía delante<br />
de su padre. La terapeuta suiza Julia Oncken dice<br />
que la mayor herida que una hija puede recibir es que su<br />
padre la ignore. El temor a padecer tal herida conduce a<br />
tres modelos de rol: el de la hija complaciente, que se anticipa<br />
a cualquier deseo del padre; el de la hija que rinde,<br />
que desea demostrar su valía mediante su hacer; y el de la<br />
hija empeñada en contradecir a su padre y enredarlo en<br />
acaloradas discusiones. El objetivo de estas tres maneras<br />
de comportarse es que el padre acabe viendo a la hija. Pero<br />
la mujer que lo hace todo para que el padre la vea nunca<br />
quedará realmente saciada en su anhelo. Siempre dará más<br />
de lo que corresponde a sus fuerzas. Y pronto se encontrará<br />
agotada.<br />
La esposa de un pastor evangélico me contaba que su<br />
hija más pequeña era de las del tercer tipo que acabamos<br />
de enumerar. Incluso había dejado la Iglesia para que su<br />
padre acabara viéndola. Pero ni siquiera este paso pudo<br />
mover al padre a preocuparse realmente por la hija y ocuparse<br />
de ella. No es de extrañar que la hija siguiera siendo<br />
muy infeliz. Lo que había hecho no había surgido de una<br />
decisión de conciencia ni de un conflicto teológico, sino<br />
que estaba motivado por su anhelo de que el padre le prestara<br />
finalmente atención. Así, la hija se alejó de su propio<br />
– 36 –
corazón. Todas las fuerzas de que disponía las empleaba<br />
en contradecir y oponerse a su padre. De ese modo, no le<br />
quedaba ya energía alguna para controlar su vida.<br />
En un curso tratamos explícitamente la motivación de<br />
la propia trayectoria vital. Algunas participantes contaron<br />
que, en efecto, habían descubierto su fuente interior, pero<br />
también los bloqueos internos que la obstaculizaban. A veces<br />
fluye en ellas la vida. Una mujer vive con frecuencia<br />
la experiencia de que el trabajo no tiene dificultad para<br />
ella. Entonces todo le resulta fácil. Pero luego surge la voz<br />
interior de su padre que dice: «Debes centrarte en una sola<br />
cosa. La vida es dura. Sólo está bien si te cuesta esfuerzo».<br />
Esta voz interior le impide confiar en sí misma. Entonces<br />
es incapaz ya de alegrarse por el hecho de que nada<br />
suponga dificultad alguna para ella. Se somete a presión<br />
y piensa que debe hacer además algo arduo para satisfacer<br />
la voz interior de su padre. No es capaz de disfrutar<br />
de la corriente que procede de la fuente interior. Sólo<br />
es posible disfrutar –así se lo indica el padre interior–<br />
cuando ha habido de por medio un esfuerzo.<br />
Otra mujer había percibido ya durante sus estudios<br />
universitarios que era capaz de conseguir algo y que el<br />
rendimiento le daba alas. También en su profesión descubre<br />
su fuerza, que la hace capaz de resolver rápida y eficazmente<br />
los problemas que, como abogada, tiene que<br />
abordar. Pero entonces siente una y otra vez un bloqueo<br />
dentro de sí. Es la voz de su abuela, que le dice: «Lo que<br />
te corresponde como mujer es ser una buena muchacha. El<br />
éxito debes dejárselo a los hombres. Ante todo, debes hacer<br />
lo que otros no quieren. Debes servir a los demás».<br />
Esta voz interior de la abuela bloquea sus fuerzas y le impide<br />
confiar en su fuente interior. Aunque esta mujer percibe<br />
en su interior mucha energía, se siente a menudo blo-<br />
– 37 –
queada e impedida. La energía no puede fluir. La voz interior<br />
de la abuela inhibe el fluir de su fuerza, lo cual provoca<br />
un estancamiento interior que sólo con mucha fuerza<br />
puede evitar. En lugar de hacer discurrir su fuerza, la utiliza<br />
para detener la energía. Entonces se siente agotada y<br />
desanimada. Toda su fuerza la emplea en el esfuerzo de levantar<br />
la presa.<br />
Un hombre contaba que su madre nunca había podido<br />
gozar de la belleza. Cuando hacía buen tiempo, decía que<br />
no tardaría en empeorar. Cuando un miembro de la familia<br />
tenía algún éxito, decía que aquello exigiría un elevado<br />
precio que no tardarían en tener que pagar. Naturalmente,<br />
esta visión pesimista de la madre también frenaba al hijo<br />
en todo cuanto hacía. No podía disfrutar con sus éxitos.<br />
Lleno de miedo, también él aguardaba a que algo se torciera<br />
y sucediera alguna desgracia.<br />
Tales modelos de vida que se heredan de los padres<br />
quedan profundamente grabados. Y aun cuando los examinemos<br />
racionalmente y los rechacemos de manera plenamente<br />
consciente, no obstante siguen actuando profundamente<br />
en nosotros y alejando a nuestra alma de la fuente<br />
viva que mana dentro de nosotros.<br />
Exaltación religiosa<br />
Los seres humanos tienden a dotar sus comportamientos<br />
de un significado más alto. Las tapaderas ideológicas demasiado<br />
elevadas que se utilizan para encubrir actitudes<br />
que, en última instancia, tienen una motivación totalmente<br />
diferente no son algo que se dé sólo en la política. Se<br />
vuelven no sólo problemáticas, sino peligrosas, cuando revestimos<br />
nuestras fuentes turbias de piadosismo y exalta-<br />
– 38 –
mos religiosamente nuestro enfermizo modelo de vida,<br />
pues entonces pensamos que nos abastecemos de una<br />
fuente espiritual. Pero en realidad es una fuente turbia de<br />
la que no puede manar bendición alguna. A algunas personas,<br />
por ejemplo, les resulta difícil afrontar conflictos. Lo<br />
sé por propia experiencia. En nuestra familia, la armonía<br />
era un bien importante. Pero ello hacía que los conflictos<br />
quedaran un tanto disimulados. Así, durante mucho tiempo<br />
me resultó difícil afrontar conflictos de una manera<br />
adecuada. Incluso hoy sigue sin ser precisamente mi fuerte.<br />
Pero sé que para mí es una tarea permanente el no eludir<br />
las tensiones, sino abordarlas directamente cuando surgen<br />
y buscar una solución entre todas las partes implicadas.<br />
Cuando he resuelto un conflicto, me siento mejor, y<br />
fluye en mí nueva energía. Cuando, por el contrario, lo dejo<br />
para otro día, me arrebata el impulso interior. Conozco<br />
a muchas personas que se manejan mal con los conflictos,<br />
y puedo entenderlo. Pero me dan alergia las que justifican<br />
con sus convicciones cristianas su incapacidad para enfrentarse<br />
a ellos, pues percibo que exaltan religiosamente<br />
su debilidad y pretenden hacerla pasar por fortaleza espiritual.<br />
En estos casos se oye, por ejemplo, la frase: «Jesús<br />
nos pide que llevemos nuestra cruz». Pero quienes consideran<br />
el conflicto como la cruz que Jesús pone sobre ellos<br />
están haciendo, en última instancia, un mal uso de la palabra<br />
de Jesús para eludir los conflictos. Reaccionan pasivamente<br />
y asumen gustosos el papel de víctimas. Pero con<br />
esa actitud de víctimas se convierten también en verdugos,<br />
porque con su negativa a enfrentarse a los conflictos no<br />
hacen más que generar más agresividad aún en su entorno.<br />
En lugar de entrar en contacto con la fuente de su fuerza<br />
agresiva, hacen agresivos a los demás. A esto se añade,<br />
además, que entienden mal a Jesús. Lo utilizan para justi-<br />
– 39 –
ficar su propio comportamiento. Pero Jesús fue crucificado<br />
porque se enfrentó a los conflictos y porque, contra la<br />
opinión dominante de los saduceos, predicó otra imagen de<br />
Dios. Se peleó con un poderoso grupo religioso cuando expulsó<br />
a los mercaderes del Templo. Llevar la cruz en el<br />
sentido de Jesús, por tanto, significa precisamente enfrentarse<br />
a los conflictos. Quien interpreta la evitación de conflictos<br />
como su cruz no advierte en absoluto cómo está<br />
exaltando religiosamente su fuente turbia. De ello no sólo<br />
no saldrá ninguna bendición: «llevar la cruz» de esta manera<br />
errónea sólo servirá para avivar aún más los conflictos.<br />
Naturalmente, como ya se ha dicho, la exaltación<br />
de tinte religioso de las propias formas de comportamiento<br />
no es la única que existe. Es posible también encubrir<br />
ideológicamente la propia incapacidad para el conflicto.<br />
Verena Kast, en su libro Abschied von der Opferrolle<br />
[«Adiós al papel de víctima»], ha puesto de manifiesto cómo<br />
algunas personas se han acomodado al papel de víctimas<br />
y cómo, de ese modo, se han convertido en verdugos.<br />
Su sacrificio tiene un efecto agresivo sobre otras personas<br />
y con bastante frecuencia las convierte en víctimas. Pascal<br />
Bruckner ha descrito esta mentalidad de víctima como característica<br />
típica de nuestra sociedad. Son muchos son los<br />
que se sienten víctimas. Los empresarios se sienten víctimas<br />
de la política; los empleados, víctimas de los patronos;<br />
las mujeres, víctimas de los hombres, y viceversa...<br />
Quien permanece en el papel de víctima, ve la culpa siempre<br />
en los demás. Se niega a asumir la responsabilidad de<br />
su vida. No contribuye en absoluto a que los problemas se<br />
resuelvan. Se queda en su papel de acusador y rechaza en<br />
última instancia la vida.<br />
Una mujer se había sacrificado en cuerpo y alma por<br />
– 40 –
los necesitados; pero llegó un momento en que se sintió<br />
agotada y deseaba recargar su energía en unos Ejercicios.<br />
Al principio fue muy difícil llegar hasta ella, porque siempre<br />
que se le preguntaba si había tenido suficientemente<br />
en cuenta sus límites o por qué se sacrificaba de aquella<br />
manera, ella contestaba siempre con una referencia, llena<br />
de unción, a la voluntad de Jesús: «Jesús quiere que yo<br />
esté totalmente disponible para los demás». Naturalmente,<br />
Je-sús quiere que no giremos narcisistamente en torno a<br />
nosotros mismos, sino que nos demos a los demás y les<br />
ayudemos. Pero lo que Jesús ciertamente no quiere es que<br />
nos hundamos en el intento. Él también invitó a sus discípulos<br />
a acompañarle a la soledad para encontrar descanso.<br />
Cum-plir su voluntad nos hace bien y, además, vivifica<br />
nuestra entrega a los demás. También es verdad que entonces<br />
llegamos de todas formas a nuestros límites y sentimos<br />
cansancio. Pero cuando se da una situación constante<br />
de agotamiento, es señal de que bajo la motivación<br />
piadosa se esconde otro modelo de vida. La mujer no pudo<br />
admitir, hasta después de varias entrevistas, que de<br />
niña siempre había sentido que en este mundo no había<br />
lugar para ella. No lo había encontrado ni siquiera ella<br />
dentro de su familia. De manera que quería «comprar» su<br />
lugar dejándose la piel por los demás. No es extraño que<br />
aquello no pudiera «funcionar».<br />
De ahí que, siempre que nos sintamos agotados, debiéramos<br />
preguntarnos si detrás de nuestro obrar se esconde<br />
un modelo enfermizo de vida. Puede ser muy doloroso<br />
verse obligado a descubrir que no son mis altos ideales<br />
los que me agotan, sino la idealización de mi modelo<br />
enfermizo de vida, que me bloquea la fuente interior. Naturalmente,<br />
es más fácil exaltar mi agotamiento de manera<br />
religiosa o ideológica, revalorizándolo así ante mí mis-<br />
– 41 –
mo y los demás, que afrontar las verdaderas motivaciones<br />
y necesidades que subyacen detrás de él. El conocimiento<br />
propio es siempre doloroso, pero también libera. Y me invita<br />
a descubrir, detrás de todas las idealizaciones, mis<br />
verdaderas necesidades y a penetrar, a través de ellas, hasta<br />
la fuente que es inagotable.<br />
Otra causa del agotamiento puede ser también nuestra<br />
necesidad de una excesiva energía para reprimir en nosotros<br />
aspectos desagradables. C.G. Jung habla de lados oscuros.<br />
A quien destierra al mundo de las sombras muchos<br />
aspectos de su condición humana, dichos aspectos le faltan<br />
luego a la hora de manejar su vida. Puede utilizar sólo<br />
parcialmente su motor vital, pues en buena parte está bloqueado<br />
por la represión. En las conversaciones me encuentro<br />
con muchas personas que están agotadas porque<br />
temen mirar su propia realidad. El lado oscuro que hay en<br />
nosotros es portador esencial de energía y una tierra fecunda<br />
donde pueden crecer las plantas de nuestra vida.<br />
Quien deja aislado su lado oscuro se aleja de una importante<br />
fuente de energía.<br />
En cierta ocasión, durante una conversación sobre el<br />
tema «Agotamiento y exigencia excesiva de los sacerdotes»,<br />
uno de los encargados de personal responsables de<br />
los pastores de almas de una diócesis dijo que su obispo<br />
había afirmado en su ordenación sacerdotal: «El sacerdote<br />
debe dejarse hacer puré como una patata, en favor de los<br />
seres humanos». Esta «teología de la patata» se esconde<br />
dentro de algunas cabezas sacerdotales y marca su conducta...<br />
hasta el agotamiento. Quien piensa que ha de estar<br />
disponible sólo para los demás y olvidarse por completo<br />
de sus propias necesidades, hasta dejarse incluso «hacer<br />
puré», está bebiendo de una fuente turbia. Es verdad que<br />
esa actitud parece piadosa, pero no tiene su origen en el<br />
– 42 –
Espíritu de Jesús, sino en el espíritu destructivo de una<br />
teología inhumana y, en último término, agresiva, pues<br />
«hacer puré» las propias necesidades expresa una intensa<br />
agresividad contra uno mismo. Y de tal agresividad contra<br />
uno mismo no sale bendición alguna, sino tan sólo dureza<br />
y endurecimiento.<br />
Muy a menudo, la fuente de la agresividad está demasiado<br />
trufada de nociones religiosas. La agresividad es, junto<br />
con la sexualidad, una de las energías vitales más importantes.<br />
Pero cierta ascesis cristiana mal entendida ha descuidado<br />
dicha fuente. La agresividad es la fuerza para emprender<br />
algo, para poner algo en movimiento. «Agresividad»<br />
viene de aggredi = «dirigirse a algo, acometer algo».<br />
Es una importante fuente de fuerza para cada uno de nosotros.<br />
Sin ella, o nos deprimimos o nuestra vida pierde chispa.<br />
El miedo a la agresividad es algo que se encuentra en<br />
muchas personas. Pues la agresividad tiene que ver con la<br />
lucha. Y nosotros preferiríamos alcanzar la meta de nuestra<br />
vida sin luchar. El miedo a la agresividad es con frecuencia<br />
miedo a la vida y sus conflictos. Uno rehúye la lucha de la<br />
vida y prefiere permanecer en el papel de espectador.<br />
Un hombre al que de joven le anularon su irascibilidad,<br />
aprendió en el curso de su vida a reprimir por entero<br />
su agresividad. De niño percibía que con su irascibilidad<br />
no tenía ninguna posibilidad contra su padre. Por tanto, se<br />
amoldó. Y para no tener que sentirse como un perdedor,<br />
interpretó luego su falta de agresividad, de manera religiosa,<br />
como no-violencia en el sentido del sermón de la<br />
montaña. Pero a los 40 años entró en una depresión. La<br />
fuente de la agresividad le faltaba. Tuvo primero que entrar<br />
de nuevo en contacto con su fuerza agresiva para recuperar<br />
el gusto por su trabajo. La experiencia lo demuestra<br />
una y otra vez: quien no bebe de la fuente sana de la<br />
– 43 –
agresividad acaba dirigiendo contra sí mismo la agresividad<br />
en él enraizada.<br />
Otros interpretan su incapacidad para imponerse apelando<br />
a la idea de que «ceder es de sabios». Por supuesto<br />
que hay en ello algo de verdad. Pero si con ello encubro<br />
mi incapacidad para expresar mis propias necesidades,<br />
con mi constante ceder no contribuiré a la claridad. Y la<br />
falta de claridad desencadenará agresiones. Algo parecido<br />
ocurre con el afán de armonía. Quien va en pos de la armonía<br />
posee una capacidad que se debe valorar de manera<br />
absolutamente positiva. Le importa que las personas se<br />
lleven bien. Pero si mi afán por una armonía constante me<br />
lleva a pasar por alto todo conflicto o a reprimirlo, tal actitud<br />
no hará ningún bien. Hay quienes vinculan su necesidad<br />
de armonía con el reproche a quienes no son de su<br />
misma opinión, provocando en éstos sentimientos de culpa...<br />
sin advertir para nada cómo, de ese modo, ejercen un<br />
poder y convierten en absoluta su propia opinión.<br />
No siempre es fácil decidir si una noción religiosa «es<br />
correcta» o si es tan sólo una ideología para ocultar nuestras<br />
fuentes turbias. Para mí, por ejemplo, el celibato es un<br />
valor importante. Pero conozco también a religiosos que<br />
con la idea del celibato exaltan su incapacidad para unas<br />
verdaderas relaciones. Un criterio importante para decidir<br />
si el celibato es una exaltación religiosa o un auténtico camino<br />
espiritual será siempre su repercusión en la psique<br />
del ser humano y en su entorno. Para quien vive de manera<br />
coherente el celibato, éste resulta fecundo: se siente vivo,<br />
y su vida se convierte en una bendición también para<br />
los demás. Pero si pretendo hacer pasar por el carisma del<br />
celibato mi incapacidad para las relaciones humanas y la<br />
amistad, mi vida se irá entumeciendo... y tampoco hará<br />
bien alguno a los demás. Mi predicación de la buena nue-<br />
– 44 –
va de Jesús quedará más bien falseada una y otra vez por<br />
mis necesidades reprimidas. En mi predicación desplegaré,<br />
o bien mi afán de protagonismo, o bien, por el contrario, mi<br />
necesidad de poder, transmitiendo a los demás una mala<br />
conciencia.<br />
La meditación es para mí un camino importante para<br />
entrar en contacto con mi fuente interior. Pero conozco a<br />
personas que meditan para rehuir la vida. Se refugian en la<br />
meditación porque son incapaces de entregarse al prójimo.<br />
Exaltan espiritualmente su alteración en el ámbito de las<br />
relaciones. Se sienten especiales y no advierten en absoluto<br />
que su meditación no les conduce a la vida, sino al aislamiento.<br />
Dicho aislamiento lo entienden, no obstante, como<br />
un lugar donde pueden vivir su espiritualidad. Pero de<br />
personas así no brota fuerza alguna. En última instancia,<br />
en la meditación giran únicamente en torno a sí mismas,<br />
en lugar de estar disponibles para los demás y entregarse<br />
al trabajo desde su fuente interior.<br />
No hay camino espiritual que no pueda ser mal utilizado.<br />
En la tradición cristiana, el concepto de sacrificio desempeñó<br />
un gran papel. Para mi anciana madre, por ejemplo,<br />
ofrecer en sacrificio su enfermedad por sus hijos y<br />
nietos era un buen camino. Eso la ayudaba a llevar su enfermedad<br />
con alegría interior, en lugar de estar quejándose<br />
constantemente de ella. Pero cuando la mentalidad sacrificial<br />
se exagera, también puede convertirse en un reproche<br />
a los demás: «Yo me sacrifico por ti porque eres<br />
muy egoísta, porque no piensas más que en tus propios intereses.<br />
Yo me sacrifico por ti, pero tú eres un desagradecido».<br />
Entonces el sacrificio provocará en el otro sentimientos<br />
de culpa y ejercerá, en última instancia, un poder.<br />
En realidad, «sacrificio» significa entrega. Pero un sacrificio<br />
con el que someto a presión a los demás no es una en-<br />
– 45 –
trega, sino un medio para atarlos y obligarlos a mí. Brota<br />
entonces de una fuente turbia, y lo que causa en el entorno<br />
es falta de claridad y desconcierto.<br />
– 46 –