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<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong><br />
Teresa Iturriaga Osa<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 2
© 2008. Teresa Iturriaga Osa<br />
© 2008. Ilustraciones Sira Ascanio<br />
Portada diseño y difusión de la obra: Íttakus<br />
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<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 3
JUEGO ASTRAL<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 4
JUEGO ASTRAL<br />
RELATOS BREVES<br />
ÍNDICE<br />
I. Yedra en vuelo<br />
II. Lavirotte al azar<br />
III. En un bosque de vidrieras… más allá de la queimada<br />
IV. No se vende<br />
V. El humo del Bósforo<br />
VI. Cuernos de gacela en el Café Maure<br />
VII. El rumbo de la esfinge<br />
VIII. Décrocher la Lune…<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 5
I<br />
Yedra en vuelo<br />
(A José Manuel Caballero Bonald)<br />
El tren caminaba lentamente hacia el sur, <strong>com</strong>o una oruga silenciosa se sumergía<br />
en un vasto océano de olivos, por fin dejaba la muralla de la meseta, una línea recta<br />
insoportable para mí aquellos días en espiral.<br />
(...) y no puedo hacer otra cosa. Mira... yo no tengo la culpa de ser hiedra. Tú<br />
tampoco, de ser árbol. Mira... el viento me ha arrancado de tus brazos y ya me lleva<br />
por el aire a ser corona de los esposos que tantas veces conocimos en los rincones de<br />
nuestra cobardía. Mira... dulces paisajes trajinan entre lo que pudimos ser y no fuimos.<br />
Lo sabes muy bien. Sólo las esquinas de un gran páramo recogen las palabras no<br />
dichas mientras mi mano de hojas me evita el falso sueño. (...) fuiste un ángel, un<br />
demonio lúcido bajado del cielo para abismarme y, ahora, mi bien de bienes, miro<br />
hacia atrás y te veo <strong>com</strong>o alejándote en el ladrillo rojo de la estación; tengo hambre de<br />
ti, abro mi diario y me lo <strong>com</strong>o a dentelladas de impotencia, lo masco y lo vomito. Es la<br />
triste realidad de la hiedra solitaria en un adiós hacia ellos y hacia ti deshabitado...<br />
Atrás quedaba Chamartín, delante me esperaba una estación de Andalucía entre<br />
sueños de alegres colinas y ratoncitos coloraos. Tenía que marcharme o terminaría<br />
por volverme cuerda del todo y eso sería mi muerte, yo había leído ese epitafio en<br />
algún libro: Vive <strong>com</strong>o piensas o terminarás pensando <strong>com</strong>o vives. Y nada más lejos<br />
de mi voluntad, pero, en fin, estaba claro que los primeros signos de alarma habían<br />
llegado y era más que una certeza, mi intuición se rebelaba definitivamente. Agitados<br />
los días, las noches plenas de sueños y vigilias... sus lindes lógicas habían<br />
<strong>com</strong>enzado a unirse a mis casi cuarenta años, justo cuando en una mujer se asoman<br />
con descaro las primeras canas y le gritan un aviso de retirada. Hacía tiempo que vivía<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 6
mi locura entre cuentos y fantasías sufíes sin nombre... un río de esquizofrenia donde<br />
era muy difícil nadar, cada vez más, yo en un esfuerzo de titanes. Tan loco, tan loco se<br />
volvió todo, que los versos árabes me atacaban a cualquier hora del día: Música,<br />
mujer desnuda corriendo por la noche pura... Quiero ser la ceniza de tu fuego... Rumi y<br />
su música de laúd me invadían en la ciudad de cemento mientras mis caderas y yo<br />
bailábamos raks sharki al caminar por la acera, al escribir en la silla, en el baño, en la<br />
cocina... De repente, allí estaban, seis mujeres con un pañuelo en la cabeza me<br />
ofrecían el sabor de lo irreal mientras yo abría la boca muy despacio y me <strong>com</strong>ía una<br />
fruta negra madura que me colocaba en el lugar más insólito. Entraba en un profundo<br />
trance, en evasión hacia las montañas sirias. Veía luces de farolillos en un templo de<br />
fuentes de plata y mármol. Óleos y jabones, agua de azahar me cubría el cuerpo.<br />
Afuera se leía un calendario con fechas que no iban conmigo: yo vivía en la ciudad<br />
medieval de Aleppo en pleno siglo XXI y me sentía <strong>com</strong>o la mismísima Fátima de<br />
Samarcanda. Dios... ¡en la gloria!<br />
Lo triste, sin embargo, fueron los otros, cuando mis pensamientos empezaron a<br />
encallar en un arrecife de in<strong>com</strong>prensión por parte de mis seres queridos -tan<br />
sensatos <strong>com</strong>o yo les enseñé a ser-, mis hijos no <strong>com</strong>prendían nada de mis<br />
reacciones fronterizas y yo iba dándome cuenta de lo que pensaban de su madre. Que<br />
la pobre estaba medio loca. Tanto <strong>com</strong>o la escritora argelina que ella siempre<br />
nombraba en las discusiones feministas del día de Navidad, en esas fechas<br />
memorables en las que los miembros de la familia se reunían para decirse lo mucho<br />
que no <strong>com</strong>partían -<strong>com</strong>ilonas que me han parecido siempre una buena excusa para<br />
arreglar cuentas pendientes-, a mí me daba grima el nivel de intolerancia que se<br />
respiraba en cualquier aniversario. Eran mesas de juego en las que los del equipo<br />
contrario, vacíos de argumentos sólidos, tildaban siempre a la mujer moderna de<br />
sufragista con la rabieta del gran macho de Las Cañadas.<br />
Pero era otoño y poco me importaba a mí la siguiente reunión familiar, sus cafés y<br />
sus postres, yo viajaba hacia Jaén con la visión de los olivos, interminables <strong>com</strong>o un<br />
rosario de aceitunas desgranado en el bolsillo de un agnóstico. Cierto, sólo huesos,<br />
pipas de árbol viejo, restos -se cree o no, se siente o no, no es cuestión de carácter,<br />
dice el alma que escribió estas líneas-, pero yo creía en la blanca paloma que siembra<br />
de rocío los deseos, y, sentada en aquel tren de esperanza, soñaba con una vida<br />
después de tantas muertes. Y pensaba que tampoco se escoge ser saduceo, eso<br />
dependía del número de cuentas que al nacer uno llevara en su collar. Esperaría en mi<br />
extravío interior.<br />
El tren y yo. Yo y el tren. El pulso mortecino del Talgo era un monólogo hipnótico y<br />
susurrante. El tren y yo. Yo y el tren. Nada más. Otra vez. Yo miraba el reloj al vaivén<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 7
de mi cabeza y los olivos mesetarios seguían interminables... No cruzaba el mar en<br />
Argo, la nave de los héroes, rápida en todos los sentidos, sino todo lo contrario, mis<br />
pupilas rodeaban despacio los verdes encajes, esperaban divisar la frontera natural,<br />
ese sobresalto geológico del que me había hablado el poeta gaditano: Despeñaperros.<br />
Confiaba en ello, en que mi vértigo empezaría a vivir -sombra dormida en este cuerpo,<br />
tú eres lo único que conozco por dentro y por fuera, nunca lejos-. Despeñaperros,<br />
¿existiría realmente? Lo cierto es que para mí ya era el enclave del mito, la puerta de<br />
un cancerbero que, por los siglos de los siglos, esperaba al tren que viajaba a la Tierra<br />
de Hic et Nunc. Y yo iba en él. Entonces, aquí y ahora. Presente.<br />
Unos kilómetros antes, leí un cartel de aviso: Peligrosos, intrusos del Hades,<br />
escuchad: muchos entran, pero pocos salen. Los riscos que guardaban el Jardín de<br />
las Delicias se levantaban erguidos en sus aristas para desánimo de los prudentes.<br />
Inmenso el territorio pétreo, <strong>com</strong>o flechas del suelo se levantaban en olas las<br />
caprichosas formas de arabescos; se leía en el suelo un gran libro de piedra que<br />
hablaba de una leyenda, de una ventana abierta. Estaba entrando. Entraba. Otrora se<br />
sabía que, una vez dentro, sólo accederían a sus puertas de salida los valientes, los<br />
que se enfrentaran a las fauces del perro maldito –el muy egoísta, pensó el alma-, tan<br />
seguro de sí. Calculé el peligro, imaginándome las tres cabezas, encajada entre sus<br />
lenguas de veneno letal, y me tembló todo el cuerpo. Pero estaba segura de que las<br />
vencería. Utilizaría sin contemplaciones mis armas árabes de nacimiento: primero, me<br />
ayudaría mi arma de proyección, protectora del libre albedrío -dicen los manuales de<br />
astrología árabe que los nacidos en 1961 vivimos bajo la protección de un arma de<br />
tiro-, y su misión sería la de atenuar mis defectos y magnificar mis cualidades. Fue en<br />
la estación de los cerezos cuando me zambullí en el lago transparente -aún te oigo,<br />
rumor precioso, vientre de madre, cuando tú vivías en Málaga-, allí el agua era fresca.<br />
Ese origen marcaría mi serranía, salpicada de torres y molinos para siempre, <strong>com</strong>o un<br />
arma de valoración para ir hacia delante.<br />
Caminaba <strong>com</strong>o el tren que no puede plantearse la marcha atrás, <strong>com</strong>o un arco en<br />
tensión donde la flecha avanzaba con la fuerza de unos ojos -con arte, niñaentrelazados.<br />
Pero necesitaba más: una segunda arma, tajante. Menos mal que mi<br />
arma de instinto era la espada, un buen remedio para las flaquezas de mi carne<br />
malagueña. Tú, el gladiolo, el gladiolo blanco, rojo; ardiente <strong>com</strong>o la llama, pero recta<br />
<strong>com</strong>o la espada -me bautizó el sabio-, y sí, en verdad, se puede ser sufí y jurista a la<br />
vez.<br />
Me palpé el cuerpo. Bien. Estaba segura de que esos tres demonios lamerían mi<br />
piel de osa. Un aroma de observación, sabiduría y autenticidad sería el narcótico que<br />
me permitiría entrar y salir de la gruta secreta. Además, por si fuera necesario, llevaba<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 8
una tercera arma, mi arma de destino: la navaja. Ella viajaba conmigo a todas partes.<br />
Escondida en mi liguero, dormía entre la blonda marfil de mis medias y un as de<br />
tréboles tatuado en mi muslo izquierdo, el que me ayudaba a triunfar en las partidas<br />
gitanas. En cuanto a mi estrategia de defensa, estaba clara, no sería árabe, sino más<br />
desconcertante, sería muy asiática, oriental. En efecto, mis lecturas adolescentes<br />
sobre el célebre tratadista chino Sun Tzu me habían dejado una enseñanza cotidiana<br />
para ejercer El Arte de la Guerra durante toda mi vida; de manera que, al principio,<br />
debería ser tímida <strong>com</strong>o una virgen y, al primer fallo del enemigo, rápida <strong>com</strong>o una<br />
liebre. Tres demonios: pronto tres tristes testuces y sus viudas perras negras,<br />
incapaces de resistirse a mis encantos. Así que la suerte estaba de mi parte,<br />
entonces, aquí y ahora, por primera vez sabía lo que quería encontrar... y, por eso,<br />
podía permitírmelo todo. Todo.<br />
Mientras tanto, en el ciego túnel del desfiladero, aquel vagón de fumadores se reía<br />
a carcajadas de los chistes de una <strong>com</strong>edia americana, una historia exagerada de<br />
bodas y cuernos con denominación de origen universal.<br />
Un grupo de chicas hablaba sin cesar a mi espalda. Eran cuatro chicas jóvenes, no<br />
pasarían de los veinte años. Hablaban de entrenamientos, barracones, órdenes de sus<br />
superiores... Eran soldados profesionales del ejército español. De repente, se<br />
hundieron los primeros collados de Despeñaperros y las palabras de una de ellas me<br />
golpearon en la oscuridad. Se confesaba en voz alta.<br />
- Mi padre no me habla. Desde los catorce años.<br />
Se hizo un silencio, pasaba un ángel.<br />
- El día que suspendí cinco asignaturas escondí las notas y me fui a celebrar el<br />
fin de curso. Aquella noche bebimos tanto que... acabé en <strong>com</strong>a etílico. Debí<br />
de caerme en la discoteca y me llevaron al hospital. Al despertar, me dijeron<br />
que habían avisado a mis padres y, bueno, mi madre no apareció, pero mi<br />
padre sí, él entró en la habitación de muy mala leche y sólo preguntó lo<br />
inevitable.<br />
- Doctora, ¿cuántos se han follado a esta puta?<br />
- Discutimos y hasta hoy. Me fui de casa. Sólo tenía catorce años, catorce<br />
años... y, desde entonces, he hecho de todo, dormir en los parques, barra<br />
americana, pedir en la calle... Drogas, todas. Para <strong>com</strong>er, yo he pasado por...<br />
Un día alguien me habló del ejército y, ya veis, ahora se lo debo todo. Me<br />
ordenó la vida. Luego, una amiga me dijo que mi padre le pegaba a mi madre.<br />
Sé que ella le tiene pánico y no le queda más remedio que vivir con él. Y yo le<br />
odio, pero también le quiero, hasta me siento culpable y me gustaría volver a<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 9
casa, no sé... cambiar las cosas. Estoy hecha un lío... fatal... mmm... sé que él<br />
no quiere verme... nunca más... ya... ya lo sé. Eso fue lo último que me dijo.<br />
- Ni verte.<br />
Los altavoces anunciaron la siguiente estación: Linares-Baeza. Era mi destino. En<br />
el vagón todo me olía a poro abierto, entre sudor y miel. Arreglé mi maquillaje y mi<br />
abrigo. Me levanté y me acerqué a las chicas. No tuve tiempo de pensar en lo que<br />
hacía, pero mi emoción, un puro instinto de hembra fértil, me llevaba a entregarle a<br />
aquella niña algo de mí, busqué en el bolso y saqué un precioso foulard de seda.<br />
- Niña, perdona que haya escuchado tu historia, es que estaba justo aquí, en el<br />
asiento de atrás... Ahora tengo que irme... pero quiero darte las gracias, mi hija<br />
es casi de tu edad y no te imaginas cuánto me has ayudado. Toma, toma, para<br />
ti. Cógelo. Bueno, adiós, y no lo olvides: tienes un alma preciosa. Mucha<br />
suerte, te la mereces.<br />
Ante su mirada asombrada, la besé. Sus ojos balbucearon lágrimas con palabras<br />
de emoción.<br />
- Gracias, señora.<br />
Bajé del tren tocada, envuelta en un halo de silencio. En la estación, una<br />
desconocida con un sombrero blanco de safari tenía que llevarme a Úbeda y a su<br />
carmen de Granada, pero no la vi en el andén y me senté en un banco sin mirar atrás.<br />
Sólo el silbato. Sólo el murmullo de las ruedas del tren en el recuerdo. Dejaba allí el<br />
pañuelo que me había <strong>com</strong>prado en Chamartín para secarme las lágrimas de té verde,<br />
el que tomaba para no dormirme, para volverte a ver... Hasta aquel día. No más<br />
víctimas. Se acabó. El satén de mis manos se quedaba en el destino de otras manos<br />
que necesitaban mi amor a manos llenas. Un cruce de vidas nos unía con otras voces<br />
en la estación de Linares donde el cielo me prometía un paisaje brillante <strong>com</strong>o<br />
cristales de cuarzo. El aire era seco y frío. ¡Cómo se respiraba la paz en aquel andén<br />
de Andalucía! Paz... Por fin, paz. Y todo gracias al poeta del misterio en la mirada. Y<br />
no, no cuadraba tampoco el firmamento con las fechas matemáticas, no era aún el 7<br />
de mayo de 2003, pero aquel día me volví loca total y me senté a horcajadas sobre<br />
Mercurio en su tránsito a través del Sol. Yo se lo gemí al Señor del viaje y de la<br />
alquimia, yo le rasgué su alma malagueña anonadada y me hizo caso. Cambió de<br />
firmamento y de fechas, vaya que sí.<br />
En aquellos momentos, la razón me preguntaba cómo nos habíamos conocido...<br />
más atrás... ¿Sería el azar el que nos reunió en un banco de palomas? Sí, un día me<br />
encontré sus poemas tirados entre los troncos cortados de los árboles y, desde<br />
entonces, las musas reunidas en concilio me ordenaron tejer guirnaldas con pétalos de<br />
amanecer de un tiempo casi perdido sobre el nivel del mar. Y lloré cuando se decidió<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 10
ordar su olvido <strong>com</strong>o si fuera fácil volver a creer en los milagros. Y volver a jugar.<br />
Pero qué importaba ya, cruzaba el firmamento sobre un corcel alado en el viento sin<br />
memoria. Toda mi casa estaba hilada de velas blancas, encendidas <strong>com</strong>o corazones<br />
de devotos que le anacaraban el alma que le resonaba en el cuerpo, trenzado de<br />
letras <strong>com</strong>o olas del mar. Y las flores me olían en los puertos a paraíso de naves<br />
amarradas. Le dije entonces al oído que ya no había ninguna prisa, que habíamos<br />
llegado.<br />
De verdad. El poeta no me había mentido: en aquel vagón de fumadores, me había<br />
sucedido lo imposible. A mí me dolía tanto el dolor de esa niña que no paraba de llorar<br />
al observar la belleza del desfiladero, pero, al salir de Despeñaperros, vi a unos<br />
guerreros vestidos de piel tatuada que me esperaban al borde del abismo. Como en<br />
un cuenco tibetano, los antiguos habitantes de la Sierra de Yedra me saludaron con<br />
sus manos mientras lanzaban sus yeguadas relinchos en círculos blancos de humo<br />
que subían al cielo entre nubes de designio. Vibraba el espacio. Yo no dije nada a<br />
nadie, pero los vi -eran verdad, amigo mío- sin mentir.<br />
Sobre el tren llovía lirio azul con lenguas de fuego purpúreo mientras los guerreros<br />
recitaban tu nombre, mientras recitaban tu nombre, mientras recitaban nuestros<br />
nombres, los nombres de todos los poetas. Uno a uno. Jóvenes o envejecidos, en el<br />
nombre reunidos: el lactante, el niño, el joven, el adulto, el anciano, la mujer y el<br />
hombre. Otra vez niña y niño. Pasó otro ángel por el silencio... hay que tener amigos<br />
hasta en el cielo. Afiné el oído y escuché a Rumi con atención: De arriba somos y<br />
hacia arriba iremos. / Del océano somos y hacia el océano iremos. / No somos de este<br />
sitio o de aquel sitio. / Somos del no-lugar y al no-lugar iremos. / Mientras busques la<br />
perla de la mina, mina eres. / Mientras el pan desees, pan eres.<br />
Amnésica de lo probable, nacía en mí la esperanza de lo posible. Por fin cruzaba<br />
esa frontera con los dos pies, con las mil ruedas de una oruga que soñaba en<br />
mariposas y me daba cuenta de que la cita era en cualquier estación de la ruta del tren<br />
del aquí y ahora, en medio de una tierra sudada de dolores y silencios, parturienta de<br />
almas que se esfuerzan en un duelo de metáforas por elevar a la vida los garabatos de<br />
un texto. Brindaba por la palabra que nos rapta -suceden los milagros, y, por eso, a ti,<br />
para siempre, un respeto de estrellas en el apretón cálido de muchas manos<br />
manchadas de tinta inútil-, porque cuando <strong>com</strong>prendes esta sutileza, verás que<br />
cualquier cosa que busques, eso eres.<br />
Cogí de nuevo la pluma -a ti, mi agradecimiento- y abrí mi diario por la página 8.<br />
Empecé a bajar los escalones muy despacio, acariciaba verbalmente las crines del<br />
abismo mientras escribía mi Descenso:<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 11
Hija,<br />
a través de ti viajo<br />
a los fondos de mi dolor no extinguido,<br />
olvidado de todos,<br />
de mí misma.<br />
No voy buscando tus restos,<br />
sólo busco mi nombre de niña masacrada,<br />
violada de sus sueños,<br />
asustada,<br />
contigo,<br />
bajo las sábanas del terror.<br />
Tengo el pecho lleno de saetas,<br />
escudos petrificados<br />
sin retorno,<br />
y no quiero tu salvación<br />
ni tu perdón,<br />
estoy sola.<br />
Tú<br />
me servirás de excusa,<br />
de pasaje de vuelo<br />
gratuito a los abismos,<br />
paraísos descuidados<br />
donde habitan<br />
mis inquilinos del fracaso.<br />
Hija,<br />
no podré entonces<br />
más que reírme<br />
del desorden,<br />
excrementos prensados,<br />
polvo calcinado<br />
de deseos insaciables...<br />
Recogeré entonces<br />
con mi pala<br />
de escarlata cenicienta<br />
todo aquello,<br />
junto a tu cinturón<br />
de perlas y rubíes.<br />
Ayer princesa de la Nada,<br />
hoy reina del Hades,<br />
conmigo.<br />
Al primer chasquido de mis dedos, las aves del Guadalquivir despegaron. El<br />
espíritu de las aguas se elevó con esas niñas marismeñas de linaje inmaculado al<br />
dibujar su vuelo sobre el solar aceitunero. Vi con claridad sus picos de plata, lloviendo<br />
caía sobre la Tierra el nombre del poeta, gotas de agua azul iban besando en las<br />
sienes de mi parte a los ancianos erguidos en sus troncos milenarios. Besaron<br />
también a sus mujeres... una a una. Al segundo, sus hermanos marismeños cantaron.<br />
Vi que sobre el tren ondulaba una saeta con sus versos altaneros, ceñidos a su cintura<br />
de andaluz errante. Al tercero, vi partir de Cádiz una <strong>com</strong>itiva de talabarteros a caballo.<br />
Y al cuarto, mi amigo cabalgaba sobre una yegua cartujana. Conmigo. El Señor de las<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 12
Marismas a mi lado. Era la hora en que la lentitud cruzaba los montes que afloraban<br />
amantes de un rubor violeta...<br />
Era el crepúsculo, desaparecía todo rastro. Vinieron a mí entonces aquellos versos<br />
árabes que un ángel me tatuó en el alma: En la mañana del juicio, cuando levante la<br />
cabeza del polvo, te buscaré para conversar contigo.<br />
Sí, amigo mío, es aún la vida, ¿y no es un sueño?<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 13
II<br />
Lavirotte al azar<br />
Es el misterio de Tiau... la supresión de las manchas, la entrada en el Valle misterioso<br />
cuya entrada se desconoce; esto da el verdor al corazón del difunto, prolonga su<br />
marcha, le hace avanzar y le hace forzar la entrada del Valle para penetrar en él con el<br />
dios... Los dioses se le acercarán y le tocarán, pues será <strong>com</strong>o uno de ellos.<br />
Libro de los Muertos, cap. CXLVIII, 5<br />
De regreso a la historia bajé precipitadamente las escaleras de l’Odéon enredada<br />
en el laberinto. En uno de los giros de caracol, levanté la vista hacia el techo del<br />
antiguo Teatro de la Emperatriz y observé la fabulosa pirámide egipcia. El punto de<br />
fuerza desde dónde se organizaba el ritmo del universo me absorbió, los electrones<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 14
ondulantes salieron de mi cuerpo y ascendí a otro nivel; y, en ese mismo momento, al<br />
cambiar de escalón, me topé con él, con Jules-Aimé Lavirotte.<br />
Sucedió el año pasado. Hacía mucho tiempo que no nos veíamos y no esperaba<br />
encontrar tantos cambios en su rostro, en sus formas... pero los hubo. También en el<br />
traje. Esta vez era sintético, azul metálico. Siglo XXI puro y duro. Él, por su parte, al<br />
mirarme -estoy casi segura- desde sus cuatro puntos cardinales, no me reconoció.<br />
Probablemente, mi apariencia era distinta… Con un traje de chaqueta color gris perla y<br />
mi corte de pelo a lo garçon, yo pasaba desapercibida de la mirada profana, mi nuevo<br />
estilo encajaba muy bien con los “progres” de la sociedad parisina. ¿Quién podría<br />
atribuirme hoy rasgos de condesa en el gran Teatro de Europa? Me dirigí hacia él,<br />
estaba apoyado en la barandilla con su gesto inconfundible, <strong>com</strong>o esperando a<br />
alguien… Iba a presentarme, a decirle quién era, revelarle mi verdadera identidad y mi<br />
misión en esta época, pero justo llegó el momento del descanso y la multitud salió<br />
desenfrenada antes de que yo pudiera pronunciar una sola palabra. Entonces, lo perdí<br />
y un silencio gélido me recorrió el espíritu, cansado de vagar un siglo entero buscando<br />
sus huellas de acacia. Claro que podría ser el verdadero, el portador de la vida<br />
flamígera que conocí en sus ojos, pero algo no encajaba en mi rompecabezas (nada<br />
<strong>com</strong>o estar casada, te salen todas las novias, me advirtió la vidente argentina). Seguí<br />
avanzando entre la jauría que se agolpaba en el bar con una sed de zahorí loca en<br />
busca de un vaso de agua, y, entonces, una actriz que corría hacia su camerino me<br />
gritó que no, que cuidado con las imitaciones, que llevaban dos semanas buscando al<br />
actor principal y que no me fiara de los clones que allí había. Ya. Comprendí que todos<br />
querían confundirme. Mascota o lírico reclamo, eso daba igual. Y <strong>com</strong>o yo aún creía<br />
en las palabras de apariencia lunar, decidí entregarle una carta al portero del teatro,<br />
quizá él descubriera algo de su paradero. Lavirotte… al azar.<br />
- Soy Mme Montessuy. Si alguien pregunta por mí, désela, por favor. Mi número<br />
de móvil está en la tarjeta.<br />
Jules no llamó, quizá no era consciente de su verdadero nombre, pero yo tenía que<br />
encontrarle <strong>com</strong>o fuera. Incluso pensé en atraerle hacia mí con la voz de la<br />
salamandra dorada del Pont Alexandre III -la Clé d'or est l'application quotidienne dans<br />
la flamme du cœur-, sin embargo, no lo hice. Había que respetar las coordenadas de<br />
lo inverosímil, permitir que se dieran las circunstancias, el sentido y la altura del<br />
tiempo, un viento favorable. Entretanto, nadie sabe cómo llovió sobre mi corazón. Por<br />
el Sena pasaron las barcas de Isis y los meses en vano, mientras yo seguía tocando<br />
de puerta en puerta, por bellas casas y palacios, para encontrar su huella curva, la<br />
horma de mi zapato… La carta era el filtro, el zapatito de cristal hecho a medida para<br />
mi Valle del Nilo:<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 15
Desde el hielo infinito, beso el fuego más intenso, me quemo, amor. El mundo<br />
despertará cuando deje de mirar por el oscuro de esa calavera que le engaña. Tú me<br />
enseñaste cuál es el horizonte. Dame la mano, siente el calor de la sangre. Tejidos,<br />
huesos, vísceras, de eso se <strong>com</strong>pone el milagro, me dijiste. Aún tiemblo. Yo no sé a<br />
qué estás esperando… Yo no sé cuánto tiempo más te estaré esperando… Yo no sé si<br />
resistiré quererte tanto. Ven a buscarme a l’Odéon.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 16
III<br />
En un bosque de vidrieras… más allá de la queimada<br />
Entro con mis barcos en tu silencio con un sigilo amenazador. Y hoy no voy a<br />
detenerme con los golpes de pecho de tus nodrizas. Así que vístete y cálzate con tus<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 17
sandalias de largo camino, porque nos vamos de viaje y sin maletas. Que allá donde<br />
vamos no hay más que agua, luz de vidrieras y bosques de lilas que nos esperan con<br />
varias estaciones de almíbar quemado por el suelo. Pero date prisa, mi <strong>com</strong>pañero de<br />
juego, vamos, vamos, coge esa camisa, suelta esa chaqueta, toma mi pareo, espera,<br />
espera, que yo te encajo el cinto… ¡Corre! Van a dar las doce. ¡Vuela! Porque ha de<br />
ser antes de que se venza el plazo de este instante en su aguardiente. Antes de que la<br />
meiga se consuma en el azúcar, el limón en su corteza con los granos de café y unas<br />
gotas de caramelo quemado nos anuncien las llamas azules de los buenos augurios.<br />
Llevamos todos los ingredientes, aquí dentro. Bucearemos. Ya buscaremos el<br />
recipiente de barro. O la calabaza servirá. Antes de que se disuelva el azúcar ya nos<br />
habremos ido y en el borde del paraíso sólo se oirá lejano un móvil, que sí, sonará<br />
para los monos. Terribles lianas para tan poca cabeza. Una maraña de chicharras con<br />
antenas de hormiga, cabezas de grillos enjaulados en un edificio con ventanas...<br />
Cosas de jíbaros...<br />
En grupo saltarán sobre él <strong>com</strong>o demonios que chillan sin sentido, mientras<br />
nosotros, autistas de un mundo rectilíneo y uniforme, seguiremos buscando un<br />
estanque que recuerde el útero de una mujer fértil y buena. Entre pargos, ballenas y<br />
delfines.<br />
Pero, de este secreto, nada a los caza-re<strong>com</strong>pensas. Disfrutaremos la felicidad en<br />
voz baja, imperceptible, <strong>com</strong>o un susurro en los labios. Los monos, ellos, nunca<br />
podrían dar la mano. Cielo e mar, o caro, tus dos palmas abiertas de dios bifronte<br />
están ahí, al cruzar los charcos sin pedir nada a cambio. Sin óbolo. Sin beso. Menos<br />
aún, ¿los crees capaces de creer tu desafío a la vida cuerda en medio de un puente<br />
de bambú? Siempre y cada vez que hay que atreverse. Y tú me enseñaste que hay<br />
que atreverse.<br />
Y me atreví y soñé alto sobre tus alas, con una laguna convertida en biotopo entre<br />
manglares, jameos de agua con acústica de concierto, una armonía de opuestos<br />
abrazados, un lugar de humedad y descanso para todos. Era el refugio de los<br />
pródigos, le jardin d'eau, prodigio de un siglo. La casa con su gran entrada sin juicio<br />
moral, pavos reales abrían la espesura de los mimbres y lámparas de aceite<br />
señalaban el camino hacia una gran sala. Dos cisnes blancos intercambiaban allí los<br />
cromosomas de las razas invitadas entre manjares de todos los sabores de la tierra,<br />
para que la enfermedad no cocinara sus recetas en las ollas de las mentes. Nacían<br />
células nuevas, traviesas vieiras que viajaban solas por caminos ondulantes<br />
buscando su corazón de ser humano. Arenas sombrías a la luz de la luna que en<br />
caricias dan sus perlas. Sí. Quería dos tallas más: con los fotones atados me<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 18
asfixiaba. Blusas, blusas, de hilo y encaje... Hacía calor... ¿Dónde estaba usted la<br />
tarde del miércoles diecisiete de septiembre de 2003? A ver... ya tenía preparada la<br />
coartada. No hay más preguntas. En todas las veredas estallaba una fiesta.<br />
Resplandecía el coral bajo la laguna en su conjunto. Yo no veía otra cosa que<br />
guijarros blancos por todas partes. Hasta me olvidé de cortar las ramas de los árboles<br />
a propósito, porque me gustaba, me gusta tu pelo de guerrero celta. Ensortijado de<br />
hojas, soñaba en sueños que se desenredaba el desorden con suavidad entre mis<br />
dedos. Qué lío. Los más divertidos, por rebeldes, eran los nudos jazmín, en los<br />
claroscuros, anunciaban preludios de placer para mis ojos de garza acostumbrados a<br />
balandro.<br />
La Vida.<br />
La Vida.<br />
La Vida.<br />
Envié entonces una gaviota anillada y mensajera al mundo del asfalto para<br />
ofrecerle mis respetos más distantes. Aclaré a los doctos ilustres que allí no había<br />
ningún aguijón venenoso que escribiera su ley sobre mi ley. Y que estaba bien. Muy<br />
bien. No se preocupen. El escrito terminaba en punto y aparte.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 19
En el agua la tinta, blanca, verde, azul índigo en el agua, las ondas, en el agua, el<br />
agua.<br />
Firmaba la carta y añadía:<br />
P. S. Aquí todo el mundo sabe quién es.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 20
IV<br />
No se vende<br />
Nunca espero tener que explicarte lo mal que se pasa cuando las hechuras no se<br />
pierden, pero se nos hacen prietas, prietitas de querer. Chico se me quedó el traje y el<br />
bolso ya no me hace juego con los zapatos de mi último cumpleaños. Yo no sé, pero<br />
creo que no voy a saber cómo vestirme de ahora en adelante con los rotos de esta<br />
ropa que me huele a escondrijo de polillas.<br />
¿Desde cuándo robarme así, a punta de lanza, mis átomos de agua?<br />
Devuélvemelos. Como si quieres hacerlo en valija diplomática, pero los quiero todos.<br />
Te seguí por y a través, y no te encontré. Con la desfachatez de una tarde de julio<br />
te fuiste con el elástico de mi blusa de hojas preferida y, desde entonces, ya no he<br />
podido salir de marcha sin instintos asesinos. En medio del merengazo, los poetas<br />
vinieron a mí <strong>com</strong>o moscas, se acercaron con sus cadencias, ronronearon por los<br />
flecos de mi falda -siempre quieren arañarme las medias-, cuando por el aire les<br />
estallaron los versos del bofetón que les planté con redoble de carpetas. Poetas...<br />
mentirosos que nunca llegan a la hora. Falsos oráculos de Delfos. Puertas traseras<br />
cerradas que ven cómo me sangro y no hacen nada.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 21
Te lo advierto: esos átomos me pertenecen (<strong>com</strong>o el olor a tierra fértil que me<br />
invade en este instante fanático sin ti). Sabes que mientras estén ahí, yo seré un<br />
espectro en esa casa de nostalgia. Porque no pude negarme. Se reunieron en consejo<br />
y decidieron quedarse. Quisieron. Ahora, búscalos tú. Sigue las huellas.<br />
Ve recogiendo los que puedas desde el coche hasta la puerta, hall-lavabo-salóncocina-mirador-sótano-jardín,<br />
y arriba, ya conoces el resto. Utiliza tu red de mariposas.<br />
Por la escalera, sobre la silla negra de tu ventana virtual, en el colchón del invierno,<br />
bajo la hiedra del cuarto de invitados; en nube de electrones alrededor de un jinete en<br />
su hoja de arroz, en esa sobria alcoba… y no te olvides del mármol travertino de tus<br />
termas, que un día yo inundé con risas y color.<br />
Así que… dame cafecito, niño. Tengo que irme, apúrate. Las raposas se te<br />
escaparon por la ventana y te has quedado solo, vendiendo la casa, con un resto<br />
blanco de mantel que no es que diga, sólo asusta: "Las luces se apagan solas". Uy...<br />
qué difícil que eso se venda…<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 22
V<br />
El humo del Bósforo<br />
El puerto seguía con su obstinado lamento de mercancías mientras se<br />
entrecruzaban los idiomas y las gentes se agolpaban en los buques. El tráfico humano<br />
del gran canal escribía la historia más mestiza de todas las fronteras atlánticas entre<br />
África y Europa. Su barco saldría al amanecer. El Señor de la Isla, a la vuelta de su<br />
odisea, prometió que aportaría una esclava a la dote de su hija... Al fin y al cabo, todo<br />
aquello estaba hecho de arena y polvo negro desde hacía siglos…<br />
El día que lo vio partir a ultramar, a Claire Lafontaine se le desplazaron los ejes<br />
magnéticos del Bósforo. El puerto se llenó de metáforas que inclinaron sus rayos hacia<br />
Oriente, y ella, en plena enajenación mental, día tras día, acudía a la cita del<br />
crepúsculo por si el velero del mariscal Delacroix volvía antes de tiempo de su periplo.<br />
Sus ojos serían los primeros en divisarlo. Amores a distancia, felicidad para los cuatro,<br />
le dijo la vieja vendedora de búhos, aunque ella se empeñaba en no creérselo...<br />
Nunca, nunca regresó Jean Delacroix, eso dicen los documentos que estoy<br />
traduciendo para una investigación sobre la esclavitud en Canarias durante los siglos<br />
XVIII y XIX. Y mientras observo los antiguos retratos del despacho de una oficina de<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 23
la Autoridad Portuaria de Las Palmas, veo en la televisión cómo descienden los<br />
pasajeros del último cayuco, taciturnos, cabizbajos, cansados de la travesía marítima<br />
hasta el Puerto de la Luz. Pero ninguno de ellos se le parece. Hoy tampoco, quizás<br />
mañana. Sueño que el aire me trae perfumes homéricos. Rosario me habla de la<br />
Fundación y de sus actividades culturales, pero yo rasgo en dos la tela del tiempo y le<br />
interrumpo el discurso. He de marcharme, lo siento, es urgente, sin disculpas.<br />
Hace dos segundos que han llamado a oración desde los minaretes del canal del<br />
Bósforo. Mi corazón es un altar de soledad donde Claire y yo convocamos a los<br />
pájaros. Escucha, escucha… Claire... ya están ahí. Están hablando con Dios sobre la<br />
sucesión del desamor y el color de los vómitos desde el lado inefable del mundo.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 24
VI<br />
Cuernos de gacela en el Café Maure<br />
Ella no creía en la mala suerte, sino en el deber de afrontar la vida con sus miedos<br />
e impotencias… y a pesar de los pesares: “Al toro por los cuernos” (era su lema). Así<br />
que introdujo un disco de música en el ordenador para cambiar el tono trágico del<br />
paisaje y la estancia se llenó de luz. Vibraba Carlos Cano, vivo, vivito y coleando, las<br />
caracolas aún le resonaban en el pecho. Después, su mirada se lanzó al océano de<br />
fotones, una zambullida <strong>astral</strong>, un juego que había aprendido de niña mientras se<br />
aburría.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 25
Salía del mundo visible sin ser notada, atrás quedaba la apariencia, la pose<br />
necesaria para que nadie se diera cuenta de que su verdadero ser ya no estaba.<br />
Siempre era al atardecer. Entonces bajaba las calles azules de la kasbah hasta la<br />
terraza del Café Maure a tomarse un té a la menta con pastas de almendra y miel. Allí<br />
se sentaba tranquilamente a observar la paz de las tinajas. Y sólo cuando cerraban la<br />
puerta de Bab El Kébir, ella regresaba a su antigua casa frente al mar.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 26
VII<br />
El rumbo de la esfinge<br />
He bajado a tierra hoy, 12 de octubre de 2001. Creo que este lugar es un buen sitio<br />
donde descansar de mis travesías solitarias. Algo me dice que entre arenas negras se<br />
esconden mis orígenes volcánicos, ecos posibles, descubrimientos. Quizá ésta sea la<br />
tierra de la que me habló Aorix en aquella sesión de los óleos sagrados: Avalon, el<br />
Paraíso de los Manzanos, la isla mágica en el Oeste donde Arturo había encaminado<br />
sus pasos hacia el Más Allá feliz de su romance. Dudo tanto hasta de los aceites del<br />
santo... No me creo nada. Veremos.<br />
“Miriam de Magdala”. ¿Lo seré realmente? Si es cierto lo de la transmigración de<br />
las almas, no cabe duda de que alguien con poder obra en mí en esta búsqueda de...<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 27
de... de... ¿de qué? Aorix ya me lo dijo en una ocasión: “Me entiendes demasiado<br />
bien, has entrado en mi campo magnético, en la esfera de mi deseo, una vibración de<br />
la que ya no podrás escapar. Te será muy difícil huir de la espiral copulatoria de mis<br />
fotones, te buscan frenéticos, ma chérie”. Los pájaros de esta isla <strong>com</strong>en la fruta de<br />
una especie de manzano... “Ramas plateadas de un manzano de flores blancas”, me<br />
dijo, “búscalas tierra adentro, serán el símbolo de tu inmortalidad”. Como Merlín, me<br />
encantaste, y ya de eso hace tres años. Mientras tanto, todos los sauces y<br />
melocotones, los rastros que tú me indicaste para encontrar el camino interior, han<br />
aparecido y desaparecido en medio de la vida, <strong>com</strong>o relámpagos sin lógica. Y no he<br />
hallado aquí más que bosques talados, arrasados, sin Árbol de la Vida. Sólo conservo<br />
en mi memoria una imagen, Notre-Dame, París, Francia, principios del siglo I d. C. Yo<br />
tallaba en la piedra lo que la piedra ya había visto antes que mis ojos. Pero necesito<br />
recordar más cerca...<br />
Soy intérprete, siglo XX, año 1998. Recibo una carta de un monasterio bretón por la<br />
que se me invita a colaborar con M. Aorix, un monje ortodoxo que imparte cursos<br />
sobre El Arte sagrado de la unción. No puedo negarme. Uno, porque me lo pide un<br />
amigo, y dos, porque hay algo entre místico y erótico en este juego de palabras:<br />
“aceites sagrados”... cadencia perfecta. ¿Serán la llave del fondo del mar, castillo de<br />
Neptuno? ¿Aparecerá la puerta invisible que accede al Bosque de Brocéliande? Merlín<br />
vive allí la eternidad abrazado a la cintura de Viviana, dueña y señora de sus deseos<br />
magníficos... Aorix y yo vamos a pensar juntos, a hablar casi juntos, pero el peligro de<br />
verme atrapada entre sus redes me obliga a protegerme, mon chéri. No permitas que<br />
me imponga sus manos o estoy perdida.<br />
Mientras me decido (¿qué voy a hacer con este curso del que ni siquiera tengo<br />
documentación para preparar las fichas terminológicas?), voy observando la pared.<br />
Reflexiono. Lo procuro. Frente a la mesa del despacho, tengo dos cuadros colgados...<br />
y pienso en lo difícil que es estar segura de la realidad. Son casi gemelos, <strong>com</strong>o la foto<br />
y su negativo, parecidos, <strong>com</strong>o tú y yo, pero distintos. Los objetos del bodegón de la<br />
derecha brillan con colores blancos y verdes de tono pálido, forman figuras de pájaros<br />
con picos abiertos hacia el cielo, <strong>com</strong>o crías piando que llaman a su madre desde una<br />
taza de leche. Parece leche. La jarra de agua no se mueve, ni se inmuta, bajo esa<br />
elegancia clara de quien sabe que es necesaria para la vida. Las sombras no han<br />
llegado ni llegarán hasta ella, pero las paredes de la casa intentan huir de una<br />
presencia extraña. Mira cómo vuelan. Será la del artista, que las mira con suspicacia,<br />
con esa desconfianza típica de los creadores ante la vida que es inocente, ingenua.<br />
Nunca recordar que un día fueron tan frágiles <strong>com</strong>o la cal viva y sufrieron. Pero<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 28
nosotras, sus musas malditas, viviremos siempre con el riesgo de la herida, pues no<br />
nos queda otro camino. Criaturas nacidas para sufrir el parto de la creación, hasta que<br />
un día, el artista nos toma de la mano y <strong>com</strong>prende que el cuadro no es más que<br />
impotencia e ironía. Entonces nos bajamos del lienzo y nos bañamos con él en la<br />
playa real, juntos, en la orilla, llenándonos la cabeza de arena, cubriéndonos los pies<br />
de sal, plantando allí, definitivamente, la vida. Tiéndete conmigo, pintor desnudo de<br />
acuarelas, sobre estos callaos antiguos <strong>com</strong>o el rumor del mundo y cierra los ojos.<br />
Escucha, no existen agonías en nuestra tierra, donde la voz de la tórtola ya se ha oído.<br />
Abre la mano y el mundo se abrirá ante ti. Olvídate de ellos, son una multitud de<br />
envidiosos que admiran tu castillo y la princesa con la que te has hecho un ovillo de<br />
rejos y de algas. Pobre de la aguaviva que se atreva a rozarte siquiera...<br />
(Perdona, chico, pero la princesa es mía...) Claro que sí.<br />
El cuadro de la izquierda es tan sombrío que no sé <strong>com</strong>o describir el espectro que<br />
surge de la taza de leche, que ya no es taza, y, ni por asomo, quiere ser leche. Las<br />
crías del pájaro han descendido hasta el passe-partout y amenazan con invadirme la<br />
mesa de madera con sus rejos amarillos para ahogarme desde el ordenador,<br />
atándome a la silla azul donde estoy sentada... Tengo una presión en la nuca que me<br />
recuerda la angustia de las manos que aparecían en Luz de gas, años sesenta,<br />
cuando mi abuela se olvidó de <strong>com</strong>probar los dos rombos de la tele y a mí se me<br />
quedaron para siempre grabadas las dos manos asesinas en la retina imaginaria de<br />
este cerebro que lo capta todo, absolutamente todo (recuerdo al loco francés que yo<br />
leía entonces en la biblioteca, mientras el profesor de ética miraba de reojo la falda de<br />
mi uniforme, los túneles secretos de una autopista hacia el cielo, y hablaba de los<br />
hemisferios izquierdo y derecho, de las cámaras abiertas de la escritura creativa...).<br />
Pintor, no me pintes más tu dolor, gris, <strong>com</strong>o de brocha enfangada. Cómo me gustaría<br />
abrazarte y, con mis dedos en ungüento, dibujarte tu forma transparente. Explicarte en<br />
el silencio de tu cuerpo, con mi pluma de águila, que no temo la invasión de tus<br />
sombras en mis cuadros. Ya están en casa. Seguramente, te asustaste cuando de<br />
niño viste la máscara negra del malo de La Guerra de las Galaxias, cuando aún no<br />
estabas preparado para cortar la realidad <strong>com</strong>o rodajas de un salchichón, y te<br />
quedaste colgado para siempre del miedo, <strong>com</strong>o yo con las manos negras de Luz de<br />
gas. Aún dormirás con chupete por las noches, rozando tu boca algún objeto similar al<br />
pezón que nunca tuviste, ya que, de haberlo tenido, hoy no pintarías la negrura. Al<br />
menos, no sería una pintura tan recurrente hacia el vacío y el dolor. Un consejo te doy:<br />
hay que ir más al campo en estos casos, y caminar descalzo, acariciar los sentidos de<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 29
la tierra, la piel del aire, la saliva del agua, el fuego del sol. Demasiadas sales de<br />
Chanel en nuestras vidas, mientras se aburren de esperarnos las charcas de agua<br />
salada en las costas. Yo, por si ocaso, parto ahora mismo hacia El Charcón, no me<br />
vaya a contagiar a través del passe-partout de tu nostalgia, y me veas recitar<br />
enfebrecida los versos góticos de otras jóvenes poetisas, sí, las que tan bien<br />
<strong>com</strong>prenden tus seres abisales... Pero yo no.<br />
Está bien, voy a hacer el curso, porque me apetece, tengo el morbo de la<br />
curiosidad. No voy a engañarme. Aorix me espera en la terraza del Café Del Arco para<br />
explicarme de qué va a ir su charla. He hablado con él por teléfono y me ha pedido<br />
que prepare el capítulo de la escalera de Jacob (Gén. 28, 12), y también la escena de<br />
María Magdalena donde derrama perfume de nardo sobre la cabeza de Jesús (Mc. 14,<br />
3-9). Me pregunto cómo se las habría ingeniado esta mujer para irrumpir en aquel<br />
banquete de hombres con tanto desparpajo. Nunca he creído que fuera una prostituta<br />
convertida, porque intuyo que su presunta frivolidad era mucho más que un simple<br />
poder físico, se trataba, seguramente, de poder espiritual. Sacerdotisa de La Orden de<br />
los Esenios, mujer iniciada en los rituales de la polaridad femenina y, ahora, al servicio<br />
del amor. Aquí, la maga de Betania se arrodilla ante un cordero, se descubre <strong>com</strong>o<br />
una niña que busca la paz del corazón, ya no hay subterfugios ni sortilegios de magia<br />
barata, porque el embrujo del amor lo llena todo en esta sala. Una mujer alivia el<br />
cuerpo y el alma de un hombre cansado de sembrar desiertos, preciosa obra del<br />
cosmos que bendice al Cristo con su melena ondulada. Sin embargo, la escena es una<br />
dulce despedida hacia la muerte. Pontífices castrados, no es Miriam de Magdala la<br />
mujer pecadora que intenta seducir a Jesús con sus formas, estáis equivocados, es la<br />
única que puede darle entre vosotros la extremaunción antes de su sepultura... ¿Quién<br />
se atrevería a tocar a Jesús sino ella?<br />
Estoy aquí, con los libros de plantas medicinales que he podido encontrar en<br />
francés. Palabras <strong>com</strong>o muérdago, brezo, roble, manzano, acebo... todas ellas pueden<br />
aparecer estos días y tendré que manejarlas a una velocidad de vértigo en la<br />
interpretación simultánea. Aorix va a llegar de un momento a otro, mientras todas las<br />
personas que toman café y té en este lugar del puerto, me divierten por su ignorancia,<br />
en el buen sentido. Es imposible adivinar que a tu lado está sentado un descendiente<br />
de Merlín con poderes curativos extraordinarios capaces de anular tu consciente y<br />
lograr así tu transformación física y psíquica. Dicen que la metamorfosis que<br />
consiguen los druidas utilizando la magia vegetal es <strong>com</strong>o entrar en éxtasis. Ocurre<br />
igual con los chamanes, que pueden adoptar múltiples formas, desde convertirse en<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 30
lechuzas, grullas, águilas... hasta apariencias humanas irreconocibles, en cuestión de<br />
segundos, de anciano decrépito a joven guerrero. Increíble. Pero dejemos eso ahora<br />
que se acerca el verdadero éxtasis: ese hombre que camina hacia mi mesa con su<br />
mirada clavada en la mía. ¿Quién eres? ¿Por qué me miras así? No sigas... Me haces<br />
daño...<br />
_ Bonjour. M. Aorix?<br />
_ Oui, je suis M. Aorix. Et vous? Vous êtes Mme. De la Fuente?<br />
_ Oui, c’est ça. Judit, enchantée.<br />
Hechas las presentaciones, creo que se impone pedir un café y <strong>com</strong>enzar a hablar<br />
del curso sin premura. Este semidios se me antoja demasiado atractivo para el cuerpo<br />
y para el alma. Y eso es lo más peligroso para mí, prendarme de alguien por la belleza<br />
de su alma, ahora que me estoy divirtiendo tanto <strong>com</strong>o corsario. Pedimos dos cafés<br />
especiales con nata y ya estamos hablando <strong>com</strong>o dos colegas de toda la vida. Me está<br />
volviendo loca por momentos. Cierra los ojos <strong>com</strong>o un gato que me acecha. Ahora me<br />
está hablando del puente sagrado, del tránsito de la tierra al cielo por medio de la<br />
ingestión de drogas y derivados del cáñamo. Lo único que me faltaba en esta<br />
conversación por los reinos de lo invisible, son los humos y perfumes, la inhalación de<br />
hierbas del bosque que sirvieron de alfombra voladora a muchos héroes del mundo<br />
celta. Me muero por volar contigo, pequeño hombrecillo del siglo I, un paseo por los<br />
planos de mi conciencia es todo un desafío a la curiosidad siempre insatisfecha de una<br />
mujer <strong>com</strong>o yo.<br />
Estoy mirando el puerto, con su procesión de hormigas, orugas y cucarachas<br />
humanas. Creo que el café estaba envenenado. Ya no veo más que seres del<br />
inframundo en este paisaje de colores que se va apagando por momentos. Tengo<br />
cada vez menos fuerza en la mano que escribe notas con un pulso mortecino. No me<br />
gusta nada la sensación de rigidez que se me está poniendo en la nuca y en las<br />
piernas. Todo es muy difuso. Aquí pasa algo raro... M. Aorix me está introduciendo en<br />
un coche y me da algo de beber. Es vino. Leo en la botella las palabras Lacryma-<br />
Christi. Mira que lo sabía: nunca dejar que nadie te absorba el aura, nunca mirar de<br />
frente a los ojos, nunca dejar que te impongan las manos. Siempre tan lista, siempre<br />
tan tonta, pero al final, decido marcharme. Salgo.<br />
Tampoco esta vez, en esta sesión de diván, puedo encontrar el motivo de mi<br />
fracaso. Siglo I, siglo V, Siglo XIII, siglo XX, ya no sé por dónde <strong>com</strong>enzar el próximo<br />
mes con este médico psicoanalista que juega a desdoblarse en Freud, Lacan y<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 31
Michaux según pasan los días. Quizá en la siguiente regresión tenga algún signo<br />
revelador, alguna señal del cielo inconsciente. De todos modos, no sé, pero algo me<br />
dice que debería cerciorarme de mi seguridad bajo este estado de hipnosis en el que<br />
el doctor me sumerge a través de la voz de Miguel Bosé (en una sensual<br />
condensación Bose-Einstein, diría él)… No vaya a ser que… entre una cosa y otra, se<br />
esté aprovechando de mí... porque, mira por dónde… ahora resulta que tiene la misma<br />
mancha en el cuello que M. Aorix...<br />
N. de la T. La clave secreta para el jeroglífico coral se encuentra en el lenguaje de los<br />
pájaros.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 32
VIII<br />
Décrocher la Lune…<br />
(A Aníbal, príncipe cartaginés)<br />
Es la hora en que descienden mis grullas de su uve celeste perdidas. Es su ocaso<br />
silencioso. La vida se detiene. Ya son las ocho, dice la voz que vigila la entrada de la<br />
gruta. Sigo la luz de las crines del caballo y la luciérnaga. Me esperan las ballenas.<br />
Es la hora del atardecer de Eliot, la misma hora de aquel día en que hombres<br />
vestidos de un gris cobarde quisieron entregarte a la risa de las hienas. El mismo día,<br />
la misma hora en que llegó un mensajero con unos versos del alma. No hay números<br />
fatídicos, ellos buscan siempre sus pretextos. Se disfrazan.<br />
Unos años antes, tú los habías visto en el lago, cortaban con un cuchillo de cocina<br />
las alas de un cisne blanco y te volviste loco de rabia: rajaste y desgarraste con ira de<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 33
toro las entrañas de los justos que no aceptaban al dios del lugar ni tampoco a los<br />
guardianes del fuego sagrado. Aquello te costó casi la vida, tu fe en la belleza, pero el<br />
ave enmudecida nunca te olvidó. En su último canto, quizás el más bello, cuando la<br />
vida desfila veloz en imágenes, lanzó al cielo tu nombre y selló para siempre el paso<br />
de las grullas hacia el sur. Un lugar estrecho, oculto entre los mimbres. Por eso,<br />
cuando ellas bajan a este hemisferio, leen entre las nubes la memoria del poeta y<br />
velan por la eterna transparencia de tu nombre ya tallado en el umbral. Cristal.<br />
Amatista.<br />
Príncipe de las mareas, tú que sientes el agua con tu olfato de salitre, dime: ¿a<br />
dónde van las lágrimas de cisne?, ¿crees en la fuente de los sueños?, ¿en qué río<br />
desembocan?, ¿ascienden o descienden?, ¿se evaporan de nuestros rostros y <strong>com</strong>o<br />
globos de colores se acumulan en el cielo en depósitos de agua? Y si es así,<br />
entonces, más tarde, ¿revientan por el mundo en suaves lluvias de esperanza? Sí.<br />
Seguro. Qué bueno que sea así. Darán de beber a otros niños <strong>com</strong>o nosotros y así el<br />
agua nunca se pierde, y así el agua nunca se estanca, y así el agua fluye, riega,<br />
mana, inunda y hasta ahoga a los que no saben nadar.<br />
Cada vez somos más. Es la hora en que sólo nos queda el brillo del nácar, el<br />
habitáculo de oscuridad marina donde nacen las perlas en un tálamo de arena y luna.<br />
Son las horas en que el orfebre silencioso nos acaricia los defectos y repuja sin<br />
descanso, una a una, cada perla del corazón. Un dedo en la frente, me aprieta, un<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 34
dedo que navega hacia la espesura del pensamiento, me gobierna. Así pasó el tiempo<br />
y los caballos desbocados no arrasaron la hierba de mi patio de naranjos, ni la loza, ni<br />
los echarpes, ni nada. No vendieron la casa. Y ya es primavera y, contra todo<br />
pronóstico, sigue oliendo a azahar. Atrás quedaron las primeras nieves del año, los<br />
primeros hielos que amenazaron las flores del cerezo, los maullidos de las gatas sobre<br />
los muros del jardín.<br />
Tranquilidad. Es ahora cuando las luces de Santa Cruz se divisan a lo lejos desde<br />
mi atalaya sobre el mar. Ahora es el instante preciso para envolverse en una sábana<br />
de magia y agradecer a la vida su grandeza. Inicio mi viaje entre el humo de un<br />
cigarrillo y navego sobre el mar de los recuerdos.<br />
Mil. Mil pares de ciempiés merodean mi columna. ¿Estáis buscándome? No me<br />
busquéis, sólo estoy a un paso de mí misma. El resto son los cráteres. El tesoro<br />
duerme en níquel, bajo el temple de una armadura. Un camino de rombos<br />
superpuestos en colores amarillos y ocre viejo sube en zigzag una escalera hacia el<br />
horizonte de una isla. Tres hombres silenciosos, embozados en túnicas blancas y una<br />
pata de palo avanzan por la vereda de ajedrez que rige mi destino. No caminan a ras<br />
de tablero, vuelan. Desde ahí sólo leo el pensamiento del poeta que escribe espirales<br />
entre nubes con una flecha que atraviesa el espacio: Souviens-toi, souviens-toi de ton<br />
nom, tandis que je chante sans-gêne.<br />
Bon, j'espère que notre amitié soit toujours une petite fille qui cache son visage<br />
dans ses mains et apprend à se débrouiller toute seule <strong>com</strong>me la Lune en son plein<br />
joue avec le mugissement des vagues.<br />
Amigo del alma, siempre es posible lo imposible. Los locos poetas, <strong>com</strong>o los cisnes<br />
del Lago Constanza, te estaremos siempre agradecidos.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 35
La autora<br />
Teresa Iturriaga Osa, nace en Palma de Mallorca<br />
y desde 1985 reside en Gran Canaria. Es Doctora en<br />
Traducción e Interpretación por la Universidad de Las<br />
Palmas de Gran Canaria y su investigación académica se<br />
centra en la traducción de la literatura, la publicidad<br />
turística y el periodismo de viajes. Ha colaborado en<br />
seminarios y proyectos de investigación europeos de la<br />
ULPGC, el CSIC y el Instituto Cervantes. En 2005<br />
participa en el Congreso sobre los falsos estereotipos<br />
sobre el mundo hispánico en Europa, organizado por el<br />
Instituto Cervantes de París.<br />
Fuera del ámbito académico, ha publicado en prensa, revistas literarias<br />
y portales digitales <strong>com</strong>o “Biblioteca Digital Letras Canarias”, “Biblioteca Virtual<br />
Miguel de Cervantes”, “Aula Intercultural”, “La Casa que Grita”, “Baúl de Aire”,<br />
“Sendebar”, “La Tapa”, “Agenda Bohemia” o “Mugak”.<br />
Es autora y traductora de numerosas obras recogidas en obras<br />
colectivas y está muy vinculada al trabajo de cooperación entre Canarias y los<br />
países africanos. En 2004 trabaja <strong>com</strong>o directora, coordinadora y autora de una<br />
serie de entrevistas de interés etnográfico, reportajes y artículos <strong>com</strong>pilados en<br />
el libro Mi playa de las Canteras. Desde 2005 hasta 2007 colabora <strong>com</strong>o<br />
traductora en las webs www.laveudafrica.<strong>com</strong> y www.africainfomarket.org. En<br />
2005 traduce el libro Modou Modou, un ensayo sobre el drama de la<br />
inmigración africana, del senegalés Seydi Ababacar Mbaye.<br />
En 2005 aparece su relato “Hurto blanco” en Orillas Ajenas, publicación<br />
de narrativa canaria. En 2006, “Namoe” en Hilvanes y, en 2007, “El violín y el<br />
oboe” en Fricciones. Ese mismo año publica el relato “Tu nombre es<br />
Véronique” en el libro Que suenen las olas, una colección de relatos ilustrados<br />
y escritos por mujeres de Canarias y Marruecos, de la que fue directora,<br />
coordinadora y traductora de los textos árabes. En marzo de 2008 presenta<br />
dicha colección en el Instituto Cervantes de Rabat.<br />
Ha sido la ganadora del III Certamen Internacional de Poesía “El verso<br />
digital” 2008, con el poemario titulado Sobre el andén (antología publicada en<br />
versión digital junto a los otros 9 poemarios finalistas), premio convocado por el<br />
editor literario digital <strong>Publicatuslibros</strong>.<strong>com</strong> con el patrocinio de la Consejería de<br />
Cultura de la Junta de Andalucía en Jaén.<br />
<strong>Juego</strong> <strong>astral</strong> Teresa Iturriaga Osa 36