18.05.2015 Views

o_19ljo8juae651ltc9d1kh51muka.pdf

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

SCRIBERE<br />

Consejo Editorial<br />

Director: Víctor J. Sanz<br />

Editor: Jaume Vicent<br />

…………………………………<br />

Responsables secciones<br />

Poesía: Víctor L. Briones<br />

Narrativa: Jaume Vicent<br />

…………………………………<br />

Redacción<br />

Ana González, Chris J. Peake, Érika<br />

Gael, Isabel Martínez, José Antonio<br />

Muñoz, José Juan Picos, Judit de<br />

Diego, Rebeca Rus, Yolanda<br />

González, Vicente Abella, Jaume<br />

Vicent, Víctor J. Sanz<br />

…………………………………<br />

Colaboradores<br />

Paco Sánchez, Carla López, Mar<br />

Castillo,<br />

……………………………...<br />

Maquetación<br />

……………………………...<br />

Ilustración<br />

……………………………...<br />

Publicidad y contacto<br />

scribere@escueladeformaciondeescritores.es<br />

Tel: 607 28 01 94<br />

……………………………...<br />

© Escuela de Formación de<br />

Escritores<br />

3<br />

4<br />

8<br />

2<br />

2<br />

2<br />

2<br />

2<br />

EDITORIAL<br />

NARRATIVA<br />

CONTENIDOS<br />

El monstruo, por Ana González Duque<br />

Miniaturas, por Pepa Montero<br />

Algunos monstruos son de verdad, por Carla López<br />

FOTORRELATO<br />

El último soldado, por Víctor J. Sanz<br />

POESÍA<br />

CRÍTICA Y RESEÑAS<br />

EL RINCÓN DEL LECTOR<br />

EL RINCÓN NOVEL<br />

CONOCIENDO A…<br />

La revista Scribere no se hace<br />

responsable de la opinión de sus<br />

colaboradores en los trabajos<br />

publicados. Queda prohibido<br />

reproducir total o parcialmente el<br />

contenido de esta revista, aun<br />

citando su procedencia, sin<br />

autorización expresa y por escrito<br />

del editor.<br />

2<br />

NO TE PIERDAS<br />

Concurso Internacional de Relato Breve Encuentros<br />

en la tercera frase.<br />

1


Editorial<br />

¡Bienvenidos!<br />

Víctor J. Sanz<br />

Víctor<br />

J. Sanz (@victorjsanz), es escritor y profesor de escritura. Dirige la<br />

Escuela de Formación de Escritores y la revista Scribere. También dirige el<br />

proyecto Letras Inquietas. I Es autor de El escritor, anatomía a de un oficio (artículos<br />

sobre<br />

técnicas narrativas), Tu factoría de historias (libro-taller paraa creación dee novelas) y Desde<br />

la Torre (libro de relatos)<br />

Scriberee<br />

2


— Narrativa —<br />

El monstruo<br />

Por Ana González Duque<br />

Me tiemblan las escamas de d verte tan hermosa<br />

¡Cómo me gustaría dejar de ser un monstruo!<br />

Luis Alberto de Cuenca<br />

XLtl-1 deslizó la mano por la superficie<br />

tosca de la pared, buscando una grieta.<br />

Golpeó con los nudilloss en una zona en<br />

la que<br />

la pintura se descascarillaba. Y el corazónn le<br />

dio un<br />

vuelco al comprobar que sonaba a hueco.<br />

Arañó<br />

las capas más superficialess y pronto pudo<br />

palpar<br />

un reborde más<br />

duro. Debajo de la<br />

pintura había algo.<br />

Conteniendo el aliento,<br />

sacó el cuchillo y<br />

hurgó<br />

en el borde de<br />

aquel contorno. Un<br />

pedazo del material<br />

de<br />

la pared cayó al suelo<br />

con gran estrépito,<br />

levantando una nube<br />

de polvo. XLtl-1 se<br />

quedó<br />

petrificado en la<br />

oscuridad. Pero el corredor permaneció en<br />

silencio. Nadie vino<br />

a ver qué había pasado. Solo<br />

se oía el ruido de las<br />

gotas de flujo<br />

al caer sobree el<br />

suelo —plop, plop, plop— allá, en<br />

el fondo.<br />

—Hoy es día de suministro de energía e —pensó,<br />

mientras sus dedos volvían a palpar<br />

cautelosamente la pared hasta encontrar el tramo<br />

dañado. Y al pensarlo no pudo<br />

evitar que un<br />

escalofrío le recorriera las escamas de la espalda.<br />

Su supervisor, sin duda, ya se habría dado cuenta<br />

de que no estaba en su puesto. Y, en breve, , la<br />

Guardia empezaríaa a buscarlo. Las leyes del<br />

Cilindro eran muy estrictas al a respecto. Sin<br />

suministro de energía, cualquier habitante del<br />

Cilindro estaba en riesgo dee contaminarse y de<br />

dañar al sistema.<br />

XLtl-1 apartó ell pensamiento dando un manotazo<br />

al aire, como el e que ahuyenta a una mosca. Y<br />

siguió abriendo la puerta —porque, ¡sí!, era e una<br />

puerta— en el muro. Finalmente, todo ell dintel<br />

quedó expuesto. El monstruoo hizo palanca con el<br />

cuchillo y un chirrido de apertura se superpuso al<br />

ruido de las gotas de flujo.<br />

All principio, no pudo ver nada. La luz que llegaba<br />

del otro lado le deslumbró. Luego, se quedó<br />

quieto, muy<br />

quieto, totalmente<br />

hechizado. Porque<br />

detrás de la puerta<br />

había un cristal. Y<br />

detrás del cristal<br />

estaba ella. La que<br />

había vislumbrado<br />

por la grieta del<br />

Cilindro aquel día.<br />

La que no see le iba<br />

de la cabezaa desde<br />

entonces.<br />

Ella no podía verlo. Se pintaba los labios frente al<br />

cristal ajena a los ojos que le miraban. XLtl-1<br />

alargó una garra para tocarlaa pero al rozarlo, el<br />

cristal le quemó los dedos. Sintió un dolor<br />

taladrante en el brazo mientras toda su energía se<br />

le derramaba como c si fueraa arena a través del<br />

contacto.<br />

—Cariño —oyóó que decía ella—, esta bombilla<br />

del tocador parece que va a fundirse.<br />

Y luego, todo see volvió negro. .<br />

Ana González Duque<br />

2015<br />

Ana<br />

González Duque (@DoctoraJomeini)<br />

es escritora y profesora de la Escuelaa de<br />

Formación de Escritores.<br />

Es autora de El blog b de la Doctora Jomeini, Planes de boda, Instrucciones I para sobrevivir a los<br />

hijos, , y Leyendas dee la Tierra Límite: las Tierras<br />

Blancas.<br />

Scribere<br />

3


— Narrativa —<br />

Miniaturas<br />

por Pepa Montero<br />

E<br />

Empezó por el bote de rosca color<br />

rosa con<br />

incrustaciones de falsa<br />

pedrería. Ni la marca le decíaa nada ni en la<br />

sucinta etiqueta, escrita en inglés, había<br />

ninguna pista que<br />

le recordaraa de qué ciudad<br />

o país<br />

lo había traído. La emulsión gelatinosa,<br />

levemente amarillenta, de su interior i casi no<br />

hizo espuma al mezclarse con<br />

el agua de la<br />

bañera. Lo mismo<br />

podía ser champú c que gel<br />

de baño, incluso crema hidratante corporal. .<br />

Siguió<br />

por el tubito de pastaa blanca, quee a<br />

todas luces era dentífrico. Tuvo suficiente<br />

comoo para lavarse los dientes dos veces.<br />

Apenas sabía a nada, tampoco dejaba una<br />

sensación de aliento fresco. Pero, a diferencia<br />

del bote de rosca<br />

color rosa, , la etiqueta lo<br />

identificaba con precisión: hotel Kinsui<br />

Besso, un ryokan<br />

en Miyajima. Tragó saliva<br />

aún paladeando el<br />

regusto terroso de la pasta<br />

de dientes. Recordaba perfectamente la isla<br />

de los<br />

ciervos frente a Hiroshima.<br />

El tercer día acabó con la crema c corporal<br />

cortesía del spa del parador de La Granja.<br />

Deslizó sin esfuerzo las yemas de los dedos<br />

por codos y rodillas, se masajeó los empeines<br />

a conciencia y dejó que la textura casi acuosa<br />

de la<br />

loción le impregnara el cuerpo. El<br />

cimbreo de laa brisa nocturna en los visillos<br />

del dormitorioo acabó disolviendo el tenue<br />

olor a jazmín muerto. m<br />

No hubo manera de usar el hilo dentall de la<br />

cajita azul. Los endebles filamentos dee seda<br />

se<br />

descomponían y quebraban al mínimo<br />

roce con sus dientes. Probó una y otra vez,<br />

cortó el hilo en e trozos cada vez mayores, lo<br />

sujetó entre los dedos conn tanta fuerza que<br />

casi se hirióó el índice izquierdo. Creía<br />

recordar que ese kit dental viajó a Madrid<br />

desde Áqaba, hacía ya de eso… ¿ocho, diez<br />

años? Demasiados, en cualquier caso.<br />

Cortó el jabónn que trajo del Mar Muerto en<br />

dos mitades, sacó s las dos toscas pastillas de<br />

su<br />

envoltorio plástico y se puso a hacer la<br />

colada a mano. Lavó sujetadores, bragas,<br />

camisetas interiores, los dos bikinis, cuatro<br />

pañuelos de cuello y<br />

varias<br />

camisetas<br />

de<br />

tirantes. Le costó tres<br />

días terminar con c el<br />

jabón de barros del<br />

Mar Muerto, y sólo<br />

entonces cayó en la<br />

cuenta de quee ese<br />

jabón,<br />

rico en<br />

minerales, no era para<br />

la ropa, sino para el<br />

rostro y el cuerpo.<br />

“Lass prisas son malas<br />

consejeras”, se dijo, pero<br />

continuó<br />

inflexible<br />

con la tarea<br />

programada, metódica<br />

como un generall en su<br />

avance por el campo c<br />

de<br />

batalla. Ese mes de julio, sola en la ciudad, c<br />

sin<br />

empleo ni ocupación aparte de regarle las<br />

plantas a su amiga Lidia, le e había declarado la<br />

guerra a las miniaturas, había decidido acabar a<br />

con las docenas de botecitos de cremas,<br />

champús, saless de baño, lociones, ungüentos<br />

reparadores del cabello, incluso las esponjitas<br />

para dar lustre al calzado.<br />

Scriberee<br />

4


— Narrativa —<br />

“Es una pena que Rafael no pueda verme hacer<br />

limpieza por fin”, rezongó en tono irónicoo y<br />

con risa amarga. Ya no lo odiaba, estabaa a<br />

salvo de sus hirientes reproches, tan sólo el<br />

desprecio continuaba atándolaa a él, y cuando<br />

acabara con las miniaturas, ni siquiera eso<br />

podría lastimarla.<br />

Nadaa más comenzar el mess de julio, ella<br />

habíaa empezado a revisar los armarios,<br />

repisas, estanterías, bolsas de viaje, neceseres<br />

y mochilas donde sospechaba que podía<br />

esconderse<br />

alguno de esos<br />

obsequios<br />

recolectados en hoteles y restaurantes. Luego<br />

fue juntando los artículos en<br />

la mesa del<br />

salón, pero al segundo día de inspeccionarr el<br />

piso la mesa se le quedó pequeña y tuvo que<br />

emplear otras veinticuatro horas en separar<br />

los objetos por su<br />

uso y tamaño. Para cuando<br />

hubo reunido todos los productos, la cama<br />

del dormitorio grande y el aparador a de la<br />

entrada estaban también a rebosar de<br />

miniaturas.<br />

En total, tardó una semana en supervisar la<br />

casa por completo. Porque, claro, durante e el<br />

proceso de encontrar los dichosos botes se<br />

habíaa ido topandoo con vestidos dados de sí,<br />

chanclas que jamás usaba, camisetas que ni<br />

para limpiar el polvo le valían… y así fue<br />

cómo, además de<br />

sacar a la luz l los objetos<br />

agazapados, había acabado ventilando los<br />

armarios y expurgando la ropa vieja.<br />

La segunda semana de julio<br />

empezó con<br />

fruición el consumo de las l miniaturas.<br />

Aspiraba a darle a cada frasco y cada tubo un<br />

buen final, se merecían ser usados, del mismo<br />

modoo que ella se merecía irsee de vacaciones<br />

en agosto con los roperos limpios y el cuarto<br />

de baño impecable. Y, por supuesto, sin<br />

marido. En su nueva vida, en<br />

la vida nueva<br />

que comenzaría en<br />

septiembre, ella no quería<br />

ni<br />

siquiera las ataduras de sus miniaturas. Se<br />

prometió no comprar un solo producto de<br />

belleza hasta no n haber acabado con la legión<br />

de<br />

botecitos.<br />

La<br />

tercera semana de julio la emprendió con<br />

los artículos de droguería. ¿No era un<br />

derroche tener dos y hasta tres clases de<br />

limpiador jabonoso para a el suelo? ¿Qué<br />

sentido tenía comprar unn abrillantador de<br />

azulejos del baño si podía lavarlos con jabón<br />

o amoniaco perfumado? Resolvió usar pura y<br />

simple lejía.<br />

Un error de cálculo c hizo que a mitad<br />

de la<br />

tercera semana de julio ya no le quedara<br />

champú, pero como había sido culpaa suya<br />

por no percatarse, decidió ó usar una botellita<br />

de<br />

color miel, cuya etiqueta en francéss decía<br />

que servía lo mismo m de gel que de champú.<br />

Escarmentada,<br />

, pasó el fin de semana<br />

clasificando de nuevo todos los productos<br />

que aún aguardaban su turno, de piee y en<br />

rigurosa fila, en e el damero de miniaturas que<br />

era la mesa dell salón.<br />

Se<br />

sentía realmente feliz cuando el calendario<br />

confirmó quee daba comienzo la cuarta<br />

semana del mes. Aunque tenía el pelo<br />

fatal,<br />

por culpa dee la mezcolanza de geles y<br />

champús, lo que q más le molestaba eran las<br />

uñas, quebradas y picudas, , y el arañazo<br />

de la<br />

sien, que no terminaba de sanar. Se permitió<br />

un<br />

minuto de rabia mientras contemplaba sus<br />

dedos enrojecidos. La furia al ver esa carne<br />

hinchada y reblandecida le duró exactamente<br />

un<br />

minuto, all término del cual se puso de<br />

nuevo en marcha, sin mirarr ni una sola vez al<br />

rincón de la terraza dondee yacía, desnucado,<br />

el cuerpo de Rafael. R<br />

Pepa Montero<br />

Pepa<br />

Montero @PepaMonte<br />

eroM (Antequera, Málaga) es periodista de profesión<br />

(redactora en el diario elEconomista) y escritora por vocación, además de autora del blog<br />

cultural cumulosylimbos, que cumple cinco años centradoo en temas de mujeres, libros,<br />

viajes<br />

e historia. En 2014 publicó el libro de relatos cortos La casa de las<br />

palmeras (editorial Azul como laa Naranja) y actualmente prepara un segundo volumen de cuentos.<br />

Scriberee<br />

5


— Narrativa —<br />

Algunos monstruos son de verdad<br />

por Carla López Piñeiro<br />

Isabel recuerda con claridad las escaleras de<br />

madera frente a las que está ahora mismo.<br />

Por alguna razón, es la parte de la casa que<br />

con más fuerza se ha grabado en sus<br />

recuerdos. Se desliza por ellas con la<br />

familiaridad de alguien que no ha dejado de<br />

hacerlo nunca. Y en cierto modo así es. No<br />

importa que físicamente sea la primera vez<br />

en veinte años que vuelve al lugar donde<br />

nacieron sus pesadillas. Su mente ha vuelto<br />

allí cada vez que no ha logrado despistarla<br />

con otros entretenimientos, cada vez que<br />

ha cerrado los ojos para intentar dormir sin<br />

antes adormecerse gracias a las pastillas o<br />

un vodka preparado a hurtadillas en la<br />

cocina.<br />

Ahora baja los párpados, de pie tan cerca<br />

de las escaleras que casi siente vértigo. Él<br />

podría acercarse y tocarla. Una vez más.<br />

Escucha un ruido y abre los ojos, asustada<br />

ante la posibilidad de encontrárselo frente a<br />

frente. Pero se trata sólo de un niño, tan<br />

rubio y guapo que Isabel esboza una<br />

sonrisa involuntaria. Se le congela en la cara<br />

cuando se le ocurre que también a él puede<br />

haberle ocurrido.<br />

Si hubiera hablado. Si lo hubiera denunciado —<br />

piensa, mientras un sentimiento de<br />

culpabilidad se abre paso a través de su<br />

conciencia, sólo por un momento. No.<br />

Seguro que no ha vuelto a ocurrir. Lo sé. —se<br />

repite a sí misma en silencio, varias veces,<br />

como en tantas otras ocasiones,<br />

contribuyendo a fortalecer el escudo que la<br />

ha mantenido en pie todo este tiempo.<br />

El niño es uno de los nietos de él. La<br />

observa muy quieto, y sin decir palabra<br />

mira hacia una de las puertas cerradas. Al<br />

otro lado se escucha un murmullo débil,<br />

tan liviano que podría ser el sonido de una<br />

lluvia suave en una mañana de domingo.<br />

Antes de que tenga tiempo de acercarse a la<br />

puerta, ésta se abre y sale una mujer<br />

anciana. Lleva un rosario en la mano y tiene<br />

los ojos rojos. Isabel descubre en ese rostro<br />

arrugado una tristeza que a ella se le antoja<br />

incomprensible. No ha ido a esa casa a<br />

llorar a un hombre moribundo. Ha ido a<br />

ver morir a un monstruo.<br />

Camina los escasos metros que la separan<br />

del umbral y lo atraviesa, dejándose rodear<br />

por el olor a cerrado y a podredumbre, que<br />

emana tanto de la propia casa como del<br />

hombre que yace sobre la cama. Está<br />

muchísimo más delgado. Desde su posición<br />

puede distinguir todos los huesos de su<br />

rostro, en el cual se abren dos agujeros<br />

profundos, que resultan ser sus ojos<br />

hundidos, y una boca de labios tan secos<br />

que se resquebrajan cuando él intenta<br />

murmurar algo.<br />

A la izquierda de la cama, junto a la ventana<br />

cerrada, está su hija, que se levanta y la<br />

saluda con un gesto rápido antes de<br />

dejarlos a solas. Cuando se va, Isabel teme<br />

por un instante que cierre la puerta, pero la<br />

deja abierta. Sólo entonces ella se acerca al<br />

hombre, le coge la mano con una<br />

delicadeza de la que no se creía capaz y, sin<br />

más preámbulo, empieza a contarle una<br />

historia. Su historia.<br />

En ella, una niña de unos cinco o seis años<br />

juega con un hombre en una habitación<br />

cerrada. Un día al hombre se le ocurre la<br />

maravillosa idea de jugar a que son<br />

exploradores. A la niña le parece una idea<br />

estupenda hasta que comprende que eso<br />

significa que tiene que dejar que él la toque.<br />

Los juegos duran hasta que la niña<br />

descubre que puede no volver a esa casa.<br />

Nadie sabe por qué. Ni siquiera los padres<br />

preguntan. La cuestión se zanja con un<br />

“son cosas de niños”.<br />

Un verdadero saco de sorpresas todo lo<br />

que puede encerrar esa expresión. ¿Verdad?<br />

Aunque la pregunta es retórica, el hombre<br />

intenta contestarla. Pero ella se lo impide al<br />

continuar hablando. El caso es que la<br />

historia sigue todavía un poquito más. No<br />

mucho, no te preocupes. Un día la niña,<br />

que ya ha crecido, se entera de que el<br />

Scribere<br />

6


— Narrativa —<br />

hombre está muy enfermito, tanto que se<br />

va a morir muy pronto. Entonces la niña,<br />

ahora mujer, se pone muy muy guapa y se<br />

acerca hasta la cama del enfermo, le coge la<br />

mano con delicadeza y le desea un feliz,<br />

muy feliz viaje al infierno.<br />

Colorín colorado... —Isabel pronuncia<br />

estas palabras mientras lo mira fijamente.<br />

No añade nada más. No se despide.<br />

Simplemente se levanta y sale de la casa,<br />

sorprendida porque no se siente como<br />

esperaba. De hecho percibe en su interior<br />

algo que al principio no logra identificar,<br />

pero que luego resulta ser pena. No sabe<br />

muy bien cómo reaccionar. La pena está bien<br />

—se dice a sí misma, no del todo segura.<br />

Scribere<br />

7


— Narrativa —<br />

FOTORRELATO<br />

Un fotorrelato es la transcripción de unaa imagen que despierta algo en la mente del escritor.<br />

Es la<br />

expresión escrita de los sentimientos que promueve una imagen.<br />

El último soldado<br />

por Víctor J. J Sanz<br />

Ese día había nacido<br />

preñado<br />

de muerte,<br />

como todos los<br />

anteriores<br />

desde<br />

que podíamos recordar. Los<br />

campos no eran<br />

suficiente<br />

hogar<br />

para la niebla y el frío,<br />

sino que también lo buscaban<br />

en nuestros huesos,<br />

tan<br />

cercanos a la tierra como los<br />

de los muertos, tan cercanos<br />

al frío<br />

como la propia muerte.<br />

Esperamos oír el primer<br />

disparo, encogidos, a un paso<br />

del precipicio de una locura<br />

última<br />

por conservar la vida<br />

que ya no nos conservaba a<br />

nosotros. Pero nadie disparó. No se oyeron<br />

disparos, ni se oyó muerte alguna ¿Sería esa<br />

niebla<br />

lo que antes llamábamos muerte?,<br />

¿sería<br />

la niebla nuestro nuevo hogar?<br />

Un viento frío y afilado me trajo t un gorjeo<br />

lastimero que vino<br />

a ser engullido por el eco<br />

de una lejana explosión, tal vez reverberando<br />

aún en mi cabezaa desde el díaa anterior. Casi<br />

de un<br />

salto me incorporé. Con más vidaa a<br />

mis espaldas que frente a mi pecho, salí dee la<br />

trinchera y con decisión fui a buscar a la<br />

tozuda muerte que había sido incapaz de<br />

encontrarnos durante los últimos meses. El<br />

recuerdo de otra explosión más cercana<br />

agazapó a mis huesudos compañeros<br />

de<br />

trinchera, pero no<br />

a mí: continué mi camino<br />

hacia el ansiado fin. Apenas había recorrido<br />

unos metros cuando la niebla me cubrió, muy<br />

a mi pesar, del fuego; tanto<br />

da si real o<br />

soñado, tanto si amigo o enemigo, pues tan<br />

— Óleo de Javierr Marcos —<br />

portador de mi m fin era unoo como el otro, y la<br />

niebla testigo mudo, m sordo y ciego. Nada a mi<br />

espalda, nada por delante de mis pasos. Solo<br />

esa cortina de d agua vaporizada que me<br />

habitaba los huesos.<br />

Unos vacilantes pasos más allá alguien me<br />

habló con voz temblorosa.<br />

—¿Eres…, eres de los nuestros?<br />

Aunque mi intención era bien diferente, mi<br />

nstinto detectó un acentoo extraño en aquel<br />

hombre e intentó mantener la respiración y<br />

frenar mis pies y mi lengua. Permanecí así<br />

algunos segundos tras los cuales la pregunta<br />

se<br />

repitió, esta vez más temblorosa que antes.<br />

No sabía qué decir, tan solo quería quee todo<br />

terminara lo antes posible. . Entreví cuál sería<br />

la mejor manera de conseguirlo.<br />

—No, no soy de los vuestros.<br />

Para entonces, el miedo que había pasado<br />

todos y cada uno u de los días de los últimos<br />

Scriberee<br />

8


— Narrativa —<br />

mesess por fin me había abandonado. Era<br />

completamente libre, o pronto iba a serlo.<br />

Durante un momento no se oyó nada. Giréé la<br />

cabeza para ofrecer mi oído al a lugar del que<br />

parecía venir la voz de quien, si el destino<br />

existía, daría fin a mi sufrimiento. Sentí un<br />

golpeteo metálico<br />

a mis pies. . A tientas me<br />

agaché y palpé entre la hierba alta. Nunca<br />

habíaa estado a favor de las armas. a Durante<br />

toda la guerra las evité y ellas, al parecer,<br />

también me evitaron a mí; y ahora que<br />

buscaba su destructor efecto<br />

sobre mí, el<br />

destino ponía una<br />

de aquellas odiosas armas<br />

en mis manos. Mientras la sostenía atónito<br />

entre las manos sin poder comprender qué<br />

estabaa pasando, aquel hombre volvió a<br />

hablar, esta vez más cerca.<br />

—Por favor, no dispares —su<br />

voz sonabaa a<br />

muerte.— me rindo. —Por su cercanía, el<br />

contorno de su figura ya se me hacía visible<br />

entre la niebla. Venía con una mano en altoo y<br />

la otra en el costado. Siguió avanzando hacia<br />

mí con paso incierto.— No<br />

dispares, no<br />

quiero<br />

morir.<br />

Yo, convertido en portador de muerte con<br />

aquella arma, no quería seguir viviendo<br />

y él,<br />

suplicando vivir a toda costa, no me había<br />

matado cuando tuvo una a oportunidad. Un<br />

paso más y pudo verme con más nitidez; mi<br />

atuendo le sorprendió.<br />

—Entonces, ¿ tú no eres soldado?<br />

Sacudí la cabeza de lado a lado y él hizo un<br />

gesto casi de disgusto. d<br />

—Nuestro último soldado murió anoche<br />

—Entonces, ¿ la guerra terminó? —Preguntó<br />

desconcertado.<br />

—Eso parece.<br />

—Y ¿quién ganó, vosotros o nosotros?<br />

—Nosotros, amigo a mío, nosotros. —Dije<br />

lanzando el arma a tan lejos como pude y<br />

tendiéndole mi mano para ayudarle.<br />

Juntos, los vencedores avanzamos entre la<br />

niebla hasta el lugar donde esta firmara la paz<br />

con el sol.<br />

Víctor J. . Sanz<br />

Víctor<br />

J. Sanz (@victorjsanz), es escritor y profesor de escritura. Dirige la<br />

Escuela de Formación de Escritores y la revista Scribere. También dirige el<br />

proyecto Letras Inquietas. I Es autor de El escritor, anatomía a de un oficio (artículos<br />

sobre<br />

técnicas narrativas), Tu factoría de historias (libro-taller paraa creación dee novelas) y Desde<br />

la Torre (libro de relatos)<br />

Scriberee<br />

9

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!