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Z<br />

1


DIRECTORIO<br />

Octubre 2013<br />

Edición Especial de Terror<br />

Director<br />

José Luis Barrera Mora<br />

Editor<br />

Luciano Pérez<br />

Coordinador de Edición Especial<br />

Agustín Cadena<br />

Consejo Editorial<br />

Agustín Cadena<br />

Alejandro Pérez Cruz<br />

Alejandra Silva<br />

Fabián Guerrero<br />

Fernando Medina Hernández<br />

Web Master<br />

Gabriel Rojas Ruiz<br />

Ave Lamia es<br />

un esfuerzo editorial de:<br />

Director<br />

Juvenal Delgado Ramírez<br />

www.avelamia.com<br />

Reserva de Derechos:<br />

04 – 2013 – 030514223300 - 023<br />

ÍNDICE<br />

EDITORIAL 3<br />

CACERÍA<br />

Ricardo Bernal 5<br />

LOS FANTASMAS NO EXISTEN<br />

Agustín Cadena 9<br />

LAS BRUJAS<br />

Circe Moriel 15<br />

CANICAS, CANICAS, CANICAS<br />

Mariana Vega 18<br />

HALLOWEEN EN LA MECHE<br />

Luciano Pérez 19<br />

CASA ROBADA<br />

Miguel Antonio Lupián Soto 24<br />

LOS GUSANOS DE POGO EL<br />

PAYASO<br />

Leticia Vázquez 28<br />

DOS MINIFICCIONES<br />

Macarena Huicochea 32<br />

CHÁCHARA DE BAZAR<br />

Rodrigo de la Serna 33<br />

SEÑOR NADIE<br />

Timo Viejo 40<br />

SOBRE LOS AUTORES 44<br />

IMÁGEN DEL MES: DESCUARTIZADOR<br />

(ROJO)<br />

Hosscox Huraño 47<br />

Síguenos en:<br />

2<br />

Ave Lamia<br />

@ave_lamia


Editorial<br />

Ave Lamia es un saludo a la oscuridad, incluso si “ave” es para la mañana. Será que, como dice<br />

Luciano Pérez en el texto que se incluye en este número, los demonios se sienten bien a pleno<br />

día. La lamia, ese antiguo demonio mitad mujer, mitad serpiente, extiende su sombra protectora<br />

sobre toda nuestra revista y en especial sobre este número.<br />

Ciertamente, para celebrar la víspera de Todos los Santos, el Samhain de los antiguos celtas,<br />

el Halloween de la era del consumismo, el equinoccio de otoño, decidimos organizar un número<br />

dedicado a los seres de la noche y a los demonios del día. El resultado de la convocatoria es un<br />

interesante ramo de rosas muertas, como las de Morticia Addams. Les escribimos a nuestros<br />

amigos escritores, pidiéndoles un texto para nuestra calaverita, y no nos dieron calabazas; nos<br />

mandaron relatos macabros, extravagantes, aterradores, sanguinolentos, pesadillescos,<br />

fantásticos, espantosos y hasta poéticos.<br />

Así, Ricardo Bernal, uno de los patriarcas del género en México, inaugura este número<br />

especial de Ave Lamia con una serie de minificciones interconectadas por misteriosos vasos<br />

comunicantes. Secuencias de imágenes oníricas, como provenientes de los antros más oscuros<br />

y profundos del inconsciente.<br />

3


Enseguida nos encontramos con el gótico chilango de Circe Moriel, que logra envolver un icono<br />

urbano del Distrito Federal en una elaboración fantástica.<br />

El horror de la cotidianidad aparece con toda su fuerza en el perturbador texto “Canicas”, de<br />

Mariana Vega, la Dama del Lago del gótico mexicano.<br />

Por su parte, el mago Luciano Pérez ofrece al lector una extravaganza satánica y satírica<br />

envuelta en la innegable aura de brujería del mercado de Sonora y sus alrededores.<br />

Luego, Miguel Antonio Lupián Soto, joven graduado con mención honorífica por la Miskatonic<br />

University, presenta una pesadilla lovecraftiana que es un digno homenaje a su mentor literario.<br />

No menos fuerza evocativa tienen el delirio macabro de Leticia Vázquez, el horror ritual de<br />

Macarena Huicochea, la combinación de terror y violencia cotidiana de Rodrigo de la Serna, y la<br />

demoníaca Bildungsroman de Timo Viejo.<br />

Todo esto tomando por asalto las mentes asustadizas de los lectores nerviosos junto con las<br />

espléndidas ilustraciones y fotografías de Juvenal García y Hosscox Huraño. Es como cuando<br />

osos y lobos cazan juntos, en los helados y tenebrosos bosques de Laponia y Siberia.<br />

Agustín Cadena<br />

4


Cacería<br />

Ricardo Bernal<br />

LA ISLA<br />

El sudoroso cazador va<br />

tropezando con las piedras, se<br />

detiene, toma aliento, sigue<br />

andando. Arriba, entre las<br />

ramas de secoyas milenarias y<br />

palmeras azules, la aureola<br />

boreal es una monstruosa<br />

acuarela salpicada de tintas<br />

violetas. El cazador llega a<br />

una bifurcación, sin pensarlo<br />

dos veces continúa por la<br />

vereda que sube, recuerda las<br />

palabras del viejo moribundo:<br />

cuando llegues a la isla busca<br />

el centro, la casona está arriba,<br />

en un claro, nunca dejes de<br />

subir. A lo lejos se escucha el<br />

rumor del tiempo que pasa;<br />

más cerca, cantar de sapos,<br />

chicharras, vocecitas de<br />

animales pequeños y<br />

angustiados. El cazador se<br />

llama Equis, se ve muy viejo<br />

para sus cuarenta años, su<br />

cara es una telaraña y sus<br />

ojos de topo saben mirar por<br />

detrás de las cosas: es<br />

especialista en armas blancas,<br />

ballestas, cuerdas y mapas,<br />

dardos. Usa un vapuleado<br />

sombrero, jorongo, y en sus<br />

botas se acumula el lodo de<br />

tres continentes. El cazador<br />

llega a una loma calva: en la<br />

punta se alza la casona como<br />

una verruga de donde brotan<br />

dedos que son torres que son<br />

cohetes erectos listos para<br />

despegar y abandonar esta<br />

tierra. El cazador voltea hacia<br />

arriba, la luna es una ventana<br />

que permite mirar las cosas<br />

extrañas que suceden más<br />

allá del firmamento.<br />

LABERINTOS<br />

La casona es un laberinto:<br />

cada galería, cada puerta,<br />

cada lóbrego corredor fueron<br />

planeados para que quien<br />

consiga entrar, sienta de<br />

inmediato la urgencia de salir<br />

y alejarse de ahí para siempre.<br />

Aquellos pocos que a lo largo<br />

de los años han logrado<br />

5


encontrar la salida, creyeron<br />

que el acertijo había sido<br />

resuelto, que al escapar vivos<br />

habían derrotado al misterioso<br />

arquitecto inventor de la<br />

trampa. Pero en realidad el<br />

laberinto superior es una<br />

máscara, su objetivo es<br />

ocultar el otro laberinto: el<br />

subterráneo, de pocos pasillos<br />

y pocas puertas, pero del que<br />

nadie escapó jamás. En el<br />

corazón de este segundo<br />

laberinto, una pequeña trampa<br />

oculta debajo de un tapete da<br />

paso a un sótano de aguas<br />

fermentadas y celdas roídas<br />

por la sal. En una de las<br />

celdas, alguien habla.<br />

LA VOZ<br />

Mi celda es enorme y no<br />

recuerdo cómo es la luna.<br />

Devoro lo que encuentro:<br />

golosas sanguijuelas infladas<br />

que al reventar entre los<br />

dientes saben a mi propia<br />

sangre; ratas esqueléticas y<br />

ciegas que chillan como almas<br />

en pena; avispas de<br />

ultratumba;<br />

piedras<br />

reblandecidas por el moho…<br />

De vez en cuando, algún<br />

ciempiés gigantesco, brillante<br />

intestino que sólo muere<br />

cuando mis jugos gástricos lo<br />

ahogan. Yo puedo ver en la<br />

oscuridad: si enfoco los ojos,<br />

un rumor verde hace vibrar los<br />

muros y en las celdas vecinas<br />

los huesos resplandecen<br />

como sonrisas del infierno.<br />

Conozco lo que hay detrás de<br />

cada puerta, aunque la puerta<br />

gastada que está al final del<br />

último pasillo sólo la he<br />

cruzado una vez… Nunca<br />

olvidaré lo que vi: las cuatro<br />

paredes de aquella habitación<br />

estaban llenas de máscaras.<br />

Fuera del espacio ocupado<br />

por la puerta todo era<br />

máscaras tapizando cada<br />

centímetro de los muros;<br />

máscaras pequeñas y<br />

viscosas como fetos<br />

fosforescentes que duermen<br />

desde el inicio del tiempo. Y<br />

en lo alto, una imagen divina:<br />

la enorme máscara solar con<br />

mi rostro y mis cuernos, con<br />

mis barbas chorreantes de<br />

sangre, con mis ojos saltones<br />

que pueden ver en la<br />

oscuridad. Desde entonces,<br />

cada noche sueño con esa<br />

habitación donde sé que se<br />

esconde un secreto. Una vez,<br />

las voces del sueño me<br />

revelaron que detrás de cada<br />

máscara hay un rostro de<br />

carne y hueso.<br />

EL CAZADOR<br />

…cada puerta, cada lóbrego corredor fueron planeados para que quien<br />

consiga entrar, sienta de inmediato la urgencia de salir y alejarse de ahí<br />

para siempre.<br />

El cazador desenreda la<br />

cuerda que lo guía por los<br />

últimos pasillos del laberinto:<br />

viejo truco griego que lo hace<br />

saber qué pisos pisaron ya<br />

6


sus pasos, qué nuevas<br />

galerías son auténticas dentro<br />

de las que se repiten<br />

danzarinas dentro de los<br />

innúmeros espejos. Ya nadó<br />

en el Tanque de las Pesadillas:<br />

en sus profundidades yacen<br />

ahora las mantarrayas-hongo<br />

destripadas por su cuchillo; ya<br />

recorrió la Cámara de los Ecos,<br />

donde invisibles guijarros<br />

colibríes le perforaron los<br />

brazos y los muslos; ya trepó<br />

por cadenas oxidadas y cruzó<br />

los ruidosos Puentes de<br />

Cobalto; ya sobrevivió al Salón<br />

de Música, donde decenas de<br />

tarántulas pianistas interrumpieron<br />

un concierto de siglos y<br />

saltaron a su rostro para<br />

sacarle los ojos, para romperle<br />

la tráquea… El cazador yace<br />

en un rincón del laberinto,<br />

tiene mucho frío y en sus ojos<br />

soñolientos se amontonan las<br />

dulces arenas del cansancio.<br />

Necesita dormir. Dormir a<br />

medias como sabe hacerlo,<br />

con los sentidos atentos a<br />

cualquier amenaza, como<br />

cuando estaba en la maleza y<br />

los ruidos eran alas y eran<br />

oscuras bestias puntiagudas.<br />

El cazador se quita las botas<br />

pestilentes, sus pies de mamut<br />

están negros y congelados.<br />

Jala un tapete roído para<br />

cobijarse y deja al descubierto<br />

la pequeña trampa sin<br />

candados ni cerrojos. Un<br />

golpe de adrenalina le quita el<br />

sueño y le aguza los ímpetus:<br />

es el instinto de quien sabe<br />

que su presa está a unos<br />

cuantos minutos de distancia.<br />

LA MÁSCARA<br />

La máscara solar es la madre<br />

de todas las máscaras. Dicen<br />

que fue robada del Hades por<br />

el misterioso constructor de los<br />

laberintos, quien de inmediato<br />

huyó a la isla secreta que no<br />

aparece en ningún mapa. La<br />

máscara, de tonos amarillos y<br />

rojos, lanza un resplandor<br />

naranja que ilumina la soledad<br />

de las otras diez mil máscaras,<br />

las pequeñísimas e<br />

insignificantes: querubines<br />

deformes que aguardan en<br />

silencio a que el silencio se<br />

rompa. La máscara solar está<br />

congelada en un rictus<br />

mesiánico de quijadas feroces<br />

y músculos tensos; las barbas<br />

chorreantes y sanguinolentas<br />

se extienden hacia abajo<br />

como los tentáculos de una<br />

medusa y luego se pierden en<br />

las oscuridades del cuarto.<br />

Arriba, coronándola, los dos<br />

cuernos se esfuerzan por<br />

contradecirse en torsiones<br />

marfilinas para luego juntar las<br />

afiladísimas puntas en un<br />

beso núbil. Pero si hay algo<br />

que distingue a esta máscara,<br />

son los ojos: dos ojos a<br />

borbotones que cruzan los<br />

orificios de calavera y<br />

penetran hipnotizantes en el<br />

alma de todo aquello que<br />

miran…<br />

El cazador desenreda la cuerda que lo guía por los últimos pasillos del<br />

laberinto: viejo truco griego que lo hace saber qué pisos pisaron ya sus<br />

pasos…<br />

7


LA TORMENTA<br />

Cae la tormenta: las paredes<br />

de la casona se desgajan<br />

hacia los charcos, se<br />

desmoronan en lodos<br />

mórbidos y burbujeantes que<br />

recuerdan olvidadas eras<br />

geológicas de trilobites<br />

morados y cielos color<br />

turquesa. Los dos laberintos<br />

se funden en una sola cosa,<br />

pegoste de alquitrán, pegoste<br />

de moléculas machacadas por<br />

el odio.<br />

EL CAZADOR<br />

Cuando gritan los primeros<br />

pelícanos, la isla es una<br />

bruma: el océano que la ciñe<br />

devora playas y malezas<br />

conforme avanza el amanecer.<br />

En la última playa, las<br />

máscaras pequeñas forman<br />

un círculo perfecto: pero están<br />

muertas, ya no brillan, ya los<br />

rostros que ocultaban se han<br />

desvanecido entre las arenas<br />

insaciables. En medio del<br />

círculo yace el cadáver del<br />

cazador: nadie le cerró los<br />

ojos azorados que ahora<br />

brillan detrás de la enorme<br />

máscara solar de cuernos<br />

retorcidos y barbas<br />

desparramadas entre charcos<br />

de sangre negra. A lo lejos, en<br />

el horizonte, se aleja un barco<br />

tripulado por nadie: en uno de<br />

sus camarotes, alguien<br />

habla…<br />

8


Los fantasmas<br />

no existen<br />

Agustín Cadena<br />

Para Luciano Pérez<br />

Eran poco más de las cinco de<br />

una tarde de principios de<br />

octubre, y el sol ya se hundía<br />

tras las laderas todavía verdes<br />

de la colina de Petrin. Al frente<br />

fluía el río, oscuro, purpúreo,<br />

con unos cuantos botes que<br />

ya llevaban de regreso a los<br />

últimos turistas. Más allá se<br />

rendían a la tarde los tejados<br />

rojos y las cien agujas de la<br />

Ciudad Vieja. En el incendio<br />

del cielo, una parvada de<br />

cuervos volaba en círculos<br />

sobre el puente del Rey Carlos.<br />

“¿Será él?”, se preguntó la<br />

muchacha. “¿Será posible?”<br />

Si los días tenían algo de<br />

melancólico en el otoño de<br />

Praga, las tardes poseían una<br />

especie de encanto íntimo y<br />

tibio. Las lámparas se<br />

encendían desde las seis, a<br />

veces desde las cinco de la<br />

tarde, y detrás de las ventanas<br />

de los comercios su luz de<br />

aceite dorado se iba volviendo<br />

naranja con la oscuridad. La<br />

llovizna de octubre, mezclada<br />

con una niebla brillante,<br />

algodonaba las sombras;<br />

como que hacía que se<br />

sintiera menos el paso del<br />

tiempo y, para cuando era ya<br />

noche cerrada, los cafés, las<br />

tabernas y las vinotékas, las<br />

tiendas de cristal de Bohemia<br />

y las galerías de marionetas<br />

parecían lámparas navideñas<br />

de cuyas puertas de cristal<br />

surgieran muñecas vivas.<br />

Había visto al hombre desde<br />

lejos y su parecido con el<br />

escritor la asustó. Ella era una<br />

mujer joven, lectora fanática,<br />

turista literaria y había ido a<br />

Praga justo con la esperanza<br />

de encontrarse con alguno de<br />

los ilustres fantasmas que<br />

deambulaban las calles de esa<br />

ciudad. ¿Será posible?, volvió<br />

a preguntarse. Echó a andar<br />

detrás del hombre.<br />

“Ojalá aguante por lo menos<br />

hasta Pesach...”, piensa en su<br />

cama de enfermo, en un<br />

arranque de esperanza. La<br />

Pascua se encuentra a<br />

muchos meses de distancia.<br />

9


Lo alegraba tanto la<br />

proximidad de la Pascua... las<br />

vísperas llenas de alegría.<br />

Sobre todo de una alegría<br />

espiritual. Las muchachas<br />

salían a la calle con vestidos<br />

blancos; llevaban canastas<br />

llenas de flores... Ellas habían<br />

sido su motivo más grande<br />

para pensar en Dios. Siempre<br />

pensaba en Dios. Lo buscaba.<br />

Buscaba una explicación y<br />

una garantía para la fe. Él sí<br />

habría dado su vida por Dios,<br />

aunque a veces pareciera que<br />

dudaba, que ni se adhería por<br />

completo a la tradición de sus<br />

padres ni se decidía a abrazar<br />

el cristianismo, como<br />

Kierkegaard. Toda su vida,<br />

incluyendo su vida literaria,<br />

que fue la verdadera, la dedicó<br />

a buscar a Dios.<br />

En la superficie del oscuro y<br />

helado Moldava, miles de<br />

luces danzaban suavemente,<br />

meciéndose, inalcanzables.<br />

De abajo del puente llegaban<br />

los graznidos de patos y<br />

cisnes que llegaban ya a<br />

dormir.<br />

“¿Será posible?”, volvió a<br />

preguntarse. Era idéntico: la<br />

misma pulcritud maniática, la<br />

ropa limpia y bien planchada,<br />

elegida de acuerdo con esa<br />

discreta elegancia de los<br />

judíos burgueses; el andar<br />

inseguro, casi asustado: una<br />

madeja de nervios. No había<br />

podido verle bien la cara, pero<br />

había visto las cejas y la<br />

mirada.<br />

…el diabolismo de las gárgolas de la catedral…<br />

Comenzaba la puesta de sol<br />

y amenazaba lluvia, y muchos<br />

de los artistas callejeros que<br />

ofrecían sus obras en el<br />

puente del Rey Carlos y sus<br />

alrededores habían recogido<br />

ya sus cosas.<br />

“El puente más bello del<br />

mundo”, pensó la muchacha.<br />

Cuántas veces se había<br />

quedado<br />

parada<br />

contemplando las dos torres<br />

negras del lado de Malá<br />

Strana, la Ciudad Pequeña; el<br />

puente en sí, con sus estatuas<br />

de santos y sus adoquines de<br />

piedra ennegrecidos por los<br />

siglos; y en el otro extremo,<br />

envueltos místicamente en el<br />

velo de la niebla, la torre del<br />

lado de la Ciudad Vieja y el<br />

domo azul de la iglesia de San<br />

Francisco. Se quedaba<br />

mirando todo eso y se repetía<br />

que ése era el puente más<br />

bello del mundo. Pero la<br />

escritura de ese hombre era<br />

parte del milagro de Praga,<br />

que sin ella habría sido<br />

incompleto. Reunía en sí<br />

misma todos los claroscuros<br />

de esa ciudad: el diabolismo<br />

de las gárgolas de la catedral<br />

y la serena luz de las<br />

imágenes de Nuestra Señora<br />

de las Victorias. El terrible<br />

golem, que según las<br />

leyendas dormía en algún<br />

lugar del barrio judío, dormía<br />

también dentro de sus libros.<br />

10


Cuando estaba bien, dedicaba<br />

las noches a escribir. Llegaba<br />

del trabajo diurno con esa<br />

alegría mínima que fue todo lo<br />

que pudo conocer; en la<br />

oficina observaba el reloj y se<br />

apresuraba a salir temprano,<br />

como un esposo impaciente<br />

por llegar a refugiarse en la<br />

cama de su mujer. Así llegaba<br />

él por las noches y se sentaba<br />

ante un montón de hojas en<br />

blanco, algunas sueltas, otras<br />

encuadernadas. Cuántas<br />

cosas soñaba en aquel<br />

entonces, y todo lo recordaba<br />

y lo escribía. Por un momento<br />

eso parecía bastar. No era<br />

necesario más, ni el don de la<br />

gracia ni la gracia que habría<br />

significado tener una<br />

compañera. Milena, Felice,<br />

Julia... Con Felice por lo<br />

menos fue sincero: le advirtió<br />

lo que sería para ella vivir con<br />

un hombre encadenado a una<br />

obra literaria. Pero esa obra<br />

era el informe que Dios le<br />

había encargado preparar; se<br />

lo exigiría terminado cuando lo<br />

llamara. No podía hacerla a un<br />

lado; en términos estrictos, no<br />

podía hacerla a un lado,<br />

aunque tuviera que renunciar<br />

a todas las bendiciones de la<br />

tierra.<br />

¿Y si le hablaba? ¿Y si se<br />

acercaba a él y lo tocaba en<br />

un brazo o en un hombro, sólo<br />

para ver si se trataba o no de<br />

un fantasma? ¿No sucedería<br />

que su mano atravesara el<br />

cuerpo de él sin sentir nada,<br />

como se atraviesa una figura<br />

formada por la niebla o el<br />

humo? Pero primero quería<br />

observarlo, participar de su<br />

vida aunque fuera unos<br />

minutos. ¿No estaría soñando?<br />

Antes de llegar al puente, el<br />

hombre dejó la margen del río<br />

y tomó por una callejuela<br />

perpendicular, internándose<br />

en la Ciudad Vieja. No<br />

pasaban coches por ahí, sólo<br />

algunos transeúntes que<br />

buscaban una taberna. Las<br />

farolas emitían una luz<br />

ambarina que profundizaba las<br />

sombras y hacía ver como<br />

mojados los adoquines. De<br />

una de las ventanas altas salía<br />

una melancólica música de<br />

piano.<br />

Dio vuelta en una esquina y<br />

siguió por una calle<br />

serpenteante para luego entrar<br />

por un zaguán.<br />

…siguió por una calle<br />

serpenteante para luego<br />

entrar por un zaguán.<br />

La muchacha, que no lo<br />

perdía de vista, se encontró en<br />

un pasaje de comercios<br />

pequeños —galerías de<br />

marionetas y tiendas de armas<br />

medievales— que luego se<br />

dividió en dos y se fue<br />

volviendo un laberinto. Pero el<br />

hombre conocía bien los<br />

escondrijos de Praga. Salió a<br />

otra calle, tan angosta que<br />

debió pegarse a la pared<br />

cuando vio que venía un<br />

carruaje de paseos turísticos<br />

con dos caballos. “Děkuji”, le<br />

dijo el cochero, embozado en<br />

un capote negro: “gracias”. El<br />

sonido de los cascos y las<br />

ruedas sobre el adoquín se<br />

perdió al fondo de la calle.<br />

Lo más terrible de las<br />

hemorragias es que no se<br />

anuncian. Sobrevienen de<br />

repente, incontenibles, al<br />

menor golpe de tos. Es<br />

necesario precipitarse en<br />

seguida sobre algún recipiente<br />

que alcance a contener toda<br />

esa sangre. Una sangre viva,<br />

intensamente roja, como la<br />

que brota de una herida de<br />

arma. Parece limpia, sin<br />

turbiedad alguna, sin veneno,<br />

sin malas intenciones. Pero<br />

junto con ella se va yendo la<br />

vida, el color de la piel, la<br />

sustancia de la carne, la luz de<br />

los ojos...<br />

El hombre se detuvo en una<br />

večerka, una tienda de<br />

comestibles, y entró. La<br />

11


muchacha lo esperó afuera, a<br />

prudente distancia, pensando<br />

que sólo había ido a comprar<br />

algo y saldría enseguida.<br />

“Ojalá aguante hasta<br />

Pesach...” limpia con un<br />

pañuelo la sangre que le ha<br />

quedado en las comisuras de<br />

la boca después de toser.<br />

Luego se limpia las lágrimas,<br />

que no sabe si fueron<br />

causadas por el mismo acceso<br />

de tos o por la espantosa<br />

desesperanza en que a veces<br />

se siente hundido. Si pudiera<br />

llegar hasta Pesach... Volver a<br />

ver las calles cuando ha<br />

pasado el invierno, a las<br />

muchachas que se pasean<br />

con sus canastas llenas de<br />

flores... Siempre le gustó ver a<br />

las muchachas, observarlas,<br />

escuchar sus risas y sus<br />

conversaciones entrañablemente<br />

fútiles. Ojalá nunca,<br />

nadie las tocara como mujeres.<br />

Que las dejaran así,<br />

ignorantes de que el mundo es<br />

sucio y caído y bajo.<br />

Cerca de donde ella se quedó<br />

parada, aguardándolo, una<br />

anciana vendía svařák: vino<br />

caliente. El aroma que salía de<br />

su puesto —a naranja, a<br />

canela, a cominos— hacía que<br />

la niebla se sintiera menos fría.<br />

Viendo que el hombre<br />

tardaba en salir, la muchacha<br />

se acercó al puesto y compró<br />

un vaso de vino. Era un vaso<br />

de plástico desechable, y ella<br />

apenas podía sostenerlo de lo<br />

caliente que estaba. Pero le<br />

ayudó a quitarse el frío.<br />

¿Y si el hombre ya no salía<br />

de ahí? Tal vez ese negocio<br />

fuera suyo, o tal vez hubiera<br />

ido a visitar a alguien: un<br />

amigo o un pariente que fuese<br />

el dueño de la tienda. ¿Cuánto<br />

tiempo sería necesario<br />

esperarlo? ¿Y si entraba ella<br />

también, con el pretexto de<br />

comprar algo?<br />

Por la ventana se ve cómo los<br />

pájaros vuelven a cruzar el<br />

cielo tras la tormenta de nieve,<br />

ligeros. Parecen incluso más<br />

alegres que antes, como si<br />

ese aire nuevo tuviese el<br />

poder de renovarlos a ellos. Si<br />

tuvieran una noción de lo<br />

breve que será su vida en la<br />

tierra... pero no tanto como la<br />

de él. Ellos sí, probablemente,<br />

verán la primavera el año<br />

próximo.<br />

Siente un deseo infantil, casi<br />

lúdico, de levantarse del lecho<br />

para abrir la ventana: dejar<br />

que ese aire frío y sano del<br />

exterior penetre en sus<br />

pulmones llenos de lumbre.<br />

Pero tiene miedo de que<br />

vuelvan los accesos de tos. O<br />

sobrevenga otra hemorragia.<br />

Esa luz, ese aire, el día<br />

limpio...<br />

Finalmente, cuando ya se<br />

animaba a entrar a la tienda,<br />

lo vio salir. Él no la vio a ella,<br />

aunque se volvió en su<br />

dirección un instante. Y sí:<br />

Cerca de donde ella se quedó parada, aguardándolo, una<br />

anciana vendía svařák: vino caliente.<br />

bajo el ala del sombrero, ella<br />

reconoció una vez más las<br />

cejas encontradas y<br />

negrísimas, la mirada febril,<br />

los labios delgados y tensos,<br />

los pómulos afilados...<br />

El hombre reanudó su<br />

marcha. Cruzó la Plaza Vieja,<br />

tomó por la calle Tynska y se<br />

internó en un laberinto de<br />

pasajes torcidos, llenos de<br />

tabernas medievales y tiendas<br />

12


que ya estaban cerradas.<br />

Finalmente se detuvo ante un<br />

portal y sacó unas llaves que<br />

tintinearon en el silencio de la<br />

calle.<br />

La muchacha echó a correr<br />

hacia él. Si lo dejaba entrar, tal<br />

vez jamás volvería a tener la<br />

oportunidad de hablarle. Y<br />

hablarle era lo que más había<br />

deseado en la vida: poder<br />

hacerle preguntas sobre sus<br />

libros, sobre sí mismo,<br />

simplemente escuchar su voz...<br />

“Ojalá aguante hasta<br />

Pesach...” La noche está<br />

cayendo sobre su vivienda,<br />

pero no hay ninguna luz<br />

encendida en la habitación; la<br />

vela que tenía se acabó de<br />

consumir esta madrugada.<br />

Poco a poco la sombra va<br />

envolviendo los objetos. Tiene<br />

fiebre y los recuerdos de las<br />

fiestas judías se mezclan en<br />

su mente con los sueños o<br />

con imágenes que él cree que<br />

son recuerdos. Está<br />

temblando. Le parece que el<br />

ruido de sus huesos chocando<br />

entre sí es un anuncio de<br />

cómo será la muerte, cuando<br />

sobrevenga. Tuvo muchos<br />

conflictos con su identidad<br />

judía, quizá por ser demasiado<br />

crítico, o porque en el fondo la<br />

culpaba por no poder sentirse<br />

un verdadero escritor alemán.<br />

Pero disfrutaba tanto las<br />

fiestas de Pascua... Las<br />

muchachas judías, con sus<br />

canastas llenas de flores...<br />

—Dobrý večer —le dijo:<br />

“Buenas noches”. Era una de<br />

las pocas expresiones que<br />

conocía en checo. Estaba tan<br />

nerviosa que no se le ocurrió<br />

hablarle en alemán. Ella había<br />

leído en alemán todos sus<br />

libros.<br />

—Dobrý večer —le contestó<br />

el hombre. Su voz la<br />

desilusionó: era demasiado<br />

común. Una voz agradable, de<br />

joven que lleva una buena<br />

vida y está sano. Sin embargo,<br />

no perdió la esperanza.<br />

—Entschuldigung —continuó<br />

en alemán—, ¿es usted...?<br />

—No —la interrumpió el<br />

hombre, con una sonrisa—. Mi<br />

nombre es Jan Palach.<br />

—Perdón —la muchacha se<br />

sintió ridícula.<br />

—No se preocupe. No es<br />

usted la primera que me toma<br />

por un fantasma.<br />

—Perdón —repitió ella, roja<br />

de vergüenza.<br />

—Buenas noches —se<br />

despidió el hombre, aún<br />

sonriendo, y todavía la<br />

aleccionó como si fuera una<br />

niña, haciéndola sentir todavía<br />

peor:<br />

—Los fantasmas no existen,<br />

señorita. Los que sí existen y<br />

sí dan miedo son los tanques<br />

soviéticos. Cuídese.<br />

—Los fantasmas no existen, señorita. Los que sí existen<br />

y sí dan miedo son los tanques soviéticos. Cuídese.<br />

13


Confundida, ella echó a<br />

andar hacia la farola de la<br />

esquina y ahí sacó su mapa<br />

para ver cómo iba a regresar<br />

al hotel.<br />

Pasó dos días más en Praga<br />

y no quiso pensar más en<br />

aquella aventura. Sólo cuando<br />

ya iba en el avión de regreso a<br />

casa recordó que antes había<br />

visto el nombre de Jan Palach:<br />

era un estudiante de la<br />

universidad que se prendió<br />

fuego ahí mismo en el centro<br />

de la ciudad, en la Plaza<br />

Wenceslao, en 1969, en<br />

protesta por la política<br />

represiva de la Unión<br />

Soviética. Hacía más de<br />

cuarenta años.<br />

Sólo cuando ya iba en el avión de regreso a casa recordó que antes había visto el nombre de Jan Palach:<br />

era un estudiante de la universidad que se prendió fuego ahí mismo en el centro de la ciudad, en la<br />

Plaza Wenceslao, en 1969…<br />

14


Las brujas<br />

Circe Moriel<br />

Las brujas habitan en todos<br />

los rumbos de la ciudad,<br />

numerosas como los gatos, y<br />

ocho madrugadas de cada<br />

año hacen una gran fiesta en<br />

su guarida de la plaza Río de<br />

Janeiro. Son alegres y<br />

venusinas, cambiantes como<br />

la luna, dionisiacas, impúdicas.<br />

Jamás malignas, aunque la<br />

gente se haya empeñado en<br />

presentarlas así. Cierto que<br />

pueden atraer desgracias,<br />

como el granizo o la fiebre,<br />

pero es muy raro que alguien<br />

las provoque a ese extremo.<br />

En general, viven demasiado<br />

ocupadas en las mismas<br />

cosas que el resto de las<br />

mujeres. Una bruja no debe<br />

enamorarse porque pierde su<br />

poder, pero con frecuencia se<br />

permite caer en eso que el<br />

vulgo llama “infatuación”.<br />

Infatuada, es capaz de<br />

secuestrar a su amado, de<br />

enyerbarlo, de atarlo a su<br />

voluntad según el rito que<br />

prescribe coser los ojos de un<br />

sapo con hilo rojo. Las brujas<br />

pueden brotar en cualquier<br />

sitio, de repente, sin que sea<br />

posible olvidar la rojiza<br />

fosforescencia de sus ojos.<br />

Echan las cartas, quitan<br />

salaciones, envían a los<br />

muertos en contra de los vivos.<br />

Pero también curan a los<br />

niños y a veces depositan en<br />

su mollera grandes secretos.<br />

Encadenan a los amantes<br />

infieles, propician que los<br />

hombres y las mujeres se<br />

encuentren en sueños,<br />

acompañan a los borrachos<br />

hasta la puerta de su casa. Sin<br />

embargo, muy a menudo se<br />

sienten solas. Entonces se<br />

agencian un amante. Las<br />

brujas maúllan como gatas<br />

cuando hacen el amor. Y el<br />

lunar que tienen todas cerca<br />

del ombligo —la marca de su<br />

oficio— se pone rojo como<br />

una brasa con el aroma del<br />

hombre. Sus amores suelen<br />

durar poco. Cuando terminan,<br />

toman su escoba y se<br />

marchan. Tarde o temprano,<br />

las brujas se marchan.<br />

Siempre se marchan. Por eso<br />

a veces las vemos solas,<br />

pensativas, en alguna banca<br />

soleada de la plaza Río de<br />

Janeiro.<br />

15


Canicas, canicas,<br />

canicas<br />

Mariana Vega<br />

El sonido intermitente lo fue<br />

despertando de a poco, y<br />

tardó unos segundos en ubicar<br />

de dónde provenía. Observó<br />

fijamente el techo. Sí, el ruido<br />

surgía de allá arriba. En<br />

principio, le pareció que<br />

sonaba a agua que corre en<br />

torrente. ¿Habrían salido sus<br />

vecinos dejando alguna llave<br />

abierta? Miró el reloj: las 4 de<br />

la mañana.<br />

En fin, aquél no era su<br />

problema. Volvió a hacerse un<br />

ovillo bajo las cobijas, apoyó la<br />

cabeza en la almohada y cerró<br />

los ojos.<br />

Veinte minutos después, de<br />

nuevo el mismo sonido, pero<br />

esta vez era intermitente.<br />

Apoyó los codos sobre el<br />

colchón, arqueando a medias<br />

la espalda y prestó atención.<br />

En definitiva no podía tratarse<br />

de agua que corre.<br />

En medio de la obscuridad<br />

era difícil distinguir de qué se<br />

trataba. Encendió la lámpara<br />

nocturna y volvió la mirada<br />

hacia el techo. Silencio.<br />

Esperó. No se escuchaba más<br />

que el ronroneo del refrigerador<br />

en la cocina.<br />

Apagó la luz y se recostó. El<br />

sueño no acudió, pero el<br />

sonido sí lo hizo.<br />

De plano se sentó en la<br />

cama y escuchó atentamente.<br />

Identificó el ruido como el de<br />

una docena de canicas que<br />

caen en cascada a un suelo<br />

de madera. Con una sonrisa<br />

entre triunfante y maliciosa, se<br />

levantó y fue corriendo a la<br />

cocina en busca de una<br />

escoba. Regresó a su cuarto,<br />

se trepó en la cama y golpeó<br />

el techo con el palo en varias<br />

16


ocasiones. El ruido cesó de<br />

inmediato. Lanzó una<br />

exclamación satisfecha. Aún<br />

se quedó unos segundos en<br />

espera de que las canicas<br />

reanudaran su brincar. Nada.<br />

Intrigado bajó de la cama, se<br />

acercó a la ventana y asomó<br />

la cabeza, tratando de ver<br />

hacia el departamento arriba<br />

de él. La luz estaba apagada y<br />

reinaba el silencio. Dejó la<br />

escoba en un rincón y salió<br />

hacia la cocina a servirse un<br />

vaso con agua. Apenas abrió<br />

la puerta del refrigerador, las<br />

canicas rodaron y rodaron en<br />

un viaje interminable. Azotó la<br />

puerta y alzó la cabeza.<br />

¿Cómo podían girar durante<br />

tanto tiempo? Los<br />

departamentos tenían un<br />

pasillo de apenas 6 metros de<br />

largo.<br />

Se lanzó a la recámara,<br />

tomó el palo de la escoba y<br />

golpeó el techo mientras<br />

vociferaba: “¡Silencio,<br />

chamacos del infierno! ¡Dejen<br />

dormir, carajos!” Pero el correr<br />

de las diminutas bolas de<br />

vidrio continuó sin interrupción.<br />

Arrojó la escoba y se dirigió<br />

como rayo hacia la puerta del<br />

departamento, salió al<br />

corredor y subió en zancadas<br />

las escaleras hasta el piso<br />

arriba del suyo. Cuando iba a<br />

moler a golpes la puerta del<br />

departamento de donde salía<br />

el ruido, vio atónito el letrero:<br />

“SE VENDE. INFORMES EN<br />

PORTERÍA”. Golpeó de todos<br />

modos. La puerta cedió y se<br />

abrió lentamente. Incrédulo<br />

metió la cabeza primero y<br />

luego el resto del cuerpo. Ahí<br />

adentro no había ni gente ni<br />

muebles, ni mucho menos<br />

canicas vagando en el suelo.<br />

Recorrió todo el lugar mientras<br />

abría y cerraba puertas. No<br />

encontró nada.<br />

Se dio la vuelta para volver a<br />

su departamento con una<br />

sensación de escalofríos que<br />

le bajaban desde el cerebro.<br />

De repente, a sus espaldas<br />

dio inicio un leve murmullo,<br />

primero fue una voz, luego<br />

otra, después varias que<br />

susurraban palabras<br />

incomprensibles. Eran voces<br />

de niños pequeños que se<br />

comunicaban en secreto. Al<br />

escucharlas, un hilo de sudor<br />

helado se le desprendió de la<br />

frente. El volumen de los<br />

susurros infantiles fue<br />

subiendo de tono y a éste se<br />

unieron risas contenidas.<br />

Entonces, las canicas cayeron<br />

otra vez y rodaron por el suelo.<br />

Él cerró los ojos, intentando<br />

convencerse que se trataba de<br />

una pesadilla, que en<br />

cualquier<br />

momento<br />

despertaría en medio de su<br />

cama y bajo la seguridad de<br />

sus cobijas.<br />

Pero cuando las diminutas<br />

esferas chocaron contra sus<br />

pies descalzos, descubrió que<br />

la consistencia de éstas no era<br />

vidriosa, sino más bien blanda.<br />

Y eran muchas, demasiadas,<br />

quizás. Temeroso abrió los<br />

ojos y bajó la mirada hacia sus<br />

pies. Rodaban y giraban por el<br />

suelo cientos, miles de ojos<br />

que sonaban al chocar entre<br />

ellos mientras corrían sobre el<br />

parquet. Despacio giró sobre<br />

sus talones para descubrir a<br />

un grupo de espectros<br />

infantiles que lo observaban<br />

desde la profundidad de sus<br />

17


Rodaban y giraban por el suelo<br />

cientos, miles de ojos que<br />

sonaban al chocar entre ellos…<br />

cuencas oculares vacías, con<br />

los brazos extendidos hacia él<br />

y las bocas abiertas en una<br />

carcajada silente.<br />

El alarido que se escapó de<br />

su garganta no le alcanzó para<br />

eliminar de su mente el terror<br />

que en ella se acumuló en<br />

segundos. Los diminutos<br />

fantasmas se cerraron en<br />

torno de él y un sinnúmero de<br />

manos se estiraron hasta<br />

apoderarse de su cara. Sus<br />

ojos blancos, redondos,<br />

asustados, cayeron al suelo<br />

hasta unirse al resto en su<br />

loca carrera.<br />

Antes de dejar de respirar,<br />

su último pensamiento se<br />

remontó a aquella primera vez<br />

que el ruido le despertó...<br />

Imaginó a otros muchos que,<br />

como él, escuchaban el correr<br />

de canicas en el techo en<br />

medio de la noche, sin<br />

atreverse a buscar su<br />

procedencia. Deseó haber<br />

permanecido bajo las<br />

sábanas... ahora era muy<br />

tarde. Los niños se sentaron<br />

en el suelo y continuaron, sin<br />

prestar atención al cuerpo<br />

inerte, su eterno torneo de<br />

canicas...<br />

18


Halloween en<br />

la Meche<br />

Luciano Pérez<br />

Pandemonium es la capital de<br />

los diablos y de la nepenta,<br />

siendo ésta una droga mágica<br />

que trae paz y poesía a los<br />

corazones atormentados.<br />

Como los diablos son gente<br />

siempre en tensión, la ingesta<br />

de dicha pócima los aquieta y<br />

relaja. En la mencionada<br />

capital, ubicada en algún lugar<br />

del centro de la tierra, según<br />

los pareceres algo<br />

extravagantes de Dante<br />

Alighieri y Julio Verne, sus<br />

habitantes, todos con cuernos<br />

y pies de cabra, dignos<br />

descendientes del dios Pan<br />

(que no ha muerto, dígase lo<br />

que se diga), celebran el<br />

Halloween emborrachándose,<br />

además de con la nepenta,<br />

con la bebida otrora marxista<br />

por excelencia: el vodka, única<br />

mediante la cual es posible<br />

soportar el frío que se vive en<br />

el infierno.<br />

Un cierto día, también de<br />

Halloween, el demonio Pazuzu,<br />

aburrido, quiso salir a la<br />

superficie y darse una vuelta<br />

por el mundo. Él fue en otro<br />

tiempo el dios sumeriobabilonio<br />

del viento, y se le<br />

conocía poco universalmente,<br />

hasta que su imagen fue<br />

tomada por Hollywood para la<br />

evocación del Diablo en la<br />

exitosa película El Exorcista,<br />

de 1973, en el año siete de la<br />

era post-cristiana (que inició<br />

en la Walpurgisnacht de 1966<br />

con la muerte del Altísimo).<br />

Recordemos cómo apareció él,<br />

frente a frente ante el padrearqueólogo<br />

Merrin, en pleno<br />

desierto de Irak. Pazuzu,<br />

Pandemonium es la capital de los diablos y de la nepenta…<br />

19


cuando vio el filme, no quedó<br />

complacido. “¿Qué tengo yo<br />

que ver con curas?”, le<br />

comentaba a sus compañeros<br />

demoníacos. Éstos, divertidos,<br />

se burlaban de él. Pazuzu no<br />

les hizo mayor caso, pero le<br />

quedó en el fondo de sí mismo<br />

la herida por haber sido<br />

expuesto en esa película<br />

como la representación de<br />

Satanás. “Pero yo no soy<br />

Satanás, soy Pazuzu, e<br />

incluso soy más antiguo que<br />

él”, decía, sin que nadie le<br />

prestase atención.<br />

amado Hijo y fueron, al<br />

parecer, derrotados.<br />

Así que Pazuzu fue<br />

saliendo de la estación del<br />

metro Merced en la antigua<br />

ciudad ex-azteca y ex-colonial<br />

de Mexicópolis. Las estrellas<br />

brillaban en el negro<br />

firmamento. Algunos autos<br />

pasaban. Algunas sombras<br />

también. Pazuzu esperaría el<br />

amanecer, para enterarse de<br />

cómo celebraban el Halloween<br />

expuesto en una vitrina, donde<br />

todos los escolares y curiosos<br />

pudieron verlo, en piedra, tal<br />

como salió en El Exorcista en<br />

manos del padre Merrin, y<br />

tenía una tarjeta al lado con<br />

este breve texto: “PAZUZU,<br />

dios del viento entre los<br />

babilonios, varios siglos antes<br />

de Cristo”. La tarjeta debió<br />

decir algo acerca de su<br />

aparición en la película, como<br />

información curiosa, pero no<br />

mencionó nada.<br />

Entonces, quiso salir al<br />

mundo en el 2013, año 47 de<br />

la era post-cristiana, en pleno<br />

día de Halloween. Desde el<br />

fondo de la tierra, fue a dar a<br />

un túnel donde pasaban los<br />

trenes del metro de<br />

Mexicópolis. Pazuzu ya<br />

conocía tales transportes. “En<br />

la Atlántida los había”, dijo,<br />

mientras caminaba hacia la<br />

estación. Era de madrugada y<br />

no había nadie aún. Las luces<br />

estaban apagadas. Serían las<br />

tres o las cuatro. Pazuzu salió<br />

a la estación vacía. No tuvo<br />

problemas en pasar por los<br />

torniquetes ni tampoco en<br />

atravesar la cortina de metal<br />

para salir a la calle. Los<br />

diablos tienen manera de<br />

abrirse camino por donde sea,<br />

excepto hacia el cielo, donde<br />

no han vuelto desde los días<br />

en que todos los habitantes de<br />

Pandemonium se levantaron<br />

en armas contra Dios y su<br />

“Pero yo no soy Satanás, soy Pazuzu, e incluso soy más antiguo que él”,<br />

decía, sin que nadie le prestase atención.<br />

en este lugar, la Merced, mejor<br />

conocido como la Meche, uno<br />

de los barrios tradicionales de<br />

la capital mexicana por su<br />

intenso tráfico comercial.<br />

Pazuzu más o menos conocía<br />

la urbe. De hecho, fue invitado<br />

de honor en una exposición de<br />

brujas y brujería que hubo en<br />

el Museo de la Ciudad en el<br />

año 2004, 38 de la era postcristiana.<br />

Ahí estuvo él,<br />

Pazuzu nunca pudo<br />

decidirse entre si poseer a<br />

Linda Blair o a Ellen Burstyn.<br />

“Las dos me atraían<br />

fuertemente, sobre todo la<br />

señora. Pero el director del<br />

filme, de acuerdo con la<br />

novela, quiso que me<br />

introdujera yo en la joven. La<br />

señora siempre me pareció<br />

como la más adecuada para<br />

ser poseída por mí, sólo que<br />

20


nunca hay manera de hacer<br />

razonables a los novelistas y<br />

menos a los directores de<br />

películas”, comentó para sí<br />

mismo el demonio babilónico.<br />

siempre para cubrir la<br />

incapacidad de quienes no<br />

quieren ver más allá de sí<br />

mismos), además de que lo<br />

consideran un delirio más de<br />

no se les comprendiera”,<br />

pensó el demonio con<br />

melancolía. Y entonces llegó<br />

el sol. A diferencia de lo que<br />

muchos mal informados<br />

piensan, los seres infernales<br />

no le temen a la luz del día.<br />

Todo lo contrario, es cuando el<br />

sol brilla intensamente cuando<br />

mejor pueden actuar.<br />

Para aguardar la llegada del<br />

sol, Pazuzu se metió al patio<br />

de la iglesia de la Palma. Al<br />

entrar se acordó de una<br />

venerable leyenda ocurrida<br />

hace mucho tiempo en ese<br />

sitio. Fue ahí donde se<br />

reunieron Hernán Cortés, el<br />

Cid Campeador y Don Quijote<br />

para embriagarse y burlarse<br />

del Cristo de las Lágrimas que<br />

se venera en dicha iglesia. A<br />

los diablos les fascina esa<br />

historia, una de las más<br />

ilustres del barrio de la Meche.<br />

Todos los borrachos y léperos<br />

la conocen de memoria y<br />

procuran divulgarla, pues<br />

consideran a tales personajes<br />

como sus ancestros. Los<br />

académicos no hacen caso del<br />

relato, que les parece<br />

imposible (“las fechas no<br />

concuerdan” es el pretexto de<br />

gente venida a menos. Pero a<br />

Pazuzu siempre le pareció de<br />

gran interés, por ser una<br />

leyenda divertida y llena de<br />

encanto. “Esos tres españoles<br />

eran más diablos que yo<br />

mismo. Fueron una fuerza en<br />

su tiempo. Es una lástima que<br />

Pazuzu recibió el amanecer<br />

con alegría. Y la calle se fue<br />

llenando de gente. Los<br />

puestos con mercancía se<br />

iban colocando. Los tamales y<br />

el atole aparecieron<br />

prodigiosamente por todos<br />

lados. Y por supuesto, ya las<br />

mercenarias del amor<br />

iniciaban sus benéficas<br />

labores. Hacía un poco de frío,<br />

así que todavía no dejaban ver<br />

ellas gran cosa de su carne.<br />

Algunas, bromistas, salieron<br />

disfrazadas de brujas. “¡Para<br />

chuparles mejor!”, comentaban<br />

maliciosas, riéndose con<br />

Y por supuesto, ya las mercenarias del amor iniciaban sus benéficas<br />

labores.<br />

21


estruendo como suelen<br />

hacerlo. Así fue en los tiempos<br />

de Babilonia la Grande, y<br />

observó Pazuzu: “Este tipo de<br />

mujeres eran sagradas<br />

entonces. No se dejaban<br />

poseer por dinero, sino como<br />

ofrenda para la diosa del amor,<br />

Ishtar, a quien yo quise mucho.<br />

Y no había diferencias<br />

sociales. Todas las mujeres<br />

tenían alguna vez, o quizá dos<br />

veces, que prostituirse en el<br />

templo de la diosa, fuesen<br />

ricas o pobres, jóvenes o<br />

maduras, meseras o eruditas.<br />

En honor de Ishtar. Hubo<br />

quienes no quisieron dejar de<br />

hacerlo nunca, pero no<br />

recuerdo que cobrasen”. Así<br />

dijo el demonio, quien pasó<br />

afuera de algunos hoteles de<br />

paso ilustres en la Meche: el<br />

Gran Veracruz, el Liverpool, el<br />

Necaxa. “En Babilonia estos<br />

lugares serían santuarios”,<br />

comentó él, “y es una pena<br />

que todo esto se haya vuelto<br />

de cabeza, convertido en un<br />

lucro. Pero lo mismo sucedió<br />

con la Iglesia de ya saben<br />

quién”.<br />

de la Llorona, Chucky, Freddy<br />

Krueger... Y el sonido que se<br />

oía por todos lados le pareció<br />

familiar a Pazuzu. Se trataba<br />

de la famosa melodía de la<br />

película El Exorcista, los<br />

órganos tubulares o algo así.<br />

“Me gustan los acordes. Y lo<br />

mejor es que, no obstante ser<br />

escalofriantes, noto que a la<br />

gente le parecen muy<br />

normales, nadie se asusta. Es<br />

la vuelta al paganismo, pues el<br />

Halloween es todo lo opuesto<br />

a Dios, definitivamente. Y<br />

todos aquí quieren disfrazarse,<br />

por lo que veo, y aparecer<br />

como brujas y diablos para<br />

esta noche y para el Día de<br />

Muertos, con la música de El<br />

Exorcista como fondo. Muy<br />

bien, me siento feliz”, decía<br />

Pazuzu con honda<br />

satisfacción.<br />

Y fue entonces que unos<br />

tipos le salieron al paso,<br />

solicitándole dinero para<br />

“curarse la cruda”. Ellos eran<br />

del color de la tierra. Seguras<br />

víctimas también de la<br />

incomprensión, como nuevos<br />

Cortés, Cid Campeador y Don<br />

Quijote. Y si éstos fueron los<br />

“teporochos” de antes, los de<br />

hoy, sin embargo, no tienen la<br />

satisfacción de haber logrado<br />

alguna vez por lo menos<br />

alguna hazaña. Aunque quién<br />

sabe, quizá detrás del rostro<br />

moreno de estos alcohólicos<br />

están también las conquistas<br />

de Tenochtitlan, de Valencia y<br />

de Dulcinea del Toboso.<br />

Pazuzu sacó de su bolsillo<br />

unos jades que le regaló el<br />

conde von Drácula, y se los<br />

dio a los borrachos, los cuales<br />

no supieron qué hacer con<br />

El aire comenzó a llenarse<br />

de música. Los mercaderes<br />

anunciaban la venta de<br />

productos para Halloween.<br />

Máscaras de monstruos,<br />

disfraces de vampiro, discos<br />

con aullidos y carcajadas<br />

diabólicas, sombreros de bruja,<br />

cuernos de Satanás,<br />

esqueletos del más allá,<br />

calabazas sangrientas, trajes<br />

Los mercaderes anunciaban la venta de productos para Halloween.<br />

Máscaras de monstruos, disfraces de vampiro…<br />

22


ellos. Drácula se los entregó a<br />

Pazuzu en una caja negra de<br />

terciopelo, unos días antes de<br />

que los soviéticos liberasen a<br />

Rumania en 1944 (año 22<br />

antes de la era post-cristiana).<br />

“Prefiero que los tengas tú, a<br />

que me los roben los<br />

comunistas cuando lleguen a<br />

mi castillo a saquearlo todo”,<br />

le dijo el vampiro al demonio.<br />

El diablo se alejó, para<br />

meterse al mercado de Sonora,<br />

donde los comerciantes de lo<br />

oculto le ofrecieron limpias,<br />

anti-hechizos y lociones para<br />

encontrar amor, trabajo y<br />

dinero. “De nada sirvió que la<br />

serpiente ofreciese sabiduría a<br />

Eva y Adán, si los<br />

descendientes de éstos la<br />

rechazan, pues sólo quieren<br />

amor, trabajo y dinero”,<br />

observó con ironía Pazuzu.<br />

“Todo en la vida es un gran<br />

malentendido. Nosotros los<br />

diablos siempre quisimos<br />

hacer sabios a hombres y<br />

mujeres, porque sólo los<br />

sabios tienen el valor de<br />

enfrentarse a Dios. Y sin<br />

embargo, lo único que la raza<br />

humana nos pide es amor,<br />

trabajo y dinero, no sabiduría.<br />

Mas, ¿qué se le va a hacer?<br />

Así continuará siendo, y nada<br />

puede cambiarse a ese<br />

respecto. A menos que alguna<br />

vez regresemos al cielo, ya<br />

sea por la buena o por la mala.<br />

Por la buena implicaría que<br />

Dios se dejase de cosas e<br />

hiciese valer el título de Satán<br />

como el más bello heredero al<br />

trono del universo. Por la mala,<br />

una nueva guerra en el cielo<br />

contra los ángeles de Dios,<br />

que no sé si podamos ganar,<br />

pero existe quizá una<br />

posibilidad”, pensaba el<br />

demonio de Babilonia mientras<br />

caminaba de regreso a la<br />

estación del metro de donde<br />

había salido. Y al llegar ahí, no<br />

quisieron dejarlo entrar dos<br />

policías.<br />

“Sin boleto no entra, señor,<br />

a menos que sea usted viejo,<br />

que no lo creemos”, le dijeron.<br />

Y Pazuzu con una gran<br />

sonrisa, les contestó: “Soy<br />

más viejo que Dios mismo,<br />

caballeros. Además, ya es la<br />

hora de beber mi dosis de<br />

nepenta con vodka”, y le dio la<br />

vuelta al torniquete para entrar,<br />

ante el asombro de los<br />

policías, que no supieron a<br />

qué atenerse. Uno le dijo al<br />

otro: “No sé si él sea viejo,<br />

pero es por lo menos<br />

discapacitado”. Y el otro,<br />

azorado, le preguntó: “¿Por<br />

qué lo dices?” Y aquél<br />

respondió: “Porque le vi un pie<br />

de chivo. Nadie puede<br />

caminar así, ¿verdad?” Y el<br />

otro dijo: “Pues yo lo vi<br />

caminar perfectamente. Y<br />

nada de que era un viejo. No<br />

debimos dejarlo entrar sin<br />

pagar”. Cuando los policías se<br />

ponen a discutir entre ellos,<br />

sólo dicen tonterías y dejan<br />

escapar a los ladrones. Y a los<br />

demonios.<br />

El diablo se alejó, para meterse al mercado de Sonora, donde los<br />

comerciantes de lo oculto le ofrecieron limpias, anti-hechizos y lociones<br />

para encontrar amor, trabajo y dinero.<br />

23


Casa<br />

robada<br />

Miguel Antonio Lupián Soto<br />

El plan era perfecto. Nada<br />

podía salir mal. Nada tenía<br />

que salir mal. Era a prueba de<br />

idiotas. Sin embargo, aquí<br />

estoy escribiendo esta carta a<br />

la luz de una lámpara sorda<br />

que titila amenazado con<br />

dejarme en la oscuridad, a<br />

merced de ellos.<br />

El mejor disfraz del<br />

delincuente es el traje de<br />

policía. La placa en el pecho y<br />

las botas por encima del<br />

pantalón te dan el mismo<br />

poder e inmunidad que la<br />

sotana al cura. Pero la policía<br />

se ha convertido en un<br />

negocio pirámide donde se<br />

requiere de mucho esfuerzo y<br />

dinero para llegar a la cúspide.<br />

La seguridad privada es la<br />

mejor opción. Al menos eso<br />

creía cuando me contrataron<br />

para vigilar esta zona<br />

residencial.<br />

Una semana me bastó para<br />

memorizar nombres, horarios<br />

y costumbres de los vecinos.<br />

Somos seres predecibles,<br />

rutinarios. Hasta el guardia de<br />

seguridad promedio, que<br />

apenas sabe leer y escribir,<br />

puede organizar un golpe y<br />

salirse con la suya. Pero yo<br />

me lo tomé en serio. Este<br />

residencial era una minita de<br />

oro y no pensaba<br />

desaprovecharlo. Poco a poco<br />

me fui ganando la confianza y<br />

admiración del guardia que me<br />

acompañaba en el turno, un<br />

joven ingenuo que apenas<br />

rebasaba la mayoría de edad.<br />

Cuando le propuse el robo<br />

aceptó sin titubeos.<br />

Al menos la mitad de las<br />

doscientas sesenta y seis<br />

casas de la zona residencial<br />

no contaba con alarma o perro<br />

guardián. Y de esa mitad, el<br />

ochenta por ciento era<br />

habitado por ancianos. Sí, sí.<br />

¿Cuánto se puede obtener en<br />

esas casas? Te sorprenderías.<br />

No hay mejor paliativo para<br />

combatir los remordimientos<br />

que el dinero. Hijos, hermanos,<br />

nietos pagando para que el<br />

abuelo muera dignamente<br />

lejos de casa. Además, les<br />

gusta conservar todo:<br />

fotografías, monedas, joyas.<br />

La casa marcada con el<br />

número ciento veintiuno de la<br />

calle Homún, desde donde<br />

escribo, era el paraíso del<br />

delincuente. Se encuentra en<br />

un callejón donde el único<br />

vecino se marcha los fines de<br />

semana a su casa de campo.<br />

Es una estructura de dos<br />

plantas, escondida entre<br />

enormes sauces llorones que<br />

sólo permiten ver la única<br />

ventana del segundo piso.<br />

Está protegida (¡ja!) por una<br />

barda de escaso metro y<br />

medio de altura. Sin alarma ni<br />

mascotas. La habita una<br />

anciana, que se le podía ver<br />

todas las tardes frente a la<br />

ventana leyendo y<br />

meciéndose en una silla. A las<br />

ocho en punto de la noche<br />

apagaba la luz. Demasiado<br />

bueno para ser cierto. Ahora lo<br />

entiendo.<br />

La mejor opción es, sin duda,<br />

asaltar casas vacías, pero<br />

había algo en esa anciana que<br />

24


me atraía como el abismo al<br />

suicida. Las manos trémulas<br />

cubiertas de anillos y pulseras,<br />

la prótesis de su pierna<br />

derecha, la respiración<br />

entrecortada, la mirada perdida,<br />

la llave antigua colgando<br />

del cuello…, o simplemente<br />

me ganó la curiosidad. Cada<br />

viernes, antes del anochecer,<br />

una empresa de mensajería le<br />

dejaba tres maletas a la puerta.<br />

La anciana, que sólo salía de<br />

la casa esos días, arrastraba<br />

las maletas con el dolor<br />

surcando su rostro. Estaba<br />

decidido: el siguiente viernes<br />

entraríamos a la casa.<br />

Cuando la empresa de<br />

mensajería salió del<br />

residencial, nos subimos a las<br />

cuatrimotos fingiendo dar un<br />

rondín. El jefe de turno apuntó<br />

la hora en la bitácora y<br />

continuó viendo una<br />

telenovela y comiendo una<br />

sopa instantánea en la caseta<br />

de vigilancia.<br />

seguro. La abrí lentamente<br />

evitando que los goznes<br />

crujieran.<br />

Fauces negras vomitando<br />

silencio.<br />

Nos apresuramos a<br />

encender las lámparas. El clic<br />

retumbó en nuestras cabezas<br />

y se fue atenuando con el<br />

paso de los segundos, pero a<br />

la fecha lo sigo escuchando.<br />

La primera habitación,<br />

supuestamente la sala, estaba<br />

vacía. Cuatro paredes blancas<br />

absolutamente vacías.<br />

Caminamos hacia la otra<br />

habitación… Nada. El haz de<br />

luz de la lámpara del guardia<br />

se movía nervioso de un lado<br />

a otro. Puse mi mano sobre su<br />

hombro y le dije al oído que no<br />

se preocupara, que arriba<br />

estaría todo. Asintió y avanzó<br />

con firmeza rumbo a la<br />

escalera. Me quedé atrás,<br />

examinando las paredes.<br />

Parecían moverse, como si<br />

respiraran. De pronto, se<br />

escuchó un golpe que cimbró<br />

la casa. El guardia se había<br />

caído. Su lámpara rodaba en<br />

el piso generando sombras<br />

imposibles. Cuando lo ayudé a<br />

levantarse nos dimos cuenta<br />

que sus manos estaban<br />

manchadas de rojo. El<br />

causante de su caída había<br />

sido un charco de sangre al<br />

pie de una puerta pegada a la<br />

escalera. Los ojos del guardia<br />

gritaban: ¡Vámonos! Asentí y<br />

corrimos rumbo a la salida,<br />

mas a los pocos pasos las<br />

paredes comenzaron a<br />

agrietarse. Una a una se<br />

desmoronaban levantando<br />

nubes de polvo dejando a la<br />

vista la verdadera piel de la<br />

Esperamos, fumando en<br />

silencio, a que la luz de la<br />

ventana se apagara. Cuando<br />

lo hizo, cogimos los morrales y<br />

las lámparas sordas y<br />

brincamos la barda. La hierba<br />

del jardín nos cubría la cintura<br />

y la tierra estaba muy floja,<br />

casi fangosa. Primero a la<br />

derecha y luego a la izquierda,<br />

escuché movimiento entre la<br />

hierba. Ratas, pensé, y le hice<br />

señas al guardia para que se<br />

apresurara. Para nuestra<br />

sorpresa, la puerta no tenía<br />

La primera habitación, supuestamente la sala, estaba vacía.<br />

Cuatro paredes blancas absolutamente vacías.<br />

25


casa: una capa verde<br />

purulenta que se extendía y<br />

contraía al ritmo de una<br />

canción que no<br />

escuchábamos, pero que nos<br />

hacía vibrar. Nos quedamos<br />

inmóviles, aturdidos por la<br />

imagen.<br />

Pasos. El sonido de pasos<br />

en la escalera. Seguíamos<br />

acartonados, con los dedos<br />

aferrados a las lámparas. Era<br />

la anciana bajando lenta y<br />

acompasadamente. La prótesis<br />

rechinando, la llave radiante.<br />

Por un instante me<br />

tranquilicé pensando que ella<br />

nos explicaría lo que estaba<br />

sucediendo, pero sólo se rió.<br />

Luego, se quitó la llave del<br />

cuello y abrió con ella la<br />

puerta junto a la escalera.<br />

No he podido olvidar lo que<br />

pasó después. Las imágenes<br />

y sonidos se aparecen de<br />

repente, burlonas. Algunos<br />

pensarán que se trata del<br />

producto del encierro o de la<br />

ingesta de alguna droga, y<br />

muchos, que simplemente<br />

estoy loco. Mi intención no es<br />

convencerlos, sino sacarme<br />

este veneno del organismo<br />

para no suicidarme, como lo<br />

escuché unos días atrás.<br />

La puerta se abrió<br />

violentamente apenas la<br />

anciana giró la llave en la<br />

cerradura. Del interior emergieron<br />

tentáculos enormes<br />

buscando de dónde asirse.<br />

Cinco, seis, siete. No lo<br />

recuerdo. El olor era<br />

nauseabundo. Me tiré al piso<br />

cubriéndome la cabeza. El<br />

guardia seguía inmóvil,<br />

alumbrando los tentáculos que<br />

se contorsionaban a pocos<br />

metros de él. Grité su nombre.<br />

El guardia volteó. Esperaba<br />

encontrar su cara desencajada,<br />

pero sólo un par de lágrimas<br />

escurrían por sus mejillas. Un<br />

tentáculo se enredó en su<br />

cuello, otro en sus piernas.<br />

Fue arrastrado hacia la<br />

habitación. La anciana cerró la<br />

puerta y se colgó la llave en el<br />

cuello.<br />

Tuve que haberme levantado<br />

y escapado, ya no había<br />

peligro. Sin embargo, me<br />

levanté colmado de una furia<br />

que nunca había sentido. Corrí<br />

hacia la anciana blandiendo mi<br />

cachiporra y la golpeé en la<br />

cabeza. La anciana cayó. La<br />

prótesis de su pierna derecha<br />

rodó por el piso. La anciana se<br />

movía torpemente intentando<br />

levantarse sin conseguirlo. De<br />

su pierna incompleta surgió un<br />

apéndice crustáceo que le sirvió<br />

de sostén para levantarse.<br />

Me acerqué y levanté la<br />

cachiporra para asestarle otro<br />

golpe, pero caí de rodillas. Las<br />

imágenes se fueron disolviendo<br />

hasta ser sólo un punto<br />

negro.<br />

Cuando abrí los ojos, me<br />

encontraba desnudo en el piso<br />

de una habitación. Junto a la<br />

puerta estaba la anciana con<br />

su sonrisa desquiciante, y el<br />

jefe de turno comiendo una<br />

sopa instantánea.<br />

—Ya pedí que contrataran a<br />

otros dos —, dijo con la boca<br />

todavía llena de fideos.<br />

Cuando terminó, se limpió con<br />

el dorso de la mano.<br />

—Mañana resano las<br />

paredes —, se inclinó y besó<br />

la herida en la cabeza de la<br />

anciana. Luego, del interior de<br />

su chamarra, cogió unas hojas,<br />

una pluma y una lámpara<br />

sorda que me aventó a la cara.<br />

—Esto evitará que te<br />

suicides, raterillo.<br />

No los he vuelto a ver.<br />

Llevo dos semanas acompañado<br />

únicamente de ese<br />

agujero temible en medio de la<br />

habitación y de las maletas al<br />

otro lado. El agujero se<br />

encuentra cubierto de tierra<br />

firme, aunque sé que en<br />

cualquier momento se<br />

26


convertirá en fango y de él<br />

saldrán los tentáculos reclamando<br />

su comida. Hay noches<br />

en que creo escuchar de su<br />

interior los gritos de auxilio del<br />

guardia…<br />

Al principio no quise saber<br />

nada de las hojas y gasté toda<br />

mi energía buscando escapar.<br />

Después vino la desesperación,<br />

el miedo. Logré<br />

vencerlos gracias al guardia.<br />

Repetí incesantemente su<br />

nombre verdadero (que me<br />

niego a escribir para que no<br />

deje de ser mío) hasta<br />

hacerlos desaparecer.<br />

Caminé sobre el agujero y<br />

llegué a las maletas. Me<br />

esperaban sonrientes, deseosas<br />

de ser abiertas para gritar<br />

sus secretos. Corrí los cierres.<br />

Por fin resolvería el misterio.<br />

Por mi mente pasaron cientos<br />

de argumentos fantásticos.<br />

Las abrí con el corazón al<br />

borde del colapso.<br />

Vacías. Completamente vacías.<br />

Me quedé sentado largo<br />

rato en el piso tratando de<br />

resolver el enigma. Cuando lo<br />

comprendí, reí hasta que las<br />

risas se convirtieron en<br />

lágrimas. Era parte del plan.<br />

De su plan.<br />

Golpeé las paredes con la<br />

cabeza hasta que la hemorragia<br />

me nubló la vista y el<br />

mareo me hizo vomitar. Dormí<br />

horas, días. No lo sé. Cuando<br />

la razón estaba por abandonarme,<br />

recordé las palabras<br />

del jefe de turno.<br />

Crucé el agujero de regreso<br />

y comencé a escribir esta<br />

carta. No sé si todo ocurrió<br />

como lo cuento, como tampoco<br />

sé exactamente qué es<br />

eso que se escucha detrás de<br />

las paredes y que me observa<br />

desde las esquinas.<br />

Me despido. La lámpara ha<br />

cerrado su único ojo y escucho<br />

el chapoteo de criaturas<br />

(que no me atrevo a imaginar)<br />

emergiendo del agujero.<br />

El plan se cumplirá.<br />

27


Los gusanos de Pogo<br />

el payaso<br />

Leticia Vázquez<br />

Narrador: Y bajo el piso de<br />

madera de su casa, iba a<br />

parar todo lo que desechaba...<br />

La vecina: Qué raro ¿de<br />

dónde habrá salido este<br />

gusano? (el animalito está<br />

bajo su zapato).<br />

Narrador: Minutos más tarde,<br />

con el calor encima, cuando<br />

se encamina a lavar los platos<br />

de la comida…<br />

Vecina (molesta y<br />

sorprendida):<br />

¡¿Otro<br />

gusano…?! Si ya maté uno.<br />

Narrador: Se dispone a matar<br />

al gusanito; pero cuando toma<br />

la escoba, se da cuenta de<br />

que en la base hay muchos<br />

más gusanos color beige. El<br />

sólo verlos, le hace sentir un<br />

estremecimiento en la parte<br />

lateral derecha de su cerebro<br />

y en la mitad izquierda de su<br />

cuerpo.<br />

Vecina: ¡Ay, qué asco!... No<br />

puede ser…Yo no puedo tener<br />

estos animales en mi cocina…<br />

Quién sabe desde cuándo se<br />

estén metiendo.<br />

Narrador: Acaba con todos;<br />

pero no vamos a culparla, así<br />

son las cosas en este mundo,<br />

los fuertes acaban con los<br />

débiles, los inteligentes<br />

superan casi siempre a los<br />

tontos. ¿Quién les manda a<br />

esos animalitos rondar cerca<br />

de los humanos?<br />

Días después…<br />

Vecina (llorando y matando<br />

gusanos, pone un papel<br />

encima y los pisa, así es como<br />

los mata cuando son pocos):<br />

Ya no aguanto a los malditos<br />

gusanos. Y se ven tan feos. Lo<br />

bueno es que no pasan de la<br />

cocina.<br />

Esposo: Deja de quejarte, al<br />

menos tienes una casa en la<br />

que se puedan meter los<br />

gusanos.<br />

Vecina: Con eso quieres<br />

arreglar todo, como tú no eres<br />

el que mata a los gusanos. Ya<br />

estoy cansada de matarlos.<br />

(Se escucha cuando destripa<br />

a cinco o seis gusanos juntos)<br />

Narrador: Al día siguiente, el<br />

esposo va muy temprano a la<br />

cocina. Muchos hilitos beige<br />

se pasean por el piso también<br />

beige, así que parece como si<br />

el piso se moviera, dando una<br />

sensación de repulsión y<br />

haciendo que se estremezca,<br />

primero, el lado derecho del<br />

cerebro, después, el lado<br />

izquierdo del cuerpo, el brazo<br />

y el torso.<br />

Esposo: ¡Qué porquería es<br />

esto! No me queda más que<br />

barrer.<br />

Narrador: Los gusanos<br />

siguieron invadiendo las casas.<br />

28


John con su trabajo, sus<br />

negocios, con su servicio<br />

social a hospitales y orfanatos,<br />

siendo popular, incursionando<br />

en el mundo empresarial, y en<br />

el de la política, con su<br />

complejo de obeso y con sus<br />

denuncias… y sus aficiones.<br />

Otro problema surgió, el olor,<br />

John no sabía cómo hacer que<br />

desapareciera, o al menos<br />

hacerlo tenue.<br />

John: No aguanto este calor,<br />

y el olor... ¿Qué voy a hacer?<br />

Bueno, lo dejaré por un<br />

tiempo…a ver qué pasa.<br />

Mañana será otro día.<br />

Narrador: Mañana será otro<br />

día…<br />

John: Lo siento, no te pagaré<br />

tus horas extras, agradece<br />

que te pago tu salario…<br />

Joven apuesto: Te<br />

denunciaré…gordo tacaño,<br />

marica.<br />

John (controlando su enojo):<br />

Bueno, podemos ir a mi casa,<br />

ahí te pagaré. Recuerdo que<br />

ahí tengo dinero; aparte,<br />

quiero estar bien con mis<br />

empleados, especialmente<br />

con los jóvenes.<br />

Narrador: En la sala de la<br />

casa de John…<br />

Joven apuesto: ¿Qué te pasa?<br />

Yo vengo por mi dinero.<br />

John: No finjas, si sé que te<br />

gusta…Mira, jugaremos un<br />

juego. Dame tus manos, sé<br />

que no podrás zafarte.<br />

Joven apuesto (estirando los<br />

brazos para que John ponga<br />

las esposas): Está bien, pero<br />

sólo un ratito.<br />

John: Claro, será sólo un<br />

ratito.<br />

Los gusanos siguieron invadiendo las casas.<br />

Narrador: No fue sólo un<br />

ratito. El tormento duró horas.<br />

El dolor duró horas. Y el hedor<br />

fue casi eterno. A las dos de la<br />

tarde en el umbral de la casa<br />

de John, antes de que éste<br />

saliera de su casa hacia un<br />

transformara en Pogo, con su<br />

traje rojo y azul, con sus<br />

motas en su traje, con su cara<br />

pintada de azul con esa<br />

sonrisa macabra, con su<br />

enorme vientre abultado, con<br />

ese aspecto burdo, vulgar y<br />

groseramente temible más<br />

que de amigo de los niños, un<br />

grupo de personas anuncian<br />

su espera.<br />

29


John (tan amable como<br />

siempre y algo agitado):<br />

Queridos vecinos, buenos días,<br />

¿necesitan algo?<br />

Vecina: Queremos que nos<br />

ayudes, necesitamos arreglar<br />

lo de los gusanos que invaden<br />

nuestras casas. Supongo que<br />

tú tienes el mismo problema.<br />

John (nervioso): Claro que<br />

tengo el mismo problema;<br />

pero es sólo cuestión de<br />

tiempo. Aún así estoy en<br />

disposición de ayudarles en lo<br />

que pueda. Y los invito a mi<br />

boda. Mi segunda boda.<br />

Vecina: Gracias por tu<br />

disposición, y felicidades, John.<br />

Vecino: Lo que debemos<br />

solucionar es lo de los<br />

gusanos, están saliendo de un<br />

lugar. Debemos revisar<br />

nuestras casas y ser sinceros<br />

para ayudarnos.<br />

Otra vecina: Yo ya revisé mi<br />

casa, no tengo animales de<br />

ningún tipo.<br />

Otra vecina más: Yo igual.<br />

No tengo nada que ocultar. ¿Y<br />

usted, John?<br />

proviniera de un lugar lejano,<br />

misterioso…profundo.<br />

Mientras tanto, los gusanos<br />

siguieron invadiendo las<br />

casas…hasta el invierno. En<br />

casa, la bomba de agua de su<br />

sótano tenía desperfectos, la<br />

calefacción hacía que el hedor<br />

fuera insoportable. Había<br />

salido bien librado de ciertas<br />

denuncias, pero ¿y ahora?<br />

Los días pasaron y el invierno<br />

le hacía pasar momentos en<br />

verdad malos a John.<br />

Agente: Sí, tiene una<br />

acusación por golpes y por<br />

intento de violación. Un<br />

muchacho lo denunció.<br />

John: ¡Ah!, ese muchacho es<br />

un promiscuo. Sólo lo vi<br />

ocasionalmente. No sé más de<br />

él. Es más, mi único trato con<br />

él era estrictamente laboral. Si<br />

llego a saber algo lo haré<br />

saber.<br />

Agente: Se lo agradeceríamos.<br />

Narrador: Se fue de Luna de<br />

Miel a Hawai. La esposa, con<br />

dos niñas, que por suerte no<br />

eran niños, de su anterior<br />

matrimonio, se hacía de la<br />

vista gorda ante las<br />

costumbres de su esposo. El<br />

segundo matrimonio de John<br />

no duró mucho tiempo. Duró<br />

más el hedor, parecía que<br />

Otra vecina más: Yo igual. No tengo nada que ocultar. ¿Y usted,<br />

John?<br />

Tocan a su puerta. La policía.<br />

John (solícito): Oficial, ¿puedo<br />

ayudarle en algo?<br />

30


Narrador: Por suerte hacía un<br />

frío fatal, y la calefacción de<br />

John no funcionaba, razón por<br />

la que la policía no detectó<br />

nada sospechoso. John se<br />

congelaba; pero gracias a eso,<br />

se salvó…Al menos por esa<br />

vez… Al día siguiente. Un<br />

joven ha desaparecido, es el<br />

hijo de los vecinos de John.<br />

Las sospechas apuntan de<br />

nuevo hacia John. Tocan a la<br />

puerta. La policía otra vez.<br />

Tardan en abrir.<br />

John (apresurado, sudoroso,<br />

nervioso, abre la puerta.<br />

Palidece.) Bu… buenas<br />

noches.<br />

Oficial: Una familia busca a<br />

su hijo, aseguran que estuvo<br />

con usted.<br />

John: No he visto al<br />

muchacho.<br />

Oficial: Bueno, echaremos<br />

sólo un vistazo.<br />

Narrador: John se opone; el<br />

oficial logra dar tres pasos y<br />

ya en la sala, el olor le hace<br />

dudar. Camina. John deduce<br />

que el policía ha percibido el<br />

olor.<br />

John: Es que el sótano está<br />

inundado y todo está mal allá<br />

abajo. Sólo es cuestión de que<br />

arregle la bomba.<br />

Narrador: El nerviosismo lo<br />

delató, al decirles, “el sótano<br />

está inundado”, les dijo más<br />

que eso. Los oficiales se<br />

dirigieron al sótano conducidos<br />

por el hedor insoportable.<br />

Minutos más tarde, John<br />

Wayne Gacy, "El payaso<br />

Gacy", como lo bautizó la<br />

prensa y la opinión pública,<br />

con ese hallazgo, se daba a<br />

conocer como uno de los<br />

peores asesinos en serie.<br />

Encontraron cerca de treinta y<br />

tres cuerpos de hombres, de<br />

muchachos. Y así, el nombre<br />

de Pogo el payaso, de ser<br />

representante de labor social y<br />

entretenimiento a niños,<br />

pasaba a ser imagen de lo<br />

oscuro y macabro... Los<br />

gusanos no resistieron el frío.<br />

El verano próximo, las casas<br />

al menos se librarán de los<br />

gusanos.<br />

31


Dos minificciones<br />

Macarena Huicochea<br />

Teo-agonías<br />

El espejo miró fijamente hacia<br />

afuera… el estremecimiento<br />

en su superficie hizo que, por<br />

un instante, sólo hubiera<br />

oscuridad en su interior. El<br />

parpadeo fue imperceptible,<br />

pero fatal: el azogue se<br />

deslizó hacia la cara opuesta<br />

del cristal, abriendo el sello<br />

que contenía a los dioses<br />

muertos.<br />

Sin darnos cuenta, nos<br />

convertimos en imágenes, en<br />

débiles reflejos del ominoso<br />

mundo que escapó de su<br />

interior y que nos mantendrá<br />

en esta prisión eternamente.<br />

Siembra<br />

Descendió con la lluvia<br />

nocturna para sembrar sus<br />

recuerdos y salvarlos de la<br />

muerte. La amnesia le<br />

enturbiaba la mirada queriendo<br />

apoderarse de su nombre.<br />

Lo recibió la tierra con su<br />

incienso de fertilidad en celo<br />

que él dejó que penetrara por<br />

sus poros hasta animar el<br />

polvo de sus huesos.<br />

Se deslizó entre las valvas<br />

de una cueva, húmeda y tibia,<br />

en cuyo interior descubrió un<br />

profundo cuenco de agua<br />

transparente; se acercó a su<br />

orilla para mirarse en él,<br />

anhelando conocer su propia<br />

imagen, pero al no encontrar<br />

su reflejo, sollozó.<br />

Inició la ceremonia.<br />

Untó los leños con su sangre<br />

para preparar la hoguera.<br />

Pronunciando palabras sagradas<br />

dejó escapar hacia el<br />

fuego sus últimos recuerdos…<br />

cantó todos sus nombres<br />

mientras se desollaba…<br />

Luego extendió su piel sobre<br />

el suelo y, quemando las<br />

huellas de sus manos, colocó<br />

la pira en el centro, envolviéndola<br />

en silencio. Una vez<br />

dispuesto el atado, lo arrojó al<br />

fondo del cuenco.<br />

Asomado al espejo líquido<br />

esperó a que dieran comienzo<br />

los días…<br />

Se originó el tiempo.<br />

32


Alguien, detrás de la<br />

membrana acuática, se<br />

agitaba amedrentado.<br />

Balbuceando con angustia<br />

nombres de dioses, lo llamaba<br />

suplicando que mostrara su<br />

rostro.<br />

Él sonreía complacido…<br />

desde su cadáver ciego.<br />

Cháchara de<br />

bazar<br />

Rodrigo de la Serna<br />

¿Que compraste qué? ¿Tú?<br />

¿Y dónde? Mmm, qué raro, Ya<br />

mero vas tú a hacerte de una<br />

cosa así. ¿O qué: ya te dio<br />

por checar cómo te ves antes<br />

de salir? Eso y más le dijeron<br />

sus cuates el lunes en el bar,<br />

al querer platicarles de su<br />

visita a una venta de esas de<br />

domingo. No creyó que le<br />

dieran tanta importancia al<br />

asunto; luego involuntariamente<br />

les dio más cuerda al<br />

citar, como de paso, a Osbelia.<br />

Ahora dirigían sus baterías a<br />

otro punto sensible: Ah, más<br />

bien te mandaron a<br />

comprarlo… espejito espejito,<br />

dime quién es la más bonita…<br />

Eso fue, ¿verdad? No te<br />

hagas güey. Confiésalo: di que<br />

ya eres todo un mandilón. Y<br />

otra vez aguantar la andanada<br />

de carcajadas, el pitorreo,<br />

tanto chiste a su costa; al final<br />

lo palmeaban en la espalda:<br />

Sabe que se le quiere mi<br />

Jimmy, se le quiere.<br />

Era el único soltero del<br />

grupo, se conocían desde la<br />

universidad tecnológica. Que<br />

él se mantuviera soltero se le<br />

toleraba en virtud de ser cuate,<br />

aguantador, discreto; a veces<br />

le prestaba su departamento a<br />

Félix o al Manotas, que así se<br />

ahorraban lo del hotel –así no<br />

se balconearían tanto. Si<br />

oficina y familia lo permitían,<br />

las más de las veces se<br />

juntaban en La Cueva del<br />

Pargo, y en casa de Félix una<br />

que otra vez. Eran<br />

administrativos decentes, vida<br />

ordenada, sin sobresaltos,<br />

trabajar, acumular lo más<br />

posible.<br />

33


Ya a solas él reconocía: por<br />

ella accedía a cosas extrañas,<br />

como apostarle a perros tras<br />

una liebre de metal o comprar<br />

cosas usadas, pero esa loca<br />

mujer valía la pena. No pudo<br />

negarse en el coche, ambos<br />

batallando por meterlo sin<br />

rasgar las vestiduras, cuando<br />

ella aseveró divertida: ¿Quién<br />

dijo que era para mí?... pero<br />

bebé, si es para tu casa, a mí<br />

no me hace ninguna falta, y a<br />

ti sí. Beso. Sin mucho<br />

esfuerzo lo convenció, le<br />

enumeraba las ventajas:<br />

Acuérdate qué barato te salió,<br />

y lo rápido que el gordo<br />

barbón ese aceptó tu oferta:<br />

“Te doy 300, no traigo más”.<br />

Pero si fuiste tú la que habló –<br />

dijo él a medias. Y ella entró<br />

en la risa repentina que<br />

iluminaba el mundo de ese<br />

hombre solo, y claro que a<br />

Jaime le fascinaba aun si le<br />

decía: Ja ja, nada qué, fíjate<br />

bien en el marco, la clase del<br />

cristal, n’ombre… esto lo<br />

menos anda en tres mil en<br />

Liverpool, echa cuentas de<br />

cuánto nos ahorramos,<br />

además: te hace falta, bebé,<br />

no digas que no, oye: no hay<br />

nada para que una se vea. ¿O<br />

no quieres que me vea bonita?<br />

pero ya era tarde para todo.<br />

Ahora ella se adueñaba de<br />

tiempo y espacio al mirarse y<br />

mirarse desde distintos<br />

ángulos, y eso a él también le<br />

fascinaba: poder verla sin disimular,<br />

mirarla sin ocultar el<br />

deseo, recorrerla sin encubrir<br />

el gusto por verla desnuda.<br />

Así comenzó a verle otras<br />

posibilidades al regalito: una<br />

Osbelia se le desvestía de<br />

frente y también disfrutaba de<br />

la otra, la de duras nalgas y el<br />

delicado resto de curvas<br />

reflejadas en el espejo. Se dijo<br />

con cierta holgura: Pues sí<br />

valió la pena traerse la<br />

cháchara esta… Esa noche de<br />

enero se soltó mucho frío; a la<br />

primera que se lo pidió ella<br />

accedió a quedarse, le dio un<br />

beso y dijo: Sí, bebé, me<br />

quedo contigo. Sorprendido y<br />

a la vez satisfecho, dudó al<br />

principio pero ella le aseguró<br />

que no bromeaba ni mentía.<br />

Otro beso. Tuvieron<br />

actividades maravillosas y<br />

horas después durmieron el<br />

sueño de los justos.<br />

Ese argumento es histórico,<br />

asunto de otro tiempo. La<br />

noche de ese domingo lo<br />

subieron a su casa, instalaron<br />

sus cuatro patas donde ella<br />

consideró conveniente; el sitio<br />

elegido fue justo tapando el<br />

librero. Él quiso decir algo<br />

…disfrutaba de la otra, la de duras<br />

nalgas y el delicado resto de curvas<br />

reflejadas en el espejo.<br />

34


Una corriente rasposa lo<br />

obligó a levantarse. Fue a<br />

orinar, al salir del baño vio<br />

abierta la ventana de la<br />

estancia, fue a cerrarla y al<br />

pasar por el espejo sintió un<br />

rozón, un soplo, un escalofrío<br />

errante, filoso. Como se<br />

percibió de reojo, como era de<br />

madrugada, como estaba<br />

medio dormido aún, tomó el<br />

sobresalto como algo<br />

incomprensible, simplemente<br />

no estaba acostumbrado a<br />

tener una doble realidad de<br />

ese tamaño en casa. Cerró la<br />

ventana. De regreso, al pasar<br />

por el espejo no sucedió nada;<br />

respiró hondo ante sí mismo.<br />

“Qué extraño un espejo tan<br />

grande”. Le dio frío y corriendo<br />

se fue a meter a la camita,<br />

donde la fortuna se llamaba<br />

Osbelia y estaba en su cama<br />

de cuarentón solo. Durmió a<br />

pierna suelta. Las siguientes<br />

noches, ya sin ella en el lecho,<br />

ya no durmió igual, sin saber<br />

qué sucedía todo comenzó a<br />

ser distinto. Atribuyó visiones y<br />

sueños a la ausente mujer que<br />

se metió tan dentro de su vida,<br />

y tan rápidamente; ya no<br />

podía estar sin ella. La<br />

madrugada del miércoles puso<br />

en su facebook: “estas horas<br />

adictas a murmullos y raros<br />

personajes lo comprueban”.<br />

Ese día, a la hora del<br />

cafecito el Manotas lo abordó<br />

con descaro: Oye mi Jimmy,<br />

hazme un paro, socio,<br />

préstame tu casa hoy, mano,<br />

fíjate que la de compras, la<br />

nueva güey, la Lily, es<br />

bien chida, ¡y ya me dijo que<br />

órale, va!, pero que tiene que<br />

ser bien discreta la cosa, mi<br />

Jimmy, y pus tu leonera está<br />

que ni mandada a hacer, ya<br />

ves que yo… la gorda y los<br />

niños pues… ¿cómo la ves?,<br />

¡oh!, ¿ya ves, no te digo, mi<br />

Jimmy?, ¿te me vas a poner<br />

rejego?… ¿pos qué no para<br />

eso son los amigos? Y él se<br />

sostuvo: No. A la hora de la<br />

comida entre todos lo<br />

convencieron con otro argumento<br />

histórico: echándole la<br />

culpa. Que su cuate no<br />

anotara un gol: culpable, de no<br />

jalar parejo: culpable, culpable.<br />

Y dijo que sí con una<br />

condición: que le dejaran<br />

llegar a su casa antes de<br />

medianoche. El Manotas le<br />

juró con toda propiedad:<br />

¡Hermano, si quieres llega<br />

once y media!, a esa hora<br />

aquella ya se habrá cansado<br />

de pedir esquina. Y pasó lo de<br />

siempre, le creyó, aunque ya<br />

sabía que al final tendría que<br />

tumbar la puerta de su casa a<br />

golpes, hasta que le abrieran y<br />

acabara acostado en el sofá<br />

de la sala.<br />

Otro día perdido; no tanto<br />

por prestar la casa desde las<br />

seis, era estar otra vez sin<br />

Osbelia; cada hora se<br />

prendaba más, más, ahora le<br />

urgía estar con ella. Comenzó<br />

a llover antes de la hora de<br />

salir; el aguacero iba y venía,<br />

matizaba su intensidad, duró<br />

bastante. Raro en enero. Sin<br />

35<br />

idea clara de qué hacer se<br />

dirigió a la plaza, vio<br />

aparadores, zapatos, casas a<br />

escala, ofertas y ofertas, y sin<br />

mojarse; recaló en el cine. A<br />

los veinte minutos ya miraba<br />

su reloj, aquello era un churro<br />

por más súper producción que<br />

tuviera; se la chutó a<br />

sabiendas que no tener nada<br />

qué hacer. Iban a dar las<br />

nueve cuando acabó la<br />

película. Otra vez a recorrer la<br />

plaza, pensó en revisar su<br />

muro, en cenar, ¿pero qué,<br />

dónde? ¿Tengo hambre? Y<br />

como ya nada quedaba por<br />

hacer se puso a ver libros en<br />

exhibición. Minutos más tarde<br />

sonó su celular; era el<br />

Manotas, se le hizo raro<br />

(nomás falta que me salgan<br />

con que se van a quedar una<br />

semana); y contestó. La voz al<br />

otro lado no era su compañero,<br />

era una mujer (¿cómo dijo el<br />

Manotas que se llamaba,<br />

cómo?), que le pedía ir a su<br />

casa de inmediato. Y lo<br />

repetía insólitamente: Veeen,<br />

Ayúuuudanos… Ráaaapi…<br />

doooo.<br />

¿Qué pasó, dime qué pasó,<br />

dónde está Leopoldo? –dijo<br />

Jaime con ansiedad. Le crecía<br />

porque la mujer no hablaba<br />

con fluidez, parecía que<br />

respirar la ponía en aprietos.<br />

Tras insistir y no obtener otra<br />

respuesta, ya alarmado colgó,<br />

fue por el auto y salió de la<br />

plaza con rapidez; se sentía<br />

extrañado, iba molesto,<br />

titubeante, decidido. En su


mente latía el temor de<br />

siempre: Me van a jugar otra<br />

vez una bromita, de esas<br />

gachas. Por esa sospecha no<br />

les marcó a los demás. Sin<br />

embargo, otra intensa<br />

sensación lo recorría de arriba<br />

abajo, indefinible efecto sin<br />

presencia y palpable en tantas<br />

formas como miedo. Y es un<br />

poco diferente si en la espalda<br />

se te posa un vengativo<br />

escalofrío errante. Y la lluvia<br />

se espesa, y por supuesto que<br />

no se entiende nada, mejor se<br />

va despacito, y llega a su casa<br />

y entiende menos. La<br />

parafernalia es grande:<br />

ambulancia, patrullas, luces<br />

encarnizadas, paraguas de<br />

mal agüero, los reporteros de<br />

la fuente, la multitud salida de<br />

quién sabe dónde, ansiosa de<br />

que le toque algo de sangre o<br />

vísceras. Se acerca con<br />

incertidumbre; se había<br />

imaginado un incendio, un<br />

ataque terrorista contra la<br />

vecina, pero no; al acercarse<br />

al cerco policíaco distingue<br />

que del edificio sale una<br />

camilla, y a quien llevan es al<br />

Manotas. Su estado deja<br />

pálido a Jaime, nunca lo había<br />

visto así, de hecho nunca<br />

había visto a alguien así, tan<br />

perdido en el miedo, le<br />

faltaban mechones en el pelo,<br />

como que se los habían<br />

arrancado a mano limpia<br />

mientras lo ahorcaban. Se<br />

acerca más. Cuando su amigo<br />

lo ve, entra a una zona más<br />

honda tras los gritos que pega<br />

un aterrorizado amarrado en<br />

camilla: ¡Mira lo que me<br />

hicieron, carnal, querían<br />

matarnos, rompe el maldito<br />

vidrio, están en tu casa, mira<br />

cómo me dejaron Jimmy,<br />

mátalos, mátalos! Tuvieron<br />

que volver a sedarlo para<br />

trasladarlo al hospital.<br />

Alrededor de la escena, uno<br />

con ojo experto en la muerte y<br />

que observaba todo por ahí,<br />

notó ese intercambio de<br />

miradas entre los gritos de<br />

advertencia; cuando se<br />

llevaron al enloquecido el tira<br />

fue a interrogarlo. Él respondió<br />

a todo con claridad y calma;<br />

no mentía cuando decía que<br />

estaba igual que ellos: sin<br />

saber nada. ¿O ya saben<br />

algo?, oiga, y por cierto:<br />

¿dónde está la mujer que me<br />

habló? Ya se la llevaron, iba<br />

en shock aunque no histérica<br />

como su cuate –dijo el tira.<br />

¿Pero qué pasó?, pidió Jaime.<br />

El policía le contestó con más<br />

preguntas.<br />

Tras declarar y firmar lo<br />

correspondiente en la agencia<br />

del ministerio público, volvió a<br />

su casa. Al meter la llave en la<br />

puerta pensó en Leopoldo: ¿a<br />

quién había que matar? A<br />

partir de que abrió, otras<br />

interrogantes comenzaron a<br />

aparecérsele sólo de mirar el<br />

departamento; un desbarajuste,<br />

todo fuera de lugar a<br />

excepción del espejo. No era<br />

un desastre aunque había<br />

huellas de cierta violencia en<br />

la mesa volteada, sillas…<br />

como azotadas; rara esa<br />

sangre en el baño, en la<br />

cocina, la habitación, mientras<br />

las preguntas le crecían: ¿qué<br />

hicieron estos locos? ¿Qué es<br />

esto? ¿Qué pasó aquí? Esta<br />

última se la hizo justo al pasar<br />

por el espejo y se le subieron<br />

muchas respuestas al mismo<br />

tiempo, en la nuca, en las<br />

nalgas, en cada orificio.<br />

Sigues tú idiota… ¡Mira cómo<br />

me dejaron carnal!... ¿No<br />

quieres que me vea bonita?...<br />

…esa sangre en el baño, en la cocina, la<br />

habitación…<br />

36


Te vamos a sacar los ojos,<br />

desgraciado. Esto último lo<br />

sobresaltó más que todo, lo<br />

oyó en voz del policía que le<br />

tomó sus datos en el MP. En<br />

el espejo sólo se veía su<br />

propia imagen.<br />

Y Osbelia sin contestarle. Un<br />

malestar múltiple lo puso en<br />

blanco, nervioso, hastiado de<br />

responder el teléfono y volver<br />

a contar todo a los demás;<br />

optó por ponerse a recoger el<br />

tiradero. Era poco más de la<br />

una y Jaime sentía que<br />

llevaba horas así: alzando<br />

esto, dándole la vuelta a<br />

aquello, intentando borrar un<br />

caminito de sangre en la<br />

alfombra. Un grito a su<br />

espalda lo paralizó: ¡Nunca<br />

me han gustado los<br />

mandilones! Volteó asustado y<br />

vio a Félix, desnudo y con un<br />

machete a punto de darle en<br />

la cabeza, como a un coco.<br />

Gritó como poseído,<br />

instintivamente alzó los brazos<br />

para cubrirse el rostro. Y no<br />

sintió nada, silencio, se<br />

descubrió y vio que estaba<br />

más solo que nunca. Casi se<br />

calmó y ese estado de gracia<br />

duró poco; sacaba una cerveza<br />

del refri y al cerrarlo, tras la<br />

puerta se le apareció la<br />

secretaria del director,<br />

desnuda, tambaleante, con un<br />

picahielos encajado en un<br />

hombro; y la vio como de<br />

setenta y tantos años, era ella,<br />

lo sabía, pero no le reconocía<br />

la voz: Veeen, Ayúuuudanos…<br />

Ráaaapi… doooo.<br />

La botella estalló al tocar el<br />

piso. La soltó con el susto, su<br />

cara dominada por el pavor. El<br />

ruido y una gruesa astilla que<br />

se le enterró en el dedo gordo,<br />

le hicieron voltear a verse el<br />

pie derecho, sangraba, pero el<br />

miedo lo hizo voltear a ver a la<br />

decrépita, que ya no estaba.<br />

Titubeante entre salirse o<br />

resolver la incomprensible<br />

situación, supo cómo choca la<br />

aprensión con los intentos por<br />

tener calma, por ejemplo con<br />

los ojos que lo miraban desde<br />

la pared de su recámara.<br />

Tomaba un trofeo ganado en<br />

el bar y se disponía a<br />

lanzárselo, cuando sonó el<br />

timbre. Corrió al interfono, era<br />

ella. Y de nuevo tan rápido se<br />

transformaba el mundo, del<br />

miedo al gusto, de la angustia<br />

a la paz. Ella… era ella la que<br />

le daba sentido a vivir, más<br />

aun en momentos como ese.<br />

Había tenido mucho trabajo,<br />

por eso no se había puesto en<br />

contacto –y él se acordó que<br />

no sabía qué hacía ella, dónde<br />

trabajaba. Pero como estaba<br />

feliz de verla, mejor la puso al<br />

tanto de los hechos. Osbelia lo<br />

miró feo cuando supo qué<br />

hacía esa pareja en su casa, y<br />

por qué no se iban a un hotel<br />

como hace la gente decente<br />

para coger. Lo escuchó<br />

atentamente cuando él se<br />

explayó en el estado de su<br />

amigo, ahí amarrado como<br />

loco a una camilla y pegando<br />

gritos advirtiéndole de asesinos<br />

en su casa. Ella cortó la<br />

nota roja con un comentario<br />

ad hoc: Qué asesinos ni qué<br />

ocho cuartos, más bien aquí<br />

esos dos se dieron un round<br />

de cariño, ay bebé… apa<br />

amiguitos que te cargas,<br />

ándale, mejor vamos<br />

recogiendo este batidillo. Beso.<br />

…desnuda, repegándose al espejo, lamiéndolo,<br />

arañándolo como hacía en su espalda..<br />

37


Se quedó con él y no se<br />

habló más de lo sucedido.<br />

Cuando llegó el momento,<br />

Jaime se quedó profundamente<br />

dormido. Más tarde,<br />

otra vez un chiflón le recorrió<br />

la espalda; despertado a<br />

medias percibió que ella no<br />

estaba a su lado, raro; y otra<br />

vez ganas de orinar lo<br />

levantan. Desde la puerta de<br />

la habitación ve a Osbelia<br />

desnuda, repegándose al<br />

espejo, lamiéndolo, arañándolo<br />

como hacía en su espalda.<br />

¿Cuánto tiempo la ve? No<br />

sabe, porque aun cuando le<br />

disgusta, le fascina. Suena de<br />

pronto su celular en el buró,<br />

voltea, no le importa, mira al<br />

corredor y no hay nadie más<br />

que el espejo. Y algo de otro<br />

mundo siente cuando desde la<br />

cama ella le pregunta: ¿No<br />

vas a contestar, bebé? No<br />

sabe qué hacer, qué pensar.<br />

Osbelia tiene la misma mirada<br />

de siempre y él cavila: “¿pero<br />

cómo es posible que esté en<br />

la cama si apenas estaba ante<br />

el espejo?” Contesta la<br />

llamada, es Félix, dice que el<br />

Manotas entró en coma, al<br />

igual que su amiga, que los<br />

alcance en la clínica. Aquel<br />

quiere hablar más, Jaime no,<br />

quiere orinar, siente frío, mira<br />

a Osbelia acurrucada entre las<br />

sábanas, se acuerda de cómo<br />

se veía en el corredor con esa<br />

luz sólo posible en el alba.<br />

Ya en la oficina, se<br />

extrañaron de verlo tan<br />

indiferente ante el estado del<br />

compañero. Él adujo que iría a<br />

verlo pronto. ¿Pero cuándo?,<br />

le exigieron. Pronto, ahora<br />

discúlpenme, dijo él y se<br />

concentró en su computadora.<br />

Llevaba horas con su mente<br />

circulada por innumerables<br />

elementos a la vez: ella<br />

diciéndole bebé, ¡rompe el<br />

maldito vidrio ese!, su amigo<br />

en coma, aquellos ojos<br />

movibles en el muro de la sala,<br />

el caminillo de sangre hasta<br />

los pies del espejo. Llegó a su<br />

casa decidido a poner orden,<br />

se programó: faltan veinte<br />

para las siete, de aquí a las<br />

nueve todo quedará como<br />

nuevo, voy a sorprenderla,<br />

cuando llegue ya hasta habré<br />

puesto la mesa y con el vino<br />

que le gusta. Osbelia no llegó<br />

ni se puso en contacto. A las<br />

diez y media Jaime empezó a<br />

emborracharse; puso a<br />

Juanes y hacia medianoche ya<br />

le mentaba la madre a su vieja;<br />

a los ojos que lo seguían<br />

desde el muro les aventó una<br />

botella de vodka pero el<br />

impulso para lanzarla hizo que<br />

Jaime cayera. Y entre vueltas<br />

y vueltas distinguió al Manotas<br />

con bata de loco diciéndole:<br />

Qué ojete eres, ni me has ido<br />

a ver, ahora por eso mejor ni<br />

te digo qué van a hacerte<br />

estos culeros. ¿Quiénes, de<br />

qué hablas?, ¡iba a ir a verte<br />

mañana, mano!, dijo él tan<br />

ebrio.<br />

Dando esos giros solamente<br />

posibles sin moverse y con la<br />

mente arrebatada, él dejó de<br />

38<br />

querer entender todo lo que<br />

aparecía ante sus ojos y<br />

sentidos. Minutos más tarde,<br />

siglos después, le subió un<br />

vómito incontrolable, al<br />

sorprenderlo acostado boca<br />

arriba lo hizo sentir un ahogo<br />

desquiciante, le costó mucho<br />

esfuerzo acodarse y ponerse<br />

de lado; nunca había sufrido<br />

tanto con una vomitada. Al<br />

terminar quedó jadeante, y<br />

todo seguía igual: muebles en<br />

el techo, los ojos mirándolo,<br />

ese incierto frío todo el tiempo<br />

y cientos de voces entrecruzadas<br />

pero destacándose dos,<br />

una pidiéndole a gritos:<br />

¡rómpelo! La otra amorosamente<br />

le susurraba: Tu amigo<br />

está loco, no le hagas caso. Y<br />

esa voz lo fascinaba. Dime<br />

que me quieres, dímelo otra<br />

vez –pidió él a su imaginación.<br />

Y ella concedió: Te quiero,<br />

bebé. ¿Cuál problema hay en<br />

decirlo? Ahora dime por qué<br />

estabas anoche repegándotele<br />

al espejo, soltó de pronto<br />

Jaime desde otra zona aparte<br />

de la ebriedad. Y por vez<br />

primera vio en ella otro rostro,<br />

una carita ahora distorsionada<br />

por el enojo, coraje por haber<br />

sido tomada por sorpresa. Tú<br />

ya estás tan loco como tu<br />

amigo, respondió ella mirándolo<br />

con desconfianza.<br />

Por más que intentó ya no<br />

pudo verla igual. Esa Osbelia<br />

seguía linda aunque poco a<br />

poco dejaba de serlo, plumas<br />

de ángel empezó a verle en la<br />

frente y el cuello, esos ojos


eran como los del muro:<br />

saltones, como de pollo, volteó<br />

a mirarlos, sí: idénticos,<br />

plumas entre las pestañas, y<br />

el aullido intempestivo del<br />

Manotas cayéndole como<br />

baldes de agua helada:<br />

¡rómpelo, rómpelo, rómpelo,<br />

rómpelo! La voz de ella dejó<br />

de ser aterciopelada, ahora<br />

era agudísima, estridente: ¡A ti<br />

te vamos a romper la madre,<br />

idiota! A pesar del miedo se<br />

levantó, fue directo al clóset,<br />

sacó el bat de su juventud<br />

beisbolera, las voces, miradas,<br />

chiflones y vómitos le<br />

escupían, le lanzaban zapatos,<br />

vasos, seguían insultándolo en<br />

su camino. Tomó vuelo tres<br />

metros antes de llegar al espe-<br />

jo, el bat dio en el centro del<br />

cristal, se oyeron (¿oyó?)<br />

ciertos aullidos dolorosos y<br />

Jaime no se detuvo, siguió a<br />

batazos con todo pedazo de<br />

vidrio, luego con el marco, las<br />

patas, le dio hasta dejarlo<br />

como un montón de escombro.<br />

Al fin sintió que dejaba de<br />

tener frío en la espalda,<br />

aunque oyó quejarse a la<br />

vecina y al de abajo ya no se<br />

oían voces a cientos, las<br />

cosas que flotaban ahora<br />

yacían en el piso. Se sintió<br />

libre. Fue tranquilizándose. Se<br />

bañó. Fue por una cerveza,<br />

abrió y cerró la puerta, no se<br />

le apareció ninguna vieja<br />

terrorífica. Gratificado, se<br />

arrellanó en el sofá, bebió<br />

como los justos, pensaba qué<br />

iba a hacer con Osbelia luego<br />

de verla como la vio. Y en ese<br />

momento por detrás le<br />

pusieron un mecate al cuello y<br />

comenzaron a ahorcarlo a<br />

placer. Las voces que oía eran<br />

las del Manotas, emitiendo los<br />

mismos estertores que él,<br />

mientras Osbelia y amigos<br />

entraban en su casa, volvían a<br />

insultarlo y se le iba la luz.<br />

Playa Sur<br />

13 – 21 julio 2013<br />

Y en ese momento por detrás le pusieron un mecate al cuello y comenzaron a ahorcarlo a placer.<br />

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Señor Nadie<br />

Timo Viejo<br />

Pero no estoy loco y sé muy<br />

bien que esto no es un sueño.<br />

Edgar Allan Poe<br />

- I -<br />

Señor Nadie, uno de los<br />

nombres favoritos de Satán<br />

para presentarse a los niños<br />

por su invisibilidad, soplaba<br />

preguntas en mis oídos, nunca<br />

ha mantenido una misma voz.<br />

Cada que le preguntaba quién<br />

era, él respondía con una voz<br />

desesperada: “Soy Señor<br />

Nadie y niños como tú están a<br />

mi merced”. Me retaba en las<br />

noches para descifrar el origen<br />

de toda existencia. Se divertía<br />

cuando mi pensamiento<br />

infantil daba explicaciones<br />

cíclicas al llegar a la pregunta<br />

“¿Quién creó a Dios?” Hasta<br />

ese punto yo no podía<br />

imaginar más. La única<br />

respuesta que le daba era que<br />

Dios había surgido de las<br />

nubes y él se reía. Señor<br />

Nadie era muy molesto<br />

cuando se aburría, prendía la<br />

televisión y pasaba los<br />

canales de forma rápida,<br />

encendía la radio y giraba la<br />

perilla que sintonizaba las<br />

estaciones a tal velocidad para<br />

generar un ruido inentendible.<br />

Era tanta su alegría de verme<br />

aterrado que me abofeteaba y<br />

me preguntaba: “¿Todavía<br />

quieres saber quién es Señor<br />

Nadie?”.<br />

Mis padres preocupados por<br />

mis terrores nocturnos<br />

visitaron especialistas clínicos<br />

y psicológicos. La mayoría<br />

indicaba que todo estaba bien;<br />

sólo un psicólogo mencionó<br />

que yo padecía del ya famoso:<br />

Llanto oscuro del niño. La<br />

única solución posible era ir a<br />

una iglesia y presentarme ante<br />

el Todopoderoso para que se<br />

apiadara de mi alma porque<br />

está condición de llanto oscuro<br />

es producto de un alma que el<br />

Diablo quiere para su<br />

diversión.<br />

Mi madre, devota del<br />

catolicismo desde su<br />

adolescencia, apretaba con<br />

fuerza la mano de mi padre,<br />

quien tenía una mirada<br />

incrédula ante lo dicho por un<br />

hombre de ciencia. Él era una<br />

persona tibia ante lo que no se<br />

podía explicar, no negaba a<br />

los espíritus que rondaban la<br />

tierra pero sí la existencia de<br />

Dios. Sin dudarlo, con el amor<br />

que toda pareja novel siente<br />

por su primogénito, fueron a<br />

una iglesia y se convirtieron al<br />

credo. Esa noche pude dormir<br />

sin derramar lágrimas. El<br />

Señor Nadie posaba su<br />

mirada en mi cuerpo, lo hacía<br />

desde el marco de mi puerta.<br />

Esperaba paciente la hora en<br />

que él y yo volviéramos a<br />

jugar.<br />

En mis visitas a la iglesia me<br />

enteré que podía hablar con<br />

Dios, pero Él no responde con<br />

palabras, a menos que sea<br />

necesario. Al cumplir ocho<br />

años, le pedí que alejara a<br />

Señor Nadie de mi vida. Él<br />

escucho mi plegaria y lo hizo.<br />

No obstante también borró mi<br />

memoria, permitió que yo<br />

cayera de las escaleras, tuve<br />

una conmoción cerebral quedé<br />

en coma por tres días. En la<br />

oscuridad del coma escuché<br />

40


una voz irreconocible:<br />

“¡Caerás!” decía con sorna.<br />

distinta. Ante este derroche de<br />

galanura decidí pedirle<br />

consejos para poder aplicarlos.<br />

en el baño. Me empecé a<br />

interesar por este hábito, cada<br />

que él se encerraba yo me<br />

sentaba frente a la puerta del<br />

baño para poder escucharlo.<br />

La única solución posible era ir a una iglesia y presentarme ante el<br />

Todopoderoso para que se apiadara de mi alma…<br />

-II-<br />

Veinte años después dejé la<br />

ciudad donde nací y crecí para<br />

vivir en la capital. Raymundo,<br />

un desconocido para mí,<br />

compartía su departamento de<br />

cuatro recámaras en el sur de<br />

la ciudad. Él solo ocupaba una<br />

pieza, así que me pareció una<br />

ganga poder ocupar tres<br />

habitaciones al precio de una.<br />

Raymundo era una persona<br />

callada y con cierta reserva al<br />

hablar con las personas, pero<br />

su charla era efectiva para<br />

atraer mujeres. El día que lo<br />

deseaba<br />

regresaba<br />

acompañado por una mujer<br />

— Mi abuelo me enseñó<br />

todo lo que sé. Un día que nos<br />

visite, si tienes suerte, lo<br />

conocerás —, me respondió<br />

forzado por mi insistencia.<br />

Raymundo pasaba horas<br />

encerrado en el baño con la<br />

luz apagada, fumando.<br />

Teníamos casi la misma edad<br />

y con la cantidad de mujeres<br />

que tenía me parecía estúpido<br />

que dedicara todo ese tiempo<br />

a masturbarse. Raymundo era<br />

maestro de lenguas en un<br />

instituto particular, así que no<br />

era raro escucharlo hablar en<br />

otros idiomas mientras fumaba.<br />

Las noches anteriores a días<br />

feriados solía conversar solo<br />

Comencé a espiarlo de<br />

forma continua tomando nota<br />

de los días para hacerlo y en<br />

ocasiones trataba de descifrar<br />

en qué idioma cuchicheaba.<br />

Por lo general pasaba la<br />

noche encerrado los martes y<br />

jueves. Una noche de viernes<br />

previa al festejo del cinco de<br />

mayo, él abrió la puerta y me<br />

vio sentado atento a lo que<br />

hacía. Raymundo no estaba<br />

solo, un anciano alto platicaba<br />

a sus espaldas mirando su<br />

rostro en el espejo.<br />

— Te le haces conocido —,<br />

me dijo Raymundo sin<br />

sorprenderse. No sabía qué<br />

responder, no había visto a<br />

ese hombre entrar al<br />

departamento.<br />

— Dice — musitó mientras<br />

regresaba su rostro hacia el<br />

espejo para poder mirar cara a<br />

cara a la persona que estaba<br />

ahí — que también puedes<br />

percibirlos, pero que se te<br />

olvidó cómo.<br />

— Mañana te traes una<br />

cajetilla completa. El jefe te<br />

quiere saludar, Julio —, dijo el<br />

anciano sin inmutarse. En ese<br />

instante no pude conectar<br />

palabra. ¿Por qué se sabía mi<br />

nombre? ¡Claro! Raymundo se<br />

lo había mencionado. El<br />

anciano dejó de mirar al<br />

41


espejo para verme a mí. Su<br />

rostro no tenía emociones, era<br />

pálido. Sus ojos mostraban un<br />

abismo coronado por unas<br />

pupilas ocres. Su piel era<br />

arrugada y gruesa, sostenía<br />

un cigarro apretándolo con<br />

unos labios secos y delgados.<br />

Sus dientes estaban podridos,<br />

y el humo salía por su cuenca<br />

nasal. Sentí un vértigo que me<br />

arrastraba hacia el suelo, al<br />

caer vi que no tenía pies sino<br />

patas con tres dedos con<br />

garras, dejé de respirar. Todo<br />

se tornó oscuro.<br />

-III-<br />

Raymundo era médium. Él<br />

también era un alma en<br />

disputa, pero a diferencia de<br />

mí, él le agradaba a Satán, por<br />

eso le enseñó a dominar sobre<br />

los espíritus de las personas<br />

vivas o muertas.<br />

— Te chingaba de niño<br />

porque le cagabas —decía<br />

mientras me acercaba un<br />

whisky a mi boca—. Quería<br />

saber cuánto ibas a soportar<br />

antes de irte con Diosito, pero<br />

saliste bien puto. Si hubieras<br />

aguantado sabrías muchas<br />

cosas que desconoce la gente.<br />

— ¿Quién era ese tipo, un<br />

fantasma? — pregunté sin<br />

comprender nada de lo que<br />

había pasado. —No importa,<br />

creo que me iré en unos<br />

días—, le dije rechazando el<br />

whisky.<br />

Corrí hacia mi habitación y<br />

empecé a notar la presencia<br />

de entes invisibles. Uno estaba<br />

en el armario, otro detrás<br />

42


de la puerta y un último tenía<br />

un mirar intermitente como el<br />

de un celador cuidando a un<br />

recluso mientras vigila que no<br />

venga nadie más.<br />

— ¿Y qué es todo esto?—,<br />

le pregunté a Raymundo.<br />

— Nada— contestó —. Te<br />

lavaron el cerebro. Si no te<br />

cuidas te va a ir peor; cada<br />

que sacan a uno se<br />

encabronan otros.<br />

— ¿A quiénes? ¿Por qué?<br />

— A los que trabajan para<br />

mi abuelito — dijo un poco<br />

nervioso—. No pedirán<br />

permiso para atormentarte.<br />

Desistí de huir de la casa<br />

por el cansancio, eran las dos<br />

de la mañana. Me tiré en mi<br />

cama y el tercio de miradas<br />

me pareció producto de mi<br />

imaginación por el desvelo.<br />

Raymundo empezó a fumar<br />

otra vez frente al espejo. Su<br />

mirada denotó preocupación.<br />

Yo, mientras, dormí.<br />

Al despertar, Raymundo me<br />

miraba recargado en el marco<br />

de la puerta. Su cabeza se<br />

posaba en su hombro derecho<br />

como si fuera muy pesada<br />

para su cuello, no dejaba de<br />

temblar. Intenté pararme a<br />

preguntar qué hacía, pero me<br />

di cuenta que estaba desnudo.<br />

Traté de levantarme otra vez<br />

para buscar ropa y vestirme;<br />

pero mi cuerpo no<br />

reaccionaba, sólo podía mover<br />

mis ojos. El aire hacía un<br />

camino lento desde mi nariz a<br />

mis pulmones. Mis gritos se<br />

ahogaban al salir de mi boca.<br />

Raymundo sonrió con una<br />

fuerza desmedida, parecía<br />

que la piel de sus mejillas<br />

cubriría sus ojos. Se acercaba<br />

tambaleante como un ebrio,<br />

pero sin quitar su mirada ni su<br />

sonrisa de mí. Al llegar al<br />

borde de la cama acercó sus<br />

ojos a los míos.<br />

— Quisuis-je? — preguntó<br />

arrastrado su lengua envuelta<br />

en saliva. No pude<br />

responderle.<br />

— Quisuis-je?— volvió a<br />

preguntar, ahora, imitando la<br />

voz de un anciano a punto de<br />

romper en llanto. —Te daré<br />

una pista—, dijo mientras sus<br />

ojos se ponían en blanco—.<br />

Soy lo que nunca podrás<br />

conocer. El creador de tu<br />

desesperanza, y el culpable<br />

de todo lo que no ves. La<br />

gente me ama, y yo sólo les<br />

ofrezco una pequeñísima<br />

parte de mi felicidad…Quisuisje?<br />

— Raymundo, por favor.<br />

Termina esto ¿quieres? —, le<br />

dije.<br />

— Mal, mal, mal—,<br />

respondió cambiando sus<br />

expresiones faciales rápidamente.<br />

— ¿Quién eres? —, pregunté.<br />

Él comenzó a danzar, se<br />

llevó las manos a la barriga,<br />

pecho y ojos como si actuara<br />

las cosas. Brincaba mientras<br />

se movía de un lado a otro.<br />

— Mr. Nobody—, respondió<br />

con sadismo. —Extrañé jugar<br />

contigo, Julio — prosiguió—.<br />

Ni creas que me asustarías<br />

cuando supe que te querías<br />

volver a la iglesia, pero la<br />

mayoría no duran más de tres<br />

meses —, decía mientras<br />

giraba la cabeza de un lado a<br />

otro, como si buscara algo—.<br />

Debo confesar – continuó—<br />

que ahí no está Dios. Fui muy<br />

paciente para acomodar tu<br />

destino, y así jugar contigo,<br />

por una última vez.<br />

— ¡Raymundo, ya por favor!<br />

¡Ayúdame!—, grité desesperado<br />

hasta que por fin pude<br />

moverme.<br />

Corrí hasta el baño y me<br />

encerré. Humedecí mi rostro y<br />

tomé una toalla para cubrirme.<br />

Dejé la llave abierta para<br />

poder beber agua. Me miraba<br />

en el espejo y no podía<br />

reconocerme. Mi reflejo se<br />

movía a su voluntad, estaba<br />

tranquilo y su aspecto inquiría<br />

mi desesperación. A pesar de<br />

todavía sentirme paralizado,<br />

comencé a temblar. Mi reflejo<br />

se acercaba a verme como si<br />

yo fuera un animal de circo.<br />

Abrí la puerta del baño y rompí<br />

en llanto.<br />

— ¡Raymundo, no puedo<br />

más! —, gemí desconsolado y<br />

43


en mi mente comencé un rezo<br />

que no superó más de dos<br />

versos.<br />

se acercó a mí como un<br />

animal y me preguntó:<br />

“Quisuis-je?”.<br />

— ¡Cabrón, tienes una<br />

manifestación muy poderosa!—,<br />

dijo sorprendido al ver<br />

mi cuerpo empezar a<br />

despegarse del suelo.<br />

No podía pensar nada más,<br />

una mano rugosa con garras<br />

me sostenía de mi torso y me<br />

agitaba. Después me aventó<br />

hacia el baño, despedía un<br />

aroma sulfuroso. Me tomó del<br />

rostro y empezó a arrastrarme<br />

por toda la casa. No tenía<br />

fuerzas, el terror se apoderó<br />

de mí, la mano me llevó a una<br />

oscuridad, la cual no había<br />

sentido.<br />

Abrí los ojos, estaba tendido<br />

en la cama de mi habitación.<br />

Todavía podía sentir la<br />

enorme mano en mi torso,<br />

como si hubiera sido parte de<br />

mí por años. Tenía la boca<br />

seca y estaba agotado. Me<br />

giré hacia la puerta para ir por<br />

agua. Entonces vi a<br />

Raymundo parado frente a ella<br />

de espaldas. Lo miré<br />

suponiendo que todo fue una<br />

pesadilla. Le hablé, pero no<br />

respondió. Miré mis manos<br />

aún pálidas y sudorosas.<br />

—Soñé algo muy fuerte —,<br />

le comenté a Raymundo.<br />

— Yo también… —, contestó;<br />

giró su cabeza y me<br />

miró con una sonrisa que<br />

parecía lastimarle los pómulos,<br />

44


Sobre los autores<br />

Ricardo Bernal<br />

(Ciudad de México, 1962)<br />

Poeta, cuentista, astrólogo y maestro de tarot. Profesor de cine y literatura de<br />

géneros desde 1992. Actualmente imparte cursos sobre la historia mundial de<br />

las animaciones.<br />

Agustín Cadena<br />

Nació en Ixmiquilpan, Hidalgo, en 1963. Es novelista, cuentista, ensayista, poeta<br />

y traductor, además de profesor universitario de literatura. Ha publicado más de<br />

veinte libros y ha colaborado en más de cincuenta publicaciones de diversos<br />

países. Premio Nacional Universidad Veracruzana 1992, Premio de los Juegos<br />

Florales de Lagos de Moreno 1998, Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de<br />

la Cabada 1998, Premio Netzahualcóyotl del Gobierno de Hidalgo 2000, Premio<br />

Timón de Oro 2003, Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí 2004, Premio<br />

Nacional de Cuento José Agustín 2005, Premio de Poesía Efrén Rebolledo<br />

2011. Parte de su obra ha sido antologada y traducida al inglés, al italiano y al<br />

húngaro. Algunos de sus libros: Tan oscura (México, Joaquín Mortiz, 1998), Los<br />

pobres de espíritu (México, Patria / Nueva Imagen, 2005), Las tentaciones de la<br />

dicha (México, Editorial JUS, 2010), Alas de gigante (México, Ediciones B,<br />

2011), y Operación Snake (México, Ediciones B, 2013).<br />

Circe Moriel<br />

Nació en 1987 en Dallas, Texas, hija de padre mexicano y madre húngara. Hizo<br />

la licenciatura en Relaciones Internacionales y luego una maestría en Literatura<br />

Hispánica. Ha tomado talleres de narrativa y de poesía en español con Agustín<br />

Cadena y Julia Castillo, y ha publicado textos breves en inglés en la revista<br />

universitaria "Paper I Scream". Tiene en preparación un libro de poesía: "Carbón<br />

de silencio". Radica en Budapest, Hungría, desde marzo de 2010.<br />

Mariana Vega<br />

Nació en México, D.F. en 1969. Cuentista de género fantástico y terror. Es<br />

egresada de la Escuela de Escritores de la SOGEM, y cursó estudios en la<br />

Facultad de Filosofía y Letras (UNAM). Es articulista, correctora de estilo y<br />

analista política. Fue coordinadora editorial de las revistas políticas Casa de la<br />

Sabiduría y Respuesta. Es autora de la plaquette La seducción de la sangre y<br />

coautora de libros sobre política y elecciones. Ha impartido cursos de redacción<br />

y de literatura fantástica y de terror. Está por aparecer su libro de cuentos de<br />

terror No abras la puerta.<br />

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Luciano Pérez<br />

Editor, corrector y traductor. En otro tiempo periodista y promotor cultural y<br />

poeta. Desde 2001 escribe sólo narrativa: cuento y novela. Devoto de la fantasía<br />

y la ciencia ficción, así como de la cultura alemana, el ocultismo, lo sobrenatural,<br />

el comic y las divas del viejo Hollywood. Autor de Cuentos fantásticos de la<br />

Ciudad de México (2002). Cronista no oficial de Tepito. Actualmente está<br />

escribiendo su novela fantástica Crónicas de Tepito – Asgard.<br />

Miguel Antonio Lupián Soto<br />

Nació en México, D.F. en 1977. Es ex alumno de la Universidad de Miskatonic.<br />

Sus cuentos han sido publicados en diversas antologías. Es autor de Efímera<br />

(Samsara, 2011), Martinatos (Zona Literatura, 2012) y Trilogía Cthulhu<br />

(Penumbria/KGB, 2013). Esposo de Ana, padre de tres gatos y director de<br />

Penumbria, revista fantástica para leer en el ocaso.<br />

Leticia Vázquez<br />

Estudié ciencias de la comunicación y sentí que era mejor que estudiar letras<br />

hispánicas. Empecé a escribir con logros a los 16 años, decidí que no escribía<br />

mal y podía ofrecer algo a la gente. He trabajado con grupos vulnerables, soy<br />

deísta y semivegetariana. Quiero que a la gente le guste lo que escribo y que<br />

tenga una historia mía que contar y compartir con su familia, amigos, alumnos...<br />

Macarena Huicochea<br />

Ha escrito dos libros: Blasfematorio, editado por el Centro de Estudios<br />

Toluqueños, y La caricia de la esfinge, publicado por el Instituto Mexiquense de<br />

Cultura. Actualmente realiza programas de radio y televisión.<br />

Rodrigo de la Serna<br />

Nacido en 1961, radica en Playa del Carmen, con unos cuantos títulos<br />

desconocidos. Practicante del ensayo y el relato; en ocasiones incursiona en<br />

narrativas de largo aliento y cree en el silencio como elevada forma artística.<br />

.<br />

Timo Viejo<br />

Nació en Pachuca, en 1987. Estudió la carrera de Biología, y la especialidad y la<br />

maestría en tecnologías educativas. Fundó las revistas electrónicas de literatura<br />

El Comité 1973y Pneuma, y en la actualidad dirige tin'te.ro. Escribe en su<br />

columna Escarbalodo.<br />

.<br />

.<br />

46


Juvenal García<br />

Originario de la ciudad de México, se inició en Morelia, Michoacán, como<br />

cartonista profesional en "El Sol de Morelia", y luego a nivel nacional estuvo en<br />

"El Sol de México". Luego trabajó en "El Universal" y "El Universal Gráfico", así<br />

como en el "Esto". Se tituló como dibujante de comics e ilustración en la<br />

Academia de Arte Secuencial (AMAS), dirigida por el legendario dibujante<br />

Ramón Valdiosera, donde conoció el trabajo de verdaderas leyendas del comic<br />

de terror "Tales from the Crypt".<br />

Hosscox Huraño<br />

En esencia soy un vago, mi apetito siempre ha sido el de observar y la única<br />

manera que he encontrado para dar testimonio de mis travesías, ha sido por<br />

medio de la escritura, la pintura, la fotografía y el podcats. Me encanta vivir. He<br />

ilustrado libros y carteles de la Universidad de la Ciudad de México; he creado<br />

revistas como macondo y evo. También he publicado en Revista de la<br />

Universidad, y próximamente aparecerá un cuento en un libro publicado por la<br />

Universidad de la Ciudad de México.<br />

47


Imagen de la edición especial<br />

Descuartizador (Rojo), Hosscox Huraño.<br />

48


Noviembre, cumpliendo un año.<br />

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