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07. Las Corrientes del Espacio

La historia ocurre durante el ascenso de Trántor desde ser una gran potencia regional hasta convertirse en un Imperio Galáctico, unificando millones de planetas. Esta historia ocurre alrededor del año 11.000 d. C. (inicialmente 34.500 d. C., según la cronología a principios de los años 1950), cuando el Imperio Trantoriano abarca aproximadamente la mitad de la Vía Láctea.

La historia ocurre durante el ascenso de Trántor desde ser una gran potencia regional hasta convertirse en un Imperio Galáctico, unificando millones de planetas. Esta historia ocurre alrededor del año 11.000 d. C. (inicialmente 34.500 d. C., según la cronología a principios de los años 1950), cuando el Imperio Trantoriano abarca aproximadamente la mitad de la Vía Láctea.

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Y durante pocos minutos sería aún Edil. Aquello le daba el poder de hacer algo que incluso ahora, incluso<br />

ahora..., no se atrevía a permitir a su mente pensar en ello...<br />

Habían transcurrido diez horas desde la entrevista de Junz con el funcionario cuando vio a Abel Ludigan<br />

nuevamente.<br />

El embajador recibió a Junz con su habitual cordialidad superficial, esta vez con una definida y turbadora<br />

sensación de culpabilidad. Durante su primera entrevista hacía ya mucho tiempo (había transcurrido cerca de un<br />

Año Srandard), no había prestado gran atención a la historia que le referían per se. Su único pensamiento había<br />

sido: «¿Puede esto ayudar a Trantor?» .<br />

¡Trantor! Ésta era siempre su primera idea, y, sin embargo, no pertenecía a la especie de idiotas capaces de<br />

adorar un grupo de estrellas o el dorado emblema <strong>del</strong> sol y, la nave que las fuerzas armadas de Trantor usaban.<br />

En una palabra, no era un patriota en el sentido corriente <strong>del</strong> término, y Trantor, como tal, no significaba nada<br />

para él.<br />

Pero adoraba la paz; tanto más cuanto iba envejeciendo y le gustaba su vaso de vino, su atmósfera saturada de<br />

música suave y perfumes, su siestecita por la tarde, y su apacible espera de la muerte. Era como, a su manera<br />

de ver, tenían que sentir todos los hombres; y no obstante todos los hombres sufrían la guerra y la destrucción.<br />

Morían helados en el vacío <strong>del</strong> espacio, convertidos en vapor por una explosión atómica, hambrientos en un<br />

planeta asediado y bombardeado. .<br />

¿Cómo forzar, pues, la paz? No mediante la razón, seguramente, ni por la educación. Si un hombre no era<br />

capaz de pensar en la paz y en la guerra y elegir la primera preferencia a la segunda, ¿qué otro argumento<br />

podía persuadirle? ¿Qué condena de la guerra podía haber más elocuente que la guerra misma? ¿Qué<br />

tremenda acumulación de dialéctica podía llevar en sí la décima parte de la fuerza de una sola nave destruida<br />

con su cargamento de muerte?<br />

Así pues, para terminar el mal empleo de la fuerza sólo quedaba una solución, la fuerza misma.<br />

Abel tenía un mapa de Trantor en su estudio diseñado para mostrar la aplicación de esta fuerza. Era un ovoide<br />

cristalino en el cual se habían insertado lentes galácticas de tres dimensiones. Sus estrellas eran puntas de<br />

polvo de diamante blanco, sus nebulosas manchas de luz o de niebla negra, y en la profundidad central había<br />

algunos puntos rojos que habían sido la República Trantoriana.<br />

No «eran», sino «habían sido». La república Trantoriana había consistido sólo en cinco mundos, hacía<br />

quinientos años.<br />

Pero era un mapa histórico y mostraba la República en aquel estado sólo cuando la esfera marcaba cero.<br />

A<strong>del</strong>antando la aguja un punto, la imagen de la Galaxia aparecía tal como era cincuenta años después y una<br />

corona de estrellas se enrojecía en el borde de Trantor.<br />

En diez épocas, transcurría medio milenio y el rojo se extendía como una mancha de sangre que se desparrama<br />

hasta que más de la mitad de la Galaxia había caído en la charca roja.<br />

El rojo era un rojo sangre en un sentido no sólo fantástico. Mientras la República Trantoriana se convertía en<br />

Confederación Trantoriana e Imperio Trantoriano, su avance había tenido lugar a través de una intrincada selva<br />

de hombres aniquilados, de naves destruidas y mundos desolados. Ya pesar de todo, Trantor había llegado a<br />

ser fuerte y en su rojo interior reinaba la paz.<br />

Ahora Trantor se estremecía en el borde de una nueva conversión. De Imperio a Imperio Galáctico y entonces el<br />

rojo absorberla todas las estrellas y reinaría una paz universal. Pax Trantorica.<br />

Era lo que Abel quería. Quinientos años, cuatrocientos años, doscientos años antes, Abel hubiera visto a Trantor<br />

como un desagradable nido de gente malvada, agresiva y materialista, indiferente a los derechos de los demás,<br />

imperfectamente democrática en sí misma pero muy dispuesta a ver la menor esclavitud en los demás,<br />

rencorosa sin finalidad. Pero ese tiempo había pasado.<br />

No era Trantor sino el fin universal que Trantor representaba. De manera que la pregunta: «¿Hasta dónde<br />

apoyaría esto la paz en la Galaxia?», se convertía en: «¿Hasta dónde apoyaría esto a Trantor?»<br />

El mal estaba en que sobre este punto determinado no podía tener certeza alguna. Para Junz la solución era<br />

única y exclusivamente una: Trantor tenía que apoyar al CAEI y castigar a Sark.<br />

Esto podría ser posiblemente algo bueno, siempre que pudiese probarse algo en contra de Sark. Posiblemente<br />

no, ni aun en este caso. Ciertamente no, si nada podía probarse. Pero en ningún caso Trantor podía actuar<br />

violentamente. Toda la Galaxia podía ver que Trantor se encontraba en el borde <strong>del</strong> dominio galáctico y cabía<br />

todavía la posibilidad de que los planetas no-trantorianos que quedaban se uniesen contra esto. Trantor podía<br />

ganar incluso esta guerra, pero quizá no sin pagar un precio que no haría de la victoria más que una humorística<br />

palabra para designar la derrota.<br />

Trantor no podía, por lo tanto, hacer ningún movimiento en aquella fase final <strong>del</strong> juego. Abel tenía, por lo tanto,<br />

que obrar lentamente, tendiendo su sutil red a través <strong>del</strong> laberinto <strong>del</strong> Servicio Civil y el centelleo de la Nobleza<br />

de Sark, empujando con una sonrisa y preguntando sin parecer hacerlo. No olvidaba tampoco mantener los ojos<br />

<strong>del</strong> servicio secreto trantoriano sobre el propio Junz, no fuese que el colérico libariano causase en un momento<br />

daños que Abel no podría reparar en un año.<br />

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