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06. En la Arena Estelar

En la arena estelar, publicada por primera vez en 1951, con el título original de The Stars, Like Dust (Las estrellas, como polvo) es una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. Su título alude al polvo interestelar que impide la visión de las estrellas en la Nebulosa Cabeza de Caballo, región de la Vía Láctea donde tiene lugar la mayor parte de la historia.

En la arena estelar, publicada por primera vez en 1951, con el título original de The Stars, Like Dust (Las estrellas, como polvo) es una novela de ciencia ficción de Isaac Asimov. Su título alude al polvo interestelar que impide la visión de las estrellas en la Nebulosa Cabeza de Caballo, región de la Vía Láctea donde tiene lugar la mayor parte de la historia.

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<strong>En</strong> <strong>la</strong> arena este<strong>la</strong>r<br />

Isaac Asimov<br />

Título original: The Stars Like Dust<br />

Traducción de Francisco B<strong>la</strong>nco<br />

© 1955, Isaac Asimov<br />

© 1979, Ediciones Martínez Roca, S. A. Superficción nº 45<br />

Gran Vía, 774, 7.°, Barcelona-13<br />

ISBN 84-270-0516-4<br />

Depósito legal: B. 24.332-1979<br />

Edición digital de Umbriel. Mayo de 2002.<br />

2


A Gertrude, con <strong>la</strong><br />

cual he estado casado,<br />

muy satisfactoriamente,<br />

durante 8 años, 1 mes,<br />

2 semanas, 1 día, 2 horas,<br />

45 minutos y algunos segundos.<br />

3


1<br />

E! murmullo del dormitorio<br />

Había un tenue murmullo en el dormitorio, casi imperceptible, un ligero sonido<br />

irregu<strong>la</strong>r, inequívoco y mortífero.<br />

Pero no fue eso lo que despertó a Biron Farrill, arrancándole de un sueño<br />

pesado y poco reparador. Volvió inquieto <strong>la</strong> cabeza de un <strong>la</strong>do a otro, luchando en<br />

vano contra el zumbido en <strong>la</strong> mesil<strong>la</strong> de noche.<br />

Extendió torpemente una mano sin abrir los ojos y cerró el contacto.<br />

—Dígame —musitó.<br />

Una voz surgió instantáneamente del receptor. Era áspera y fuerte, pero a Biron<br />

ie faltó ¡a fuerza de voluntad para reducir el volumen.<br />

—¿Puedo hab<strong>la</strong>r con Biron Farrill?<br />

—Sí, soy yo. ¿ Qué desea?<br />

—¿Puedo hab<strong>la</strong>r con Biron Farrill? —repitió <strong>la</strong> voz con ansiedad.<br />

Los ojos de Biron se abrieron a <strong>la</strong> densa oscuridad. Se dio cuenta de <strong>la</strong><br />

desagradable sequedad de su lengua, y del sutil olor que flotaba en <strong>la</strong> habitación.<br />

—Sí, Farrill al hab<strong>la</strong>. ¿Quién es usted?<br />

Como si no le hubiese oído, su interlocutor insistió.<br />

—¿Hay alguien ahí? Quisiera hab<strong>la</strong>r con Biron Farrill.<br />

Biron se apoyó sobre un codo y contempló el lugar donde se hal<strong>la</strong>ba el visófono.<br />

Accionó el control de <strong>la</strong> visión, y <strong>la</strong> pequeña pantal<strong>la</strong> se iluminó.<br />

—Aquí estoy —dijo. Y reconoció <strong>la</strong>s suaves y vagamente asimétricas facciones<br />

de Sander Jonti.<br />

—Llámame por <strong>la</strong> mañana, Jonti.<br />

Se disponía a cerrar nuevamente el aparato, cuando Jonti dijo:<br />

—¡Oiga! ¡Oiga! ¿Hay alguien ahí? ¿No es University Hall, habitación cinco dos<br />

seis? ¡Oiga!<br />

De pronto Biron observó que <strong>la</strong> pequeña luz piloto indicadora del<br />

funcionamiento del circuito de emisión estaba apagada. Lanzó un juramento en voz<br />

baja y apretó el interruptor, pero éste siguió cerrado. <strong>En</strong> aquel momento Jonti cortó y<br />

<strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> se convirtió en un simple cuadrado vacío e iluminado.<br />

Biron cerró el aparato. <strong>En</strong>corvó el hombro y trató de sumergirse nuevamente en<br />

<strong>la</strong> almohada. Se sentía molesto. <strong>En</strong> primer lugar, nadie tenía derecho a chil<strong>la</strong>rle en<br />

plena noche. Echó un vistazo al reloj cuyas cifras levemente luminosas bril<strong>la</strong>ban sobre<br />

<strong>la</strong> cabecera de <strong>la</strong> cama: eran <strong>la</strong>s tres y cuarto. Las luces de <strong>la</strong> casa no se encenderían<br />

hasta dentro de cuatro horas.<br />

Además, no le gustaba despertarse en <strong>la</strong> completa oscuridad de su habitación.<br />

El hábito de esos cuatro años no le había curtido lo bastante para acostumbrarle a los<br />

edificios del hombre terrestre, estructuras de cemento armado, bajas, gruesas y sin<br />

ventanas. Se trataba de una tradición milenaria que databa de los días en que <strong>la</strong><br />

4


primitiva bomba nuclear no había sido contrarrestada por <strong>la</strong> defensa del campo de<br />

fuerza.<br />

Pero aquello había pasado. La guerra atómica había infligido lo peor a <strong>la</strong> Tierra.<br />

La mayor parte del p<strong>la</strong>neta era extremadamente radiactivo y estéril. No quedaba nada<br />

que perder, y, sin embargo, <strong>la</strong> arquitectura reflejaba los antiguos temores, de modo<br />

que cuando Biron se despertó no había a su alrededor más que una oscuridad total.<br />

Biron se alzó nuevamente sobre el codo. Aquello resultaba extraño. Esperó. No<br />

era que hubiese percibido el fatal murmullo del dormitorio. Era algo quizás aún menos<br />

perceptible, y desde luego infinitamente menos mortífero.<br />

Echaba de menos el suave movimiento del aire, que uno daba por supuesto,<br />

aquel<strong>la</strong> señal de <strong>la</strong> continua renovación. Trató de tragar saliva y no lo consiguió. La<br />

atmósfera parecía haberse hecho opresiva, al tiempo que se daba cuenta de <strong>la</strong><br />

situación. El sistema de venti<strong>la</strong>ción había dejado de funcionar; ahora verdaderamente<br />

se sentía enojado. Y ni siquiera podía usar el visófono para dar cuenta del hecho.<br />

Lo intentó de nuevo, para asegurarse. Apareció el lechoso cuadrado de luz que<br />

<strong>la</strong>nzó una leve reflexión perlina sobre <strong>la</strong> cama. Funcionaba, pero no emitía. Bien, no<br />

importaba. <strong>En</strong> todo caso, no harían nada para remediarlo antes que se hiciera de día.<br />

Bostezó, buscando a tientas sus zapatil<strong>la</strong>s, mientras se frotaba los ojos con <strong>la</strong>s<br />

palmas de <strong>la</strong>s manos. Conque no había venti<strong>la</strong>ción, ¿ verdad? Eso explicaba aquel olor<br />

raro. Frunció el ceño y olfateó intensamente varias veces. Fue inútil. Se trataba de<br />

algo familiar, pero no conseguía identificarlo.<br />

Se dirigió al cuarto de baño y accionó automáticamente el interruptor de <strong>la</strong> luz,<br />

a pesar de que realmente no <strong>la</strong> necesitaba para servirse un vaso de agua. El<br />

interruptor funcionaba, pero <strong>la</strong> luz no se encendió. Lo probó varias veces, enojado.<br />

¿Acaso no había nada que funcionase? Se encogió de hombros, bebió en <strong>la</strong> oscuridad,<br />

y se sintió mejor. Bostezó de nuevo mientras regresaba al dormitorio, donde probó el<br />

interruptor principal. No funcionaba ninguna luz.<br />

Biron se sentó en <strong>la</strong> cama, colocó sus amplias manos sobre sus fornidos muslos<br />

y consideró <strong>la</strong> situación. Normalmente, una cosa así habría suscitado una fuerte<br />

discusión con el personal de servicio. Nadie esperaba un servicio de hotel en un<br />

dormitorio universitario, pero, ¡voto al Espacio!, uno habría de poder exigir ciertos<br />

mínimos de eficiencia, aunque eso no fuese de importancia vital precisamente ahora.<br />

Se acercaba el momento de <strong>la</strong> graduación y él había terminado. Dentro de tres días se<br />

despediría para siempre de <strong>la</strong> habitación y <strong>la</strong> universidad de <strong>la</strong> Tierra: y también de <strong>la</strong><br />

misma Tierra.<br />

De todos modos, podía informar de <strong>la</strong> anomalía, sin hacer ningún comentario<br />

especial. Podía salir y usar el teléfono del vestíbulo. Quizá le trajesen una luz<br />

automática, o incluso le insta<strong>la</strong>sen un venti<strong>la</strong>dor que le permitiese dormir sin<br />

sensaciones psicosomáticas de ahogo. Y en caso contrario, ¡al espacio con ellos! Sólo<br />

le quedaban dos noches más.<br />

A <strong>la</strong> luz del inútil visófono localizó unos pantalones cortos. Se los puso junto con<br />

un suéter de una pieza, y decidió que aquello bastaría para su objeto. No se quitó <strong>la</strong>s<br />

zapatil<strong>la</strong>s. No había peligro de despertar a nadie, aunque hubiese marchado por los<br />

pasillos con zapatos de c<strong>la</strong>vos, puesto que los gruesos tabiques de aquel<strong>la</strong> estructura<br />

de hormigón eran casi a prueba de ruidos, pero no veía razón para cambiarse.<br />

Se dirigió a <strong>la</strong> puerta y tiró de <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>nqueta, <strong>la</strong> cual bajó suavemente, y se oyó<br />

el clic indicador de que se había activado <strong>la</strong> cerradura: con <strong>la</strong> so<strong>la</strong> diferencia de que<br />

eso no había ocurrido. Y aunque sus bíceps se abultaron con el esfuerzo, no pasó nada.<br />

5


Se apartó de <strong>la</strong> puerta: aquello era ridículo. ¿Es que había un fallo general de<br />

fuerza? No era posible. El reloj funcionaba, y el visiófono seguía recibiendo bien.<br />

¡Un momento! Podían haber sido los muchachos, esas almas benditas. Lo<br />

hacían de vez en cuando. Era infantil, naturalmente, pero él mismo había tomado<br />

parte en esa c<strong>la</strong>se de bromas pesadas. No hubiese sido difícil, por ejemplo, que uno de<br />

sus compañeros se hubiese introducido a escondidas durante el día para organizar el<br />

ting<strong>la</strong>do. Pero no, <strong>la</strong>s luces y <strong>la</strong> venti<strong>la</strong>ción funcionaban cuando se había acostado.<br />

<strong>En</strong> ese caso tenía que haber sido durante <strong>la</strong> noche. El edificio era anticuado. No<br />

hacía falta ser un genio de <strong>la</strong> ingeniería para manipu<strong>la</strong>r los circuitos de <strong>la</strong> luz y de <strong>la</strong><br />

venti<strong>la</strong>ción, ni tampoco para atrancar <strong>la</strong> puerta. Y ahora esperarían a <strong>la</strong> mañana<br />

siguiente para ver qué pasaba cuando el buenazo de Biron no pudiese salir.<br />

Probablemente le soltarían hacia el mediodía y se reirían mucho.<br />

Biron esbozó una sonrisa de resignación. Bien, si eso era de lo que se trataba,<br />

no tenía importancia, pero era preciso hacer algo, tratar de solucionar e! desaguisado.<br />

Dio media vuelta y con <strong>la</strong> puntera golpeó algo que se deslizó por el suelo<br />

produciendo un ruido metálico. Apenas si podía distinguir su sombra moviéndose a<br />

través de <strong>la</strong> pálida luz del visiófono. Se agachó y con un movimiento circu<strong>la</strong>r exploró el<br />

suelo bajo <strong>la</strong> cama. Extrajo el objeto y lo acercó a <strong>la</strong> luz. (No eran demasiado listos:<br />

debían haber inutilizado el visiófono, en lugar de interferir so<strong>la</strong>mente con el circuito<br />

emisor.)<br />

El objeto que sujetaba era un pequeño cilindro con un agujerito en <strong>la</strong> parte<br />

superior, Se lo acercó a <strong>la</strong> nariz y lo olió. Eso explicaba por lo menos el olor de <strong>la</strong><br />

habitación. Era hypnita. Naturalmente, los chicos <strong>la</strong> habían tenido que usar para que<br />

no se despertase mientras manipu<strong>la</strong>ban los circuitos.<br />

Biron podía ahora reconstruir paso a paso lo ocurrido. Abrieron <strong>la</strong> puerta con<br />

una pa<strong>la</strong>nqueta, cosa sencil<strong>la</strong>. Quizás habían preparado <strong>la</strong> puerta durante el día, para<br />

que pareciese cerrada, sin estarlo en realidad. No lo había comprobado. De todos<br />

modos, una vez abierta, debieron limitarse a poner un bote de hypnita dentro, y<br />

volvieron a cerrar. E! anestésico saldría lentamente, elevando <strong>la</strong> concentración hasta<br />

dejarle del todo inconsciente. <strong>En</strong>tonces podían entrar, enmascarados, naturalmente.<br />

¡Espacio! Un pañuelo húmedo era suficiente para cerrar el paso a <strong>la</strong> hypnita durante<br />

quince minutos, y ese tiempo era todo el que se necesitaba.<br />

Aquello explicaba lo ocurrido con el sistema de venti<strong>la</strong>ción. Había que eliminarlo<br />

para evitar que <strong>la</strong> hypnita se dispersase con excesiva rapidez. La eliminación del<br />

visiófono le impedía pedir<br />

12<br />

ayuda, y <strong>la</strong> puerta encal<strong>la</strong>da no le dejaba salir; <strong>la</strong> ausencia de luces servía para<br />

inducir pánico. ¡Qué chicos tan simpáticos!<br />

Biron soltó un gruñido. No podía molestarse demasiado; al fin y al cabo, una<br />

broma era una broma. Lo que le hubiese gustado hacer entonces era derribar <strong>la</strong> puerta<br />

y terminar de una vez. Los fuertes músculos de su torso se tensaron ante <strong>la</strong> idea, pero<br />

sabía que era inútil. La puerta había sido construida pensando en sacudidas atómicas.<br />

¡Maldita tradición!<br />

.Pero tenía que encontrar alguna manera de solucionarlo. No podía permitir que<br />

se saliesen con <strong>la</strong> suya. Lo primero que necesitaba era una luz, una verdadera luz, y<br />

no el resp<strong>la</strong>ndor fijo y poco eficaz del visiófono. Eso no era un problema. Tenía una<br />

linterna automática en su armario ropero.<br />

6


Por un momento, mientras manipu<strong>la</strong>ba los controles de <strong>la</strong> puerta de! armario,<br />

se preguntó si también <strong>la</strong> habrían inmovilizado. Pero se abrió sin esfuerzo, y<br />

desapareció suavemente en su cavidad de <strong>la</strong> pared. No había ninguna razón para<br />

inmovilizar el armario, y por otra parte no habían tenido mucho tiempo.<br />

<strong>En</strong> aquel instante, cuando ya tenía <strong>la</strong> linterna en <strong>la</strong> mano y se daba <strong>la</strong> vuelta,<br />

toda <strong>la</strong> estructura de su teoría se hundió en un espantoso momento. Se quedó rígido,<br />

su abdomen se endureció, tensándose, y mantuvo <strong>la</strong> respiración, escuchando.<br />

Por primera vez desde que se había despertado oyó el murmullo dei dormitorio.<br />

Escuchó <strong>la</strong> apagada e irregu<strong>la</strong>r conversación que mantenía consigo mismo, y reconoció<br />

inmediatamente <strong>la</strong> naturaleza de! sonido.<br />

Era imposible no reconocerlo, era «el chasquido mortal de <strong>la</strong> Tierra»: un sonido<br />

inventado hacía mil años.<br />

Para ser exacto: era el sonido de un contador de radiación que iba registrando<br />

<strong>la</strong>s partícu<strong>la</strong>s cargadas y <strong>la</strong>s duras ondas gamma que llegaban a él; los suaves<br />

impulsos electrónicos se fundían formando un leve murmullo. Era el sonido de un<br />

contador que contaba <strong>la</strong> única cosa que podía contar: ¡<strong>la</strong> muerte!<br />

Despacio, de puntil<strong>la</strong>s, Biron fue retrocediendo. Desde un par de metros de<br />

distancia proyectó el haz luminoso en dirección a <strong>la</strong>s profundidades del armario. El<br />

contador estaba allí, en el distante rincón, aunque verlo no significó nada para él.<br />

Había estado allí desde su ingreso en <strong>la</strong> universidad. La mayoría de los<br />

estudiantes recién llegados de los Mundos Externos compraban un contador durante <strong>la</strong><br />

primera semana de su estancia en <strong>la</strong> Tierra. Al principio pensaban mucho en <strong>la</strong><br />

radiactividad de <strong>la</strong> Tierra, y sentían <strong>la</strong> necesidad de protección. Generalmente vendían<br />

los contadores a <strong>la</strong> siguiente promoción de alumnos, pero Biron había conservado el<br />

suyo; ahora se alegraba de ello.<br />

Se dirigió a su escritorio, donde guardaba su reloj de pulsera mientras dormía.<br />

Su mano tembló un poco cuando lo sostuvo a <strong>la</strong> luz de <strong>la</strong> linterna. La correa del reloj<br />

era de plástico flexible entretejido, y de una suavidad b<strong>la</strong>nca casi líquida. Lo observó<br />

cuidadosamente desde ángulos diferentes; no había duda de que estaba b<strong>la</strong>nco.<br />

Aquel<strong>la</strong> correa había sido otra de sus primeras compras. Una radiación enérgica<br />

<strong>la</strong> convertía en azul, y el azul en <strong>la</strong> Tierra era el color de <strong>la</strong> muerte. Si uno se perdía o<br />

se descuidaba, era fácil extraviarse durante el día sobre un trozo de suelo radiactivo. El<br />

gobierno cercaba tantas manchas radiactivas como podía, y, como es natural, nadie se<br />

acercaba nunca a <strong>la</strong>s grandes superficies mortíferas que comenzaban algunos<br />

kilómetros fuera de <strong>la</strong> ciudad. Pero <strong>la</strong> correa era un seguro. Si en alguna ocasión se<br />

tornaba ligeramente azul, había que presentarse en el hospital para recibir<br />

tratamiento. No cabían discusiones. El compuesto de que estaba fabricada era<br />

precisamente tan sensible a <strong>la</strong> radiación como el propio cuerpo, y podían utilizarse<br />

aparatos fotoeléctricos adecuados para medir <strong>la</strong> intensidad de <strong>la</strong> coloración azu<strong>la</strong>da,<br />

con lo cual se podía determinar rápidamente <strong>la</strong> gravedad del caso.<br />

Un azul oscuro bril<strong>la</strong>nte era el fin. Así como el color no desaparecería nunca,<br />

tampoco <strong>la</strong> persona contaminada podría descontaminarse. No había cura, escape ni<br />

esperanza. Sólo quedaba esperar en algún sitio de un día a una semana, y lo único que<br />

podía hacer el hospital era tomar <strong>la</strong>s disposiciones finales para <strong>la</strong> cremación.<br />

Pero, por lo menos, <strong>la</strong> correa estaba todavía b<strong>la</strong>nca, y el tumulto de los<br />

pensamientos de Biron se calmó un poco.<br />

7


De modo que no había mucha radiactividad. ¿Sería quizás otro aspecto de <strong>la</strong><br />

broma? Biron pensó en ello y decidió que no podía ser. Nadie le haría tal broma a otro;<br />

por lo menos en <strong>la</strong> Tierra, donde <strong>la</strong> manipu<strong>la</strong>ción ilegal de material radiactivo se<br />

castigaba con <strong>la</strong> pena de muerte. Aquí, en <strong>la</strong> Tierra, se tomaban <strong>la</strong> radiactividad en<br />

serio; no tenían más remedio. Nadie hubiese hecho una cosa así, sin una razón<br />

poderosísima.<br />

Lo pensó cuidadosa y explícitamente, enfrentándose abiertamente con <strong>la</strong> idea.<br />

Una razón poderosísima, como, por ejemplo, un deseo de asesinar. Pero, ¿por qué? No<br />

podía haber motivo alguno. <strong>En</strong> sus veintitrés años de vida no había tenido nunca un<br />

enemigo serio. No tan serio, desde luego, como para que intentara asesinarle.<br />

Agarró con <strong>la</strong>s manos su corto cabello. Era una idea ridícu<strong>la</strong>, pero no había<br />

manera de eludir<strong>la</strong>. Retrocedió cuidadosamente hacia el armario. Allí debía de haber<br />

algo que enviaba <strong>la</strong> radiación, algo que no estaba cuatro horas antes. Lo vio casi<br />

inmediatamente.<br />

Era una cajita de no más de quince centímetros de <strong>la</strong>do. Biron <strong>la</strong> reconoció, y<br />

su <strong>la</strong>bio inferior tembló ligeramente. No había visto una antes, pero había oído hab<strong>la</strong>r<br />

de el<strong>la</strong>s. Levantó el contador y se lo llevó al dormitorio. El pequeño murmullo<br />

disminuyó, cesando casi por completo. Comenzó de nuevo cuando el delgado tabique<br />

de mica, a través del cual entraba <strong>la</strong> radiación, estuvo orientado hacia <strong>la</strong> caja. No le<br />

quedaba duda alguna. Era una bomba de radiación.<br />

Aquel<strong>la</strong>s radiaciones no eran mortales por sí mismas; no eran más que un<br />

detonador; en el interior de <strong>la</strong> pequeña caja se encontraba una diminuta pi<strong>la</strong> atómica.<br />

Isótopos artificiales de corta vida <strong>la</strong> calentaban lentamente, permeándo<strong>la</strong> con<br />

partícu<strong>la</strong>s apropiadas. Cuando se alcanzase el umbral de calor y densidad de<br />

partícu<strong>la</strong>s, <strong>la</strong> pi<strong>la</strong> reaccionaría. Generalmente no lo hacía en forma de explosión, si bien<br />

el calor de reacción serviría para fundir <strong>la</strong> caja, convirtiéndo<strong>la</strong> en un pedazo de<br />

retorcido metal, sino que produciría un tremendo estallido de radiación que mataría a<br />

todo ser viviente en un radio desde unos dos metros hasta diez kilómetros, según el<br />

tamaño de <strong>la</strong> bomba.<br />

No había manera de saber cuándo se alcanzaría el umbral. Quizás al cabo de<br />

horas, quizás al momento siguiente. Biron permaneció de pie, impotente, sujetando<br />

débilmente <strong>la</strong> linterna con sus húmedas manos. Media hora antes el visiófono le había<br />

despertado, y entonces no tenía inquietud alguna. Ahora sabía que iba a morir.<br />

Biron no quería morir, pero se encontraba acorra<strong>la</strong>do, y no había dónde<br />

esconderse.<br />

Conocía <strong>la</strong> geografía de <strong>la</strong> habitación. Estaba al final de un pasillo, de modo que<br />

so<strong>la</strong>mente había otra habitación a uno de los <strong>la</strong>dos y, desde luego, encima y debajo de<br />

él. La habitación del mismo piso estaba junto al cuarto de baño; los aseos de ambas<br />

habitaciones eran contiguos. Dudaba de que pudieran oírle.<br />

Quedaba el cuarto de abajo.<br />

Había en <strong>la</strong> habitación un par de sil<strong>la</strong>s plegables, destinadas a <strong>la</strong>s visitas. Cogió<br />

una de el<strong>la</strong>s, que produjo un chasquido al dar contra el suelo. La puso de canto, y el<br />

ruido se hizo más duro y más fuerte.<br />

Esperó después de cada golpe, preguntándose si conseguiría despertar al que<br />

dormía abajo, y molestarle lo suficiente para que diese parte de <strong>la</strong> perturbación.<br />

De improviso percibió un leve ruido, y esperó, con <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> alzada por encima de<br />

su cabeza. Volvió a oírse el ruido, algo así como un grito distante. Procedía de <strong>la</strong><br />

dirección de <strong>la</strong> puerta.<br />

8


Dejó caer <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> y contestó gritando. Pegó <strong>la</strong> oreja contra <strong>la</strong> hendedura donde<br />

<strong>la</strong> puerta se unía con <strong>la</strong> pared, pero el ajuste era bueno, e incluso allí el sonido era<br />

débil.<br />

Pudo, no obstante, percibir que alguien pronunciaba su nombre.<br />

—¡Farrill! ¡Farrill! —gritaron varias veces, y luego algo más que no entendió<br />

bien, quizá si estaba allí o si se sentía bien.<br />

—¡Abrid <strong>la</strong> puerta! —contestó rugiendo.<br />

Lo repitió tres o cuatro veces. Se hal<strong>la</strong>ba en un estado de impaciencia febril.<br />

Quizás en aquel mismo instante <strong>la</strong> bomba estuviese a punto de estal<strong>la</strong>r.<br />

Le pareció que le oían. Por fin volvió a oírse una voz sofocada:<br />

— ¡Cuidado!¿., algo..., demoledor...<br />

Comprendió lo que significaba, y se alejó rápidamente de <strong>la</strong> puerta.<br />

Oyó un par de sonidos breves, como chasquidos, y hasta percibió <strong>la</strong>s<br />

vibraciones producidas en el aire de <strong>la</strong> habitación. Siguió un ruido terrible, y <strong>la</strong> puerta<br />

se abrió hacia dentro. <strong>En</strong>tró <strong>la</strong> luz del pasillo.<br />

Biron salió precipitadamente, con los brazos extendidos.<br />

—¡No entréis! —gritó—. Por amor de <strong>la</strong> Tierra, no entréis. ¡Hay una bomba de<br />

radiación!<br />

Se enfrentó con dos hombres. Uno de ellos eran Jonti, y el otro Esbak, el<br />

superintendente, quien sólo estaba parcialmente vestido.<br />

—¿Una bomba de radiación" 7<br />

directamente:<br />

—¿De qué tamaño?<br />

—balbució Esbak. Pero Jonti preguntó<br />

Tenía aún en <strong>la</strong> mano el demoledor, y eso era lo único que desdecía de su<br />

elegante aspecto, incluso a aquel<strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> noche.<br />

Biron sólo pudo indicar el tamaño de <strong>la</strong> bomba con un gesto de <strong>la</strong>s manos.<br />

—Bien —dijo Jonti. Parecía muy sereno, y se volvió hacia el superintendente—:<br />

Será mejor evacuar <strong>la</strong>s habitaciones de esta área, y si tienen pantal<strong>la</strong>s de plomo en<br />

algún lugar de <strong>la</strong> universidad, haga que <strong>la</strong>s traigan y <strong>la</strong>s coloquen en el pasillo. Yo no<br />

permitiría que nadie entrase hasta <strong>la</strong> mañana. —Se volvió hacia Biron—:<br />

Probablemente su radio es de cuatro a seis metros. ¿Cómo entró aquí?<br />

—No lo sé —dijo Biron Se enjugó <strong>la</strong> frente con el dorso de <strong>la</strong> mano—. Si no le<br />

importa, tengo que sentarme.<br />

Echó una ojeada a su muñeca, y se dio cuenta de que su reloj de pulsera<br />

estaba aún en <strong>la</strong> habitación. Sintió deseos de volver a entrar para buscarlo.<br />

Ahora había movimiento, pues estaban sacando a los estudiantes de sus<br />

habitaciones.<br />

—Venga conmigo —dijo Jonti—. Me parece que hará bien en sentarse.<br />

— ¿ Por qué ha venido a mi habitación? —preguntó Biron—. No es que no se lo<br />

agradezca, usted ya me comprende.<br />

—Le l<strong>la</strong>mé y no obtuve respuesta. Y tenia que verle.<br />

9


—¿Verme a mí? —Hab<strong>la</strong>ba con cuidado, tratando de dominar su respiración<br />

irregu<strong>la</strong>r—. ¿Por qué?<br />

—Para advertirle de que su vida estaba en peligro. Biron se rió nerviosamente.<br />

—Ya me he enterado.<br />

—Eso sólo ha sido <strong>la</strong> primera prueba. Volverán a intentarlo.<br />

—¿Quiénes son ellos?<br />

—Aquí no, Farrill—dijo Jonti—. Necesitamos estar solos. Usted es un hombre<br />

marcado y puede que ya me haya puesto en peligro yo también.<br />

10


2<br />

La red a través del espacio<br />

La sa<strong>la</strong> de estudiantes estaba vacía y oscura. Difícilmente podía haber sido de<br />

otro modo a <strong>la</strong>s cuatro y media de <strong>la</strong> madrugada. Y, no obstante, Jonti vaciló un<br />

momento, mientras mantenía abierta <strong>la</strong> puerta, escuchando.<br />

—No —dijo en voz baja—, deje apagadas <strong>la</strong>s luces. Para hab<strong>la</strong>r no <strong>la</strong>s<br />

necesitamos.<br />

—He tenido ya suficiente oscuridad por una noche —murmuró Biron.<br />

—Deje <strong>la</strong> puerta entreabierta.<br />

A Biron le faltaba voluntad para discutir. Se dejó caer en <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> más cercana y<br />

observó cómo el rectángulo de luz de <strong>la</strong> puerta se reducía a una estrecha línea. Ahora<br />

que todo había pasado, sentía los efectos.<br />

Jonti detuvo <strong>la</strong> puerta y apoyó su bastoncillo sobre <strong>la</strong> línea de luz en el suelo.<br />

—Obsérvelo. Nos indicará si alguien pasa, o si se mueve <strong>la</strong> puerta.<br />

—Por favor, no estoy de humor para conspiraciones —dijo Biron—. Si no le<br />

importa, le agradeceré que me diga lo que ha de decirme. Me ha salvado <strong>la</strong> vida, y<br />

mañana me sentiré debidamente agradecido. Pero, por el momento, lo que deseo es<br />

un trago y un buen descanso.<br />

—Me hago cargo de sus sentimientos —dijo Jonti—, pero de momento se ha<br />

evitado un descanso demasiado <strong>la</strong>rgo; desearía que no fuera sólo por un momento. (<br />

Sabe que conozco a su padre?<br />

Era una pregunta abrupta y Biron alzó <strong>la</strong>s cejas, gesto que pasó desapercibido<br />

en <strong>la</strong> oscuridad.<br />

—Nunca me ha dicho que le conociese —respondió.<br />

—Me hubiese extrañado si se lo hubiera dicho. No me conoce por el nombre que<br />

uso aquí. Y, por cierto, , ha sabido algo de su padre recientemente?<br />

—¿Por qué lo pregunta?<br />

—Porque corre peligro.<br />

—,-.Qué?<br />

Jonti buscó en <strong>la</strong> oscuridad el brazo del otro y lo sujetó con fuerza.<br />

— Por favor, siga hab<strong>la</strong>ndo en voz baja.<br />

Biron se dio cuenta por primera vez de que habían estado hab<strong>la</strong>ndo en un<br />

murmullo.<br />

—Seré más concreto —prosiguió Jonti—. Su padre ha sido detenido.<br />

¿Comprende lo que significa eso?<br />

—No, <strong>la</strong> verdad es que no lo entiendo. ( Quién le ha detenido, y qué quiere<br />

usted decir? ¿ Por qué me está fastidiando?<br />

Las sienes de Biron <strong>la</strong>tían violentamente. La hypnita y <strong>la</strong> proximidad de <strong>la</strong><br />

muerte le imposibilitaban para contender con el hombre trío y elegante que tenía a su<br />

<strong>la</strong>do, tan cerca que sus murmullos resultaban tan c<strong>la</strong>ros como si hubieran sido gritos.<br />

11


—Supongo que tendrá alguna idea del trabajo que su padre está realizando.<br />

—Si conoce a mi padre, debe saber que es un ranchero de Widemos. Ese es su<br />

trabajo.<br />

—Bueno, no hay razón para que se fíe de mí, salvo por el hecho de que estoy<br />

arriesgando mi vida por usted. Pero ya sé todo lo que pueda decirme. Por ejemplo, sé<br />

que su padre ha estado conspirando contra los tyrannios.<br />

—Lo niego —dijo enérgicamente Biron—. El servicio que me ha prestado esta<br />

noche no le da derecho a hacer tales afirmaciones sobre mi padre.<br />

—Es necio ser tan evasivo, amigo mío, y me está haciendo perder el tiempo.<br />

¿No se da cuenta de que <strong>la</strong> situación está ya más allá de <strong>la</strong> esgrima verbal? Lo diré<br />

c<strong>la</strong>ramente. Su padre ha sido arrestado por los tyrannios. Quizás esté ya muerto.<br />

—No lo creo—contestó Biron, levantándose a medias.<br />

—Estoy en situación de saberlo.<br />

—Acabemos con esto, Jonti. No estoy de humor para misterios y me molesta<br />

ese intento suyo de...<br />

—Bien, ¿de qué? —La voz de Jonti perdió algo de su tono refinado—. ¿Qué gano<br />

yo contándole esto? ¿Acaso debo recordarle que lo que sé, y usted se niega a creer,<br />

me hizo comprender que intentarían eliminarle? Piense en lo que ha ocurrido, Farrill.<br />

—Comience de nuevo y dígalo c<strong>la</strong>ramente —dijo Biron—. Le escucho.<br />

—Muy bien. Supongo, Farrill, que sabe que soy un compatriota de los Reinos<br />

Nebu<strong>la</strong>res, aunque me hago pasar por un vegano.<br />

—Por su acento pensé que podría ser así. No me pareció importante.<br />

—Pues es importante, amigo mío. Vine aquí porque a mi, como a su padre, no<br />

me gustaban los tyrannios. Hace cincuenta años que oprimen a nuestro pueblo. Son ya<br />

muchos años.<br />

—No soy un político.<br />

La voz de Jonti mostró otra vez un acento irritado.<br />

—Oh, no soy uno de sus agentes que trata de comprometerle. Le estoy diciendo<br />

<strong>la</strong> verdad. Hace un año me cogieron, como ahora han cogido a su padre. Pero conseguí<br />

escaparme, y vine a <strong>la</strong> Tierra, donde creí que estaría a salvo hasta que estuviese<br />

preparado para regresar. Eso es todo lo que necesito contarle acerca de mí mismo.<br />

—Es más de lo que he preguntado.<br />

Biron no conseguía eliminar de su voz un tono poco amistoso. Jonti le afectaba<br />

desfavorablemente con su amanerada precisión.<br />

—Ya lo sé. Pero es necesario que, por lo menos, le diga eso, pues fue así como<br />

conocí a su padre. Trabajaba conmigo, o mejor dicho, yo trabajaba con él. Me conocía,<br />

pero no oficialmente, como el noble más grande del p<strong>la</strong>neta de Nefelos. ¿Comprende?<br />

Biron, sumido en <strong>la</strong> oscuridad, asintió inútilmente con <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Sí—musitó.<br />

—No es necesario entrar en más detalles. Incluso aquí he conservado mis<br />

fuentes de información, y sé que ha sido detenido. Lo sé. Si sólo hubiera sido una<br />

sospecha, este intento de asesinato a usted constituiría una prueba suficiente.<br />

12


—¿De qué modo?<br />

—Si los tyrannios tienen al padre, cree que van a dejar al hijo en libertad?<br />

—¿Acaso trata de decirme que los tyrannios pusieron esa bomba de radiación<br />

en mi cuarto? Es imposible.<br />

—¿Por qué ha de ser imposible? Es que no se hace cargo de su situación? Los<br />

tyrannios gobiernan en cincuenta mundos; numéricamente son superiores a razón de<br />

cien por uno. <strong>En</strong> tal situación, <strong>la</strong> fuerza por sí so<strong>la</strong> no basta. Su especialidad son los<br />

métodos tortuosos, <strong>la</strong> intriga y el asesinato. La red que tienen a través del espacio es<br />

grande y de estrecha mal<strong>la</strong>. Tengo motivos para creer que se extiende a través de<br />

quinientos años luz, hasta <strong>la</strong> Tierra.<br />

Biron estaba todavía bajo los efectos de <strong>la</strong> pesadil<strong>la</strong>. Allá fuera, en <strong>la</strong> distancia,<br />

se oían los leves ruidos de <strong>la</strong>s pantal<strong>la</strong>s de plomo que eran tras<strong>la</strong>dadas a sus<br />

posiciones. Pensó que en su habitación el contador aún debía estar siseando.<br />

—No es razonable. Esta semana regreso a Nefelos. Deben saberlo. ¿Para qué<br />

me iban a matar aquí? Con sólo esperar, hubiese caído en sus manos.<br />

Le satisfizo encontrar el fallo, pues estaba ansioso por creer su propia lógica.<br />

Jonti se aproximó aún más, y su aliento fragante agitó el cabello de <strong>la</strong>s sienes de<br />

Biron.<br />

—Su padre es popu<strong>la</strong>r. Ya que ha sido encarce<strong>la</strong>do por los tyrannios, su<br />

ejecución es una probabilidad con <strong>la</strong> que debe enfrentarse. Su muerte será tomada a<br />

mal incluso por <strong>la</strong> raza de esc<strong>la</strong>vos acobardados que los tyrannios están tratando de<br />

criar. No tienen <strong>la</strong> intención de hacer mártires. Como nuevo ranchero de Widemos<br />

podría usted ser el centro de ese resentimiento, y ejecutarle dob<strong>la</strong>ría el peligro para<br />

ellos. Pero les convendría que muriese accidentalmente en un mundo distante.<br />

—No lo creo —dijo Biron. Era <strong>la</strong> única defensa que le quedaba. Jonti se levantó<br />

y se puso sus finos guantes.<br />

—Va demasiado lejos, Farrill. Su papel sería más convincente si no pretendiese<br />

una ignorancia tan completa. Es posible que su padre le haya estado ocultando <strong>la</strong><br />

realidad para protegerle mejor, pero dudo que sus creencias no le hayan afectado en<br />

alguna medida. Su odio a los tyrannios no puede ser más que un reflejo del de su<br />

padre. No es posible que no esté dispuesto a combatirlos.<br />

Biron se encogió de hombros.<br />

—Es posible incluso que su padre reconozca que usted es ya un adulto, hasta el<br />

punto de utilizarle —dijo Jonti—. Es conveniente que usted esté en <strong>la</strong> Tierra y tal vez<br />

combine su educación con una misión determinada..., quizás una misión tal, que los<br />

tyrannios estén dispuestos a matarle para hacer<strong>la</strong> fracasar.<br />

—Todo esto es un estúpido melodrama.<br />

—¿De veras? Pues que as' sea. Si <strong>la</strong> verdad no le convence ahora, los hechos le<br />

convencerán más tarde. Habrá otros atentados contra su vida, y el próximo tendrá<br />

éxito. Desde este momento, Farrill, es usted hombre muerto.<br />

Biron levantó <strong>la</strong> mirada.<br />

—¡Espere! ¿Cuál es su interés particu<strong>la</strong>r en este asunto?<br />

—Soy un patriota. Quisiera que los Reinos fuesen libres de nuevo, con sus<br />

gobiernos de su propia elección.<br />

13


—No. Digo su interés particu<strong>la</strong>r. No puedo aceptar un idealismo puro, porque no<br />

lo puedo creer en usted. —Las pa<strong>la</strong>bras de Biron sonaron agresivamente—. Sentiría<br />

que esto le ofendiese.<br />

Jonti se volvió a sentar.<br />

—Mis tierras han sido confiscadas —dec<strong>la</strong>ró—. Antes de mi exilio no resultaba<br />

agradable verse forzado a recibir órdenes de esos enanos. Y desde entonces se ha<br />

hecho más necesario aún volver a ser <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de hombre que mi abuelo había sido<br />

antes de <strong>la</strong> llegada de los tyrannios. 0 Le basta eso como razón práctica para desear<br />

una revolución? ¡Y a falta de él, usted!<br />

—¿Yo? Tengo veintitrés años y no sé nada de todo esto. Podna encontrar<br />

alguien mejor.<br />

—Podría, sin duda. Pero no hay nadie más que sea el hijo de su padre. Si matan<br />

a su padre, usted será ranchero de Widemos, y como tal me será de utilidad, aunque<br />

no tuviese más que doce años y, además, fuese idiota. Le necesito por <strong>la</strong> misma razón<br />

por <strong>la</strong> que los tyrannios quieren librarse de usted. Y si mi necesidad no le convence,<br />

sin duda <strong>la</strong> de ellos debe convencerle. Había una bomba de radiación en su cuarto; no<br />

podía haber tenido más objeto que matarle. ¿Quién si no los tyrannios podría tener<br />

deseos de matarle?<br />

Jonti esperó pacientemente el susurro del otro.<br />

—Nadie —concluyó Biron—. Que yo sepa nadie podría desear matarme. ¡Así<br />

pues, es verdad lo de mi padre!<br />

—Es verdad. Considérele una baja de guerra.<br />

—¿Y cree que eso es un consuelo? .Quizás algún día le dedicarán un<br />

monumento con una inscripción radiante que pueda ser vista a veinte mil kilómetros a<br />

través del espacio? —Su voz se iba quebrando—. ¿Es que eso iba a hacerme feliz?<br />

Jonti esperó, pero Biron no dijo nada más.<br />

—¿Qué piensa hacer? —inquirió Jonti.<br />

—Irme a casa.<br />

—<strong>En</strong>tonces, es que aún no comprende su situación.<br />

—Digo que me voy a casa. Qué quiere que haga? Si mi padre está vivo le<br />

sacaré de allí. Y si ha muerto... <strong>En</strong>tonces...<br />

—¡Calma! —La voz del mayor de los dos hombres parecía fríamente molesta—.<br />

Delira como una criatura. No puede ir a Nefelos. , No se hace cargo de que no puede<br />

ir? Estoy hab<strong>la</strong>ndo con un niño o con un hombre de sentido común?<br />

—¿Qué sugiere?—musitó Biron.<br />

—¿Conoce al director de Rhodia?<br />

—¿El amigo de los tyrannios? Le conozco. Sé quién es. Todo el mundo en los<br />

Reinos sabe quién es. Hinrik V, director de Rhodia.<br />

—¿Le conoce personalmente?<br />

—No.<br />

—Eso es lo que quería decir. Si no le ha visto no le conoce. Es un imbécil,<br />

Farrill, tal como suena. Pero cuando los tyrannios confisquen el rancho de Widemos, y<br />

14


lo confiscarán, lo mismo que confiscaron mis tierras, se lo adjudicarán a Hinrik. Los<br />

tyrannios creerán así más seguras aquel<strong>la</strong>s tierras, y allá es adonde tiene que ir.<br />

—¿Porqué?<br />

—Porque Hinrik tiene influencia sobre los tyrannios; tanta influencia como<br />

pueda tener un títere. Tal vez consiga que le rehabiliten.<br />

—No veo por qué. Lo más probable es que me entregue a ellos.<br />

—Efectivamente. Pero estará precavido, y puede tener una posibilidad de<br />

evitarlo. Recuerde que su título es valioso e importante, pero no es suficiente por sí<br />

solo. <strong>En</strong> estos asuntos de conspiraciones hay que ser prácticos por encima de todo. La<br />

gente se unirá en torno a usted por razones sentimentales y por respeto a su nombre,<br />

pero para conservar<strong>la</strong>s necesitará dinero.<br />

—Necesito tiempo para decidir—consideró Biron.<br />

—No hay tiempo. Su tiempo expiró cuando dejaron <strong>la</strong> bomba de radiación en su<br />

cuarto. Actuemos en seguida: puedo darle una carta de presentación para Hinrik de<br />

Rhodia.<br />

—¿Tanto le conoce?<br />

—Sus sospechas nunca andan muy lejos, ¿verdad? Una vez fui jefe de una<br />

misión a <strong>la</strong> corte de Hinrik en representación del autarca de Lingane. Probablemente su<br />

imbécil cerebro no me recordará, pero no se atreverá a confesar que lo ha olvidado. Le<br />

servirá de presentación, y desde allí podrá improvisar. Tendré <strong>la</strong> carta preparada por <strong>la</strong><br />

mañana. Hay una nave que sale para Rhodia a mediodía. Tengo billetes para usted. Yo<br />

también me voy, pero por otra ruta. No se entretenga. Aquí ya ha terminado, ¿verdad?<br />

—Falta <strong>la</strong> entrega del diploma.<br />

—Es sólo un trozo de pergamino. ¿Le importa?<br />

—Ahora no.<br />

—¿Tiene dinero?<br />

—Suficiente.<br />

—Muy bien. Si tuviera demasiado sena sospechoso —dijo Jonti con voz<br />

imperiosa—. ¡Farrill!<br />

obras.<br />

Biron salió de su estado cercano a <strong>la</strong> estupefacción.<br />

—¿Qué?<br />

—Reúnase con los demás. No diga a nadie que se va. Deje que hablen <strong>la</strong>s<br />

Biron asintió como atontado. <strong>En</strong> el fondo de su mente quedaba el<br />

presentimiento de que no había cumplido su misión, y que también en aquel<strong>la</strong> ocasión<br />

había fal<strong>la</strong>do a su moribundo padre. Se sintió torturado por una amargura inútil.<br />

Debería haberle dicho más. Podía haber compartido los peligros. No debió permitirle<br />

que obrara en <strong>la</strong> ignorancia.<br />

Y ahora que sabía <strong>la</strong> verdad o. por lo menos, sabia más que antes acerca del<br />

papel de su padre en <strong>la</strong> conspiración, resultaba aún más importante el documento que<br />

debía haber obtenido de los archivos de <strong>la</strong> Tierra. Pero ya no quedaba tiempo para<br />

conseguirlo, ni para preocuparse de él, ni para salvar a su padre; quizá ni siquiera<br />

quedaba tiempo para vivir.<br />

15


—Haré tal como me dice, Jonti —dec<strong>la</strong>ró.<br />

Sander Jonti se detuvo en los escalones de acceso al dormitorio de <strong>la</strong><br />

universidad y <strong>la</strong>nzó una rápida ojeada. No había ciertamente admiración en su mirada.<br />

Mientras descendía al camino en<strong>la</strong>dril<strong>la</strong>do que serpenteaba con escasa<br />

elegancia a través de <strong>la</strong> atmósfera seudorrústica que asumían desde <strong>la</strong> antigüedad<br />

todos los ambientes universitarios, podía ver enfrente el resp<strong>la</strong>ndor de <strong>la</strong>s luces de <strong>la</strong><br />

única calle importante de <strong>la</strong> ciudad. Más allá, ahogado durante el día, pero visible<br />

ahora, se percibía el eterno azul radiactivo del horizonte, mudo testigo de guerras<br />

prehistóricas.<br />

Jonti contempló durante un momento el cielo. Habían pasado más de cincuenta<br />

años desde que los tyrannios vinieron para poner abrupto término a <strong>la</strong>s vidas<br />

separadas de dos docenas de unidades políticas distantes y pendencieras en <strong>la</strong>s<br />

profundidades, más allá de <strong>la</strong> Nebulosa. Ahora, de improviso y prematuramente,<br />

pesaba sobre el<strong>la</strong>s <strong>la</strong> paz de <strong>la</strong> estrangu<strong>la</strong>ción.<br />

La tempestad que <strong>la</strong>s había devastado con un inmenso estallido era algo de lo<br />

que aún no se habían recuperado. No había dejado más que una especie de espasmo<br />

que de vez en cuando agitaba un mundo aquí o allá. Organizar esos espasmos,<br />

sincronizarlos en un impulso oportuno, sería tarea <strong>la</strong>rga y difícil. Jonti llevaba ya<br />

demasiado tiempo en <strong>la</strong> Tierra; era hora de regresar.<br />

Los otros, allá en su patria, probablemente trataban en aquel preciso instante<br />

de entrar en contacto con él.<br />

Apretó el paso.<br />

Captó el haz de luz en cuanto entró en su habitación. Era un haz personal, por<br />

cuya seguridad no sentía todavía temor alguno, y que no presentaba ningún fallo en su<br />

secreto. No se requería un receptor especial; nada de metal y a<strong>la</strong>mbres para captar <strong>la</strong>s<br />

débiles oleadas de electrones que susurraban a través del hiperespacio desde un<br />

mundo que distaba quinientos años luz.<br />

<strong>En</strong> su habitación el espacio mismo estaba po<strong>la</strong>rizado y dispuesto para <strong>la</strong><br />

recepción. Su estructura había dejado de ser fortuita. No había manera de detectar tal<br />

po<strong>la</strong>rización, excepto por medio del receptor. Y en aquel volumen determinado de<br />

espacio sólo su propia mente podía actuar como receptor: puesto que so<strong>la</strong>mente <strong>la</strong>s<br />

características eléctricas de su propio sistema de célu<strong>la</strong>s nerviosas podían resonar a <strong>la</strong>s<br />

vibraciones del haz luminoso que transportaba el mensaje.<br />

El mensaje era tan privado como <strong>la</strong>s características únicas de sus propias ondas<br />

cerebrales, y en todo el universo, con sus cuatrillones de seres humanos, <strong>la</strong><br />

probabilidad de que se produjese un duplicado lo suficientemente semejante para<br />

permitir que un hombre pudiese captar <strong>la</strong> onda personal de otro era un número de<br />

veinte cifras contra uno.<br />

El cerebro de Jonti se orientaba hacia <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada que se deslizaba a través del<br />

espacio, del vado incomprensible del hiperespacio.<br />

—...l<strong>la</strong>mando..., l<strong>la</strong>mando.... l<strong>la</strong>mando..., l<strong>la</strong>mando...<br />

Emitir no era tan sencillo como recibir. Se requería un dispositivo mecánico<br />

para establecer <strong>la</strong> onda portadora específica que devolvería el contacto hasta más allá<br />

de <strong>la</strong> Nebulosa. Ese dispositivo se encontraba dentro del botón de adorno que llevaba<br />

en el hombro derecho, y se activó automáticamente en cuanto entró en su volumen de<br />

16


po<strong>la</strong>rización espacial, después de lo cual no tenía más que pensar concentradamente<br />

en su objetivo.<br />

—Aquí estoy.<br />

No era necesaria ninguna identificación más específica. La monótona repetición<br />

de <strong>la</strong> señal de <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada cesó, y se convirtió en pa<strong>la</strong>bras que tomaron forma en su<br />

cerebro.<br />

—Te saludamos, señor. Widemos ha sido ejecutado. Como es natural, <strong>la</strong> noticia<br />

aún no se ha hecho pública.<br />

y leal.<br />

—No me sorprende. ( Hubo alguien más implicado?<br />

—No, señor. El ranchero no hizo manifestación alguna. Era un hombre valiente<br />

—Sí. Pero se necesita algo más que simple valentía y lealtad, o de lo contrario<br />

no le hubiesen cogido. Un poco más de cobardía hubiese sido útil. ¡No importa! He<br />

hab<strong>la</strong>do con su hijo, el nuevo ranchero, quien se ha enfrentado ya con <strong>la</strong> muerte. Lo<br />

utilizaremos.<br />

—¿Puedo preguntar de qué manera, señor?<br />

—Mejor será dejar que los hechos contesten tu pregunta. Lo cierto es que<br />

todavía no puedo predecir <strong>la</strong>s consecuencias. Mañana saldrá al encuentro de Hinrik de<br />

Rhodia.<br />

—¡Hinrik! Ese joven correrá un peligro terrible. ¿Se da cuenta de que...?<br />

—Le he dicho todo lo que he podido —respondió Jonti, tajante—. No podemos<br />

fiarnos demasiado de él, hasta que le hayamos probado. <strong>En</strong> <strong>la</strong>s circunstancias<br />

presentes no podemos considerarle más que un hombre que debe ser arriesgado,<br />

como cualquier otro. Podemos gastarlo, completamente. No me l<strong>la</strong>méis aquí otra vez,<br />

pues me voy de <strong>la</strong> Tierra.<br />

Jonti hizo un gesto que significaba el fin de <strong>la</strong> conexión y <strong>la</strong> cortó mentalmente.<br />

Se quedó pensativo y repasó con lentitud los acontecimientos del día y de <strong>la</strong><br />

noche, sopesando cada uno de ellos. Poco a poco se sonrió. Todo había sido dispuesto<br />

perfectamente, y <strong>la</strong> comedia podía ahora seguir representándose por S' so<strong>la</strong>.<br />

No se había dejado nada al azar.<br />

17


3<br />

El azar y el reloj de pulsera<br />

La primera hora después de que una nave espacial se ha liberado de <strong>la</strong><br />

servidumbre p<strong>la</strong>netaria es <strong>la</strong> más prosaica. Hay <strong>la</strong> confusión de <strong>la</strong> salida, que<br />

esencialmente es muy semejante a <strong>la</strong> que debió acompañar <strong>la</strong> partida del primer<br />

tronco hueco en algún río primitivo.<br />

Uno se acomoda y alguien se ocupa del equipaje; se produce el primer instante<br />

de extrañeza y de agitación sin sentido en torno a uno. Las intimidades pronunciadas<br />

en voz alta en el último momento; luego <strong>la</strong> calma, el sonido apagado de <strong>la</strong>s esclusas<br />

seguido del suspiro lento del aire cuando los cierres se deslizan automáticamente hacia<br />

dentro, como gigantescas perforadoras que se cierran herméticamente.<br />

Sigue el profundo silencio y <strong>la</strong>s señales rojas que centellean en todas <strong>la</strong>s<br />

habitaciones.<br />

«Ajustarse los trajes de aceleración..., ajustarse los trajes de aceleración...,<br />

ajustarse los trajes de aceleración.»<br />

Los camareros recorren los pasillos l<strong>la</strong>mando brevemente con los nudillos a<br />

cada puerta y abriéndo<strong>la</strong> con brusquedad.<br />

—Perdone. Póngase el traje.<br />

Y uno lucha con los trajes, fríos, apretados, incómodos, pero conectados a un<br />

sistema hidráulico que absorbe <strong>la</strong>s mareantes presiones de <strong>la</strong> partida.<br />

Luego se percibe el lejano rumor de los motores a propulsión atómica que<br />

funcionan a baja potencia para maniobrar en <strong>la</strong> atmósfera, seguido al instante por el<br />

empuje hacia atrás contra el aceite de <strong>la</strong> montura del traje, que cede lentamente.<br />

Luego, muy despacio, uno es empujado de nuevo hacia de<strong>la</strong>nte, al disminuir <strong>la</strong><br />

aceleración. Si consigue evitar <strong>la</strong>s náuseas durante este período, uno estará<br />

probablemente libre de mareo espacial hasta el fin del viaje.<br />

El mirador no se abrió a los pasajeros durante <strong>la</strong>s tres primeras horas de vuelo,<br />

y cuando <strong>la</strong> atmósfera quedó atrás y <strong>la</strong>s puertas dobles estaban a punto de separarse,<br />

había una <strong>la</strong>rga co<strong>la</strong> que esperaba. Allí estaban reunidos no sólo todos los<br />

«p<strong>la</strong>netarios» (en otras pa<strong>la</strong>bras, los que nunca habían estado antes en el espacio),<br />

sino también una buena parte de los viajeros de más experiencia.<br />

Después de todo, <strong>la</strong> vista de <strong>la</strong> Tierra desde el espacio era una de <strong>la</strong>s cosas<br />

obligadas para el turista.<br />

El mirador era una burbuja en <strong>la</strong> «piel» de <strong>la</strong> nave, una burbuja de plástico<br />

transparente, duro como el acero, de forma curva y más de medio metro de espesor.<br />

La cubierta retráctil de acero al iridio que <strong>la</strong> protegía contra <strong>la</strong> abrasión de <strong>la</strong> atmósfera<br />

y de sus partícu<strong>la</strong>s de polvo había sido descorrida. Las luces estaban apagadas, y <strong>la</strong><br />

galería llena de gente. Las caras que miraban a través de <strong>la</strong>s barras bril<strong>la</strong>ban a <strong>la</strong> luz<br />

de <strong>la</strong> Tierra que colgaba allá abajo, balón gigantesco que resp<strong>la</strong>ndecía con manchas<br />

anaranjadas, azules y b<strong>la</strong>ncas. El hemisferio visible parecía estar casi del todo<br />

iluminado por el sol; los continentes bajo <strong>la</strong>s nubes eran de color anaranjado, como el<br />

desierto, con líneas delgadas y distantes de verde. Los mares eran azules, y se<br />

18


destacaban netamente frente al negro del espacio, allá donde se encontraban con el<br />

horizonte. Y por todas partes, en el negro y limpio cielo, estaban <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s.<br />

Los que observaban esperaron pacientemente.<br />

No era el hemisferio iluminado lo que querían. El casquete po<strong>la</strong>r, de un b<strong>la</strong>nco<br />

cegador, iba deslizándose a <strong>la</strong> vista mientras <strong>la</strong> nave mantenía <strong>la</strong> pequeña, casi<br />

imperceptible aceleración que le iba sacando de <strong>la</strong> elíptica. Pronto <strong>la</strong> sombra de <strong>la</strong><br />

noche fue adueñándose del globo, y <strong>la</strong> gran is<strong>la</strong> mundial de Eurasia-África apareció en<br />

escena majestuosamente, con su parte norte «hacia abajo».<br />

Su suelo enfermo y sin vida escondía su horror bajo un juego de joyas inducido<br />

por <strong>la</strong> noche. La radiactividad del suelo era un inmenso mar azul iridiscente que<br />

centelleaba en festones extraños, los cuales indicaban <strong>la</strong> manera en que en otro<br />

tiempo habían caído <strong>la</strong>s bombas nucleares, una generación antes de que se hubiese<br />

desarrol<strong>la</strong>do <strong>la</strong> defensa de los campos de fuerza contra <strong>la</strong>s explosiones atómicas, para<br />

que ningún otro mundo pudiera suicidarse precisamente de aquel modo.<br />

Los pasajeros siguieron contemp<strong>la</strong>ndo hasta que, con el paso de <strong>la</strong>s horas, <strong>la</strong><br />

Tierra se convirtió en una media moneda bril<strong>la</strong>nte en un negro infinito.<br />

<strong>En</strong>tre los que observaban se encontraba Biron Farrill. Estaba sentado solo, en<br />

primera fi<strong>la</strong>, con los brazos apoyados sobre <strong>la</strong> barandil<strong>la</strong>, y <strong>la</strong> mirada pensativa y<br />

preocupada. No era así cómo había pensado dejar <strong>la</strong> Tierra. Se trotó <strong>la</strong> áspera barbil<strong>la</strong><br />

con el brazo bronceado y se sintió culpable de no haberse afeitado aquel<strong>la</strong> mañana.<br />

Dentro de un rato iría a su cuarto y se arreg<strong>la</strong>ría. <strong>En</strong>tretanto, vaci<strong>la</strong>ba en marcharse.<br />

Allí había gente, pero en su cuarto estaría solo.<br />

O era ésta precisamente una razón para marcharse? No le gustaba el nuevo<br />

sentimiento que perciba en si mismo, de ser perseguido, de no tener amigos.<br />

No le quedaba ni un asomo de amistad; toda se había marchitado en el mismo<br />

instante en que le despertó <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mada telefónica, hacía menos de veinticuatro horas.<br />

Incluso en el dormitorio se había convertido en un estorbo. El viejo Esbak se<br />

había precipitado sobre él a su regreso de <strong>la</strong> conversación con Jonti en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de<br />

estudiantes. Esbak estaba agitadísimo, y su voz resultaba excesivamente aguda.<br />

—Señor Farrill, le he estado buscando. Ha sido un desgraciado incidente. No lo<br />

comprendo. ¿Tiene usted alguna explicación?<br />

—No —había dicho Biron casi a voz en grito—, no <strong>la</strong> tengo. ¿Cuándo podré<br />

entrar en mi habitación y sacar mis cosas?<br />

—Seguramente por <strong>la</strong> mañana. Acabamos de traer el equipo para investigar <strong>la</strong><br />

habitación. Ya no queda vestigio ninguno de radiactividad por encima del nivel normal<br />

del fondo. Por fortuna se ha podido usted librar a tiempo; se ha debido escapar por<br />

muy pocos minutos.<br />

—Sí, sí, pero si me lo permite, desearía descansar.<br />

—Le ruego que utilice mi habitación hasta mañana; y luego le alojaremos de<br />

nuevo por los pocos días que le quedan. Perdón, señor Farrill, pero si no le molesta,<br />

hay otro asunto...<br />

Evidentemente, se mostraba demasiado cortés.<br />

—¿Qué otro asunto? —preguntó Biron en tono de cansancio.<br />

—¿Sabe usted de alguien que haya podido estar interesado en..., bueno, en<br />

liquidarle?<br />

19


—¡Liquidarme así! Desde luego que no.<br />

—¿Cuáles son entonces sus p<strong>la</strong>nes? Como es natural, <strong>la</strong>s autoridades de <strong>la</strong><br />

escue<strong>la</strong> <strong>la</strong>mentarían mucho que hubiese publicidad a consecuencia de este incidente.<br />

¡Era notable aquel<strong>la</strong> insistencia en referirse a ello como a un «incidente»!<br />

—Le comprendo. Pero no se preocupe. No me interesan ni <strong>la</strong>s investigaciones ni<br />

<strong>la</strong> policía. Me marcho pronto de <strong>la</strong> Tierra, y prefiero que no se me perturben mis<br />

p<strong>la</strong>nes. No voy a acusar a nadie; al fin y al cabo, aún estoy vivo.<br />

El alivio de Esbak fue casi indecoroso. Eso era todo lo que querían de él. Nada<br />

desagradable. No era sino un incidente que debía ser olvidado.<br />

<strong>En</strong>tró nuevamente en su antigua habitación a <strong>la</strong>s siete de <strong>la</strong> mañana. Estaba<br />

tranquilo, y no se oía murmullo alguno en el armario. La bomba ya no estaba allí, ni<br />

tampoco el contador. Probablemente Esbak se los había llevado, y los habría tirado al<br />

<strong>la</strong>go. Así se destruían <strong>la</strong>s pruebas, pero eso era asunto de <strong>la</strong> escue<strong>la</strong>. Metió sus cosas<br />

en <strong>la</strong>s maletas y pasó por <strong>la</strong> oficina para que le asignasen otra habitación. Observó que<br />

<strong>la</strong> luces funcionaban nuevamente, lo mismo que el visiófono. El único vestigio de <strong>la</strong><br />

noche pasada era <strong>la</strong> torcida puerta, con su cerradura fundida.<br />

Le dieron otro cuarto, lo cual establecía, para cualquiera que pudiera estar<br />

escuchando, su intención de quedarse. Luego, utilizando el teléfono del vestíbulo,<br />

l<strong>la</strong>mó a un taxi aéreo. No creía que nadie le hubiera visto. Que <strong>la</strong> escue<strong>la</strong> explicase<br />

como quisiese su desaparición.<br />

<strong>En</strong> el puerto espacial había visto a Jonti durante un instante. Se miraron<br />

so<strong>la</strong>mente de reojo. Jonti no dijo nada, ni dio muestras de haberle reconocido, pero<br />

cuando hubo pasado junto a él, en <strong>la</strong> mano de Biron quedó un pequeño globo negro,<br />

que era una cápsu<strong>la</strong> personal, y un billete para Rhodia.<br />

Se entretuvo un momento con <strong>la</strong> cápsu<strong>la</strong> personal, que no estaba sel<strong>la</strong>da. Más<br />

tarde leyó el mensaje en su habitación. Era una sencil<strong>la</strong> presentación con un mínimo<br />

de pa<strong>la</strong>bras.<br />

Mientras contemp<strong>la</strong>ba desde el mirador cómo <strong>la</strong> Tierra se iba empequeñeciendo<br />

con el paso del tiempo, dedicó durante un rato sus pensamientos a Sander Jonti. Le<br />

conocía sólo muy superficialmente hasta que Jonti penetró de un modo devastador en<br />

su vida, primero para salvar<strong>la</strong> y luego para dirigir<strong>la</strong> por un camino nuevo y<br />

desconocido. Biron conocía su nombre, le saludaba al pasar y a veces había cambiado<br />

con él algunas pa<strong>la</strong>bras puramente formu<strong>la</strong>rias, pero eso era todo. No le gustaba aquel<br />

hombre, su frialdad, su excesiva corrección en el vestir, su personalidad amanerada.<br />

Pero todo eso no tenía nada que ver con <strong>la</strong> situación actual.<br />

Biron se frotó su áspera barbil<strong>la</strong> con <strong>la</strong> mano inquieta y suspiró. La verdad era<br />

que deseaba ardientemente <strong>la</strong> presencia de Jonti. Aquel hombre, por lo menos,<br />

dominaba los acontecimientos. Supo lo que había que hacer. Y ahora que Biron estaba<br />

solo se sentía muy joven, muy desamparado, sin amigos, y casi asustado.<br />

Con todo ello evitaba conscientemente pensar en su padre. No hubiese servido<br />

de nada.<br />

—Señor Ma<strong>la</strong>ine.<br />

Repitieron el nombre dos o tres veces antes de que Biron reaccionase ante el<br />

respetuoso golpe sobre el hombro, y levantase <strong>la</strong> mirada.<br />

20


—Señor Ma<strong>la</strong>ine —dijo de nuevo el robot mensajero, y durante cinco segundos<br />

Biron le contempló sin responder, hasta que recordó que aquél era su nombre<br />

provisional. Estaba ligeramente escrito a lápiz en el billete que Jonti le había dado. Le<br />

habían reservado un camarote bajo aquel nombre.<br />

—Sí. ¿Qué ocurre? Yo soy Ma<strong>la</strong>ine.<br />

La voz del mensajero silbó débilmente mientras el carrete interior emitía su<br />

mensaje.<br />

—Me han pedido que le informe de que le han cambiado de camarote, y que su<br />

equipaje ha sido tras<strong>la</strong>dado. Si va usted a ver al sobrecargo le entregarán su nueva<br />

l<strong>la</strong>ve. Esperamos que eso no le ocasione ninguna molestia.<br />

—¿A qué viene todo esto? —Biron giró rápidamente en su asiento, y algunos de<br />

los pocos pasajeros que aún quedaban en el mirador le contemp<strong>la</strong>ron ante <strong>la</strong> violencia<br />

de su respuesta—. ¿ Cuál es el motivo?<br />

Naturalmente, no servía de nada discutir con una máquina que ya había<br />

desempeñado su función. El mensajero había inclinado respetuosamente su cabeza<br />

automática, sin alterar su expresión imitativa de una suave sonrisa humana, y se había<br />

ido.<br />

Biron salió del mirador y abordó al oficial de <strong>la</strong> nave que estaba junto a <strong>la</strong><br />

puerta de un modo algo más enérgico de lo que se había propuesto.<br />

—Oiga. Tengo que ver al capitán. El oficial no mostró sorpresa alguna.<br />

—¿Es importante, señor?<br />

—¡Tan cierto como el Espacio, que es importante! Me acaban de cambiar de<br />

camarote sin mi permiso, y me gustaría saber a qué se debe.<br />

Incluso ya en aquel instante, Biron se dio cuenta de que su ira no guardaba<br />

proporción con <strong>la</strong> causa, pero respondía a una acumu<strong>la</strong>ción de resentimientos. Casi le<br />

hab<strong>la</strong>n obligado a abandonar <strong>la</strong> Tierra como un criminal en fuga, iba no sabía adonde,<br />

para hacer no sabía qué, y ahora no le dejaban en paz a bordo de <strong>la</strong> nave. Era<br />

demasiado.<br />

Con todo, tenía <strong>la</strong> inquietante sensación de que si Jonti hubiese estado en su<br />

lugar habría obrado de modo diferente, quizá más prudentemente. C<strong>la</strong>ro que él no era<br />

Jonti.<br />

—L<strong>la</strong>maré al sobrecargo—dijo el oficial.<br />

—Deseo ver al capitán —insistió Biron.<br />

—Bien, como desee —Y después de una breve conversación a través del<br />

pequeño comunicador de <strong>la</strong> nave, que pendía de su so<strong>la</strong>pa, añadió cortésmente—: Le<br />

l<strong>la</strong>marán; haga el favor de esperar.<br />

El capitán Hirm Gordell era un hombre más bien bajo y corpulento; al entrar<br />

Biron se levantó cortésmente y se inclinó sobre su escritorio para estrecharle <strong>la</strong> mano.<br />

—Señor Ma<strong>la</strong>ine —dijo—, <strong>la</strong>mento que hayamos tenido que molestarle.<br />

Su cara era rectangu<strong>la</strong>r, el cabello de color gris de acero, su pequeño y bien<br />

cuidado bigote de un tono algo más oscuro, y sonreía ligeramente.<br />

—También yo lo <strong>la</strong>mento —dijo Biron—. Había reservado un camarote al cual<br />

tenía derecho y creo que ni siquiera usted, señor, estaba autorizado a cambiarlo sin mi<br />

permiso.<br />

21


—De acuerdo, señor Ma<strong>la</strong>ine. Pero, como usted comprenderá, ha sido un caso<br />

de fuerza mayor. Ha llegado en el último instante una persona importante e insistió en<br />

que le desp<strong>la</strong>zásemos a un camarote más cercano al centro de gravedad de <strong>la</strong> nave.<br />

Está delicado del corazón y es importante para él que <strong>la</strong> gravedad de <strong>la</strong> nave sea <strong>la</strong><br />

menor posible. No teníamos elección.<br />

—Está bien, pero, ¿por qué tenían que desp<strong>la</strong>zarme precisamente a mí?<br />

—Alguien tenía que ser. Usted viaja solo, es joven, y pensamos que no tendría<br />

dificultad en asimi<strong>la</strong>r una gravedad ligeramente mayor. —Recorrió con <strong>la</strong> mirada el<br />

musculoso cuerpo de Biron de pies a cabeza—. Además, encontrará usted que su<br />

nuevo camarote está mejor equipado que el anterior. No ha perdido usted con el<br />

cambio; ciertamente que no.<br />

El capitán salió de detrás de su escritorio.<br />

—¿Me permite que le enseñe personalmente su nuevo alojamiento?<br />

A Biron le resultó difícil mantener su resentimiento. Todo aquel asunto parecía<br />

razonable, pero a <strong>la</strong> vez, extrañamente, no lo parecía tanto.<br />

Mientras caminaba, el capitán le iba hab<strong>la</strong>ndo.<br />

—¿Querrá usted acompañarme a mi mesa para <strong>la</strong> cena de mañana? Nuestro<br />

primer salto está fijado a esa hora. Biron se oyó decir a sí mismo:<br />

—Gracias. Me sentiré muy honrado.<br />

No obstante, <strong>la</strong> invitación le pareció extraña. Aceptaba que el capitán no<br />

pretendía más que apaciguarle, pero sin duda el método era más enérgico de lo<br />

necesario.<br />

La mesa del capitán era <strong>la</strong>rga y ocupaba por completo una de <strong>la</strong>s paredes del<br />

salón. Biron se encontró cerca del centro asumiendo una preferencia inadecuada sobre<br />

otros comensales. Y no obstante estaba ante él <strong>la</strong> tarjeta con su nombre. El<br />

mayordomo había insistido; no había ningún error.<br />

Biron no era excesivamente modesto. Como hijo del ranchero de Widemos, no<br />

había sido nunca necesario desarrol<strong>la</strong>r en él tal característica. Pero, como Biron<br />

Ma<strong>la</strong>ine, no era más que un ciudadano ordinario, y esas cosas no deberán suceder a<br />

ciudadanos ordinarios.<br />

<strong>En</strong> primer lugar, el capitán tenía toda <strong>la</strong> razón en lo referente a su nuevo<br />

camarote. Era en verdad más completo. El camarote primitivo estaba de acuerdo con<br />

<strong>la</strong> categoría indicada en su billete, sencillo y de segunda c<strong>la</strong>se, mientras que el que lo<br />

había reemp<strong>la</strong>zado era uno de primera y doble. Tenía anexo un cuarto de baño,<br />

privado, naturalmente, con ducha y secador de aire.<br />

Estaba cerca del «territorio de los oficiales», y <strong>la</strong> presencia de uniformes era<br />

casi abrumadora. Le habían llevado el almuerzo a su cuarto en un servicio de p<strong>la</strong>ta.<br />

Poco antes de <strong>la</strong> cena hizo su repentina aparición el peluquero. Quizá todo eso era lo<br />

que cabía esperar cuando se viaja en primera en una nave espacial de lujo, pero era<br />

demasiado bueno para Biron Ma<strong>la</strong>ine.<br />

Era realmente demasiado, pues poco antes de llegar el barbero, Biron acababa<br />

de regresar de un paseo vespertino que le había conducido por los pasillos a lo <strong>la</strong>rgo<br />

de una ruta deliberadamente tortuosa. Por todas partes se había encontrado con<br />

miembros de <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ción, corteses, serviles. Consiguió desprenderse de ellos y llegó<br />

al 140 D, su primer camarote, en el que nunca había dormido.<br />

22


Se detuvo para encender un cigarrillo, y en el instante que empleó en ello el<br />

único pasajero que estaba a <strong>la</strong> vista desapareció tras un recodo del pasillo. Biron tocó<br />

suavemente el l<strong>la</strong>mador luminoso, pero no obtuvo respuesta.<br />

No le habían quitado aún <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve del primer camarote. Un descuido, sin duda.<br />

Colocó <strong>la</strong> delgada chapa de metal en su orificio, y !a especial opacidad contenida en <strong>la</strong><br />

envoltura de aluminio activó el pequeño fototubo. Se abrió <strong>la</strong> puerta, y Biron dio un<br />

paso al interior.<br />

Fue todo lo que necesitaba. Salió, y <strong>la</strong> puerta se cerró automáticamente tras él.<br />

Se había dado cuenta inmediatamente. Su antiguo camarote no estaba ocupado; ni por<br />

un personaje importante de corazón delicado, ni por nadie. La cama y el mobiliario<br />

estaban demasiado bien arreg<strong>la</strong>dos; no había baúles, ni objetos de tocador; faltaba<br />

incluso el ambiente de los lugares ocupados.<br />

De modo que el lujo que le rodeaba no tenía más objeto que impedirle que<br />

hiciese nada por recuperar su antiguo camarote. Le estaban sobornando para que se<br />

quedase fuera de él sin protestar. ( Por qué? ¿Era <strong>la</strong> habitación lo que les interesaba, o<br />

era él mismo?<br />

Y ahora se encontraba sentado a <strong>la</strong> mesa del capitán, con aquel<strong>la</strong>s preguntas<br />

sin contestar. Se levantó cortésmente con los demás, cuando entró el capitán, el cual<br />

se dirigió al entarimado sobre el que estaba dispuesta <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga mesa, y ocupó su lugar.<br />

¿Por qué le habían desp<strong>la</strong>zado?<br />

Sonaba música en <strong>la</strong> nave, y se habían corrido <strong>la</strong>s puertas que separaban el<br />

comedor del mirador. Las luces estaban bajas, y eran de un tono anaranjado. Lo peor<br />

del mareo espacial, que pudo haberse producido después de <strong>la</strong> aceleración original o<br />

como consecuencia de <strong>la</strong> exposición a <strong>la</strong>s pequeñas diferencias de gravedad entre<br />

distintas partes de <strong>la</strong> nave, había pasado ya, y el comedor estaba lleno.<br />

El capitán se inclinó ligeramente hacia de<strong>la</strong>nte, y se dirigió a Biron.<br />

—Buenas noches, señor Ma<strong>la</strong>ine. Qué le parece su nuevo camarote?<br />

—Casi demasiado satisfactorio, señor. Un poco lujoso para mi modo de vivir.<br />

Dijo estas pa<strong>la</strong>bras con voz monótona, y le pareció apreciar una momentánea<br />

sensación de desaliento en <strong>la</strong> cara del capitán.<br />

A los postres se abrió nuevamente <strong>la</strong> piel de <strong>la</strong> burbuja de cristal del mirador, y<br />

se bajaron <strong>la</strong>s luces hasta casi apagar<strong>la</strong>s. <strong>En</strong> aquel<strong>la</strong> pantal<strong>la</strong> amplia y oscura no se<br />

veía ni el Sol, ni <strong>la</strong> Tierra, ni ningún p<strong>la</strong>neta. Estaban frente a <strong>la</strong> Vía Láctea, ante una<br />

vista transversal de <strong>la</strong> lente galáctica, que se dibujaba con trazo luminoso entre <strong>la</strong>s<br />

firmes y bril<strong>la</strong>ntes estrel<strong>la</strong>s.<br />

Automáticamente se extinguió el rumor de <strong>la</strong> conversación. Se desp<strong>la</strong>zaron<br />

algunas sil<strong>la</strong>s, de modo que todos quedaron cara a <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s. Los comensales se<br />

habían convertido en un grupo de espectadores, y <strong>la</strong> música no era sino un vago<br />

murmullo.<br />

La voz de los amplificadores resonó c<strong>la</strong>ra y equilibrada en el silencio.<br />

—¡Señoras y caballeros! Estamos a punto de dar el primer salto. Supongo que<br />

<strong>la</strong> mayoría de ustedes conocen, por lo menos teóricamente, lo que es un salto. Pero<br />

otros muchos de ustedes, en realidad, más de <strong>la</strong> mitad, nunca lo han experimentado.<br />

Es especialmente a ellos a quienes deseo hab<strong>la</strong>r.<br />

23


»El salto es exactamente lo que su nombre indica. <strong>En</strong> <strong>la</strong> misma estructura del<br />

espacio-tiempo es imposible viajar más rápidamente que <strong>la</strong> luz. Es una ley natural que<br />

fue descubierta quizá por uno de los antiguos, el tradicional Einstein, a quien se<br />

atribuyen demasiadas cosas. Y, como es natural, incluso a <strong>la</strong> velocidad de <strong>la</strong> luz se<br />

tardarían años, de tiempo en reposo, en llegar a <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s.<br />

»Por ello salimos de <strong>la</strong> estructura del espacio-tiempo para penetrar en el poco<br />

conocido dominio del hiperespacio, donde distancia y tiempo carecen de sentido. Es<br />

algo así como atravesar un delgado istmo para pasar de un océano a otro, en lugar de<br />

permanecer en el mar y rodear un continente para recorrer <strong>la</strong> misma distancia.<br />

»Naturalmente, se requiere una gran cantidad de energía para entrar en este<br />

«espacio dentro del espacio», como algunos lo l<strong>la</strong>man, así como muchos y complicados<br />

cálculos para asegurar nuevamente <strong>la</strong> entrada en el espacio-tiempo, en el punto<br />

adecuado. El resultado del consumo de tal energía e inteligencia hace posible atravesar<br />

distancias inmensas en un tiempo cero. Sólo gracias al salto son posibles los viajes<br />

intereste<strong>la</strong>res.<br />

»El salto que estamos a punto de efectuar tendrá lugar dentro de diez minutos.<br />

Se les advertirá. Nunca se produce más que una pequeña molestia momentánea;<br />

confío, por lo tanto, en que todos permanecerán tranquilos. Muchas gracias.»<br />

Se apagaron <strong>la</strong>s luces del todo, y no quedaron sino <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s.<br />

Pareció transcurrir mucho tiempo antes de que un terso anuncio llenase<br />

momentáneamente el aire:<br />

—El salto se producirá exactamente dentro de un minuto. —La misma voz<br />

comenzó entonces a contar segundos hacia atrás—: Cincuenta..., cuarenta...,<br />

treinta..., diez..., cinco..., tres..., uno...<br />

Fue algo así como si se hubiese producido una discontinuidad en <strong>la</strong> existencia,<br />

un golpe que so<strong>la</strong>mente conmovía lo más profundo de los huesos del hombre.<br />

<strong>En</strong> aquel<strong>la</strong> inmensurable fracción de segundo habían pasado cien años luz, y <strong>la</strong><br />

nave, que un momento antes estaba en <strong>la</strong>s afueras del sistema so<strong>la</strong>r, se encontraba<br />

ahora en <strong>la</strong>s profundidades del espacio intereste<strong>la</strong>r.<br />

Alguien cerca de Biron exc<strong>la</strong>mó con voz temblorosa:<br />

—¡Miren <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s!<br />

<strong>En</strong> un instante aquel murmullo se extendió a través de <strong>la</strong>s mesas y corrió<br />

silbando por el amplio salón:<br />

—¡Las estrel<strong>la</strong>s! ¡Mirad!<br />

<strong>En</strong> aquel<strong>la</strong> misma inmensurable fracción de segundo <strong>la</strong> vista de <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s<br />

había cambiado radicalmente. El centro de <strong>la</strong> gran ga<strong>la</strong>xia, <strong>la</strong> cual se extiende por<br />

treinta mil años luz desde una punta a <strong>la</strong> otra, se hal<strong>la</strong>ba ahora más cerca, y <strong>la</strong>s<br />

estrel<strong>la</strong>s se habían espesado, extendiéndose sobre el aterciope<strong>la</strong>do y negro vacío como<br />

un fino polvo, frente al cual se destacaban a intervalos <strong>la</strong>s más bril<strong>la</strong>ntes estrel<strong>la</strong>s<br />

cercanas.<br />

Biron, contra su voluntad, recordó el principio de un poema que él mismo había<br />

escrito a <strong>la</strong> sentimental edad de diecinueve años, en ocasión de su primer viaje<br />

espacial; aquel que le había llevado a <strong>la</strong> Tierra que ahora abandonaba. Sus <strong>la</strong>bios se<br />

movieron en silencio:<br />

Las estrel<strong>la</strong>s, cual polvo, me envuelven<br />

24


en nieb<strong>la</strong>s vivientes de luz,<br />

y me parece contemp<strong>la</strong>r todo el espacio<br />

en una inmensa visión.<br />

Se encendieron entonces <strong>la</strong>s luces, y los pensamientos de Biron salieron delespacio<br />

tan abruptamente como habían penetrado en él. Estaba de nuevo en el salón<br />

de una nave espacial, en una cena que tocaba a su fin y entre el zumbido de una<br />

conversación que se elevaba nuevamente a un nivel prosaico.<br />

Miró su reloj de pulsera, desvió a medias <strong>la</strong> mirada y luego, muy lentamente,<br />

volvió a contemp<strong>la</strong>rlo. Lo miró fijamente durante un <strong>la</strong>rgo minuto. Era el reloj de<br />

pulsera que había dejado en su dormitorio aquel<strong>la</strong> noche; había resistido <strong>la</strong> radiación<br />

asesina de <strong>la</strong> bomba, y lo había recogido a <strong>la</strong> mañana siguiente con el resto de sus<br />

cosas. ¿Cuántas veces lo había contemp<strong>la</strong>do, anotando mentalmente <strong>la</strong> hora, sin darse<br />

cuenta de <strong>la</strong> otra información que le proporcionaba a voz en grito?<br />

Porque <strong>la</strong> pulsera estaba b<strong>la</strong>nca, no azul. Era b<strong>la</strong>nca.<br />

Lentamente los acontecimientos de aquel<strong>la</strong> noche, todos ellos, aparecieron en<br />

su lugar. ¡Era extraño cómo un solo hecho podía eliminar de todos ellos <strong>la</strong> confusión!<br />

Se levantó abruptamente murmurando:<br />

—Perdón.<br />

Era una falta de etiqueta retirarse antes que el capitán, pero no le importaba<br />

gran cosa.<br />

Se dirigió precipitadamente a su camarote, subiendo con rapidez por <strong>la</strong>s<br />

rampas, en lugar de esperar a los ascensores ingrávidos. Cerró <strong>la</strong> puerta tras de sí y<br />

miró rápidamente en el cuarto de baño y en los armarios de pared. No tenía<br />

verdaderas esperanzas de encontrar a nadie. Lo que habían tenido que hacer, debían<br />

de haberlo hecho hacía horas.<br />

Examinó cuidadosamente su equipaje. Lo habían hecho muy bien. Casi sin dejar<br />

señales de que habían entrado y salido, habían sacado cuidadosamente sus<br />

documentos de identidad, un paquete de cartas de su padre, e incluso su presentación<br />

capsu<strong>la</strong>r para Hinrik de Rhodia.<br />

Era para eso que le habían desp<strong>la</strong>zado. No les interesaba ni su viejo ni su nuevo<br />

camarote, sino sencil<strong>la</strong>mente el proceso del tras<strong>la</strong>do. Durante cerca de una hora<br />

habían legítimamente, ¡ legítimamente, por el Espacio!, manipu<strong>la</strong>do su equipaje,<br />

realizando así sus intenciones.<br />

Biron se hundió en <strong>la</strong> amplia cama y pensó con frenesí, aunque de nada le<br />

sirvió. La trampa había sido perfecta. Todo estaba p<strong>la</strong>neado. Si no hubiese sido por <strong>la</strong><br />

coincidencia, imposible de predecir, de haber dejado su reloj de pulsera en el cuarto de<br />

baño aquel<strong>la</strong> noche, ni tan siquiera ahora se hubiese dado cuenta de lo tupida que era<br />

<strong>la</strong> red de los tyrannios a través del espacio.<br />

La señal de su puerta zumbó suavemente.<br />

—<strong>En</strong>tre—dijo.<br />

Era el mayordomo, quien dijo respetuosamente:<br />

—El capitán desea saber si puede hacer algo por usted. Parecía que no se<br />

encontraba bien cuando dejó <strong>la</strong> mesa.<br />

—Estoy bien.<br />

25


¡Cómo le observaban! Y en aquel instante supo que no había escapatoria<br />

posible, y que <strong>la</strong> nave le llevaba cortés, pero inexorablemente, hacia <strong>la</strong> muerte.<br />

26


4<br />

¿Libre?<br />

Sander Jonti se enfrentó fríamente con <strong>la</strong> mirada del otro y dijo:<br />

—¿Desaparecido, dice?<br />

Rizzet se pasó <strong>la</strong> mano por su roja cara.<br />

—Algo ha desaparecido. No conozco su identidad. Evidentemente, podría haber<br />

sido el documento que buscábamos. Todo lo que sabemos acerca de él es que estaba<br />

fechado entre los siglos quince al veinte del calendario primitivo de <strong>la</strong> Tierra, y que es<br />

peligroso.<br />

ése?<br />

—¿Existe alguna razón definitiva para pensar que el documento que falta es<br />

—So<strong>la</strong>mente una evidencia circunstancial. El gobierno de <strong>la</strong> Tierra lo guardaba<br />

cuidadosamente.<br />

—No haga caso de eso. Un terrestre trata siempre con veneración cualquier<br />

documento que haga referencia a su pasado pregaláctico. Es su ridícu<strong>la</strong> veneración por<br />

<strong>la</strong> tradición.<br />

—Pero éste fue robado, y. sin embargo, nunca se anunció el hecho. ¿ Para qué<br />

guardaban una funda vacía?<br />

—Puedo imaginarme que harían con eso antes de verse obligados a admitir que<br />

ha sido robada una sagrada reliquia. Pero no puedo creer que, después de todo, el<br />

joven Farrill lo hubiese conseguido... Creía que lo tenía usted bajo observación.<br />

Rizzet se sonrió.<br />

—El no lo consiguió.<br />

—¿Cómo lo sabe?<br />

El agente de Jonti hizo estal<strong>la</strong>r su bomba.<br />

—Porque hace veinte años que desapareció el documento.<br />

—<strong>En</strong>tonces no puede tratarse del mismo. No hace más de seis meses que el<br />

ranchero se enteró de su existencia.<br />

—<strong>En</strong> tal caso, otro le ganó por diecinueve años y medio. Jonti reflexionó y dijo:<br />

—No importa; no puede importar<br />

—¿Y por qué?<br />

—Porque hace meses que estoy aquí en <strong>la</strong> Tierra. Antes de que viniese era fácil<br />

que pudiese haber información valiosa aquí¡, en el p<strong>la</strong>neta. Pero fíjese ahora. Cuando<br />

<strong>la</strong> Tierra era el único p<strong>la</strong>neta habitado en toda <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia, era un lugar primitivo, desde<br />

el punto de vista militar. La única arma que habían inventado era una bomba de<br />

reacción nuclear burda y poco eficiente, para lo cual ni siquiera habían desarrol<strong>la</strong>do <strong>la</strong><br />

defensa lógica. —Extendió su brazo con delicado gesto en <strong>la</strong> dirección en que el azul<br />

horizonte resp<strong>la</strong>ndecía con ponzoñosa radiactividad, más allá del grueso hormigón de<br />

<strong>la</strong> habitación, y prosiguió—: Como residente temporal aquí veo todo esto con perfecta<br />

c<strong>la</strong>ridad. Es ridículo suponer que pueda aprenderse algo de una sociedad con aquel<br />

bajo nivel de tecnología militar. Siempre está de moda suponer que hay artes y<br />

27


ciencias perdidas, y siempre hay esas gentes que hacen un culto de primitivismo y dan<br />

atribuciones ridícu<strong>la</strong>s a <strong>la</strong>s civilizaciones prehistóricas de <strong>la</strong> Tierra.<br />

—Sin embargo —dijo Rizzet—. el ranchero era un hombre sensato. Nos dijo<br />

específicamente que era el documento más peligroso Que conocía. Recuerde sus<br />

pa<strong>la</strong>bras: puedo citar<strong>la</strong>s: «Es una cuestión de muerte para los tyrannios, y de muerte<br />

también para nosotros; pero representaría vida definitiva para <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia».<br />

—El ranchero, como todos los seres humanos, pudo equivocarse.<br />

—Piense, señor, que no tenemos idea de <strong>la</strong> naturaleza de tal documento.<br />

Podrían, por ejemplo, ser <strong>la</strong>s notas de <strong>la</strong>boratorio de alguien, que no hubiesen sido<br />

nunca publicadas. Podría ser algo que se refiriese a una arma que los terrestres no<br />

hubiesen nunca reconocido como tal; algo que en apariencia no fuese una arma,<br />

—Tonterías. Usted es un militar, y debería saberlo. Si hay una ciencia que ha<br />

sido constantemente estudiada por el hombre, y con éxito, es <strong>la</strong> tecnología militar.<br />

Ninguna arma militar hubiese permanecido sin realizar durante diez mil años. Creo,<br />

Rizzet, que volveremos a Lingane.<br />

Rizzet se encogió de hombros. No estaba convencido.<br />

Ni mucho menos lo estaba Jonti. Había sido robado, y eso era importante.<br />

¡Había valido <strong>la</strong> pena robarlo! Alguien de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia lo tenía ahora.<br />

Involuntariamente se le ocurrió <strong>la</strong> idea de que quizá lo tuviesen los tyrannios. El<br />

ranchero había sido de lo más evasivo en esta cuestión. Ni siquiera había confiado<br />

suficientemente en el mismo Jonti. El ranchero había dicho que llevaba consigo <strong>la</strong><br />

muerte; no se podía utilizar sin que se convirtiese en una arma de dos filos. Los <strong>la</strong>bios<br />

de Jonti se cerraron con furia. ¡Aquel necio y sus estúpidas insinuaciones! Y ahora<br />

había caído en manos de los tyrannios.<br />

¿Qué sucedería si un hombre como Aratap estuviese ahora en posesión de tal<br />

secreto, como muy bien pudiera ser? Aratap. Era el único hombre, ahora que había<br />

desaparecido el ranchero, que seguía siendo imposible de predecir, el más peligroso de<br />

todos los tyrannios.<br />

Simok Aratap era un hombre pequeño; algo patizambo y de ojos estrechos.<br />

Tenía el aspecto rechoncho, y los gruesos miembros del tyrannio medio, pero a pesar<br />

de que se enfrentaba con un ejemp<strong>la</strong>r excepcionalmente robusto y bien muscu<strong>la</strong>do de<br />

los mundos dominados, era completamente dueño de si mismo. Era el heredero<br />

confiado (en <strong>la</strong> segunda generación) de aquellos que habían dejado sus ventosos y<br />

áridos mundos y se habían desparramado por el vacío para capturar y encadenar los<br />

populosos y ricos p<strong>la</strong>netas de <strong>la</strong>s Regiones Nebu<strong>la</strong>res.<br />

Su padre dirigió un escuadrón de pequeñas y rápidas naves que atacaban y<br />

desaparecían, y luego atacaban de nuevo, hasta aniqui<strong>la</strong>r a <strong>la</strong>s grandes y pesadas<br />

naves titánicas que se les habían opuesto.<br />

Los mundos de <strong>la</strong> Nebulosa habían combatido a <strong>la</strong> manera antigua, pero los<br />

tyrannios aprendieron una nueva forma. Cuando <strong>la</strong>s grandes y resp<strong>la</strong>ndecientes naves<br />

de <strong>la</strong>s armadas rivales intentaron combatir en solitario, se encontraron atacando al<br />

vacío y desperdiciando sus reservas de energía. Los tyrannios, en cambio,<br />

abandonando el uso de <strong>la</strong> fuerza por sí so<strong>la</strong>, acentuaron <strong>la</strong> velocidad y <strong>la</strong> cooperación,<br />

en tal forma que los Reinos rivales cayeron sucesivamente uno tras otro; cada uno de<br />

ellos había esperado (casi alegrándose de <strong>la</strong> derrota de sus vecinos), falsamente<br />

seguros tras <strong>la</strong>s defensas de sus naves de acero, hasta que les llegaba el turno.<br />

28


Pero hacía cincuenta años de aquel<strong>la</strong>s guerras. Ahora <strong>la</strong>s Regiones Nebu<strong>la</strong>res<br />

eran satrapías que no requerían más que actos de ocupación e imposición de<br />

impuestos. Antes había mundos que conquistar, pensaba Aratap con desgana, pero<br />

ahora poca cosa quedaba por hacer salvo enfrentarse individualmente con algunos<br />

hombres.<br />

Miró al joven con quien se enfrentaba. Era un hombre muy joven, alto y de<br />

amplios hombros, en verdad; cara absorta y vivaz. pelo ridícu<strong>la</strong>mente corto, lo que era<br />

sin duda una afectación universitaria. De un modo extraoficial, Aratap le compadecía.<br />

Estaba evidentemente asustado.<br />

Biron no identificó el sentimiento que percibía en s¡ mismo como «miedo». Si le<br />

hubiesen pedido que diese un nombre a tal emoción, <strong>la</strong> hubiese descrito como<br />

«tensión». Toda su vida había considerado a los tyrannios como señores dominantes.<br />

Su padre, a pesar de ser fuerte y vital, indiscutido en su propio dominio,<br />

respetuosamente escuchado en otros, era cal<strong>la</strong>do y casi humilde en presencia de los<br />

tyrannios.<br />

Iban de vez en cuando a Widemos en visitas de cortesía, con preguntas sobre el<br />

tributo anual que l<strong>la</strong>maban impuestos. El ranchero de Widemos era el responsable de<br />

<strong>la</strong> cobranza y entrega de tales fondos en nombre del p<strong>la</strong>neta Nefelos, y los tyrannios<br />

se limitaban a examinar superficialmente sus libros.<br />

El mismo ranchero les ayudaba a salir de sus pequeñas naves. A <strong>la</strong>s horas de<br />

comer se sentaban a <strong>la</strong> cabecera de <strong>la</strong> mesa, y se les servía los primeros; cuando<br />

hab<strong>la</strong>ban, toda otra conversación cesaba instantáneamente.<br />

De niño le había extrañado que tales hombres pequeños y feos fuesen tratados<br />

con tanta consideración, pero cuando creció se dio cuenta de que para su padre eran lo<br />

mismo que su padre era para un mozo de establo. Incluso aprendió a hab<strong>la</strong>rles<br />

respetuosamente y darles tratamiento de «excelencia».<br />

Lo había aprendido tan bien que ahora que se enfrentaba con uno de ellos, uno<br />

de ios tyrannios, se sentía estremecer de tensión.<br />

La nave que había considerado su prisión se convirtió oficialmente en tal el día<br />

que aterrizó en Rhodia. L<strong>la</strong>maron a su puerta y entraron dos hoscos tripu<strong>la</strong>ntes que<br />

permanecieron de pie a su <strong>la</strong>do. El capitán, que les seguía, había dicho secamente:<br />

—Biron Farrill, queda detenido en virtud del poder que tengo conferido como<br />

capitán de esta nave, y le retengo para ser interrogado por el comisario del Gran Rey.<br />

El comisario era este pequeño tyrannio que estaba ahora sentado frente a él, al<br />

parecer distraído y desinteresado. El «Gran Rey» era el Khan de los tyrannios, que<br />

vivía aún en el legendario pa<strong>la</strong>cio de piedra de su p<strong>la</strong>neta patrio.<br />

Biron miró furtivamente a su alrededor. No le habían sujeto físicamente en<br />

modo alguno, pero junto a él se encontraban cuatro guardias vestidos con el azul<br />

pizarra de <strong>la</strong> policía exterior tyrannia, dos a cada <strong>la</strong>do. Estaban armados. Un quinto<br />

policía, con <strong>la</strong> insignia de comandante, se sentaba junto al escritorio del comisario.<br />

Este habló por primera vez:<br />

—Como ya debe saber —su voz era aguda y penetrante—, el antiguo ranchero<br />

de Widemos, su padre, ha sido ejecutado por traición.<br />

Sus apagados ojos estaban fijos en los de Biron. No parecían traslucir más que<br />

suavidad.<br />

29


Biron permaneció imperturbable. Le preocupaba no poder hacer nada. Hubiese<br />

sido mucho más satisfactorio poderles gritar, precipitándose sobre ellos, pero no por<br />

eso su padre hubiese estado menos muerto. Le pareció comprender <strong>la</strong> razón de esta<br />

manifestación inicial. Tenía por objeto quebrantarle, hacer que se de<strong>la</strong>tase a sí mismo.<br />

Pues bien, no lo haría.<br />

—Soy Biron Ma<strong>la</strong>ine, de <strong>la</strong> Tierra —dijo con voz monótona—. Si duda de mi<br />

identidad, desearía comunicarme con el cónsul terrestre.<br />

—Sí, c<strong>la</strong>ro, pero ahora se trata de un trámite puramente oficioso. Dice usted<br />

que es Biron Ma<strong>la</strong>ine, de <strong>la</strong> Tierra. Y no obstante —Aratap señaló los papeles que tenía<br />

de<strong>la</strong>nte—, hay aquí cartas que fueron escritas por Widemos a su hijo. Hay un recibo de<br />

inscripción en <strong>la</strong> universidad y billetes para los ejercicios iniciales a nombre de un tal<br />

Biron Farrill. Fueron hal<strong>la</strong>dos en su equipaje.<br />

Biron se sintió desesperado, pero no dejó que se adivinase.<br />

—Mi equipaje fue registrado ilegalmente, de modo que niego que puedan ser<br />

aceptados como evidencia.<br />

—No estamos ante un tribunal de justicia, señor Farrill, o Ma<strong>la</strong>ine. ¿Cómo puede<br />

explicarlo?<br />

—Si fueron hal<strong>la</strong>dos en mi equipaje, es que fueron puestos por alguna otra<br />

persona.<br />

El comisario dejó pasar esta observación, lo cual asombró a Biron. Sus<br />

afirmaciones sonaban tan huecas, tan disparatadas... Y, sin embargo, el comisario no<br />

hizo ningún comentario sobre el<strong>la</strong>s, sino que so<strong>la</strong>mente golpeó <strong>la</strong> cápsu<strong>la</strong> negra con el<br />

dedo.<br />

—¿Y esta presentación para el director de Rhodia? ¿Tampoco es suya?<br />

—Sí; ésta es mía. —Biron lo había pensado. La presentación no citaba su<br />

nombre. Añadió—: Hay una conspiración para asesinar al director...<br />

Se detuvo, estupefacto. Cuando por fin puso en pa<strong>la</strong>bras el principio de su<br />

cuidadosamente preparado discurso sonaba muy poco convincente. ¿ Acaso el<br />

comisario le estaba sonriendo cínicamente?<br />

Pero Aratap no hacía eso. Se limitó a suspirar un poco y con gesto rápido y<br />

experimentado se quitó <strong>la</strong>s lentes de contacto y <strong>la</strong>s colocó cuidadosamente en un vaso<br />

con solución salina que tenía de<strong>la</strong>nte, sobre el escritorio. Sus desnudos ojos parecían<br />

algo <strong>la</strong>crimosos.<br />

—¿Y usted lo sabe? ¿Desde <strong>la</strong> Tierra, a quinientos años luz? Nuestra policía,<br />

aquí en Rhodia, no ha oído hab<strong>la</strong>r de ello.<br />

ellos?<br />

—La policía está aquí, pero <strong>la</strong> conspiración se fragua en <strong>la</strong> Tierra.<br />

—Ya. ¿Y es usted agente suyo? O va usted a informar a Hinrik en contra de<br />

—Lo segundo, naturalmente.<br />

—¿De veras? ¿Y por qué desea usted informarle?<br />

—Por <strong>la</strong> importante recompensa que espero lograr. Aratap se sonrió.<br />

—Eso, por lo menos, suena a verdad, y da cierto aire de autenticidad a sus<br />

manifestaciones anteriores. Y cuáles son los detalles de <strong>la</strong> conspiración de que se<br />

hab<strong>la</strong>?<br />

30


—Eso es exclusivamente para el director.<br />

Hubo una vaci<strong>la</strong>ción; luego Aratap se encogió de hombros.<br />

—Muy bien. A los tyrannios no les interesa <strong>la</strong> política local ni se inmiscuyen en<br />

el<strong>la</strong>. Concertaremos una entrevista entre usted y el director, y eso será nuestra<br />

contribución a su seguridad. Mis hombres le guardarán hasta que haya sido recogido<br />

su equipaje, y después quedará en libertad para marcharse. Llévenselo.<br />

Esta última orden se dirigía a los hombres armados, quienes salieron con Biron.<br />

Aratap se volvió a poner sus lentes de contacto, acción que eliminó instantáneamente<br />

aquel aire de vaga incompetencia que su ausencia había parecido inducir. El<br />

comandante se había quedado junto a él.<br />

—Me parece que vigi<strong>la</strong>remos al joven Farrill —le dijo Aratap. El oficial asintió<br />

secamente.<br />

—Bien. Por un momento creí que le había convencido. A mí su historia me<br />

pareció por completo incoherente.<br />

—Desde luego. Eso es precisamente lo que hace que sea maniobrable por<br />

ahora. Todos los jovenzuelos que aprenden nociones de intriga intereste<strong>la</strong>r en <strong>la</strong>s<br />

pelícu<strong>la</strong>s de espías del vídeo pueden ser manejados con facilidad. Evidentemente, es el<br />

hijo del ex ranchero.<br />

Ahora fue el comandante quien vaciló.<br />

—¿Está seguro? La acusación que tenemos contra él es vaga y poco<br />

satisfactoria.<br />

—¿Quiere decir que después de todo podría tratarse de una evidencia<br />

falsificada? ¿Con qué objeto?<br />

—Podría ser un rec<strong>la</strong>mo, sacrificado para desviar nuestra atención de un Biron<br />

Farrill real que estuviese en otro <strong>la</strong>do.<br />

—No; sería improbablemente teatral. Además, tenemos un fotocubo.<br />

—¡Cómo! ¿Del muchacho?<br />

—Del hijo del ranchero. , Le gustaría verlo?<br />

—Desde luego.<br />

Aratap levantó el pisapapeles de encima de su escritorio; era un sencillo cubo<br />

de cristal de unos ocho centímetros de <strong>la</strong>do, negro y opaco.<br />

—Tenía <strong>la</strong> intención de haberle confrontado con él, si me hubiese parecido<br />

oportuno —dijo el comisario—. Se trata de un proceso ingenioso, comandante. No sé si<br />

usted lo conoce. Ha sido recientemente ideado en los mundos interiores. Por fuera<br />

parece un fotocubo corriente, pero cuando se le da <strong>la</strong> vuelta se produce un reajuste<br />

molecu<strong>la</strong>r automático que lo hace completamente opaco. Es una chuchería simpática.<br />

Dio <strong>la</strong> vuelta al cubo. La opacidad se estremeció un instante, y luego comenzó a<br />

ac<strong>la</strong>rarse lentamente como si se tratara de una nieb<strong>la</strong> oscura que se dispersase a<br />

impulsos del viento. Aratap lo observó con calma manteniendo <strong>la</strong>s manos cruzadas<br />

sobre el pecho.<br />

El cubo quedó cristalino como el agua, y en su interior se veía sonreír<br />

alegremente una cara, viva y exacta, atrapada y solidificada para siempre.<br />

—Es un artículo procedente de <strong>la</strong>s posesiones del ex ranchero —dijo Aratap—.<br />

¿Qué le parece?<br />

31


—Sin duda se trata de aquel joven.<br />

—Sí. —El funcionario tyrannio contempló pensativo el fotocubo—. No sé por qué<br />

no se podrán tomar seis fotografías en el mismo cubo, utilizando este mismo proceso.<br />

Tiene seis caras, y apoyando alternativamente el cubo sobre cada una de el<strong>la</strong>s se<br />

podrían inducir unas series de nuevas orientaciones molecu<strong>la</strong>res. ¡Seis fotografías<br />

conectadas, que fluyen <strong>la</strong> una en <strong>la</strong> otra a medida que se va girando el cubo! ¡Un<br />

fenómeno estático que se convierte en dinámico y que adquiere nueva amplitud y<br />

nueva visión! Comandante, sería una nueva forma de arte.<br />

Un entusiasmo creciente se había apoderado de su voz. Pero el silencioso<br />

comandante permanecía levemente desdeñoso, y Aratap abandonó sus reflexiones<br />

artísticas para decir abruptamente:<br />

—Así pues, ¿vigi<strong>la</strong>rá a Farrill?<br />

—Ciertamente.<br />

—Vigile también a Hinrik.<br />

—¿A Hinrik?<br />

—Desde luego. Es precisamente <strong>la</strong> razón para libertar al muchacho. Quiero <strong>la</strong><br />

respuesta a algunas preguntas. ¿Para qué va Farrill a ver a Hinrik? El difunto ranchero<br />

no jugaba solo. Había, tenía que haber tras él, necesariamente, una conspiración bien<br />

organizada. Y todavía no hemos localizado el mecanismo de tal organización.<br />

—Pero, evidentemente, Hinrik no podía estar comprometido. Le falta<br />

inteligencia, aún suponiendo que tuviese el valor suficiente.<br />

—De acuerdo. Pero precisamente porque es medio idiota, podría servirles de<br />

instrumento. De ser así, representa un punto débil en nuestro esquema, y es evidente<br />

que no podemos rechazar tal posibilidad.<br />

Hizo un gesto vago; el comandante saludó, giró sobre sus talones y salió.<br />

Aratap suspiró, dio vueltas pensativamente al cubo en su mano y contempló<br />

cómo volvía <strong>la</strong> oscuridad, cual marea de tinta.<br />

La vida era más sencil<strong>la</strong> que en tiempos de su padre. Ap<strong>la</strong>star a un p<strong>la</strong>neta<br />

tenía una grandeza cruel, mientras que maniobrar cuidadosamente con un joven<br />

ignorante era sólo pura crueldad. Pero, no obstante, necesaria.<br />

32


5<br />

Inquieta se alza <strong>la</strong> cabeza<br />

Como hábitat del Homo sapiens, el Directorio de Rhodia no es antiguo, si se le<br />

compara con <strong>la</strong> Tierra. No es antiguo ni siquiera comparado con los mundos<br />

centáuricos o sirios. Así, por ejemplo, hacía doscientos años que los p<strong>la</strong>netas de<br />

Arcturus habían sido colonizados, cuando <strong>la</strong>s primeras naves espaciales rodearon <strong>la</strong><br />

Nebulosa de <strong>la</strong> Herradura y encontraron el nido de cien p<strong>la</strong>netas con oxígeno y agua.<br />

Estaban muy juntos y constituían un verdadero hal<strong>la</strong>zgo, porque aunque el espacio<br />

está infestado de p<strong>la</strong>netas, hay muy pocos que satisfagan <strong>la</strong>s necesidades químicas del<br />

organismo humano.<br />

<strong>En</strong> <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia hay más de cien mil millones de estrel<strong>la</strong>s radiantes. <strong>En</strong>tre todas<br />

el<strong>la</strong>s hay unos quinientos mil millones de p<strong>la</strong>netas, algunos de los cuales tienen<br />

gravedades superiores al ciento veinte y otros inferiores al sesenta por ciento de <strong>la</strong><br />

Tierra, y, por lo tanto, son a <strong>la</strong> <strong>la</strong>rga intolerables. Algunos son demasiado calientes,<br />

otros demasiado fríos. Algunos tienen atmósfera venenosa. Se conocen atmósferas<br />

p<strong>la</strong>netarias formadas en su mayor parte, o totalmente, por neón, metano, amoníaco,<br />

cloro, incluso tetracloruro de silicio. Algunos p<strong>la</strong>netas carecen de agua, y otros han<br />

sido descritos como océanos de dióxido de azufre casi puro. Otros carecen de carbono.<br />

Cualquiera de estas deficiencias es suficiente, de modo que sólo es habitable un<br />

mundo de cada cien mil. Aun así, estas cifras permiten estimar que existen unos<br />

cuatro millones de mundos habitables.<br />

El número exacto de los habitados actualmente es discutible. Según el<br />

«Almanaque Galáctico», que evidentemente tiene que valerse de informaciones<br />

imperfectas, Rhodia hacia el número 1.098 entre los mundos colonizados por el<br />

hombre.<br />

Y resulta irónico que Tyrann. que al fin y al cabo fue el conquistador de Rhodia,<br />

hiciera el número 1.099 de los colonizados.<br />

La estructura de <strong>la</strong> historia en <strong>la</strong> región Trans-Nebu<strong>la</strong>r fue muy semejante a <strong>la</strong><br />

de <strong>la</strong>s demás en aquel período de desarrollo y expansión. Se establecieron repúblicas<br />

p<strong>la</strong>netarias en rápida sucesión, cada una de el<strong>la</strong>s con un gobierno limitado a su propio<br />

mundo. Al extenderse <strong>la</strong> economía, los p<strong>la</strong>netas vecinos iban siendo colonizados e<br />

integrados en <strong>la</strong> sociedad central. Así se establecieron pequeños «imperios» que<br />

inevitablemente entraron en colisión.<br />

Primero uno de estos gobiernos y luego otro establecieron su hegemonía sobre<br />

regiones apreciables que variaban según los vaivenes de <strong>la</strong> guerra y el liderazgo.<br />

Sólo Rhodia mantenía una estabilidad prolongada bajo <strong>la</strong> hábil dinastía de los<br />

Hinriads. Estaban quizás en camino de establecer finalmente un imperio Trans-Nebu<strong>la</strong>r<br />

universal al cabo de otro siglo, o dos, cuando llegaron los tyrannios y lo hicieron en<br />

diez años.<br />

Resultó una ironía que fuesen precisamente los hombres de Tyrann. Hasta<br />

entonces, y durante los setecientos años de su existencia, Tyrann había hecho poca<br />

cosa más que mantener una precaria autonomía, gracias en gran parte al poco<br />

atractivo de su árido paisaje, el cual, debido a <strong>la</strong> escasez de agua, era en gran parte<br />

un desierto.<br />

Pero el Directorio de Rhodia continuó incluso después del advenimiento de los<br />

tyrannios. Hasta había crecido. Los Hinriads eran popu<strong>la</strong>res entre los suyos, de modo<br />

33


que su existencia constituía un sencillo método de control. A los tyrannios no les<br />

importaba quién recibía <strong>la</strong>s ac<strong>la</strong>maciones, mientras fuesen ellos los que recibían los<br />

impuestos.<br />

Evidentemente los directores no eran ya los antiguos Hinriads. El Directorio<br />

había sido siempre electivo entre los miembros de <strong>la</strong> familia, a fin de que pudiese ser<br />

elegido el más capaz. Y por <strong>la</strong> misma razón se habían estimu<strong>la</strong>do <strong>la</strong>s adopciones en <strong>la</strong><br />

familia.<br />

Pero ahora los tyrannios podían influir en <strong>la</strong>s elecciones por otras razones, y así,<br />

por ejemplo, veinte años antes había sido elegido Hinrik (quinto de ese nombre). A los<br />

tyrannios les había parecido una útil elección.<br />

<strong>En</strong> <strong>la</strong> época de su elección, Hinrik era un hombre apuesto, y aún producía<br />

efecto cuando se dirigía al Consejo de Rhodia. Su cabello se había agrisado de un<br />

modo uniforme, y su espeso bigote era aún, por extraño que fuese, tan negro como los<br />

ojos de su hija.<br />

Precisamente en aquel momento se enfrentaba con esa hija, que estaba furiosa.<br />

Era el<strong>la</strong> so<strong>la</strong>mente unos cuantos centímetros más baja que él, y al director le faltaba<br />

poco para el metro ochenta. La muchacha era un terremoto de ojos y cabellos oscuros,<br />

y en aquel instante estaba de un humor más tenebroso aún.<br />

—¡No puedo hacerlo, no lo haré! —repitió.<br />

—Pero Arta, Arta, sé razonable —dijo Hinrik—. ¿Qué puedo hacer yo? ¿Qué voy<br />

a hacer? <strong>En</strong> mi posición, ¿qué elección me queda?<br />

—¡Si mamá viviese, el<strong>la</strong> sí que hubiese encontrado una solución! Golpeó el<br />

suelo con el pie. Su nombre entero era Artemisa, nombre real que había sido llevado al<br />

menos por una hembra de cada generación de Hinriads.<br />

—Sí, sí, sin duda. ¡Bendita sea! ¡Y cómo era tu madre! A veces pareces haber<br />

salido del todo a el<strong>la</strong>, y en nada a mí. Pero, Arta, sin duda que no le has dado una<br />

oportunidad. ¿Has observado sus..., sus buenos puntos?<br />

—¿Cuáles son?<br />

—Los que...<br />

Hizo un gesto vago, reflexionó un poco, y lo dejó correr. Se acercó a el<strong>la</strong>,<br />

dispuesto a poner una conso<strong>la</strong>dora mano sobre su hombro, pero <strong>la</strong> muchacha se<br />

apartó vivamente. Su túnica escar<strong>la</strong>ta resp<strong>la</strong>ndecía en el aire.<br />

—He pasado una tarde con él —dijo amargamente—. Intentó besarme. ¡Fue<br />

algo asqueroso!<br />

—Pero todo el mundo se besa, querida. No es lo mismo que en tiempos de tu<br />

abue<strong>la</strong>, de venerada memoria. Los besos no son nada, menos que nada. ¡Sangre<br />

joven. Arta, sangre joven!<br />

—Sangre joven, ¡bah! La única vez que ese horrible hombrecillo ha tenido<br />

sangre joven en sus venas en los últimos quince años ha sido inmediatamente después<br />

de una transfusión. Es diez centímetros más bajo que yo, padre. ¿Cómo voy a dejar<br />

que me vean en público con un pigmeo?<br />

—Es un hombre importante, muy importante.<br />

—Eso no añade ni un centímetro a su estatura. Es patizambo, como todos ellos,<br />

y le huele mal el aliento.<br />

34


saber.<br />

—¿Le huele mal el aliento?<br />

Artemisa hizo con <strong>la</strong> nariz un mohín a su padre.<br />

—Exacto; huele mal. Tiene un olor desagradable. No me gustó, y se lo hice<br />

Hinrik abrió <strong>la</strong> boca, asombrado, y dijo en un murmullo ahogado:<br />

—¿Se lo hiciste saber? ¿Le hiciste creer que un alto funcionario de <strong>la</strong> corte real<br />

de Tyrann puede tener una característica personal desagradable?<br />

—Efectivamente. ¡Has de saber que tengo buen olfato! De modo que cuando se<br />

acercó demasiado me tapé <strong>la</strong> nariz y le di un empujón. ¡Vaya hombre! Digno de<br />

admiración. Se cayó de espaldas, patas arriba.<br />

Hizo un gesto con los dedos, como ilustrando sus pa<strong>la</strong>bras, el cual pasó<br />

inadvertido a Hinrik; éste gruñó sordamente y se cubrió <strong>la</strong> cara con <strong>la</strong>s manos. Luego<br />

miró tristemente a través de sus dedos.<br />

—¿Qué ocurrirá ahora? ¿Cómo pudiste hacer tal cosa?<br />

—No me sirvió de nada. ¿Sabes lo que dijo? ¿Lo sabes? ¡Fue <strong>la</strong> última gota, el<br />

límite! Decidí entonces que no podría soportar a aquel hombre aunque midiese tres<br />

metros.<br />

—Pero... ¿qué dijo?<br />

—Pues dijo..., como en el vídeo, papá..., dijo: «¡Ah! Vaya briosa muchacha. ¡Me<br />

gusta aún más así!» Y mientras tanto dos sirvientes le ayudaban a levantarse. Pero no<br />

volvió a tratar de echarme el aliento a <strong>la</strong> cara.<br />

Hinrik se dejó caer en una sil<strong>la</strong>, se inclinó hacia de<strong>la</strong>nte y contempló a Artemisa<br />

con detenimiento.<br />

—¿Y no podrías sencil<strong>la</strong>mente simu<strong>la</strong>r que te casabas? No seria necesario que lo<br />

tomases en serio. Por qué no tan sólo por conveniencia política...?<br />

—¿Qué quieres decir, padre? ¿Tendré que cruzar los dedos de <strong>la</strong> mano izquierda<br />

mientras firmo el contrato con <strong>la</strong> derecha? Hinrik pareció algo confuso.<br />

—No, desde luego. ¿De qué serviría eso? ¿ De qué modo el cruce de los dedos<br />

alteraría <strong>la</strong> validez del contrato? La verdad. Arta, me sorprende tu estupidez.<br />

Artemisa suspiró.<br />

—Pues entonces, ¿qué quieres decir?<br />

—¿A qué te refieres? Ya ves, me has perturbado. No puedo concentrarme bien<br />

cuando discutes conmigo. ¿Qué estaba diciendo?<br />

—Que debía disimu<strong>la</strong>r que me casaba, o algo así. ¿Recuerdas?<br />

—Oh, sí. Quiero decir que no es necesario que lo tomes demasiado en serio,<br />

¿comprendes?<br />

—Supongo que podré tener amantes. Hinrik se puso rígido y frunció el ceño.<br />

—¡Arta! Te he educado como una muchacha modesta y respetable. Y lo mismo<br />

hizo tu madre. ¿Cómo puedes decir tales cosas? ¡Es vergonzoso!<br />

—¿Pero no es eso lo que quieres decir?<br />

—Yo puedo decirlo. Soy un hombre, un hombre maduro. Una muchacha como<br />

tú no debería repetirlo.<br />

35


—Pues bien, lo he repetido, y ahí se queda. No me importa tener amantes. —<br />

Puso los brazos en jarras y <strong>la</strong>s mangas de su túnica resba<strong>la</strong>ron dejando al descubierto<br />

sus hombros redondos y morenos—. ¿Qué haré entre un amante y otro? Él será<br />

siempre mi marido, y no puedo soportar precisamente esa idea.<br />

—Pero es viejo, querida. Tu vida con él no duraría mucho.<br />

—Duraría demasiado, gracias. Hace cinco minutos tenía <strong>la</strong> sangre joven.<br />

¿Recuerdas?<br />

Hinrik extendió sus manos y <strong>la</strong>s dejó caer.<br />

—Arta, ese hombre es un tyrannio, y uno de los poderosos. Se le considera<br />

muy bien en <strong>la</strong> corte del Khan.<br />

—Es posible. Quizás el Khan también huele mal. <strong>En</strong> <strong>la</strong> boca de Hinrik se dibujó<br />

una mueca de horror. Automáticamente miró por encima del hombro. Luego dijo con<br />

voz ronca:<br />

—Nunca repitas semejante cosa.<br />

—La diré si tengo ganas. Y, además, ese hombre ya tiene tres mujeres. No<br />

hablo del Khan, sino del hombre con quien quieres que me case —dijo anticipándose a<br />

su padre.<br />

—Pero han muerto —explicó ansiosamente Hinrik—. Arta, no están vivas. No lo<br />

creas. ¿Cómo puedes haberte figurado que iba a permitir que mi hija se casase con un<br />

bígamo? Exigiremos que presente documentos. Se casó con el<strong>la</strong>s consecutivamente,<br />

no a <strong>la</strong> vez, y ahora el<strong>la</strong>s están todas muertas.<br />

—No me sorprende.<br />

—¡Oh, maldita sea! ¿Qué voy a hacer? —Hizo un último esfuerzo por conservar<br />

su dignidad—. Arta, es el precio de ser una Hinriad, y <strong>la</strong> hija de un director<br />

—Nunca he pedido ser una Hinriad ni <strong>la</strong> hija de un director.<br />

—Eso no tiene nada que ver con el asunto. Se trata sencil<strong>la</strong>mente de que <strong>la</strong><br />

historia de toda <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia indica que hay ocasiones en que <strong>la</strong>s razones de estado, <strong>la</strong><br />

seguridad de los p<strong>la</strong>netas, el mejor interés de los pueblos requiere que..., bueno...<br />

—Que alguna infeliz muchacha se prostituya.<br />

—¡Oh, qué vulgaridad! Algún día, ya verás, ya verás..., algún día dirás algo así<br />

en público.<br />

—Pues bien, así son <strong>la</strong>s cosas, y no lo haré. Antes moriría. Antes haría cualquier<br />

cosa. Puedes estar seguro.<br />

El director se levantó y extendió los brazos hacia el<strong>la</strong>. Sus <strong>la</strong>bios temb<strong>la</strong>ban y<br />

no dijo nada. La muchacha se precipitó hacia su padre llorando desesperadamente y se<br />

aferró a él.<br />

—¡No puedo, papá, no puedo! ¡No me obligues a hacerlo! Él <strong>la</strong> acarició<br />

torpemente.<br />

—Pero si no lo haces, ¿qué sucederá? Si los tyrannios están descontentos me<br />

destituirán, me encarce<strong>la</strong>rán, quizá me ejecu... —ahogó <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra—. Los tiempos que<br />

corremos son muy delicados, Arta, muy desdichados. La semana pasada fue<br />

condenado el ranchero de Widemos, y creo que ha sido ejecutado. ¿ Te acuerdas de él,<br />

Arta? Hace medio año estuvo en <strong>la</strong> corte. Era un hombre de cabeza redonda y ojos<br />

profundos. Al principio te asustaba.<br />

36


—Me acuerdo.<br />

—Pues bien, probablemente ha muerto. Y, ¿quién sabe? Quizá yo sea el<br />

siguiente. Tu pobre, inofensivo padre, el siguiente. Estos tiempos son malos. Estuvo en<br />

nuestra corte, y eso es muy sospechoso.<br />

De repente <strong>la</strong> muchacha se apartó de él.<br />

—¿Y por qué tendría que ser sospechoso? Tú no estabas comprometido con él,<br />

¿verdad?<br />

—¿Yo? C<strong>la</strong>ro que no. Pero si insultamos abiertamente al Khan de Tyrann<br />

rechazando una alianza con uno de sus favoritos, quizás incluso se les ocurra creerlo.<br />

El retorcimiento de manos de Hinrik fue interrumpido por el zumbido sordo de<br />

<strong>la</strong> extensión telefónica. Hinrik se sobresaltó.<br />

—Recibiré <strong>la</strong> comunicación en mi cuarto. Tú quédate y descansa; te encontrarás<br />

mejor después de una siesta. Ya verás, ya verás. Ahora estás algo nerviosa.<br />

Artemisa le siguió con <strong>la</strong> mirada mientras salía y frunció el ceño. Su fisonomía<br />

denotaba una intensa concentración, y durante unos minutos permaneció en una<br />

inmovilidad absoluta, sólo alterada por <strong>la</strong> suave marea de sus senos.<br />

Se oyó ruido de pisadas junto a <strong>la</strong> puerta, y <strong>la</strong> chica se volvió.<br />

—¿Qué ocurre? —preguntó con un tono de voz más agudo de lo que había sido<br />

su intención.<br />

Era Hinrik, y su cara aparecía lívida de miedo.<br />

—Era el comandante Andros quien l<strong>la</strong>maba.<br />

—¿De <strong>la</strong> policía exterior?<br />

Hinrik no pudo hacer otra cosa que asentir.<br />

—¡Pero seguro que no pueden...! —gritó Artemisa. Estuvo a punto de expresar<br />

en pa<strong>la</strong>bras aquel<strong>la</strong> horrible idea, pero esperó en vano una ac<strong>la</strong>ración.<br />

—Hay un joven que solicita audiencia. No le conozco. ¿Para qué habrá venido<br />

aquí? Es de <strong>la</strong> Tierra.<br />

Mientras hab<strong>la</strong>ba, tenía que hacer pausas para tomar aliento, y vaci<strong>la</strong>ba, como<br />

si su mente estuviese girando vertiginosamente.<br />

La muchacha corrió hacia él y le sujetó por el codo.<br />

—Siéntate, padre—le dijo secamente—. Dime lo que ha ocurrido. Le sacudió,<br />

haciéndole reaccionar. Parte del pánico desapareció del rostro de su padre.<br />

—No lo sé exactamente —murmuró—. Hay un joven que va a venir con detalles<br />

referentes a una conspiración contra mi vida. ¡Contra mi vida! Y me dicen que tengo<br />

que escucharle. —Sonrió como un necio—. El pueblo me quiere. Nadie podría querer<br />

matarme. ¿No es cierto?<br />

Observaba ansiosamente a <strong>la</strong> muchacha, y se tranquilizó cuando el<strong>la</strong> dijo:<br />

—Naturalmente que nadie puede querer matarte.<br />

— ¿ Crees que podrían ser ellos?<br />

—¿Quiénes?<br />

37


—Los tyrannios —murmuró—. El ranchero de Widemos estuvo ayer aquí, y lo<br />

han matado. —Su voz subió de tono—. Y ahora envían a alguien para que me mate a<br />

mi.<br />

Artemisa le agarró el hombro con tal fuerza que le hizo concentrarse de<br />

inmediato en el dolor.<br />

—¡Padre! —exc<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> muchacha—. ¡Siéntate y cálmate! Ni una pa<strong>la</strong>bra más.<br />

Escúchame: nadie te va a matar. ¿Me oyes? Nadie te va a matar. Hace seis meses que<br />

estuvo aquí el ranchero. ¿Recuerdas? ¿No fue hace seis meses? Piensa.<br />

—¿Hace ya tanto tiempo? —murmuró el director—. Sí, sí, así debe ser.<br />

—Pues ahora quédate aquí y descansa. Estás demasiado agitado. Yo misma<br />

veré al joven, y te lo traeré si no hay peligro.<br />

—¿Lo harás así, Arta? ¿Lo harás? No dañará a una mujer Seguro que no.<br />

La chica se inclinó y le besó una mejil<strong>la</strong>.<br />

—Ten cuidado —murmuró él, cerrando cansadamente los ojos.<br />

38


6<br />

¡Ése lleva una corona!<br />

Biron Farrill esperaba inquieto en uno de los edificios externos del complejo<br />

pa<strong>la</strong>ciego. Por primera vez en su vida experimentaba , <strong>la</strong> deprimente sensación de ser<br />

un provinciano.<br />

La mansión de Widemos, donde creció, había parecido hermosa a sus ojos, y su<br />

memoria le atribuía ahora un brillo puramente bárbaro. Sus líneas curvadas, su trabajo<br />

de filigrana, sus torrecil<strong>la</strong>s cuidadosamente trabajadas, sus recargadas «ventanas<br />

falsas»... Se estremeció al pensar en el<strong>la</strong>s.<br />

Pero aquello..., aquello era diferente.<br />

El complejo pa<strong>la</strong>ciego de Rhodia no era so<strong>la</strong>mente una ostentosa masa<br />

construida por los pequeños señores de un reino de ganaderos, ni tampoco <strong>la</strong><br />

expresión infantil de un mundo moribundo y a punto de desaparecer. Era <strong>la</strong><br />

culminación, en piedra, de <strong>la</strong> dinastía de los Hinriad.<br />

Los edificios eran majestuosos y tranquilos. Sus líneas rectas y verticales se<br />

a<strong>la</strong>rgaban hacia el centro de cada una de <strong>la</strong>s estructuras, pero evitando efectos<br />

afeminados tales como los de <strong>la</strong>s agujas. Parecían hoscos, y sin embargo se elevaban<br />

y culminaban en tal forma que impresionaban al espectador sin reve<strong>la</strong>r a primera vista<br />

<strong>la</strong> razón de ello. Eran reservados, suficientes, orgullosos.<br />

Y lo que sucedía con cada uno de los edificios por separado ocurría con su<br />

conjunto: subían in crescendo hasta el pa<strong>la</strong>cio central. Uno por uno habían ido<br />

desapareciendo hasta los pocos artificios que quedaban en el estilo masculino de<br />

Rhodia. Incluso se. había prescindido de <strong>la</strong>s «ventanas falsas», tan apreciadas como<br />

decoración, y tan inútiles en un edificio venti<strong>la</strong>do e iluminado artificialmente. Y eso se<br />

había llevado a cabo sin perder nada.<br />

No había sino líneas y p<strong>la</strong>nos, una abstracción geométrica que atraía <strong>la</strong> mirada<br />

hacia el cielo.<br />

El comandante tyrannio se detuvo un momento a su <strong>la</strong>do al salir de <strong>la</strong><br />

habitación interior.<br />

—Ahora será recibido —dijo.<br />

Biron asintió con <strong>la</strong> cabeza, y poco después un hombre más alto, con un<br />

uniforme escar<strong>la</strong>ta y cane<strong>la</strong>, le saludó juntando los talones. De repente se le ocurrió a<br />

Biron que quienes ostentaban el verdadero poder no necesitaban exhibición externa y<br />

podían contentarse con el azul pizarra. Recordó el espléndido formulismo de <strong>la</strong> vida de<br />

un ranchero, y se mordió los <strong>la</strong>bios al pensar en su inutilidad.<br />

—¿Biron Ma<strong>la</strong>ine? —preguntó el guardia rhodiano, y Biron se levantó para<br />

seguirle.<br />

Había un pequeño y resp<strong>la</strong>ndeciente vagón monocarril delicadamente<br />

suspendido por medio de fuerzas magnéticas sobre un eje de metal rojizo. Biron no<br />

había visto nunca uno semejante y se detuvo antes de entrar en él.<br />

39


El pequeño vagón, capaz para cinco o seis personas a lo sumo, osci<strong>la</strong>ba a<br />

impulsos del viento, como una grácil lágrima que reflejaba el resp<strong>la</strong>ndor del espléndido<br />

sol de Rhodia. El carril único era delgado, apenas algo más que un cable, y corría a lo<br />

<strong>la</strong>rgo de <strong>la</strong> Parte inferior del vagón sin tocarlo. Biron se inclinó y vio el azul cielo entre<br />

<strong>la</strong>s dos partes. Mientras lo miraba, y por espacio de un instante, una ráfaga de viento<br />

lo alzó, de modo que quedó suspendido algunos centímetros por encima del carril,<br />

como impaciente por vo<strong>la</strong>r, y tirando de <strong>la</strong> invisible fuerza que lo sujetaba. Luego<br />

descendió aleteando acercándose cada vez más al carril, pero sin llegar a tocarlo<br />

nunca.<br />

—<strong>En</strong>tre —dijo impacientemente el guardia tras él; Biron ascendió dos peldaños<br />

y entró en el vagón.<br />

Los peldaños permanecieron en el exterior el tiempo suficiente para que le<br />

siguiese el guardia, y luego se alzaron silenciosa y suavemente encajando en su lugar<br />

de tal modo que <strong>la</strong> superficie externa del vagón no presentaba solución de continuidad.<br />

Biron se dio cuenta de que <strong>la</strong> opacidad externa del vagón era una ilusión. Una<br />

vez dentro se encontró sentado en una burbuja transparente, Al mover un pequeño<br />

mando el vagón se elevó. Subía con facilidad, hendiendo el aire que silbaba a su paso.<br />

Por un momento Biron captó el panorama del complejo pa<strong>la</strong>ciego desde el vértice del<br />

arco.<br />

Las estructuras aparecieron en un espléndido conjunto (¿es que podían haber<br />

sido originalmente concebidas de otro modo que para ser vistas desde el aire?), unidas<br />

entre si por los resp<strong>la</strong>ndecientes hilos de cobre a lo <strong>la</strong>rgo de uno o dos de los cuales se<br />

deslizaban <strong>la</strong>s gráciles burbujas de los vagones.<br />

Sintió que le oprimían hacia de<strong>la</strong>nte, y el vagón se detuvo con .una especie de<br />

paso de danza. El viaje había durado escasamente dos minutos.<br />

Se abrió una puerta de<strong>la</strong>ntera: Biron entró y <strong>la</strong> puerta se cerró tras él. No había<br />

nadie en aquel<strong>la</strong> habitación, que era pequeña y desnuda. De momento nadie le<br />

empujaba, pero no por ello se sentía tranquilo. No se hacía ilusiones. Desde aquel<strong>la</strong><br />

maldita noche, eran otros los que forzaban sus movimientos.<br />

Jonti le puso a bordo de <strong>la</strong> nave. El comisario tyrannio le había puesto aquí. Y<br />

cada movimiento aumentó su desesperación.<br />

A Biron le parecía evidente que no había engañado al tyrannio. Resultó<br />

demasiado fácil librarse de él. El comisario podía haber l<strong>la</strong>mado al cónsul terrestre.<br />

Podía haber hiperradiado a <strong>la</strong> Tierra, o haber tomado sus estructuras retínales. Tales<br />

cosas eran rutinarias, y no podían haber sido omitidas accidentalmente.<br />

Recordó el análisis que Jonti había hecho de <strong>la</strong> situación y que, en parte, aún<br />

podía ser cierto. Los tyrannios no le matarían inmediatamente, creando así un nuevo<br />

mártir. Pero Hinrik era un títere suyo, y tan capaz como ellos de ordenar una<br />

ejecución. <strong>En</strong>tonces le mataría uno de los suyos, y los tyrannios sólo serían unos<br />

desdeñosos espectadores.<br />

Biron apretó fuertemente los puños. Era alto y fuerte, pero estaba desarmado.<br />

Los hombres que vendrían a buscarle llevarían demoledores y látigos neurónicos. Se<br />

dio cuenta de que retrocedía hacia <strong>la</strong> pared. Se volvió rápidamente al oír el pequeño<br />

ruido de <strong>la</strong> puerta que se abría a su izquierda. El hombre que entró estaba armado y<br />

llevaba uniforme, pero le acompañaba una muchacha. Se tranquilizó un poco. <strong>En</strong> otras<br />

circunstancias hubiese observado a <strong>la</strong> muchacha con detenimiento, pues merecía tanto<br />

40


observación como aprobación, pero en aquel preciso momento no se fijó especialmente<br />

en el<strong>la</strong>.<br />

Ambos se acercaron, deteniéndose a unos metros de él. Biron mantuvo <strong>la</strong> vista<br />

fija en el demoledor del guardia.<br />

—Le hab<strong>la</strong>ré yo primero, teniente.<br />

Al volverse hacia Biron, una pequeña línea vertical apareció entre los ojos de <strong>la</strong><br />

muchacha.<br />

—¿Es usted el hombre que posee esa historia de una conspiración para asesinar<br />

al director?<br />

—Me dijeron que vería al director—replicó Biron.<br />

—Eso es imposible. Si tiene algo que decir, dígamelo a mi. Si su información es<br />

cierta y útil, será usted bien tratado.<br />

—¿Puedo preguntar quién es usted? ..Cómo sé que está usted autorizada para<br />

hab<strong>la</strong>r en nombre del director? La muchacha pareció enojarse.<br />

—Soy su hija. Le ruego que conteste a mis preguntas. , .Es usted de fuera del<br />

sistema?<br />

—Soy de <strong>la</strong> Tierra..., Alteza.<br />

Aquel tratamiento comp<strong>la</strong>ció a <strong>la</strong> muchacha.<br />

—¿Dónde está eso?<br />

—Es un pequeño p<strong>la</strong>neta en el sector de Sirio, Alteza.<br />

—¿Y cómo se l<strong>la</strong>ma usted?<br />

—Biron Ma<strong>la</strong>ine, Alteza.<br />

La chica le contempló pensativamente:<br />

—¿De <strong>la</strong> Tierra? ¿Puede usted pilotar una nave espacial?<br />

Biron casi se sonrió. Le estaba probando. El<strong>la</strong> sabía muy bien que <strong>la</strong> navegación<br />

espacial era una de <strong>la</strong>s ciencias prohibidas en los mundos contro<strong>la</strong>dos por los<br />

tyrannios.<br />

—Sí, Alteza.<br />

Podría demostrarlo cuando llegase <strong>la</strong> hora de <strong>la</strong> prueba, si es que le dejaban<br />

vivir hasta entonces. <strong>En</strong> <strong>la</strong> Tierra <strong>la</strong> navegación espacial no era una ciencia prohibida y<br />

en cuatro años se podía aprender mucho.<br />

—Muy bien. ¿ Qué es lo que tiene que decir?<br />

Biron se decidió de repente. No se habría atrevido si el guardia hubiese estado<br />

solo. Pero aquí había una muchacha, y si no mentía y realmente era <strong>la</strong> hija del<br />

director, podía ser un factor persuasivo a su favor.<br />

—No hay conspiración de asesinato, Alteza—dijo. La muchacha se sobresaltó, y<br />

se volvió con impaciencia hacia su compañero.<br />

— ¿ Quiere hacerse usted cargo, teniente? Sáquele <strong>la</strong> verdad. Biron ade<strong>la</strong>ntó un<br />

paso y se enfrentó con el frío demoledor del guardia.<br />

—Espere, Alteza. ¡Escúcheme! Era <strong>la</strong> única manera de ver al director. , No<br />

comprende?<br />

41


Alzó <strong>la</strong> voz y <strong>la</strong> <strong>la</strong>nzó tras <strong>la</strong> figura de <strong>la</strong> muchacha que se retiraba.<br />

—Por lo menos, ( quiere usted decir a su excelencia que soy Biron Farrill y que<br />

pido mi derecho de asilo?<br />

Era un c<strong>la</strong>vo ardiendo al que asirse. Las antiguas costumbres feudales habían<br />

ido perdiendo su fuerza al paso de <strong>la</strong>s generaciones, incluso antes de <strong>la</strong> llegada de los<br />

tyrannios. Ahora eran arcaísmos, pero no quedaba otra solución. No quedaba<br />

absolutamente nada más.<br />

La chica se volvió y arqueó <strong>la</strong>s cejas.<br />

—¿Es que ahora pretende ser del orden aristocrático? Hace un momento su<br />

nombre era Ma<strong>la</strong>ine.<br />

Una nueva voz resonó inesperadamente:<br />

—<strong>En</strong> efecto. Pero el segundo nombre es el correcto. Usted es verdaderamente<br />

Biron Farrill, mi buen amigo. Naturalmente que lo es. La semejanza no deja lugar a<br />

dudas.<br />

Un hombrecillo sonriente se hal<strong>la</strong>ba junto a <strong>la</strong> puerta. Sus ojos, muy separados<br />

y bril<strong>la</strong>ntes, examinaban detenidamente a Biron con divertida agudeza. Inclinó su<br />

delgada cara hacia arriba, mirando a Biron, y se dirigió a <strong>la</strong> muchacha.<br />

—¿No le reconoces tú también. Artemisa? Artemisa se precipitó hacia él, y dijo<br />

con voz turbada:<br />

—Tío Gil, ¿qué estás haciendo aquí?<br />

—Cuidarme de mis intereses. Artemisa. Recuerda que si hubiera un asesinato<br />

yo sería el Hinriad más cercano a <strong>la</strong> posible sucesión. —Gillbret oth Hinriad guiñó un<br />

ojo y añadió—: Oh, dile al teniente que se vaya. No hay ningún peligro.<br />

—¿Has estado sondando nuevamente el comunicador? —preguntó <strong>la</strong> chica sin<br />

hacerle caso.<br />

—Pues c<strong>la</strong>ro. , O es que quieres privarme de esa diversión? Es muy agradable<br />

escucharles a hurtadil<strong>la</strong>s.<br />

—No lo será si te cogen.<br />

—El peligro es parte del juego, querida. La parte divertida. Al fin y al cabo, los<br />

tyrannios no dudan en sondear el pa<strong>la</strong>cio. No podemos hacer gran cosa sin que ellos lo<br />

sepan. , Es que no vas a presentarme?<br />

—No, no voy a presentarte —dijo secamente—. Esto no es asunto tuyo.<br />

—<strong>En</strong>tonces seré yo quien te presente. Cuando oí su nombre dejé de escuchar y<br />

entré. —Pasó por de<strong>la</strong>nte de Artemisa, llegó hasta Biron, lo inspeccionó con una<br />

sonrisa impersonal, y dijo—: Éste es Biron Farrill.<br />

—Lo he dicho yo mismo —dijo Biron. Más de <strong>la</strong> mitad de su atención estaba fija<br />

en el teniente, quien mantenía aún el demoledor en posición de fuego.<br />

—Pero no has añadido que eres el hijo del ranchero de Widemos.<br />

—Lo hubiera dicho si no me hubiese usted interrumpido. De todos modos,<br />

ahora ya sabe <strong>la</strong> historia. Evidentemente, tenia que escapar de los tyrannios, sin<br />

darles mi verdadero nombre.<br />

Biron esperó. Había llegado <strong>la</strong> hora. Si no le arrestaban inmediatamente,<br />

quedaba aún una leve esperanza.<br />

42


—Comprendo —dijo Artemisa—. Es realmente un asunto para el director.<br />

<strong>En</strong>tonces, ( está seguro de que no hay ninguna conspiración?<br />

—Ninguna, Alteza.<br />

—Bien, tío Gil, ¿quieres quedarte con el señor Farrill? Teniente, ¿ quiere usted<br />

venir conmigo?<br />

Biron se sintió débil, y le hubiera gustado poderse sentar, pero Gillbret no hizo<br />

ninguna propuesta en tal sentido, sino que continuó inspeccionándole con un interés<br />

casi clínico.<br />

—El hijo del ranchero. ¡Es divertido!<br />

Biron decidió l<strong>la</strong>marle <strong>la</strong> atención. Estaba cansado de monosí<strong>la</strong>bos cautelosos y<br />

cuidadosas frases.<br />

—Sí, el hijo del ranchero —dijo abruptamente—. Es una situación congénita.<br />

¿Puedo serle útil en algo más?<br />

Gillbret no se mostró ofendido. Su delgada cara se arrugó aún más, y su<br />

sonrisa se ensanchó.<br />

—Podrías satisfacer mi curiosidad —dijo—. ¿Has venido realmente en busca de<br />

asilo? ¿Aquí?<br />

—Preferiría discutir eso con el director, señor.<br />

—Oh, déjate ya de tonterías, joven. Pronto te darás cuenta de que no es posible<br />

hacer gran cosa con el director. ¿ Por qué te figuras que has tenido que tratar con su<br />

hija hace un momento? Es una idea divertida, si lo piensas bien.<br />

—¿Lo encuentra usted todo divertido?<br />

—¿Y por qué no? Como actitud respecto a <strong>la</strong> vida, resulta divertida. Es el único<br />

adjetivo que encaja. Observa el universo, joven. Si no puedes conseguir que te<br />

divierta, más vale que te cortes el pescuezo, pues no es mucho lo bueno que hay en<br />

él. Por cierto, no me he presentado. Soy el primo del director.<br />

—Le felicito—dijo Biron fríamente. Gillbret se encogió de hombros.<br />

—Tienes razón. No impresiono mucho. Y por lo visto es probable que continúe<br />

así indefinidamente, puesto que después de todo no cabe esperar ningún asesinato.<br />

—A menos que organice uno usted mismo.<br />

—¡Querido señor, vaya un sentido del humor! Tendrás que irte acostumbrando<br />

al hecho de que nadie me toma en serio. Mi observación era sólo una expresión de<br />

cinismo. No creas que Hinrik haya sido siempre así. No fue nunca un gran cerebro,<br />

ciertamente, pero cada año se vuelve más imposible. Olvido que todavía no le has<br />

visto. ¡Pero ya le verás! Le oigo venir. Cuando te hable, recuerda que es el gobernante<br />

del mayor de los reinos Trans-Nebu<strong>la</strong>res. ¡Será una idea divertida!<br />

Hinrik llevaba su dignidad con <strong>la</strong> facilidad de <strong>la</strong> experiencia. Recibió <strong>la</strong><br />

reverencia penosamente ceremoniosa de Biron con <strong>la</strong> condescendencia adecuada.<br />

—¿Qué es lo que te trae aquí, señor? —preguntó con un vestigio de sequedad.<br />

Artemisa estaba de pie junto a su padre, y ahora Biron observó, con cierta<br />

sorpresa, que era muy bonita.<br />

43


—Excelencia —dijo—. He venido en defensa del buen nombre de mi padre.<br />

Usted debe saber que su ejecución fue injusta. Hinrik apartó <strong>la</strong> mirada.<br />

—Conocía muy poco a su padre. Estuvo en Rhodia una o dos veces. —Hizo una<br />

pausa, y su voz se quebró ligeramente—. Usted se parece mucho a él. Sí, mucho. Pero<br />

le juzgaron, ¿ sabe? De acuerdo con <strong>la</strong> ley. La verdad, ignoro los detalles.<br />

—Exactamente, excelencia. Pero me gustaría conocer esos detalles. Estoy<br />

seguro de que mi padre no fue un traidor. Hinrik le interrumpió precipitadamente:<br />

—Como hijo suyo, es naturalmente comprensible que defienda a su padre, pero<br />

<strong>la</strong> verdad es que resulta difícil discutir ahora tales asuntos de estado. De hecho es algo<br />

muy irregu<strong>la</strong>r. ¿Por qué no ve a Aratap?<br />

—No le conozco, excelencia.<br />

—¡Aratap! ¡El comisario de los tyrannios!<br />

—Ya le he visto, y ha sido él quien me ha enviado aquí. Naturalmente, ya se<br />

hará usted cargo de que no me atreveré a que los tyrannios...<br />

Pero Hinrik se puso rígido y se llevó una mano a los <strong>la</strong>bios, como para impedir<br />

que le temb<strong>la</strong>sen, lo que hacía que sus pa<strong>la</strong>bras resultasen ahogadas.<br />

—¿Dice que Aratap le envió aquí?<br />

—Me fue necesario decirle...<br />

—No repita lo que le dijo. Lo sé —dijo Hinrik—. No puedo hacer nada por usted,<br />

ranchero... Señor Farrill. No entra sólo bajo mi jurisdicción. El Consejo Ejecutivo...<br />

Deja de empujarme, Arta. ¿Cómo voy a fijarme en <strong>la</strong>s cosas si me distraes?... debe ser<br />

consultado. ¡Gillbret! ¿Quieres ocuparte del señor Farrill? Ya veré lo que se puede<br />

hacer. Sí, consultaré al Consejo Ejecutivo. Son formulismos legales, ya sabe. Muy<br />

importante. Muy importante.<br />

Giró sobre sus talones, murmurando algo. Artemisa se quedó rezagada un<br />

momento y tocó <strong>la</strong> manga de Biron.<br />

—Un momento. ¿Era cierto lo que dijo acerca de que podía pilotar una nave<br />

espacial?<br />

—Completamente cierto —dijo Biron, sonriéndole. El<strong>la</strong>, tras un momento de<br />

vaci<strong>la</strong>ción, le devolvió brevemente <strong>la</strong> sonrisa.<br />

—Gillbret —dijo <strong>la</strong> muchacha—. Luego quiero hab<strong>la</strong>r contigo. Se marchó<br />

apresuradamente. Biron <strong>la</strong> siguió con <strong>la</strong> mirada hasta que Gillbret le tiró de <strong>la</strong> manga.<br />

—Me figuro que tendrás hambre o sed —le dijo—. ¿Quieres tal vez tomar un<br />

baño? Supongo que continúan <strong>la</strong>s amenidades cotidianas de <strong>la</strong> vida, ¿verdad?<br />

—Sí, gracias —dijo Biron. Su tensión había desaparecido casi por completo. Por<br />

un momento se sintió re<strong>la</strong>jado, estupendamente. Era bonita, muy bonita.<br />

Pero Hinrik estaba intranquilo. <strong>En</strong> sus habitaciones privadas sus pensamientos<br />

giraban febrilmente. De cualquier modo que lo mirase, no podía evitar una conclusión<br />

inevitable. ¡Era una ce<strong>la</strong>da! Aratap le había enviado, y era una trampa.<br />

Ocultó <strong>la</strong> cabeza entre <strong>la</strong>s manos para aquietar el martilleo de sus sienes, y<br />

pronto supo lo que no tenía más remedio que hacer.<br />

44


7<br />

Músico de <strong>la</strong> mente<br />

A su debido tiempo, <strong>la</strong> noche desciende sobre todos los p<strong>la</strong>netas habitables.<br />

Quizá no siempre a intervalos respetables, puesto que los períodos de rotación<br />

observados varían desde quince a cincuenta y dos horas. Tal hecho requiere un penoso<br />

ajuste psicológico por parte de todos aquellos que viajan de un p<strong>la</strong>neta a otro.<br />

<strong>En</strong> muchos p<strong>la</strong>netas tales adaptaciones se realizan con eficacia y en<br />

consecuencia se ajustan los períodos de vigilia y de sueño. <strong>En</strong> muchos más el uso casi<br />

universal de atmósferas acondicionadas y de luz artificial hace que <strong>la</strong> cuestión del día y<br />

de <strong>la</strong> noche sea secundaria, salvo por lo que atañe a <strong>la</strong> agricultura. Y en pocos<br />

p<strong>la</strong>netas (los más extremos) se establecen divisiones arbitrarias que prescinden de los<br />

triviales hechos de luz y oscuridad.<br />

Pero siempre, cualesquiera que sean <strong>la</strong>s convenciones sociales, <strong>la</strong> llegada de <strong>la</strong><br />

noche tiene un significado psicológico profundo y persistente, que data de los días de<br />

<strong>la</strong> existencia arbórea prehumana del hombre. La noche será siempre un tiempo de<br />

miedo e inseguridad, y el corazón se hundirá con el sol.<br />

<strong>En</strong> el interior del pa<strong>la</strong>cio central no había ningún mecanismo sensor que<br />

permitiese saber <strong>la</strong> llegada de <strong>la</strong> noche, y, sin embargo, Biron <strong>la</strong> sintió a través de<br />

algún instinto indefinido oculto en los desconocidos pasadizos del cerebro humano.<br />

Sabía que afuera <strong>la</strong> negrura de <strong>la</strong> noche estaba apenas mitigada por el inútil centelleo<br />

de <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s. Sabía que si era <strong>la</strong> estación adecuada del año, el irregu<strong>la</strong>r «agujero del<br />

espacio» l<strong>la</strong>mado Nebulosa de <strong>la</strong> Herradura (tan bien conocida en todos los reinos<br />

Trans-Nebu<strong>la</strong>res) ocultaba <strong>la</strong> mitad de <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s que en otro caso hubiesen sido<br />

visibles.<br />

Y se sintió de nuevo deprimido.<br />

No había visto a Artemisa desde su breve conversación con el director, y<br />

descubrió que aquello le molestaba. Estuvo esperando <strong>la</strong> cena con ilusión, pensando<br />

que podría hab<strong>la</strong>rle. <strong>En</strong> lugar de ello, había comido solo, con dos guardias<br />

malhumorados apostados fuera de <strong>la</strong> puerta. Hasta el mismo Gillbret le había dejado<br />

solo, probablemente para comer una cena menos solitaria, en <strong>la</strong> compañía que cabría<br />

esperar en un sitio como el pa<strong>la</strong>cio de los Hinriads.<br />

De modo que cuando Gillbret volvió y dijo que Artemisa y él habían estado<br />

hab<strong>la</strong>ndo de Biron, obtuvo una respuesta rápida e interesada. No hizo más que<br />

divertirle, y así se lo dijo.<br />

—Ante todo quiero enseñarte mi <strong>la</strong>boratorio —añadió Gillbret. Hizo un gesto, y<br />

los dos guardianes se fueron.<br />

—¿Qué c<strong>la</strong>se de <strong>la</strong>boratorio? —preguntó Biron, mostrando una evidente falta de<br />

interés.<br />

—Construyo ciertos aparatos —respondió vagamente.<br />

A primera vista no parecía un <strong>la</strong>boratorio. Más bien se asemejaba a una<br />

biblioteca, con un adornado escritorio en un rincón. Biron miró lentamente en derredor<br />

y preguntó:<br />

—¿Y aquí construye usted aparatos? ¿Qué c<strong>la</strong>se de aparatos?<br />

45


—Bien, son instrumentos especiales de sondeo para espiar los rayos espías de<br />

los tyrannios de una manera totalmente nueva. Algo que no pueden detectar. Así fue<br />

como supe de ti, tan pronto llegó <strong>la</strong> primera noticia de Aratap. Y tengo algunos otros<br />

trastos divertidos. Por ejemplo, mi visisonor. ¿Te gusta <strong>la</strong> música?<br />

—Según cuál.<br />

—Bien. He inventado un instrumento, pero no sé si puedo l<strong>la</strong>mar propiamente<br />

música a lo que emite. —Un estante de libros filmados se deslizó hacia afuera a un<br />

simple contacto—. Realmente no es un escondite muy bueno, pero como nadie me<br />

toma en serio, no lo registran. Divertido, ¿no te parece? Pero se me olvidaba que no<br />

resulta fácil divertirte.<br />

Era una especie de caja, algo burda, que tenía aquel aspecto especial de falta<br />

de brillo y de barniz que caracteriza al objeto fabricado en casa. Uno de los <strong>la</strong>dos<br />

estaba cuajado de pequeños pomos bril<strong>la</strong>ntes. Lo depositó con aquel <strong>la</strong>do hacia arriba.<br />

—¿Verdad que es bonito? —dijo Gillbret—, ¿pero a quién interesa? Apaga <strong>la</strong>s<br />

luces. ¡No, no! No hay interruptores ni contactos. So<strong>la</strong>mente desea que <strong>la</strong>s luces se<br />

apaguen. ¡Deséalo intensamente! Decide que quieres que se apaguen.<br />

Y <strong>la</strong>s luces se apagaron, salvo por un leve resp<strong>la</strong>ndor perlino en el techo que dio<br />

a <strong>la</strong>s caras de los dos hombres un aspecto fantasmal en <strong>la</strong> oscuridad. Gillbret se rió<br />

lentamente ante <strong>la</strong> exc<strong>la</strong>mación de Biron.<br />

—Es uno de los trucos de mi visisonor. Está sintonizado con <strong>la</strong> mente, lo mismo<br />

que <strong>la</strong>s cápsu<strong>la</strong>s personales. ¿Comprendes lo que quiero decir?<br />

—No; a decir verdad, no lo comprendo.<br />

—Bien —dijo—, te lo voy a explicar. El campo eléctrico de <strong>la</strong>s célu<strong>la</strong>s de tu<br />

cerebro crea otro inducido en el instrumento. Matemáticamente es bastante sencillo,<br />

pero que yo sepa nadie hasta ahora había metido todos los circuitos necesarios en una<br />

caja de este tamaño. <strong>En</strong> general se requiere una p<strong>la</strong>nta generadora de un metro y<br />

medio para hacerlo. Y también funciona a <strong>la</strong> inversa. Puedo cerrar estos circuitos y<br />

hacer que impresionen directamente tu cerebro, de modo que verás y oirás sin<br />

ninguna intervención directa de los ojos ni oídos. ¡Fíjate!<br />

Al principio no había nada en que fijarse. Luego algo indefinido arañó levemente<br />

los rabillos de los ojos de Biron, algo que pronto se convirtió en una bo<strong>la</strong> azul-violeta<br />

suspendida en el aire, que le seguía cuando él se apartaba, y permanecía inalterada<br />

cuando cerraba los ojos. Y un c<strong>la</strong>ro tono musical <strong>la</strong> acompañaba. Era parte de el<strong>la</strong>, era<br />

el<strong>la</strong> misma.<br />

Crecía y se expansionaba, y Biron se fue dando cuenta de que' existía en el<br />

interior de su cráneo. No era realmente un color, sino un sonido coloreado, pero sin<br />

ruido. Era tangible, pero imperceptible.<br />

La bo<strong>la</strong> fue girando y adquiriendo una iridiscencia, mientras el tono musical se<br />

fue elevando hasta flotar por encima de él, como una casaca de seda. Luego explotó<br />

en forma tal que unas gotas de color le salpicaron, produciéndole unas quemaduras<br />

momentáneas que desaparecieron sin dejar dolor.<br />

Nuevamente se alzaron burbujas de un verde reluciente, mientras oía un suave<br />

y dulce murmullo. Biron, confuso, trató de alcanzar<strong>la</strong>s, y entonces se dio cuenta de<br />

que no podía ver sus manos ni sentir su movimiento. Sólo había <strong>la</strong>s pequeñas burbujas<br />

que llenaban su mente con exclusión de todo lo demás.<br />

Gritó en forma inaudible, y <strong>la</strong> fantasía cesó. Gillbret se encontraba nuevamente<br />

de pie a su <strong>la</strong>do en una habitación iluminada, y se estaba riendo. Biron sintió un fuerte<br />

46


mareo, y se enjugó tembloroso su fría y húmeda frente. Luego se sentó con<br />

brusquedad.<br />

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó, en tono tan firme como le fue posible.<br />

—Yo no lo sé —contestó Gillbret—. Estaba fuera de todo ello. ¿No comprendes?<br />

Era algo de lo cual tu cerebro carecía de experiencia previa. Tu cerebro percibía<br />

directamente y no tenía modo de interpretar tal fenómeno. Así que mientras te<br />

concentrabas en <strong>la</strong> sensación, tu cerebro no podía hacer más que tratar inútilmente de<br />

forzar el efecto, intentando que se ajustase a los antiguos caminos ya conocidos. Trata<br />

separada y simultáneamente de interpretarlo como visión, sonido y tacto. Y de paso,<br />

¿percibiste algún olor? A veces me ha parecido notarlo. Si este experimento se<br />

efectuase con perros creo que <strong>la</strong> sensación tomaría casi exclusivamente <strong>la</strong> forma de un<br />

olor. Algún día me gustaría ensayarlo con animales.<br />

»Por otra parte, si no le haces caso, si no le atacas, se desvanece. Es lo que<br />

hago yo cuando quiero observar sus efectos sobre otros, y no resulta difícil. —Puso su<br />

pequeña mano venosa sobre el instrumento, y jugueteó con los mandos—. A veces me<br />

parece que si fuese posible estudiar esto, bien, se podrían componer sinfonías en un<br />

nuevo medio; hacer cosas que no serían posibles con el simple sonido o <strong>la</strong> visión. Pero<br />

me temo que a mí me falte <strong>la</strong> capacidad suficiente.<br />

—Quisiera hacerle una pregunta —dijo Biron, abruptamente.<br />

—Haz<strong>la</strong> sin reparo.<br />

—¿Por qué no utiliza su habilidad científica en cosas útiles, en vez de...?<br />

—¿De malgastar<strong>la</strong> en chucherías inútiles? No lo sé. Quizá no sean del todo<br />

inútiles. Esto no es legal, ( .sabes?<br />

—¿Qué es lo que no es legal?<br />

—El visisonor. Ni tampoco mis instrumentos para espiar. Si los tyrannios lo<br />

supiesen, podría fácilmente suponer una sentencia de muerte.<br />

—Sin duda bromea...<br />

—Ni mucho menos. Es bien evidente que fuiste educado en un rancho de<br />

ganado. Los jóvenes no pueden recordar cómo eran <strong>la</strong>s cosas en los tiempos pasados.<br />

—Su cabeza se inclinó repentinamente hacia un <strong>la</strong>do, y sus ojos se entrecerraron.<br />

Preguntó—: ¿Eres enemigo del régimen tyrannio? Hab<strong>la</strong> con libertad. Te diré francamente<br />

que yo sí lo soy. Y te diré también que tu padre lo era.<br />

—Sí lo soy—dijo Biron tranqui<strong>la</strong>mente.<br />

—¿Por qué?<br />

—Son extraños, forasteros. ;,Qué derecho tienen a gobernar en Nefelos o en<br />

Rhodia?<br />

—¿Has pensado siempre así?<br />

Biron no respondió. Gillbret soltó un bufido.<br />

—<strong>En</strong> otras pa<strong>la</strong>bras: no decidiste que eran extraños y forasteros hasta que<br />

hubieron ejecutado a tu padre, lo cual, al fin y al cabo, era sencil<strong>la</strong>mente su derecho.<br />

¡Oh! No te sulfures; pero piénsalo desapasionadamente. Créeme que estoy de tu<br />

parte, ¡pero piensa! Tu padre era ranchero. ¿Qué derecho tenían sus pastores? Si uno<br />

de ellos hubiese robado ganado para su propio uso o para vendérselo a otros, ¿cuál<br />

habría sido su castigo? Iría a <strong>la</strong> cárcel por <strong>la</strong>drón. Si hubiese conspirado para asesinar<br />

a tu padre, cualquiera que fuese <strong>la</strong> razón, incluso una que a él le pareciera legítima,<br />

47


¿qué hubiese sucedido? Indudablemente, su ejecución. ¿Y qué derecho tiene tu padre<br />

de castigar a sus semejantes? ¡El era tyrannio de los pastores!<br />

»Tu padre, tanto para ti como para mí, era un patriota. Pero eso, ¿ qué importa?<br />

Para los tyrannios era un traidor, y lo eliminaron. ¿Es que puedes desconocer <strong>la</strong><br />

necesidad de <strong>la</strong> defensa propia? Los Hinriads han sido bastante sanguinarios en su<br />

tiempo, lee <strong>la</strong> historia, amigo mío. Todos los gobiernos matan como algo natural en el<br />

orden de <strong>la</strong>s cosas.<br />

»De modo que tienes que encontrar una razón mejor para odiar a los tyrannios.<br />

No creas que es suficiente reemp<strong>la</strong>zar unos gobernantes por otros, que el simple<br />

cambio trae consigo <strong>la</strong> libertad.<br />

Biron golpeó con el puño <strong>la</strong> palma de su mano.<br />

—Toda esa filosofía objetiva está muy bien; es muy conso<strong>la</strong>dora para el hombre<br />

que vive ais<strong>la</strong>do. Pero ; qué pensaría si hubiese sido su padre quien hubiese sido<br />

asesinado?<br />

—¿Y acaso no lo fue? Mi padre era director antes de Hinrik, y lo mataron. Oh,<br />

no violentamente, sino con sutileza. Quebrantaron su espíritu, como están<br />

quebrantando ahora el de Hinrik. Cuando mi padre murió no me quisieron a mí como<br />

director. Hinrik era alto, elegante, y, por encima de todo, flexible. Pero, por lo visto, no<br />

lo bastante flexible. Le persiguieron continuamente y le están convirtiendo en un<br />

títere, se están asegurando de que no pueda ni siquiera rascarse sin su permiso. Ya le<br />

has visto. Cada mes está peor. Su estado de temor constante es patéticamente<br />

psicopático. Pero no es por esto, por todo esto, que quiero destruir el gobierno de los<br />

tyrannios.<br />

—¿No? —dijo Biron—. ¿Es que ha inventado una razón completamente nueva?<br />

—Más bien diría una razón completamente vieja. Los tyrannios están<br />

destruyendo el derecho de veinte mil millones de seres humanos a tomar parte en el<br />

desarrollo de <strong>la</strong> especie. Tú has ido a <strong>la</strong> universidad; has estudiado el ciclo económico.<br />

Se coloniza un p<strong>la</strong>neta —empezó a contar con los dedos— y el primer problema es que<br />

pueda alimentarse. Se convierte en un mundo agríco<strong>la</strong> y ganadero. Comienza a cavar<br />

el suelo en busca de mineral en bruto que exportar, envía su excedente agríco<strong>la</strong> al<br />

extranjero para comprar artículos de lujo y maquinaria. Esta es <strong>la</strong> segunda etapa.<br />

Luego, al aumentar <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción y <strong>la</strong>s inversiones de capital extranjero, empieza a<br />

desarrol<strong>la</strong>rse una civilización industrial, lo cual constituye <strong>la</strong> tercera etapa. Finalmente<br />

el mundo está mecanizado, importa alimentos, exporta maquinaria, invierte en el<br />

desarrollo de mundos más primitivos, y así sucesivamente. El cuarto paso.<br />

»Los mundos mecanizados son siempre los más densamente pob<strong>la</strong>dos, los más<br />

poderosos militarmente, puesto que <strong>la</strong> guerra es función de <strong>la</strong>s máquinas, y<br />

acostumbran a estar rodeados por una franja de mundos agríco<strong>la</strong>s que dependen de<br />

aquél.<br />

»¿Pero qué nos ha ocurrido a nosotros? Estábamos en <strong>la</strong> tercera etapa, y<br />

nuestra industria estaba creciendo. ¿Y ahora? El crecimiento ha sido detenido,<br />

conge<strong>la</strong>do; ha sido obligado a replegarse. <strong>En</strong>torpecería el control de los tyrannios<br />

sobre nuestras necesidades industriales. Por su parte es una inversión a corto p<strong>la</strong>zo,<br />

porque finalmente llegaremos a dejar de ser provechosos, a medida que nos vayamos<br />

empobreciendo. Pero, entretanto, se aprovechan.<br />

»Además, si nos industrializamos, podríamos fabricar instrumentos bélicos. Por<br />

lo tanto se detiene <strong>la</strong> industrialización, se prohibe <strong>la</strong> investigación científica. Y al final<br />

el pueblo se acostumbra tanto a ello, que incluso no se da cuenta de que le falta algo.<br />

48


Hasta el punto de que te sorprendes cuando te digo que podría ser ejecutado por<br />

construir un visisonor.<br />

«Naturalmente, algún día derrotaremos a los tyrannios. Es casi inevitable. No<br />

pueden gobernar siempre; nadie consigue hacerlo. Se duermen en los <strong>la</strong>ureles. Se<br />

casarán con otros de razas diferentes y perderán mucho sus tradiciones propias. Se<br />

corromperán. Pero tardarán siglos en llegar a eso, porque <strong>la</strong> historia no tiene prisa. Y<br />

cuando hayan transcurrido aquellos siglos, todos seremos aún mundos agríco<strong>la</strong>s, sin<br />

herencia científica ni industrial que pueda ser tenida en cuenta, mientras que todos<br />

nuestros vecinos, los que no están bajo el control de los tyrannios serán fuertes y<br />

estarán urbanizados. Los reinos serán para siempre áreas semicoloniales. Nunca se<br />

pondrán a <strong>la</strong> altura, y sólo seremos observadores en el gran drama del progreso<br />

humano.<br />

—Lo que me dice no me es por completo desconocido —dec<strong>la</strong>ró Biron.<br />

—Naturalmente, puesto que fuiste educado en <strong>la</strong> Tierra. La Tierra ocupa una<br />

posición especial en el desarrollo social.<br />

—¿Cómo es eso?<br />

—¡Piénsalo! Desde el descubrimiento de <strong>la</strong> navegación intereste<strong>la</strong>r toda <strong>la</strong><br />

ga<strong>la</strong>xia ha estado sometida a una expansión constante. Siempre hemos sido una<br />

sociedad en crecimiento, y, por lo tanto, una sociedad no madura. Es obvio que <strong>la</strong><br />

sociedad humana sólo alcanzó su madurez en un lugar y en un tiempo determinados, y<br />

eso fue <strong>la</strong> Tierra inmediatamente antes de su catástrofe. Teníamos allí una sociedad<br />

que había perdido de momento toda posibilidad de expansionarse geográficamente, y<br />

que por lo tanto tenía que enfrentarse con problemas tales como el exceso de<br />

pob<strong>la</strong>ción, el agotamiento de los recursos y así sucesivamente; problemas que no se<br />

han presentado nunca a ninguna otra porción de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia.<br />

»Se vieron obligados a estudiar a fondo <strong>la</strong>s ciencias sociales. Es una lástima<br />

que hayamos perdido mucho, o todo aquello. Pero aquí hay algo divertido; cuando<br />

Hinrik era joven, era un gran primitivista. Tenía una biblioteca sobre asuntos terrestres<br />

sin rival en <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia; desde que es director <strong>la</strong> ha abandonado, junto con todo lo<br />

demás. Sin embargo, en cierto modo <strong>la</strong> he heredado yo. Su literatura, los fragmentos<br />

que sobreviven, es fascinadora. Tiene un sabor introspectivo del que carece nuestra<br />

civilización galáctica, tan extrovertida. Es de lo más divertido.<br />

—Me tranquiliza —dijo Biron—. Ha hab<strong>la</strong>do en serio durante tanto tiempo que<br />

empezaba a preguntarme si habría perdido su sentido del humor.<br />

Gillbret se encogió de hombros.<br />

—Me estoy dejando llevar, y eso es algo estupendo. Debe ser <strong>la</strong> primera vez<br />

desde hace meses. /Sabes lo que es representar un papel? ¿Dividir deliberadamente tu<br />

personalidad durante veinticuatro horas cada día? ¿Incluso entre amigos? ¿Incluso<br />

cuando estás solo, para no olvidarte nunca por descuido? ¿Ser en todo momento un<br />

diletante? ¿Estar siempre divertido? ¿No ser tenido en cuenta para nada? ¿Ser tan<br />

afeminado y tan ligeramente ridículo que has llegado a convencer a todos tus<br />

conocidos de que no sirves para nada? Y todo ello para que tu vida esté a salvo,<br />

aunque eso signifique que apenas valga <strong>la</strong> pena vivir<strong>la</strong>. Pero, a pesar de todo, de vez<br />

en cuando puedo enfrentarme con ellos.<br />

Levantó <strong>la</strong> mirada, y su voz sonó ansiosa, casi suplicante.<br />

—Tú puedes pilotar una nave. Yo no: ¿verdad que es raro? Hab<strong>la</strong>s de mi<br />

habilidad científica y, sin embargo, no sé pilotar ni un sencillo cochecillo espacial. Pero<br />

tú si sabes; de lo que se deduce que tienes que marcharte de Rhodia.<br />

49


No había posibilidad de equivocarse en <strong>la</strong> súplica, pero Biron frunció el ceño.<br />

—¿Porqué?<br />

Gillbret siguió hab<strong>la</strong>ndo con rapidez.<br />

—Como ya dije, Artemisa y yo hemos estado hab<strong>la</strong>ndo de ti y hemos<br />

organizado esto. Cuando salgas de aquí ve directamente a su habitación, donde te está<br />

esperando. He dibujado un diagrama, para que no tengas que preguntar el camino por<br />

los pasillos. —Tendió a Biron una pequeña hoja de metalene—. Si alguien te detiene, di<br />

que te ha l<strong>la</strong>mado el director, y sigue ade<strong>la</strong>nte. No pasará nada si no vaci<strong>la</strong>s...<br />

—¡Un momento!—dijo Biron.<br />

No lo iba a hacer otra vez. Jonti le había despachado a Rhodia, y <strong>la</strong><br />

consecuencia había sido conseguir que le condujesen ante los tyrannios. El comisario<br />

tyrannio le había despachado al pa<strong>la</strong>cio central antes de que hubiese podido dirigirse<br />

allí en secreto, con el resultado de que se encontraba sujeto, sin preparación previa, a<br />

los caprichos de un títere inseguro. ¡Pero de ahí ya no pasaba! A partir de aquel<br />

momento sus movimientos podrían estar estrictamente limitados, pero, ¡por el espacio<br />

y el tiempo!, serían los suyos propios. Se sentía muy decidido a que así fuese.<br />

—Estoy aquí por algo que es para mí importante, señor. No voy a marcharme.<br />

—¡Cómo! ¡No seas idiota, joven! —Por un instante fue nuevamente el viejo<br />

Gillbret quien se manifestaba—. ¿Crees que conseguirás hacer algo aquí? ¿Crees que<br />

saldrás vivo del pa<strong>la</strong>cio si esperas a <strong>la</strong> salida del sol? ¿No ves que Hinrik l<strong>la</strong>mará a los<br />

tyrannios y te encarce<strong>la</strong>rán antes de veinticuatro horas? Y <strong>la</strong> única razón por <strong>la</strong> cual<br />

esperará tanto es porque le cuesta mucho trabajo decidir cualquier cosa. Es mi primo,<br />

y le conozco; puedes estar seguro.<br />

—Y aunque fuese así —dijo Biron—, ¿qué le puede importar a usted? ¿Por qué<br />

tiene usted que interesarse tanto por mí?<br />

No iba a dejar que lo manejasen. Nunca más iba a ser el títere huidizo de otro<br />

hombre.<br />

Pero Gillbret seguían allí de pie, contemplándole.<br />

—Quiero que me lleves contigo. Soy yo mismo quien me interesa. No puedo<br />

soportar por más tiempo <strong>la</strong> vida bajo los tyrannios. Si Artemisa y yo no nos hemos<br />

marchado hace ya mucho tiempo, es so<strong>la</strong>mente porque ninguno de los dos sabe pilotar<br />

una nave espacial. Se trata de nuestras vidas.<br />

Biron sintió que su resolución comenzaba a f<strong>la</strong>quear.<br />

—¿La hija del director? ¿Y qué tiene que ver el<strong>la</strong> con todo esto?<br />

—Creo que de todos nosotros es <strong>la</strong> más desesperada. Para <strong>la</strong>s mujeres existe<br />

una muerte especial. ¿Cuál puede ser el porvenir de una hija de un director, que es<br />

joven, atractiva y soltera? ¿Y quién puede ser, en los tiempos que corremos, el<br />

delicioso galán? Pues so<strong>la</strong>mente un viejo y <strong>la</strong>scivo funcionario de <strong>la</strong> corte de los<br />

tyrannios que ha enterrado ya a tres esposas.<br />

—¡Pero seguramente el director no permitirá tal cosa?<br />

—El director lo permitirá todo. Nadie se preocupa de su permiso.<br />

Biron pensó en Artemisa tal como <strong>la</strong> había visto por última vez. Llevaba<br />

entonces el cabello peinado hacia atrás desde <strong>la</strong> frente; caía liso y sencillo, sin más<br />

que una onda a <strong>la</strong> altura del hombro. Piel c<strong>la</strong>ra y transparente, ojos negros, <strong>la</strong>bios<br />

rojos. ¡Alta, joven, sonriente! Descripción que probablemente correspondía a <strong>la</strong> de cien<br />

50


millones de muchachas en <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia. Sería ridículo permitir que aquello influyese en<br />

él. No obstante dijo:<br />

—¿Hay alguna nave a punto?<br />

La cara de Gillbret se arrugó bajo el impacto de una repentina sonrisa. Pero<br />

antes de que pudiese decir una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, l<strong>la</strong>maron con fuerza a <strong>la</strong> puerta. No se<br />

trataba de una tranqui<strong>la</strong> interrupción del haz de fotones, no era el suave sonido de<br />

unos nudillos sobre el plástico. Era un resonar metálico, el trueno avasal<strong>la</strong>dor del arma<br />

de <strong>la</strong> autoridad.<br />

—Será mejor que abras <strong>la</strong> puerta —dijo Gillbret.<br />

Biron así lo hizo, y dos hombres uniformados penetraron en <strong>la</strong> habitación. El<br />

que iba de<strong>la</strong>nte saludó a Gillbret con abrupta eficiencia, y luego, encarándose a Biron,<br />

dijo:<br />

—Biron Farrill, en nombre del comisario residente de Tyrann y del director de<br />

Rhodia, queda usted arrestado.<br />

—¿De qué se me acusa?<br />

—De alta traición.<br />

La cara de Gillbret se torció por un instante con un gesto de infinita perplejidad,<br />

y apartó <strong>la</strong> mirada.<br />

—Por esta vez Hinrik ha ido deprisa, más deprisa de lo que yo había supuesto.<br />

¡Es una divertida idea!<br />

Era otra vez el viejo Gillbret, que sonreía indiferente, y alzaba levemente <strong>la</strong>s<br />

cejas, como si estuviera presenciando un hecho desagradable con un ligero<br />

sentimiento de pesar.<br />

—Haga el favor de seguirme —dijo el guardia. Biron percibió el látigo neurónico<br />

que el otro sostenía con displicencia.<br />

51


8<br />

Las faldas de una dama<br />

La garganta de Biron se estaba secando. <strong>En</strong> lucha limpia podía haber vencido a<br />

cualquiera de los guardias. Lo sabía, y ansiaba encontrar una oportunidad. Incluso<br />

quizás hubiera podido medirse con los dos a <strong>la</strong> vez. Pero llevaban látigos, y no hubiese<br />

podido levantar un brazo sin que se lo hicieran sentir. Mentalmente se rindió. No podía<br />

hacer otra cosa.<br />

—Dejadle que se lleve su capa —dijo Gillbret.<br />

Biron, sorprendido, miró rápidamente en dirección a Gillbret y se retractó de su<br />

rendición. Sabía que no llevaba capa.<br />

El guardia que había sacado el látigo juntó los talones en señal de respeto.<br />

Señaló a Biron con el látigo:<br />

—Ya ha oído usted al señor. ¡Coja su capa y no se entretenga!<br />

Biron fue retrocediendo lo más lentamente que podía. Llegó hasta <strong>la</strong> librería y<br />

se inclinó, palpando tras <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> en busca de <strong>la</strong> inexistente capa. Y mientras sus dedos<br />

manipu<strong>la</strong>ban el espacio vacío, observaba ansiosamente a Gillbret.<br />

El visisonor no era para los guardias más que un objeto extraño. Para ellos no<br />

significaba nada el hecho de que Gillbret manipu<strong>la</strong>se delicadamente los mandos. Biron<br />

observó con fijeza <strong>la</strong> boca del látigo, dejando que llenase su mente. Desde luego, no<br />

debía entrar en el<strong>la</strong> más que lo que viese u oyese (o creyera que veía u oía).<br />

¿Pero por cuánto tiempo?<br />

— ¿ Está su capa detrás de aquel<strong>la</strong> sil<strong>la</strong>? —preguntó el guardia armado—.<br />

¡Levántese!<br />

Ade<strong>la</strong>ntó impacientemente un paso, y se detuvo. Sus ojos se contrajeron de<br />

asombro, y miró vivamente hacia su izquierda.<br />

¡Había llegado el momento! Biron se enderezó, <strong>la</strong>nzándose hacia de<strong>la</strong>nte y<br />

hacia abajo. Agarró <strong>la</strong>s piernas del guardia y tiró de el<strong>la</strong>s. El guardia cayó<br />

pesadamente, mientras el amplio puño de Biron se cerraba sobre <strong>la</strong> mano del otro<br />

guardia, buscando el látigo neurónico que sujetaba.<br />

El otro guardia llevaba el látigo desenfundado, pero de momento no le servía de<br />

nada. Con su mano libre barría furiosamente el espacio de<strong>la</strong>nte de sus ojos.<br />

Resonó <strong>la</strong> aguda risa de Gillbret:<br />

—¿Te molesta algo, Farrill?<br />

—No veo absolutamente nada —gruñó, y añadió—: salvo este látigo que ahora<br />

he cogido.<br />

—Bien, entonces vete. No van a detenerte. Sus mentes están llenas de visiones<br />

y sonidos que no existen. —Gillbret se apartó saltando por encima de los cuerpos que<br />

se retorcían.<br />

Biron liberó sus manos y se alzó. Descargó su brazo precisamente por debajo<br />

de <strong>la</strong>s costil<strong>la</strong>s del otro. La cara del guardia se retorció de dolor, y su cuerpo se dobló<br />

convulsivamente. Biron se levantó con el látigo en <strong>la</strong> mano.<br />

—¡Cuidado —gritó Gillbret.<br />

52


Pero Biron no se volvió con suficiente rapidez. El segundo guardia se le vino<br />

encima, derribándole. Fue un ataque a ciegas. Era imposible saber qué era lo que el<br />

guardia creía agarrar. Ciertamente, en aquel instante no sabía nada de Biron. Éste<br />

sintió en su oreja <strong>la</strong> respiración del guardia, y oyó el gorgoteo continuo e incoherente<br />

de su garganta.<br />

Biron se retorció tratando de hacer funcionar el arma que había capturado, y se<br />

estremeció al contemp<strong>la</strong>r los vacíos ojos que debían estar percibiendo algún horror<br />

invisible para todos los demás.<br />

Biron tensó <strong>la</strong>s piernas y desp<strong>la</strong>zó su peso tratando de liberarse, pero todo fue<br />

inútil. Tres veces sintió como el látigo del guardia oprimía duramente su cadera, y se<br />

estremeció al contacto.<br />

<strong>En</strong>tonces el gorgoteo del guardia se disolvió formando pa<strong>la</strong>bras. Aulló:<br />

—¡Me <strong>la</strong>s pagaréis todos!<br />

Apareció el pálido y casi invisible centelleo del aire ionizado en el trayecto del<br />

haz de energía del látigo, que barrió ampliamente el aire y encontró el pie de Biron.<br />

Fue algo así como si hubiese pisado un baño de plomo tundido. O como si<br />

hubiese sido separado por el mordisco de un tiburón. <strong>En</strong> realidad nada le había<br />

ocurrido físicamente. Lo único que había sucedido era que los terminales nerviosos que<br />

gobernaban <strong>la</strong> sensación del dolor habían sido estimu<strong>la</strong>dos al máximo. El plomo<br />

hirviente no podía haber hecho más.<br />

Biron dio un enloquecedor aullido y se derrumbó. Ni siquiera se le ocurrió que <strong>la</strong><br />

lucha había terminado. Nada importaba excepto el insoportable dolor.<br />

Y, sin embargo, a pesar de que Biron no se había dado cuenta, <strong>la</strong> presa del<br />

guardia se había re<strong>la</strong>jado, y unos minutos más tarde, cuando el joven pudo esforzarse<br />

para abrir los ojos y enjugó sus lágrimas, encontró al guardia de espaldas a <strong>la</strong> pared,<br />

tratando débilmente de empujar <strong>la</strong> nada con sus manos y riéndose estúpidamente. El<br />

primer guardia estaba aún tendido sobre su espalda, con <strong>la</strong>s piernas y los brazos<br />

extendidos. Estaba consciente pero silencioso. Sus ojos seguían algo en su trayectoria<br />

irregu<strong>la</strong>r, y su cuerpo temb<strong>la</strong>ba un poco. Tenía espuma en los <strong>la</strong>bios.<br />

Biron se levantó con dificultad, y se dirigió cojeando hacia <strong>la</strong> i pared. Utilizó el<br />

mango del látigo, y el guardia se desplomó. Se ¡ acercó entonces al primero, el cual<br />

tampoco se defendió; sus ojos continuaron moviéndose silenciosamente hasta que el<br />

golpe le dejó inconsciente.<br />

Biron volvió a sentarse y se dispuso a cuidarse el pie. Se sacó el calcetín y<br />

contempló con sorpresa <strong>la</strong> piel intacta. La tocó y gruñó al percibir <strong>la</strong> sensación de<br />

quemadura. Alzó <strong>la</strong> vista hacia Gillbret, quien había dejado el visisonor y se frotaba<br />

una de sus delgadas mejil<strong>la</strong>s con <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong> mano.<br />

—Gracias —dijo Biron—, por <strong>la</strong> ayuda de su instrumento. Gillbret se encogió de<br />

hombros.<br />

—Pronto vendrán otros —dijo—. Ve al cuarto de Artemisa, ¡por favor! ¡Pronto!<br />

Biron comprendió que tema razón. El pie le dolía ya mucho menos, pero lo<br />

sentía hinchado y ardiente. Se puso el calcetín y metió el zapato debajo del brazo.<br />

Tenía ya un látigo y quitó el otro al segundo guardia, metiéndoselo con dificultad en el<br />

cinturón.<br />

Al llegar a <strong>la</strong> puerta se volvió, y preguntó con una sensación de asco:<br />

—¿Qué les hizo usted ver, señor?<br />

53


—No lo sé, no puedo contro<strong>la</strong>rlo. No hice más que <strong>la</strong>rgarles toda <strong>la</strong> fuerza<br />

posible, y lo demás dependió de sus complejos. *No te detengas hab<strong>la</strong>ndo. ..Tienes el<br />

piano para llegar al cuarto de Artemisa?<br />

Biron asintió con <strong>la</strong> cabeza y avanzó a lo <strong>la</strong>rgo del pasillo. Estaba casi vacío. No<br />

podía caminar rápidamente, pues si intentaba hacerlo cojeaba.<br />

Miró su reloj, y recordó entonces que no había tenido aún tiempo de ajustarlo a<br />

<strong>la</strong> cronometría local de Rhodia. Todavía estaba adaptado al tiempo patrón intereste<strong>la</strong>r<br />

que utilizaba a bordo de <strong>la</strong> nave, donde cien minutos constituían una hora, y mil un<br />

día. De modo que el número 876 que resp<strong>la</strong>ndecía en cifras rosadas en-<strong>la</strong> fría esfera<br />

metálica del reloj no significaba nada ahora.<br />

Pero, en fin, debía de ser bien entrada <strong>la</strong> noche, o por lo menos el período del<br />

sueño p<strong>la</strong>netario (suponiendo que los dos no coincidieran), pues de lo contrario los<br />

salones no hubiesen estado tan vacíos, y los bajorrelieves de <strong>la</strong>s paredes no hubiesen<br />

reflejado <strong>la</strong> luz sin nadie que los mirase. Tocó uno de ellos al pasar, una escena de<br />

coronación, y vio que eran bidimensionales. No obstante, producían <strong>la</strong> ilusión perfecta<br />

de estar separados de <strong>la</strong>s paredes.<br />

Era lo bastante curioso para detenerse momentáneamente a fin de examinar el<br />

efecto. Luego recordó que no debía perder tiempo y se apresuró a seguir su camino.<br />

La vaciedad del pasillo le pareció otro signo de <strong>la</strong> decadencia de Rhodia. Ahora<br />

que se había convertido en un rebelde se percataba de todos esos símbolos de<br />

declinación. Si hubiera sido el centro de una potencia independiente, el pa<strong>la</strong>cio hubiese<br />

siempre tenido centine<strong>la</strong>s y guardianes nocturnos.<br />

Consultó el burdo mapa de Gillbret y dobló a <strong>la</strong> derecha, avanzando a lo <strong>la</strong>rgo<br />

de una rampa ancha y curva. <strong>En</strong> otro tiempo quizás hubo allí procesiones, pero nada<br />

de eso quedaría ahora.<br />

Se inclinó ante <strong>la</strong> puerta indicada y tocó <strong>la</strong> señal fotónica. La puerta se<br />

entreabrió primero, y luego se abrió del todo.<br />

—<strong>En</strong>tre, joven.<br />

Era Artemisa. Biron entró, y <strong>la</strong> puerta se cerró rápida y silenciosamente. Biron<br />

miró en silencio a <strong>la</strong> muchacha. Recordaba con cierto malestar que su camisa estaba<br />

desgarrada por el hombro, de modo que una de <strong>la</strong>s mangas colgaba suelta, que sus<br />

ropas estaban sucias, y que le sangraba <strong>la</strong> cara. Recordó el zapato que aún llevaba en<br />

<strong>la</strong> mano, lo dejó caer, y metió el pie en él.<br />

—¿Le importa si me siento? —preguntó.<br />

La chica le siguió hasta <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>, y permaneció de pie junto a él, ligeramente<br />

molesta.<br />

—¿Qué ha ocurrido? ¿Qué le pasa en el pie?<br />

—Me hice daño —dijo brevemente—. ¿Está preparada para marcharse?<br />

La muchacha se animó.<br />

—<strong>En</strong>tonces, ¿ va a llevarnos?<br />

Pero Biron no estaba de humor para cortesías. El pie le dolía aún, y se lo sujetó<br />

con <strong>la</strong> mano.<br />

—Mire, lléveme a una nave. Me marcho de este maldito p<strong>la</strong>neta, y si quiere<br />

venir conmigo <strong>la</strong> llevo. La muchacha frunció el ceño.<br />

54


—Podría mostrarse algo más amable. Se ha peleado?<br />

—Sí, con los guardias de su padre, que querían arrestarme por traición. <strong>En</strong> eso<br />

quedó mi derecho de asilo.<br />

—¡Oh, lo siento!<br />

—Yo también lo siento. No es sorprendente que los tyrannios puedan dominar<br />

cincuenta mundos con un puñado de hombres. Les ayudamos. Hombres como su padre<br />

harían lo imposible para conservar el poder; olvidarían los deberes básicos de un<br />

sencillo caballero... ¡No importa!<br />

—He dicho que lo sentía, señor ranchero. —Empleó el título con frío orgullo—.<br />

Le ruego que no se erija en juez de mi padre. Desconoce todos los hechos.<br />

—No me interesa discutirlos. Tendremos que salir apresuradamente, antes de<br />

que aparezcan más preciosos guardias de su padre. Bueno, no quiero herir sus<br />

sentimientos. Está bien, disculpe.<br />

La aspereza de Biron privaba de sentido a sus excusas, pero, ¡qué diablos!, era<br />

<strong>la</strong> primera vez que le habían herido con un látigo neurónico, y no resultaba<br />

precisamente divertido. ¡Y, por el espacio!, le debían asilo. Por lo menos eso.<br />

Artemisa se sintió enojada, y no con su padre, naturalmente, sino con aquel<br />

estúpido joven. Pensó que era en verdad muy joven, casi un chiquillo; tal vez era más<br />

joven que el<strong>la</strong>.<br />

Sonó el comunicador, y <strong>la</strong> chica dijo secamente:<br />

—Espera un momento, ya vamos.<br />

Era <strong>la</strong> voz de Gillbret, que sonaba lejana.<br />

—Arta, ¿todo marcha por ahí?<br />

—Está aquí—murmuró el<strong>la</strong>.<br />

—Bien. No digas nada. Escucha. No salgas de tu cuarto. Que se quede contigo.<br />

Van a registrar el pa<strong>la</strong>cio, y no hay manera de evitarlo. Trataré de pensar algo, pero<br />

entretanto, no te muevas.<br />

No esperó respuesta y se interrumpió el contacto.<br />

—De modo que así estamos —dijo Biron. También él lo había oído—. ¿ Debo<br />

quedarme y comprometer<strong>la</strong>, o salir y entregarme? Supongo que no hay razón para<br />

esperar asilo en ningún lugar de Rhodia.<br />

—¡Oh, cállese, bruto, necio! —dijo el<strong>la</strong> con un grito contenido.<br />

Se contemp<strong>la</strong>ron mutuamente. Biron estaba ofendido. <strong>En</strong> cierto modo también<br />

estaba tratando de ayudar<strong>la</strong>. No había razón para que el<strong>la</strong> le insultase.<br />

—Está bien —dijo fríamente y sin convicción—. Tiene usted derecho a sus<br />

propias opiniones.<br />

—No debería decir <strong>la</strong>s cosas que dice de mi padre. Usted no sabe lo que es ser<br />

director. Trabaja para su pueblo, a pesar de todo lo que pueda usted pensar.<br />

—Oh, sí, sin duda. Me ha vendido a los tyrannios para ayudar a su pueblo. Es<br />

muy lógico.<br />

—<strong>En</strong> cierto modo sí lo es. Les ha mostrado que es leal. De no ser así, podrían<br />

deponerle y asumir el gobierno directo de Rhodia. ¿Es que eso sería mejor?<br />

55


—Si un noble no puede encontrar asilo...<br />

—Oh, usted no piensa más que en s- mismo. Ése es su defecto.<br />

—No me parece que sea particu<strong>la</strong>rmente egoísta no querer morir. Sobre todo<br />

por nada. Antes de desaparecer tengo que pelear un poco. Mi padre les combatió.<br />

Sabía que empezaba a parecer melodramático, pero aquel<strong>la</strong> muchacha le hacía<br />

reaccionar así.<br />

—¿Y de qué le sirvió a su padre? —.preguntó <strong>la</strong> muchacha.<br />

71—De nada, me figuro. Le mataron. Artemisa se sintió apenada.<br />

—No hago más que decir que lo siento, pero esta vez es de veras. Estoy<br />

trastornada. —Luego, como en defensa propia, añadió—: Yo también tengo mis<br />

dificultades.<br />

Biron lo recordó.<br />

—Ya lo sé. Bueno, empecemos de nuevo.<br />

Trató de sonreír. Por otra parte, su pie se encontraba mejor.<br />

El<strong>la</strong> trató de parecer despreocupada.<br />

—Y no es usted verdaderamente bruto. Biron se sintió embarazado.<br />

—Oh, bueno...<br />

Se detuvo, y Artemisa se llevó <strong>la</strong> mano a <strong>la</strong> boca. Rápidamente volvieron sus<br />

cabezas en dirección a <strong>la</strong> puerta. Se oía un repentino ruido de muchos pies que<br />

avanzaban en orden sobre el mosaico de plástico semielástico que cubría el pasillo<br />

exterior. La mayor parte pasó de <strong>la</strong>rgo, pero oyeron un leve y disciplinado sonido de<br />

talones que se juntaban ante <strong>la</strong> puerta, y percibieron el zumbido de l<strong>la</strong>mada de <strong>la</strong><br />

señal nocturna.<br />

Gillbret tenía que actuar con rapidez. Primero debía ocultar el visisonor. Por vez<br />

primera deseó haber tenido un escondrijo mejor. Maldijo a Hinrik por haberse decidido<br />

tan pronto esta vez, por no haber esperado hasta <strong>la</strong> mañana. Tenía que escaparse;<br />

quizá no tuviese otra oportunidad.<br />

Luego l<strong>la</strong>mó al capitán de <strong>la</strong> guardia. No podía ignorar el pequeño hecho de que<br />

había dos guardias inconscientes y un prisionero fugado.<br />

El capitán de <strong>la</strong> guardia lo tomó muy en serio. Hizo que se llevasen a los dos<br />

hombres inconscientes, y se enfrentó con Gillbret.<br />

—Señor, no he acabado de comprender por su mensaje qué es exactamente lo<br />

que ha ocurrido —dijo.<br />

—Pues lo que usted ve —contestó Gillbret—. Vinieron a arrestarle, y el joven no<br />

se sometió. Se ha ido, el espacio sabe dónde.<br />

—Eso importa poco, señor —dijo el capitán—. Esta noche el pa<strong>la</strong>cio se ve<br />

honrado con <strong>la</strong> presencia de un personaje, de modo que está bien guardado a pesar de<br />

<strong>la</strong> hora. ¿Pero cómo pudo escaparse? Mis hombres estaban armados, pero él no.<br />

—Peleó como un tigre. Desde esta sil<strong>la</strong>, tras <strong>la</strong> cual me escondí.<br />

—Lamento, señor, que no pensase usted en ayudar a mis hombres contra un<br />

acusado de traición.<br />

56


—Vaya una idea divertida, capitán —dijo Gillbret, adoptando un aire<br />

desdeñoso—. Si sus hombres en doble número y armados, necesitaban mi ayuda, ya<br />

es hora de que reclute otros hombres.<br />

—¡Está bien! Registraremos el pa<strong>la</strong>cio, le encontraremos y ya veremos si puede<br />

repetir su hazaña.<br />

—Le acompañaré, capitán.<br />

Ahora fue el capitán quien arqueó <strong>la</strong>s cejas. Era su turno.<br />

—No se lo aconsejaría, señor. Podría haber algún peligro.<br />

Era <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se de observación que no se debía hacer a un Hinriad. Gillbret lo sabía,<br />

pero se limitó a sonreír y permitió que <strong>la</strong>s arrugas llenasen su delgada cara.<br />

—Ya lo sé —dijo—, pero a veces hasta el peligro me divierte. La compañía de<br />

guardias tardó cinco minutos en formar. Gillbret, solo en su habitación durante aquel<br />

tiempo, l<strong>la</strong>mó a Artemisa.<br />

Biron y Artemisa se habían quedado petrificados ante el zumbido de <strong>la</strong> pequeña<br />

señal, <strong>la</strong> cual sonó por segunda vez; luego se oyeron unos prudentes golpes en <strong>la</strong><br />

puerta, y <strong>la</strong> voz de Gillbret que decía:<br />

—Déjeme probar, capitán. —Y luego, en voz más alta—: ¡Artemisa!<br />

Biron sonrió aliviado y se ade<strong>la</strong>ntó hacia <strong>la</strong> puerta, pero <strong>la</strong> muchacha le cubrió<br />

<strong>la</strong> boca con <strong>la</strong> mano y dijo en voz alta:<br />

—Un momento, tío Gil.<br />

Indicó desesperadamente <strong>la</strong> pared con un dedo.<br />

Biron no podía hacer más que mirar como un estúpido. La pared era<br />

completamente lisa. Artemisa hizo una mueca y pasó a toda prisa junto a él. Su mano<br />

sobre <strong>la</strong> pared hizo que una parte de <strong>la</strong> misma se deslizase sin ruido hacia un <strong>la</strong>do,<br />

descubriendo un tocador. Con un gesto de los <strong>la</strong>bios indicó a Biron que se metiera<br />

dentro, mientras sus manos manipu<strong>la</strong>ban el alfiler de adorno de su hombro derecho. Al<br />

abrirse aquel alfiler se interrumpió el pequeño campo de fuerza que mantenía cerrada<br />

una costura invisible a lo <strong>la</strong>rgo de su vestido. Dio un paso, y salió fuera de él.<br />

Biron dio <strong>la</strong> vuelta después de cruzar lo que había sido <strong>la</strong> pared¿ y mientras<br />

ésta se volvía a cerrar tuvo el tiempo justo de ver cómo <strong>la</strong> muchacha se echaba sobre<br />

los hombros una bata de piel b<strong>la</strong>nca. El vestido escar<strong>la</strong>ta yacía arrugado sobre <strong>la</strong> sil<strong>la</strong>.<br />

Biron miró en derredor suyo preguntándose si registrarían el cuarto de<br />

Artemisa. Si lo hacían se encontraría indefenso, pues el tocador no tenía otra entrada,<br />

y no había nada en él que pudiese servir de escondrijo mejor.<br />

A lo <strong>la</strong>rgo de una de <strong>la</strong>s paredes colgaba una hilera de vestidos, y el aire<br />

resp<strong>la</strong>ndecía débilmente de<strong>la</strong>nte de ellos. Su mano pasó fácilmente a través del<br />

resp<strong>la</strong>ndor, y so<strong>la</strong>mente sintió una leve picazón al atravesarlo con <strong>la</strong> muñeca, pues su<br />

objeto era únicamente repeler el polvo, a fin de que el espacio detrás de él<br />

permaneciese asépticamente limpio.<br />

Podría esconderse tras <strong>la</strong>s faldas. Eso era precisamente lo que en realidad<br />

estaba haciendo. Había maltratado a dos guardias, con <strong>la</strong> ayuda de Gillbret, para llegar<br />

allí, pero ahora que había llegado se escondía literalmente tras <strong>la</strong>s faldas de una dama.<br />

57


De un modo incongruente, se puso a pensar que le hubiera gustado haberse<br />

dado <strong>la</strong> vuelta un poco antes de que <strong>la</strong> pared se cerrase tras él. La chica tenía<br />

realmente una figura notable. Era ridículo que se hubiese portado de una manera tan<br />

infantil y desagradable. Era evidente que el<strong>la</strong> no tenía <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong>s faltas de su<br />

padre.<br />

Y ahora lo único que podía hacer era esperar, contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> lisa pared y<br />

esperando el ruido de pies en <strong>la</strong> habitación de al <strong>la</strong>do, el momento en que <strong>la</strong> pared se<br />

abriese una vez más y se enfrentara de nuevo con <strong>la</strong>s bocas de los látigos, pero esta<br />

vez sin un visisonor que le ayudase.<br />

Y esperó, con un látigo neurónico en cada mano.<br />

58


9<br />

Los pantalones de un dueño y señor<br />

—¿Qué ocurre? —Artemisa no tenía por qué fingir intranquilidad. Se dirigió a<br />

Gillbret, quien estaba junto a <strong>la</strong> puerta, al <strong>la</strong>do del capitán de <strong>la</strong> guardia. Media docena<br />

de hombres uniformados estaban discretamente a <strong>la</strong> expectativa a corta distancia. Y<br />

luego, rápidamente, añadió—: ¿Le ha ocurrido algo a mi padre?<br />

—No, no —<strong>la</strong> tranquilizó Gillbret—, no ha ocurrido nada que pueda afectarte en<br />

modo alguno. ¿Estabas durmiendo?<br />

—Casi —replicó— y hace ya horas que mis chicas han salido. No había nadie<br />

para contestar, salvo yo misma, y me han dado ustedes un susto terrible.<br />

Luego, de improviso, se volvió hacia el capitán, con un serio ademán.<br />

—¿Qué desean de mí, capitán? Dígalo pronto, por favor. Éstas no son horas<br />

para una audiencia en reg<strong>la</strong>.<br />

Gillbret intervino antes de que el otro tuviese tiempo de abrir <strong>la</strong> boca.<br />

—Algo muy divertido, Arta. Aquel joven, ¿ cómo se l<strong>la</strong>ma?, ya sabes, se ha<br />

escapado, rompiendo dos cabezas a su paso. Le estamos buscando ahora con igualdad<br />

de fuerzas: un pelotón de soldados para un fugitivo. Y aquí me tienes, sobre <strong>la</strong> pista,<br />

entusiasmando al capitán con mi celo y mi valentía.<br />

dijo:<br />

Artemisa pareció quedarse absolutamente estupefacta.<br />

El capitán murmuró una imprecación; sus <strong>la</strong>bios apenas se movieron. Luego<br />

—Por favor, señor, no se expresa usted con c<strong>la</strong>ridad y estamos perdiendo<br />

miserablemente el tiempo. Señora, el hombre que dice ser el hijo del ranchero de<br />

Widemos ha sido arrestado por traición. Ha conseguido escaparse, y ahora anda<br />

suelto. Debemos registrar el pa<strong>la</strong>cio en su busca, habitación por habitación.<br />

Artemisa retrocedió un paso frunciendo el ceño.<br />

—¿Incluso mi habitación?<br />

—Si su excelencia lo permite.<br />

—¡Pues no lo permito! ¡Si hubiese un hombre desconocido en mi habitación lo<br />

sabría, sin duda alguna! Y <strong>la</strong> sugerencia de que yo pueda tener tratos con tal hombre,<br />

o con cualquier otro hombre, a estas horas de <strong>la</strong> noche, es una solemne impertinencia.<br />

Le ruego observe el respeto debido a mi rango, capitán.<br />

decir:<br />

Aquel estallido hizo su efecto. El capitán no pudo hacer más que saludar y<br />

—No tenía intención de sugerir nada de eso, señora. Perdone <strong>la</strong> molestia a<br />

estas horas de <strong>la</strong> noche. Su afirmación de que no ha visto al fugitivo es, naturalmente,<br />

suficiente. <strong>En</strong> <strong>la</strong>s circunstancias presentes era necesario confirmar <strong>la</strong> seguridad de su<br />

excelencia. Se trata de un hombre peligroso.<br />

—Seguramente no será tan peligroso como para que no puedan entendérse<strong>la</strong>s<br />

con él, usted y su compañía.<br />

La aguda voz de Gillbret se interpuso de nuevo.<br />

59


—Capitán, venga. Mientras usted se entretiene en cortesías con mi sobrina,<br />

nuestro hombre habrá tenido tiempo de saquear <strong>la</strong> armería. Propongo que deje usted<br />

un guardia a <strong>la</strong> puerta de esta dama, de modo que no se perturbe lo que le queda de<br />

sueño. A no ser, querida —hizo bai<strong>la</strong>r sus dedos frente a Artemisa—. que quieras<br />

unirte a nosotros.<br />

—Será suficiente con cerrar <strong>la</strong> puerta y retirarme, gracias —dijo Artemisa con<br />

frialdad.<br />

—Escoge un guardia grande —gritó Gillbret—. Ese mismo. Qué hermoso<br />

uniforme llevan nuestros guardias, Artemisa. Puedes reconocer un guardia desde lejos<br />

con sólo verle el uniforme.<br />

—Excelencia —dijo el capitán con impaciencia—, no hay tiempo que perder;<br />

está retrasándonos.<br />

A un gesto suyo, un guardia se separó del pelotón, saludó a Artemisa a través<br />

de <strong>la</strong> puerta que ya se cerraba, y luego al capitán. El ruido de pisadas ordenadas se<br />

desvaneció en ambas direcciones.<br />

Artemisa esperó, luego abrió silenciosamente unos centímetros <strong>la</strong> puerta. El<br />

guardia estaba allí, p<strong>la</strong>ntado, con <strong>la</strong>s piernas separadas, <strong>la</strong> espalda rígida, <strong>la</strong> mano<br />

derecha armada, y <strong>la</strong> izquierda sobre su botón de a<strong>la</strong>rma. Era el guardia propuesto por<br />

Gillbret, uno alto, tan alto como Biron de Widemos, aunque no tan ancho de espaldas.<br />

<strong>En</strong> aquel momento se le ocurrió a <strong>la</strong> muchacha que Biron, si bien era joven y,<br />

por lo tanto, poco razonable en algunos de sus puntos de vista, era por lo menos<br />

robusto y musculoso, lo que resultaba conveniente. Había sido una tontería mostrarse<br />

desagradable con él. Y tenía bastante buena facha.<br />

Biron se irguió al abrirse <strong>la</strong> puerta. Contuvo <strong>la</strong> respiración \ apretó los dedos.<br />

Artemisa miró los látigos.<br />

—¡Tenga cuidado!<br />

Respiró aliviado y metió un látigo en cada bolsillo. Resultaban así bastante<br />

incómodos, pero no tenía fundas apropiadas.<br />

—Eso era so<strong>la</strong>mente en caso de que alguien me estuviera bus~ cando.<br />

—Salga y hable en voz baja.<br />

Llevaba todavía su bata de noche, tejida con un material suave desconocido<br />

para Biron, y adornada con pequeños mechones de una piel p<strong>la</strong>teada; se sujetaba al<br />

cuerpo gracias a alguna leve atracción estática propia del material, de modo que no<br />

requería botones, cierres, <strong>la</strong>zos ni campos de costura. Y, en consecuencia, tampoco<br />

hacía mucho más que esfumar levemente los contornos de <strong>la</strong> figura de Artemisa.<br />

Biron sintió que sus orejas enrojecían, y pa<strong>la</strong>deó <strong>la</strong> sensación.<br />

Artemisa esperó, hizo un gesto circu<strong>la</strong>r con su dedo índice y preguntó:<br />

—¿Le importa?<br />

Biron <strong>la</strong> miró a <strong>la</strong> cara.<br />

—¿Qué? ¡Oh, perdón! .<br />

Se volvió de espaldas y permaneció vagamente atento al suave crujido del<br />

cambio de <strong>la</strong>s prendas exteriores. No se le ocurrió preguntarse por qué <strong>la</strong> muchacha<br />

60


no había utilizado el tocador o por qué, mejor aún, no se había cambiado antes de<br />

abrir <strong>la</strong> puerta. La psicología femenina presenta abismos que, cuando se carece de<br />

experiencia, desafían al análisis.<br />

Cuando Biron se volvió, iba vestida de negro, con un traje de dos piezas que no<br />

alcanzaba <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>, y que tenía el aspecto consistente de <strong>la</strong>s prendas destinadas más<br />

bien a! aire libre que a los salones de baile.<br />

—¿Nos vamos, pues? —dijo Biron de inmediato. La chica hizo un gesto con <strong>la</strong><br />

cabeza.<br />

—Primeramente tendrá que hacer su trabajo. Necesita usted otras ropas.<br />

Póngase al <strong>la</strong>do de <strong>la</strong> puerta y haré entrar al guardia.<br />

—¿Qué guardia? Artemisa sonrió.<br />

—Han dejado un guardia a <strong>la</strong> puerta, a sugerencia de tío Gil.<br />

La puerta del pasillo se abrió silenciosamente unos cuantos centímetros,<br />

deslizándose sobre su carril. El guardia estaba aún allí, rígidamente inmóvil.<br />

—¡Guardia! —gritó el<strong>la</strong>—. ¡<strong>En</strong>tre, pronto!<br />

No había ninguna razón para que un simple soldado vaci<strong>la</strong>se en obedecer a <strong>la</strong><br />

hija del director. <strong>En</strong>tró mientras <strong>la</strong> puerta seguía aún abriéndose.<br />

—A <strong>la</strong> orden, exce... —empezó a decir impetuosamente, y sus rodil<strong>la</strong>s se<br />

dob<strong>la</strong>ron bajo el peso que cayó sobre sus hombros, mientras sus pa<strong>la</strong>bras quedaban<br />

cortadas, sin tan sólo un chillido de interrupción, por el antebrazo que se cerró<br />

alrededor de su <strong>la</strong>ringe.<br />

Artemisa cerró precipitadamente <strong>la</strong> puerta y observó <strong>la</strong> escena con sensaciones<br />

próximas a <strong>la</strong> náusea. La vida en el pa<strong>la</strong>cio de los Hinriads era tranqui<strong>la</strong>, casi<br />

decadente, y hasta entonces nunca había visto <strong>la</strong> cara de un hombre congestionada<br />

con sangre, y cómo su boca se entreabría resop<strong>la</strong>ndo inútilmente bajo los efectos de <strong>la</strong><br />

asfixia. Apartó <strong>la</strong> mirada.<br />

Biron descubrió sus dientes al esforzarse en estrechar el círculo de huesos y<br />

músculos alrededor de <strong>la</strong> garganta del otro. Durante un minuto <strong>la</strong>s debilitadas manos<br />

del guardia tiraron inútilmente del brazo de Biron, mientras sus pies descargaban<br />

golpes sin objeto. Biron le levantó del suelo sin aflojar su presa.<br />

Y entonces <strong>la</strong>s manos del guardia cayeron a sus <strong>la</strong>dos, sus piernas colgaron<br />

flojas, y los convulsivos e inútiles movimientos de su pecho comenzaron a calmarse.<br />

Biron lo depositó suavemente sobre el suelo. El guardia quedó extendido, re<strong>la</strong>jado,<br />

como un saco que hubiese sido vaciado.<br />

—¿Está muerto? —preguntó Artemisa en un horrorizado murmullo.<br />

—Lo dudo —dijo Biron—. Se necesitan tres o cuatro minutos de presa para<br />

matar a un hombre. Pero estará inconsciente durante un rato. ¿Tiene algo para atarle?<br />

La chica movió <strong>la</strong> cabeza. De momento se sintió completamente inútil.<br />

—Debe usted tener algunas medias de cellita —dijo Biron—. Servirían para el<br />

caso. —Había quitado ya al guardia sus armas y sus prendas exteriores—. Y me<br />

gustaría <strong>la</strong>varme. La verdad es que me es necesario.<br />

Resultaba agradable sumergirse en <strong>la</strong> nieb<strong>la</strong> detergente del baño de Artemisa.<br />

Le dejó quizás algo demasiado perfumado, pero tenía <strong>la</strong> esperanza de que el aire libre<br />

61


dispersaría <strong>la</strong> fragancia. Por lo menos estaba limpio, y ello no había requerido más que<br />

su paso a través de <strong>la</strong>s pequeñas gotitas suspendidas, proyectadas violentamente<br />

contra su cuerpo por una corriente de aire caliente. No se necesitaba ninguna cámara<br />

secadora especial, pues se salía del baño no so<strong>la</strong>mente limpio, sino también seco. Ni<br />

en Widemos ni en <strong>la</strong> Tierra tenían nada semejante.<br />

El uniforme del guardia le iba un poco estrecho, y a Biron no le gustó <strong>la</strong> manera<br />

en que aquel<strong>la</strong> gorra militar cónica, y bastante fea, encajaba en su braquicéfa<strong>la</strong><br />

cabeza. Se contempló con cierto disgusto.<br />

—¿Qué parezco?<br />

—Un soldado de veras —respondió el<strong>la</strong>.<br />

—Tendrá que llevar uno de esos látigos; yo no puedo llevar tres.<br />

La chica cogió el arma con dos dedos y <strong>la</strong> dejó caer en su bolsa, que pendía de<br />

su cinturón por <strong>la</strong> acción de otra microfuerza, de modo que sus manos permanecían<br />

libres.<br />

—Será mejor que nos vayamos ahora. No diga ni una pa<strong>la</strong>bra si nos<br />

encontramos con alguien; déjeme hab<strong>la</strong>r a mí. Su acento no es bueno, y además, no<br />

sería correcto que hab<strong>la</strong>se en mi presencia, a menos de que se le dirigiese<br />

directamente <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. ¡Recuerde! No es más que un simple soldado.<br />

El guardia que yacía sobre el suelo había comenzado a agitarse un poco y a<br />

mover los ojos. Sus muñecas y sus tobillos estaban atados juntos a <strong>la</strong> espalda con<br />

medias que tenían una resistencia a <strong>la</strong> tracción superior a <strong>la</strong> de una cantidad igual de<br />

acero. Su lengua se movía inútilmente tras <strong>la</strong> mordaza.<br />

Le habían sacado de en medio, de modo que no fue necesario pasar por encima<br />

de él para alcanzar <strong>la</strong> puerta.<br />

—Por aquí —susurró Artemisa.<br />

Al torcer por vez primera oyeron tras ellos una pisada, y una mano ligera cayó<br />

sobre el hombro de Biron.<br />

Biron se apartó rápidamente y se volvió, cogiendo con una mano el brazo del<br />

otro, mientras que con <strong>la</strong> otra mano esgrimía un látigo.<br />

Pero no era sino Gillbret, quien dijo:<br />

—¡Calma, muchacho!<br />

Biron soltó su presa.<br />

Gillbret se frotó el brazo dolorido.<br />

—Te he estado esperando, pero eso no es razón para que me rompas un hueso.<br />

Deja que te mire con admiración, Farrill. Parece que se te haya encogido <strong>la</strong> ropa, pero<br />

no está mal, no está mal. Nadie te mirará dos veces con este traje. Es <strong>la</strong> ventaja de un<br />

uniforme. Se da por sentado que un uniforme de soldado contiene un soldado, y nada<br />

más.<br />

—Tío Gil —murmuró con apremio Artemisa—, no hables tanto. ¿Dónde están los<br />

otros guardias?<br />

—A todo el mundo le molestan unas cuantas pa<strong>la</strong>bras —dijo malhumorado—.<br />

Los demás guardias están camino de <strong>la</strong> torre. Han decidido que nuestro amigo no se<br />

encuentra en los niveles inferiores, de modo que han dejado hombres en <strong>la</strong>s salidas<br />

62


principales y en <strong>la</strong>s rampas, y además el sistema de a<strong>la</strong>rma general está en<br />

funcionamiento. Pero podemos pasar a través de él.<br />

—¿No le echarán de menos, señor? —preguntó Biron.<br />

—¿A mí? El capitán se alegró de verme desaparecer, a pesar de todas sus<br />

cortesías. No me buscarán, te lo aseguro.<br />

Hab<strong>la</strong>ban en murmullos, pero ahora incluso éstos cesaron. Al pie de <strong>la</strong> rampa se<br />

alzaba un guardia, mientras que otros dos estaban a ambos <strong>la</strong>dos de <strong>la</strong> gran puerta<br />

<strong>la</strong>brada que conducía al exterior.<br />

Gillbret preguntó en voz muy alta:<br />

—¿Hay noticias del prisionero que se ha escapado, soldados?<br />

—No, excelencia —dijo el que estaba más cerca. Juntó los talones y saludó.<br />

—Bueno, pues abrid bien los ojos.<br />

Pasaron junto a los guardias y salieron al exterior, al tiempo que uno de los<br />

guardias junto a <strong>la</strong> puerta neutralizaba cuidadosamente aquel<strong>la</strong> sección de <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma<br />

mientras salían.<br />

Fuera era de noche. El cielo estaba limpio y estrel<strong>la</strong>do, y <strong>la</strong> masa irregu<strong>la</strong>r de <strong>la</strong><br />

Nebulosa Oscura disipaba los puntitos de luz cercanos al horizonte. El pa<strong>la</strong>cio central, a<br />

su espalda, era una oscura mole, y el campo del pa<strong>la</strong>cio estaba a menos de un<br />

kilómetro de distancia.<br />

Pero al cabo de cinco minutos de caminar a lo <strong>la</strong>rgo del silencioso sendero,<br />

Gillbret comenzó a mostrarse agitado.<br />

—Hay algo que no marcha —dijo.<br />

—Tío Gil —dijo Artemisa—. ;No te habrás olvidado de disponer que estuviese a<br />

punto <strong>la</strong> nave?<br />

—Naturalmente que no —respondió tan secamente como es posible cuando se<br />

hab<strong>la</strong> en murmullos—, pero, ¿por qué está iluminada <strong>la</strong> torre del campo? Debería estar<br />

a oscuras.<br />

Señaló a través de los árboles, donde <strong>la</strong> torre bril<strong>la</strong>ba como un panal de luz<br />

b<strong>la</strong>nca. Generalmente, aquello hubiese indicado actividad en el campo; naves que<br />

llegaban del espacio o que partían hacia él.<br />

—No había nada anunciado para esta noche —musitó Gillbret—. De eso estoy<br />

seguro.<br />

Desde cierta distancia vieron <strong>la</strong> respuesta, o por lo menos Gillbret <strong>la</strong> vio. Se<br />

detuvo de pronto y extendió los brazos para detener a los demás.<br />

—No es más que eso —dijo, y se rió histéricamente—. ¡Están aquí! ¡Los<br />

tyrannios! ¿No comprendéis? Aquello es el crucero acorazado particu<strong>la</strong>r de Aratap.<br />

Biron lo vio, débilmente bril<strong>la</strong>ndo bajo <strong>la</strong>s luces, destacándose de <strong>la</strong>s demás<br />

naves menos distinguidas. Era más liso, más delgado, más felino que <strong>la</strong>s naves de<br />

Rhodia.<br />

—El capitán dijo que hoy se recibía a un «personaje» pero yo no hice caso —<br />

dijo Gillbret—. Ahora no podemos hacer nada. No podemos luchar contra los tyrannios.<br />

Biron sintió que algo se quebraba de repente.<br />

63


—¿Y por qué no? —dijo con salvaje furia—. ¿Por qué no podemos luchar contra<br />

ellos? No tienen ninguna razón para sospechar nada anormal, y estamos armados.<br />

Tomemos <strong>la</strong> propia nave del comisario. ¡Dejémosle sin pantalones!<br />

Se ade<strong>la</strong>ntó, saliendo de <strong>la</strong> oscuridad re<strong>la</strong>tiva de los árboles y entrando en el<br />

despejado campo. Los otros le siguieron. No había razón para esconderse. Eran dos<br />

miembros de <strong>la</strong> familia real con un soldado de escolta.<br />

Pero ahora luchaban contra los tyrannios.<br />

Simok Aratap de Tyrannn había quedado impresionado <strong>la</strong> primera vez que vio el<br />

pa<strong>la</strong>cio de Rhodia, unos años antes, pero resultó ser so<strong>la</strong>mente una cáscara lo que le<br />

había impresionado. El interior no era más que una enmohecida reliquia. Dos<br />

generaciones antes <strong>la</strong>s cámaras legis<strong>la</strong>tivas de Rhodia se reunían en aquellos locales,<br />

donde también se hal<strong>la</strong>ban <strong>la</strong> mayor parte de <strong>la</strong>s oficinas administrativas. El pa<strong>la</strong>cio<br />

central había sido el palpitante corazón de una docena de mundos.<br />

Pero ahora <strong>la</strong>s cámaras legis<strong>la</strong>tivas (que existían aún, ya que el Khan nunca<br />

interfería con los legalismos locales) se reunían una vez al año para ratificar <strong>la</strong>s<br />

órdenes ejecutivas de los doce meses anteriores. Era sencil<strong>la</strong>mente un formulismo.<br />

Nominalmente, el consejo ejecutivo todavía se hal<strong>la</strong>ba reunido en sesión continua,<br />

pero estaba compuesto por una docena de hombres que permanecían en sus<br />

heredades nueve semanas de cada diez. Las diversas oficinas ejecutivas aún<br />

permanecían activas, puesto que no era posible gobernar sin el<strong>la</strong>s, tanto si era el<br />

director como si era el Khan quien mandaba, pero ahora estaban diseminadas por el<br />

p<strong>la</strong>neta; dependían menos del director y estaban bajo <strong>la</strong> influencia de sus nuevos<br />

amos, los tyrannios. Todo lo cual hacía que el pa<strong>la</strong>cio fuese más majestuoso que antes<br />

por lo que se refería a <strong>la</strong> piedra y el metal, pero eso era todo. Servía de habitación a <strong>la</strong><br />

familia de! director, a un grupo de sirvientes apenas adecuado, y a un cuerpo de<br />

guardias nativos absolutamente insuficientes.<br />

Aratap se sentía incómodo en aquel<strong>la</strong> cáscara y, además, insatisfecho. Era<br />

tarde, estaba cansado, sus ojos ardían de tal modo que ansiaba poder quitarse <strong>la</strong>s<br />

lentes de contacto, y, por encima de todo, se sentía decepcionado.<br />

¡No había un esquema! De vez en cuando echaba una ojeada a su ayudante<br />

militar, pero el comandante estaba escuchando al director con fría estolidez. Aratap,<br />

por su parte, prestaba poca atención.<br />

—¡El hijo de Widemos! ¿ De veras? —decía, abstraído. Y luego añadió—: ¿De<br />

modo que lo arrestó? ¡Perfectamente!<br />

Pero significaba poco para él. puesto que los hechos carecían de estructura.<br />

Aratap tenía una mente bien ordenada que no podía soportar <strong>la</strong> idea de hechos<br />

individuales amontonados y desunidos, sin una ordenación adecuada.<br />

Widemos había sido un traidor, y su hijo había intentado entrevistarse con el<br />

director de Rhodia. Lo había intentado primeramente en secreto, y cuando eso falló lo<br />

había procurado abiertamente por medio de su ridícu<strong>la</strong> historia de una conspiración de<br />

asesinato. Seguramente aquello debía haber sido el principio de un p<strong>la</strong>n.<br />

Y ahora se desmoronaba. Hinrik entregaba al muchacho con precipitación<br />

indecente. Al parecer no podía ni tan siquiera esperar una noche. Y eso no encajaba de<br />

ninguna manera. O bien Aratap no se había enterado de todos los hechos.<br />

<strong>En</strong>focó nuevamente su atención sobre el director. Hinrik empezaba a repetirse,<br />

y Aratap sintió una punzada de compasión. Aquel hombre había sido convertido en un<br />

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cobarde tal, que incluso los tyrannios se impacientaban con él. Y. sin embargo, no<br />

había otra manera; so<strong>la</strong>mente el miedo podía asegurar una lealtad absoluta. El miedo,<br />

y nada más.<br />

Widemos no tuvo miedo, y a pesar de que su interés estuvo ligado en todo al<br />

mantenimiento del gobierno tyrannio, se había rebe<strong>la</strong>do. Hinrik tenía miedo, y ahí<br />

estaba <strong>la</strong> diferencia.<br />

Y era precisamente porque Hinrik tenía miedo que estaba ahí sentado, diciendo<br />

incoherencias al tratar de ganarse un gesto de aprobación. Aratap sabía muy bien que<br />

el comandante no haría tal gesto. No tenía imaginación. Aratap suspiró y deseó que<br />

tampoco él <strong>la</strong> hubiese tenido. La política era un asunto repugnante.<br />

—Efectivamente —dijo con viveza—. A<strong>la</strong>bo su rápida decisión y su lealtad en el<br />

servicio del Khan. Puede tener <strong>la</strong> seguridad de que será informado.<br />

Hinrik se alegró visiblemente: su alivio era evidente.<br />

—Haga, pues, que lo traigan —dijo Aratap— y veremos qué es lo que ese joven<br />

gallito tiene que decir.<br />

Reprimió un deseo de bostezar. Lo que el «gallito» tuviese que decir no le<br />

interesaba lo más mínimo.<br />

Hinrik tenía <strong>la</strong> intención, llegado aquel instante, de l<strong>la</strong>mar al capitán de <strong>la</strong><br />

guardia, pero eso no fue necesario, pues el capitán se alzaba, precisamente entonces,<br />

y sin previo aviso, junto a <strong>la</strong> puerta.<br />

—Excelencia —gritó, y entró sin pedir permiso.<br />

—¿Qué ocurre, capitán? —preguntó Hinrik vaci<strong>la</strong>nte.<br />

—Excelencia, el prisionero se ha escapado. Aratap sintió que parte de su<br />

cansancio se desvanecía. , Qué sucedía?<br />

— ¡Detalles, capitán! —ordenó, enderezándose sobre su asiento. El capitán se<br />

los dio en pocas pa<strong>la</strong>bras, y concluyó diciendo:<br />

—Excelencia, solicito su permiso para proc<strong>la</strong>mar una a<strong>la</strong>rma general. Hace<br />

so<strong>la</strong>mente unos minutos que ha huido.<br />

—Sí, desde luego —tartamudeó Hinrik—, desde luego. A<strong>la</strong>rma general, sin<br />

duda. Es lo que se impone. ¡Rápido! ¡Rápido! Comisario, no puedo comprender cómo<br />

ha podido suceder. Capitán, utilice hasta el último hombre. Habrá una investigación.<br />

Comisario, si es necesario se destrozará hasta el último de los guardias. ¡Se le<br />

destrozará! ¡Se le destrozará!<br />

Repitió <strong>la</strong> última pa<strong>la</strong>bra casi hasta llegar a <strong>la</strong> histeria, pero el capitán<br />

permaneció en pie a su <strong>la</strong>do.<br />

— ¿ Qué espera? —dijo Aratap.<br />

—¿Podría hab<strong>la</strong>r a su excelencia en privado? —dijo abruptamente el capitán.<br />

Hinrik <strong>la</strong>nzó una rápida y asustada mirada al imperturbado comisario, y<br />

consiguió expresar cierta indignación.<br />

—No hay secretos para los soldados del Khan, nuestros amigos, nuestros...<br />

—Diga lo que tenga que decir, capitán —dijo Aratap suavemente.<br />

El capitán juntó secamente los talones y dijo:<br />

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—Puesto que se me ordena hab<strong>la</strong>r, excelencia, <strong>la</strong>mento informarle que <strong>la</strong><br />

señorita Artemisa y el señor Gillbret acompañaban al prisionero en su huida.<br />

—¿Se atrevió, pues, a raptarlos? —Hinrik se había alzado—. ¡Y mis guardias lo<br />

han permitido!<br />

—No fueron raptados, excelencia. Le acompañaban voluntariamente.<br />

— ¿ Y cómo lo sabes?<br />

Aratap estaba contentísimo, y despierto del todo. Después de todo, aquello<br />

tenía estructura. Mejor estructura de lo que había podido imaginarse.<br />

—Tenemos el testimonio del guardia al que redujeron —dijo el capitán— y de<br />

los guardias que, sin darse cuenta, permitieron que saliesen del edificio. —Se detuvo, y<br />

añadió con determinación—: Cuando me entrevisté con <strong>la</strong> señorita Artemisa a <strong>la</strong><br />

puerta de sus habitaciones privadas me dijo que había estado a punto de dormirse.<br />

Fue so<strong>la</strong>mente más tarde que me di cuenta de que su cara estaba cuidadosamente<br />

maquil<strong>la</strong>da. Cuando volví, era ya tarde. Acepto mi responsabilidad por haber conducido<br />

mal este asunto; después de lo sucedido esta noche solicitaré a su excelencia que<br />

acepte mi dimisión, pero antes, /tengo su permiso para hacer sonar <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma general?<br />

Sin su autoridad no puedo interferir con miembros de <strong>la</strong> familia real.<br />

Pero Hinrik estaba vaci<strong>la</strong>nte sobre sus piernas y le miraba con expresión<br />

perdida.<br />

—Capitán, valdría más que se ocupase usted de <strong>la</strong> salud de su director. Le<br />

sugiero que l<strong>la</strong>me a su médico.<br />

—¡La a<strong>la</strong>rma general! —repitió el capitán.<br />

—¡No habrá a<strong>la</strong>rma general! —dijo Aratap—. ¿Comprende? ¡Nada de a<strong>la</strong>rma<br />

general! ¡No se volverá a prender al prisionero! ¡El incidente queda liquidado! Que sus<br />

hombres regresen a sus cuarteles y a sus deberes ordinarios, y ocúpese de su director.<br />

¡Vamos, comandante!<br />

El comandante tyrannio habló con sequedad una vez hubieron dejado tras de sí<br />

<strong>la</strong> mole del pa<strong>la</strong>cio central.<br />

—Aratap —dijo—. Me imagino que sabe lo que está haciendo. Por eso mantuve<br />

cerrada <strong>la</strong> boca ahí dentro.<br />

—Gracias, comandante. -—A Aratap ie gustaba el aire nocturno de un p<strong>la</strong>neta<br />

lleno de verdor y de vida. <strong>En</strong> cierto modo Tyrann era más hermoso, pero de una<br />

belleza terrible, de rocas y montañas. Era seco, ¡seco! Prosiguió—: Usted no sabe<br />

manejar a Hinrik, comandante Andros. <strong>En</strong> sus manos se marchitaría y quebrantaría. Es<br />

útil, pero hay que tratarle con suavidad para que continúe siéndolo.<br />

El comandante dejó pasar aquel<strong>la</strong> observación.<br />

—No es eso a lo que me refiero. ¿Por qué no da <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma general? ¿Es que no<br />

quiere cogerlos?<br />

—¿Y usted? —Aratap se detuvo—. Sentémonos aquí un momento, Andros. Un<br />

banco en un sendero junto a! césped. ¿Qué hay más hermoso, y qué lugar está más a<br />

salvo de los espías? ¿Para qué quiere al joven, comandante?<br />

—¿Para qué voy a querer a un traidor y a un conspirador?<br />

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—¿Para qué, en verdad, si so<strong>la</strong>mente se captura a unos cuantos instrumentos,<br />

mientras se deja intacta <strong>la</strong> fuente del veneno? ¿A quién se tiene? A un cachorro, a una<br />

muchacha tonta y a un idiota senil.<br />

Se oía cercano el leve rumor de una cascada artificial. Pequeña, pero<br />

decorativa. Aquello sí que era una maravil<strong>la</strong> para Aratap. Imagínese agua desbordante<br />

que se pierde, que corre indefinidamente saltando por <strong>la</strong>s rocas y a lo <strong>la</strong>rgo del suelo.<br />

No había conseguido nunca librarse de cierta indignación ante tal espectáculo.<br />

—Tal como están <strong>la</strong>s cosas —dijo el comandante— no tenemos nada.<br />

—Tenemos un esquema. Cuando llegó el joven, ie pusimos en contacto con<br />

Hinrik, y eso nos preocupó porque Hinrik es lo que es. Pero era lo mejor que podíamos<br />

hacer. Ahora vemos que no se trataba en absoluto de Hinrik: que Hinrik era una<br />

dirección falsa. Era a <strong>la</strong> hija y a! primo de Hinrik a quienes buscaban, y eso es más<br />

comprensible.<br />

—¿Por qué no nos l<strong>la</strong>mó antes? Esperó hasta <strong>la</strong> medianoche.<br />

—Porque es el instrumento del primo que llega hasta él, y estoy seguro de que<br />

fue Gillbret quien sugirió esta entrevista nocturna como prueba de gran celo por su<br />

parte.<br />

—¿Quiere decir que no nos hicieron venir a propósito? , Para que fuésemos<br />

testigos de esta huida?<br />

—No, no fue por esa razón. Pregúnteselo usted mismo. ¿Adonde tiene<br />

intención de ir esa gente? El comandante se encogió de hombros.<br />

—Rhodia es grande.<br />

—Sí, si se tratase so<strong>la</strong>mente de! joven Farrill. ¿Pero a qué sitio de Rhodia<br />

podrían ir dos miembros de <strong>la</strong> familia rea! sin ser reconocidos? Especialmente <strong>la</strong><br />

muchacha.<br />

—<strong>En</strong>tonces, ¿tendrán que salir de! p<strong>la</strong>neta? Sí, de acuerdo.<br />

—Y, ¿desde dónde? Pueden llegar andando al campo del pa<strong>la</strong>cio en quince<br />

minutos. ¿Se da usted cuenta ahora del motivo por el que estamos aquí?<br />

—¡Nuestra nave! —dijo el comandante.<br />

—Naturalmente. Una nave tyrannia deberá parecerles genial. De no ser así,<br />

hubiesen tenido que escoger entre cargueros. Farrill ha sido educado en <strong>la</strong> Tierra, y<br />

estoy seguro de que sabe pilotar un crucero.<br />

—Este es otro asunto. :.Por qué permitimos a <strong>la</strong> nobleza que envíe a sus hijos<br />

en todas direcciones? ¿Por qué un sujeto tiene que saber más de navegación de <strong>la</strong><br />

necesaria para e! comercio local? Educamos soldados en contra nuestra.<br />

—No obstante —dijo Aratap con cortés indiferencia—, y aunque es cierto que<br />

Farrill tiene una educación extranjera, eso él algo que hemos de tener en cuenta de un<br />

modo objetivo, sin enfadarnos. El hecho es que tengo <strong>la</strong> seguridad de que se han<br />

llevado nuestro crucero.<br />

—No puedo creerlo.<br />

—Tiene usted su emisor de bolsillo. Establezca contacto con <strong>la</strong> nave, si es que<br />

puede.<br />

El comandante trató de hacerlo, inútilmente.<br />

67


—Pruebe <strong>la</strong> torre del campo —dijo Aratap E! comandante así lo hizo, y una<br />

vocecita salió del minúsculo receptor, hab<strong>la</strong>ndo aguadamente.<br />

—Pero excelencia, no io comprendo... Debe haber un error. Su piloto despegó<br />

hace diez minutos.<br />

—¿Ve? —dijo sonriendo Aratap—. Establezca el esquema, y cada pequeño<br />

acontecimiento se hace inevitable. Y ahora, ¿ve usted <strong>la</strong>s consecuencias?<br />

El comandante <strong>la</strong>s vio. Se dio una palmada en el muslo, y soltó una carcajada.<br />

—¡C<strong>la</strong>ro!—dijo.<br />

—Bueno —dijo Aratap—, como es natural, ellos no podían saberlo, pero se han<br />

condenado. Si se hubiesen contentado con el carguero más lento de Rhodia que<br />

hubiesen encontrado sobre el campo, hubiesen escapado con seguridad y, ¿cómo se<br />

dice?, esta noche me hubiesen dejado sin pantalones. Pero tal como están <strong>la</strong>s cosas,<br />

todavía llevo los pantalones, y nada puede salvarles a ellos. Y cuando les haga volver,<br />

a mi hora oportuna —recalcó con satisfacción <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras—, tendré también en mis<br />

manos el resto de <strong>la</strong> conspiración.<br />

Suspiró, y se dio cuenta de que nuevamente tenía sueño.<br />

—Bien, hemos estado de suerte y ahora no hay prisa. L<strong>la</strong>me a <strong>la</strong> base central, y<br />

diga que envíen otra nave a buscarnos.<br />

68


10<br />

¡Quizá!<br />

La educación espacionáutica de Biron Farrill en <strong>la</strong> Tierra había sido en gran<br />

parte académica. Siguió los diversos cursos universitarios en <strong>la</strong>s diferentes fases de<br />

ingeniería espacial, <strong>la</strong>s cuales, y a pesar de dedicar medio semestre a <strong>la</strong> teoría del<br />

motor hiperatómico, daban poco de sí cuando se trataba de manipu<strong>la</strong>r en realidad una<br />

nave en el espacio. Los pilotos mejores y más adiestrados aprendían su arte en el<br />

espacio, y no en <strong>la</strong>s au<strong>la</strong>s.<br />

Consiguió despegar sin grandes dificultades, aunque ello se debió más a <strong>la</strong><br />

suerte que a su verdadera pericia. El «Imp<strong>la</strong>cable» respondió a los mandos mucho más<br />

rápidamente de lo que Biron había esperado. <strong>En</strong> <strong>la</strong> Tierra había pilotado varias naves<br />

en viajes de ida y vuelta al espacio, pero todas habían sido de modelos anticuados y<br />

poco briosos, que se conservaban para uso de los estudiantes. Eran suaves y estaban<br />

muy gastadas, y se levantaban con esfuerzo, alzándose lentamente en espiral a través<br />

de <strong>la</strong> atmósfera, hacia el espacio.<br />

El «Imp<strong>la</strong>cable», sin embargo, despegó sin esfuerzo, saltando hacia ade<strong>la</strong>nte y<br />

silbando en el aire, de tal modo que Biron cayó hacia atrás en su asiento y estuvo a<br />

punto de dislocarse un hombro. Artemisa y Gillbret, quienes con <strong>la</strong> mayor precaución<br />

propia de <strong>la</strong> inexperiencia se habían puesto los cinturones, so<strong>la</strong>mente se golpearon<br />

contra <strong>la</strong> red acolchada. El prisionero tyrannio permaneció yaciente junto a <strong>la</strong> pared,<br />

tirando de sus ligaduras y maldiciendo monótonamente.<br />

Biron se enderezó tambaleándose e hizo cal<strong>la</strong>r a patadas al tyrannio, y se<br />

dirigió nuevamente a su asiento, avanzando junto a <strong>la</strong> pared, asiéndose al pasamanos<br />

que <strong>la</strong> bordeaba para conseguir vencer <strong>la</strong> aceleración. Algunos estallidos de energía<br />

liberada hicieron vibrar a <strong>la</strong> nave, reduciendo el aumento de velocidad que se hizo asi<br />

soportable.<br />

Se encontraban ya en <strong>la</strong> zona más elevada de <strong>la</strong> atmósfera de Rhodia. El cielo<br />

era de un color violeta oscuro, y el casco de <strong>la</strong> nave estaba caliente debido a <strong>la</strong> fricción<br />

del aire, tanto que el calor se sentía en el interior.<br />

Costó horas situar <strong>la</strong> nave en una órbita alrededor de Rhodia. Biron no<br />

encontraba <strong>la</strong> manera de calcu<strong>la</strong>r fácilmente <strong>la</strong> velocidad para vencer <strong>la</strong> gravedad de<br />

Rhodia. Tenía que buscar<strong>la</strong> acelerando y reduciendo, variando <strong>la</strong> velocidad con bruscas<br />

liberaciones de energía hacia de<strong>la</strong>nte y atrás y observando el masómetro, que indicaba<br />

su distancia de <strong>la</strong> superficie del p<strong>la</strong>neta, midiendo <strong>la</strong> intensidad del campo gravitatorio.<br />

Afortunadamente el masómetro estaba ya calibrado para <strong>la</strong> masa y el radio de Rhodia.<br />

Biron no hubiese conseguido ajustar el calibrado por sí mismo, sin una considerable<br />

experimentación previa.<br />

Por fin el masómetro se mantuvo fijo durante dos horas, sin presentar una<br />

variación apreciable. Biron se permitió descansar, y los otros se liberaron de sus<br />

cinturones.<br />

—No tiene usted precisamente <strong>la</strong> mano suave, señor ranchero —dijo Artemisa.<br />

—Soy yo quien piloto, señora —respondió secamente Biron—. Si usted puede<br />

hacerlo mejor, estaré encantado de que lo pruebe, pero so<strong>la</strong>mente después de que yo<br />

haya desembarcado.<br />

—Calma, calma, calma —pidió Gillbret—. La nave es demasiado estrecha para<br />

andarse con mezquindades y, además, puesto que hemos de estar comprimidos en <strong>la</strong><br />

69


incómoda familiaridad de esta jau<strong>la</strong> movediza, propongo que dejemos a un <strong>la</strong>do todos<br />

los «excelencias» y «señorías» y demás tratamientos que acabarían por hacer nuestra<br />

conversación totalmente insoportable. Yo soy Gillbret, tú eres Biron Farrill y el<strong>la</strong> es<br />

Artemisa. Propongo que nos aprendamos de memoria esta forma de entendernos, o<br />

cualquier otra variante que deseéis sugerir. Y en cuanto a pilotar <strong>la</strong> nave, ¿por qué no<br />

utilizamos <strong>la</strong> ayuda de nuestro amigo tyrannio?<br />

El tyrannio le miró enfurecido.<br />

—No —dijo Biron—. No podemos fiarnos de él en modo alguno. Y mi manera de<br />

pilotar irá mejorando a medida que me vaya acostumbrando a esta nave. Todavía no<br />

se han roto <strong>la</strong> cabeza, ¿verdad?<br />

Aún le dolía el hombro a consecuencia de <strong>la</strong> primera sacudida y, como de<br />

costumbre, el dolor le hacía mostrarse desagradable.<br />

—Bueno—-dijo Gillbret—,¿y qué hacemos con él?<br />

—No me gusta matarle a sangre fría —dijo Biron— y tampoco nos serviría de<br />

nada. No conseguiríamos sino excitar más a los tyrannios. Matar a uno de <strong>la</strong> raza<br />

superior es un pecado imperdonable.<br />

—¿Y qué alternativa hay?<br />

—Le desembarcaremos.<br />

—Bien, ¿pero dónde?<br />

—<strong>En</strong> Rhodia.<br />

—¿Cómo?<br />

—Es el único lugar en que no nos buscarán. Además, de todos modos pronto<br />

tendremos que aterrizar.<br />

—¿Porqué?<br />

—Pues porque ésta es <strong>la</strong> nave del comisario, quien <strong>la</strong> ha estado usando para ir<br />

de una parte a otra del p<strong>la</strong>neta. No está acondicionada para viajes espaciales. Antes de<br />

que vayamos a ninguna otra parte hemos de hacer un inventario detal<strong>la</strong>do de lo que<br />

hay en <strong>la</strong> nave, y asegurarnos de que por lo menos tenemos comida y agua<br />

suficientes.<br />

Artemisa asentía enérgicamente con <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Es cierto. ¡Muy bien! Nunca hubiese pensado en ello. ¡Eso ha sido un rasgo<br />

inteligente, Biron!<br />

Biron hizo un gesto de indiferencia, aunque apreció el cumplido. Era <strong>la</strong> primera<br />

vez que <strong>la</strong> chica le l<strong>la</strong>maba por su nombre de pi<strong>la</strong>. Cuando se lo proponía, podía ser<br />

muy agradable.<br />

—Pero radiarán inmediatamente nuestra situación —dijo Gillbret.<br />

—No lo creo —dijo Biron—. <strong>En</strong> primer lugar, supongo que en Rhodia no faltarán<br />

áreas deso<strong>la</strong>das. No tenemos por qué depositarle en el centro de una ciudad, ni en el<br />

de una de <strong>la</strong>s guarniciones tyrannias. Además, quizá no tenga tantas ganas de entrar<br />

en contacto con sus oficiales superiores como usted se figura... Diga, soldado, ¿qué le<br />

ocurriría a un militar que no hubiese evitado el robo del crucero particu<strong>la</strong>r del<br />

comisario del Khan?<br />

El prisionero no respondió, pero <strong>la</strong> línea de sus <strong>la</strong>bios empalideció y se contrajo.<br />

70


A Biron no le hubiese gustado hal<strong>la</strong>rse en el lugar del soldado. Era cierto que<br />

apenas se le podía culpar. No tenía razón para suponer que podía ocurrir algo<br />

desagradable por el solo hecho de mostrarse correcto con unos miembros de <strong>la</strong> familia<br />

real de Rhodia, Ajustándose a <strong>la</strong> letra de! código militar tyrannio, se había negado a<br />

permitir que subiesen a bordo sin el permiso de su superior. Aunque el director de<br />

Rhodia en persona hubiese pedido permiso para entrar, se lo hubiese tenido que<br />

negar. Pero ellos se habían aproximado y cuando comprendió que debía haber seguido<br />

aún más estrictamente el código militar y tener a punto su arma era ya demasiado<br />

tarde. Un látigo neurónico le estaba tocando prácticamente el pecho.<br />

Ni siquiera entonces se rindió sin lucha. Fue necesaria una descarga del látigo<br />

en su pecho para detenerle. Sin embargo no podría evitar el consejo de guerra y <strong>la</strong><br />

condena. Nadie dudaba de ello, y el soldado menos que nadie.<br />

Dos días después aterrizaron en <strong>la</strong>s afueras de <strong>la</strong> ciudad de Southwark. La<br />

eligieron a propósito porque se hal<strong>la</strong>ba lejos de los principales centros de pob<strong>la</strong>ción de<br />

Rhodia. Ataron al soldado tyrannio a una unidad de repulsión y lo dejaron caer<br />

revoloteando a unos ochenta kilómetros de <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción más cercana.<br />

El aterrizaje, en una p<strong>la</strong>ya desierta, fue bastante suave, y Biron, por ser el que<br />

con menos probabilidad sería reconocido, hizo <strong>la</strong>s compras necesarias. Todo el dinero<br />

tyrannio que Gillbret había tenido <strong>la</strong> prudencia de llevar consigo, apenas había bastado<br />

para <strong>la</strong>s necesidades esenciales, pues gran parte fue invertido en un pequeño biciclo<br />

con remolque para transportar los suministros en pequeñas porciones.<br />

—Podías haber hecho durar más e! dinero —dijo Artemisa— si no hubieses<br />

malgastado tanto en aquel<strong>la</strong> bazofia tyrannia.<br />

—Creo que no podía hacer nada más —dijo Biron acaloradamente—. Puede que<br />

para ti sea una bazofia tyrannia, pero es un alimento bien equilibrado y nos servirá<br />

mejor que cualquier otra cosa que hubiera comprado.<br />

Se sentía bastante molesto. Sacar todo aquello de <strong>la</strong> ciudad y transportarlo a<br />

bordo había sido un trabajo de estibador portuario, además de arriesgado, pues lo<br />

había tenido que comprar en una de <strong>la</strong>s administraciones de <strong>la</strong> ciudad regentadas por<br />

los tyran-<br />

89nios. Esperaba que los otros apreciarían su esfuerzo.<br />

Y, por otra parte, no había alternativa. Las fuerzas tyrannias habían organizado<br />

una técnica de suministros adaptada estrictamente al hecho de que utilizaban naves<br />

pequeñas. No se podían permitir los grandes espacios de almacenaje de otras flotas<br />

donde los cuerpos de animales enteros colgaban en hileras. Tuvieron que idear un<br />

concentrado alimenticio estandarizado que contuviese lo necesario desde el punto de<br />

vista calórico y de factores nutritivos, y no preocuparse de más. Sólo ocupaba <strong>la</strong><br />

veinteava parte del espacio que requeriría una cantidad equivalente de elementos<br />

animales, y podía ser almacenado como <strong>la</strong>drillos en el almacén de baja temperatura.<br />

—Bueno, pues sabe pésimamente —dijo Artemisa.<br />

—Ya te acostumbrarás —dijo Biron, imitando su tono de voz en tal forma que <strong>la</strong><br />

chica se ruborizó y dio media vuelta, enojada.<br />

Biron sabía que a <strong>la</strong> chica le molestaba <strong>la</strong> falta de espacio con todas sus<br />

consecuencias. No sólo se trataba de <strong>la</strong> monotonía en <strong>la</strong> alimentación, debido a que así<br />

podían almacenarse más calorías por centímetro cuadrado, sino más bien de hechos<br />

tales como <strong>la</strong> falta de dormitorios separados. Había <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de máquinas y <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de<br />

mandos, que ocupaban <strong>la</strong> mayor parte del espacio de <strong>la</strong> nave. (Al fin y al cabo, pensó<br />

Biron, aquel<strong>la</strong> era una nave de guerra, y no un yate de recreo.) Luego estaba el<br />

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almacén y una pequeña cabina, con dos hileras de tres literas a cada <strong>la</strong>do. El tocador<br />

estaba situado en un nicho junto al exterior de <strong>la</strong> cabina.<br />

Todo esto suponía hacinamiento, falta total de reserva, imposibilidad de estar<br />

solo; y significaba que Artemisa tenía que adaptarse al hecho de que a bordo no había<br />

vestidos femeninos, ni espejos, ni facilidades para <strong>la</strong>varse.<br />

Pues bien, tendría que acostumbrarse. A Biron le parecía que ya había hecho<br />

bastante por el<strong>la</strong> y se había apartado demasiado de su camino. ¿Por qué no podía<br />

mostrarse un poco más amable, y sonreír de vez en cuando? Tenía una bonita sonrisa,<br />

y había que admitir que no era ma<strong>la</strong>, salvo por su genio. Pero, ¡oh, qué genio!<br />

Bien, ¿para qué perder el tiempo pensando en el<strong>la</strong>?<br />

Lo peor era lo del agua. <strong>En</strong> primer lugar, Tyrann era un p<strong>la</strong>neta muy árido,<br />

donde escaseaba el agua y donde los hombres conocían su valor, de modo que <strong>la</strong> nave<br />

no <strong>la</strong> llevaba para <strong>la</strong>varse. Los soldados se podían <strong>la</strong>var, junto con sus efectos<br />

personales, cuando aterrizaban en algún p<strong>la</strong>neta. Durante los viajes, un poco de<br />

suciedad no les hacía ningún daño. Ni siquiera había agua suficiente para beber en los<br />

trayectos <strong>la</strong>rgos. Al fin y al cabo, el agua no se podía concentrar ni deshidratar, sino<br />

que tenía que ser transportada en masa, y el problema se agravaba por el hecho de<br />

que el contenido acuoso de los concentrados alimenticios era muy bajo.<br />

Había a bordo aparatos de desti<strong>la</strong>ción para utilizar el agua perdida por el<br />

cuerpo, pero cuando Biron se dio cuenta de su función se sintió asqueado y dispuso <strong>la</strong><br />

eliminación de los productos de desecho, sin intentar recuperar el agua. Químicamente<br />

era un proceso lógico, pero se necesitaba una educación especial para aceptarlo.<br />

El segundo despegue fue, re<strong>la</strong>tivamente, un modelo de suavidad, y Biron se<br />

entretuvo luego un buen rato jugando con los mandos. El tablero de control sólo tenía<br />

una remota semejanza con los de <strong>la</strong>s naves que había manejado en <strong>la</strong> Tierra. Era<br />

extraordinariamente compacto. A medida que Biron iba ac<strong>la</strong>rando <strong>la</strong> función de un<br />

contacto o de una esfera, anotaba instrucciones detal<strong>la</strong>das en papeles que sujetaba<br />

adecuadamente en el tablero.<br />

dijo:<br />

Gillbret entró en <strong>la</strong> cabina de mandos. Biron miró por encima del hombro, y<br />

—Supongo que Artemisa está en <strong>la</strong> cabina,¿verdad?<br />

—No podría estar en ningún otro lugar sin salir de <strong>la</strong> nave.<br />

—Cuando <strong>la</strong> vea, dígale que me preparé una litera aquí, en <strong>la</strong> cabina de<br />

mandos, y le aconsejo a usted que haga lo mismo, y que dejemos <strong>la</strong> otra cabina para<br />

el<strong>la</strong> so<strong>la</strong>. —Y añadió rezongando—: Es una chica muy infantil.<br />

—Tú también tienes tus rarezas, Biron —dijo Gillbret—. Has de recordar <strong>la</strong> c<strong>la</strong>se<br />

de vida a que está acostumbrada.<br />

—Está bien, lo recuerdo, ¿y qué? ¿A qué c<strong>la</strong>se de vida cree usted que yo estoy<br />

acostumbrado? No nací ni en <strong>la</strong>s minas ni en un asteroide, ¿sabe? Nací en el mayor<br />

rancho de Nefelos. Pero cuando uno se encuentra atrapado en una situación<br />

determinada, tiene que acomodarse lo mejor que puede. ¡Qué diablos!, no puedo<br />

ensanchar el casco de <strong>la</strong> nave. Cabe el agua y algunos alimentos, y nada más; y no<br />

puedo remediar el hecho de que no haya ducha. ¡Se mete conmigo como si yo hubiera<br />

fabricado personalmente esta nave!<br />

72


Le aliviaba chil<strong>la</strong>r a Gillbret. Le aliviaba poder chil<strong>la</strong>r a quienquiera que fuese.<br />

Pero <strong>la</strong> puerta se abrió de nuevo, y allí estaba Artemisa.<br />

—Yo en tu caso, Farrill, no gritaría —dijo el<strong>la</strong> en tono g<strong>la</strong>cial—. Se te puede oír<br />

c<strong>la</strong>ramente desde toda <strong>la</strong> nave.<br />

—Eso no me preocupa —dijo Biron—. Y si <strong>la</strong> nave te molesta, recuerda que si tu<br />

padre no hubiese tratado de matarme a mí, y de casarte a ti, ninguno de nosotros dos<br />

estaría aquí.<br />

—No hables de mi padre.<br />

—Hab<strong>la</strong>ré de quien me p<strong>la</strong>zca, Gillbret se tapó los oídos con <strong>la</strong>s manos.<br />

—¡Por favor! —exc<strong>la</strong>mó. Esto detuvo de momento <strong>la</strong> discusión y Gillbret<br />

aprovechó para decir—: ¿Qué os parecería si ahora discutiésemos <strong>la</strong> cuestión de<br />

nuestro destino? Es evidente que cuanto antes lleguemos a algún otro sitio y salgamos<br />

de esta nave, tanto más cómodos estaremos.<br />

—Estoy de acuerdo, Gil —dijo Biron—. Vamos a donde no tenga que oír su<br />

cháchara. ¡Mujeres en naves espaciales!<br />

Artemisa no le hizo caso y se dirigió exclusivamente a Gillbret.<br />

—¿Por qué no salimos por completo fuera del área Nebu<strong>la</strong>r?<br />

—No sé por lo que se refiere a ti —dijo Biron enseguida—, pero yo tengo que<br />

recuperar mi rancho, y hacer lo que pueda sobre el asunto del asesinato de mi padre.<br />

Me quedo en los reinos.<br />

—No quise decir que teníamos que marcharnos para siempre —dijo Artemisa—,<br />

sino so<strong>la</strong>mente hasta que hubiese pasado lo peor de <strong>la</strong> búsqueda. Además, no veo que<br />

es lo que intentas hacer acerca de tu rancho. No lo recuperarás a menos de que e!<br />

Imperio Tyrannio caiga hecho pedazos, y no te imagino a ti haciéndolo.<br />

—No te preocupes de lo que intente hacer. Es asunto mío.<br />

—¿Podría hacer una sugerencia? —preguntó suavemente Gillbret. Aceptó el<br />

silencio como consentimiento y prosiguió—: <strong>En</strong>tonces supongamos que sea yo quien os<br />

diga a dónde hay que ir, y lo que tenemos que hacer exactamente para ayudar a hacer<br />

saltar el Imperio en pedazos, tal como ha dicho Arta.<br />

—¡Oh! ¿Y cómo se propone hacerlo? —inquirió Biron.<br />

—Mi querido amigo, adoptas una actitud muy divertida. ¿Es que no te fías de<br />

mí? Me miras como si creyeses que cualquier empresa en <strong>la</strong> que estuviese interesado<br />

tenía que ser forzosamente una necedad. Yo te saqué de pa<strong>la</strong>cio.<br />

—Ya lo sé. Estoy perfectamente dispuesto a escucharte.<br />

—Pues entonces, hazlo. He estado esperando durante veinte años mi<br />

oportunidad de escaparme de ellos. Si hubiera sido un ciudadano particu<strong>la</strong>r, lo hubiese<br />

podido conseguir hace tiempo; pero debido a mi rango he estado siempre bajo <strong>la</strong><br />

mirada del público. Y, no obstante, de no haber sido por el hecho de que nací Hinriad,<br />

no habría asistido a !a coronación del actual Khan de Tyrann, y en tal caso jamás<br />

habría descubierto accidentalmente el secreto que algún día le destruirá.<br />

—Prosigue —dijo Biron.<br />

—El viaje de Rhodia a Tyrann se efectuó, como es natural, en una nave<br />

tyrannia, lo mismo que el viaje de regreso. Una nave muy semejante a ésta, pero<br />

bastante mayor. El viaje careció de incidentes. La estancia en Tyrann fue en cierto<br />

73


modo divertida, pero acerca de lo que ahora nos interesa, estuvo igualmente<br />

desprovista de incidentes. Pero durante nuestro viaje de regreso fuimos alcanzados por<br />

un meteoro.<br />

—¿Cómo?<br />

Gillbret hizo un ademán con <strong>la</strong> mano,<br />

—Sé perfectamente que es un accidente improbable. La incidencia de meteoros<br />

en el espacio, especialmente en el espacio intereste<strong>la</strong>r, es lo suficientemente pequeña<br />

para que <strong>la</strong>s probabilidades de colisión con una nave sean absolutamente<br />

insignificantes, pero a veces ocurre, como ya sabéis. Y ocurrió en nuestro caso. Como<br />

es natural, cualquier meteoro que da efectivamente en el b<strong>la</strong>nco, incluso cuando es<br />

sólo del tamaño de un alfiler, como lo son <strong>la</strong> mayoría de ellos, puede penetrar el casco<br />

de cualquier nave, excepto <strong>la</strong>s más acorazadas.<br />

—Ya lo sé —dijo Biron—. Es cuestión de su momento, que es el producto de su<br />

masa por su velocidad. La velocidad compensa de sobras <strong>la</strong> falta de masa.<br />

Lo dijo con displicencia, como si fuese una lección, y se dio cuenta que estaba<br />

mirando a hurtadil<strong>la</strong>s a Artemisa. La chica se había sentado para escuchar a Gillbret, y<br />

estaba tan cerca de él que casi se tocaban. Biron pensó que tenía un hermoso perfil, a<br />

pesar de que su cabello estaba cada vez más desaliñado. No llevaba su chaquetil<strong>la</strong>, y a<br />

pesar de haber transcurrido ya cuarenta y ocho horas, <strong>la</strong> esponjosa b<strong>la</strong>ncura de su<br />

blusa estaba aún lisa y estirada. Biron se preguntó cómo se <strong>la</strong>s arreg<strong>la</strong>ba.<br />

Pensó que aquel viaje podía ser maravilloso, con tal de que <strong>la</strong> chica aprendiese<br />

a portarse bien. La dificultad estaba en que nadie <strong>la</strong> había contro<strong>la</strong>do nunca. Eso era<br />

todo. Ciertamente su padre no lo había hecho, y el<strong>la</strong> se había acostumbrado a hacer lo<br />

que le daba <strong>la</strong> gana. Si hubiese nacido plebeya, hubiese sido una criatura encantadora.<br />

Había comenzado a dejarse envolver por un ensueño en el cual él <strong>la</strong> dominaba<br />

como era debido, y <strong>la</strong> conducía a un estado de justa, apreciación de sí mismo, cuando<br />

<strong>la</strong> muchacha se volvió hacia él y se enfrentó tranqui<strong>la</strong>mente con su mirada Biron<br />

apartó <strong>la</strong> suya e instantáneamente fijó su atención en Gillbret. Había perdido unas<br />

cuantas frases.<br />

—No tengo <strong>la</strong> más remota idea de por qué había fal<strong>la</strong>do !a pantal<strong>la</strong> de <strong>la</strong> nave.<br />

Fue una de aquel<strong>la</strong>s cosas de <strong>la</strong>s cuales nunca se sabrá <strong>la</strong> explicación, pero el hecho<br />

era que había fal<strong>la</strong>do. <strong>En</strong> cualquier caso, el meteoro había hecho b<strong>la</strong>nco en <strong>la</strong> parte<br />

central de <strong>la</strong> nave. Era del tamaño de un guijarro, y al perforar el casco su velocidad<br />

se redujo justo lo suficiente para que no pudiese salir por el otro <strong>la</strong>do. De haber sido<br />

así, el daño no hubiese sido mucho, puesto que en muy poco tiempo se hubiese podido<br />

reparar provisionalmente el casco.<br />

»Pero lo que ocurrió fue que entró en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de mandos, rebotó en <strong>la</strong> pared<br />

opuesta y luego de un <strong>la</strong>do a otro hasta detenerse. No debió tardar más que una<br />

fracción de segundo en pararse, pero con una velocidad inicial de doscientos<br />

kilómetros por minuto debió cruzar <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> unas cien veces. Los dos hombres de <strong>la</strong><br />

tripu<strong>la</strong>ción quedaron destrozados y yo conseguí escaparme debido so<strong>la</strong>mente a que en<br />

aquel momento estaba en <strong>la</strong> cabina.<br />

»Oí el sonido metálico que hizo el meteoro cuando penetró en el casco, y luego<br />

el ruido de sus rebotes, así como los espantosos gritos de los tripu<strong>la</strong>ntes. Cuando<br />

llegué a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de mandos, no había sino sangre y jirones de carne por todas partes.<br />

Lo que ocurrió luego es algo que sólo recuerdo vagamente, si bien durante años lo he<br />

ido reviviendo paso a paso en mis pesadil<strong>la</strong>s.<br />

74


»EL frío sonido del aire al escaparse me condujo al agujero del meteoro. Puse<br />

sobre él un disco de metal, y <strong>la</strong> presión del aire cerró el agujero bastante bien.<br />

<strong>En</strong>contré sobre el suelo el pequeño guijarro procedente del espacio. Estaba caliente al<br />

tacto, pero al golpearlo con una l<strong>la</strong>ve inglesa se partió en dos pedazos. El interior que<br />

quedó expuesto al aire se recubrió inmediatamente de escarcha. Estaba aún a <strong>la</strong><br />

temperatura del espacio.<br />

»Até una cuerda a <strong>la</strong> muñeca de cada uno de los cadáveres, y luego cada<br />

cuerda a un imán de remolque. Los <strong>la</strong>ncé por <strong>la</strong> esclusa de aire, oí el ruido metálico de<br />

los imanes sobre el casco, y supe que los he<strong>la</strong>dos cuerpos seguirían a <strong>la</strong> nave donde<br />

quiera que fuésemos. Sabía que al regresar a Rhodia necesitaría <strong>la</strong> evidencia de los<br />

cuerpos para demostrar que había sido un meteoro y no yo, quien los había matado.<br />

»¿Pero cómo iba a regresar? Me encontraba por completo perdido. No había<br />

manera de que pudiese dirigir <strong>la</strong> nave, y no me atrevía a probar nada, allá en <strong>la</strong>s<br />

profundidades del espacio intereste<strong>la</strong>r. Ni siquiera sabía utilizar el sistema de<br />

comunicación subetérico, de manera que no podía enviar un SOS. Lo único que me<br />

cabía hacer era dejar que <strong>la</strong> nave siguiese su propio rumbo.<br />

—Pero eso no era posible, ¿verdad? —dijo Biron. Se preguntaba si Gillbret lo<br />

estaba inventando todo, bien por pura imaginación romántica, o por alguna razón<br />

desconocida—. ¿ Y los saltos a través del hiperespacio? Sin duda se <strong>la</strong>s arregló de algún<br />

modo para hacerlo, o de lo contrario no estaría usted aquí.<br />

—Una nave tyrannia —contestó Gillbret—, una vez tiene los mandos<br />

correctamente ajustados, dará automáticamente todos los saltos que sean necesarios.<br />

Biron dejó transparentar sus dudas. , Acaso Gillbret le tomaba por tonto?<br />

—Está usted inventando eso —dijo.<br />

—No. Es una de sus malditas invenciones militares, que les hicieron ganar sus<br />

guerras. La verdad es que no derrotaron cincuenta sistemas p<strong>la</strong>netarios, que les<br />

superaban en pob<strong>la</strong>ción y recursos lo menos cien veces, sencil<strong>la</strong>mente jugando al tute,<br />

¿sabes? Es cierto que nos atacaron de uno en uno, y utilizaron más hábilmente a<br />

nuestros traidores, pero también había una razón militar. Todo el mundo sabe que sus<br />

tácticas eran superiores a <strong>la</strong>s nuestras, y ello se debió en parte al salto automático,<br />

que permitía una facilidad de maniobra de sus naves mucho mayor y hacía posible<br />

unos p<strong>la</strong>nes de batal<strong>la</strong> mucho más complejos que los que nosotros podíamos preparar.<br />

»Admitiré que esa técnica suya es uno de sus secretos mejor guardados. Yo<br />

nunca <strong>la</strong> conocí hasta que me encontré encerrado a so<strong>la</strong>s con el «Sanguinario», los<br />

tyrannios tienen <strong>la</strong> molesta costumbre de dar nombres desagradables a sus naves,<br />

aunque quizá sea bueno psicológicamente, y observé cómo se producía. Yo vi cómo<br />

daba los saltos sin que nadie tocase los mandos.<br />

—¿Y quiere decir que esta nave también puede hacerlo?<br />

—No lo sé, pero no me sorprendería.<br />

Biron se volvió al tablero de mandos. Todavía quedaban docenas de contactos<br />

de cuya utilidad no tenía aún ni <strong>la</strong> más remota idea. ¡Bien, ya vería más tarde! Se<br />

volvió nuevamente hacia Gillbret.<br />

—¿Y <strong>la</strong> nave le llevó a casa?<br />

—No, no fue así. Aquel meteoro que rebotó por <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de mandos no dejó de<br />

tocar el tablero. Hubiese sido sorprendente si hubiera sido así. Algunas esferas<br />

quedaron destrozadas, y <strong>la</strong> caja abol<strong>la</strong>da y malparada. No había manera de saber en<br />

75


qué forma se habían alterado los mandos, pero sin duda algo ocurrió, pues <strong>la</strong> nave<br />

nunca me condujo a Rhodia.<br />

»A su tiempo, y como era lógico, comenzó a desacelerar, y me di cuenta de que<br />

teóricamente el viaje había terminado. No podía saber dónde estaba, pero conseguí<br />

manipu<strong>la</strong>r <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca de visión y me di cuenta de que me hal<strong>la</strong>ba lo bastante cerca de un<br />

p<strong>la</strong>neta como para que apareciese en forma de disco en el telescopio. Era una suerte<br />

increíble, pues el disco iba aumentando de tamaño; <strong>la</strong> nave se dirigía directamente al<br />

p<strong>la</strong>neta. Bueno, no directamente. Si hubiese permitido que !a nave derivase, hubiese<br />

pasado a un millón y medio de kilómetros del p<strong>la</strong>neta, pero a aquel<strong>la</strong> distancia podía<br />

usar <strong>la</strong> radio etérica ordinaria, y sabía cómo hacerlo. Cuando todo aquello hubo<br />

terminado comencé a interesarme en <strong>la</strong> electrónica y decidí que nunca más iba a<br />

sentirme tan desesperado. Sentirse desesperado e impotente es una de <strong>la</strong>s cosas que<br />

no son nada divertidas.<br />

—De modo que empleó <strong>la</strong> radio —apuntó Biron.<br />

—Exacto; y así fue como vinieron y me cogieron.<br />

—¡.Quiénes?<br />

—Los hombres del p<strong>la</strong>neta. Estaba habitado.<br />

—Vaya, <strong>la</strong> suerte le acompañó. Y qué p<strong>la</strong>neta era?<br />

—No lo sé.<br />

— ¿ Quiere usted decir que no se lo dijeron?<br />

—Divertido, ¿verdad? No me lo dijeron. ¡Pero estaba en algún lugar de ¡os<br />

Reinos Nebu<strong>la</strong>res!<br />

—¿Y cómo lo supo?<br />

—Porque sabían que <strong>la</strong> nave en que me encontraba era una nave tyrannia. La<br />

conocían de vista, y casi <strong>la</strong> hicieron añicos antes de que pudiese convencerles de que<br />

yo era el único ser viviente a bordo.<br />

Biron puso sus grandes manos sobre <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s, y <strong>la</strong>s apretó<br />

nerviosamente.<br />

—Eso sí que no lo comprendo. Si sabían que era una nave tyrannia, e<br />

intentaban destrozar<strong>la</strong>. , no es eso ia mejor prueba de que aquel mundo no estaba en<br />

los Reinos Nebu<strong>la</strong>res, de que estaba en cualquier otra parte, excepto allí?<br />

—¡No, por <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia! —Los ojos de Gillbret bril<strong>la</strong>ban, y su voz se elevaba<br />

entusiasmada—. Estaba en los Reinos. Me llevaron a <strong>la</strong> superficie, y vaya un mundo<br />

era aquel. Allí había hombres de todas <strong>la</strong>s partes de los Reinos. Podía darme cuenta<br />

por sus acentos. Y no tenían miedo a los tyrannios. Aquel lugar era un arsenal. Desde<br />

el espacio no era posible darse cuenta. Podía haber pasado por un viejo mundo<br />

ganadero, pero <strong>la</strong> vida de! p<strong>la</strong>neta era subterránea. <strong>En</strong> un lugar de los reinos,<br />

muchachos, está todavía aquel p<strong>la</strong>neta que no tiene miedo a los tyrannios, y que<br />

destruirá a los tyrannios como hubiese entonces destruido <strong>la</strong> nave en que me hal<strong>la</strong>ba,<br />

si los tripu<strong>la</strong>ntes hubiesen estado aún vivos.<br />

Biron sintió cómo le <strong>la</strong>tía el corazón en el pecho. Por un momento quiso creerlo.<br />

Después de todo, t quién sabe? ¡Quizá...!<br />

76


11<br />

¡O quizá no!<br />

¡O quizá no...!<br />

—¿Y cómo se enteró de que era un arsenal? —preguntó Biron—. ¿Cuánto<br />

tiempo se quedó allí? ¿Qué fue lo que vio? Gillbret se impacientó.<br />

—No se trata exactamente de lo que vi. No me llevaron en visita de inspección,<br />

ni cosa que se le parezca. —Se calmó haciendo un esfuerzo—. Mira, lo que ocurrió fue<br />

lo siguiente: cuando me sacaron de <strong>la</strong> nave me encontraba en bastante mal estado.<br />

Apenas probé bocado de tan asustado como estaba, es terrible verse abandonado en el<br />

espacio, y cuando salí aún debía parecer más enfermo de lo que estaba en realidad.<br />

»Me identifiqué a medias, y me condujeron bajo tierra. Con <strong>la</strong> nave, desde<br />

luego. Supongo que <strong>la</strong> nave les interesaba más que yo mismo, pues les proporcionaba<br />

una oportunidad de estudiar <strong>la</strong> ingeniería espacial tyrannia. Me llevaron a lo que debía<br />

ser un hospital.<br />

—Pero, ¿qué viste, tío? —preguntó Artemisa.<br />

—¿Nunca te ha contado esto antes? —interrumpió Biron.<br />

—No—dijo Artemisa.<br />

—Hasta ahora no lo he contado nunca a nadie —dec<strong>la</strong>ró Gillbret—. Como he<br />

dicho, me llevaron a un hospital, donde pasé por <strong>la</strong>boratorios de investigación que<br />

deben ser mejores que todos los que tenemos en Rhodia. Durante el trayecto al<br />

hospital vi fábricas en <strong>la</strong>s que se trabajaban metales. Las naves que me habían<br />

capturado eran ciertamente diferentes de todo lo que yo había nunca visto antes.<br />

«<strong>En</strong>tonces me pareció todo tan c<strong>la</strong>ro, que en los años siguientes no lo he<br />

dudado nunca. Pienso en ello como en mi «mundo de rebelión», y sé que algún día<br />

enjambres de naves saldrán de él para atacar a los tyrannios, y que los mundos<br />

dominados serán l<strong>la</strong>mados a unirse con los jefes de <strong>la</strong> rebelión. Año tras año me he<br />

dicho a mí mismo: «quizá sea éste». Y cada vez casi deseaba que no lo fuese, porque<br />

ansiaba poder escaparme para unirme a ellos y tomar parte en el gran ataque. No<br />

quería que empezasen sin mí. —Rió nerviosamente y prosiguió—: Supongo que <strong>la</strong><br />

mayoría de <strong>la</strong> gente se hubiese divertido mucho de haber sabido lo que me rondaba<br />

por <strong>la</strong> cabeza. ¡Precisamente por mi cabeza! Nadie tiene una gran opinión de mí, ya lo<br />

sabes.<br />

—¿Y todo eso ocurrió hace veinte años, y no han atacado? —preguntó Biron—.<br />

¿No han dado señales de vida? ¿No se han visto naves desconocidas? ¿No ha habido<br />

incidentes? Y todavía cree...<br />

—Sí, aún creo en ello —contestó Gillbret con vehemencia—. Veinte años no es<br />

mucho tiempo para organizar una rebelión contra un p<strong>la</strong>neta que gobierna a cincuenta<br />

sistemas. Estuve allí justamente al principio de <strong>la</strong> rebelión; deben de haber estado<br />

perforando el p<strong>la</strong>neta con sus preparativos subterráneos, ideando nuevas naves y<br />

armas, entrenando más hombres, organizando el ataque.<br />

»Sólo en <strong>la</strong>s aventuras del vídeo los hombres se alzan en armas<br />

automáticamente, y un arma que se requiere cierto día, se inventa al siguiente, se<br />

produce en masa en el tercero y se utiliza al cuarto. Se necesita tiempo para estas<br />

cosas, Biron, y los hombres del mundo de <strong>la</strong> rebelión deben saber que tienen que estar<br />

preparados antes de dar el golpe. No les sería posible intentarlo dos veces.<br />

77


»¿Y a qué <strong>la</strong>mas incidentes? Naves tyrannias han desaparecido y no han sido<br />

hal<strong>la</strong>das nunca más. Podrás decir que el espacio es muy grande, y que es posible que<br />

simplemente se hayan extraviado, pero, ¿y si hubiesen sido capturadas por los<br />

rebeldes? Tal fue el caso del «Incansable», hace un par de años. Señaló <strong>la</strong> presencia<br />

de un objeto lo bastante cerca para que estimu<strong>la</strong>se su masómetro, y nunca más se<br />

supo nada de él. Pudo haber sido un meteoro, pero, ¿lo fue en realidad? La búsqueda<br />

duró meses. Nunca lo encontraron. Mi opinión es que está en poder de los rebeldes. El<br />

«Incansable» era una nave nueva, un modelo experimental. Sería precisamente lo que<br />

hubiesen querido.<br />

—Y una vez aterrizado allí —dijo Biron—, ¿por qué no se quedó?<br />

—¿Crees acaso que no tuve ganas? No tuve alternativa. Les escuché cuando<br />

creían que estaba inconsciente, y me enteré de algo más acerca de ellos. <strong>En</strong>tonces<br />

estaban empezando, no podían permitir que se les descubriese. Sabían que yo era<br />

Gillbret oth Hinriad. Había suficientes elementos de identificación a bordo, además de<br />

que yo mismo se lo había dicho. Sabían que si no regresaba a Rhodia habría una<br />

investigación en gran esca<strong>la</strong> que no cesaría fácilmente. No podían arriesgarse a tal<br />

investigación, de manera que tenían que arreglárse<strong>la</strong>s para devolverme a Rhodia. Y<br />

allá fue adonde me llevaron.<br />

—¡Cómo! —exc<strong>la</strong>mó Biron—. Pero si eso debió de ser un riesgo<br />

aún mayor. ¿Cómo lo hicieron?<br />

—No lo sé. —Gillbret pasó sus delgados dedos a través de sus grises cabellos,<br />

mientras sus ojos parecían tratar inútilmente de penetrar en <strong>la</strong> profundidad de su<br />

memoria—. Me anestesiaron, supongo. De eso no recuerdo nada. Después de un cierto<br />

punto no hay nada. So<strong>la</strong>mente puedo recordar que abrí los ojos y me encontré<br />

nuevamente en el «Sanguinario»; estaba en el espacio, en el exterior de Rhodia.<br />

—¿Y los dos tripu<strong>la</strong>ntes muertos estaban aún atados a los imanes de remolque?<br />

¿No los habían quitado en el mundo de <strong>la</strong> rebelión? —preguntó Biron.<br />

—Estaban aún allí.<br />

—¿Y había alguna evidencia que indicase que usted había estado en el mundo<br />

de <strong>la</strong> rebelión?<br />

—Ninguna; sólo lo que yo recordaba.<br />

—¿Y cómo sabía usted que se encontraba precisamente en el espacio exterior<br />

de Rhodia?<br />

—No lo sabía. Sabía que estaba cerca de un p<strong>la</strong>neta, pues el masómetro así lo<br />

indicaba. Utilicé nuevamente <strong>la</strong> radio, y esta vez fueron naves de Rhodia <strong>la</strong>s que<br />

vinieron en mi busca. Re<strong>la</strong>té mi historia al que era entonces comisario tyrannio, con<br />

algunas modificaciones adecuadas. Naturalmente, no mencioné para nada el mundo de<br />

<strong>la</strong> rebelión. Y dije que el meteoro nos había alcanzado inmediatamente después del<br />

último salto. No quería que sospechasen mi conocimiento de que una nave tyrannia<br />

podía dar los saltos automáticamente.<br />

—¿Cree usted que los del mundo de <strong>la</strong> rebelión descubrieron ese pequeño<br />

detalle? ¿Se lo dijo usted?<br />

—No se lo dije. No tuve ocasión. No estuve allí el tiempo suficiente, por lo<br />

menos consciente. Pero no sé cuánto tiempo estuve inconsciente, ni lo que<br />

consiguieron descubrir por sí mismos.<br />

78


Biron contempló <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora. A juzgar por <strong>la</strong> rigidez de <strong>la</strong> imagen que<br />

presentaba, <strong>la</strong> nave muy bien podría estar anc<strong>la</strong>da en el espacio. El «Imp<strong>la</strong>cable»<br />

navegaba a una velocidad de quince mil kilómetros por hora, pero eso era bien poco<br />

comparado con <strong>la</strong>s inmensidades del espacio. Las estrel<strong>la</strong>s aparecían duras, bril<strong>la</strong>ntes,<br />

inmóviles. Tenían una calidad hipnótica.<br />

—Y entonces, ¿a dónde vamos? Supongo que usted aún no sabe donde está el<br />

mundo de <strong>la</strong> rebelión.<br />

—No. Pero creo conocer a quien lo sabe —dijo Gillbret con entusiasmo.<br />

—¿Quién es?<br />

—El autarca de Lingane.<br />

—¿Lingane? —Biron arrugó el entrecejo. Le parecía que había oído aquel<br />

nombre hacía tiempo, pero se había olvidado de <strong>la</strong>s circunstancias—. ¿Y por qué<br />

precisamente a él?<br />

—Lingane fue el último reino capturado por los tyrannios. No j está, ¿cómo<br />

diríamos?, tan pacificado como los demás. ¿Te das cuenta de <strong>la</strong> re<strong>la</strong>ción?<br />

—Sólo hasta cierto punto.<br />

—Y si quieres otra razón, piensa en tu padre.<br />

—¿Mi padre? —Por un momento Biron olvidó que su padre había muerto, y le<br />

vio allí, alto y lleno de vida; pero luego recordó, y sintió que un frío estremecimiento<br />

recorría su cuerpo—. ¿Y qué tiene que ver mi padre con esto?<br />

—Estuvo hace seis meses en <strong>la</strong> corte y me enteré de algo de lo que quería.<br />

Escuché a hurtadil<strong>la</strong>s algunas de sus conversaciones con mi primo Hinrik.<br />

—Oh, tío —dijo impaciente Artemisa.<br />

—¿Sí, querida?<br />

—No tenías ningún derecho a escuchar <strong>la</strong>s discusiones privadas de mi padre.<br />

Gillbret se encogió de hombros.<br />

—Evidentemente, pero resultaba divertido, además de útil.<br />

—Espere —terció Biron, sintiendo que su excitación aumentaba—. ¿Dijo usted<br />

que hace seis meses mi padre estuvo en Rhodia?<br />

—Sí.<br />

—Dígame. Cuando estuvo allí, ¿tuvo acceso a <strong>la</strong> colección de primitivismo del<br />

director? Usted me dijo una vez que el director tenía una gran biblioteca sobre<br />

cuestiones referentes a <strong>la</strong> Tierra.<br />

—Supongo que sí. La biblioteca es muy famosa, y se suele ofrecer a los<br />

visitantes distinguidos, si quieren usar<strong>la</strong>; normalmente no les interesa, pero a tu padre<br />

sí. La verdad es que lo recuerdo perfectamente; estuvo allí casi un día entero.<br />

Los datos concordaban. Hacía medio año que su padre le había pedido ayuda<br />

por vez primera.<br />

—Supongo que usted conoce bien <strong>la</strong> biblioteca —dijo Biron.<br />

—Por supuesto.<br />

—¿Hay en <strong>la</strong> biblioteca algo que sugiera que en <strong>la</strong> Tierra existe un documento<br />

de gran valor militar?<br />

79


La cara de Gillbret reflejó su evidente ignorancia del asunto.<br />

—<strong>En</strong> algún momento de los últimos siglos de <strong>la</strong> prehistoria de <strong>la</strong> Tierra debió<br />

existir tal documento —dijo Biron—. So<strong>la</strong>mente puedo decirle que mi padre creía que<br />

se trataba del artículo más valioso de toda <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia, y al mismo tiempo el más<br />

mortífero. Yo tenía que haberlo obtenido para él, pero tuve que marcharme de <strong>la</strong><br />

Tierra demasiado pronto, y además —su voz se quebró— mi padre murió también<br />

demasiado pronto.<br />

Pero Gillbret continuó mostrando ignorancia.<br />

—No sé de qué estás hab<strong>la</strong>ndo.<br />

—Usted no me comprende. Mi padre me habló de ello por vez primera hace seis<br />

meses. Se debió enterar en <strong>la</strong> biblioteca de Rhodia. Si usted <strong>la</strong> ha revisado, ¿podría<br />

decirme qué pudo ser lo que encontró en el<strong>la</strong>?<br />

Pero lo único que Gillbret podía hacer era menear <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Bueno, continúe su re<strong>la</strong>to —pidió Biron.<br />

—Tu padre y mi primo hab<strong>la</strong>ron del autarca de Lingane —dijo Gillbret—. A pesar<br />

de <strong>la</strong> cuidadosa fraseología empleada por tu padre, Biron, resultaba evidente que el<br />

autarca era el inspirador y <strong>la</strong> cabeza de <strong>la</strong> conspiración. Y luego —vaciló—, llegó una<br />

misión de Lingane con el autarca a <strong>la</strong> cabeza. Y yo..., yo... le hablé del mundo de <strong>la</strong><br />

rebelión.<br />

—Hace un momento dijo que no había hab<strong>la</strong>do de ello a nadie —dijo Biron.<br />

—Excepto al autarca. Tenía que saber <strong>la</strong> verdad.<br />

—¿Y qué le dijo?<br />

—Prácticamente nada. Pero era lógico que tuviese que ser cauteloso. ¿Podía<br />

fiarse de mí? Yo podía haber estado trabajando para los tyrannios. ¿Cómo podía él<br />

saberlo? Pero no cerró del todo <strong>la</strong> puerta. Es <strong>la</strong> única c<strong>la</strong>ve que tenemos.<br />

—¿De veras? —dijo Biron—. Pues entonces iremos a Lingane. Supongo que lo<br />

mismo da un sitio que otro.<br />

La referencia a su padre le había deprimido, y, de momento, nada importaba<br />

mucho. ¡Así, pues, a Lingane!<br />

¡A Lingane! Estaba pronto dicho. Pero, ¿cómo se hace para orientar <strong>la</strong> nave<br />

hacia un pequeño punto luminoso que está a treinta y cinco años luz de distancia? ¡A<br />

trescientos billones de kilómetros! ¡A un tres con catorce ceros detrás! A quince mil<br />

kilómetros por hora (velocidad de crucero del «Imp<strong>la</strong>cable»), se tardarían más de dos<br />

millones de años en llegar.<br />

Biron hojeó el «Almanaque de Efemérides Galácticas» con un sentimiento<br />

semejante a <strong>la</strong> desesperación. Allá figuraban detal<strong>la</strong>damente decenas de mil<strong>la</strong>res de<br />

estrel<strong>la</strong>s, cuya posición venía concisamente indicada por medio de tres números. Había<br />

cientos de páginas de tales números, simbolizados por <strong>la</strong>s letras griegas p(ro), θ<br />

(theta) φ(fi).<br />

p era <strong>la</strong> distancia al centro galáctico en parsecs; 6, <strong>la</strong> separación angu<strong>la</strong>r, a lo<br />

<strong>la</strong>rgo del p<strong>la</strong>no de <strong>la</strong> lente galáctica y a partir de <strong>la</strong><br />

101línea básica estándar (es decir, <strong>la</strong> línea que conecta el centro galáctico y el<br />

Sol del p<strong>la</strong>neta Tierra); $, <strong>la</strong> separación angu<strong>la</strong>r desde <strong>la</strong> línea básica en el p<strong>la</strong>no<br />

perpendicu<strong>la</strong>r al de <strong>la</strong> lente galáctica. Las dos últimas medidas iban expresadas en<br />

80


adianes. Dados estos tres números, se podía localizar exactamente cualquier estrel<strong>la</strong><br />

en toda aquel<strong>la</strong> inmensidad espacial.<br />

Es decir, podía localizarse en una fecha determinada. Además de <strong>la</strong> posición de<br />

<strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> en el día concreto para el que se calcu<strong>la</strong>ron todos los datos, se tenía que<br />

conocer <strong>la</strong> velocidad propia de <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>, así como su dirección. Era una corrección<br />

re<strong>la</strong>tivamente pequeña, pero necesaria. Un millón de kilómetros no es casi nada<br />

comparado con <strong>la</strong>s distancias este<strong>la</strong>res, pero es una <strong>la</strong>rga distancia para una nave.<br />

Había también, como es natural, el problema de <strong>la</strong> propia posición de <strong>la</strong> nave.<br />

Se podía calcu<strong>la</strong>r <strong>la</strong> distancia a Rhodia por medio de <strong>la</strong> lectura del masómetro, o,<br />

mejor dicho, <strong>la</strong> distancia al sol de Rhodia, puesto que a aquel<strong>la</strong> distancia en el espacio<br />

el campo gravitatorio del sol contrarrestaba el de cualquiera de los p<strong>la</strong>netas. La<br />

dirección en que se movían referida a <strong>la</strong> línea básica galáctica era más difícil de<br />

determinar. Biron tenía que localizar a otras dos estrel<strong>la</strong>s conocidas además del sol de<br />

Rhodia. Basándose en sus posiciones aparentes y en <strong>la</strong> distancia conocida al sol de<br />

Rhodia, podía establecer su posición presente.<br />

Lo hizo algo rudimentariamente, pero tenía <strong>la</strong> seguridad de que su cálculo tenía<br />

suficiente exactitud. Sabiendo su propia posición y <strong>la</strong> del sol de Lingane, lo único que<br />

tenía que hacer era ajustar los mandos a <strong>la</strong> dirección y fuerza necesarios para el<br />

impulso híper-atómico.<br />

Biron se sentía solo e inquieto, pero no asustado. Rechazó esa pa<strong>la</strong>bra. <strong>En</strong><br />

cambio estaba realmente inquieto. Calcu<strong>la</strong>ba cuidadosamente los elementos del salto<br />

para seis horas más tarde. Quería tener tiempo de sobras para comprobar sus<br />

números. Y quizá tuviese una oportunidad de hacer una pequeña siesta. Había sacado<br />

de <strong>la</strong> cabina los elementos de <strong>la</strong> cama, y estaba ahora preparado para hacer<strong>la</strong>.<br />

Probablemente los otros dos estaban durmiendo en <strong>la</strong> cabina. Se dijo a sí<br />

mismo que era lo mejor, pues no quería a su alrededor nadie que le molestase, y, sin<br />

embargo, cuando oyó por <strong>la</strong> parte de afuera el leve ruido de unos pies descalzos,<br />

levantó <strong>la</strong> vista con cierto interés.<br />

—Ho<strong>la</strong> —dijo—, ¿por qué no estás durmiendo? Artemisa se detuvo en <strong>la</strong> puerta,<br />

vaci<strong>la</strong>ndo.<br />

—¿Te importa que entre? —preguntó en voz baja—. ¿No te estorbaré?<br />

—Depende de lo que hagas.<br />

—Procuraré portarme bien.<br />

Biron pensó con recelo que <strong>la</strong> muchacha parecía excesivamente humilde. Pronto<br />

descubrió <strong>la</strong> razón.<br />

—Tengo un miedo terrible —dijo—. ¿Y tú? A Biron le hubiera gustado decir que<br />

no, en modo alguno. Pero no le salieron esas pa<strong>la</strong>bras. Sonrió, algo avergonzado.<br />

—Sí, tengo un poco de miedo.<br />

Por raro que parezca, eso consoló a <strong>la</strong> muchacha. Se arrodilló en el suelo, junto<br />

a él, y miró los gruesos libros que estaban frente al piloto, y <strong>la</strong>s hojas de cálculos.<br />

—¿Tenían todos estos libros aquí?<br />

—Desde luego. No podrían pilotar una nave sin ellos.<br />

—¿Y tú entiendes todo eso?<br />

—No, no todo. Desearía entenderlo. Espero que entenderé lo suficiente.<br />

Tendremos que saltar a Lingane, ¿sabes?<br />

81


—¿Es difícil hacerlo?<br />

—No lo es si sabemos <strong>la</strong>s cifras, que están todas aquí, tienes los mandos, que<br />

también están, y tienes experiencia, de <strong>la</strong> cual yo carezco. Por ejemplo, se debería<br />

hacer en varios saltos, pero yo voy a tratar de hacerlo en uno solo, porque habrá<br />

menos probabilidades de que se presenten dificultades, a pesar de que eso significa<br />

malgastar energía.<br />

No debía decírselo; no serviría de nada decírselo; sería cobarde asustar<strong>la</strong>, y<br />

sería difícil tratar<strong>la</strong> si se asustaba de veras, si sentía verdadero pánico. Biron se repetía<br />

todo eso, y, sin embargo, no le servía de nada. Quería compartirlo con alguien. Quería<br />

sacárselo de <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Hay ciertas cosas que debería saber —dijo—, pero que no sé. Cosas tales<br />

como si <strong>la</strong> densidad de masas desde aquí a Lingane afecta al recorrido del salto,<br />

puesto que <strong>la</strong> densidad de <strong>la</strong> masa es lo que regu<strong>la</strong> <strong>la</strong> curvatura de esta parte del<br />

universo. La Efemérides, es decir, ese librote gordo, menciona <strong>la</strong>s correcciones de<br />

curvatura que es preciso efectuar en ciertos saltos estandarizados, y a partir de éstas<br />

se supone que uno podrá calcu<strong>la</strong>r sus correcciones particu<strong>la</strong>res, pero cuando se tiene a<br />

una supergigante a menos de diez años luz, entonces todos los cálculos fal<strong>la</strong>n. Ni<br />

siquiera estoy seguro de haber usado correctamente el computador.<br />

—Pero, ¿qué sucedería si te equivocases?<br />

—Podría suceder que volviésemos a entrar en el espacio demasiado cerca del<br />

sol de Lingane.<br />

El<strong>la</strong> reflexionó durante un rato sobre estas pa<strong>la</strong>bras.<br />

—No tienes idea de lo mejor que me siento —dijo al fin.<br />

—¿Después de lo que acabo de decir?<br />

—Naturalmente. Allí, en mi litera, me sentía desamparada y perdida entre tanto<br />

vacío en todas direcciones. Ahora sé que vamos a algún sitio, y que el vacío está bajo<br />

nuestro control.<br />

Biron se sintió satisfecho. ¡Qué diferente se mostraba <strong>la</strong> chica!<br />

—Bueno, no estoy seguro de que realmente esté bajo nuestro control.<br />

—Sí, lo está —le atajó el<strong>la</strong>—. Sé que puedes manejar <strong>la</strong> nave.<br />

Biron se dijo que quizá podría.<br />

Artemisa estaba sentada frente a él, con <strong>la</strong>s <strong>la</strong>rgas y desnudas piernas<br />

cruzadas. No llevaba encima más que su delgada ropa interior, pero parecía no darse<br />

cuenta del hecho, a diferencia de lo que ocurría a Biron.<br />

—¿Sabes? —dijo <strong>la</strong> muchacha—. Cuando estaba en <strong>la</strong> litera tenía una sensación<br />

extraña, casi como si estuviese flotando. Eso fue una de <strong>la</strong>s cosas que me asustaron;<br />

cada vez que me volvía daba un pequeño salto en el aire y volvía a caer lentamente,<br />

como si el aire tuviese muelles.<br />

—No dormirías en una de <strong>la</strong>s literas altas, ¿verdad?<br />

—Pues sí. Las de abajo me dan c<strong>la</strong>ustrofobia, con otro colchón a unos<br />

centímetros por encima de <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Eso lo explica —rió Biron—. La fuerza gravitatoria de <strong>la</strong> nave está en dirección<br />

a <strong>la</strong> base, y disminuye a medida que nos apartamos de el<strong>la</strong>. <strong>En</strong> <strong>la</strong> litera de arriba pesas<br />

82


probablemente diez o quince kilos menos que sobre el suelo. ¿Has viajado alguna vez<br />

en una nave de pasajeros? ¿<strong>En</strong> una verdaderamente grande?<br />

—Una vez, cuando mi padre y yo visitamos Tyrann el año pasado.<br />

—Pues bien, en <strong>la</strong>s naves de pasajeros hacen que <strong>la</strong> gravedad se dirija en todas<br />

partes hacia el casco externo, de modo que su eje mayor esté siempre «arriba». Por<br />

esa razón los motores están siempre situados a lo <strong>la</strong>rgo de un cilindro sobre el eje<br />

mayor. Allí no hay gravedad.<br />

—Se debe requerir mucha energía para mantener una gravedad artificial.<br />

—La suficiente para iluminar a toda una pequeña ciudad.<br />

—No hay ningún peligro de que nos quedemos sin combustible, ¿verdad?<br />

—No te preocupes por eso. La energía se obtiene por conversión total de<br />

materia en energía. El combustible será lo último que se nos acabará. Antes se gastará<br />

el casco externo.<br />

La chica estaba enfrente de Biron, y éste se dio cuenta de que el<strong>la</strong> se había<br />

quitado el maquil<strong>la</strong>je de <strong>la</strong> cara, y se preguntó cómo lo habría hecho; probablemente<br />

con un pañuelo y <strong>la</strong> menor cantidad posible de agua potable. El resultado no <strong>la</strong><br />

perjudicaba, pues su piel b<strong>la</strong>nca y c<strong>la</strong>ra resaltaba de un modo aún más perfecto, frente<br />

al negro de sus ojos y de sus cabellos. Biron pensó en que sus ojos eran muy cálidos.<br />

El silencio duraba demasiado, y Biron lo rompió apresuradamente.<br />

—Tú no viajas mucho, ¿verdad? Quiero decir que so<strong>la</strong>mente has ido una vez en<br />

una nave de pasajeros. La muchacha asintió.<br />

—Y fue más que suficiente. Si no hubiese ido a Tyrann, aquel cochino<br />

chambelán no me hubiese conocido y... Prefiero no hab<strong>la</strong>r de eso.<br />

Biron no insistió.<br />

—¿Es eso normal? —preguntó—. Quiero decir, el no salir de viaje.<br />

—Me temo que sí. Mi padre está siempre de viaje en visitas oficiales,<br />

inaugurando exposiciones agríco<strong>la</strong>s y consagrando edificios. Generalmente, hace unos<br />

discursos que le escribe Aratap. Pero por lo que a nosotros se refiere, cuanto más nos<br />

quedamos en pa<strong>la</strong>cio, tanto más contentos están los tyrannios. ¡Pobre Gillbret! La<br />

única vez que salió de Rhodia fue para representar a mi padre en <strong>la</strong> coronación del<br />

Khan. Y nunca más le han dejado que se metiese en una nave.<br />

Bajó <strong>la</strong> mirada y, distraídamente, se puso a hacer pliegues con <strong>la</strong> te<strong>la</strong> de <strong>la</strong><br />

manga de Biron, junto a <strong>la</strong> muñeca.<br />

—Biron—dijo.<br />

—Sí... Arta. —Tartamudeó un poco, pero al fin <strong>la</strong> l<strong>la</strong>mó por su diminutivo.<br />

—¿Crees que <strong>la</strong> historia de tío Gil puede ser cierta?<br />

—No lo sé.<br />

—¿Crees que puede ser un producto de su imaginación? Ha estado meditando<br />

desde hace años sobre los tyrannios, y nunca ha podido hacer nada, salvo montar sus<br />

rayos de espionaje, lo cual es infantil, y él lo sabe. Quizás ha estado soñando<br />

despierto, y en el curso de los años ha llegado a creerlo. Le conozco bien, ¿sabes?<br />

—Podría ser, pero sigámosle un poco <strong>la</strong> corriente. <strong>En</strong> cualquier caso, podemos ir<br />

a Lingane.<br />

83


Estaban el uno junto al otro. Él podía extender los brazos y tocar<strong>la</strong>, abrazar<strong>la</strong>,<br />

besar<strong>la</strong>. Y eso fue lo que hizo. Fue un completo non sequitur. A Biron le pareció que<br />

nada había conducido a ello. <strong>En</strong> un instante, <strong>la</strong> chica, suave y sedosa, se halló en sus<br />

brazos, y sus <strong>la</strong>bios se unieron.<br />

Su primer impulso fue decir que lo sentía, excusarse tontamente; pero cuando<br />

se separó y se dispuso a hab<strong>la</strong>r, <strong>la</strong> chica no intentó en modo alguno escapar, sino que<br />

apoyó <strong>la</strong> cabeza en su brazo izquierdo. Sus ojos permanecieron cerrados.<br />

De modo que no dijo nada, sino que <strong>la</strong> volvió a besar, lenta y profundamente.<br />

Era lo mejor que podía haber hecho, y pronto se dio cuenta de que era así.<br />

Al final el<strong>la</strong> dijo, algo soñadoramente:<br />

—¿No tienes hambre? Te traeré un poco de concentrado y te lo calentaré. Y<br />

luego, si quieres dormir, vigi<strong>la</strong>ré en tu lugar. Y..., y será mejor que me ponga algo más<br />

de ropa.<br />

Antes de salir por <strong>la</strong> puerta, se volvió hacia él.<br />

—El concentrado alimenticio sabe muy bien, una vez te has acostumbrado.<br />

Gracias por conseguirlo.<br />

Por alguna extraña razón, aquel<strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras, más aún que los besos, sel<strong>la</strong>ron el<br />

tratado de paz entre ambos.<br />

Cuando Gillbret entró en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de mandos, algunas horas después, no se<br />

mostró sorprendido al encontrar a Biron y Artemisa conversando de un modo absurdo,<br />

y no hizo observación alguna sobre el hecho de que el brazo de Biron estaba alrededor<br />

de <strong>la</strong> cintura de Artemisa.<br />

—¿Cuándo saltamos, Biron? —preguntó.<br />

—Dentro de media hora —contestó Biron.<br />

Pasó media hora; los mandos estaban ajustados, y <strong>la</strong> conversación <strong>la</strong>nguideció<br />

y acabó por extinguirse. A <strong>la</strong> hora cero Biron aspiró profundamente e hizo girar una<br />

pa<strong>la</strong>nca a todo lo <strong>la</strong>rgo de su arco, de izquierda a derecha.<br />

No ocurrió como en <strong>la</strong> nave de pasajeros. El «Imp<strong>la</strong>cable» era más pequeño, y,<br />

por consiguiente, el salto fue menos suave. Biron vaciló, y durante una fracción de<br />

segundo todo lo que había a bordo osciló.<br />

Luego volvió <strong>la</strong> suavidad y <strong>la</strong> solidez.<br />

Las estrel<strong>la</strong>s de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora habían cambiado. Biron hizo girar <strong>la</strong> nave, de<br />

modo que el campo de estrel<strong>la</strong>s se elevó, mientras cada una de el<strong>la</strong>s se desp<strong>la</strong>zaba<br />

trazando un majestuoso arco. Finalmente apareció una estrel<strong>la</strong>, que era de un b<strong>la</strong>nco<br />

bril<strong>la</strong>nte y mayor que un punto. Era una pequeña esfera, una mota de arena ardiente.<br />

Biron <strong>la</strong> captó, equilibró <strong>la</strong> nave antes de perder<strong>la</strong> y dirigió hacia el<strong>la</strong> el telescopio,<br />

conectando el dispositivo espectroscopio).<br />

Consultó nuevamente <strong>la</strong> «Efemérides», y estudió <strong>la</strong> sección sobre<br />

Características Espaciales. Luego abandonó el asiento del piloto.<br />

—Está aún demasiado lejos —dijo—. Tendré que acercarme. Pero, en fin,<br />

aquello es el sol de Lingane.<br />

Era el primer salto que había efectuado en su vida, y había sido un éxito.<br />

84


12<br />

Viene el autarca<br />

El autarca de Lingane estaba considerando el asunto, pero sus facciones frías y<br />

bien dominadas apenas se arrugaban bajo el impacto de su esfuerzo mental.<br />

—Y esperó cuarenta y ocho horas para decírmelo —dijo.<br />

—No había ninguna razón para decírselo antes —replicó Rizzet audazmente—.<br />

Si le bombardeásemos con toda c<strong>la</strong>se de cosas, <strong>la</strong> vida sería para usted una carga. Se<br />

lo decimos ahora porque no lo entendemos. Es extraño, y en nuestra situación no nos<br />

podemos permitir nada extraño.<br />

El autarca apoyó una pierna sobre el resp<strong>la</strong>ndeciente alféizar de <strong>la</strong> ventana y<br />

miró hacia fuera, pensativo. La ventana misma representaba quizá lo más extraño en<br />

<strong>la</strong> arquitectura linganiana. Era de tamaño regu<strong>la</strong>r y estaba dispuesta al extremo de un<br />

entrante de metro y medio que se iba estrechando suavemente en dirección a el<strong>la</strong>. Era<br />

extraordinariamente c<strong>la</strong>ra, muy gruesa y curvada con exactitud; era más bien una<br />

lente que una ventana, y dirigía hacia el interior, como un embudo, <strong>la</strong> luz de todas <strong>la</strong>s<br />

direcciones, de modo que al mirar el exterior lo que se veía era un panorama en<br />

miniatura.<br />

Desde cada una de <strong>la</strong>s ventanas del feudo del autarca podía verse un campo<br />

que abarcaba <strong>la</strong> mitad del horizonte desde el cénit al nadir. La pequeñez y <strong>la</strong> distorsión<br />

aumentaba junto a los bordes, pero eso procuraba por sí solo cierto sabor especial a lo<br />

que se veía; el pequeño y pleno movimiento de <strong>la</strong> ciudad, <strong>la</strong>s órbitas curvas y<br />

ascendentes de los estratosféricos en forma de media luna que partían del aeropuerto.<br />

Uno se acostumbraba tanto a ello, que abrir <strong>la</strong> ventana para permitir que entrase <strong>la</strong><br />

insípida realidad no hubiese parecido natural. Cuando <strong>la</strong> posición del Sol convertía <strong>la</strong>s<br />

ventanas-lentes en focos de una luz y un calor insoportables, se cubrían<br />

automáticamente, en vez de abrirse, haciéndose opacas gracias a un desp<strong>la</strong>zamiento<br />

de <strong>la</strong> po<strong>la</strong>rización característica del cristal.<br />

Ciertamente, <strong>la</strong> teoría de que <strong>la</strong> arquitectura de un p<strong>la</strong>neta refleja su situación<br />

en <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia parecía verse confirmada en el caso de Lingane y sus ventanas<br />

especiales.<br />

A semejanza de sus ventanas, Lingane era pequeño, y, sin embargo, dominaba<br />

una vista panorámica. Era un «estado p<strong>la</strong>netario» en una ga<strong>la</strong>xia que en aquel<strong>la</strong> época<br />

había superado tal etapa de desarrollo económico y político. Donde <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong>s<br />

unidades políticas eran conglomerados de sistemas este<strong>la</strong>res, Lingane seguía siendo lo<br />

que había sido desde siglos: un mundo habitado solitario, lo cual no le impedía ser<br />

rico. La verdad era que apenas parecía posible que Lingane no lo fuese.<br />

Es difícil poder predecir cuándo un mundo está situado de tal modo que muchas<br />

de <strong>la</strong>s rutas de los saltos pueden utilizarlo como punto intermedio, o incluso cuándo no<br />

tienen más remedio que utilizarlo en interés de una economía óptima. Depende en<br />

gran parte del tipo de desarrollo de aquel<strong>la</strong>s regiones del espacio. Hay el problema de<br />

<strong>la</strong> distribución de los p<strong>la</strong>netas naturalmente habitables, el del orden en que son<br />

colonizados y desarrol<strong>la</strong>dos y el del tipo de economía a que pertenecen.<br />

Lingane descubrió pronto su propio valor, lo cual fue el punto crucial de su<br />

historia. Después del hecho de poseer realmente una posición estratégica, lo más<br />

importante es <strong>la</strong> capacidad de apreciar y explotar tal posición. Lingane se había<br />

dedicado a ocupar pequeños p<strong>la</strong>netoides que carecían de recursos para mantener una<br />

85


pob<strong>la</strong>ción independiente, por <strong>la</strong> so<strong>la</strong> razón de que contribuirían a mantener el<br />

monopolio comercial de Lingane, y construyeron estaciones de servicio en aquel<strong>la</strong>s<br />

rocas, en <strong>la</strong>s que se hal<strong>la</strong>ba todo lo que podía necesitar una nave, desde recambios<br />

hiperatómicos hasta nuevos libros-carrete. Estas estaciones crecieron hasta convertirse<br />

en grandes establecimientos comerciales. Desde todos los confines de los Reinos<br />

Nebu<strong>la</strong>-res afluían pieles, minerales, grano, carne, madera; y desde los Reinos<br />

Interiores llegaba maquinaria, instrumentos, medicamentos y toda c<strong>la</strong>se de otros<br />

productos manufacturados en una corriente parecida.<br />

Así, a semejanza de sus ventanas, <strong>la</strong> pequeñez de Lingane contemp<strong>la</strong>ba toda <strong>la</strong><br />

ga<strong>la</strong>xia. Era un p<strong>la</strong>neta solitario, pero no le iba mal.<br />

—Comience con <strong>la</strong> nave correo, Rizzet —dijo el autarca sin moverse de <strong>la</strong><br />

ventana—. ¿Dónde se encontró por primera vez con ese crucero?<br />

—A menos de ciento cincuenta mil kilómetros de Lingane. Las coordenadas<br />

exactas poco importan. Desde entonces se les ha estado observando. La cuestión es<br />

que, incluso entonces, el crucero tyrannio estaba ya en órbita alrededor del p<strong>la</strong>neta.<br />

—¿Cómo si no tuviese intención de aterrizar, sino más bien como si estuviese<br />

esperando algo?<br />

—Sí.<br />

—¿Y no hay manera de saber cuánto tiempo hacía que estaba esperando?<br />

—Me temo que eso es imposible. No les había visto nadie más. Lo hemos<br />

comprobado minuciosamente.<br />

—Está bien —dijo el autarca—. Dejemos eso de momento. Detuvieron <strong>la</strong> nave<br />

mensajera, lo cual constituye, naturalmente, una interferencia con el correo, y una<br />

vio<strong>la</strong>ción de nuestro reg<strong>la</strong>mento de asociación con Tyrann.<br />

—Dudo de que fuesen tyrannios. Su actitud vaci<strong>la</strong>nte más bien tiende a sugerir<br />

a alguien fuera de <strong>la</strong> ley, a prisioneros que huyen.<br />

—¿Se refiere a los hombres del crucero tyrannio? Quizá sea eso lo que quieren<br />

que nosotros creamos. <strong>En</strong> todo caso, su única acción dec<strong>la</strong>rada fue pedir que se me<br />

transmitiese un mensaje.<br />

—Así es. Directamente al autarca.<br />

—¿Y nada más?<br />

—Nada más.<br />

—¿Y no entraron en ningún momento en <strong>la</strong> nave mensajera?<br />

—Todas <strong>la</strong>s comunicaciones se efectuaron por <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visera. La cápsu<strong>la</strong> correo<br />

fue disparada a través de tres kilómetros de espacio vacío, y fue capturada en <strong>la</strong> red<br />

de <strong>la</strong> nave.<br />

—¿Y <strong>la</strong> comunicación fue so<strong>la</strong>mente auditiva, o también visual?<br />

—Visión total. Y de eso se trata. El que hab<strong>la</strong>ba ha sido descrito como un joven<br />

de «porte aristocrático», sea lo que sea lo que quiere decir eso.<br />

El puño del autarca se cerró lentamente.<br />

— ¿ De veras? ¿Y no se tomó una impresión fotográfica de su cara? Eso fue una<br />

equivocación.<br />

86


—Desgraciadamente no había razón para que el capitán pudiese prever <strong>la</strong><br />

importancia de hacerlo. ¡Si es que tiene alguna importancia! ¿Es que todo eso significa<br />

algo para usted, señor? El autarca no respondió a esa pregunta.<br />

—¿Y éste es el mensaje?<br />

—Exacto. Un tremendo mensaje de una pa<strong>la</strong>bra que debíamos haberle<br />

entregado directamente a usted; lo cual no hicimos, naturalmente. Por ejemplo, podía<br />

haber sido una cápsu<strong>la</strong> de fisión. De esta manera se han cometido asesinatos.<br />

—Sí, y precisamente de autarcas —dijo el autarca—. So<strong>la</strong>mente una pa<strong>la</strong>bra:<br />

«Gillbret».<br />

Él autarca mantenía su calma indiferente, pero se iba acumu<strong>la</strong>ndo cierta falta<br />

de certidumbre que no le gustaba. No le comp<strong>la</strong>cía que le hiciese percibir limitaciones.<br />

Un autarca no debería sentir limitaciones, y en Lingane no sentía ninguna, como no<br />

fuese impuesta por alguna ley natural.<br />

No siempre hubo un autarca. <strong>En</strong> sus primeros tiempos Lingane había sido<br />

gobernado por dinastías de príncipes mercaderes. Las familias que habían establecido<br />

primero <strong>la</strong>s estaciones de servicio subp<strong>la</strong>netarias eran los aristócratas del estado. No<br />

poseían tierras y, por tanto, no podían competir en posición social con los rancheros y<br />

granjeros de los mundos vecinos. Pero eran ricos en recursos financieros y por lo tanto<br />

podían comprar y vender a aquellos mismos rancheros y granjeros, y de hecho a veces<br />

lo hacían, por razones de alta finanza.<br />

Y Lingane sufrió <strong>la</strong> suerte corriente de un p<strong>la</strong>neta gobernado (o desgobernado)<br />

en tales circunstancias. La ba<strong>la</strong>nza de poder osci<strong>la</strong>ba entre una familia y otra. Los<br />

diversos grupos se turnaban en el exilio. Las intrigas y <strong>la</strong>s revoluciones pa<strong>la</strong>ciegas eran<br />

crónicas, de modo que si el directorio de Rhodia era el principal ejemplo de estabilidad<br />

y desarrollo ordenado en aquel sector, Lingane era un ejemplo de inquietud y de<br />

desorden. «Tan voluble como Lingane», decía <strong>la</strong> gente.<br />

Juzgando por <strong>la</strong> experiencia, el resultado era inevitable. A medida que los<br />

estados p<strong>la</strong>netarios vecinos se fueron consolidando en estados agrupados, los<br />

conflictos civiles de Lingane se fueron haciendo cada vez más peligrosos para el<br />

p<strong>la</strong>neta. Al final <strong>la</strong> pob<strong>la</strong>ción ordinaria estaba perfectamente dispuesta a sacrificar<br />

cualquier cosa con tal de conseguir una calma general. Y de este modo cambiaron una<br />

plutocracia por una autocracia, y perdieron poca libertad en el cambio. El poder de<br />

varios se concentró en uno solo, pero éste se mostraba con mucha frecuencia muy<br />

amistoso para con el pueblo, al que utilizaba como contrapeso frente a los mercaderes<br />

que nunca llegaron a reconciliarse.<br />

Bajo <strong>la</strong> autarquía, Lingane aumentó su riqueza y su fuerza. Incluso los<br />

tyrannios, al atacar treinta años antes, cuando estaban en el punto culminante de su<br />

poderío, fueron detenidos. Y <strong>la</strong>s consecuencias de ello habían sido permanentes. Desde<br />

el año en que los tyrannios atacaron a Lingane no habían conquistado ningún otro<br />

p<strong>la</strong>neta.<br />

Otros p<strong>la</strong>netas de los Reinos Nebu<strong>la</strong>res eran simples vasallos de los tyrannios,<br />

pero Lingane era un Estado asociado, teóricamente un «aliado» semejante a Tyrann,<br />

con derechos garantizados por el reg<strong>la</strong>mento de asociación.<br />

El autarca no se engañaba respecto a <strong>la</strong> situación. Los ultranacionalistas del<br />

p<strong>la</strong>neta podían permitirse el lujo de considerarse libres, pero el autarca sabía que el<br />

peligro de Tyrann había sido contenido a corta distancia durante <strong>la</strong> pasada generación;<br />

sólo a corta distancia.<br />

87


Y podría ser que ahora se estuviera acercando rápidamente para el abrazo final<br />

y mortífero, tanto tiempo pospuesto. Y <strong>la</strong> verdad era que él les había proporcionado <strong>la</strong><br />

oportunidad que habían estado esperando. La organización que había levantado, por<br />

ineficaz que fuese, constituía motivo suficiente para una acción punitiva de cualquier<br />

c<strong>la</strong>se que los tyrannios quisiesen emprender. Legalmente, Lingane no tendría razón.<br />

¿Era aquel crucero el primer síntoma del abrazo mortal?<br />

—¿Se ha puesto esa nave bajo vigi<strong>la</strong>ncia? —preguntó el autarca.<br />

—Ya he dicho que se les observa. Dos de nuestros cargueros se encuentran a<br />

alcance de masómetro.<br />

—Y bien, ¿qué le parece?<br />

—No sé. El único Gillbret que conozco, cuyo nombre por sí solo puede significar<br />

algo, es Gillbret oth Hinriad de Rhodia. ¿Ha tenido usted tratos con él?<br />

—Le vi durante mi última visita a Rhodia —dijo el autarca.<br />

—No le dijo nada, naturalmente.<br />

—Naturalmente.<br />

Los ojos de Rizzet se estrecharon.<br />

—Pensé que quizás usted no tuvo suficiente precaución y que los tyrannios se<br />

beneficiaron de una falta de prudencia semejante por parte de ese Gillbret, pues los<br />

Hinriads son notoriamente débiles en estos tiempos, y que lo de ahora podría ser una<br />

trampa para que usted se traicionase a sí mismo.<br />

—Lo dudo. Este asunto se presenta en un momento raro. He estado ausente de<br />

Lingane durante un año o más. Llegué <strong>la</strong> semana pasada, y volveré a partir dentro de<br />

unos días. Un mensaje así llega a mí precisamente cuando puede llegarme.<br />

—¿No cree usted que es una coincidencia?<br />

—No creo en coincidencias. Y existe un solo modo en el cual todo esto no sería<br />

una coincidencia. Así que voy a visitar esa nave, solo.<br />

—¡Imposible, señor!<br />

Rizzet estaba asombrado. Una pequeña cicatriz que tenía sobre <strong>la</strong> sien derecha<br />

se enrojeció súbitamente.<br />

—¿Me lo prohibe? —preguntó secamente el autarca.<br />

Al fin y al cabo era el autarca. Rizzet pareció acongojado y dijo:<br />

—Como usted lo desee, señor.<br />

A bordo del «Imp<strong>la</strong>cable» <strong>la</strong> espera se iba haciendo cada vez más<br />

desagradable. Durante dos días no se habían separado de su órbita,<br />

Gillbret vigi<strong>la</strong>ba los mandos con atención incansable. Su voz traslucía <strong>la</strong> tensión<br />

que le embargaba.<br />

—¿No dirías tú que se están moviendo?<br />

Biron levantó <strong>la</strong> mirada. Se estaba afeitando, manipu<strong>la</strong>ndo con extremo cuidado<br />

el pulverizador erosivo de los tyrannios.<br />

88


—No —dijo—, no se están moviendo. ¿Por qué habrían de moverse? Nos están<br />

vigi<strong>la</strong>ndo, y continuarán haciéndolo.<br />

Concentró su atención en <strong>la</strong> difícil área sobre el <strong>la</strong>bio superior, y frunció el ceño<br />

con impaciencia ai sentir en su lengua el gusto ligeramente agrio de <strong>la</strong> pulverización.<br />

Los tyrannios sabían manejar<strong>la</strong> con una gracia que era casi poética. <strong>En</strong> manos de un<br />

experto era sin duda el método más rápido y mejor que existía, de entre los no<br />

permanentes. <strong>En</strong> esencia, era un abrasivo finísimo impulsado por aire que eliminaba<br />

los pelos sin dañar <strong>la</strong> piel. Lo cierto era que <strong>la</strong> piel sólo sentía algo así como <strong>la</strong> suave<br />

presión de lo que podía ser una corriente de aire.<br />

Sin embargo, a Biron le causaba cierta repugnancia, pues conocía <strong>la</strong> leyenda,<br />

hecho cierto o lo que fuese de que <strong>la</strong> incidencia del cáncer facial era mayor entre los<br />

tyrannios que entre otros grupos culturales, y algunos lo atribuían a <strong>la</strong> pulverización<br />

para afeitarse que aquéllos utilizaban. Por vez primera Biron se preguntó si no sería<br />

mejor hacerse depi<strong>la</strong>r por completo <strong>la</strong> cara. <strong>En</strong> ciertas partes de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia era lo más<br />

corriente. Rechazó <strong>la</strong> idea: <strong>la</strong> depi<strong>la</strong>ción era permanente, y <strong>la</strong> moda podía cambiar,<br />

imp<strong>la</strong>ntando bigotes o patil<strong>la</strong>s.<br />

Biron se estaba contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> cara en el espejo, preguntándose qué aspecto<br />

tendría si se dejase patil<strong>la</strong>s hasta el ángulo de <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong>, cuando Artemisa apareció<br />

junto a <strong>la</strong> puerta:<br />

—Creí que te ibas a dormir—dijo.<br />

—Me dormí, y luego me desperté.<br />

Levantó <strong>la</strong> mirada hacia el<strong>la</strong> y sonrió. La chica le acarició <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>.<br />

—Es suave. Parece que tengas dieciocho años. Biron se llevó a los <strong>la</strong>bios <strong>la</strong><br />

mano de <strong>la</strong> muchacha.<br />

—No te dejes engañar por eso —dijo.<br />

—¿Nos vigi<strong>la</strong>n aún? —preguntó el<strong>la</strong>.<br />

—Sí. ¿Verdad que son pesados estos interludios que le dan a uno tiempo para<br />

descansar y preocuparse?<br />

—Este interludio no me parece pesado.<br />

—Ahora hab<strong>la</strong>s de otro de sus aspectos, Arta.<br />

—¿Por qué no nos cruzamos con ellos y aterrizamos en Lingane?<br />

—Lo hemos pensado, pero no creo que estemos preparados para esta c<strong>la</strong>se de<br />

riesgo. Podemos permitirnos esperar hasta que <strong>la</strong> reserva de agua disminuya algo.<br />

—Te digo que se están moviendo —dijo Gillbret elevando el tono de voz.<br />

Biron se dirigió al tablero de mandos y observó los masómetros. Luego se<br />

volvió a Gillbret.<br />

—No. Las dos naves no se han movido con re<strong>la</strong>ción a nosotros, Gillbret. Lo que<br />

ha alterado el masómetro es que una tercera nave se ha unido a el<strong>la</strong>s. Con <strong>la</strong><br />

aproximación con que puedo decirlo, está a ocho mil kilómetros, a unos 46 grados ρ y<br />

192 φ de <strong>la</strong> línea nave-p<strong>la</strong>neta, si es que no me equivoco en <strong>la</strong>s convenciones, en el<br />

sentido de <strong>la</strong>s agujas del reloj, y viceversa. Los números son, respectivamente, 314 y<br />

168 grados. —Se detuvo para tomar otra lectura—. Me parece que se acercan. Es una<br />

nave pequeña. ¿ Cree que puede entrar en contacto, Gillbret?<br />

—Puedo probarlo —dijo Gillbret.<br />

89


—Bien. Nada de visión. Contentémonos con sonido, hasta que tengamos alguna<br />

idea de lo que viene.<br />

Era asombroso contemp<strong>la</strong>r a Gillbret a los mandos de <strong>la</strong> radio etérica.<br />

Evidentemente poseía talento innato. <strong>En</strong>trar en contacto con un punto ais<strong>la</strong>do del<br />

espacio por medio de un estrecho haz de radio es algo que no deja de ser, después de<br />

todo, una tarea en <strong>la</strong> cual <strong>la</strong> información del tablero de mandos de <strong>la</strong> nave sólo puede<br />

participar un poco. Tenía una idea de <strong>la</strong> distancia de <strong>la</strong> nave, con una aproximación, en<br />

más o en menos, de ciento cincuenta kilómetros. Disponía de dos ángulos, cada uno de<br />

los cuales podía muy bien presentar un error de cinco a seis grados en cualquier<br />

dirección.<br />

Eso dejaba un volumen de unos cuarenta millones de kilómetros cúbicos en los<br />

cuales pudiera estar <strong>la</strong> nave. El resto era cosa del operador humano, y un haz de radio<br />

no era sino un dedo explorador que recorría una sección de menos de un kilómetro en<br />

su punto de máxima amplitud, a una distancia de recepción posible. Se decía que un<br />

operador experimentado podía percibir por el tacto de los mandos el grado de error del<br />

haz. Naturalmente, esa teoría era absurda desde un punto de vista científico, pero a<br />

menudo parecía que no cabía otra explicación posible.<br />

Al cabo de menos de diez minutos el medidor de <strong>la</strong> actividad de <strong>la</strong> radio subía<br />

rápidamente, y el «Imp<strong>la</strong>cable» comenzaba a emitir y a recibir.<br />

Otros diez minutos después Biron pudo recostarse en el asiento.<br />

—<strong>En</strong>vían a bordo a un nombre—dijo.<br />

—¿Debemos permitírselo? —preguntó Artemisa.<br />

—¿Y por qué no? Es sólo un hombre. Estamos armados.<br />

—Pero, ¿y si dejamos que su nave se acerque demasiado?<br />

—Somos un crucero tyrannio. Arta. Tenemos una potencia de tres a cinco veces<br />

mayor que <strong>la</strong> suya, aunque fuese <strong>la</strong> mejor nave de guerra de que dispone Lingane. Su<br />

preciado reg<strong>la</strong>mento de asociación no les permite gran cosa, y nosotros tenemos cinco<br />

demoledores de gran calibre.<br />

—¿Y tú sabes cómo emplear los demoledores tyrannios? No tenía ni idea de que<br />

lo supieses —dijo Artemisa.<br />

A Biron le desagradó mucho tener que cerrar <strong>la</strong> l<strong>la</strong>ve a <strong>la</strong> admiración, pero no<br />

tuvo más remedio.<br />

—Desgraciadamente, no; por lo menos, todavía no. Pero <strong>la</strong> nave lingania no<br />

está enterada de eso, comprendes?<br />

Media hora más tarde <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora mostró una nave. Era un aparato pequeño<br />

y achatado, provisto de dos juegos de cuatro aletas, como si tuviese que realizar con<br />

frecuencia vuelos estratosféricos.<br />

<strong>En</strong> cuanto apareció en el telescopio, Gillbret gritó entusiasmado;<br />

—Es el yate del autarca. Es su yate particu<strong>la</strong>r, estoy seguro. Ya os dije que<br />

bastaría mencionar mi nombre para conseguir su atención —dijo con una amplia<br />

sonrisa.<br />

La nave lingania entró en período de desaceleración y ajuste de velocidad,<br />

hasta que apareció inmóvil en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora. Se oyó una voz débil en el receptor.<br />

90


— ¿ Listos para el abordaje?<br />

—¡Listos! —respondió Biron—. So<strong>la</strong>mente una persona.<br />

—Una persona —respondieron.<br />

Era algo semejante a una serpiente que se desenrosca. La cuerda de red<br />

metálica se desprendió de <strong>la</strong> nave lingania y se proyectó hacia el exterior, <strong>la</strong>nzada a<br />

modo de arpón. Su grueso fue creciendo en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora, y el cilindro magnetizado<br />

en que terminaba fue aumentando de tamaño. A medida que se acercaba se dirigía<br />

hacia el borde del cono de visión. Luego viró en redondo.<br />

El sonido del contacto fue hueco y resonante. El peso magnetizado quedó<br />

anc<strong>la</strong>do, y el cable apareció como una te<strong>la</strong> de araña que no formaba una curva normal,<br />

sino que conservaba todos los pliegues y resaltos que formó en el momento del<br />

contacto, los cuales avanzaban individual y lentamente hacia de<strong>la</strong>nte bajo <strong>la</strong> influencia<br />

de <strong>la</strong> inercia.<br />

Con facilidad y precaución, <strong>la</strong> nave lingania se fue apartando y el cable se<br />

enderezó, quedando allí suspendido, tenso y fino, adelgazándose en el espacio hasta<br />

convertirse en algo casi invisible que resp<strong>la</strong>ndecía con increíble esbeltez a <strong>la</strong> luz del sol<br />

de Lingane.<br />

No era <strong>la</strong> forma acostumbrada de abordar. Generalmente, <strong>la</strong>s dos naves<br />

maniobraban hasta casi tocarse, de modo que <strong>la</strong>s esclusas de aire extensibles podían<br />

juntarse bajo <strong>la</strong> influencia de fuertes campos magnéticos. <strong>En</strong>tonces <strong>la</strong>s naves<br />

quedaban unidas por un túnel a través del espacio, y era posible pasar de <strong>la</strong> una a <strong>la</strong><br />

otra sin más protección que <strong>la</strong> que se requería a bordo de <strong>la</strong> nave. Como es natural, tal<br />

forma de abordaje requería confianza mutua.<br />

Al hacerlo por el cable a través del espacio, era imprescindible un traje espacial.<br />

El linganio que se acercaba iba embutido en el suyo, un artefacto grueso de red<br />

metálica extendida por el aire, y cuyas junturas requerían un esfuerzo muscu<strong>la</strong>r<br />

considerable para ser movidas. Incluso a <strong>la</strong> distancia a que se encontraba, Biron podía<br />

ver cómo, al flexionar los brazos, saltaba <strong>la</strong> juntura, yendo a detenerse en <strong>la</strong> ranura<br />

siguiente.<br />

Era preciso ajustar cuidadosamente <strong>la</strong>s velocidades mutuas de ambas naves.<br />

Una aceleración descuidada por parte de uno cualquiera de los dos soltaría el cable y<br />

proyectaría al viajero a través del espacio, haciéndolo fácil presa del lejano sol y del<br />

impulso inicial del cable al soltarse, sin ninguna fricción ni obstrucción que lo detuviese<br />

hasta <strong>la</strong> eternidad.<br />

El linganio que se acercaba se movía con confianza y rapidez. Cuando llegó algo<br />

más cerca fue fácil ver que no se trataba simplemente de un avance mano sobre<br />

mano; cada vez que <strong>la</strong> mano de<strong>la</strong>ntera se flexionaba, empujándole hacia de<strong>la</strong>nte, se<br />

soltaba y flotaba unos cuantos metros en <strong>la</strong> misma dirección, antes de que <strong>la</strong> otra<br />

mano descendiera y se agarrara de nuevo.<br />

Era algo simiesco a través del espacio; aquel hombre espacial era un<br />

resp<strong>la</strong>ndeciente mono de metal.<br />

—¿Y qué pasa si fal<strong>la</strong>? —preguntó Artemisa.<br />

—Parece demasiado experto para que le ocurra eso —respondió Biron—, pero si<br />

fal<strong>la</strong>se, como bril<strong>la</strong>ría al sol, le recogeríamos de nuevo.<br />

El linganio estaba ahora cerca, y había desaparecido del campo de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca<br />

visora. Al cabo de otros cinco segundos se oyó el sonido de unos pies sobre el casco de<br />

<strong>la</strong> nave.<br />

91


Biron hizo bajar <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>nca que encendía <strong>la</strong>s señales que indicaban el contorno<br />

de <strong>la</strong> esclusa de aire de <strong>la</strong> nave. Un momento después, y en respuesta a una imperiosa<br />

serie de golpes, se abrió <strong>la</strong> puerta exterior. Se oyó un fuerte golpe justamente al otro<br />

<strong>la</strong>do de una sección ciega en <strong>la</strong> pared de <strong>la</strong> cabina del piloto. La puerta exterior se<br />

cerró, aquel<strong>la</strong> sección de <strong>la</strong> pared se deslizó, ocultándose, y un hombre penetró en el<br />

interior.<br />

Su traje quedó instantáneamente cubierto de una escarcha que ocultaba el<br />

grueso cristal del casco, convirtiéndolo en un montículo b<strong>la</strong>nco. Todo él irradiaba frío;<br />

Biron dio más potencia a los calentadores, y entró una bocanada de aire caliente y<br />

seco. Durante un instante <strong>la</strong> escarcha permaneció aún sobre el traje, y luego comenzó<br />

a ac<strong>la</strong>rarse, convirtiéndose en rocío.<br />

Los torpes dedos metálicos del linganio hurgaban en los cierres del casco, como<br />

si estuviese impaciente dentro de su nívea b<strong>la</strong>ncura. Por fin se lo quitó y al pasar por<br />

<strong>la</strong> cabeza el suave ais<strong>la</strong>nte del interior ¡e revolvió el cabello.<br />

—¡Su excelencia! —exc<strong>la</strong>mó Gillbret, y luego, dirigiéndose a Biron con voz<br />

triunfante añadió—: Biron, es el autarca en persona.<br />

Pero Biron sólo pudo decir con voz que trataba en vano de ocultar su<br />

estupefacción:<br />

—¡Jonti!<br />

92


13<br />

El autarca se queda<br />

El autarca apartó suavemente su traje espacial con el pie y se apoderó de <strong>la</strong><br />

mayor de <strong>la</strong>s sil<strong>la</strong>s acolchadas.<br />

—Hacía tiempo que no me ejercitaba de esta manera —dijo—, pero se dice que,<br />

una vez aprendido, ya no se olvida nunca, y por lo que parece así ha sido en mi caso.<br />

¡Ho<strong>la</strong>, Farrill! Buenos días, señor Gillbret. ¡Y si recuerdo bien, esta dama es <strong>la</strong> señorita<br />

Artemisa, <strong>la</strong> hija del director!<br />

Colocó cuidadosamente un <strong>la</strong>rgo cigarrillo entre sus <strong>la</strong>bios y lo encendió con<br />

una simple aspiración. El oloroso tabaco llenó el aire con su agradable olor.<br />

—No esperaba verle de nuevo tan pronto, Farrill —dijo.<br />

—¡O tal vez nunca más! —dijo Biron con acritud.<br />

—Nunca se sabe —acordó el autarca—. Naturalmente, con un mensaje que sólo<br />

decía «Gillbret», sabiendo que Gillbret no era capaz de pilotar una nave espacial, y,<br />

además, teniendo en cuenta que yo mismo envié a Rhodia a un joven que sí sabe<br />

pilotar<strong>la</strong> y es perfectamente capaz de robar un crucero tyrannio en su desesperación<br />

por escapar; y finalmente, al saber que uno de los hombres en el crucero era un joven<br />

de porte aristocrático, <strong>la</strong> conclusión resultaba obvia. No me sorprende verle.<br />

—Me parece que sí le sorprende —dijo Biron—. Creo que le asombra. Como el<br />

asesino que es usted, debería asombrarle. ¿Cree que le voy a <strong>la</strong> zaga en mis<br />

deducciones?<br />

—Tengo muy buena opinión de usted, Farrill.<br />

El autarca permanecía por completo imperturbable, y Biron se sintió incómodo y<br />

estúpido al expresar su resentimiento. Se volvió furiosamente hacia los otros.<br />

—Este hombre es Sander Jonti, el Sander Jonti de quien os he hab<strong>la</strong>do. Es<br />

posible que además sea el autarca de Lingane, o cincuenta autarcas juntos, pero para<br />

mí es Sander Jonti.<br />

—Es el hombre que... —empezó a decir Artemisa. Gillbret se llevó su delgada y<br />

vaci<strong>la</strong>nte mano a <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Reprímete, Biron. ¿Estás loco?<br />

—¡Éste es aquel hombre! ¡No estoy loco! —gritó Biron. Se reprimió haciendo un<br />

esfuerzo—. Está bien. Supongo que no sirve de nada chil<strong>la</strong>r. Salga de mi nave, Jonti.<br />

Ya ve que lo digo con bastante calma. Salga de mi nave.<br />

—Pero querido Farrill, ¿por qué razón?<br />

Gillbret hacía ruidos incoherentes con su garganta, pero Biron le apartó,<br />

bruscamente a un <strong>la</strong>do y se enfrentó con el autarca que seguía sentado.<br />

—Cometió usted un error, Jonti. No podía saber anticipadamente que cuando<br />

salí de mi dormitorio en <strong>la</strong> Tierra iba a dejar allí dentro mi reloj de pulsera. Y da <strong>la</strong><br />

casualidad de que <strong>la</strong> correa de mi reloj de pulsera es un indicador de radiación.<br />

Él autarca <strong>la</strong>nzó al aire un anillo de humo y sonrió plácidamente. Biron<br />

prosiguió:<br />

93


—Y aquel<strong>la</strong> correa nunca se tornó azul, Jonti. Aquel<strong>la</strong> noche no hubo bomba en<br />

mi cuarto. ¡Sólo una bomba falsa, deliberadamente colocada! Y si lo niega, es usted un<br />

embustero, Jonti, o autarca, o lo que quiera usted l<strong>la</strong>marse a sí mismo. Aún más:<br />

usted fue quien colocó <strong>la</strong> falsa bomba. Me inutilizó con hypnita y dispuso el resto de <strong>la</strong><br />

comedia de aquel<strong>la</strong> noche. Todo está perfectamente c<strong>la</strong>ro, ¿sabe? Si me hubiese<br />

abandonado, habría dormido toda <strong>la</strong> noche y no hubiese notado nunca nada anormal.<br />

Así pues, ¿quién me l<strong>la</strong>mó por el visiófono hasta asegurarse de que me había<br />

despertado? Es decir, que me había despertado para encontrar <strong>la</strong> bomba, <strong>la</strong> cual había<br />

sido deliberadamente colocada junto a un contador para que no pudiese dejar de<br />

encontrar<strong>la</strong>. Y ¿quién demolió mi puerta para que pudiese marcharme antes de<br />

descubrir que, al fin y al cabo, <strong>la</strong> bomba era inofensiva? ¡Aquel<strong>la</strong> noche se debió usted<br />

divertir mucho, Jonti!<br />

Biron hizo una pausa para ver el efecto que había producido, pero el autarca no<br />

hizo sino inclinarse, expresando un cortés interés. Biron sintió que su furia iba en<br />

aumento. Era algo así como golpear almohadas, batir agua o dar patadas en el aire.<br />

Prosiguió con voz ronca:<br />

—Mi padre estaba a punto de ser ejecutado; de eso bien pronto me hubiese<br />

enterado. Quizás hubiese ido a Nefelos, o quizá no, pues habría seguido mi instinto y<br />

nada más. Luego me habría enfrentado, abiertamente o no, con los tyrannios, pero<br />

hubiera sabido cuáles eran mis posibilidades, y me hubiera preparado para hacer<br />

frente a lo que pudiera suceder.<br />

»Pero usted quería que yo fuese a Rhodia, a ver a Hinrik. Y normalmente no<br />

podía esperar que yo hiciese lo que usted quería. No era fácil que acudiese a usted en<br />

busca de consejo, a menos que pudiese preparar una situación adecuada, que es<br />

precisamente lo que hizo.<br />

»Creí que me iban a asesinar, y no podía pensar en ninguna razón para ello,<br />

pero usted sí. Usted parecía haberme salvado <strong>la</strong> vida y saberlo todo; por ejemplo lo<br />

que yo tenía que hacer. Me encontraba confundido, desequilibrado, y seguí su consejo.<br />

Biron se detuvo para recobrar el aliento, esperando una respuesta, pero no <strong>la</strong><br />

obtuvo.<br />

—No me explicó que <strong>la</strong> nave en que salí de <strong>la</strong> Tierra era una nave de Rhodia y<br />

que había cuidado de informar al capitán de mi verdadera identidad —prosiguió a voz<br />

en grito—. No me explicó que su intención era que cayese en manos de los tyrannios<br />

en cuanto aterrizase en Rhodia. ¿Acaso niega todo esto?<br />

Hubo una <strong>la</strong>rga pausa, durante <strong>la</strong> cual Jonti apagó <strong>la</strong> colil<strong>la</strong> de su cigarrillo<br />

ap<strong>la</strong>stándo<strong>la</strong> lentamente.<br />

Gillbret se retorcía <strong>la</strong>s manos.<br />

—Biron, estás poniéndote en ridículo. El autarca no... <strong>En</strong>tonces Jonti levantó <strong>la</strong><br />

mirada y dijo quedamente:<br />

—El autarca, sí... Lo admito todo. Tiene razón, Biron, y le felicito por su<br />

c<strong>la</strong>rividencia. La bomba era falsa, y fui yo quien <strong>la</strong> puso y le envié a Rhodia con <strong>la</strong><br />

intención de que los tyrannios le arrestasen.<br />

La cara de Biron se distendió. Parte de <strong>la</strong> futilidad de <strong>la</strong> vida se había<br />

desvanecido.<br />

—Algún día, Jonti, ajustaremos cuentas —dijo—. De momento parece que es<br />

usted el autarca de Lingane, y que tiene tres naves que le esperan allí afuera, y eso<br />

94


me entorpece algo más de lo que me gustaría. Sin embargo, el «Imp<strong>la</strong>cable» es mío, y<br />

yo soy su piloto. Póngase el traje y salga. El cable espacial está todavía en su lugar.<br />

—No es su nave. Es usted un pirata, más que un piloto.<br />

—La posesión es aquí <strong>la</strong> ley. Le doy cinco minutos para que se ponga el traje.<br />

—¡Por favor, nada de tragedias! Nos necesitamos mutuamente, y no tengo<br />

intención de marcharme.<br />

—Yo no le necesito. No le necesitaría ni siquiera si toda <strong>la</strong> armada tyrannia se<br />

estuviese acercando a nosotros en este mismo instante, y usted pudiese hacer<strong>la</strong><br />

desaparecer del espacio.<br />

—Farrill —dijo Jonti—, está usted hab<strong>la</strong>ndo y obrando como un adolescente. Ha<br />

dicho lo que quería. ¿Puedo hab<strong>la</strong>r yo ahora?<br />

—No. No veo ninguna razón para escucharle. Artemisa chilló. Biron hizo un<br />

movimiento, pero se detuvo en el acto. Rojo de ira al verse frustrado, permaneció<br />

tenso pero impotente.<br />

—Y ahora, ¿<strong>la</strong> ve? —preguntó Jonti—. La verdad es que tomo ciertas<br />

precauciones. Lamento ser poco sutil y tener que utilizar una arma como amenaza.<br />

Pero me imagino que me servirá para obligarles a que me escuchen.<br />

El arma que sujetaba era un demoledor de bolsillo. No había sido ideado para<br />

producir dolor o para inmovilizar: ¡mataba!<br />

—Hace años que estoy organizando a Lingane en contra de los tyrannios —<br />

prosiguió—. ¿Sabe lo que eso significa? No ha sido fácil. Ha sido casi imposible. Los<br />

Reinos Interiores no ofrecen ayuda alguna; lo sabemos por <strong>la</strong>rga experiencia. Los<br />

Reinos Nebu<strong>la</strong>res no tienen más salvación que <strong>la</strong> que ellos mismos se procuren, pero<br />

convencer de esto a nuestros jefes nativos no es cosa fácil. Su padre, Biron, era un<br />

activista, y le mataron. No se trata de un juego, recuérdelo.<br />

»La captura de su padre fue para nosotros una crisis. Era cuestión de vida o de<br />

horrible muerte. Estaba en nuestros círculos interiores y era evidente que los tyrannios<br />

no andaban lejos de nosotros; había que despistarles, y para hacerlo no podía<br />

detenerme en consideraciones de honor y de integridad, que de nada sirven.<br />

»No podía dirigirme a usted y decirle: "Farrill, tenemos que despistar a los<br />

tyrannios. Usted es el hijo del ranchero, y, por lo tanto, sospechoso. Vaya y hágase<br />

amigo de Hinrik de Rhodia, para que los tyrannios vuelvan <strong>la</strong> mirada hacia allá;<br />

apártelos de Lingane. Puede ser peligroso, quizá pierda <strong>la</strong> vida, pero los ideales por los<br />

que murió su padre están por encima de todo lo demás".<br />

»Quizá lo hubiese comprendido y hubiese actuado en consecuencia, pero no<br />

podía permitirme el lujo del experimento y obré para que usted actuara sin saberlo. Le<br />

aseguro que me resultó muy penoso, pero no me quedaba otro camino. Pensé que<br />

quizá no sobreviviría, se lo digo francamente. Pero usted podía ser sacrificado, también<br />

le digo esto con franqueza. Tal como han salido <strong>la</strong>s cosas, resulta que ha sobrevivido,<br />

y me alegro.<br />

»Y hay otro asunto, cuestión de cierto documento...<br />

— ¿ Qué documento?<br />

—¡Alto ahí! Ya le dije que su padre trabajaba para mí, de modo que yo sabía lo<br />

que él sabía. Usted tenía que obtener aquel documento y al principio parecía que era <strong>la</strong><br />

persona adecuada. Estaba en <strong>la</strong> Tierra, legítimamente, era joven y no era fácil que<br />

sospechasen de usted, al principio, quiero decir.<br />

95


»Luego, cuando arrestaron a su padre, usted se convirtió en una persona<br />

peligrosa. Iba a ser objeto de <strong>la</strong>s sospechas de los tyrannios, y no podíamos permitir<br />

que usted se apoderase del documento, puesto que entonces iría a parar casi<br />

inevitablemente a manos de ellos. Teníamos que apartarle de <strong>la</strong> Tierra antes de que<br />

pudiese completar su misión. Ya ve como todo se explica.<br />

—¿De modo que ahora lo tiene usted!<br />

—No, no lo tengo—dijo el autarca—. Desde hace años que falta de <strong>la</strong> Tierra<br />

cierto documento que podría haber sido aquél. Si efectivamente es aquél, no sé quién<br />

lo tiene. , Puedo apartar ya el demoledor? Se hace pesado.<br />

—Apártelo —dijo Biron.<br />

—¿Qué le dijo su padre del documento? —preguntó el autarca tras haber<br />

apartado el arma.<br />

—Nada que usted no sepa, puesto que trabajaba para usted. El autarca sonrió,<br />

pero su sonrisa era forzada.<br />

—¡Desde luego!<br />

—¿Ha terminado ya su explicación?<br />

—Sí. Totalmente.<br />

—<strong>En</strong>tonces—dijo Biron—, salga de <strong>la</strong> nave.<br />

—Espera un poco, Biron —terció Gillbret—. No se trata sólo de una cuestión<br />

personal. También estamos aquí Artemisa y yo, ¿.sabes? También tenemos algo que<br />

decir. Por lo que a mí se refiere, encuentro que lo que el autarca dice parece<br />

razonable. Te recuerdo que en Rhodia te salvé <strong>la</strong> vida, y creo que hay que tener-en<br />

cuenta mi punto de vista.<br />

—¡Muy bien! ¡Me salvó <strong>la</strong> vida! —gritó Biron, e indicó <strong>la</strong> esclusa de aire con un<br />

dedo—. Márchese, pues, con él. Váyase. Salga de aquí también. Usted quería<br />

encontrar al autarca. ¡Aquí está! Me comprometí a conducirle hasta él, y mi<br />

responsabilidad ha terminado. No pretenda decirme a mí lo que yo tengo que hacer.<br />

Se volvió hacia Artemisa, sin poder reprimir aún parte de su ira.<br />

—Y tú, ¿qué? También salvaste mi vida. Todos os habéis dedicado a salvar mi<br />

vida. ¿También quieres marcharte con él?<br />

—No me pongas <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras en <strong>la</strong> boca, Biron —dijo <strong>la</strong> chica con calma—. Si<br />

quisiese marcharme con él, lo diría.<br />

—No te sientas obligada a nada. Puedes marcharte cuando quieras.<br />

La muchacha pareció ofenderse y se apartó. Como solía ocurrirle, Biron se daba<br />

cuenta de que cierta parte más sosegada de sí mismo sabía que estaba obrando de un<br />

modo infantil. Jonti le había hecho aparecer como un necio, y no podía contener su<br />

resentimiento. Además, ¿por qué tenían todos que aceptar con tanta tranquilidad <strong>la</strong><br />

tesis de que lo correcto era echar a Biron Farrill a los tyrannios, como se echa un<br />

hueso a un perro, para que no saltasen sobre el cuello de Jonti? , Quién diablos se<br />

figuraban que era él?<br />

Pensó en <strong>la</strong> falsa bomba, en <strong>la</strong> nave rhodiana, en los tyrannios, en aquel<strong>la</strong><br />

agitada noche en Rhodia, y se compadeció de sí mismo.<br />

—¿Y bien, Farrill? —dijo el autarca.<br />

—¿Y bien, Biron? —añadió Gillbret. Biron se volvió a Artemisa.<br />

96


—¿Tú qué opinas?<br />

—Pues pienso que todavía tiene allí tres naves, y que, además, es el autarca de<br />

Lingane. No creo que te quede elección posible. El autarca <strong>la</strong> miró y expresó su<br />

admiración.<br />

—Es usted una muchacha inteligente, señorita. Es adecuado que una mente<br />

semejante se encuentre en un exterior tan agradable. Durante un momento su mirada<br />

se posó en el<strong>la</strong>.<br />

—¿Cuáles son <strong>la</strong>s condiciones? —preguntó Biron.<br />

—Permítanme el uso de sus nombres y de su talento y les conduciré a lo que el<br />

señor Gillbret ha l<strong>la</strong>mado el mundo de <strong>la</strong> rebelión.<br />

—¿Cree que existe en realidad? —dijo Biron agriamente. Casi simultáneamente,<br />

Gillbret exc<strong>la</strong>mó:<br />

—¡<strong>En</strong>tonces, es el de usted! El autarca sonrió.<br />

—Creo que existe el mundo que el señor Gillbret ha descrito, pero no es el mío.<br />

—¿No es el suyo? —dijo Gillbret decepcionado.<br />

—¿Qué importa, si puedo encontrarlo?<br />

—¿Cómo? —preguntó Biron.<br />

—No es tan fácil como pueden figurarse —dijo el autarca—. Si aceptamos <strong>la</strong><br />

historia tal como nos ha sido re<strong>la</strong>tada, tenemos que creer que existe un mundo en<br />

rebelión contra los tyrannios, un mundo situado en algún lugar del Sector Nebu<strong>la</strong>r, y<br />

que los tyrannios no han podido descubrir en veinte años. Para que tal situación haya<br />

sido posible, no hay más que un lugar en el Sector donde tal p<strong>la</strong>neta puede existir.<br />

—¿Y dónde está?<br />

—¿No les parece que <strong>la</strong> solución es obvia? ¿No les parece inevitable que tal<br />

mundo no puede existir sino en el interior de <strong>la</strong> misma Nebulosa?<br />

—¿Dentro de <strong>la</strong> Nebulosa?<br />

—La Gran Ga<strong>la</strong>xia, naturalmente —dijo Gillbret. Y en aquel instante <strong>la</strong> solución<br />

pareció, efectivamente, obvia e ineludible.<br />

—Pero, ¿puede <strong>la</strong> gente vivir en mundos en el interior de <strong>la</strong> Nebulosa? —<br />

aventuró Artemisa con timidez.<br />

—¿Y por qué no? —dijo el autarca—. No se confundan al pensar en <strong>la</strong> Nebulosa.<br />

Es como una neblina negra en el espacio, pero no un gas tóxico. Se trata de una masa<br />

increíblemente tenue de átomos de sodio, potasio y calcio que absorbe y oscurece <strong>la</strong><br />

luz de <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s que están en su interior, y, como es natural, <strong>la</strong> de <strong>la</strong>s que están<br />

frente al observador. Por lo demás, es inofensiva, y en <strong>la</strong> proximidad inmediata de una<br />

estrel<strong>la</strong> es prácticamente inobservable. »Me excuso por parecer pedante, pero he<br />

pasado los últimos meses en <strong>la</strong> universidad de <strong>la</strong> Tierra recogiendo datos astronómicos<br />

sobre <strong>la</strong> Nebulosa.<br />

—¿Y por qué allí? —dijo Biron—. Es una cuestión sin importancia, pero como le<br />

conocí a usted allí, tengo curiosidad por saberlo.<br />

—No hay en ello ningún misterio. Al principio salí de Lingane por asuntos<br />

particu<strong>la</strong>res cuya naturaleza exacta carece de importancia. Hace unos seis meses visité<br />

Rhodia. Mi agente Widemos, su padre, Biron, había fracasado en sus negociaciones con<br />

el director, a quien había confiado en atraer a nuestro <strong>la</strong>do. Traté de conseguir algo<br />

97


más, pero fracasé también, ya que Hinrik, y presento mis excusas a <strong>la</strong> dama, no es del<br />

fuste necesario para nuestra c<strong>la</strong>se de trabajo.<br />

—Escucha, escucha—murmuró Biron.<br />

—Pero allí conocí a Gillbret—prosiguió el autarca— como quizá les haya dicho<br />

ya. De modo que fui a <strong>la</strong> Tierra porque ése es el hogar original de <strong>la</strong> Humanidad. Fue<br />

de <strong>la</strong> Tierra de donde partieron <strong>la</strong> mayoría de <strong>la</strong>s exploraciones iniciales de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia.<br />

Es en <strong>la</strong> Tierra donde se encuentran <strong>la</strong> mayoría de los documentos. La Nebulosa de <strong>la</strong><br />

Cabeza de Caballo fue explorada con detenimiento; por lo menos <strong>la</strong> atravesaron varias<br />

veces. Nunca fue colonizada, puesto que <strong>la</strong>s dificultades para viajar por un volumen de<br />

espacio donde no pueden verificarse observaciones este<strong>la</strong>res son demasiado grandes.<br />

Pero todo lo que yo necesitaba eran <strong>la</strong>s exploraciones mismas.<br />

»Y ahora escuchen atentamente. La nave tyrannia en <strong>la</strong> que quedó ais<strong>la</strong>do el<br />

señor Gillbret fue alcanzada por un meteoro después del primer salto. Suponiendo que<br />

el viaje de Tyrann a Rhodia transcurriese por <strong>la</strong> ruta comercial normal, y no hay<br />

ninguna razón para suponer que no fuera así, queda establecido el punto del espacio<br />

en que <strong>la</strong> nave dejó su ruta. Apenas si habría ade<strong>la</strong>ntado cerca de un millón de<br />

kilómetros en el espacio ordinario entre los dos primeros saltos, y podemos considerar<br />

tal longitud como un punto en el espacio.<br />

»Es posible admitir otra suposición. Al averiarse los paneles de mando, era<br />

perfectamente posible que el meteoro hubiese alterado <strong>la</strong> dirección de los saltos, ya<br />

que para ello so<strong>la</strong>mente se necesitaría interferir con el movimiento del giróscopo de <strong>la</strong><br />

nave, lo cual sería difícil, pero no imposible. Pero alterar <strong>la</strong> energía de los impulsos<br />

hiperatómicos requeriría destrozar por completo <strong>la</strong>s máquinas, <strong>la</strong>s cuales, como es<br />

sabido, no fueron alcanzadas por el meteoro.<br />

»AL permanecer inalterada <strong>la</strong> energía del impulso, <strong>la</strong> longitud de los cuatro<br />

saltos restantes no debía haber resultado modificada, así como tampoco sus<br />

direcciones re<strong>la</strong>tivas. Sería algo análogo a tener un a<strong>la</strong>mbre torcido inclinado desde un<br />

solo punto en una dirección desconocida, a un ángulo desconocido. La posición final de<br />

<strong>la</strong> nave se encontraría en algún punto de <strong>la</strong> superficie de una esfera imaginaria, cuyo<br />

centro sería aquel punto del espacio donde el meteoro dio en el b<strong>la</strong>nco, y cuyo radio<br />

sería <strong>la</strong> suma vectorial de los saltos restantes.<br />

»Yo calculé esa esfera, y encontré que su superficie corta una gran extensión<br />

de <strong>la</strong> Nebulosa de <strong>la</strong> Cabeza de Caballo. Unos seis mil grados cuadrados de <strong>la</strong><br />

superficie de <strong>la</strong> esfera, o sea <strong>la</strong> cuarta parte de <strong>la</strong> superficie total, se encuentra en <strong>la</strong><br />

Nebulosa. Por lo tanto, sólo queda hal<strong>la</strong>r una estrel<strong>la</strong> que se encuentre en el interior de<br />

<strong>la</strong> Nebulosa a un millón y medio de kilómetros, aproximadamente, de <strong>la</strong> superficie<br />

imaginaria de que estamos hab<strong>la</strong>ndo. Recordarán que cuando <strong>la</strong> nave de Gillbret se<br />

detuvo, se encontraba cerca de una estrel<strong>la</strong>.<br />

»¿Y cuántas estrel<strong>la</strong>s del interior de <strong>la</strong> Nebulosa suponen que se pueden<br />

encontrar a esa distancia de <strong>la</strong> superficie de <strong>la</strong> esfera? Recuerden que hay cien mil<br />

millones de estrel<strong>la</strong>s radiantes en <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia.<br />

Biron se encontró absorbido en el asunto, casi contra su voluntad.<br />

—Centenares, me figuro.<br />

—¡Cinco! —replicó el autarca—. Sólo cinco. No se dejen embobar por aquellos<br />

cien mil millones. El volumen de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia es de unos siete billones de años luz, de<br />

modo que por término medio hay sesenta años luz cúbicos por estrel<strong>la</strong>. Es una lástima<br />

no saber cuáles de esas cinco tienen p<strong>la</strong>netas habitables, ya que podríamos reducir el<br />

número de posibilidades a una. Desgraciadamente, los primeros exploradores no<br />

98


tenían tiempo de realizar observaciones detal<strong>la</strong>das. Determinaron <strong>la</strong>s posiciones de <strong>la</strong>s<br />

estrel<strong>la</strong>s, sus movimientos propios y tipos espectrales.<br />

—¿De modo que en uno de aquellos sistemas este<strong>la</strong>res se encuentra situado el<br />

mundo de <strong>la</strong> rebelión? —preguntó Biron.<br />

—Esa conclusión es <strong>la</strong> única que concuerda con los hechos que conocemos.<br />

—Suponiendo que pueda aceptarse <strong>la</strong> historia de Gil.<br />

—Asilo acepto.<br />

—Mi historia es cierta —interrumpió Gillbret apasionadamente—. Lo juro.<br />

—Estoy a punto de partir para investigar cada uno de aquellos cinco mundos —<br />

dijo el autarca—. Mis motivos para hacerlo son obvios; como autarca de Lingane puedo<br />

asumir una parte igual en sus esfuerzos.<br />

—Y con dos Hinriads y un Widemos a su <strong>la</strong>do, su demanda de una parte igual, y<br />

probablemente de una posición fuerte y segura en los nuevos y libres mundos del<br />

porvenir, sería tanto mejor —dijo Biron.<br />

—Su cinismo no me asusta, Farrill. La respuesta es evidente: sí. Si ha de haber<br />

una rebelión triunfante, es igualmente obvio <strong>la</strong> conveniencia de estar del <strong>la</strong>do de<br />

Lingane.<br />

—Por otra parte, cualquier corsario vencedor o un capitán rebelde podría ser<br />

recompensado con <strong>la</strong> autarquía de Lingane.<br />

—O con el rancho de Widemos. ¿Por qué no?<br />

—¿Y si <strong>la</strong> rebelión fracasa?<br />

—Habrá tiempo de pensar en ello cuando encontremos lo que buscamos.<br />

—Iré con usted —dijo Biron lentamente.<br />

—¡Bien! Tomemos disposiciones para que les transborden desde esta nave.<br />

—¿Por qué?<br />

—Será mejor para ustedes. Esta nave es un juguete.<br />

—Es una nave de guerra tyrannia. Haríamos mal en abandonar<strong>la</strong>.<br />

—Como tal nave tyrannia, sería peligrosamente notoria.<br />

—Pero no en <strong>la</strong> Nebulosa. Lo siento, Jonti. Me uno a usted porque es lo más<br />

práctico. También yo puedo ser franco. Quiero encontrar el mundo de <strong>la</strong> rebelión, pero<br />

entre nosotros dos no hay amistad alguna. Me quedo junto a mis propios controles.<br />

—Biron —dijo suavemente Artemisa—. Esta nave es realmente demasiado<br />

pequeña para nosotros tres.<br />

—Tal como está ahora, sí. Arta. Pero se le puede agregar un remolque. Jonti lo<br />

sabe tan bien como yo. <strong>En</strong>tonces tendríamos todo el espacio que necesitamos y<br />

seguiríamos siendo los amos de nuestros propios controles. Y, además, ocultaría<br />

eficazmente <strong>la</strong> naturaleza de nuestra nave.<br />

El autarca reflexionó.<br />

—Si no ha de haber entre nosotros ni amistad ni confianza, Farrill, entonces<br />

debo protegerme. Pueden tener su propia nave, y, además, un remolque equipado<br />

como quieran. Pero necesito alguna garantía de que su conducta será <strong>la</strong> que debe ser.<br />

Por lo menos <strong>la</strong> señorita Artemisa tiene que venir conmigo.<br />

99


—¡No! —dijo Biron.<br />

El autarca arqueó <strong>la</strong>s cejas.<br />

—¿No? Que hable <strong>la</strong> dama.<br />

Se volvió hacia Artemisa, y <strong>la</strong>s aletas de su nariz se agitaron levemente.<br />

—Creo que <strong>la</strong> situación sería muy cómoda para usted, señorita.<br />

—Para usted, al menos, no sería precisamente cómoda —contestó <strong>la</strong><br />

muchacha—. Preferiría ahorrarle <strong>la</strong> incomodidad y quedarme aquí.<br />

—Creo que usted lo pensaría mejor si... —comenzó a decir el autarca mientras<br />

dos pequeñas arrugas que se formaron sobre el puente de su nariz estropeaban <strong>la</strong><br />

serenidad de su expresión.<br />

—Me parece que no —interrumpió Biron—. La señorita Artemisa ha hecho su<br />

elección.<br />

—<strong>En</strong>tonces, ¿usted <strong>la</strong> aprueba, Farrill? —dijo el autarca sonriendo nuevamente.<br />

—¡Totalmente! Nosotros tres nos quedamos en el «Imp<strong>la</strong>cable». Sobre eso no<br />

puede haber discusión.<br />

—Eliges tu compañía de un modo extraño.<br />

—¿Sí?<br />

—Así lo creo. —El autarca parecía estar absorto en <strong>la</strong> contemp<strong>la</strong>ción de sus<br />

uñas—. Está tan enojado conmigo porque le engañé y puse su vida en peligro. Así<br />

pues, es raro que se comporte tan amistosamente con <strong>la</strong> hija de un hombre como<br />

Hinrik, quien en cuanto a engaño es ciertamente mi maestro.<br />

—Conozco a Hinrik, y sus opiniones sobre él no me harán cambiar en absoluto.<br />

—¿Lo sabe todo acerca de Hinrik?<br />

—Sé lo bastante.<br />

—¿Sabe que mató a su padre? —El dedo del autarca apuntó a Artemisa—.<br />

¿Sabe que <strong>la</strong> muchacha a <strong>la</strong> que tanto le interesa mantener bajo su protección es <strong>la</strong><br />

hija del asesino de su padre?<br />

100


14<br />

El autarca se marcha<br />

Por un momento <strong>la</strong> escena permaneció inalterada. El autarca había encendido<br />

otro cigarrillo. Parecía tranquilo, imperturbable. Gillbret se había hundido en el asiento<br />

del piloto, con <strong>la</strong> cara contraída como si fuese a echarse a llorar. Las bandas del equipo<br />

del piloto destinadas a absorber <strong>la</strong>s presiones, colgaban junto a él y aumentaban el<br />

lúgubre efecto.<br />

Biron, pálido y con los puños crispados, se enfrentaba con el autarca. Artemisa<br />

estaba tensa y tenía <strong>la</strong> mirada fija en Biron.<br />

La radio comenzó a hacer señales, y sus pequeños chasquidos resonaron con el<br />

estruendo de p<strong>la</strong>tillos en <strong>la</strong> pequeña cabina del piloto.<br />

Gillbret se irguió e hizo girar el asiento.<br />

—Me temo que he estado más hab<strong>la</strong>dor de lo que había supuesto —dijo<br />

perezosamente el autarca—. Le dije a Rizzet que viniese a buscarme si no había<br />

regresado al cabo de una hora.<br />

paso.<br />

La pantal<strong>la</strong> visual mostraba ahora <strong>la</strong> cara hirsuta de Rizzet.<br />

—Quiere hab<strong>la</strong>r con usted —dijo Gillbret al autarca, y se apartó para dejarle<br />

El autarca se levantó de <strong>la</strong> sil<strong>la</strong> y se ade<strong>la</strong>ntó de manera que su propia cabeza<br />

quedase dentro de <strong>la</strong> zona de transmisión visual.<br />

—Estoy perfectamente sano y salvo, Rizzet. La pregunta del otro se oyó con<br />

c<strong>la</strong>ridad.<br />

—¿Quiénes son los otros miembros de <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ción, señor? De repente Biron se<br />

alzó junto al autarca.<br />

—Soy el ranchero de Widemos —dijo con orgullo. Rizzet sonrió satisfecho. <strong>En</strong> <strong>la</strong><br />

pantal<strong>la</strong> apareció una mano que saludaba marcialmente.<br />

—Se le saluda, señor.<br />

—Regresaré pronto con una joven dama —interrumpió el autarca—. Prepárese<br />

para maniobrar y unir <strong>la</strong>s esclusas de aire de contacto.<br />

Cortó <strong>la</strong> comunicación visual entre <strong>la</strong>s dos naves. Luego se volvió a Biron.<br />

—Les aseguré que usted estaba a bordo de <strong>la</strong> nave. <strong>En</strong> caso contrario había<br />

cierta objeción a que yo viniese aquí solo. Su padre era muy popu<strong>la</strong>r entre mis<br />

hombres.<br />

—Y por esta razón puede utilizar mi nombre. —El autarca se encogió de<br />

hombros, y Biron añadió—: Es todo lo que puede utilizar. Su última afirmación al oficial<br />

es inexacta.<br />

—¿<strong>En</strong> qué sentido?<br />

—Artemisa oth Hinriad se queda conmigo.<br />

—¿A pesar de lo que le he dicho?<br />

101


—No me ha dicho usted nada —dijo Biron secamente—. No ha hecho sino una<br />

afirmación, pero en ningún caso es probable que acepte su simple pa<strong>la</strong>bra. Se lo digo<br />

dejándome de cortesías. Confío en que me comprenderá.<br />

—¿Es que lo que sabe de Hinrik es de tal naturaleza que mi afirmación le parece<br />

poco p<strong>la</strong>usible en sí misma?<br />

Biron vaciló. Era evidente a simple vista que <strong>la</strong> observación había surtido<br />

efecto, y no contestó.<br />

—Yo digo que no es verdad —dijo Artemisa—. ¿ Tiene usted alguna prueba?<br />

—Prueba directa, naturalmente que no. Yo no estuve presente en ninguna de<br />

<strong>la</strong>s conferencias entre su padre y los tyrannios. Pero puedo presentar ciertos hechos y<br />

dejar que usted saque sus propias conclusiones. <strong>En</strong> primer lugar, el antiguo ranchero<br />

de Widemos visitó a Hinrik hace seis meses. Eso ya lo he dicho, y ahora puedo añadir<br />

que se mostró demasiado entusiasta en sus esfuerzos, o quizá que estimó en demasía<br />

<strong>la</strong> discreción de Hinrik. <strong>En</strong> todo caso, habló más de lo que debía. El señor Gillbret<br />

puede ratificar esto.<br />

Gillbret afirmó con <strong>la</strong> cabeza. Se volvió hacia Artemisa, quien con los ojos<br />

iracundos y llenos de lágrimas se había vuelto hacia él.<br />

—Lo siento, Arta, pero es cierto. Ya te lo dije. Fue por Widemos que oí hab<strong>la</strong>r<br />

del autarca.<br />

—Y fue para mí una suerte —dijo el autarca— que el señor Gillbret hubiese<br />

ideado unos oídos mecánicos de tan <strong>la</strong>rgo alcance, con los cuales podía satisfacer su<br />

aguda curiosidad acerca de <strong>la</strong>s entrevistas de estado del director. Cuando Gillbret se<br />

me acercó por vez primera, sin saberlo me advirtió del peligro. Me marché lo antes que<br />

pude, pero el daño, como es natural, ya estaba hecho.<br />

»Ahora bien, por lo que sabemos, fue el único error de Widemos, e Hinrik,<br />

ciertamente, no tiene una reputación envidiable como hombre de gran independencia y<br />

valor. Su padre, Farrill, fue arrestado al cabo de medio año. Si no fue por Hinrik, el<br />

padre de esta muchacha, ¿por quién fue?<br />

—¿Y no le advirtió usted?<br />

—<strong>En</strong> nuestros asuntos nos arriesgamos, Farrill, pero le advertimos. Después de<br />

aquello no estableció contacto alguno, ni siquiera indirecto, con ninguno de nosotros, y<br />

destruyó todas <strong>la</strong>s pruebas que se re<strong>la</strong>cionaban con nosotros. Algunos creíamos que<br />

debía abandonar este sector, o por lo menos esconderse, pero se negó a hacerlo.<br />

»Creo que puedo comprender por qué se negó. Alterar su manera de vivir<br />

hubiese probado <strong>la</strong> verdad de lo que los tyrannios debían de haber averiguado, y<br />

hubiera comprometido todo el movimiento. Decidió arriesgar sólo su vida y permaneció<br />

en campo abierto.<br />

»Durante cerca de medio año los tyrannios estuvieron esperando un gesto que<br />

le traicionara. Estos tyrannios son pacientes... No hizo tal gesto, de modo que cuando<br />

no pudieron esperar más sólo le encontraron a él en <strong>la</strong> red.<br />

—Es mentira —gritó Artemisa—. Es todo mentira. Es una historia cómoda e<br />

hipócrita, es una historia falsa, sin nada de verdad en el<strong>la</strong>. Si todo lo que está diciendo<br />

fuese cierto, le estarían observando a usted. Se hal<strong>la</strong>ría usted en peligro, y no estaría<br />

sentado aquí, tan sonriente y perdiendo el tiempo.<br />

—Señorita, no estoy perdiendo el tiempo. He hecho ya todo lo que he podido<br />

para desacreditar a su padre como fuente de información, y crea que algo he<br />

102


conseguido. Los tyrannios se preguntarán si tienen que seguir escuchando a un<br />

hombre cuya hija y cuyo primo son evidentemente unos traidores. Además, si están<br />

dispuestos a seguir haciéndole caso, yo estoy a punto de desaparecer en <strong>la</strong> Nebulosa,<br />

donde no me encontrarán. Me parece que mis acciones más bien tienden a probar mi<br />

historia que a refutar<strong>la</strong>.<br />

Biron aspiró profundamente y dijo:<br />

—Demos <strong>la</strong> entrevista por terminada, Jonti. Nos hemos puesto de acuerdo por<br />

lo menos en que le acompañaremos, y en que usted nos concederá los suministros que<br />

necesitamos. Eso es suficiente. Aunque todo lo que acaba de decir fuese cierto, no<br />

tiene nada que ver con el asunto. La hija del director de Rhodia no heredará los<br />

crímenes de su padre. Artemisa oth Hinriad se quedará aquí conmigo, siempre y<br />

cuando el<strong>la</strong> esté de acuerdo.<br />

—Lo estoy —dijo Artemisa.<br />

—Bien. Creo que con esto hemos terminado. Y de paso, le advierto que si usted<br />

va armado, también yo lo estoy; quizá sus naves sean de combate, pero <strong>la</strong> mía es un<br />

crucero tyrannio.<br />

—No sea tonto, Farrill, mis intenciones son amistosas. ¿Quiere que <strong>la</strong> muchacha<br />

se quede aquí? Pues que así sea. ..Puedo salir por <strong>la</strong> esclusa de contacto?<br />

Biron asintió.<br />

—Hasta ahí nos fiaremos de usted.<br />

Las dos naves maniobraron para acercarse, hasta que <strong>la</strong>s flexibles extensiones<br />

de <strong>la</strong> esclusa de aire se enfrentaron. Cautelosamente osci<strong>la</strong>ron, en busca de un ajuste<br />

perfecto. Gillbret estaba junto a <strong>la</strong> radio.<br />

—Volverán a intentar establecer contacto dentro de dos minutos —dijo.<br />

El campo magnético había sido establecido tres veces, y cada vez los tubos se<br />

habían aproximado el uno al otro y se habían juntado algo descentrados, dejando<br />

entre ellos grandes medias lunas de espacio.<br />

—Dos minutos —repitió Biron, y esperó ansiosamente.<br />

El segundero siguió moviéndose y el campo magnético se formó por cuarta vez;<br />

<strong>la</strong>s luces disminuyeron de intensidad al ajustarse a aquel repentino consumo de<br />

energía. Las extensiones de <strong>la</strong> esclusa de aire se proyectaron nuevamente hacia<br />

de<strong>la</strong>nte, vaci<strong>la</strong>ndo al borde de <strong>la</strong> inestabilidad, y luego, con una sacudida silenciosa<br />

que reverberó en <strong>la</strong> cabina del piloto, se ajustaron exactamente, y <strong>la</strong>s grapas se<br />

cerraron automáticamente. Se había formado un cierre hermético.<br />

Biron se pasó lentamente el dorso de <strong>la</strong> mano por <strong>la</strong> frente y parte de su<br />

tensión se desvaneció.<br />

—Ya está —dijo.<br />

El autarca levantó su traje espacial, bajo el cual había todavía una pequeña<br />

pelícu<strong>la</strong> de humedad.<br />

—Gracias —dijo afablemente—. Volverá en seguida uno de mis oficiales, con<br />

quien pueden arreg<strong>la</strong>r todos los detalles necesarios referentes a los suministros.<br />

El autarca partió.<br />

103


—Por favor, Gil —dijo Biron—, ocúpate del oficial de Jonti por un rato. Cuando<br />

entre, interrumpe el contacto de <strong>la</strong> esclusa; todo lo que tienes que hacer es cerrar el<br />

campo magnético. Éste es el interruptor fotónico que tienes que utilizar.<br />

Pero oyó tras él un paso apresurado y una voz suave.<br />

—Biron—dijo Artemisa—. Quiero hab<strong>la</strong>rte. Biron se enfrentó con el<strong>la</strong>.<br />

—Más tarde, si no te importa. Arta. La chica le miraba fijamente.<br />

—No, ahora.<br />

El gesto de sus brazos sugería que quería abrazarle, pero no estaba segura de<br />

cómo sería recibida.<br />

—No creíste lo que dijo acerca de mi padre, ¿verdad?<br />

—No tiene nada que ver —dijo Biron.<br />

—Biron —comenzó a decir, y se detuvo. Le resultaba difícil decirlo. Lo intentó<br />

de nuevo—: Biron, ya sé que parte de lo que ha ocurrido entre nosotros ha sido porque<br />

estamos juntos, y solos ante un peligro, pero...<br />

Se detuvo nuevamente.<br />

—Arta, si lo que estás tratando de decir es que eres una Hinriad, no es<br />

necesario —dijo Biron—. Ya lo sé, y en ade<strong>la</strong>nte no te consideraré obligada a nada<br />

más.<br />

—¡Oh, no! —Le cogió un brazo y puso su suave mejil<strong>la</strong> junto al fornido hombro<br />

de Biron. Comenzó a hab<strong>la</strong>r rápidamente—: No es nada de eso. No importan nada ni<br />

los Hinriad ni los Widemos. Yo... Te quiero, Biron. —La muchacha alzó <strong>la</strong> mirada,<br />

encontrándose con <strong>la</strong> de Biron—. Creo que tú también me quieres. Creo que lo<br />

admitirías si pudieses olvidarte de que soy una Hinriad. Quizá lo harás ahora, después<br />

de que yo he hab<strong>la</strong>do. Le dijiste al autarca que no me culparías de los hechos de mi<br />

padre. No me culpes tampoco de su rango.<br />

Los brazos de <strong>la</strong> chica estaban ahora alrededor de su cuello, y Biron podía<br />

sentir <strong>la</strong> b<strong>la</strong>ndura de sus senos junto a él, y el calor de su aliento sobre sus <strong>la</strong>bios.<br />

Biron levantó lentamente sus brazos y cogió con suavidad a <strong>la</strong> muchacha por los<br />

codos. Y con <strong>la</strong> misma suavidad le desprendió sus brazos y se apartó lentamente de<br />

el<strong>la</strong>.<br />

—No he terminado aún de entendérme<strong>la</strong>s con los Hinriads, señora mía.<br />

Artemisa se sobresaltó.<br />

—Le dijiste al autarca que... Biron apartó <strong>la</strong> mirada.<br />

—Lo siento, Arta. No hagas caso de lo que le dije al autarca.<br />

Artemisa sintió ganas de gritar que aquello no era cierto, que su padre no había<br />

hecho semejante cosa, que de todas maneras...<br />

Pero él se volvió para dirigirse a <strong>la</strong> cabina y <strong>la</strong> dejó p<strong>la</strong>ntada en el corredor, con<br />

los ojos llenos de lágrimas de despecho y de vergüenza.<br />

104


15<br />

El agujero en el espacio<br />

Tedor Rizzet se volvió cuando Biron entró nuevamente en <strong>la</strong> cabina. Su cabello<br />

era gris, pero su cuerpo era todavía vigoroso y su cara ancha, rubicunda y sonriente.<br />

Cubrió de un paso <strong>la</strong> distancia que le separaba de Biron y apretó cordialmente<br />

<strong>la</strong> mano del muchacho.<br />

—Por <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s —dijo—. No necesito que me lo diga para saber que es el hijo<br />

de su padre. Es el viejo ranchero vivo otra vez.<br />

—Quisiera que así fuese —respondió Biron sombríamente. La sonrisa de Rizzet<br />

se desvaneció.<br />

—Así ¡o quisiéramos todos nosotros. A propósito, yo soy Tedor Rizzet, coronel<br />

de <strong>la</strong>s fuerzas regu<strong>la</strong>res de Lingane, pero por aquí no usamos títulos. Incluso l<strong>la</strong>mamos<br />

«señor» al autarca. ¡Y eso me recuerda...! —Se puso repentinamente serio—. Aquí en<br />

Lingane no tenemos aristócratas, ni siquiera rancheros. Espero que no Te ofenderá si<br />

de vez en cuando me olvido del título adecuado.<br />

Biron se encogió de hombros.<br />

—Nada de títulos. ¿Qué hay de nuestro remolque? Supongo que tengo que<br />

entenderme con usted.<br />

Durante un brevísimo instante miró a través de <strong>la</strong> cabina. Gillbret estaba<br />

sentado, escuchando atentamente. Artemisa le daba <strong>la</strong> espalda, y sus pálidos y<br />

delgados dedos se paseaban distraídamente por los fotocontactos del computador. La<br />

voz de Rizzet le sacó de su abstracción.<br />

El linganio echó una mirada penetrante por toda <strong>la</strong> cabina.<br />

—Es <strong>la</strong> primera vez que veo una nave tyrannia por dentro. No me gusta mucho.<br />

Veo que tiene <strong>la</strong> esclusa de urgencia a babor, ¿verdad? Me parece que <strong>la</strong>s unidades de<br />

propulsión están en <strong>la</strong> parte central.<br />

—Así es.<br />

—Bien. <strong>En</strong>tonces no habrá dificultades. Algunas de <strong>la</strong>s naves de modelo antiguo<br />

tenían los propulsores a babor, de modo que había que insta<strong>la</strong>r los remolques<br />

formando un ángulo, lo cual hacía difícil ¡os ajustes gravitatorios, y prácticamente<br />

imposible maniobrar en <strong>la</strong> atmósfera.<br />

—¿Cuánto tiempo se tardará, Rizzet?<br />

—No mucho. ¿De qué tamaño lo quiere?<br />

—¿Cuál es el tamaño mayor que puede conseguir?<br />

—El de superlujo, seguramente. Si el autarca lo dice, no hay prioridad mayor.<br />

Podríamos conseguir uno que es prácticamente una nave espacial en sí mismo; incluso<br />

tendría motores auxiliares.<br />

—Tendrá zonas habitables, me figuro.<br />

—¿Para <strong>la</strong> señorita Hinriad? Sería mucho mejor que lo que tienen aquí...<br />

Se detuvo abruptamente. Al oír mencionar su nombre, Artemisa había salido de<br />

<strong>la</strong> cabina, deslizándose frente a ellos, fría y lentamente. Biron <strong>la</strong> siguió con <strong>la</strong> mirada.<br />

105


—Me figuro que no debía haber dicho «señorita Hinriad» —dijo Rizzet.<br />

—No, no. No es nada. No haga caso. ¿Qué estaba diciendo?<br />

—Oh, era acerca de <strong>la</strong>s cabinas. Por lo menos dos grandes, con una ducha en el<br />

centro. Tiene los servicios de tocador corrientes en <strong>la</strong>s naves de pasajeros. Estaría<br />

cómoda.<br />

—Bien. Necesitaremos comida y agua.<br />

—Desde luego. El tanque de agua contiene <strong>la</strong> suficiente para un mes; algo<br />

menos si quiere una piscina a bordo. Y dispondrán de carne conge<strong>la</strong>da. Ahora están<br />

comiendo concentrado tyrannio, ¿verdad?<br />

Biron asintió, y Rizzet hizo una mueca.<br />

—Tiene gusto de serrín, ¿verdad? ¿Y qué más?<br />

—Vestidos para <strong>la</strong> dama —dijo Biron. Rizzet frunció el entrecejo.<br />

—Sí, c<strong>la</strong>ro. Pero de esto tendrá que ocuparse el<strong>la</strong>.<br />

—No, señor, no se ocupará. Le proporcionaremos <strong>la</strong>s medidas necesarias, y<br />

usted podrá suministrarnos lo que pidamos en los estilos que sean corrientes.<br />

Rizzet rió brevemente y movió <strong>la</strong> cabeza.<br />

—Ranchero, esto no le va a gustar. No le satisfará nada que no haya elegido<br />

el<strong>la</strong> misma, aunque fuesen exactamente <strong>la</strong>s mismas cosas que el<strong>la</strong> hubiese escogido. Y<br />

eso no es una suposición. He tenido experiencia con esas criaturas.<br />

ser.<br />

—Estoy seguro de que tiene razón, Rizzet —dijo Biron—, pero así tendrá que<br />

—Muy bien, pero ya le he advertido. Usted tendrá que entendérse<strong>la</strong>s con el<strong>la</strong>.<br />

¿Y qué más?<br />

—Pequeñas cosas. Una provisión de detergentes. Ah, sí..., y cosméticos,<br />

perfumes..., lo que <strong>la</strong>s mujeres necesitan. Ya iremos concretando luego. Comencemos<br />

con el remolque.<br />

<strong>En</strong> aquel momento Gillbret salió sin pronunciar pa<strong>la</strong>bra. Biron le siguió con <strong>la</strong><br />

mirada y sintió que los músculos de su mandíbu<strong>la</strong> se \e tensaban. ¡Hinriads! ¡Eran<br />

Hinriads! No podía remediarlo. Gillbret era uno de ellos, y el<strong>la</strong> era otra.<br />

—Y, naturalmente —añadió—, tendrá que haber ropa para el señor Hinriad y<br />

para mí, pero eso no será difícil.<br />

—Está bien. ¿Le importa que utilice su radio? Valdrá más que me quede a bordo<br />

hasta que se hayan hecho los ajustes necesarios.<br />

Biron esperó mientras se dictaban <strong>la</strong>s órdenes iniciales. Luego Rizzet se volvió<br />

en su asiento y dijo:<br />

—No puedo acostumbrarme a verle a usted aquí, moviéndose, hab<strong>la</strong>ndo, vivo.<br />

Se parece tanto a él. El ranchero hab<strong>la</strong>ba de usted de vez en cuando. Usted fue a <strong>la</strong><br />

universidad en <strong>la</strong> Tierra, ¿verdad?<br />

—<strong>En</strong> efecto. Me hubiese graduado hace más o menos una semana, si <strong>la</strong>s cosas<br />

no hubiesen sido interrumpidas. Rizzet pareció algo incómodo.<br />

—Por cierto, no tiene que guardarnos rencor porque le enviamos a Rhodia de<br />

aquel<strong>la</strong> manera. No nos gustó hacerlo. Que quede esto estrictamente entre nosotros,<br />

pero a algunos de los muchachos no les gustó nada. Naturalmente, el autarca no nos<br />

106


consultó. Era natural que no lo hiciera. Francamente, era un riesgo que corría él.<br />

Algunos de nosotros, y no voy a citar nombres, incluso nos preguntamos si no<br />

debíamos detener <strong>la</strong> nave en que viajaba y sacarle a usted de allí. C<strong>la</strong>ro está que eso<br />

hubiese sido lo peor que hubiésemos podido hacer. Pero, en fin, quizá lo hubiésemos<br />

hecho de no ser porque, en último término, sabíamos que el autarca sabía lo que<br />

hacía.<br />

—Es hermoso inspirar semejante confianza.<br />

—Le conocemos. No se puede negar lo que lleva ahí dentro. —Se tocó<br />

ligeramente <strong>la</strong> frente con un dedo—. Nadie sabe exactamente qué le hace tomar una<br />

determinación, pero siempre parece ser acertada. Hasta ahora, por lo menos, siempre<br />

ha sido más listo que los tyrannios, mientras que otros no han conseguido serlo.<br />

—Como mi padre, por ejemplo.<br />

—No estaba pensando precisamente en él, pero en cierto sentido tiene usted<br />

razón. Incluso el ranchero cayó. Pero él era una persona diferente; siempre pensaba<br />

de una manera recta, sin permitir nunca sinuosidades. Nunca tenía en cuenta el poco<br />

valor de los demás. Pero era eso precisamente lo que más nos gustaba de él. Era el<br />

mismo para todos.<br />

»A pesar de que soy coronel, soy un plebeyo. Mi padre era un obrero<br />

metalúrgico, pero eso para él no tenía importancia. Y no se trataba de que yo fuese<br />

coronel, no. Si se encontraba con el aprendiz de maquinista en el pasillo se detenía y<br />

le dirigía <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra, y durante el resto del día aquel aprendiz se sentía como si hubiese<br />

sido el jefe de máquinas. Era su modo de ser.<br />

»Y no es que fuese b<strong>la</strong>ndo. Si necesitábamos disciplina <strong>la</strong> aplicaba, pero sólo <strong>la</strong><br />

necesaria. Si algo te caía encima era porque lo merecías, y tú lo sabías. Cuando había<br />

terminado, no se hab<strong>la</strong>ba más. No seguía echándotelo en cara durante toda una<br />

semana. Así era el ranchero.<br />

»El autarca es diferente. Es todo cerebro. No hay manera de acercarse a él,<br />

seas quien seas. Por ejemplo, no tiene realmente sentido del humor. Yo no puedo<br />

hab<strong>la</strong>rle a él de <strong>la</strong> manera en que estoy hablándole a usted ahora. <strong>En</strong> este momento<br />

me limito a hab<strong>la</strong>r con usted; me siento tranquilo y descansado; es casi una asociación<br />

libre. <strong>En</strong> el caso de él, dices exactamente lo que tienes que decir, sin pa<strong>la</strong>bras de<br />

sobras. Y, además, utilizas una fraseología formu<strong>la</strong>ria, o te dirá que eres descuidado.<br />

Pero, en fin, el autarca es el autarca, y no hay más que hab<strong>la</strong>r.<br />

—No puedo sino estar de acuerdo en lo que se refiere al cerebro del autarca —<br />

dijo Biron—. ¿Sabía usted que había deducido mi presencia a bordo de esta nave,<br />

antes de haber entrado en el<strong>la</strong>?<br />

—¿De veras? No lo sabíamos. ¿Ve usted? Esto es precisamente lo que quería<br />

decir. Quería ir a bordo del crucero tyrannio, solo. A nosotros nos parecía un suicidio, y<br />

no nos gustaba, pero supusimos que sabía lo que hacía, y así era, en efecto. Podía<br />

habernos dicho que probablemente estaba usted a bordo; sin duda sabía que hubiese<br />

sido una gran noticia saber que el hijo del ranchero se había escapado. Pero es típico<br />

de él; no lo hizo.<br />

Artemisa estaba sentada en una de <strong>la</strong>s literas inferiores de <strong>la</strong> cabina. Tenía que<br />

dob<strong>la</strong>rse en una posición muy incómoda a fin de evitar que el armazón de <strong>la</strong> litera<br />

superior se le c<strong>la</strong>vase en <strong>la</strong> primera vértebra torácica, pero eso poco le importaba en<br />

aquel momento.<br />

107


Deslizaba casi automáticamente <strong>la</strong> palma de <strong>la</strong>s manos a lo <strong>la</strong>rgo de su vestido,<br />

y se sentía muy cansada, muy ajada, y muy sucia.<br />

Estaba cansada de frotarse <strong>la</strong>s manos y <strong>la</strong> cara con trapos sucios, cansada de<br />

llevar <strong>la</strong> misma ropa desde hacía una semana, hasta de un cabello que a aquel<strong>la</strong>s<br />

horas parecía burdo y <strong>la</strong>cio.<br />

Y luego, de repente, estuvo a punto de levantarse, de volverse súbitamente; no<br />

quería verle; no le miraría.<br />

Pero era Gillbret. Se dejó caer de nuevo sobre su asiento.<br />

—Ho<strong>la</strong>, tío Gil.<br />

Gillbret se sentó frente a el<strong>la</strong>. Por un momento su cara mostró ansiedad, pero<br />

pronto comenzó a arrugarse con una sonrisa.<br />

—También a mí una semana en esta nave me parece muy poco divertida.<br />

Esperaba que tú me podrías alegrar un poco.<br />

—Mira, tío Gillbret —respondió <strong>la</strong> chica—, no empieces con .psicologías... Si<br />

crees que vas a hacer que me sienta responsable de ti, te equivocas. Es mucho más<br />

probable que te dé un puñetazo.<br />

—Si te va a aliviar en algo...<br />

—Te lo advierto de nuevo; si te empeñas, te lo doy, y si me dices que «te<br />

sientes mejor ahora», te lo vuelvo a dar.<br />

—<strong>En</strong> todo caso, es evidente que te has peleado con Biron. ¿Por qué?<br />

—No veo que sea necesario discutirlo; déjame en paz. —Hizo una pausa y<br />

añadió—: Cree que mi padre hizo lo que el autarca dice que hizo. Le odio por creerlo.<br />

—¿A tu padre?<br />

—¡No! ¡A ese estúpido, infantil y melifluo idiota!<br />

—Biron, probablemente. Bien, le odias. <strong>En</strong>tre el odio que te hace estar sentada<br />

aquí de esta manera y lo que a mi cabeza de solterón le parece algo así como un<br />

ridículo exceso de amor, poca diferencia hay.<br />

—Tío Gil—dijo <strong>la</strong> chica—, ¿podría realmente haberlo hecho?<br />

—¿Biron? ¿Hecho qué?<br />

—¡No! Mi padre. ¿Podría mi padre haberlo hecho? ¿Podría haber informado en<br />

contra del ranchero? Gillbret pareció pensativo y muy serio.<br />

—No lo sé. —Miró de reojo a <strong>la</strong> chica—. La verdad es que entregó a Biron a los<br />

tyrannios.<br />

—Porque sabía que se trataba de una trampa —respondió el<strong>la</strong> con<br />

vehemencia—. Y lo era. Este horrible autarca intentaba que lo fuese. Los tyrannios<br />

sabían quién era Biron, y se lo enviaron a mi padre a propósito. Él hizo lo único que<br />

podía hacer. Eso debería ser evidente para cualquiera.<br />

—Incluso si lo aceptamos así —le volvió a dirigir aquel<strong>la</strong> mirada de reojo—, lo<br />

cierto es que trató de persuadirte a un matrimonio poco divertido. Si Hinrik era capaz<br />

de hacer aquello...<br />

—Tampoco podía hacer otra cosa —le interrumpió <strong>la</strong> chica.<br />

108


—Querida, si es que vas a excusar todos los actos de sumisión a los tyrannios,<br />

como algo que no tenía más remedio que hacer, entonces, ¿cómo sabes que no tuvo<br />

que insinuarles algo sobre el ranchero?<br />

—Porque no lo hubiese hecho. No conoces a mi padre tan bien como yo. Odia a<br />

los tyrannios. De veras; me consta. No se esforzaría en ayudarles. Admito que les<br />

teme y que no se atreve a oponerse a ellos abiertamente, pero si pudiese evitarlo de<br />

un modo u otro, no les ayudaría nunca.<br />

—¿Y cómo sabes que no pudo haberlo evitado?<br />

La muchacha movió violentamente <strong>la</strong> cabeza, de modo que su cabello se<br />

desparramó por de<strong>la</strong>nte, ocultando sus ojos. Y también ocultó algunas lágrimas.<br />

Gillbret <strong>la</strong> contempló un momento, luego extendió los brazos, en un gesto de<br />

impotencia, y se fue.<br />

El remolque fue unido al «Imp<strong>la</strong>cable» por medio de un estrecho pasillo unido a<br />

<strong>la</strong> escotil<strong>la</strong> de emergencia de <strong>la</strong> parte trasera de <strong>la</strong> nave. Su tamaño era varias<br />

docenas de veces superior al de <strong>la</strong> nave tyrannia, casi ridícu<strong>la</strong>mente grande.<br />

El autarca se unió a Biron para <strong>la</strong> inspección final.<br />

—¿<strong>En</strong>cuentra que falta algo? —preguntó.<br />

—No; creo que estaremos cómodos.<br />

—Bien, A propósito, Rizzet me ha dicho que <strong>la</strong> señorita Artemisa no está bien,<br />

o, por lo menos, que no tiene buena cara. Si necesitase atención médica, sería quizá<br />

prudente que <strong>la</strong> enviasen a mi nave.<br />

—Está perfectamente —dijo Biron con sequedad.<br />

—Si usted lo dice... ¿Estará a punto de partir dentro de doce horas?<br />

—Dentro de un par de horas, si lo desea.<br />

Biron avanzó a través del pasillo de conexión (tuvo que agacharse un poco) y<br />

entró en el «Imp<strong>la</strong>cable».<br />

—Artemisa —dijo, cuidando de que su tono de voz pareciese tranquilo y<br />

uniforme—, tienes una cabina privada allí detrás; no te molestaré. Me quedaré aquí <strong>la</strong><br />

mayor parte del tiempo.<br />

—No me molestas, ranchero —replicó <strong>la</strong> muchacha con frialdad—. Me tiene sin<br />

cuidado donde estés.<br />

Las naves partieron, y al final de un solo salto se encontraron al borde de <strong>la</strong><br />

Nebulosa. Esperaron algunas horas mientras se efectuaban los cálculos finales a bordo<br />

de <strong>la</strong> nave de Jonti. <strong>En</strong> el interior de <strong>la</strong> Nebulosa <strong>la</strong> navegación se haría casi a ciegas.<br />

Biron contemp<strong>la</strong>ba malhumorado <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora. No se veía nada. La mitad de<br />

<strong>la</strong> esfera celestial estaba ocupada por una negrura que no se veía mitigada ni por <strong>la</strong><br />

más mínima chispa de luz. Por vez primera, Biron se percató de lo acogedoras y<br />

amistosas que eran <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s, de cómo llenaban el espacio.<br />

—Es algo así como dejarse caer en un agujero del espacio —susurró a Gillbret.<br />

Y saltaron, nuevamente, hacia el interior de <strong>la</strong> Nebulosa.<br />

Casi simultáneamente, Simok Aratap, comisario del Gran Khan, al frente de<br />

diez cruceros armados, escuchó a su piloto y ordenó:<br />

109


—No importa; sígalos.<br />

Y a menos de un año luz del punto en el cual el «Imp<strong>la</strong>cable» había entrado en<br />

<strong>la</strong> Nebulosa, diez naves tyrannias hicieron lo mismo.<br />

110


16<br />

¡Perros!<br />

Simok Aratap se encontraba algo incómodo en su uniforme. Los uniformes<br />

tyrannios estaban hechos de tejidos bastante burdos y no caían más que<br />

medianamente bien. No era propio de soldados quejarse de esos inconvenientes. A<br />

decir verdad, formaba parte de <strong>la</strong> tradición militar tyrannia que un poco de<br />

incomodidad en el soldado era bueno para <strong>la</strong> disciplina.<br />

Pero Aratap pudo adoptar <strong>la</strong> decisión de rebe<strong>la</strong>rse contra aquel<strong>la</strong> tradición,<br />

hasta el punto de decir, malhumorado:<br />

—Este estrecho cuello irrita mi cogote.<br />

El comandante Andros, cuyo cuello estaba igualmente apretado, y al que nadie<br />

recordaba haber visto jamás sin el uniforme militar, dijo:<br />

—Cuando esté solo, puede abrírselo, de acuerdo con <strong>la</strong>s ordenanzas. Pero<br />

de<strong>la</strong>nte de los oficiales o de los hombres, cualquier desviación de <strong>la</strong>s ordenanzas<br />

tendría una influencia perturbadora.<br />

Aratap arrugó <strong>la</strong> nariz. Era el segundo cambio inducido por el carácter casi<br />

militar de <strong>la</strong> expedición. Además de haber sido forzado a llevar uniforme, había tenido<br />

que escuchar a un ayudante militar cada vez más seguro de sí mismo. Aquello había<br />

empezado incluso antes de salir de Rhodia.<br />

—Comisario, necesitaremos diez naves —le dijo Andros sin rodeos.<br />

Aratap levantó <strong>la</strong> mirada, francamente molesto. <strong>En</strong> aquel momento se estaba<br />

preparando para seguir al joven Widemos en una so<strong>la</strong> nave. Dejó a un <strong>la</strong>do <strong>la</strong>s<br />

cápsu<strong>la</strong>s en <strong>la</strong>s que estaba preparando su informe para <strong>la</strong> oficina colonial del Khan, <strong>la</strong>s<br />

cuales debían ser transmitidas en el caso desafortunado de que no regresase de <strong>la</strong><br />

expedición.<br />

—¿Diez naves, comandante?<br />

—Sí, señor; no puede ser menos.<br />

—¿Por qué?<br />

—Debo mantener una seguridad razonable. Ese joven va a algún <strong>la</strong>do. Usted<br />

dice que existe una conspiración importante. Probablemente ambos hechos se<br />

re<strong>la</strong>cionan.<br />

—¿Y bien?<br />

—<strong>En</strong> consecuencia tenemos que estar preparados para una conspiración de tal<br />

magnitud que se nos pueda enfrentar con una so<strong>la</strong> nave.<br />

—O con diez, o con cien. ¿Dónde termina <strong>la</strong> seguridad?<br />

—Es necesario tomar una decisión, y en casos de acción militar el responsable<br />

soy yo. Sugiero diez naves.<br />

Aratap enarcó <strong>la</strong>s cejas. Sus lentes de contacto resp<strong>la</strong>ndecieron extrañamente a<br />

<strong>la</strong> luz de <strong>la</strong> pared. Los militares pensaban. Teóricamente, en tiempos de paz, los civiles<br />

eran quienes decidían, pero también en eso era difícil dejar de <strong>la</strong>do <strong>la</strong> tradición militar.<br />

—Lo tendré en cuenta —dijo Aratap con prudencia.<br />

111


—Gracias. Si no decide usted aceptar mis recomendaciones, y si mis<br />

sugerencias no. tienen el carácter de tales, le aseguro que está usted en su derecho.<br />

No obstante, en tal caso no me quedaría más remedio que presentar mi dimisión.<br />

Los talones del comandante entrechocaron secamente, si bien tal deferencia<br />

ceremoniosa tenía poco valor, y Aratap lo sabía. Tenía que salvar en lo posible <strong>la</strong><br />

situación.<br />

—No es mi intención obstaculizarle en ninguna decisión que tome sobre<br />

cuestiones puramente militares, comandante. Me gustaría saber si se mostraría usted<br />

tan acomodaticio con mis decisiones en cuestiones de importancia puramente política.<br />

—¿De qué cuestiones se trata?<br />

—Hay el problema de Hinrik. Ayer usted se opuso a mi propuesta de que nos<br />

acompañase.<br />

—Lo considero innecesario —dijo secamente el comandante—. La presencia de<br />

extranjeros sería ma<strong>la</strong> para <strong>la</strong> moral de nuestras fuerzas de acción.<br />

Aratap emitió un débil suspiro, casi inaudible. Y, sin embargo, el comandante<br />

Andros era. a su manera, un hombre competente. No serviría de nada expresar<br />

impaciencia.<br />

—También en eso estoy de acuerdo con usted —dijo Aratap—. No hago sino<br />

rogarle que considere los aspectos políticos de <strong>la</strong> situación. Como ya sabe, <strong>la</strong> ejecución<br />

del viejo ranchero de Widemos fue políticamente desagradable. Por muy necesaria que<br />

fuese, hace que sea conveniente evitar que se nos atribuya <strong>la</strong> muerte del hijo. Por lo<br />

que al pueblo de Rhodia se refiere, el joven Widemos ha raptado a <strong>la</strong> hija del director<br />

y, dicho sea de paso, <strong>la</strong> muchacha es un miembro popu<strong>la</strong>r de los Hinriads, que ha<br />

recibido mucha publicidad. Sería muy adecuado, y perfectamente comprensible, que el<br />

director dirigiese <strong>la</strong> expedición punitiva.<br />

»Sería una acción sensacional, muy satisfactoria para el patriotismo rhodiano.<br />

Naturalmente, pediría asistencia a los tyrannios, y <strong>la</strong> recibiría, pero a eso se le daría<br />

poca importancia. Sería fácil, y necesario, establecer esta expedición en <strong>la</strong> mente<br />

popu<strong>la</strong>r como una expedición rhodiana. Si se descubre el mecanismo interno de <strong>la</strong><br />

conspiración, sería obra de los rhodianos. Si se ejecutaba al joven ranchero de<br />

Widemos, y por lo que se refiere a los otros reinos, sería una ejecución rhodiana.<br />

—A pesar de eso —apuntó el comandante—, sería un mal precedente permitir<br />

que naves de Rhodia acompañen una expedición militar tyrannia. <strong>En</strong> una batal<strong>la</strong> nos<br />

estorbarían. Y en ese caso, <strong>la</strong> cuestión es de orden militar.<br />

—No le he dicho, mi querido comandante, que Hinrik mande una nave. Sin<br />

duda, le conoce usted lo bastante para no creerle capaz de mandar, ni de desearlo<br />

siquiera. Irá con nosotros, y no habrá ningún otro rhodiano a bordo.<br />

—<strong>En</strong> tal caso, comisario, retiro mi objeción—dijo el comandante.<br />

La armada tyrannia había mantenido su posición a dos años luz de Lingane<br />

durante <strong>la</strong> mayor parte de una semana, y <strong>la</strong> situación se iba haciendo cada vez más<br />

inestable.<br />

El comandante Andros proponía un inmediato desembarco en Lingane. Dijo:<br />

—El autarca de Lingane se ha esforzado mucho en hacernos creer que es un<br />

amigo del Khan, pero no me fío de estos hombres que viajan por el extranjero;<br />

adquieren ideas perturbadoras. Y es raro que en cuanto ha regresado el joven<br />

Widemos haya ido a su encuentro.<br />

112


—No ha tratado de ocultar ni sus viajes ni sus retornos, comandante. Y no<br />

sabemos si Widemos ha ido precisamente a su encuentro. Está manteniendo una órbita<br />

alrededor de Lingane. ¿Por qué no aterriza?<br />

—¿Y por qué se mantiene en una órbita? Preguntémonos lo que hace, y no lo<br />

que no hace.<br />

—Puedo sugerir algo que encaja en los hechos,<br />

—Me alegrará saberlo.<br />

Aratap metió un dedo en el cuello del uniforme, y trató inútilmente de<br />

ensancharlo.<br />

—Puesto que el joven está desesperado —dijo—, cabe suponer que está<br />

esperando algo o a alguien. Sería ridículo suponer que después de haberse dirigido a<br />

Lingane por una ruta tan directa y rápida, un solo salto, por cierto, esté esperando por<br />

simple indecisión. Digo, pues, que está esperando que se le una un amigo, o varios<br />

amigos. Con este refuerzo, seguirá hacia otro lugar. El hecho de que no desembarque<br />

directamente en Lingane parece indicar que no considera que tal acción sea prudente.<br />

Y eso, a su vez, indica que Lingane en general, y el autarca en particu<strong>la</strong>r, no están<br />

re<strong>la</strong>cionados con <strong>la</strong> conspiración, si bien algunos linganios puedan estarlo<br />

individualmente.<br />

—No siempre se puede confiar en que <strong>la</strong> solución obvia sea <strong>la</strong> correcta.<br />

—Mi querido comandante; esta solución no es so<strong>la</strong>mente obvia, sino que se<br />

ajusta a <strong>la</strong> estructura de los hechos lógicos.<br />

—Quizá sea así. Pero a pesar de todo, si no ocurre nada en el p<strong>la</strong>zo de<br />

veinticuatro horas, no me quedará otra alternativa que ordenar un avance hacia<br />

Lingane.<br />

Aratap miró con gesto de disgusto <strong>la</strong> puerta a través de <strong>la</strong> cual había salido el<br />

comandante. Resultaba perturbador tener que contro<strong>la</strong>r al mismo tiempo no sólo a los<br />

inquietos pueblos conquistados sino también a los conquistadores cortos de vista.<br />

Veinticuatro horas. Quizás ocurriese algo; de lo contrario, tendría que encontrar alguna<br />

manera de detener a Andros.<br />

Sonó <strong>la</strong> señal de <strong>la</strong> puerta, y Aratap levantó <strong>la</strong> mirada con irritación. ¿Sería<br />

Andros de nuevo? No, no era él. <strong>En</strong> el marco de <strong>la</strong> puerta apareció <strong>la</strong> alta e inclinada<br />

forma de Hinrik de Rhodia, y tras él un atisbo del guarda que siempre le acompañaba a<br />

bordo. Teóricamente, Hinrik tenía completa libertad de movimientos, y era probable<br />

que él así lo creyese, puesto que nunca prestó atención al guarda.<br />

Hinrik esbozó una turbia sonrisa.<br />

—Espero que no le moleste, comisario.<br />

—<strong>En</strong> absoluto. Siéntese, director.<br />

Aratap permaneció de pie, pero Hinrik pareció no darse cuenta de ello.<br />

—Tengo algo importante que discutir con usted —dijo Hinrik. Se detuvo, y parte<br />

de su ansiedad se desvaneció de su mirada. Añadió en un tono diferente—: ¡Qué<br />

grande y hermosa es esta nave!<br />

—Gracias, director.<br />

113


Aratap sonrió fríamente. Las otras nueve naves de escolta eran típicamente<br />

pequeñas, pero <strong>la</strong> nave insignia en que se encontraban era un modelo mucho mayor,<br />

adaptado de los diseños de <strong>la</strong> extinguida armada de Rhodia. El hecho de que cada vez<br />

se añadían más naves como aquél<strong>la</strong> a <strong>la</strong> armada tyrannia, era quizá <strong>la</strong> primera señal<br />

del reb<strong>la</strong>ndecimiento progresivo del espíritu militar tyrannio. La unidad de combate era<br />

todavía el pequeño crucero de dos o tres hombres, pero, cada vez más, los militares<br />

de alto rango encontraban buenas razones para requerir grandes naves para sus<br />

cuarteles generales.<br />

Eso no preocupaba a Aratap. A algunos de los soldados más veteranos, una<br />

b<strong>la</strong>ndura que iba aumentando de tal manera les parecía una degeneración; pero a él le<br />

parecía una mayor civilización. Al final, quizás al cabo de siglos, podría incluso suceder<br />

que los tyrannios desapareciesen como pueblo puro, fundiéndose con <strong>la</strong>s sociedades<br />

que habían conquistado en los Reinos Nebu<strong>la</strong>res; y eso quizás hasta fuese<br />

conveniente.<br />

Naturalmente, nunca expresaba en voz alta tal opinión.<br />

—He venido para decirle a usted algo —dijo Hinrik. Meditó un instante y<br />

añadió—: Hoy he enviado un mensaje a mi pueblo. Les he dicho que estoy bien, que el<br />

criminal pronto será capturado y que mi hija regresará sana y salva.<br />

—Bien—dijo Aratap.<br />

No era cosa nueva para él. Él mismo había escrito el mensaje, pero no era<br />

imposible que a aquel<strong>la</strong>s horas Hinrik se hubiese convencido de que era su autor, o<br />

incluso de que dirigía <strong>la</strong> expedición. Aratap sintió cierta compasión. El pobre hombre se<br />

estaba desintegrando visiblemente.<br />

—Creo que mi pueblo está muy perturbado por <strong>la</strong> audaz incursión en pa<strong>la</strong>cio de<br />

aquellos bien organizados bandidos —dijo Hinrik—. Creo que se sentirán orgullosos de<br />

su director, ahora que he obrado tan rápidamente en respuesta al ataque, , verdad,<br />

comisario? Verán que aún hay energía entre los Hinriads.<br />

Parecía estar lleno de su pequeño triunfo.<br />

—Me figuro que estarán realmente orgullosos—dijo Aratap.<br />

—¿Tenemos ya al enemigo a nuestro alcance?<br />

—No, director, el enemigo sigue donde estaba, muy cerca de Lingane.<br />

—¿Todavía? Ahora recuerdo lo que quería decirle cuando vine. —Se mostró<br />

progresivamente excitado, de tal modo que sus pa<strong>la</strong>bras brotaban vaci<strong>la</strong>ntes—. Es<br />

muy importante, comisario. Tengo algo que decirle. Hay traición a bordo. Yo <strong>la</strong> he<br />

descubierto, y hemos de obrar rápidamente. Traición...<br />

Ahora hab<strong>la</strong>ba en susurros.<br />

Aratap se impacientó. Naturalmente, era necesario tener paciencia con aquel<br />

pobre idiota, pero iba siendo ya una pérdida de tiempo. Si seguía así, estaría tan loco<br />

que resultaría inútil como títere, lo cual sería una lástima.<br />

—No hay traición alguna, director. Nuestros hombres son firmes y leales.<br />

Alguien le ha engañado; está usted cansado.<br />

—No, no. —Hinrik apartó el brazo que por un momento había descansado sobre<br />

sus hombro—. ¿Dónde estamos?<br />

—Pues... ¡aquí!<br />

114


—Quiero decir, ¿dónde está <strong>la</strong> nave? He estado observando <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora. No<br />

estamos cerca de ninguna estrel<strong>la</strong>, sino en <strong>la</strong>s profundidades del espacio. ¿Lo sabía?<br />

—¡C<strong>la</strong>ro que lo sabía!<br />

—Lingane no está cerca. ¿También lo sabía?<br />

—Está a dos años luz.<br />

—¡Ah! Comisario, ¿no nos escucha nadie? ¿Está seguro? —Se inclinó,<br />

acercándose, y Aratap permitió que se aproximase a su oído—. <strong>En</strong>tonces, ¿cómo<br />

sabemos que el enemigo está cerca de Lingane? Está demasiado lejos para poder ser<br />

detectado. Nos están informando mal, y eso es traición.<br />

El hombre podría estar loco, pero aquello no carecía de lógica.<br />

—Eso es algo que concierne a los técnicos, director, y no a <strong>la</strong>s personas de alto<br />

rango. Apenas si lo sé yo mismo.<br />

—Pero como jefe de <strong>la</strong> expedición, yo debería saberlo. Porque soy el jefe, ¿no<br />

es verdad? —Miró cautelosamente en derredor—. A decir verdad, tengo <strong>la</strong> impresión de<br />

que el comandante Andros no siempre ejecuta mis órdenes. ¿Es de confianza? Como<br />

es natural, rara vez le doy órdenes. Parecería extraño mandar sobre un oficial<br />

tyrannio. Pero, por otra parte, tengo que encontrar a mi hija. Mi hija se l<strong>la</strong>ma<br />

Artemisa. Se <strong>la</strong> han llevado, y yo mando toda esta flota para recobrar<strong>la</strong>. Bien puede<br />

darse cuenta de lo que quiero decir. Tengo que saber cómo conocemos que el enemigo<br />

está en Lingane. Mi hija también estará allí. ¿Conoce usted a mi hija? Se l<strong>la</strong>ma<br />

Artemisa.<br />

Sus ojos miraban suplicantes al comisario tyrannio. Luego los cubrió con <strong>la</strong><br />

mano y murmuró:<br />

—Lo siento.<br />

Aratap sintió que sus músculos se agarrotaban. Resultaba difícil recordar que<br />

aquel hombre era un padre deso<strong>la</strong>do, y que incluso el idiota director de Rhodia podía<br />

tener sentimientos paternales. No podía permitir que el hombre sufriese, y dijo<br />

pacientemente:<br />

—Trataré de explicarlo. Ya sabe usted que existe un aparato l<strong>la</strong>mado<br />

masómetro que detecta <strong>la</strong>s naves en el espacio.<br />

—Sí, sí.<br />

—Es sensible a efectos gravitatorios. ¿Comprende lo que quiero decir?<br />

—Oh, sí. Todo tiene gravedad.<br />

Hinrik estaba inclinado sobre Aratap, y sus manos se agarraban convulsamente<br />

<strong>la</strong> una a <strong>la</strong> otra.<br />

—<strong>En</strong> efecto. Pero ya sabe que el masómetro, como es lógico, so<strong>la</strong>mente puede<br />

ser empleado cuando <strong>la</strong> nave está cerca; a menos de dos millones de kilómetros,<br />

aproximadamente. Y también es necesario que esté a una distancia razonable de<br />

cualquier p<strong>la</strong>neta, que es mucho mayor.<br />

—¿Y tiene mucha gravedad?<br />

—Exactamente —dijo Aratap, con lo que Hinrik pareció muy contento. El<br />

comisario prosiguió—: Nosotros, los tyrannios, tenemos otro aparato. Se traía de un<br />

transmisor que irradia a través del hiperespacio en todas direcciones, y lo que irradia<br />

es un tipo de distorsión especial de <strong>la</strong> estructura del espacio, que no es de tipo<br />

115


electromagnético. <strong>En</strong> otras pa<strong>la</strong>bras, no es como <strong>la</strong> luz, ni siquiera como <strong>la</strong> radio<br />

subetérea. ¿Comprende?<br />

Hinrik no respondió; parecía estar confuso. Aratap prosiguió rápidamente:<br />

—Pues bien, es algo diferente. No importa <strong>la</strong> manera. Podemos detectar algo<br />

que radia, de modo que podemos siempre saber dónde se encuentra cualquier nave<br />

tyrannia, aunque esté a mitad de camino de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia, o del otro <strong>la</strong>do de una estrel<strong>la</strong>.<br />

Hinrik asintió solemnemente.<br />

—Así pues —dijo Aratap—, si el joven Widemos se hubiera escapado en una<br />

nave cualquiera, hubiera sido muy difícil localizarle. Pero como precisamente tomó un<br />

crucero tyrannio, sabemos siempre donde se encuentra, si bien él no se da cuenta de<br />

ello. Así es como sabemos que está cerca de Lingane, ¿comprende? Y lo que es más,<br />

no puede escaparse, de modo que tenemos <strong>la</strong> seguridad de salvar a su hija.<br />

—Eso está muy bien —dijo Hinrik sonriente—. Le felicito, comisario. Es una<br />

treta muy inteligente.<br />

Aratap no se engañaba. Hinrik entendía muy poco de lo que le había dicho, pero<br />

no importaba. Se había convencido de que el salvamento de su hija era seguro, y de<br />

un modo vago debía darse cuenta de que, de alguna manera, aquello era posible<br />

gracias a <strong>la</strong> ciencia tyrannia.<br />

Se dijo a sí mismo que no se había tomado aquel trabajo exclusivamente<br />

porque el rhodiano le parecía digno de compasión. Por evidentes razones políticas,<br />

tenía que evitar que aquel hombre se hundiese por completo. Quizá <strong>la</strong> devolución de<br />

su hija mejoraría <strong>la</strong>s cosas. Por lo menos, así lo esperaba.<br />

Se oyó nuevamente <strong>la</strong> señal de <strong>la</strong> puerta y esta vez fue el comandante Andros<br />

quien entró. El brazo de Hinrik se crispó sobre el sillón y en su cara apareció <strong>la</strong><br />

expresión de un perseguido. Se levantó y comenzó a decir:<br />

—Comandante Andros...<br />

Pero Andros estaba ya hab<strong>la</strong>ndo rápidamente, sin hacer caso del rhodiano.<br />

—Comisario —dijo—. El «Imp<strong>la</strong>cable» ha variado de posición.<br />

—Sin duda no ha aterrizado en Lingane —dijo Aratap secamente.<br />

—No —respondió el comandante—. Ha saltado apartándose de Lingane.<br />

—Ah, bien. Quizá se le ha unido otra nave.<br />

—Quizás otras muchas. Como usted sabe, so<strong>la</strong>mente podemos detectar a <strong>la</strong> de<br />

Widemos.<br />

—<strong>En</strong> todo caso, le seguimos de nuevo.<br />

—Ya se ha dado <strong>la</strong> orden. Pero desearía hacerle notar que ese salto le ha<br />

llevado hasta el borde de <strong>la</strong> Nebulosa de <strong>la</strong> Cabeza de Caballo.<br />

—<strong>En</strong> <strong>la</strong> dirección indicada no existe ningún sistema p<strong>la</strong>netario de importancia.<br />

No queda más que una conclusión lógica.<br />

Aratap se humedeció los <strong>la</strong>bios y salió rápidamente en dirección a <strong>la</strong> cabina del<br />

piloto, seguido del comandante.<br />

Hinrik permaneció de pie en el centro de <strong>la</strong> cabina que tan repentinamente se<br />

había vaciado, contemp<strong>la</strong>ndo <strong>la</strong> puerta durante un par de minutos. Luego se encogió<br />

116


levemente de hombros y se volvió a sentar. Su rostro carecía de expresión, y durante<br />

<strong>la</strong>rgo rato no hizo sino permanecer sentado.<br />

—Las coordenadas especiales del «Imp<strong>la</strong>cable» han sido comprobadas, señor.<br />

Están sin duda en el interior de <strong>la</strong> Nebulosa.<br />

—No importa—dijo Aratap—. Sígale de todos modos. Se volvió hacia el<br />

comandante Andros.<br />

—De modo que ya ve usted <strong>la</strong> ventaja de esperar. Ahora muchas cosas resultan<br />

evidentes. ¿Dónde si no en el interior de <strong>la</strong> Nebulosa podía estar el cuartel de los<br />

conspiradores? ¿Dónde, si no, podíamos haber dejado de localizarlos? ¡Es un esquema<br />

verdaderamente hermoso!<br />

Y así fue cómo el escuadrón entró en <strong>la</strong> Nebulosa.<br />

Por vigésima vez, Aratap <strong>la</strong>nzó una mirada rutinaria a <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora. A decir<br />

verdad, aquel<strong>la</strong>s miradas eran inútiles, puesto que <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora permanecía negra<br />

por completo. No se veía ninguna estrel<strong>la</strong>.<br />

—Esta es su tercera parada sin que aterricen —dijo Andros—. No lo comprendo.<br />

¿Qué se proponen? ¿Qué buscan? Cada una de sus paradas dura varios días; y, no<br />

obstante, no aterrizan.<br />

—Es posible que tarden todo ese tiempo en calcu<strong>la</strong>r su siguiente salto —dijo<br />

Aratap—. No hay visibilidad alguna.<br />

—¿Usted cree?<br />

—No. Sus saltos son demasiado buenos. Cada vez caen muy cerca de una<br />

estrel<strong>la</strong>. No podrían hacerlo tan bien sólo con los datos de los masómetros, a menos<br />

que supiesen de antemano <strong>la</strong> situación de <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s.<br />

—Y entonces, ¿por qué no aterrizan?<br />

—Me parece que están buscando p<strong>la</strong>netas habitables —dijo Aratap—. Quizás<br />

ellos mismos no saben <strong>la</strong> posición del centro de <strong>la</strong> conspiración. O, por lo menos, no <strong>la</strong><br />

saben con exactitud. —Sonrió—. Lo único que tenemos que hacer es seguirlos.<br />

El navegante juntó los talones.<br />

—¡Señor!<br />

—¿Sí? —dijo Aratap levantando <strong>la</strong> mirada.<br />

—El enemigo ha aterrizado en un p<strong>la</strong>neta. Aratap l<strong>la</strong>mó al comandante Andros.<br />

—Andros, ¿se ha enterado usted?<br />

—Sí. He ordenado descenso y persecución.<br />

—Espere. Quizás esta vez sea también prematuro, como cuando deseaba<br />

precipitarse sobre Lingane. Creo que debería ir so<strong>la</strong>mente esta nave.<br />

—¿Por qué razones?<br />

—Si necesitamos refuerzos, usted estará allí, al mando de los cruceros. Si se<br />

trata en realidad de un centro rebelde, poderoso, quizá crean que sólo una nave los ha<br />

encontrado por casualidad. De un modo u otro se lo haré saber, y podrá usted<br />

retirarse a Tyrann.<br />

—¡Retirarme!<br />

—Y regresar con toda una flota.<br />

117


—Muy bien —dijo Andros, pensativo— <strong>En</strong> todo caso, ésta es <strong>la</strong> menos útil de<br />

nuestras naves. Demasiado grande.<br />

Cuando descendieron en espiral, el p<strong>la</strong>neta llenó <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora.<br />

—La superficie parece totalmente deso<strong>la</strong>da, señor —dijo el piloto.<br />

—¿Ha determinado <strong>la</strong> posición exacta del «Imp<strong>la</strong>cable»?<br />

—Sí, señor.<br />

—<strong>En</strong>tonces aterrice lo más cerca que pueda sin que le vean.<br />

<strong>En</strong> aquel momento estaban en <strong>la</strong> atmósfera. Al deslizarse velozmente por <strong>la</strong><br />

cara visible del p<strong>la</strong>neta observaron el cielo teñido de púrpura cada vez más bril<strong>la</strong>nte.<br />

Aratap contemp<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> superficie que se aproximaba. ¡La <strong>la</strong>rga persecución se<br />

acercaba a su fin!<br />

118


17<br />

¡Y liebres!<br />

Para quienes no han estado nunca en el espacio, <strong>la</strong> investigación de un sistema<br />

este<strong>la</strong>r en busca de p<strong>la</strong>netas habitables puede parecer algo fascinante, o por lo menos<br />

interesante. Para un hombre del espacio, es <strong>la</strong> más aburrida de <strong>la</strong>s tareas.<br />

Localizar una estrel<strong>la</strong>, que es una masa incandescente de hidrógeno en trance<br />

de convertirse en helio, es sumamente fácil. Se evidencia el<strong>la</strong> misma. Incluso en <strong>la</strong><br />

negrura de <strong>la</strong> Nebulosa se trata de una sencil<strong>la</strong> cuestión de distancia. Basta acercarse<br />

a diez mil millones de kilómetros para que se de<strong>la</strong>te a sí misma.<br />

Lo que suele hacerse es más bien adoptar un sistema. Se toma una posición en<br />

el espacio a una distancia de <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong> que se investiga, igual a unas diez mil veces el<br />

diámetro de <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>. Se sabe por <strong>la</strong>s estadísticas galácticas que ni una so<strong>la</strong> vez<br />

entre cincuenta mil se encuentra un p<strong>la</strong>neta situado a una distancia mayor de su<br />

primario. Además, prácticamente nunca se encuentra un p<strong>la</strong>neta habitable a una<br />

distancia de su primario superior a mil veces el diámetro de su Sol.<br />

Esto significa que, desde <strong>la</strong> posición tomada por <strong>la</strong> nave, cualquier p<strong>la</strong>neta<br />

habitable debe estar situado dentro de los seis grados de <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>.<br />

Es posible ajustar el movimiento de <strong>la</strong> telecámara de tal manera que<br />

contrarreste el movimiento de <strong>la</strong> nave en su órbita. <strong>En</strong> tales condiciones, una<br />

exposición prolongada fijará <strong>la</strong>s conste<strong>la</strong>ciones de <strong>la</strong>s cercanías de <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>, siempre<br />

que, naturalmente, se evite el resp<strong>la</strong>ndor del sol, lo cual puede realizarse con facilidad.<br />

Pero los p<strong>la</strong>netas tienen movimientos propios perceptibles, y éstos aparecerán en <strong>la</strong><br />

p<strong>la</strong>ca en forma de pequeñas rayas.<br />

Cuando no aparecen rayas, existe siempre <strong>la</strong> posibilidad de que los p<strong>la</strong>netas se<br />

encuentren detrás de su primario. Por lo tanto se repite <strong>la</strong> maniobra desde otra<br />

posición del espacio, generalmente desde un punto más próximo a <strong>la</strong> estrel<strong>la</strong>.<br />

Es un proceso realmente muy aburrido, y cuando se ha repetido tres veces para<br />

tres estrel<strong>la</strong>s diferentes, y en cada caso con resultados totalmente negativos, es lógico<br />

que se produzca cierta depresión moral.<br />

Así, por ejemplo, <strong>la</strong> moral de Gillbret hacía bastante tiempo que venía<br />

decayendo. Cada vez eran más <strong>la</strong>rgos los intervalos entre los cuales encontraba que<br />

algo era «divertido».<br />

Se estaban preparando para el salto a <strong>la</strong> cuarta estrel<strong>la</strong> de <strong>la</strong> lista del autarca.<br />

—Por lo menos cada vez nos encontramos con una estrel<strong>la</strong> —dijo Biron—. Los<br />

datos del autarca eran correctos.<br />

—Las estadísticas demuestran que de cada tres estrel<strong>la</strong>s una tiene un sistema<br />

p<strong>la</strong>netario.<br />

Biron asintió. Era una estadística bien conocida. Todos los niños <strong>la</strong> aprendían en<br />

su ga<strong>la</strong>ctografía elemental.<br />

—Lo cual significa —prosiguió Gillbret— que <strong>la</strong> probabilidad de encontrar tres<br />

estrel<strong>la</strong>s escogidas al azar sin un solo p<strong>la</strong>neta es de dos tercios elevado al cubo.<br />

—¿Y bien?<br />

—No hemos encontrado ninguno; debe de haber un error.<br />

119


—Usted mismo vio <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>cas. Y, además, ¿qué valen <strong>la</strong>s estadísticas? No<br />

sabemos si <strong>la</strong>s condiciones son diferentes en el interior de una Nebulosa. Quizá <strong>la</strong>s<br />

partícu<strong>la</strong>s de nieb<strong>la</strong> impiden que se formen los p<strong>la</strong>netas, o quizá <strong>la</strong> nieb<strong>la</strong> es el<br />

resultado de p<strong>la</strong>netas que no se han cuajado.<br />

—¿Lo dices en serio? —dijo Gillbret asombrado.<br />

—Tiene razón. Sólo hablo para oírme a mí mismo. No sé nada de cosmogonía.<br />

Y, ¿para qué se forman los p<strong>la</strong>netas? ¡No sé de ninguno que no esté lleno de<br />

problemas! —Biron tenía el rostro desencajado. Seguía escribiendo y enganchando<br />

pedazos de papel sobre el tablero de instrumentos—. Por lo menos tenemos los de-<br />

moledores preparados; alcance, energía y lo demás —añadió.<br />

Era difícil no mirar <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora. Pronto saltarían a través de aquel<strong>la</strong> tinta.<br />

—¿Sabe por qué le l<strong>la</strong>man <strong>la</strong> Nebulosa de <strong>la</strong> Cabeza de Caballo? —preguntó<br />

Biron distraídamente.<br />

Biron.<br />

—¿Qué es un caballo?<br />

—Un animal de <strong>la</strong> Tierra.<br />

—Es una idea divertida, pero para mí <strong>la</strong> Nebulosa no se parece a ningún animal,<br />

—Eso depende del ángulo desde el cual se mira. Desde Nefelos parece un brazo<br />

humano con tres dedos, pero una vez <strong>la</strong> observé desde el observatorio de <strong>la</strong><br />

universidad de <strong>la</strong> Tierra, y verdaderamente se parecía un poco a una cabeza de<br />

caballo. Quizá de ahí le viene el nombre. ¿Quién sabe?<br />

A Biron el asunto le aburría ya; sólo hab<strong>la</strong>ba para oír el sonido de su propia voz.<br />

Hubo una pausa que duró demasiado, pues dio a Gillbret una oportunidad para<br />

p<strong>la</strong>ntear un asunto que Biron no quería discutir, y sobre el cual no conseguía dejar de<br />

pensar.<br />

—¿Dónde está Arta? —preguntó Gillbret. Biron le <strong>la</strong>nzó una rápida mirada.<br />

—Está en el remolque. No voy tras el<strong>la</strong>—respondió Biron.<br />

—Pero el autarca sí. Valdría más que viviese aquí.<br />

—Suerte para el<strong>la</strong>.<br />

Las arrugas de Gillbret se hicieron más pronunciadas, y sus pequeñas facciones<br />

parecieron encogerse aún más.<br />

—Oh, no seas necio, Biron. Artemisa es una Hinriad. No se puede acostumbrar<br />

a <strong>la</strong> manera como <strong>la</strong> estás tratando.<br />

—Déjelo correr—dijo Biron.<br />

—No. Hace tiempo que tengo ganas de decirlo. ¿Por qué te estás portando así<br />

con el<strong>la</strong>? ¿Por qué Hinrik puede haber tenido <strong>la</strong> culpa de <strong>la</strong> muerte de tu padre? Hinrik<br />

es mi primo, y no has cambiado respecto a mí.<br />

—¡De acuerdo! —exc<strong>la</strong>mó Biron—. No he cambiado respecto a usted; le hablo<br />

como siempre le ha hab<strong>la</strong>do. Y también hablo con Artemisa.<br />

—¿Como le has hab<strong>la</strong>do siempre? Biron permaneció silencioso.<br />

—Se <strong>la</strong> estás entregando al autarca —dijo Gillbret.<br />

—Es su elección.<br />

120


—No. Es <strong>la</strong> tuya. Escucha, Biron —Gillbret adoptó un tono confidencial y puso<br />

una mano sobre <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong> de Biron—, esto es algo en lo que no me gusta meterme,<br />

¿comprendes? Se trata únicamente de que el<strong>la</strong> es lo único bueno que hay de momento<br />

en <strong>la</strong> familia Hinriad. ¿Te divertiría si te dijese que <strong>la</strong> quiero? No tengo hijos propios.<br />

—No discuto su cariño.<br />

—<strong>En</strong>tonces te aconsejo en bien de el<strong>la</strong>. Para los pies al autarca, Biron.<br />

—Creí que se fiaba usted de él, Gil.<br />

—Como autarca, sí. Como jefe antityrannio, también. Pero como hombre para<br />

una mujer, como hombre para Artemisa, no.<br />

—Pues dígaselo a el<strong>la</strong>.<br />

—No me haría caso.<br />

—¿Y cree usted que me escucharía si se lo dijese yo?<br />

—Si se lo dijeses bien dicho...<br />

Biron pareció vaci<strong>la</strong>r durante un momento y se humedeció con <strong>la</strong> lengua sus<br />

<strong>la</strong>bios secos. Luego se volvió hacia Gillbret.<br />

—No quiero hab<strong>la</strong>r de ello —dijo con voz dura.<br />

—Luego te arrepentirás—concluyó Gillbret tristemente.<br />

Biron no dijo nada. ¿Por qué Gillbret no le dejaba en paz? A él también se le<br />

había ocurrido muchas veces que se arrepentiría. No era fácil, pero, ¿qué podía hacer?<br />

No había manera de evitarlo. Trató de respirar hondamente para librarse, de un modo<br />

u otro, de <strong>la</strong> oprimente sensación de su pecho.<br />

Después del salto siguiente cambió el panorama. Biron había dispuesto los<br />

controles de acuerdo con <strong>la</strong>s instrucciones del piloto del autarca, y dejó <strong>la</strong>s operaciones<br />

manuales a Gillbret. Esta vez había decidido dormirse. Pero en seguida Gillbret le<br />

agarró un hombro y empezó a sacudirle.<br />

—¡Biron! ¡Biron!<br />

Biron dio media vuelta en <strong>la</strong> litera, cayó y aterrizó en el suelo, encogido, con los<br />

puños crispados.<br />

—¿Qué ocurre?<br />

Gillbret se apartó con rapidez.<br />

—Tómalo con calma. Esta vez hemos topado con una F-2 —dijo Gillbret y<br />

respiró hondamente, re<strong>la</strong>jándose.<br />

—No me vuelvas a despertar así, Gillbret. ¿Dices que es una F-2? Supongo que<br />

te refieres a <strong>la</strong> nueva estrel<strong>la</strong>?<br />

—C<strong>la</strong>ro. Me parece que tiene un aspecto muy divertido.<br />

<strong>En</strong> cierto modo, así era. Aproximadamente el 95 por 100 de los p<strong>la</strong>netas<br />

habitables de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia giraban alrededor de estrel<strong>la</strong>s de los tipos espectrales F o G,<br />

con un diámetro de un millón a dos millones de kilómetros y una temperatura<br />

superficial de cinco mil a diez mil grados. El Sol de <strong>la</strong> Tierra era G-0, el de Rhodia F-8,<br />

el de Lingane G-2, lo mismo que el de Nefelos. F-2 era algo caluroso, pero no<br />

excesivamente.<br />

121


Las primeras estrel<strong>la</strong>s en que se habían detenido eran del tipo espectral K, más<br />

bien pequeñas y rojizas. Aunque hubiesen tenido p<strong>la</strong>netas, probablemente éstos no<br />

habrían sido habitables.<br />

¡Una buena estrel<strong>la</strong> es una buena estrel<strong>la</strong>! <strong>En</strong> el primer día dedicado a<br />

fotografiar localizaron cinco p<strong>la</strong>netas, de los cuales el más cercano distaba unos<br />

doscientos millones de kilómetros del primario.<br />

Tedor Rizzet comunicó personalmente <strong>la</strong> noticia. Visitaba el «Imp<strong>la</strong>cable» con<br />

tanta frecuencia como lo hacía el autarca, iluminando <strong>la</strong> nave con su buen humor. Esta<br />

vez resop<strong>la</strong>ba furiosamente debido al esfuerzo que había hecho para pasar de un <strong>la</strong>do<br />

a otro por el cable metálico.<br />

—No sé como se <strong>la</strong>s arreg<strong>la</strong> el autarca —dijo—. Nunca parece importarle. Me<br />

figuro que se debe a que es más joven. —De repente añadió—: ¡Cinco p<strong>la</strong>netas!<br />

—¿Para esta estrel<strong>la</strong>? —preguntó Gillbret—. ¿Estás seguro?<br />

—Del todo. Pero cuatro de ellos son del tipo J.<br />

—¿Y el quinto?<br />

—El quinto quizá sea bueno. Por lo menos tiene oxígeno en <strong>la</strong> atmósfera.<br />

Gillbret soltó un pequeño grito de triunfo.<br />

—Cuatro son del tipo J —dijo Biron—. Pero, en fin, so<strong>la</strong>mente necesitamos uno.<br />

Se daba cuenta de que era una distribución razonable. La mayor parte de los<br />

p<strong>la</strong>netas de <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia cuyo tamaño era apreciable tenían atmósferas de hidrógeno. Al<br />

fin y al cabo, <strong>la</strong>s estrel<strong>la</strong>s consisten principalmente en hidrógeno, y constituyen el<br />

material primario de <strong>la</strong>s formaciones p<strong>la</strong>netarias. Los p<strong>la</strong>netas del tipo J tenían<br />

atmósfera de metano o de amoníaco; algunas veces también contienen hidrógeno<br />

molecu<strong>la</strong>r, así como bastante helio. Tales atmósferas son en general profundas y muy<br />

densas. Los p<strong>la</strong>netas mismos eran casi invariablemente de unos cincuenta mil<br />

kilómetros o más de diámetro, y su temperatura media rara vez superaba los<br />

cincuenta grados bajo cero. Eran totalmente inhabitables.<br />

Allá, en <strong>la</strong> Tierra, le habían dicho que estos p<strong>la</strong>netas recibían el nombre de<br />

p<strong>la</strong>netas J, por <strong>la</strong> inicial de Júpiter, un p<strong>la</strong>neta del sistema so<strong>la</strong>r de <strong>la</strong> Tierra que era el<br />

mejor ejemplo de ese tipo. Quizá tenían razón. Lo cierto era que <strong>la</strong> otra c<strong>la</strong>se de<br />

p<strong>la</strong>netas era <strong>la</strong> de tipo T, y esa inicial, en efecto, venía de Tierra. Los tipos T eran, en<br />

general, re<strong>la</strong>tivamente pequeños, y debido a su menor gravedad no podían retener<br />

hidrógeno ni compuestos de ese gas, especialmente porque acostumbraban a estar<br />

más cercanos al Sol y eran más calientes. Sus atmósferas eran menos densas y, por lo<br />

común, contenían oxígeno y nitrógeno y, a veces, algo de cloro, lo cual era malo.<br />

—¿Hay cloro? —preguntó Biron—. ¿Han analizado a fondo <strong>la</strong> atmósfera?<br />

Rizzet se encogió de hombros.<br />

—Desde el espacio so<strong>la</strong>mente se pueden juzgar <strong>la</strong>s capas superiores. Si hubiese<br />

cloro, se concentraría cerca del suelo. Ya veremos. —Puso <strong>la</strong> mano sobre uno de los<br />

amplios hombros de Biron, y dijo—: ¿Qué me dices de una copa en tu cabina,<br />

muchacho?<br />

Gillbret les contempló con inquietud. Con el autarca que cortejaba a Artemisa, y<br />

el hombre que era su mano derecha convirtiéndose en companero.de bebida de Biron,<br />

el «Imp<strong>la</strong>cable» se iba haciendo cada día más linganio. Se preguntaba si Biron sabía lo<br />

que estaba haciendo; luego pensó en el nuevo p<strong>la</strong>neta y dejó de preocuparse por lo<br />

demás.<br />

122


Cuando penetraron en <strong>la</strong> atmósfera, Artemisa se encontraba en <strong>la</strong> cabina del<br />

piloto. Sonreía levemente y parecía satisfecha. Biron <strong>la</strong> miraba de reojo de vez en<br />

cuando. La chica casi nunca entraba allí, y su presencia sorprendió a Biron. Él <strong>la</strong><br />

saludó, pero Artemisa no respondió a su saludo y se dirigió a su tío.<br />

—Tío Gil —dijo con mucha animación—. ¿Es cierto que vamos a aterrizar?<br />

Gil se frotó <strong>la</strong>s manos.<br />

—Eso parece, querida. Quizá salgamos de esta nave dentro de pocas horas, y<br />

caminemos sobre superficie sólida. ¿Verdad que es una idea divertida?<br />

—Espero que sea el p<strong>la</strong>neta que buscamos. Si no lo es, no será tan divertido.<br />

—Queda todavía otra estrel<strong>la</strong> —respondió Gil, frunciendo el ceño mientras<br />

hab<strong>la</strong>ba.<br />

<strong>En</strong>tonces Artemisa se volvió hacia Biron y dijo con frialdad:<br />

—¿Ha dicho usted algo, señor Farrill?<br />

Biron, cogido nuevamente por sorpresa, se sobresaltó.<br />

—No, no he dicho nada.<br />

—<strong>En</strong>tonces perdone. Creía que había dicho algo. La muchacha pasó tan cerca<br />

de él que le rozó con el borde de su vestido de plástico, y por un momento se sintió<br />

envuelto en su perfume. A Biron se le contrajeron los músculos de <strong>la</strong> mandíbu<strong>la</strong>. Rizzet<br />

estaba todavía con ellos. Una de <strong>la</strong>s ventajas del remolque era que podían invitar a un<br />

huésped a pasar <strong>la</strong> ve<strong>la</strong>da.<br />

—Ahora están obteniendo detalles de <strong>la</strong> atmósfera. Mucho oxígeno, casi un<br />

treinta por ciento, nitrógeno y gases inertes. Lo normal. No hay nada de cloro. —Hizo<br />

una pausa y añadió—: Humm...<br />

—¿Qué ocurre? —preguntó Gillbret.<br />

—No hay dióxido de carbono. Eso ya no me gusta.<br />

—¿Por qué no? —preguntó Artemisa desde su puesto de observación junto a <strong>la</strong><br />

p<strong>la</strong>ca visora, donde estaba viendo pasar <strong>la</strong> distante superficie del p<strong>la</strong>neta a una<br />

velocidad de tres mil kilómetros por hora.<br />

—Si no hay dióxido de carbono, no hay vida vegetal —dijo Biron secamente.<br />

El<strong>la</strong> le miró y sonrió de un modo afable.<br />

Biron, contra su voluntad, le devolvió <strong>la</strong> sonrisa. Pero el<strong>la</strong>, sin mostrar ninguna<br />

alteración visible en sus facciones, sonreía a algo o a alguien que estaba más allá de<br />

Biron, ignorando a éste. Él se dio cuenta de que <strong>la</strong> suya era una sonrisa estúpida y<br />

dejó que se desvaneciera.<br />

Lo mejor que podía hacer era evitar encontrarse con el<strong>la</strong>, pues de otro modo le<br />

era difícil dominarse. Al ver<strong>la</strong> le fal<strong>la</strong>ba <strong>la</strong> acción anestésica de su voluntad.<br />

Gillbret estaba triste. La nave se deslizaba ahora lentamente. <strong>En</strong> <strong>la</strong> parte baja y<br />

densa de <strong>la</strong> atmósfera, el «Imp<strong>la</strong>cable» con su poco recomendable remolque, era difícil<br />

de manejar. Biron luchaba denodadamente con los controles.<br />

—¡Anímese, Gil! —dijo.<br />

No obstante, él no se sentía precisamente optimista. Las señales de radio aún<br />

no habían tenido respuesta, y si aquél no era el mundo de <strong>la</strong> rebelión, entonces no<br />

había ninguna razón para esperar más tiempo. ¡Su línea de acción estaba trazada!<br />

123


—No tiene aspecto de ser el mundo de <strong>la</strong> rebelión —dijo Gillbret—. Es rocoso y<br />

está muerto, y tampoco hay mucha agua. —Se volvió—. ¿Han comprobado de nuevo <strong>la</strong><br />

presencia de dióxido de carbono, Rizzet?<br />

La cara rubicunda de Rizzet estaba a<strong>la</strong>rgada.<br />

—Sí. Hay indicios. Una milésima por ciento, aproximadamente.<br />

—No se puede saber —dijo Biron—. Quizás hayan elegido un mundo así<br />

precisamente porque parece deso<strong>la</strong>do.<br />

—Pero he visto granjas —dijo Gillbret.<br />

—De acuerdo. ¿Cree que es posible ver mucho de un p<strong>la</strong>neta sólo con darle<br />

unas vueltas? Bien sabe que, quienesquiera que sean, no pueden ser suficientes para<br />

llenar todo un p<strong>la</strong>neta. Quizás hayan elegido un valle donde el dióxido de carbono del<br />

aire se ha ido acumu<strong>la</strong>ndo por <strong>la</strong> acción volcánica, y donde hay agua abundante en <strong>la</strong>s<br />

cercanías. Podríamos pasar a treinta kilómetros de distancia y no verles.<br />

Naturalmente, no estarían dispuestos a responder a señales de radio sin antes<br />

investigar a fondo.<br />

—No es posible acumu<strong>la</strong>r una concentración de dióxido de carbono con tanta<br />

facilidad —musitó Gillbret. Pero siguió observando <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora con gran atención.<br />

Biron deseó repentinamente que aquél no fuese el mundo que buscaban.<br />

Decidió que no podía esperar ya más. ¡Tendría que averiguarlo inmediatamente!<br />

La sensación era extraña.<br />

Habían sido apagadas <strong>la</strong>s luces artificiales, y <strong>la</strong> luz del sol entraba libremente<br />

por <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s. Aunque era un método menos eficaz de iluminar <strong>la</strong> nave, tenía el<br />

atractivo de <strong>la</strong> novedad. Se habían abierto <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s y podía respirarse <strong>la</strong><br />

atmósfera ambiental del p<strong>la</strong>neta.<br />

Rizzet estuvo disconforme, alegando que <strong>la</strong> falta de dióxido de carbono alteraría<br />

el equilibrio respiratorio del cuerpo, pero Biron creyó que sería soportable por un rato.<br />

Gillbret se les había acercado, y ellos levantaron <strong>la</strong> mirada y se inclinaron hacia<br />

atrás, apartándose. Gillbret rió. Luego miró por <strong>la</strong> ventanil<strong>la</strong>, suspiró y exc<strong>la</strong>mó:<br />

—¡Rocas!<br />

—Vamos a establecer un transmisor de radio en <strong>la</strong> parte más alta. Así<br />

tendremos un alcance mayor. <strong>En</strong> todo caso, deberíamos poder establecer contacto con<br />

todo este hemisferio. Y si el resultado es negativo, podremos probar el otro <strong>la</strong>do del<br />

p<strong>la</strong>neta.<br />

—¿Era eso lo que Rizzet y tú estabais discutiendo?<br />

—Exactamente. El autarca y yo lo haremos. Ha sido él quien lo ha propuesto, lo<br />

que ha sido una suerte, pues de lo contrario hubiese tenido que proponerlo yo.<br />

Miró de reojo a Rizzet mientras hab<strong>la</strong>ba; Rizzet permaneció impasible. Biron se<br />

incorporó.<br />

—Creo que sería mejor si me quitase mi traje espacial y llevase aquél.<br />

Rizzet asintió. Sobre el p<strong>la</strong>neta lucía el sol; en el aire había escaso vapor de<br />

agua, y ninguna nube, pero hacía mucho frío.<br />

124


El autarca se encontraba en <strong>la</strong> esclusa principal del «Imp<strong>la</strong>cable». Su abrigo era<br />

de espumil<strong>la</strong>, y pesaba so<strong>la</strong>mente unos cuantos gramos, a pesar de lo cual<br />

proporcionaba un ais<strong>la</strong>miento perfecto. Llevaba un tubo de dióxido de carbono sujeto<br />

al pecho y ajustado de tal forma que mantenía una tensión de vapor de CC"<br />

perceptible en <strong>la</strong>s inmediaciones.<br />

—¿Te gustaría registrarme, Farrill? —preguntó. Alzó <strong>la</strong>s manos y esperó, con<br />

una expresión divertida en su delgada cara.<br />

arma?<br />

—No —dijo Biron—. Y usted, ¿quiere registrarme a mí para ver si llevo alguna<br />

—No se me ocurriría hacerlo. Esas cortesías resultaban tan frías como el<br />

tiempo. Biron salió a <strong>la</strong> dura luz del sol sujetando una de <strong>la</strong>s asas de <strong>la</strong> maleta que<br />

contenía el equipo de radio. El autarca cogió <strong>la</strong> otra.<br />

—No es excesivamente pesada —dijo Biron.<br />

Se volvió y vio que Artemisa estaba de pie, junto a <strong>la</strong> salida de <strong>la</strong> nave,<br />

silenciosa. El vestido de <strong>la</strong> muchacha era b<strong>la</strong>nco y liso, y se plegaba plásticamente a<br />

impulsos del viento. Las mangas semitransparentes se dob<strong>la</strong>ban hacia atrás,<br />

pegándose a sus brazos y tornándolos de p<strong>la</strong>ta.<br />

Por un instante Biron se ab<strong>la</strong>ndó peligrosamente. Quería volver corriendo, saltar<br />

al interior de <strong>la</strong> nave, coger a Artemisa de tal modo que sus dedos dejasen huel<strong>la</strong>s en<br />

los hombros de <strong>la</strong> chica, y sentir cómo sus <strong>la</strong>bios se encontraban con los de el<strong>la</strong>...<br />

Pero en vez de hacerlo así, se limitó a saludar levemente; el saludo de <strong>la</strong><br />

muchacha y el gesto de sus dedos fueron, sin embargo, para el autarca.<br />

Cinco minutos más tarde se volvió, y contempló de nuevo aquel b<strong>la</strong>nco<br />

resp<strong>la</strong>ndor a <strong>la</strong> puerta de <strong>la</strong> nave; luego un desnivel del terreno interceptó <strong>la</strong> visión. <strong>En</strong><br />

el horizonte sólo quedaban rocas quebradas y desnudas.<br />

Biron pensó en lo que le esperaba, y se preguntó si nunca volvería a ver a<br />

Artemisa... y si a el<strong>la</strong> le importaría si no regresaba.<br />

125


18<br />

¡Libre de <strong>la</strong>s garras de <strong>la</strong> muerte!<br />

Artemisa observó cómo se iban convirtiendo en pequeñas figuras que<br />

avanzaban trabajosamente por el desnudo granito, descendiendo hasta perderse de<br />

vista. Por un momento, poco antes de que desapareciesen, uno de los dos se volvió.<br />

No podía estar segura de cuál había sido, y por un momento su corazón se endureció.<br />

Al partir, él no había dicho ni una pa<strong>la</strong>bra. Ni una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra. La chica se<br />

apartó del sol y de <strong>la</strong>s rocas, dirigiéndose al reducido interior metálico de <strong>la</strong> nave. Se<br />

sentía so<strong>la</strong>, terriblemente so<strong>la</strong>; nunca en su vida se había sentido tan so<strong>la</strong>.<br />

Era eso quizá lo que <strong>la</strong> hacía estremecerse, pero hubiese sido una intolerable<br />

confesión de debilidad admitir que no se trataba sencil<strong>la</strong>mente del frío.<br />

—¡Tío Gil! —exc<strong>la</strong>mó malhumorada—. ¿Por qué no cierras <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s? ¡Es<br />

suficiente para dejar he<strong>la</strong>da a una!<br />

El termómetro indicaba siete grados, a pesar de que los calentadores de <strong>la</strong> nave<br />

estaban altos.<br />

—Mi querida Arta —respondió Gillbret dulcemente—, si persistes en tu ridícu<strong>la</strong><br />

costumbre de vestir unas prendas tan ligeras, tienes que resignarte a sentir frío.<br />

No obstante, cerró ciertos contactos y, con un acompañamiento de pequeños<br />

ruidos, se cerró <strong>la</strong> esclusa de aire y <strong>la</strong>s ventanil<strong>la</strong>s se hundieron hacia adentro,<br />

amoldándose al suave y resp<strong>la</strong>ndeciente casco. Las luces de <strong>la</strong> nave se encendieron y<br />

<strong>la</strong>s sombras desaparecieron.<br />

Artemisa se sentó sobre los brazos acolchados del asiento del piloto,<br />

jugueteando nerviosamente con los dedos. Las manos de Biron a menudo descansaban<br />

allí, pero se dijo que el calorcillo que le inundó al pensarlo era sólo el resultado de los<br />

calentadores que se dejaban sentir.<br />

Pasaron los lentos minutos y no pudo continuar sentada e inmóvil. ¡Bien podía<br />

haber ido con él! Reprimió el pensamiento, cambiando el singu<strong>la</strong>r «él» por el plural<br />

«ellos».<br />

—Después de todo —dijo—, ¿para qué tienen que insta<strong>la</strong>r un transmisor de<br />

radio, tío Gil?<br />

Gillbret levantó <strong>la</strong> mirada de <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora, cuyos controles estaba<br />

manipu<strong>la</strong>ndo delicadamente.<br />

—¿Cómo dices?<br />

—Hemos tratado de entrar en contacto con ellos desde el espacio y no hemos<br />

alcanzado a nadie —dijo <strong>la</strong> chica—. ¿De qué puede servir un transmisor sobre <strong>la</strong><br />

superficie del p<strong>la</strong>neta?<br />

Gillbret se turbó.<br />

—Pues bien, querida, tenemos que seguir probando. Tenemos que encontrar el<br />

mundo de <strong>la</strong> rebelión. —Y entre dientes añadió para sí mismo—: ¡No nos queda más<br />

remedio!<br />

Al cabo de un rato, Gillbret habló de nuevo.<br />

—No puedo encontrarles.<br />

126


—¿<strong>En</strong>contrar a quién?<br />

—A Biron y al autarca. La arista me intercepta, por más que varíe <strong>la</strong> posición de<br />

los espejos externos. .Quieres verlo?<br />

La muchacha no vio nada más que el deslizamiento de <strong>la</strong>s rocas soleadas.<br />

<strong>En</strong>tonces Gillbret detuvo los mandos y dijo:<br />

—<strong>En</strong> cualquier caso, aquél<strong>la</strong> es <strong>la</strong> nave del autarca.<br />

Artemisa no le dedicó más que una brevísima ojeada. Yacía más abajo del valle,<br />

quizás a unos dos kilómetros, y bril<strong>la</strong>ba al sol de un modo insoportable. <strong>En</strong> aquel<br />

momento le pareció que era el verdadero enemigo, y no los tyrannios. De pronto<br />

deseó con toda su alma que no hubiesen ido nunca a Lingane, que hubiesen<br />

permanecido en el espacio, los tres juntos. Aquéllos habían sido días divertidos e<br />

incómodos, pero cálidos. Y ahora lo único que podía hacer era tratar de herirle. Había<br />

algo que le hacía sentir deseos de herirle, a pesar de lo que le hubiese gustado...<br />

—Y ahora, ¿qué querrá aquél?<br />

Artemisa levantó <strong>la</strong> mirada y vio a Gillbret a través de una húmeda neblina, de<br />

modo que tuvo que parpadear rápidamente para volver a enfocarle de modo normal.<br />

—..Quién?<br />

—Rizzet. Creo que es Rizzet. Pero evidentemente no viene hacia aquí.<br />

Artemisa se situó ante <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora.<br />

—Amplíalo —ordenó.<br />

— ¿A una distancia tan corta? —objetó Gillbret—. No verás nada. Será<br />

imposible mantenerlo centrado.<br />

—Amplíalo, tío Gil.<br />

Gruñendo, conectó el dispositivo telescópico y buscó <strong>la</strong>s enormes masas de<br />

rocas que aparejan; saltaban más rápidamente de lo que podía seguir <strong>la</strong> vista, a cada<br />

toque de los mandos. Por un instante, <strong>la</strong> enorme y desdibujada imagen de Rizzet pasó<br />

como un relámpago, y en aquel instante su identidad se hizo indiscutible.<br />

Gillbret hizo marcha atrás furiosamente y le volvió a captar por un momento.<br />

—Va armado. ¿Te has dado cuenta? —dijo Artemisa.<br />

—No.<br />

—¡Te digo que lleva un demoledor de <strong>la</strong>rgo alcance! Se levantó y abrió<br />

rápidamente el armario.<br />

Biron.<br />

—¡Arta! ¿Qué estás haciendo?<br />

Estaba ya abriendo el cierre del revestimiento de otro traje espacial.<br />

—Voy a salir. Rizzet les está siguiendo. ¡No lo comprendes? Es una trampa para<br />

Parecía ahogarse, mientras se esforzaba para entrar en el grueso y burdo<br />

revestimiento del traje.<br />

—¡Detente! ¡Estás soñando!<br />

Pero <strong>la</strong> chica contemp<strong>la</strong>ba a Gillbret sin verle, y su cara estaba pálida y<br />

desencajada. Debía haberse dado cuenta antes, por <strong>la</strong> forma en que Rizzet había<br />

127


estado mimando a aquel tonto. ¡Aquel emotivo tonto! Rizzet a<strong>la</strong>bó a su padre, le<br />

explicó qué gran hombre había sido el ranchero de Widemos, y Biron se ab<strong>la</strong>ndó al<br />

momento. Todas sus acciones estaban dictadas por el recuerdo de su padre. ¿Cómo<br />

era posible que se dejase gobernar por una monomanía?<br />

—No sé cómo se maneja <strong>la</strong> esclusa de aire. Ábre<strong>la</strong>.<br />

—Arta, no puedes salir de <strong>la</strong> nave. No sabes dónde están.<br />

—Les encontraré. Abre <strong>la</strong> esclusa.<br />

Gillbret meneó <strong>la</strong> cabeza. Pero el traje espacial que <strong>la</strong> chica se había puesto<br />

llevaba una funda.<br />

—Tío Gil: usaré esto. ¡Te lo juro!<br />

Gillbret se encontró ante <strong>la</strong> perversa boca de un látigo neurónico. Trató de<br />

esbozar una sonrisa.<br />

—¡No lo hagas!<br />

—¡Abre <strong>la</strong> esclusa! —dijo con voz ahogada.<br />

Él así lo hizo, y <strong>la</strong> chica salió, corriendo de cara al viento, deslizándose a través<br />

de <strong>la</strong>s rocas y hacia lo alto de <strong>la</strong> arista. La sangre le golpeaba en <strong>la</strong>s sienes. El<strong>la</strong> había<br />

sido tan tonta como él, jugueteando con el autarca sin otro motivo que el de satisfacer<br />

su estúpido orgullo. Ahora se daba cuenta, y <strong>la</strong> personalidad del autarca se iba<br />

perfi<strong>la</strong>ndo con c<strong>la</strong>ridad en su mente, como hombre tan estudiadamente frío que no<br />

tenía ni sangre ni gusto. Se estremeció de asco.<br />

Llegó a lo alto de <strong>la</strong> colina, y no había nada de<strong>la</strong>nte de el<strong>la</strong>. Siguió avanzando<br />

con determinación, empuñando el látigo neurónico.<br />

Biron y el autarca no habían cambiado ni una so<strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra durante su caminata,<br />

y, por fin, se detuvieron en un lugar donde el terreno volvía a hacerse l<strong>la</strong>no. La roca<br />

estaba resquebrajada por <strong>la</strong> acción del sol y del viento en el transcurso de los milenios.<br />

De<strong>la</strong>nte de ellos se alzaba una antigua fal<strong>la</strong>, cuyo borde más apartado se había<br />

desmoronado, dejando un precipicio de unos treinta metros cortado a pico.<br />

Biron se acercó cautelosamente y miró por encima del borde que se extendía<br />

hasta más allá de <strong>la</strong> vertical; el suelo estaba cubierto de grandes guijarros que <strong>la</strong>s<br />

infrecuentes lluvias habían desparramado hasta donde alcanzaba <strong>la</strong> vista.<br />

—Parece un mundo deso<strong>la</strong>do, Jonti.<br />

El autarca no mostraba ninguna curiosidad por los alrededores.<br />

—Éste es el lugar que encontramos antes de aterrizar. Es ideal para nuestro<br />

objeto —dijo sin acercarse al borde.<br />

«Por lo menos es ideal para tu objeto», pensó Biron. Se apartó del borde y se<br />

sentó. Escuchó el pequeño silbido de su tubo de dióxido de carbono y esperó un<br />

momento.<br />

—¿Qué les dirá cuando vuelva a su nave, Jonti? ¿O quiere que se lo diga yo? —<br />

preguntó en voz muy baja.<br />

El autarca se detuvo en <strong>la</strong> acción de abrir <strong>la</strong> maleta de dos asas que había<br />

llevado.<br />

—¿De qué está hab<strong>la</strong>ndo?<br />

128


Biron sintió que el viento le entumecía <strong>la</strong> cara y se frotó <strong>la</strong> nariz con su<br />

enguantada mano. A pesar de ello se desabrochó el forro de espumil<strong>la</strong> que le envolvía,<br />

el cual quedó aleteando en derredor, a merced de <strong>la</strong>s ráfagas de viento.<br />

—Estoy hab<strong>la</strong>ndo de su razón para traerme aquí —dijo.<br />

—Desearía insta<strong>la</strong>r <strong>la</strong> radio en vez de perder el tiempo discutiendo, Farrill.<br />

—Usted no insta<strong>la</strong>rá una radio. ¿Para qué? Intentamos ponernos en contacto<br />

desde el espacio, sin obtener respuesta. No hay razón para esperar más del transmisor<br />

superficial. Y tampoco se trata de capas ionizadas en <strong>la</strong> alta atmósfera, opacas para <strong>la</strong><br />

radio, porque también probamos el subéter sin resultado. Y ni siquiera somos los<br />

expertos de radio de nuestro grupo. De modo que, ¿para qué venir hasta aquí? La<br />

verdad, Jonti.<br />

El autarca se sentó enfrente de Biron. Con una mano acarició descuidadamente<br />

<strong>la</strong> maleta.<br />

—Si estas dudas le perturban, ¿por qué ha venido?<br />

—Para descubrir <strong>la</strong> verdad. Su agente Rizzet me dijo que usted ideaba esta<br />

expedición, y me aconsejó que me uniese a el<strong>la</strong>. Creo que <strong>la</strong>s instrucciones que le dio<br />

eran decirme que al unirme a usted podría asegurarme que no recibiría mensajes que<br />

yo ignorase. Era bastante razonable, salvo que no creo que vaya a recibir ningún<br />

mensaje. Pero me dejé convencer, y he venido con usted.<br />

—¿Para descubrir <strong>la</strong> verdad? —dijo Jonti en son de bur<strong>la</strong>.<br />

—Exactamente. Y ya puedo adivinar<strong>la</strong>.<br />

—Dígame<strong>la</strong>, entonces. Deje que <strong>la</strong> descubra yo también.<br />

—Vino para matarme. Estoy aquí solo, con usted, y de<strong>la</strong>nte de nosotros hay un<br />

acanti<strong>la</strong>do por donde caer sería una muerte cierta. No habrían señales de violencia<br />

deliberada. Ni miembros destrozados, ni señal alguna del uso de armas. Sería una<br />

bonita y triste historia para llevar a su nave. Habría resba<strong>la</strong>do y me habría caído. Podía<br />

traer consigo un grupo de rescate para recogerme y enterrarme con decencia. Sería<br />

todo muy conmovedor, y yo no me cruzaría ya en su camino.<br />

—¿Cree eso y, sin embargo, ha venido?<br />

—Lo espero. De modo que no me cogerá desprevenido. Estamos desarmados, y<br />

dudo de que me pueda echar abajo utilizando! sólo su fuerza muscu<strong>la</strong>r.<br />

Por un instante <strong>la</strong> nariz de Biron se di<strong>la</strong>tó. Había dob<strong>la</strong>do su brazo derecho,<br />

lentamente y con impaciencia.<br />

Pero Jonti se rió.<br />

—Vamos, pues, a ocuparnos de nuestra radio, ya que su muerte es imposible.<br />

—Todavía no; no he terminado. Quiero que admita que iba a intentar matarme.<br />

—¡Oh! ¿Insiste en que desempeñe mi propio papel en este drama que ha<br />

improvisado? ¿Cómo espera forzarme a que lo haga? ¿Intenta arrancarme una<br />

confesión? Y ahora escúcheme, Farrill. Usted es joven y estoy dispuesto a tenerlo en<br />

cuenta, y además a considerar su nombre y su rango. Pero tiene que admitir que hasta<br />

ahora me ha servido más de estorbo que de ayuda.<br />

—¡Desde luego; al conservarme vivo, a pesar de sus esfuerzos!<br />

—Si se refiere al peligro que corrió en Rhodia, ya lo he explicado; no voy a<br />

volver a empezar. Biron se levantó.<br />

129


—Su explicación no fue correcta. Tiene un fallo que es evidente desde el<br />

principio.<br />

—¿De veras?<br />

—¡De veras! Levántese y escúcheme, o le haré levantar a <strong>la</strong> fuerza. Los ojos del<br />

autarca se cerraron hasta parecer hendiduras, y se levantó.<br />

—No le aconsejaría intentar <strong>la</strong> violencia, jovenzuelo.<br />

—Oiga —<strong>la</strong> voz de Biron resonaba con fuerza, mientras su capa ondu<strong>la</strong>ba al<br />

viento—. Dijo que me había enviado a una posible muerte en Rhodia so<strong>la</strong>mente para<br />

comprometer al director en <strong>la</strong> conspiración antityrannia.<br />

—Eso sigue siendo cierto.<br />

—Eso sigue siendo una mentira. Su objeto primordial era que me matasen.<br />

Usted informó de mi identidad al capitán de <strong>la</strong> nave rhodiana, desde el primer<br />

momento. No tenía ninguna razón real para creer que se me iba a permitir siquiera ver<br />

a Hinrik.<br />

—Si hubiese querido matarle, Farrill, podía haber puesto en su habitación una<br />

auténtica bomba de radiación.<br />

—Evidentemente, era mucho mejor maniobrar para que los tyrannios<br />

cometiesen el asesinato en su lugar.<br />

—Podía haberle matado en el espacio cuando entré por primera vez en el<br />

«Imp<strong>la</strong>cable».<br />

—Desde luego. Vino equipado con un demoledor, y en un momento dado me<br />

estaba apuntando con él. Había esperado encontrarme a bordo, pero no se lo había<br />

dicho a su tripu<strong>la</strong>ción. Cuando Rizzet l<strong>la</strong>mó y me vio, ya no fue posible desintegrarme.<br />

<strong>En</strong>tonces cometió un error. Me dijo que había dicho a sus hombres que yo estaba<br />

probablemente a bordo, mientras que Rizzet, algo más tarde, me dijo que no se lo<br />

había dicho. ¿Es que no instruye a sus hombres acerca de sus exactas mentiras, a<br />

medida que <strong>la</strong>s va pronunciando, Jonti?<br />

La cara de Jonti, b<strong>la</strong>nca a causa del frío, pareció palidecer aún más.<br />

—Sin duda debería matarle ahora por decir que he mentido. ¿Pero qué fue lo<br />

que hizo que no disparase antes de que Rizzet apareciese en <strong>la</strong> p<strong>la</strong>ca visora y le viese?<br />

—La política, Jonti. Artemisa oth Hinriad estaba a bordo y, de momento, era un<br />

objeto más importante que yo mismo. Reconozco que cambió sus p<strong>la</strong>nes con rapidez.<br />

Haberme matado en presencia de el<strong>la</strong> hubiese echado a perder un juego más<br />

importante.<br />

—¿Tan rápidamente me había yo enamorado?<br />

—¡Amor! Si <strong>la</strong> muchacha en cuestión era una Hinriad, ¿por qué no?<br />

Primeramente intentó transferir<strong>la</strong> a su nave y, cuando eso falló, me dijo que Hinrik<br />

había traicionado a mi padre. —Quedó silencioso durante un momento y luego<br />

prosiguió—: De modo que <strong>la</strong> perdí y le dejé el campo libre. Me figuro que ahora ya no<br />

importa. Está firmemente de parte de usted, y ya puede seguir ade<strong>la</strong>nte con su p<strong>la</strong>n<br />

de matarme sin ningún temor de que al hacerlo pueda perder sus posibilidades en <strong>la</strong><br />

sucesión de los Hinriads.<br />

Jonti suspiró.<br />

—Farrill, hace cada vez más frío —dijo—. Me parece que el sol se está<br />

ocultando. Usted es increíblemente necio, y me fatiga. Antes de que terminemos esta<br />

130


sarta de imbecilidades, ¿querrá decirme por qué tengo yo interés en matarle? Es decir,<br />

si es que su evidente manía persecutoria requiere alguna explicación.<br />

—Hay <strong>la</strong> misma razón que le indujo a matar a mi padre.<br />

—¿Qué?<br />

—¿Pensó usted que por un solo momento le creí cuando dijo que Hinrik había<br />

sido el traidor? Pudiera haberlo sido, de no ser porque su reputación de débil y<br />

despreciable está tan bien establecida. ¿Cree usted que mi padre era completamente<br />

idiota? ¿Acaso podía nunca haber tomado a Hinrik por algo diferente de lo que es? Si<br />

no hubiera conocido su reputación, ¿es que cinco minutos en su presencia no le<br />

hubiesen demostrado que no era sino un títere impotente? ¿Acaso mi padre hubiese<br />

dicho a Hinrik algo que pudiera ser utilizado para apoyar una acusación de traición en<br />

contra de él? No, Jonti. El hombre que traicionó a mi padre debe haber sido uno en<br />

quien tenía confianza.<br />

Jonti dio un paso atrás y apartó <strong>la</strong> maleta de un puntapié. Se aprestó a resistir<br />

un ataque.<br />

—Comprendo su vil insinuación —dijo—. La única explicación que puedo<br />

encontrar es <strong>la</strong> de que usted es un loco criminal. Biron estaba temb<strong>la</strong>ndo, y no<br />

precisamente de frío.<br />

—Mi padre era popu<strong>la</strong>r entre sus hombres, Jonti. Demasiado popu<strong>la</strong>r. Un<br />

autarca no puede permitir un competidor en el oficio de gobernante. Usted se <strong>la</strong>s<br />

arregló para que no siguiese siendo un competidor. Y su tarea siguiente fue hacer que<br />

yo tampoco permaneciese vivo para sustituirle o vengarle. —Su voz se elevó hasta<br />

convertirse en un grito, que reverberó por el frío aire—. ¿No es cierto?<br />

—No.<br />

Jonti se inclinó sobre <strong>la</strong> maleta.<br />

—¡Puedo demostrarle que se equivoca! —Abrió <strong>la</strong> maleta de par en par—.<br />

Equipo de radio. Inspecciónelo. Mírelo bien.<br />

Arrojó <strong>la</strong>s piezas al suelo, a los pies de Biron. Éste se quedó mirándo<strong>la</strong>s.<br />

—¿Y eso qué prueba? Jonti se levantó.<br />

—No prueba nada. Pero ahora mire bien esto. Tenía en su mano un demoledor,<br />

y sus nudillos estaban b<strong>la</strong>ncos de tensión. La frialdad había desaparecido de su voz.<br />

—Estoy cansado de usted —dijo—. Pero no tendré que estarlo por mucho<br />

tiempo.<br />

—¿Escondió un demoledor en <strong>la</strong> maleta, junto al equipo? —dijo Biron con voz<br />

neutra.<br />

—¿Creyó que no lo iba a hacer? ¿Es cierto que ha venido aquí creyendo que le<br />

iba a tirar por un acanti<strong>la</strong>do, y pensó que iba a intentarlo con mis propias manos como<br />

si fuese un cargador de muelle o un minero? Soy el autarca de Lingane —sus facciones<br />

se animaron y con su mano izquierda hizo un gesto cortante de<strong>la</strong>nte de sí—, y estoy<br />

cansado de <strong>la</strong> hipocresía y del fatuo idealismo de los rancheros de Widemos. —Avanzó<br />

unos pasos y ordenó—: Muévase hacia el acanti<strong>la</strong>do.<br />

Biron, con <strong>la</strong>s manos en alto y <strong>la</strong> mirada fija en el demoledor, retrocedió.<br />

—¿<strong>En</strong>tonces fue usted quien mató a mi padre?<br />

131


—¡Sí, yo maté a su padre! —dijo el autarca—. Se lo digo para que en los<br />

últimos momentos de su vida pueda saber que el mismo hombre que se <strong>la</strong>s agenció<br />

para que su padre fuese aniqui<strong>la</strong>do en una cámara desintegradora será quien haga que<br />

usted le siga, y quien se quedará con <strong>la</strong> muchacha Hinriad y todo lo que va con el<strong>la</strong>.<br />

¡Piénselo! ¡Le concedo un minuto para que lo piense! Pero tenga <strong>la</strong>s manos quietas, o<br />

le haré pedazos con el demoledor, arriesgándome a que mis hombres pregunten lo que<br />

les parezca.<br />

Era como si al resquebrajarse su frío barniz, no hubiese dejado a <strong>la</strong> vista más<br />

que una pasión ardiente.<br />

—Antes ya trató de matarme, como he dicho.<br />

—Es cierto. Tenía razón en todo lo que adivinó. ¿Le sirve de algo ahora? ¡Atrás!<br />

—No —exc<strong>la</strong>mó Biron. Bajó <strong>la</strong>s manos y dijo—: Si va a disparar, hágalo ahora.<br />

—¿Cree que no me atreveré? —preguntó el autarca.<br />

—Le he pedido que dispare.<br />

—Y voy a hacerlo.<br />

El autarca apuntó cuidadosamente a <strong>la</strong> cabeza de Biron y, a una distancia de<br />

poco más de un metro, cerró el contacto de su demoledor.<br />

132


19<br />

¡Derrota!<br />

Tedor Rizzet avanzaba en círculos y con precaución por <strong>la</strong> pequeña meseta. No<br />

estaba aún preparado para que le viesen, pero permanecer escondido no era fácil en<br />

aquel pequeño mundo de rocas desnudas. Se sentía más seguro en aquel trozo de<br />

rocas cristalinas amontonadas. Fue trazando su camino por entre el<strong>la</strong>s, y de vez en<br />

cuando se detenía para pasar por su cara el b<strong>la</strong>nco dorso de los esponjosos guantes<br />

que llevaba. Aquel frío seco era engañador.<br />

Ahora les veía entre dos monolitos de granito que se juntaban formando una V.<br />

Apoyó el demoledor en su antebrazo. Tenía el sol a su espalda y sentía cómo le<br />

penetraba su débil calor, lo cual le satisfacía. Si miraban en su dirección, tendrían el<br />

sol en los ojos, y él sería mucho menos visible.<br />

Las voces resonaban c<strong>la</strong>ramente en sus oídos. La comunicación por radio<br />

estaba funcionando, y se sonrió. Hasta entonces, todo sucedía de acuerdo con sus<br />

p<strong>la</strong>nes. Como es natural, su propia presencia no era parte del p<strong>la</strong>n, pero así era mejor.<br />

Aquel p<strong>la</strong>n reflejaba quizás excesiva confianza, y, al fin y al cabo, <strong>la</strong> víctima no era del<br />

todo estúpida. Quizá su propio demoledor fuese aún necesario para decidir <strong>la</strong> cuestión.<br />

Esperó. Sin alterarse observó cómo el autarca levantaba su demoledor,<br />

mientras Biron permanecía de pie, inconmovible.<br />

Artemisa no vio cómo se alzaba el demoledor, ni vio a <strong>la</strong>s dos figuras sobre <strong>la</strong><br />

l<strong>la</strong>na superficie de <strong>la</strong>s rocas. Cinco minutos antes había visto dibujarse por un<br />

momento contra el cielo <strong>la</strong> silueta de Rizzet, y desde entonces le había ido siguiendo.<br />

Pero Rizzet se movía demasiado aprisa; <strong>la</strong>s cosas se oscurecieron y vaci<strong>la</strong>ron<br />

frente a el<strong>la</strong>, y por dos veces se encontró en el suelo. No recordaba haberse caído. La<br />

segunda vez se alzó vaci<strong>la</strong>nte, y una de sus muñecas sangraba en el lugar donde un<br />

agudo canto <strong>la</strong> había arañado.<br />

Rizzet había vuelto a ade<strong>la</strong>ntarse y <strong>la</strong> chica tenía que seguirle vaci<strong>la</strong>nte. Cuando<br />

desapareció en <strong>la</strong> resp<strong>la</strong>ndeciente selva de rocas, <strong>la</strong> muchacha sollozó desesperada. Se<br />

apoyó en un peñasco, completamente agotada, ajena al hermoso color rosado de<br />

carne de <strong>la</strong> roca, <strong>la</strong> lisura cristalina de su superficie, y el hecho de que se alzaba allí<br />

como antiguo recuerdo de una época volcánica primitiva.<br />

Lo único que podía hacer era luchar contra <strong>la</strong> sensación de ahogo que <strong>la</strong><br />

invadía.<br />

Y entonces le vio, empequeñecido entre <strong>la</strong> formación rocosa, presentándole <strong>la</strong><br />

espalda. Con el látigo neurónico por de<strong>la</strong>nte, corrió tambaleándose por <strong>la</strong> dura<br />

superficie. Rizzet estaba apuntando su rifle, preparándose, concentrando toda su<br />

atención en <strong>la</strong> operación.<br />

La chica no iba a llegar a tiempo.<br />

—¡Rizzet!—exc<strong>la</strong>mó—. ¡Rizzet! ¡No dispare!<br />

Tropezó de nuevo. El sol se desvanecía, pero su conciencia permanecía aún<br />

despierta, y duró lo-suficiente para que sintiese cómo el suelo se conmovía a sus pies;<br />

para oprimir el gatillo de contacto del látigo y para que pudiera darse cuenta de que<br />

estaba fuera de su alcance<br />

133


Sintió sobre el<strong>la</strong> unos brazos que <strong>la</strong> alzaban. Trató de ver pero sus párpados no<br />

se abrieron.<br />

—¿Biron? —dijo con voz que era un leve murmullo.<br />

La respuesta fue un confuso rumor de pa<strong>la</strong>bras, pero <strong>la</strong> voz era <strong>la</strong> de Rizzet. La<br />

chica trató de seguir hab<strong>la</strong>ndo, pero de repente abandonó. ¡Había fracasado! Todo se<br />

desvaneció.<br />

El autarca permaneció inmóvil durante el tiempo que se tardaría en contar<br />

lentamente hasta diez. Biron se le enfrentaba igualmente inmóvil, vigi<strong>la</strong>ndo el cañón<br />

del demoledor que acababa de ser disparado contra él a bocajarro. Mientras lo<br />

contemp<strong>la</strong>ba, el cañón descendió lentamente.<br />

—Parece que su demoledor está estropeado —dijo Biron—. Examínelo.<br />

La cara exangüe del autarca se volvía alternativamente de Biron a su arma.<br />

Había disparado a una distancia de menos de dos metros; todo debía haber terminado.<br />

El asombro conge<strong>la</strong>do que le mantenía inmóvil se quebró de repente, y con un rápido<br />

movimiento desarticuló su demoledor.<br />

Faltaba <strong>la</strong> cápsu<strong>la</strong> energética. Donde debía haber estado, no había sino una<br />

inútil cavidad. El autarca <strong>la</strong>nzó un aullido de rabia al mismo tiempo que tiraba a un<br />

<strong>la</strong>do aquel trozo inútil de metal. Rebotó una y otra vez, como una negra mancha que<br />

destacaba al sol, chocando contra <strong>la</strong>s rocas con un vago ruido metálico.<br />

—¡De hombre a hombre! —dijo Biron. Su voz temb<strong>la</strong>ba de anhelo.<br />

El autarca retrocedió un paso y permaneció cal<strong>la</strong>do. Biron se ade<strong>la</strong>ntó.<br />

—Podría matarle de muchas maneras, pero no todas el<strong>la</strong>s serían satisfactorias.<br />

Si le desintegrase, significaría que sólo una millonésima de segundo separaría su vida<br />

de <strong>la</strong> muerte. No se percataría de que moría. Eso no estaría bien. Me parece que en<br />

vez de eso sería mucho más satisfactorio emplear el proceso algo más lento del<br />

esfuerzo muscu<strong>la</strong>r humano.<br />

Los músculos de sus muslos se tensaron, pero <strong>la</strong> embestida que preparaban no<br />

acabó de completarse. El grito que lo interrumpió fue débil y agudo, lleno de pánico.<br />

—¡Rizzet! ¡Rizzet! ¡No dispare!<br />

Biron se volvió a tiempo de ver el movimiento tras <strong>la</strong>s rocas a unos cien metros<br />

de distancia y el resp<strong>la</strong>ndor del sol sobre el metal. Y en aquel instante cayó sobre su<br />

espalda el peso de un cuerpo humano <strong>la</strong>nzado. Se inclinó bajo su impacto, dob<strong>la</strong>ndo<br />

<strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s.<br />

El autarca había caído con precisión, y sus rodil<strong>la</strong>s sujetaban con fuerza <strong>la</strong><br />

cintura del otro, mientras su puño golpeaba <strong>la</strong> nuca de Biron. La respiración de éste se<br />

escapaba silbando sordamente.<br />

Biron luchó contra <strong>la</strong> negrura que se cernía sobre él hasta conseguir hacerse a<br />

un <strong>la</strong>do. El autarca saltó, desprendiéndose de él, mientras Biron se extendía en el<br />

suelo sobre su espalda.<br />

Tuvo justo el tiempo necesario para replegar sobre sí mismo <strong>la</strong>s piernas<br />

mientras el autarca saltaba nuevamente sobre él. El autarca rebotó, y esta vez<br />

quedaron juntos, con el sudor que se les conge<strong>la</strong>ba en <strong>la</strong>s mejil<strong>la</strong>s.<br />

Giraban lentamente. Biron apartó a un <strong>la</strong>do su cilindro de dióxido de carbono. El<br />

autarca también se desprendió del suyo, lo suspendió un instante por su funda de<br />

134


mal<strong>la</strong> metálica, y se <strong>la</strong>nzó hacia de<strong>la</strong>nte haciéndolo osci<strong>la</strong>r. Biron se dejó caer, y<br />

ambos oyeron cómo silbaba por encima de su cabeza.<br />

Ya estaba otra vez de pie, saltando sobre el otro antes de que el autarca<br />

lograse recuperar el equilibrio. Uno de sus grandes puños se cerró sobre <strong>la</strong> muñeca de<br />

su contrario, mientras el otro puño estal<strong>la</strong>ba en <strong>la</strong> cara del autarca. Dejó que éste<br />

cayese y retrocedió un paso.<br />

prisa.<br />

—Levántese —dijo Biron—. Le espero para otra dosis de lo mismo. No hay<br />

El autarca se tocó <strong>la</strong> cara con su mano enguantada y contempló mareado <strong>la</strong><br />

sangre que <strong>la</strong> cubría. Su boca se contrajo y buscó disimu<strong>la</strong>damente el cilindro metálico<br />

que había dejado caer. El pie de Biron cayó pesadamente sobre su mano y el autarca<br />

aulló con voz agónica.<br />

<strong>la</strong>do.<br />

—Está demasiado cerca del borde del acanti<strong>la</strong>do, Jonti. No<br />

tiene que ir en aquel<strong>la</strong> dirección. Levántese, que ahora le <strong>la</strong>nzaré hacia el otro<br />

Pero <strong>la</strong> voz de Rizzet resonó en el aire.<br />

—¡Espere!<br />

—¡Dispare contra ese hombre, Rizzet! —aulló el autarca—. ¡Dispare ahora<br />

mismo! Primero a sus brazos, luego a sus pies, y lo dejaremos.<br />

Rizzet alzó su arma apoyándose<strong>la</strong> contra el hombro.<br />

—¿Quién hizo que su propio demoledor estuviese descargado, Jonti?<br />

—¿Qué?<br />

El autarca miraba a Rizzet sin comprender.<br />

—No fui yo quien tenía acceso a su arma, Jonti. ¿Quién fue? ¿Quién le está<br />

apuntando ahora con un demoledor, Jonti? No a mí, Jonti, ¡sino a usted!<br />

El autarca se volvió hacia Rizzet y gritó:<br />

—¡Traidor!<br />

—Yo no, señor —dijo Rizzet en voz baja—. El traidor es el hombre que traicionó<br />

al ranchero de Widemos llevándole a <strong>la</strong> muerte.<br />

—¡No fui yo! —gritó el autarca—. Si él se lo ha dicho, miente.<br />

—Es usted mismo quien nos lo ha dicho. No sólo vacié su arma, sino que<br />

también manipulé el interruptor de su comunicador, de modo que todas sus pa<strong>la</strong>bras<br />

han sido recibidas por mí y por todos los miembros de <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ción. ¡Ahora todos<br />

sabemos lo que es usted!<br />

—¡Soy vuestro autarca!<br />

—¡Y también el mayor traidor!<br />

Por un momento el autarca permaneció silencioso, y los contempló<br />

alternativamente, mientras los otros dos le observaban con caras sombrías e<br />

indignadas. Luego se levantó, y haciendo un esfuerzo puramente nervioso consiguió<br />

volver a tomar <strong>la</strong>s riendas de su dominio de sí mismo. Su voz hasta parecía tranqui<strong>la</strong>.<br />

—Y si todo eso fuese cierto, ¿qué importaría? No os queda más remedio que<br />

dejar <strong>la</strong>s cosas tal como están. Queda por visitar el último p<strong>la</strong>neta intranebu<strong>la</strong>r. Tiene<br />

135


forzosamente que ser el mundo de <strong>la</strong> rebelión. Y yo soy el único que sabe sus<br />

coordenadas.<br />

Había conseguido conservar <strong>la</strong> dignidad. Una de sus manos colgaba inútil de<br />

una rota muñeca, su <strong>la</strong>bio superior se había hinchado de una manera ridícu<strong>la</strong>, y <strong>la</strong><br />

sangre se le estaba coagu<strong>la</strong>ndo sobre <strong>la</strong> mejil<strong>la</strong>, pero a pesar de todo ello irradiaba <strong>la</strong><br />

altivez del que ha nacido para gobernar.<br />

—Nos <strong>la</strong>s dirá —dijo Biron.<br />

—No se engañe creyendo que lo haré. Hay por término medio sesenta años luz<br />

cúbicos por estrel<strong>la</strong>. Sin mí y procediendo por; aproximación, <strong>la</strong>s probabilidades de que<br />

lleguéis a menos de uní billón de kilómetros de cualquier estrel<strong>la</strong> son de una entre<br />

doscientos cincuenta mil billones.<br />

—Llévale al «Imp<strong>la</strong>cable» —dijo Biron. Se le había ocurrido algo,<br />

—Señorita Artemisa... —dijo Rizzet en voz baja. Biron le interrumpió.<br />

—¡<strong>En</strong>tonces era el<strong>la</strong>! ¿Dónde está?<br />

—Está bien. Está a salvo. Salió sin cilindro de dióxido de carbono.<br />

Naturalmente, a medida que fue eliminando anhídrido carbónico de su sistema, el<br />

mecanismo automático de respiración del 1 cuerpo se fue haciendo cada vez más<br />

lento. Trataba de correr, no acertó a respirar profundamente, y se desmayó.<br />

Biron frunció el ceño.<br />

—¿Es que trataba de entorpecerle a usted? ¿Quería asegurarse de que no iban<br />

a hacer daño a su amigo?<br />

—¡Sí! —exc<strong>la</strong>mó Rizzet—. Pero el<strong>la</strong> creía que yo estaba de 1 parte del autarca y<br />

que iba a disparar contra usted. Me llevaré esta f rata inmunda y... Biron...<br />

—¿Sí?<br />

—Vuelva lo antes que pueda. Todavía es el autarca, y quizá sea necesario<br />

convencer a <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ción. Cuesta romper el hábito de obediencia de toda una vida...<br />

Artemisa está detrás de aquel<strong>la</strong> roca. Vaya antes de que se muera de frío. El<strong>la</strong> no se<br />

moverá.<br />

La cara de <strong>la</strong> muchacha estaba casi oculta en <strong>la</strong> capucha que cubría su cabeza,<br />

y su cuerpo aparecía, sin forma, entre los pliegues del revestimiento del traje espacial.<br />

Los pasos de Biron se aceleraron al acercarse a el<strong>la</strong>.<br />

—¿Cómo estás? —preguntó.<br />

—Mejor, gracias —respondió <strong>la</strong> muchacha—. Siento haber causado molestias.<br />

Quedaron mirándose el uno al otro, y pareció como si <strong>la</strong> conversación se<br />

hubiese agotado con aquel<strong>la</strong>s dos frases.<br />

—Ya sé que no podemos hacer retroceder el tiempo —dijo Biron al cabo de un<br />

rato—, deshacer lo que se ha hecho, desdecir lo que se ha dicho. Pero quisiera que<br />

comprendieses.<br />

—¿Por qué todo este empeño en comprender? —Los ojos de <strong>la</strong> chica bril<strong>la</strong>ban—.<br />

Desde hace semanas que no hago sino comprender. ¿Quieres volver a hab<strong>la</strong>rme de mi<br />

padre?<br />

136


—No. Sabía que tu padre era inocente. Sospechaba del autarca desde el primer<br />

momento, pero no tenía más remedio que averiguarlo con certeza. Y so<strong>la</strong>mente podía<br />

probarlo, Arta, obligándole a que confesase. Creía que le haría confesar tendiéndole<br />

una ce<strong>la</strong>da para que tratase de asesinarme, y no había más que una manera de<br />

conseguirlo. —Se sentía desgraciado, pero prosiguió—. Lo que hice estaba muy mal<br />

hecho, casi tan mal hecho como lo que él hizo con mi padre. No espero que me lo<br />

perdones.<br />

—No te sigo —dijo <strong>la</strong> chica.<br />

—Sabía que te deseaba, Arta —dijo Biron—. Políticamente, serías un perfecto<br />

partido matrimonial. Para sus intenciones, el nombre de Hinriad sería más útil que el<br />

de Widemos. De modo que una vez que te hubiese conseguido, ya no me necesitaría<br />

más. Por ello deliberadamente le fui forzando hacia ti, Arta. Obré en <strong>la</strong> forma en que lo<br />

hice creyendo que te inclinarías hacia él. Cuando lo hiciste, creyó que había llegado <strong>la</strong><br />

hora de librarse de mí, y Rizzet y yo le tendimos <strong>la</strong> ce<strong>la</strong>da.<br />

—¿Y me amabas todo ese tiempo?<br />

—¿Puedes llegar a dudarlo, Arta?<br />

—Y como es natural, estabas dispuesto a sacrificar tu amor en aras de <strong>la</strong><br />

memoria de tu padre y del honor de tu familia. ¿Cómo reza aquel antiguo dicho? «¡No<br />

podría amarte ni <strong>la</strong> mitad de lo que te amo, si no amase el honor todavía más!»<br />

—¡Por favor, Arta! —dijo Biron tristemente—. No me siento orgulloso de mí<br />

mismo, pero no se me ocurrió otra cosa.<br />

—Podrías haberme explicado tu p<strong>la</strong>n, considerarme tu aliada y no convertirme<br />

en tu instrumento.<br />

—No era una batal<strong>la</strong> para ti. Si fracasaba, lo cual bien pudo suceder, tú<br />

hubieses quedado al margen. Si el autarca me hubiese matado, y tú no estabas de mi<br />

parte, te dolería menos. Incluso podías haberte casado con él y haber sido feliz.<br />

—Como has sido tú el que has ganado, podría suceder que sintiese su pérdida.<br />

—Pero no es así.<br />

—¿Cómo lo sabes?<br />

—Por lo menos trata de ver mis motivos —dijo Biron desesperadamente—. De<br />

acuerdo con que fui un necio criminal, pero, ¿no puedes comprenderlo? ¿Es que no<br />

puedes intentar no odiarme?<br />

—He intentado no amarte —dijo <strong>la</strong> muchacha con dulzura—. Y, ya ves, he<br />

fracasado.<br />

—<strong>En</strong>tonces me perdonas.<br />

—¿Por qué? ¿Porque lo comprendo? ¡No! Si se tratase de una cuestión de<br />

simple comprensión, de ver tus razones, entonces no podría nunca perdonar tus<br />

acciones. ¡Si fuese eso, y nada más! Pero te perdonaré, Biron, porque no podría<br />

soportar no hacerlo. ¿Cómo podría pedirte que volvieses a mí si no te perdonara?<br />

La muchacha estaba en sus brazos y sus he<strong>la</strong>dos <strong>la</strong>bios se volvían hacia los de<br />

él. Estaban separados por una doble capa de gruesas vestiduras, y sus manos<br />

enguantadas no podían sentir el cuerpo que abrazaban, pero los <strong>la</strong>bios de Biron<br />

percibían <strong>la</strong> suavidad de <strong>la</strong> cara b<strong>la</strong>nca y lisa de <strong>la</strong> muchacha.<br />

—El sol se está poniendo; va a hacer más frío —dijo al fin, algo preocupado.<br />

137


—Es raro, pero no me doy cuenta —respondió el<strong>la</strong> suavemente. Y juntos<br />

regresaron a <strong>la</strong> nave.<br />

Biron se enfrentaba ahora a <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ción, con un aire de descuidada confianza<br />

que no sentía. La nave lingania era grande, y <strong>la</strong> tripu<strong>la</strong>ban cuarenta hombres. Estaban<br />

ahora sentados frente a él. ¡Cuarenta caras! Todos ellos habían sido educados desde<br />

su nacimiento en una obediencia ciega a su autarca.<br />

Algunos habían sido convencidos por Rizzet; otros, por lo que habían oído de <strong>la</strong>s<br />

pa<strong>la</strong>bras del autarca a Biron, aquel mismo día. Pero, ¿cuántos otros estaban aún<br />

indecisos, o eran quizá francamente hostiles?<br />

Hasta aquel momento <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras de Biron no habían servido) de mucho. Se<br />

inclinó hacia de<strong>la</strong>nte, y su voz se hizo confidencial.<br />

—Y vosotros, ¿para qué estáis luchando? ¿Para qué arriesgáis! vuestras vidas?<br />

Creo que por una ga<strong>la</strong>xia libre. Una ga<strong>la</strong>xia en <strong>la</strong> que cada mundo decida a su manera<br />

lo que le parezca mejor, produzca su propia riqueza para su propio bien, y no sea<br />

esc<strong>la</strong>vo ni amol de nadie. ¿No es cierto? —Se oyó un leve murmullo que podía! parecer<br />

de asentimiento, pero al que le faltaba entusiasmo. Biron prosiguió—: Y el autarca,<br />

¿para qué lucha? Para sí mismo. Es el autarca de Lingane. Si ganase, sería autarca de<br />

los Reinos Nebu<strong>la</strong>-res. Sustituiríais a un Khan por un autarca. ¿Y qué se saldría<br />

ganando? ¿Acaso vale <strong>la</strong> pena morir por eso?<br />

—Sería uno de vosotros, y no un cochino tyrannio —gritó uno de <strong>la</strong> audiencia.<br />

—El autarca estaba buscando el mundo de <strong>la</strong> rebelión para ofrecer sus<br />

servicios. ¿Era eso ambición? —dijo otro.<br />

—La ambición debería ser más intensa, ¿verdad? —gritó Biron irónicamente—.<br />

Pero llegaría al mundo de <strong>la</strong> rebelión con una organización tras él. Podría ofrecerles<br />

todo Lingane; podría ofrecerles, y así lo creía, el prestigio de una alianza con los<br />

Hinriads. Estaba seguro de que al final el mundo de <strong>la</strong> rebelión sería suyo y podría<br />

hacer con él lo que quisiese. Sí, eso era ambición.<br />

»Y cuando <strong>la</strong> seguridad del movimiento iba en contra de sus propios p<strong>la</strong>nes, ¿es<br />

que vaciló en arriesgar vuestras vidas en aras de su ambición? Mi padre era para él un<br />

peligro. Mi padre era honrado, y amigo de <strong>la</strong> libertad. Pero era demasiado popu<strong>la</strong>r, de<br />

modo que fue traicionado. Con aquel<strong>la</strong> traición el autarca pudo haber arruinado por<br />

completo <strong>la</strong> causa, y a todos vosotros. ¿Quién de vosotros está a salvo bajo un hombre<br />

dispuesto a negociar con los tyrannios siempre y cuando le conviene? ¿Quién puede<br />

estar seguro al servicio de un cobarde traidor?<br />

—Eso va mejor—murmuró Rizzet—. Sigue con ello. Nuevamente <strong>la</strong> misma voz<br />

de antes se dejó oír desde una de <strong>la</strong>s últimas fi<strong>la</strong>s.<br />

—El autarca sabe dónde está el mundo de <strong>la</strong> rebelión. ¿Es que usted lo sabe?<br />

—Luego hab<strong>la</strong>remos de eso. <strong>En</strong>tretanto pensad que bajo el autarca íbamos<br />

todos a una ruina completa; que todavía queda tiempo para salvarnos si nos<br />

apartamos de su dirección en un sentido mejor y más noble; que todavía es posible<br />

sacar de <strong>la</strong>s garras de <strong>la</strong> derrota...<br />

—Sólo derrota, mi querido y joven amigo —interrumpió una voz suave.<br />

Biron se volvió horrorizado.<br />

Los cuarenta hombres se levantaron murmurando, y por un instante pareció<br />

como si fuesen a <strong>la</strong>nzarse hacia de<strong>la</strong>nte, pero habían acudido desarmados a <strong>la</strong><br />

138


eunión; Rizzet así lo había dispuesto. <strong>En</strong> aquel momento un pelotón de guardias<br />

tyrannios se dirigía hacia <strong>la</strong>s diversas puertas, con <strong>la</strong>s armas a punto.<br />

Y el propio Simok Aratap, con un demoledor en cada mano, se alzaba tras Biron<br />

y Rizzet.<br />

139


20<br />

¿Dónde?<br />

Simok Aratap sopesaba cuidadosamente <strong>la</strong>s personalidades de los cuatro a los<br />

que se enfrentaba y sintió que se despertaba en él cierta excitación. Aquello sería<br />

jugar fuerte. Los hilos de <strong>la</strong> trama iban terminando su tejido. Se alegraba de que el<br />

comandante Andros ya no estuviese con él y de que los cruceros tyrannios también se<br />

hubiesen ido.<br />

Se había quedado solo con su nave capitana, su tripu<strong>la</strong>ción y él mismo. Serían<br />

suficientes. Odiaba lo que no se podía manejar.; Habló con suavidad:<br />

—Permitan que les ponga al corriente, señora mía y caballeros. La nave del<br />

autarca ha sido abordada por un pequeño destacamento y es ahora escoltada a Tyrann<br />

por el comandante Andros. Los hombres del autarca serán juzgados de acuerdo con <strong>la</strong><br />

ley, y si son condenados recibirán el castigo a su traición. Son conspiradores de rutina,<br />

y serán tratados por procedimientos rutinarios. Pero, ¿qué; haré yo con ustedes?<br />

Sentado a su <strong>la</strong>do estaba Hinrik de Rhodia; sus facciones arruga-: das<br />

expresaban una deso<strong>la</strong>ción total.<br />

—Considere que mi hija es una muchacha —dijo—. La arrastraron sin que se<br />

diese cuenta. Artemisa, diles que fuiste...<br />

—Su hija será probablemente puesta en libertad —interrumpió Aratap—. Al<br />

parecer, un noble tyrannio de elevado rango desea casarse con el<strong>la</strong>, y es evidente que<br />

eso será tenido en cuenta.<br />

—Me casaré con él, si dejáis en libertad a los demás. Biron se levantó a medias,<br />

pero Aratap le hizo señas de que se sentase.<br />

—¡Por favor, señorita! —dijo sonriendo el comisario tyrannio—. Reconozco que<br />

acepto los regateos. Pero yo no soy el Khan, sino sólo uno de sus servidores. De modo<br />

que cualquier regateo que acepte tendrá que ser ampliamente justificado en mi patria.<br />

Así, pues, ¿qué es exactamente lo que me ofrece?<br />

—Mi consentimiento al matrimonio.<br />

—No es usted quien debe ofrecerlo. Su padre lo ha otorgado ya, y eso es<br />

suficiente. ¿Tiene usted algo más?<br />

Aratap estaba esperando <strong>la</strong> lenta erosión de sus voluntades de resistencia. El<br />

hecho de que no le gustase su papel no le impedía desempeñarlo con eficiencia. Así,<br />

por ejemplo, era posible que en aquel momento <strong>la</strong> muchacha comenzase a llorar, lo<br />

cual ejercería efectos saludables sobre el joven. Era evidente que habían sido amantes.<br />

Se preguntaba si el viejo Pohang todavía <strong>la</strong> querría en tales circunstancias. Por fin<br />

pensó que probablemente <strong>la</strong> aceptaría. La transacción aún favorecería al viejo. Pensó<br />

que <strong>la</strong> muchacha era muy atractiva.<br />

La chica mantenía su entereza. No se hundía.<br />

«Muy bien —pensó Aratap»—; además tiene fuerte voluntad. No todo será<br />

diversión para Pohang.»<br />

—¿También desea pedir clemencia para su primo? —preguntó Aratap a Hinrik.<br />

—Que nadie lo haga —gritó Gillbret—. No quiero nada de ningún tyrannio.<br />

Proseguid. Ordenad que me fusilen.<br />

140


—¿Está usted histérico? —dijo Aratap—. Ya sabe que no puedo ordenar que le<br />

fusilen sin previo juicio.<br />

—Es mi primo —murmuró Hinrik.<br />

También eso será tenido en cuenta. Ustedes, los nobles, tendrán que aprender<br />

algún día que no pueden presumir demasiado de su utilidad para nosotros. No sé si su<br />

primo ha aprendido ya su lección.<br />

Las reacciones de Gillbret le satisfacían. Aquel individuo, por lo menos, deseaba<br />

sinceramente <strong>la</strong> muerte. La frustración de su vida le era demasiado penosa. Había,<br />

pues, que mantenerle vivo, lo cual sería suficiente para quebrantarle.<br />

Se detuvo pensativamente ante Rizzet. Éste era uno de los hombres del<br />

autarca, y ante tal idea se sintió levemente embarazado. Al principio de <strong>la</strong> persecución<br />

había prescindido del autarca como factor a considerar, en virtud de lo que parecía una<br />

lógica irrefutable. Pues bien, resultaba estimu<strong>la</strong>nte equivocarse a veces; así, <strong>la</strong><br />

confianza en sí mismo se mantenía dentro de ciertos limites, y no se caía en <strong>la</strong><br />

arrogancia.<br />

—Es usted un necio que sirvió a un traidor—dijo Aratap—. Hubiese estado<br />

mejor con nosotros. Rizzet se sonrojó.<br />

—Si hubiese usted tenido una reputación militar —prosiguió Aratap—, me temo<br />

que esto le hubiese destruido. No es usted un noble, y <strong>la</strong>s consideraciones de Estado<br />

no intervendrán en su caso. Se le juzgará en público, y se sabrá que ha sido el<br />

instrumento de un instrumento. ¡Lástima!<br />

—Pero supongo que estaba a punto de proponer un trato —dijo Rizzet.<br />

—¿Un trato?<br />

—Evidencia para el Khan, por ejemplo. Sólo tiene usted un cargamento. ¿No le<br />

interesaría conocer el resto del mecanismo de <strong>la</strong> revuelta?<br />

Aratap movió ligeramente <strong>la</strong> cabeza.<br />

—No. Tenemos al autarca; será suficiente como fuente de información. Incluso<br />

sin él, sólo necesitamos hacer <strong>la</strong> guerra a Lingane; estoy seguro de que después<br />

quedará bien poco de <strong>la</strong> revuelta. No habrá ningún trato de esa especie.<br />

Ahora le tocaba el turno al joven. Aratap le había dejado para el final porque<br />

era el más inteligente de todos. Pero era joven, y los jóvenes con frecuencia<br />

resultaban ser poco peligrosos. Les faltaba paciencia.<br />

Biron fue el primero en hab<strong>la</strong>r.<br />

—¿Cómo nos siguió? ¿Es que trabaja para ustedes?<br />

—¿El autarca? <strong>En</strong> este caso, no. Me parece que el pobre hombre estaba<br />

tratando de hacer doble juego, con el éxito acostumbrado en los inexpertos.<br />

—Los tyrannios tienen una invención que permite seguir a <strong>la</strong>s naves por el<br />

hiperespacio —terció Hinrik con una absurda ansiedad infantil.<br />

Aratap se volvió rápidamente.<br />

—Si su excelencia se abstiene de interrumpir, le quedaré agradecido.<br />

Hinrik se encogió de hombros al oír sus pa<strong>la</strong>bras. <strong>En</strong> realidad no importaba. De<br />

ahora en ade<strong>la</strong>nte, ninguno de los cuatro sería peligroso, pero no tenía ningún deseo<br />

de reducir <strong>la</strong>s incertidumbres de <strong>la</strong> mente del joven.<br />

141


—Bien —dijo Biron—. Consideremos los hechos. No nos tiene aquí porque le<br />

gustemos. ¿Por qué no estamos en camino hacia Tyrann con los demás? Porque no<br />

sabe como arreglárse<strong>la</strong>s para matarnos. Dos de nosotros son Hinriads. Yo soy<br />

Widemos. Rizzet es un oficial de renombre de <strong>la</strong> armada lingania. Y el quinto que tiene<br />

entre sus manos, su querido y favorito cobarde traidor, es aún autarca de Lingane. No<br />

puede matar a ninguno de nosotros sin escandalizar los Reinos, desde Tyrann hasta el<br />

mismo borde de <strong>la</strong> Nebulosa. Tiene que intentar llegar a alguna especie de acuerdo<br />

con nosotros, porque es lo único que puede hacer.<br />

—No está del todo equivocado —dijo Aratap—. Permítame que le muestre el<br />

proceso. Le seguimos, y ahora no importa cómo. Me parece que puede descartar <strong>la</strong><br />

imaginación excesivamente activa del director. Se detuvieron ustedes cerca de tres<br />

estrel<strong>la</strong>s sin desembarcar en ningún p<strong>la</strong>neta. Llegaron a una cuarta estrel<strong>la</strong>, y<br />

encontraron un p<strong>la</strong>neta en donde desembarcar. Nosotros también desembarcamos, les<br />

observamos y esperamos. Pensamos que habría algo que mereciese <strong>la</strong> espera, y no<br />

nos equivocamos. Usted se peleó con el autarca, y ambos transmitieron sin limitación.<br />

Ya sé que lo hacían por razones propias, pero también nos sirvió a nosotros. Les<br />

oímos.<br />

»El autarca dijo que sólo quedaba por visitar el último p<strong>la</strong>neta intranebu<strong>la</strong>r, y<br />

que aquél debía ser el mundo de <strong>la</strong> rebelión. Ya ve que eso es interesante. Un mundo<br />

de rebelión. Comprenderá que se haya despertado mi curiosidad. ¿Dónde se debe<br />

encontrar ese quinto y último p<strong>la</strong>neta?<br />

Dejó que el silencio perdurase. Se sentó y les contempló de modo<br />

desapasionado, primero a uno, luego al otro.<br />

—No existe tal mundo de rebelión —dijo Biron.<br />

—<strong>En</strong>tonces, ¿no buscabais nada?<br />

—No buscábamos nada.<br />

—Eso es ridículo.<br />

Biron se encogió de hombros con un gesto de cansancio.<br />

—Usted sí que es ridículo si espera otra contestación.<br />

—Fíjese en que ese mundo de rebelión debe ser el centro del pulpo —dijo<br />

Aratap—. <strong>En</strong>contrarlo es <strong>la</strong> única razón de conservarles vivos. Cada uno de ustedes<br />

tiene algo que ganar. Señora, podría liberar<strong>la</strong> de su matrimonio. Señor Gillbret,<br />

podríamos montarle un <strong>la</strong>boratorio, y dejarle que trabaje en paz. Sí, sabemos de usted<br />

más de lo que se figura. —Aratap se volvió apresuradamente; <strong>la</strong> cara de aquel hombre<br />

hacía extrañas muecas, y se iba a echar a llorar, lo cual sería desagradable—. Coronel<br />

Rizzet, le evitaríamos <strong>la</strong> humil<strong>la</strong>ción del consejo de guerra y <strong>la</strong> certeza de su<br />

convicción, y el ridículo y <strong>la</strong> pérdida de prestigio que conllevaría. Y usted, Biron Farrill,<br />

sería nuevamente ranchero de Widemos. <strong>En</strong> su caso podríamos incluso revocar <strong>la</strong><br />

sentencia de su padre.<br />

—¿Y darle nuevamente <strong>la</strong> vida?<br />

—¡Restaurar su honor!<br />

—Su honor está en <strong>la</strong>s mismas acciones que le llevaron a su convicción y a su<br />

muerte —dijo Biron—. No está en poder de ustedes aumentarlo ni disminuirlo.<br />

—Uno de ustedes cuatro me dirá dónde encontrar este mundo que buscan —<br />

dijo Aratap—. Uno de ustedes será razonable. El que sea ganará lo que le he<br />

prometido. Los demás serán cazados, apresados, ejecutados, lo que sea peor para<br />

142


cada uno. Debo advertirles que si tengo que ser sádico también puedo serlo. —Esperó<br />

un momento y preguntó—: ¿Quién será? Si no hab<strong>la</strong>, lo hará el otro. Lo habrán<br />

perdido todo y yo tendré igualmente <strong>la</strong> información que deseo.<br />

—No sirve de nada —dijo Biron—. Lo está preguntando todo muy<br />

meticulosamente, pero de nada le servirá. No existe tal mundo de rebelión.<br />

—El autarca afirma que existe.<br />

—<strong>En</strong>tonces pregúnteselo al autarca.<br />

Aratap arrugó <strong>la</strong> frente. Aquel joven llevaba su audacia más allá de lo<br />

razonable.<br />

—Me siento inclinado a tratar con uno de ustedes —dijo.<br />

—Ya ha tratado usted con el autarca en otras ocasiones. Hágalo nuevamente.<br />

No deseamos comprar nada de lo que usted puede vendernos. —Biron miró en<br />

derredor y preguntó—: ¿No es así?<br />

Artemisa se le acercó aún más y su mano se cerró lentamente sobre el hombro<br />

del muchacho. Rizzet se limitó a asentir, y Gillbret murmuró:<br />

—¡Así es!<br />

—Ustedes mismos lo han decidido —dijo Aratap, y apretó con un dedo el botón<br />

adecuado.<br />

La muñeca derecha del autarca estaba inmovilizada por medio de una ligera<br />

funda metálica, sujeta magnéticamente a <strong>la</strong> banda metálica situada alrededor de su<br />

abdomen. La parte izquierda de su cara estaba hinchada y era de un color azu<strong>la</strong>do,<br />

salvo por una cicatriz irregu<strong>la</strong>r mal curada que <strong>la</strong> cruzaba y formaba una costura<br />

rojiza. Después del primer movimiento que había liberado su brazo sano de <strong>la</strong> presión<br />

del guarda que estaba a su <strong>la</strong>do, permaneció inmóvil de<strong>la</strong>nte de ellos.<br />

—¿Qué quiere?<br />

—Se lo diré dentro de un momento —dijo Aratap—. Primero quiero que piense<br />

usted en su audiencia. Fíjese en quienes tenemos aquí. Por ejemplo, aquí está el joven<br />

a quien quiso usted matar, y que, no obstante, vivió lo bastante para lisiarle y destruir<br />

sus p<strong>la</strong>nes, a pesar de que usted era un autarca y él no era sino un exiliado.<br />

Era difícil saber si <strong>la</strong> muti<strong>la</strong>da cara del autarca se había ruborizado; no movió ni<br />

un solo músculo. Aratap prosiguió sin tratar de averiguarlo.<br />

—Éste es Gillbret oth Hinriad, quien salvó <strong>la</strong> vida del joven y lo llevó a usted —<br />

dijo con calma y casi indiferencia—. Y ésta es <strong>la</strong> señorita Artemisa, a quien según me<br />

dicen hizo usted <strong>la</strong> corte de una manera encantadora y, sin embargo, le traicionó a<br />

usted por amor al joven. Éste es el coronel Rizzet, su ayudante militar de más<br />

confianza, quien también le traicionó. ¿Qué debe a esas personas, autarca?<br />

—¿Qué quiere? —repitió el autarca.<br />

—Información. Déme<strong>la</strong> y volverá a ser autarca. <strong>En</strong> <strong>la</strong> corte del Khan se tendrán<br />

favorablemente en cuenta sus re<strong>la</strong>ciones anteriores con nosotros. De lo contrario...<br />

—¿De lo contrario?<br />

—De lo contrario <strong>la</strong> obtendré de ellos, ¿comprende? Ellos se salvarán y usted<br />

será ejecutado. Por eso le pregunto si les debe algo, para que tenga <strong>la</strong> oportunidad de<br />

salvar sus vidas empeñándose obstinadamente.<br />

143


La cara del autarca se torció dibujando una sonrisa.<br />

—Ellos no pueden salvar su vida a mi costa. No saben <strong>la</strong> situación del mundo<br />

que usted busca; pero yo sí.<br />

—No he dicho cuál es <strong>la</strong> información que busco, autarca.<br />

—Sólo hay una cosa que pueda usted buscar. —Su voz se hizo más opaca, casi<br />

desconocida—. Si decido hab<strong>la</strong>r, ¿dice usted que entonces mi autarquía quedará como<br />

antes?<br />

—Mejor guardada, naturalmente —dijo Aratap con deferencia.<br />

—Si le cree, no conseguirá sino añadir traición sobre traición, y al final le<br />

matarán igualmente —gritó Rizzet.<br />

El guardia se ade<strong>la</strong>ntó, pero Biron se le anticipó, <strong>la</strong>nzándose sobre Rizzet y<br />

arrastrándole hacia atrás a <strong>la</strong> fuerza.<br />

—No seas necio —musitó—. No puedes hacer nada.<br />

—No me importa ni <strong>la</strong> autarquía ni yo mismo, Rizzet —dijo el autarca. Se volvió<br />

a Aratap—: ¿Morirán éstos? Por lo menos debe prometérmelo. —Su horriblemente<br />

desfigurada faz se retorció de un modo salvaje. Señaló a Biron y añadió—: Sobre todo,<br />

ése.<br />

—Si éste es su precio, trato hecho.<br />

—Si yo pudiese ser su verdugo, le eximiría de toda otra obligación para<br />

conmigo. Si mi dedo pudiese contro<strong>la</strong>r su desintegración, sería una compensación<br />

parcial. Pero si eso no puede ser, por lo menos le diré lo que él no quisiera que le<br />

dijese. Le daré ro, zeta y fi en parsecs y radianes: 7352,43, 1,7836, 5,2112. Estos tres<br />

puntos determinan <strong>la</strong> posición del mundo en <strong>la</strong> ga<strong>la</strong>xia. Ahora ya los tiene.<br />

—Así es, en efecto —dijo Aratap mientras tomaba nota. Rizzet consiguió<br />

desasirse y gritó:<br />

—¡Traidor! ¡Traidor!<br />

Biron, sorprendido, perdió su presa sobre el linganio y cayó al suelo.<br />

—¡Rizzet! —gritó inútilmente.<br />

.Rizzet, con <strong>la</strong>s facciones distorsionadas, luchó un instante con el guardia. Otros<br />

guardias iban entrando ya, pero Rizzet tenía ahora el demoledor. Con manos y rodil<strong>la</strong>s<br />

luchaba contra los soldados tyrannios. Biron se <strong>la</strong>nzó contra aquel montón de cuerpos<br />

uniéndose a <strong>la</strong> lucha; asió a Rizzet por <strong>la</strong> garganta, ahogándole, arrastrándole hacia<br />

atrás.<br />

—¡Traidor! —exc<strong>la</strong>mó Rizzet con voz ahogada, tratando de seguir apuntando,<br />

mientras el autarca procuraba desesperadamente apartarse a un <strong>la</strong>do.<br />

¡Al fin disparó! Luego le desarmaron y lo arrojaron al suelo, donde quedó boca<br />

arriba.<br />

Pero el hombro derecho y <strong>la</strong> mitad del pecho del autarca habían desaparecido.<br />

Su antebrazo pendía grotescamente de su funda magnetizada. Los dedos, <strong>la</strong> muñeca y<br />

el codo terminaban en una negra ruina. Por un instante pareció como si los ojos del<br />

autarca centelleasen, mientras que el cuerpo conservaba aún un absurdo equilibrio,<br />

luego se apagaron, y cayó al suelo, donde no quedó sino un residuo carbonizado.<br />

Artemisa sollozaba ocultando <strong>la</strong> cara en el pecho de Biron. Éste hizo un esfuerzo<br />

para mirar una vez, con firmeza y sin vaci<strong>la</strong>ción, el cuerpo del asesino de su padre, y<br />

144


luego apartó <strong>la</strong> mirada. Hinrik, desde un distante rincón de <strong>la</strong> habitación, musitaba y<br />

se reía solo.<br />

Aratap era el único que conservaba <strong>la</strong> calma.<br />

—Llévense el cadáver—dijo.<br />

Así lo hicieron, y luego chamuscaron el suelo con un rayo calorífico suave para<br />

eliminar <strong>la</strong> sangre. Sólo quedaron algunas marcas ais<strong>la</strong>das de carbonización.<br />

Ayudaron a Rizzet a levantarse. Los apartó con ambas manos y, furioso, se<br />

volvió a Biron.<br />

—¿Qué estaba haciendo? ¡Casi me hizo errar el tiro!<br />

—¡Ha caído en <strong>la</strong> ce<strong>la</strong>da de Aratap! —dijo Biron con voz cansada.<br />

—¿Ce<strong>la</strong>da? ¿Es que no maté al bandido?<br />

—Ahí estaba <strong>la</strong> ce<strong>la</strong>da. Le hizo un favor.<br />

Rizzet no respondió, y Aratap tampoco dijo nada. Escuchaba con cierta<br />

comp<strong>la</strong>cencia. El cerebro de aquel joven funcionaba bien.<br />

—Si Aratap oyó lo que nos dijo haber oído —dijo Biron—, sabía que so<strong>la</strong>mente<br />

Jonti tenía <strong>la</strong> información que quería. Jonti así lo dijo, y con énfasis, cuando se<br />

enfrentó con nosotros después de <strong>la</strong> lucha. Era evidente que Aratap nos estaba<br />

interrogando para quebrantarnos, hacer que obrásemos alocadamente cuando llegase<br />

<strong>la</strong> hora. Yo estaba preparado para enfrentarme con el impulso irracional con que él<br />

contaba. Usted no lo estaba.<br />

—Había supuesto que sería usted quien lo hiciese —interrumpió Aratap con<br />

suavidad.<br />

—Yo le hubiese apuntado a usted —dijo Biron. Se volvió nuevamente a Rizzet—<br />

: ¿No ve que él no quería vivo al autarca? Los tyrannios son como serpientes. Quería <strong>la</strong><br />

información del autarca; no quería pagar por el<strong>la</strong>; no se podía arriesgar a matarle.<br />

Usted lo hizo por él.<br />

—Correcto —dijo Aratap—. Y tengo <strong>la</strong> información. De improviso resonó un<br />

c<strong>la</strong>mor de timbres. Rizzet comenzó a hab<strong>la</strong>r.<br />

—Bueno. Si le hice un favor, también me lo hice a mí mismo.<br />

—No del todo —dijo el comisario—, puesto que nuestro joven amigo no ha<br />

llevado lo suficientemente lejos el análisis. Verá; se ha cometido un nuevo crimen. Si<br />

su único crimen hubiese sido traición a Tyrann, eliminarle a usted hubiese sido<br />

cuestión delicada desde el punto de vista político. Pero ahora que el autarca de<br />

Lingane ha sido asesinado, podrá usted ser juzgado, condenado y ejecutado por <strong>la</strong> ley<br />

de Lingane, y no será necesario que Tyrann tome parte alguna en ello. Eso será muy<br />

conveniente, pues...<br />

<strong>En</strong>tonces se interrumpió, ceñudo. Había oído el c<strong>la</strong>mor de los timbres, y se<br />

dirigió hacia <strong>la</strong> puerta. Con un pie hizo funcionar el mecanismo de apertura.<br />

—¿Qué ocurre? Un soldado saludó.<br />

—A<strong>la</strong>rma general, señor. Compartimientos de almacenaje.<br />

—¿Fuego?<br />

—No se sabe aún, señor.<br />

145


«¡Gran Ga<strong>la</strong>xia!», exc<strong>la</strong>mó Aratap para sus adentros, y retrocedió entrando de<br />

nuevo en <strong>la</strong> habitación.<br />

—¿Dónde está Gillbret?<br />

<strong>En</strong> aquel momento se dieron cuenta de <strong>la</strong> ausencia de Gillbret.<br />

—Le encontraremos —dijo Aratap.<br />

Lo encontraron en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de máquinas, escondido tras <strong>la</strong>s gigantescas<br />

estructuras, y le llevaron medio a rastras a <strong>la</strong> cabina del comisario.<br />

—No se puede uno escapar de una nave —dijo secamente Aratap—. No le sirvió<br />

de nada hacer sonar <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma general. Incluso así el tiempo de confusión es limitado.<br />

Me parece que ya basta. Hemos conservado con nosotros el crucero que usted robó,<br />

Farrill, mi propio crucero, a bordo. Será utilizado para explorar el mundo de <strong>la</strong><br />

rebelión. Tan pronto como se haya calcu<strong>la</strong>do el salto partiremos hacia los puntos de<br />

referencia proporcionados por el llorado autarca. Será una aventura de una c<strong>la</strong>se como<br />

no es corriente que se presente en el transcurso de una tranqui<strong>la</strong> generación como <strong>la</strong><br />

nuestra.<br />

<strong>En</strong> su mente se presentó de repente <strong>la</strong> imagen de su padre al mando de un<br />

escuadrón, conquistando mundos. Se alegraba de que Andros se hubiese ido. La<br />

aventura sería exclusivamente suya.<br />

Después de aquello fueron separados. A Artemisa <strong>la</strong> dejaron con su padre, y a<br />

Rizzet y Biron los enviaron en direcciones opuestas. Gillbret se debatía y chil<strong>la</strong>ba.<br />

—¡No quiero quedarme solo! ¡No quiero estar incomunicado!<br />

Aratap suspiró. Los libros de historia decían que el abuelo de aquel hombre<br />

había sido un gran gobernante. Resultaba degradante tener que presenciar una escena<br />

así.<br />

—Pónganle con uno de los otros —dijo de mal ta<strong>la</strong>nte.<br />

Pusieron a Gillbret con Biron. No hab<strong>la</strong>ron entre sí hasta que llegó <strong>la</strong> «noche» a<br />

bordo de <strong>la</strong> nave del espacio, cuando <strong>la</strong>s luces se tornaron de un color púrpura oscuro.<br />

Era lo suficientemente c<strong>la</strong>ro para que se les pudiese vigi<strong>la</strong>r por medio del sistema<br />

televisor de los guardas, pero lo bastante oscuro para que se pudiese dormir.<br />

Pero Gillbret no dormía.<br />

—Biron—murmuró—. Biron.<br />

—¿Qué quiere? —preguntó Biron, saliendo de un semisueño.<br />

—Biron, ya lo he hecho. Está arreg<strong>la</strong>do, Biron.<br />

—Trate de dormir, Gil —dijo Biron.<br />

—Pero es que lo he arreg<strong>la</strong>do, Biron. Aratap puede ser listo, pero yo lo soy<br />

más. ¿Verdad que es divertido? No tienes por qué preocuparte, Biron. No te preocupes.<br />

Lo he arreg<strong>la</strong>do.<br />

Mientras hab<strong>la</strong>ba sacudía febrilmente a Biron. Éste se irguió y se sentó.<br />

—¿Qué le ocurre?<br />

—Nada, nada. Lo he arreg<strong>la</strong>do.<br />

Gillbret sonreía pícaramente, como un muchacho que ha hecho una travesura.<br />

146


—¿Qué es lo que ha arreg<strong>la</strong>do? —Biron se levantó, y cogiendo al otro por los<br />

hombros hizo que también se levantase—. Contésteme.<br />

—Me encontraron en <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de máquinas. —Las pa<strong>la</strong>bras le salían a<br />

borbotones—. Creían que me escondía, pero no era así. Hice sonar <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma del<br />

almacén porque tenía que estar solo unos cuantos minutos, muy pocos. Biron: he<br />

puesto en cortocircuito los hiperatómicos.<br />

—¿Qué?<br />

—Fue sencillo, tardé un minuto. Y no se darán cuenta. Lo hice<br />

con mucha astucia. No se enterarán hasta que traten de dar el salto, y entonces<br />

todo el combustible se convertirá en energía gracias a una reacción en cadena, y <strong>la</strong><br />

nave, nosotros, Aratap y todo lo que se sabe del mundo de <strong>la</strong> rebelión no será sino una<br />

tenue expansión de vapor de hierro.<br />

Biron retrocedía, abriendo los ojos.<br />

—¿Hizo eso?<br />

—Sí. —Gillbret ocultó <strong>la</strong> cabeza entre <strong>la</strong>s manos y se ba<strong>la</strong>nceó hacia de<strong>la</strong>nte y<br />

hacia atrás—. Moriremos, Biron. Y no temo morir, pero no quiero morir solo. Solo no.<br />

Tenía que ser con alguien. Me alegro de estar contigo. Quiero estar con alguien cuando<br />

muramos. Pero no sufriremos. Será rápido... No hará daño. No hará... daño.<br />

—¡Idiota! ¡Loco! —estalló Biron—. De no haber sido por esto, todavía podríamos<br />

haber triunfado.<br />

Gillbret no le oyó. Sus oídos estaban llenos de sus propias <strong>la</strong>mentaciones. Lo<br />

único que Biron pudo hacer fue precipitarse hacia <strong>la</strong> puerta.<br />

—¡Guardia! —gritó—. ¡Guardia! ¿Quedaban horas o so<strong>la</strong>mente minutos?<br />

147


21<br />

¿Aquí?<br />

El soldado llegó ruidosamente por el pasillo.<br />

—¡Métase ahí dentro! —ordenó con voz agria y dura.<br />

Estaban frente a frente, contemplándose. <strong>En</strong> <strong>la</strong>s pequeñas cabinas inferiores,<br />

que también servían de celdas para prisioneros, no había puerta, sino un campo de<br />

fuerza que se extendía de un <strong>la</strong>do a otro, y de arriba abajo. Biron podía sentirlo con <strong>la</strong><br />

mano. Al principio ofrecía escasa resistencia, algo así como una goma que se tensa<br />

hasta casi el límite, y que entonces deja de ceder, como si aquel<strong>la</strong> presión inicial <strong>la</strong><br />

convirtiese en acero.<br />

Biron <strong>la</strong> sintió en su mano, y sabía que si bien detendría por completo <strong>la</strong><br />

materia, sería tan transparente como el espacio al haz energético de un látigo<br />

neurónico. Y el guardia sostenía uno.<br />

—Tengo que ver al comisario Aratap —dijo Biron.<br />

—¿Y por eso está alborotando? —El guardia no estaba de muy buen humor. El<br />

servicio nocturno no era muy estimado y, además, estaba perdiendo en <strong>la</strong>s cartas—.<br />

Lo haré saber cuando se enciendan <strong>la</strong>s luces.<br />

—No es posible esperar—dijo Biron deso<strong>la</strong>do—. Es importante.<br />

—Tendrá que esperar. ¿Se echa para atrás o quiere un poco de látigo?<br />

—Mire —dijo Biron—, este hombre que está conmigo es Gillbret oth Hinriad.<br />

Está enfermo, quizá moribundo. Si se muere un Hinriad-en una nave tyrannia porque<br />

no me quiere dejar hab<strong>la</strong>r con el que manda, no lo pasará muy bien.<br />

—¿Qué tiene?<br />

—No lo sé. ¿Quiere apresurarse? ¿O está cansado de vivir?<br />

El guardia musitó algo y se fue.<br />

Biron le siguió con <strong>la</strong> mirada hasta donde lo permitió <strong>la</strong> oscura luz purpúrea.<br />

Aguzó el oído, tratando de captar el aumento de pulsación de <strong>la</strong>s máquinas, el cual<br />

indicaría que <strong>la</strong> concentración de energía iba aumentando para llegar al punto álgido<br />

preliminar de un salto, pero no pudo oír absolutamente nada.<br />

Se dirigió a Gillbret, le cogió por el cabello y le inclinó suavemente <strong>la</strong> cabeza<br />

hacia atrás. Los ojos le miraron desde una cara contorsionada. No había en ellos señal<br />

alguna de reconocimiento. Sólo había miedo.<br />

—¿Quién es usted?<br />

—Soy yo, Biron. ¿Cómo se encuentra?<br />

Gillbret permaneció silencioso durante un rato, como si <strong>la</strong>s pa<strong>la</strong>bras tardaran en<br />

llegarle. Al fin habló en un tono inexpresivo.<br />

—¿Biron? —Le recorrió un estremecimiento y pareció animarse un poco—.<br />

¡Biron! ¿Van a saltar? ¡La muerte no hará daño, Biron!<br />

Biron dejó caer aquel<strong>la</strong> cabeza. No podía estar enojado con Gillbret. Dada <strong>la</strong><br />

información que tenía, o que creía tener, había sido un gran gesto, ya que le estaba<br />

perjudicando.<br />

148


Pero él se sentía agitado por una intensa frustración. ¿Por qué no le dejaban<br />

hab<strong>la</strong>r con Aratap? ¿Por qué no le dejaban salir? Se encontró junto a una pared, y <strong>la</strong><br />

golpeó con los puños. Si hubiese habido una puerta, <strong>la</strong> hubiera podido demoler; si<br />

hubiese habido barras, <strong>la</strong>s hubiese podido apartar, o arrancar<strong>la</strong>s de sus encajes.<br />

gritar.<br />

Pero lo que había era un campo de fuerza que nada podía destruir. Volvió a<br />

Se oyeron nuevamente pisadas. Se aba<strong>la</strong>nzó hacia <strong>la</strong> puerta abierta pero<br />

infranqueable. No podía mirar para ver lo que se acercaba por el pasillo. Lo único que<br />

podía hacer era esperar. El guardia apareció de nuevo. Le acompañaba un oficial.<br />

—Apártese del campo —aulló—. Retroceda con <strong>la</strong>s manos por de<strong>la</strong>nte.<br />

Biron se retiró. El látigo neurónico del otro le apuntaba firmemente.<br />

—El hombre que está con usted no es Aratap —dijo Biron—. Quiero hab<strong>la</strong>r al<br />

comisario.<br />

—Si Gillbret oth Hinriad está enfermo, no necesita ver al comisario —dijo el<br />

oficial—. Lo único que necesita es ver a un médico.<br />

El campo de fuerza había desaparecido. Al abrirse el contacto se produjo un<br />

chispazo azul. El oficial entró y Biron pudo ver en su uniforme <strong>la</strong> insignia del grupo<br />

médico.<br />

Biron se p<strong>la</strong>ntó de<strong>la</strong>nte de él.<br />

—Está bien. Ahora escúcheme. Esta nave no tiene que saltar. El comisario es el<br />

único que puede disponerlo, y tengo que hab<strong>la</strong>rle. ¿No lo comprende? Usted es un<br />

oficial; usted puede hacer que le despierten.<br />

El doctor extendió un brazo para apartar a Biron, y éste lo abatió de un<br />

puñetazo. El doctor dio un agudo grito.<br />

—Guardia, saque de aquí a este hombre —ordenó.<br />

El guardia se ade<strong>la</strong>ntó, y Biron se <strong>la</strong>nzó contra él. Ambos cayeron al suelo;<br />

Biron se arrastró junto al cuerpo del guardia, mano sobre mano, sujetando primero el<br />

hombro y luego <strong>la</strong> muñeca del hombre que trataba de golpearle con el látigo.<br />

Durante un instante permanecieron inmóviles, tensos, el uno junto al otro,<br />

hasta que Biron pudo ver de reojo un movimiento: el oficial médico se separaba<br />

apresuradamente de él para hacer sonar <strong>la</strong> a<strong>la</strong>rma.<br />

Biron, con su mano libre, agarró al oficial por un tobillo. El guardia se debatía y<br />

casi se liberó, mientras el oficial pateaba furiosamente a Biron, pero éste, con <strong>la</strong>s<br />

venas del cuello y de <strong>la</strong>s sienes hinchadas, tiraba desesperadamente con ambas<br />

manos.<br />

El oficial se desplomó, gritando con voz ronca. El látigo del guardia cayó al<br />

suelo con un ruido áspero.<br />

Biron se <strong>la</strong>nzó sobre él, rodaron juntos y acabó por levantarse sobre sus rodil<strong>la</strong>s<br />

apoyándose en una mano; en <strong>la</strong> otra tenía el látigo.<br />

—¡Ni una pa<strong>la</strong>bra! —dijo con voz ronca—. Ni una pa<strong>la</strong>bra. Suelte todo lo que<br />

lleva encima.<br />

El guardia, al mismo tiempo que se levantaba, con <strong>la</strong> túnica hecha jirones,<br />

<strong>la</strong>nzó una mirada de odio y dejó caer un corto bastoncillo de plástico reforzado de<br />

metal. El doctor iba desarmado. Biron recogió el bastón.<br />

149


—Lo siento, pero no tengo con qué amordazarles, ni tiempo para hacerlo.<br />

El látigo restalló levemente una vez, dos veces. Primero el guardia' y luego el<br />

doctor quedaron rígidos en agónica inmovilidad, y cayeron con <strong>la</strong>s piernas y los brazos<br />

grotescamente dob<strong>la</strong>dos, proyectados fuera del cuerpo, en <strong>la</strong> misma actitud en que<br />

estaban cuando fueron alcanzados por el látigo.<br />

Biron se volvió a Gillbret, que le observaba con sorda indiferencia y vacuidad.<br />

—Lo siento —dijo Biron—, pero usted también, Gillbret.<br />

El látigo chasqueó por tercera vez. Aquel<strong>la</strong> vacua expresión quedó conge<strong>la</strong>da<br />

cuando Gillbret cayó y quedó tendido sobre un <strong>la</strong>do.<br />

El campo de fuerza seguía interrumpido y Biron salió al pasillo. Estaba vacío.<br />

Era <strong>la</strong> «noche» de <strong>la</strong> nave espacial, y so<strong>la</strong>mente <strong>la</strong> guardia nocturna estaría levantada.<br />

No tenía tiempo para encontrar a Aratap. Tendría que ir directamente a <strong>la</strong> sa<strong>la</strong><br />

de máquinas. Comenzó a avanzar hacia <strong>la</strong> parte de proa.<br />

Un hombre en traje de mecánico pasó apresuradamente por su <strong>la</strong>do.<br />

—¿Cuándo es el próximo salto? —preguntó Biron al pasar.<br />

—Dentro de media hora —respondió el mecánico por encima del hombro.<br />

—¿Voy bien para <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de máquinas?<br />

—Sí. Suba por <strong>la</strong> rampa. —El hombre se volvió repentinamente y preguntó—:<br />

¿Quién es usted?<br />

No respondió. El látigo chasqueó por cuarta vez. Biron siguió avanzando.<br />

Quedaba media hora.<br />

Mientras subía por <strong>la</strong> rampa oyó ruido de hombres. La luz que había de<strong>la</strong>nte era<br />

b<strong>la</strong>nca y no púrpura. Vaciló. Luego se guardó el látigo en el bolsillo. Estarían ocupados<br />

y no habría razón para que sospechasen de él.<br />

<strong>En</strong>tró rápidamente. Los hombres parecían pigmeos que se afanaban entre los<br />

grandes convertidores de materia en energía. La sa<strong>la</strong> estaba llena de aparatos<br />

esféricos, cien mil ojos que proc<strong>la</strong>maban su información a todo aquel que mirase. Una<br />

nave de aquel tamaño, casi del tipo de <strong>la</strong>s grandes naves de pasajeros, era muy<br />

diferente del pequeño crucero tyrannio a que se había acostumbrado. Allí <strong>la</strong>s máquinas<br />

eran casi automáticas. Aquí eran lo suficientemente grandes como para suministrar<br />

energía a una ciudad, y requerían considerable vigi<strong>la</strong>ncia.<br />

Se encontraba en un balcón con barandil<strong>la</strong> que rodeaba <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de máquinas. <strong>En</strong><br />

un rincón había una pequeña cabina donde dos hombres maniobraban con rápidos<br />

dedos <strong>la</strong>s computadoras.<br />

Se apresuró en aquel<strong>la</strong> dirección, mientras los mecánicos pasaban junto a él sin<br />

mirarle, y cruzó <strong>la</strong> puerta.<br />

Los dos que estaban junto a <strong>la</strong>s computadoras le miraron.<br />

—¿Qué ocurre? —preguntó uno que ostentaba <strong>la</strong>s insignias de teniente—. ¿Qué<br />

está usted haciendo aquí arriba? Vuelva a su puesto.<br />

—Escúcheme —dijo Biron—. Han producido un cortocircuito en los<br />

hiperatómicos. Tienen que ser reparados.<br />

—Espere —dijo el otro—. Yo he visto a este hombre. Es uno de los prisioneros.<br />

Sujétalo, Lancy.<br />

150


Se levantó y se dirigió hacia <strong>la</strong> puerta externa. Biron saltó por encima de <strong>la</strong><br />

mesa y de <strong>la</strong>s computadoras, agarró el cinturón de <strong>la</strong> túnica del hombre que estaba<br />

ante los controles y le empujó hacia atrás.<br />

—Exacto —dijo—. Soy uno de los prisioneros. Soy Biron de Widemos. Y lo que<br />

digo es verdad. Ha sido establecido un cortocircuito en los hiperatómicos. Si no me<br />

cree, compruébelo.<br />

El teniente se dio cuenta de que estaba contemp<strong>la</strong>ndo un látigo neurónico.<br />

—No es posible hacerlo, señor —dijo con caute<strong>la</strong>—, sin orden del oficial del día,<br />

o de! comisario. Eso supondría alterar los cálculos del salto, y nos retrasaría bastantes<br />

horas.<br />

—Consiga, pues, <strong>la</strong> autorización. Comunique con el comisario.<br />

—¿Puedo usar el comunicador?<br />

—Apresúrese.<br />

El brazo del teniente se dirigió hacia <strong>la</strong> boca del intercomunica-dor, pero cuando<br />

había llegado a mitad de camino se precipitó con rapidez sobre <strong>la</strong> hilera de botones en<br />

el extremo del banco. Resonaron los timbres por toda <strong>la</strong> nave.<br />

El bastón de Biron llegó demasiado tarde. Descendió con dureza sobre <strong>la</strong><br />

muñeca del teniente. Éste <strong>la</strong> apartó rápidamente, sujetándo<strong>la</strong> y gimiendo, pero <strong>la</strong>s<br />

señales de a<strong>la</strong>rma seguían sonando.<br />

Por todas <strong>la</strong>s entradas se precipitaban los guardas en dirección al balcón. Biron<br />

salió apresuradamente de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de mandos, mirando en ambas direcciones, y al fin<br />

saltó por encima de <strong>la</strong> barandil<strong>la</strong>.<br />

Descendió a plomo, aterrizó con <strong>la</strong>s rodil<strong>la</strong>s dob<strong>la</strong>das y cayó dando vueltas.<br />

Rodó lo más rápidamente que pudo a fin de evitar convertirse en un b<strong>la</strong>nco. Oyó el<br />

suave zumbido de un fusil de aguja junto a su oído, pero un instante después se<br />

encontraba a <strong>la</strong> sombra de una de <strong>la</strong>s máquinas.<br />

Se levantó medio encorvado. La pierna derecha le dolía agudamente. <strong>En</strong> un<br />

punto tan cercano al casco de <strong>la</strong> nave, <strong>la</strong> gravedad era elevada, y <strong>la</strong> caída había sido<br />

<strong>la</strong>rga. Se había causado un serio esguince en <strong>la</strong> rodil<strong>la</strong>; eso significaba que <strong>la</strong> carrera<br />

había terminado. Si ganaba, tendría que ser desde donde se encontraba.<br />

—¡No disparéis! —gritó—. Estoy desarmado.<br />

Primero el bastón y luego el látigo que había quitado al guardia cayeron al<br />

centro de <strong>la</strong> sa<strong>la</strong> de máquinas. Allí quedaron, proc<strong>la</strong>mando su impotencia a <strong>la</strong> vista de<br />

todos.<br />

—¡He venido a preveniros! Hay un cortocircuito en los hiperatómicos. Un salto<br />

significaría <strong>la</strong> muerte de todos nosotros. Os pido so<strong>la</strong>mente que comprobéis los<br />

motores. Quizá perderéis unas cuantas horas, si es que estoy equivocado; pero<br />

salvaréis vuestras vidas si tengo razón.<br />

—Bajad y agarradle —dijo alguien.<br />

—¿Es que vais a vender vuestras vidas en vez de escuchar? —aulló Biron.<br />

Oyó el ruido cauteloso de muchas pisadas y retrocedió. Luego escuchó un ruido<br />

por encima de él. Un soldado descendía por <strong>la</strong> máquina y se