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época, remarca la mayor calidad del cristal por sobre el metal<br />
debido a que “el cristal recibe mejor los rayos de luz gracias a<br />
su transparencia”. Estos cristales reenviaban una imagen deformada<br />
pero panorámica, asociando en una misma palabra,<br />
speculum, las nociones de especulación, de libro y reflejo. Paralelamente,<br />
en los textos espirituales que evocan el carácter<br />
simbólico de los espejos –como espejos de Dios o del alma–,<br />
poetas y juglares de la Edad Media celebran sus propiedades<br />
ópticas y el poder mágico que invoca la reproducción de la<br />
imagen.<br />
En Venecia es donde renace la fabricación del espejo de cristal,<br />
que a partir del siglo XII evoluciona lentamente. Los vidrieros<br />
aprenden a trabajar su materia de manera cilíndrica, y de ese<br />
modo el cristal presenta una superficie más uniforme: oprimido<br />
y pulido, se ve inserto en una aleación de estaño y plomo a partir<br />
del siglo XIX. Sin embargo, a pesar de un blanqueamiento<br />
obtenido con óxido de manganeso, el cristal permanece amarillento<br />
y su materia se ve a menudo alterada por las impurezas.<br />
De ser considerado como un objeto de lujo destinado a una<br />
clientela aristocrática, hacia finales del siglo XVII, el espejo se<br />
convierte en una necesidad para todos. Rabelais, anticipándose<br />
dos siglos, había soñado con dotar cada una de los 9332 cuartos<br />
de la abadía de Thélème de un “espejo cristalino de tal tamaño<br />
que fuera capaz de representar a toda persona en su completa<br />
magnitud”. La propuesta del autor de Gargantúa no resultó tan<br />
delirante como su obra: el artefacto no demoraría en llegar y a<br />
partir de entonces hombres y mujeres se creyeron dueños de<br />
su imagen, de pies a cabeza. Claro que no siempre se mostraban<br />
de acuerdo con lo que revelaba su reflejo. Existe un relato<br />
coreano del siglo XVIII en el que un comerciante, el buen<br />
Pak, decide homenajear a su mujer regalándole un espejo. Sin<br />
embargo, cuando ella sorprende su imagen, entiende que esa<br />
figura no puede ser otra que la amante de su esposo –lo que<br />
no resultaba del todo errado– y se muestra perturbada ante la<br />
misma.<br />
Los espejos revelan una realidad aparente. Que creamos en<br />
ella o no ya es otro asunto. Y en esto, los espejos proclaman su<br />
inocencia<br />
Historia del espejo,<br />
de Sabine Melchior-Bonnet<br />
Club Burton-Edhasa, 2014