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Caith Danser - El Laberinto De Hermes

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EL LABERINTO DE HERMES<br />

—No te preocupes, no creo que sea tan peligroso. Sólo procura<br />

bajar despacio y pisar con cuidado —exclamé, acercándome al<br />

primero de los escalones. Mis pocas suposiciones acababan de<br />

caducar de forma repentina, al ver como aquellas escaleras se<br />

transformaban en pequeños peldaños cubiertos de fuego.<br />

—¡Wow! Ahora sí que no pienso bajar por aquí, <strong>Danser</strong>, lo<br />

siento —objetó ella pasmada, advirtiéndose de la clara desnudez<br />

de nuestros pies.<br />

—Tienes razón, se nos van a carbonizar las piernas. Aun así,<br />

no creo que haya otro lugar por donde bajar —exclamé, estudiando<br />

con suma cautela la intensidad de esas llamas.<br />

—Espera, creo que tengo una idea. <strong>El</strong> fuego no lleva más de<br />

veinte segundos encendido, tardarán unos cuantos minutos en<br />

calentarse los escalones...<br />

—¿Y qué sugieres? No pienso bajar por aquí y no lograrás<br />

convencerme de hacerlo —murmuraba ella, mientras yo, actuando<br />

de manera fortuita, la alcé firmemente entre mis brazos.<br />

—¡Estás loco! ¡Bájame ya, <strong>Danser</strong>, por favor! ¡Vamos a matarnos,<br />

no seas inconciente! ¡Bájameeeee! —se desesperaba en gritos<br />

mientras yo embolsaba en mi cuerpo toda la adrenalina posible.<br />

Me acomodé estable frente a aquellas gradas y, sujetando a mi<br />

compañera con fuerzas, comencé a correr cuesta abajo.<br />

—¡Maldición, esto sí que está caliente! —me quejaba dolorido,<br />

atinando a pisar uno a uno los escalones. Sin siquiera percatarme<br />

del abismo a mis lados, descendía a toda prisa evitando<br />

perder súbitamente mi equilibrio.<br />

—¡¡¡Ni se te ocurra soltarmeeeee!!! —gritaba ella una y otra<br />

vez, dándole un giro de ciento ochenta grados a sus últimas demandas.<br />

—¡Ya casi llegamos! Unos pocos escalones más y estaremos<br />

abajo. ¡Dios, como quema esto! —exclamé, sintiendo en mis pies<br />

el más inexplicable de los ardores; una interminable evocación<br />

de pinchazos como agujas por toda la planta de mis pies. Salteé<br />

finalmente los últimos cinco escalones y, soltando a la muchacha<br />

sana y salva sobre el suelo, me aventé hacia un rincón de aquel<br />

cuarto para mitigar el dolor de las quemaduras.<br />

—¡Vaya! Tienes los pies completamente rojos, <strong>Danser</strong>. ¿Te<br />

duele mucho? —inquirió ella, acercándose a mí.<br />

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