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Descargar Revista Completa - Revista Fuentes Humanísticas - UAM

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LETICIA ROMERO CHUMACEROde 1867, por mencionar un caso, llegarona niveles de exuberancia puntualmenteconsignados por Enrique Fernández Ledesma,quien refirió el brusco paso delas tertulias sencillas a las veladas suntuosas.En tal círculo las lecturas fueronpaulatinamente desplazadas por “orquesta,baile, buffet, vinos fantásticos, manjaresexquisitos [...], riqueza de muebles ymansión [sin faltar] el tono delicadísimode savoir vivre de los dueños de la casa”. 22Uno de los asistentes a ese encuentrosocial, sin embargo, recordaba con agradoel magro contenido del banquete quecompartió alguna vez con los miembrosde la Academia de Letrán, lo cito: “rebanósela piña [y] se espolvoreó sobreella el polvo de azúcar”. 23 Ese aperitivoera casi un lujo entre jóvenes escritoresacostumbrados a compartir sólo palabrasy tazas de café, ese “néctar negrode los sueños blancos” como lo llamaronJuan de Dios Peza y su generación, 24 heredera,por cierto, de la que departió conrebanadas de piña.Es relevante fijar esos datos en aparienciaanecdóticos porque sugieren la existenciade una fina línea que separaba elmero festejo, de la performance literariaa través de la cual se divulgaban conocimientosy creaciones. Aquél privilegiabael aderezo y la diversión. La otrapráctica aprovechaba eso, trasladandola literatura a un terreno escénico dondeadquirían importancia el sonido, la luzde la habitación, los aromas esparcidosen la sala (¿de café, refrigerios o flores?),222324Enrique Fernández Ledesma, “El romanticismodel 67 y sus veladas literarias”, en Nueva galeríade fantasmas, p. 128.Prieto, Memorias de mis tiempos, p. 75.Juan de Dios Peza, “El libro de hueso”, en Memorias,reliquias y retratos, p. 76.el área donde el poeta se colocaba paraleer-actuar su texto (¿una tribuna, un elegantesillón, la gastada silla en la habitaciónde un estudiante de medicina?).Aquello implicaba escuchar, ver, oler, tocar,saborear la literatura; suponía, porejemplo, la presencia de un acento norteñoen aquel joven pálido que recitabalos lacrimógenos versos del “Nocturno”dedicado a Rosario de la Peña.Lo escénico, insisto, no requería forzosamenteun público numeroso. Bastabala presencia de los colegas que eran a untiempo intérpretes de sus obras y críticosde las ajenas. Joviales y entusiastas, losfundadores de la Sociedad Nezahualcóyotlcomenzaron a reunirse en 1869 enlos jardines del ex convento de San Jerónimo.25 En la introducción a un folletodonde publicaron sus obras, preguntaronretóricamente:¿Qué deseos ambiciosos pueden tenerunos estudiantes que se congregan con elexclusivo objeto de leerse mutuamentecomposiciones ligeras, fruto de sus ratosde ocio, o de aquellos que pueden robara sus severas ocupaciones de colegio? 26Una vez más, fuera de las imponentesceremonias y de los banquetes suntuosos,una pequeña comunidad cifraba suatención en escuchar palabras, en “leersemutuamente composiciones” bajo la sombrade árboles que alguna vez cobijarona una monja, colega de pluma. Ser escritorsignificaba para esos hombres decimonónicosllamados Manuel Acuña oAgustín Cuenca, poner las creaciones25Agustín F. Cuenca, “Manuel Acuña”, en El SigloDiecinueve (5 de diciembre de 1874), p. 3.26Caffarel Peralta, El verdadero Manuel Acuña, p.13, n. 17.92 FUENTES HUMANÍSTICAS 39 LITERATURA

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