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Juana Porcallo era una mujer robusta, de ojos y cabello que azulaban de<br />
tan negros, pechos vastos y firmes, satinados por una turgencia de plomo.<br />
Las amarguras de una áspera y prolongada estancia en Toluca le habían<br />
conferido un aire de matrona precoz. Cuando se enojaba solía retorcer el<br />
entrecejo con los brazos en jarras; cuando de buen humor amanecía era un<br />
ángel sonriente, ataviada de raso y tafetán, el pelo perfumado. Pues sobre<br />
todo gustaba de lucir bien, así fuera nomás para agradar a sí misma… 4<br />
Estefanía, en cambio, es retratada como una ninfa pubescente, enamorada<br />
de ese fauno sin laberintos (o fauno chocarrero) que era Alberto del Canto<br />
a la hora de tomar la siesta.<br />
Una tarde, Estefanía se desnudó y recostó en la tina de baño. Hacía mucho<br />
calor; por el tragaluz entraba un quemante rayo naranja, pegando en<br />
el cobre de la bañera. Se oían los ronquidos de Alberto en la recámara.<br />
Estefanía descubrió al fondo, tras unas pilas de pieles de cabra, el viejo<br />
tarro de burbujas. Al levantarse para ir por él, su chorreante pubis afiló<br />
un mechón en la punta. Con luz de Salmón brilló su cuerpo de bronce, la<br />
textura de sus caderas, su vientre plano como una moneda. Tomó el tarro<br />
y regresó a la bañera. recostada de nuevo, lo sumergió, y frotó, lo limpió<br />
con cariño, suavemente, entre las piernas. Enseguida quiso hacer pompas,<br />
pero sólo obtuvo un racimo de grumos que a poco se disolvieron en la<br />
superficie del agua. Al salir del cuarto de baño encontró a Alberto en la<br />
cama, desnudo boca arriba. dormía plácidamente con los brazos en la nuca,<br />
bajo la ventana. Como un perro echado, su ondulante miembro descansaba<br />
en un muslo. Era de oscuro terciopelo en la base, nervudo, la sonrosada<br />
cabeza de alas anchas. Ella devoraba la visión mientras se vestía despacio,<br />
sin hacer ruido, cuidando de no perturbar el prodigio de estar ahí, junto a<br />
su expuesto hombre. 5<br />
Gracias a la ficción literaria podemos darle color y atmósfera a los escuetos<br />
testimonios de la historiografía. En los hechos nada es totalmente<br />
blanco ni totalmente negro, si lo vemos con detalle; tampoco, totalmente<br />
seguro. Siempre quedarán amplios márgenes de especulación que los<br />
historiadores, por fidelidad a la verdad documental, prefieren dejar al<br />
malicioso albedrío de los lectores o a la desbocada, pero no tan descocada,<br />
imaginación de los escritores (y de algunos autores de telenovelas).<br />
En el caso de La novelesca historia de Alberto del Canto, parece que el<br />
historiador Sergio recio pensó que bastaba la mera transcripción de las<br />
hazañas del fundador de Saltillo para que el texto automáticamente se<br />
4 Mario Anteo, El reino en celo. Fondo Editorial Nuevo León, Monterrey, 1991 (Colección La Línea<br />
de Sombra), p. 44.<br />
5 Ib., pp. 196-197.<br />
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