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COMISIÓN PRESIDENCIAL PARA LA CONMEMORACIÓN DEL<br />
VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA REBELIÓN CÍVICO – MILITAR<br />
DEL 4 DE FEBRERO DE 1992<br />
Diosdado Cabello Rondón<br />
GJ Henry Rangel Silva<br />
GD Miguel Rodríguez Torres<br />
Rafael Isea Romero<br />
Ronald Blanco La Cruz<br />
Earle Herrera<br />
Ernesto Villegas Poljak<br />
Desireé Santos Amaral<br />
Pedro Calzadilla<br />
Carmen Bohórquez<br />
Lionel Muñoz<br />
Francisco Arias Cárdenas<br />
Luis Reyes Reyes<br />
Nancy Pérez<br />
Alí Rodríguez Araque
FEBRERO
Primera edición: Editorial Fuente, 1990<br />
Segunda edición: Fundación Editorial El perro y la rana, Colección 4F, 2012<br />
Tercera edición (digital): Fundación Editorial El perro y la rana, 2016<br />
© Argenis Rodríguez<br />
© Comisión Presidencial para la Conmemoración del<br />
Vigésimo Aniversario de la Rebelión Cívico – Militar<br />
del 4 De Febrero de 1992, 2012<br />
Coordinación de colección<br />
Luis Felipe Pellicer<br />
Asesoría editorial<br />
Dannybal Reyes<br />
Diseño de colección:<br />
Dileny Jiménez<br />
Edición y corrección ortotipográfica:<br />
Douglas García<br />
Vilma Jaspe<br />
Elis Labrador<br />
Jenny Moreno<br />
Carlos Zambrano<br />
Vanessa Chapman<br />
María A. Rojas<br />
Carina Falcone<br />
Hecho el Depósito de Ley:<br />
lfi 4022820123205<br />
ISBN 978-980-7248495
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
FEBRERO
PREsentación<br />
Colección 4F: La Revolución de Febrero<br />
Hace más de veinte años se forjó el comienzo de una incesante<br />
lucha. El pueblo de Bolívar sufría las consecuencias de una<br />
grave crisis acentuada desde comienzos de los años ochenta: el<br />
engaño, la represión sistematizada, la corrupción administrativa,<br />
la red de complicidades de los partidos políticos y la impunidad<br />
más insolente en el ámbito judicial convirtieron la crisis<br />
económica venezolana en una crisis del sistema político-moral,<br />
crisis cuya más cruda expresión se manifestó con la insurrección<br />
popular en contra de las medidas neoliberales de ajuste<br />
estructural de 1989 que conocemos como El Caracazo, evento<br />
que produjo un efecto constituyente para el Movimiento Bolivariano<br />
venezolano.<br />
El año 1992 representó para los venezolanos y las venezolanas<br />
un hito histórico que definió y caracterizó el devenir de la<br />
política de nuestro país. Tienen arraigo en la memoria colectiva<br />
aquellos acontecimientos del 4 de febrero: insurrección cívicomilitar<br />
de profundas convicciones sociales guiada por los más<br />
altos valores patrios. Al frente de la rebelión militar del Movimiento<br />
Bolivariano Revolucionario 200 del 4-F y con el Por<br />
ahora, Hugo Chávez se posiciona en el imaginario popular como<br />
un ícono de responsabilidad, valentía y heroísmo. Después de<br />
dos años de prisión enfrentados con dignidad se incorpora a la<br />
lucha política obteniendo el triunfo abrumador en las elecciones<br />
del 1998. Pero las bestias de la reacción y del imperio prepararon<br />
su metralla: Chávez es derrocado el 11 de abril de 2002. Horas<br />
después todas las fuerzas coaligadas del sector popular del 27-F,<br />
junto a las del ejército bolivariano del 4-F, reaccionan y el 13 de
abril de 2002 destronan al títere impuesto por el Departamento<br />
de Estado norteamericano. Sucediéndose así tres procesos en una<br />
sola dirección hacia el rescate de la soberanía: la histórica clarinada<br />
del 27-F; la reacción militar bolivariana del 4-F y el rescate<br />
del 13-A como poder de la conciencia revolucionaria que define<br />
para siempre el rumbo socialista.<br />
La Comisión Presidencial Bicentenaria en virtud de celebrar<br />
los actos del 4 de febrero de 2012 y con el propósito de<br />
contribuir a la formación de la conciencia histórica que expresan<br />
estas nuestras más contemporáneas fechas patrias, presenta<br />
ante sus lectores una colección en la cual encontraremos los<br />
siguientes diez enriquecedores títulos: 27-F, para siempre en la<br />
memoria de nuestro pueblo (compilación de la Defensoría del<br />
Pueblo); Febrero de Argenis Rodríguez; Historia documental del<br />
4 de Febrero de Kléber Ramírez Rojas; Hugo Chávez: del 4 de<br />
Febrero a la V República de Humberto Gómez García; El Caracazo<br />
(varios autores); 27 de febrero de 1989: interpretaciones<br />
y estrategias de Reinaldo Iturriza; Del 11 al 13. Testimonios y<br />
grandes historias mínimas de abril 2002 de José Roberto Duque;<br />
4-F. La rebelión del sur de José Sant Roz; El poder, la mentira y la<br />
muerte, de El Amparo al Caracazo de Miguel Izard; Un día para<br />
siempre. 33 ensayos sobre el 4F, compilados por la Red Nacional<br />
de Escritoras y Escritores Socialistas de Venezuela.<br />
Sugerimos, pues, al glorioso y bravío pueblo venezolano,<br />
sumergirse y sumarse en esta extraordinaria colección, única<br />
en su corporeidad, garante del pensamiento nacionalista revolucionario,<br />
rebelde en el espíritu reivindicativo que va plasmado<br />
en cada unas de las obras de estos autores, conscientes de su<br />
papel con nuestra historia contemporánea.
[...]<br />
si un tiempo fuertes, ya desmoronados<br />
[...]<br />
y no hallé cosa en qué poner los ojos<br />
que no fuese recuerdo de la muerte.<br />
Francisco de Quevedo
UNO<br />
RESOLANA
1<br />
La mujer salió al patio con la cesta de ropa para colgar cuando<br />
divisó al negro. Al principio la mujer se asustó, aunque el negro,<br />
de pie, con los brazos separados, había puesto cara-de-caridad, de<br />
quien está en la mala, pero que no desea hacer el mal ni lo ha hecho<br />
nunca.<br />
La mujer, cesta en mano, miró el alambre donde solía colgar<br />
la ropa y se volteó para volver a ver al negro, pues no lo había visto<br />
bien. A mí se me hace que este se escapó de alguna parte o anda<br />
huyendo, se dijo. Y por poco no gritó: “¡Qué susto! ¡Válgame Dios! ”.<br />
Pero algo en la actitud del negro la contuvo.<br />
La casa de la mujer era la más distante del barrio. El silencio<br />
lo invadía todo. El calor era sofocante a esa hora del mediodía y<br />
el negro sudaba la franela a rayas. Tenía la cara lubricada por el<br />
sudor y del pelo chicharrón le caían gruesas gotas de agua, porque<br />
al parecer el negro había metido la cabeza en un balde de agua o<br />
en el molino donde bebía agua el ganado. Tenía el pantalón lleno<br />
de barro y los zapatos tan negros como los pies de tanto andar a la<br />
intemperie por caminos polvorientos o aguas encharcadas.<br />
El negro no llevaba medias. Ni falta que le hacían en la situación<br />
en que se encontraba. En todo caso se las quitó y las lanzó<br />
por ahí o se robó los zapatos sin pensar en las medias. El negro<br />
FEBRERO<br />
[ 13 ]
había corrido un buen trecho, había descansado y se había puesto<br />
a marchar de nuevo. El recorrido lo había hecho a pie, evitando<br />
carreteras. Había pasado en silencio frente a casas como esta, pero<br />
los perros o los niños lo ahuyentaban. Aunque su último contacto<br />
con una persona fue con una mujer (no diferenciaba a una niña de<br />
una mujer porque todas le parecían iguales).<br />
Pasó todo un día escondido en una casa de adobes con una<br />
ventana de hierro. La gente, supuso, dormía sobre los colchones<br />
tirados en el piso, y sus moradores eran mujeres. Mujeres hechas y<br />
derechas. O niñas, lo que era igual.<br />
Al frente corría una quebrada y por las conversaciones se<br />
enteró que la dueña de la casa paría esa noche. Por la tarde escuchó<br />
el grito de la muchachada que salía de la escuela que estaba detrás<br />
y a los pocos segundos entró una mujer o una niña a la que golpeó<br />
en la cabeza. No quería matarla porque lo suyo era disfrutar de sus<br />
víctimas mientras vivieran. Pero la niña (era una niña) se le zafó,<br />
le lanzó una patada y procuró correr hacia la puerta. El negro, casi<br />
instintivamente, la haló por la larga cabellera, la estrechó contra la<br />
pared, la mordió en el cuello y después en la boca, donde le buscó<br />
la lengua y se la arrancó de un tajo.<br />
La niña vivía aún cuando el negro la violentó. Vivía todavía<br />
cuando volvió a poseerla. Para la tercera vez el negro comprendió<br />
que estaba muerta. La hurgó con una cabilla, se la metió hondo en<br />
la vagina y la traspasó. Está más muerta que el carajo, se dijo.<br />
De afuera se oía la música de una rocola o la conversación de la<br />
gente que vivía del otro lado de la quebrada y que jugaba dominó.<br />
A eso de las diez vinieron y tocaron la puerta.<br />
—Qué raro, yo la vi entrar –dijo una mujer–. Yo le venía a decir<br />
que la mamá había parido.<br />
El negro no hizo ningún ruido. Estuvo acostado sobre el<br />
cuerpo sintiendo nuevas erecciones.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 14 ]
Poco rato después que las mujeres se fueron salió por la<br />
ventana y caminó por los predios de la escuela. En alguna parte<br />
estaban friendo chinchurrias y celebrando una fiesta. Pasó por la<br />
quinta deshabitada, cruzó la avenida Bolívar, que era una calle de<br />
una sola vía y se internó por la quebrada. Todavía tuvo tiempo de<br />
acostarse debajo de un viejo alero cuando oyó los gritos.<br />
—¡La mataron!<br />
—¡La violaron!<br />
—¡Era la mayor!<br />
—¡Y la mamá acababa de parir! ¡Pobre Alida!<br />
Entonces se levantó, corrió por la noche toda y por todo el<br />
día cuando llegó al solar y contempló a la señora gorda, joven si<br />
se ponía a compararla con otras mujeres que había visto, tocado o<br />
golpeado, y le dijo las primeras palabras:<br />
—Estoy perdido y no soy de aquí.<br />
—Pues, señor, está en Cagua –respondió la mujer de caderas<br />
anchas y senos prominentes.<br />
El negro la contempló como si la desnudara o ya la hubiera<br />
hecho suya. Era como si ya hubiera sido de él en otro tiempo, en el<br />
pasado.<br />
FEBRERO<br />
[ 15 ]
2<br />
A la mujer no se le escapó un solo gesto del hombre. Le dio<br />
la espalda, pero no lo perdía de vista mirándolo por encima del<br />
hombro. De ese modo terminó de colgar la ropa y con prisa se<br />
dirigió a la puerta de la casa.<br />
El hombre no se había movido. Continuaba sudando y<br />
echando largas ojeadas a la lejura. Hasta lograba ver una urbanización<br />
con sus alamedas y sus carros estacionados bajo el intenso<br />
sopor del mediodía.<br />
Uno que otro gallo cantó y un gato pasó con lentitud, se humedeció<br />
las patas delanteras con la lengua y prosiguó en su incierta<br />
caminata.<br />
Cuando la mujer traspuso la puerta de zinc el hombre dio dos<br />
pasos, titubeó y se dijo: Carajo, estoy en la misma Cagua. Hay que<br />
ver lo que he corrido por la noche y parte del día de hoy.<br />
Se acercó a la casa de adobes y cartón piedra, una casa de dos<br />
cuartos en la que se podía divisar una cocina en uno de ellos y una<br />
cama en el otro.<br />
El hombre de unos treinta años, más negro que moreno y con<br />
los ojos más rojos que negros, caminó levantando el polvo del patio<br />
y tocó la puerta.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 16 ]
—Mejor se aleja –respondió la mujer–. Mi marido y mis hijos<br />
están por llegar.<br />
—Yo lo que quiero es agua –atinó a decir el hombre, que<br />
buscaba al mismo tiempo una ranura más ancha para mirar hacia<br />
adentro–. Yo lo que quiero es una poquita de agua –repitió.<br />
—Ya se le siente que a más de agua quiere comer y tal vez otra<br />
cosa.<br />
—No, señora, yo con un vaso de agua me conformo. A lo más<br />
dos y me voy.<br />
—Ya le dije que se fuera.<br />
Y la mujer le pasó la tranca a la puerta, luego se agachó y sacó<br />
un machete de debajo de la cama. Se sentó.<br />
—Ahora sí me jodí yo con este culito –se dijo la mujer en voz<br />
baja.<br />
—Señora, que yo no me le he expresado mal.<br />
—Pero cualquiera lo conocería y adivinaría lo que piensa.<br />
—¿Cómo va usted a adivinar lo que pienso? ¿Acaso lee usted<br />
los pensamientos?<br />
—Más de lo que usted cree. ¿O por qué piensa usted que yo<br />
me he trancado por dentro y lo estoy esperando con lo que usted<br />
menos se imagina?<br />
—Entonces me voy.<br />
—Váyase.<br />
—Me voy –dijo el negro mirando la casa, la pequeña ventana,<br />
la puerta que acaso no resistiera dos empujones y la cuerda de<br />
tender la ropa.<br />
A lo lejos se oyó el motor de un camión.<br />
—Señora, usted no entiende y se le niega a un cristiano.<br />
—Mire, arranque antes de que sea demasiado tarde.<br />
Algunos gallos cantaron respondiéndose. Una camioneta<br />
pasó por la carretera levantando polvo amarillo.<br />
FEBRERO<br />
[ 17 ]
—Cualquiera de esos carros que usted oye pudiera ser el de mi<br />
marido. O usted no lo entiende.<br />
—Yo...<br />
—Yo –lo interrumpió la mujer– no voy a pasar todo el santo<br />
día encerrada en este infierno.<br />
—Bueno, me voy –dijo el hombre y como si ya lo hubiera<br />
calculado todo partió en carrera contra la puerta y la reventó.<br />
—¡Ay, el diablo! –gritó la mujer. Gritó como una rata acorralada<br />
a la que le han encajado un hierro caliente en la barriga.<br />
El hombre se había colado y la mujer le había lanzado un<br />
machetazo por arriba y por la fuerza se le quedó clavado en la<br />
pared. Trató de halarlo, sacarlo, rescatarlo cuando sintió un golpe<br />
en la nuca. Después más golpes repetidos y bien lanzados contra<br />
los costados, la cara y el abdomen. Al caer, el negro dijo:<br />
—Se lo tenía merecido.<br />
Se fijó en torno suyo. Sacó el machete. Se paseó por las dos<br />
habitaciones y tomó agua levantando la tinaja. Así como bebió se<br />
dejó caer un chorro en la cabeza sin dejar de estar atento a la mujer,<br />
a la puerta y a las dos pequeñas habitaciones. Se sentó en un filo de<br />
la cama. Todo había sido rápido. Del techo colgaban algunas hojas<br />
de ruda, unas pencas de sábila y una mano de cambur verde. Se<br />
comió una cebolla, rebuscó en las tapias y encontró un pedazo de<br />
cochino frito. Comió con calma ahora con el machete debajo del<br />
sobaco izquierdo.<br />
La mujer, al caer, se había roto la cabeza con la piedra de<br />
pisar los aliños y el vestido blanco se le había subido. No tenía ni<br />
pantaletas ni sostenes. El negro le arrancó el trapo enterizo, la vio<br />
desnuda, se le montó vestido, abriéndose sólo la bragueta y después<br />
de satisfacerse y respirar profundo sentado sobre las piernas de la<br />
mujer que sangraba por la boca, se dijo: Ni malo. Y eso que ha sido<br />
de día.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 18 ]
Se levantó, volvió a beber agua, esta vez con un cántaro de<br />
metal y con el machete que no había soltado en ningún instante,<br />
le lanzó un golpe al cuello de la mujer de derecha a izquierda y le<br />
desprendió la cabeza que voló por los aires.<br />
Le parecía normal y hasta satisfactorio que terminara de esa<br />
forma una mujer (o una niña) que se le había resistido. Aunque<br />
encontró ropa de hombre en uno de los cuartos, se acostó en la<br />
cama porque supuso a la mujer sola y se durmió. En el sueño tuvo<br />
varias erecciones y habló en voz alta.<br />
Cuando se despertó eran pasadas las seis. Se cambió de ropa.<br />
En esta ocasión no se olvidó de ponerse medias y se llevó un dinero<br />
que encontró en un frasco bocón.<br />
Por el cansancio no se había dado cuenta de que había dormido<br />
al lado de la cabeza de la mujer que había saltado quién sabe desde<br />
dónde al único y bien proporcionado machetazo. Mala suerte,<br />
pensó. Y eso que esta desconfió bastante. Y se marchó.<br />
FEBRERO<br />
[ 19 ]
3<br />
En La Encrucijada pidió una arepa de pernil y se la comió de<br />
pie, mirando hacia todas partes. La gran parada estaba atestada de<br />
autobuses, carros por puesto, camionetas de pasajeros y grandes<br />
camiones de transporte. Se fijaba hacia todos los lados como la vez<br />
que lo sorprendieron tocando a la niña en El Valle. Iba a cada hora<br />
a casa de su madrina y se sentaba al lado de la niña que veía televisión<br />
y le metía la mano izquierda por debajo y le tocaba la totona.<br />
A veces su madrina lo dejaba solo y él se insinuaba más, le metía la<br />
punta del dedo largo y se iba.<br />
Fue un sábado a mediodía. Se presentó con unas cotufas y se<br />
las ofreció a la niña. Su padrino pasó hacia la cocina y dijo algo que<br />
él oyó claramente:<br />
—¿Tú no crees que Pedro está tocando a Patricia por debajo?<br />
—No, qué va. Yo hasta la dejo sola con él.<br />
Pedro oyó pero su deseo era tan incontenible que continuó<br />
tocándola. Después sintió el golpe en la oreja y cayó al suelo.<br />
—¡Coño ’e madre! –le gritó el padrino.<br />
Supo que lo habían denunciado a la PTJ, pero él ya se encontraba<br />
en Puerto Cabello trabajando con unos pescadores de<br />
sardinas.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 20 ]
Un diciembre regresó a Caracas y se ubicó por los lados de La<br />
Puerta de Caracas. Dormía en una casa que estaban demoliendo.<br />
Poco después empezó a trabajar para la panadería de un portugués<br />
que le confió una moto.<br />
Por el centro comercial pasaba toda clase de gente. Conoció<br />
a una muchacha llamada Rita a la que convidaba todos los días a<br />
bajar a La Guaira. Rita le respondía que no, que era menor de edad,<br />
que su mamá no la perdonaría y que hasta la sacaría de la casa. “¿Y<br />
entonces?”. “Nos ponemos a vivir juntos”. “¡No, qué va!”. La cogió<br />
por ahí, como por juego y cada vez que la veía le decía lo mismo y la<br />
convidaba a bajar al mar. Rita tenía catorce años y estudiaba primer<br />
año de bachillerato. Aunque en casa eran muy pobres y la madre<br />
era la que se mataba haciendo empanadas para un restaurante, Rita<br />
vestía bien, igual que su hermana Grace.<br />
Pedro recorría casi toda la ciudad en moto. Una noche llevó<br />
a una muchacha a Monte Piedad y se quedaron durmiendo<br />
juntos. Luego Pedro iba todos los días y se quedaba con Natalí.<br />
Dormían juntos. Se acostumbraron. Pero ella tenía unas salidas<br />
que él no le conocía. Se aparecía cuando quería y no le gustaba dar<br />
explicaciones.<br />
—Lo mío es lo mío y lo tuyo es lo tuyo –le respondía a Pedro,<br />
que a veces molesto se iba a beber cerveza. Llegaba borracho y si<br />
Natalí no estaba la esperaba con una lata en la mano. Y si estaba la<br />
invitaba a beber y se dormían bebiendo. Una noche se emborrachó<br />
más de la cuenta y se durmió. Soñó que entraba de improviso en la<br />
casa de sus padrinos y se le encimaba a la niña y cuando ya la iba<br />
a poseer se despertaba. Al despertarse maldecía a Natalí porque<br />
se sentía con ganas y se dormía y regresaba al sueño de la niña.<br />
Cuando Natalí llegó y lo despertó, Pedro le brincó, la agarró por el<br />
cuello y la lanzó a la cama.<br />
FEBRERO<br />
[ 21 ]
—¡Suéltame, que me ahogas!<br />
—¡Puta! –respondió él y la golpeó. Le rompió el vestido. Natalí<br />
gritó y Pedro le puso la mano en la boca y la golpeó con el puño<br />
derecho. La poseyó desmayada y luego procedió a ahorcarla con<br />
la correa.<br />
Natalí abrió los ojos al mismo tiempo que abría la boca y se<br />
ponía morada.<br />
—Ya estás, coño.<br />
Pedro saltó de la cama, se bebió otra lata y se sentó en la única<br />
silla del cuarto. Al rato, antes de amanecer, envolvió el cuerpo de<br />
Natalí en una sábana y lo metió debajo de la cama.<br />
Bastante tiempo les va a costar encontrarte, se dijo.<br />
Recogió su ropa, sacó la moto y se fue a la panadería.<br />
Pedro tenía el apellido de la mujer que lo había criado en la<br />
calle Cajigal de los Jardines del Valle. La señora Valecillos solía<br />
dormir con él y a partir de cierta edad (a estas alturas cree que<br />
tiene treinta, pero puede tener menos) comenzó a jugar con él<br />
en la cama, a tocarlo por debajo de los granos y a chupárselos. Se<br />
conocía a todas las familias que vivían en las veredas. Entraba en<br />
todas las casas. Le gustaba perseguir a los perros y apalearlos. Y a<br />
veces gritaba en medio de la calle:<br />
—¡Maté uno!<br />
Perseguía a los gatos y le gustaba amarrarles una cabuya por el<br />
pescuezo y alzarlos lentamente hasta que morían. Se hizo hombre<br />
desde muy temprano. Luego vino cuando la señora Valecillos lo<br />
llevó a casa de la que le dijo:<br />
—Esta es tu madrina.<br />
Y también conoció al padrino y a Patricia, la niña que para ese<br />
entonces contaba cuatro años.<br />
Luego estuvo yendo siempre a la casa de la madrina y tocando<br />
a Patricia por debajo de las piernas hasta que su padrino lo corrió a<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 22 ]
pescozones y lo denunció. No regresó a casa de la madre porque la<br />
encontraba muy vieja y además le repugnaba que ella le metiera su<br />
lengua en la boca. Una noche por poco no la ahorcó.<br />
—Muchacho, ¿qué te pasa? –gritó la vieja aterrorizada.<br />
—Usted hiede.<br />
Ahora Pedro, en la Encrucijada de Cagua, no hallaba hacia<br />
dónde dirigir sus pasos. Habló con el portugués del restaurante y<br />
se ofreció para barrer y pasar coleto.<br />
—Aunque sea por la comida, don.<br />
El portugués lo examinó y respondió:<br />
—Ya tengo otro muchacho. Pero le voy a dar un consejo. Usted<br />
es joven y en Magdaleno están buscando policías.<br />
—Y ¿dónde queda Magdaleno?<br />
—Cualquiera lo lleva. Si se aguanta por ahí yo mismo lo<br />
mando.<br />
Pedro caminó por el terminal. Vio los letreros de los periódicos.<br />
Unos policías habían asaltado un camión blindado y se<br />
habían llevado unos cuantos millones. Entró en el baño y cuando<br />
fue a orinar sintió una erección. Tenía algo así como veinticuatro<br />
horas que no se acostaba con una mujer. ¿Y si regresara?, se dijo e<br />
imaginó a la mujer tirada en el piso de tierra del rancho. Comenzó<br />
a darse hacia adelante y hacia atrás. Se dobló. Se dominó para no<br />
gritar.<br />
Cuando salió tenía la cara reluciente.<br />
—Ese es el hombre.<br />
Pedro se volvió rápidamente. O corro o me encaramo, fue la<br />
frase que se le vino a la cabeza.<br />
—Ese es.<br />
Era el portugués que se lo señalaba a un hombre chato, fornido,<br />
de color blanco y con un sombrero tirado hacia atrás.<br />
FEBRERO<br />
[ 23 ]
—Véngase, pues –le gritó el portugués desde atrás del<br />
mostrador donde se exhibían las arepas y los perniles.<br />
Pedro caminó con lentitud sorteando los charcos de agua.<br />
Encima parecía que iba a llover. El portugués dijo:<br />
—Él es quien lo va a llevar.<br />
El hombre, al volante de su camioneta rústica, le hablaba de los<br />
problemas con su mujer.<br />
—Tenemos una casa, vea usted –decía el hombre–, y yo quiero<br />
venderla y compartir los reales. Pero ella no quiere. Ella cree que<br />
yo tengo otra mujer y que lo que quiero es irme. Piensa que la voy a<br />
abandonar con los hijos. Y ni que sea una muchacha. Es una vieja y<br />
mis hijos son mayores. Trabajan. Una de ellas, ya la va a conocer, es<br />
la secretaria de la jefatura.<br />
Pedro miraba la carretera negra. Recordó a Rita. La recordó la<br />
mañana que el dueño de la panadería le entregó un dinero para que<br />
lo fuera a depositar. El jefe empezaba a creer en él. A confiar en él.<br />
Eran dieciocho mil bolívares. Cualquier pelusa. Agarró el paquete,<br />
se lo metió al bolsillo de la chaqueta y partió en la moto. Ahora lo<br />
escondo, pongo la denuncia en la policía y digo que me robaron.<br />
Busco el dinero y me voy con Rita. Vio a Rita cuando iba a entrar en<br />
el supermercado y le gritó:<br />
—¡Chama!<br />
Rita lo conocía como Julio César. Llevaba unos blue jeans y<br />
una camisa rosada. Era pequeña y delgadita. Pero no le quitó la<br />
vista de los pezones hasta que se aproximó a la moto.<br />
—Vamos a La Guaira.<br />
—Mira, mano, salí a hacerle un mandado a mi mamá.<br />
—Vamos, chama, y regresamos enseguida.<br />
—Pero eso sí, te apuras.<br />
—Claro, chama. Nos vamos por la carretera vieja. En media<br />
hora estamos allá. Y una hora después aquí mismo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 24 ]
—Bueno, Julio César, voy a confiar en ti.<br />
—Anda, súbete. Tengo un billete, chama.<br />
—¿De qué?<br />
—De mi trabajo, pues.<br />
—Pero ¿tuyo?<br />
—Mío, claro. Me lo gané. Ya renuncié. Era lo que me<br />
correspondía.<br />
La moto subió por la vieja carretera empedrada. En el primer<br />
botiquín Pedro se bajó y regresó con una bolsa repleta de cervezas.<br />
Abrió una y se la bebió mientras prendía la moto. Rita no quiso<br />
beber. Más adelante volvió a detenerse para beber otra. Luego<br />
recordó que se había parado cuatro veces antes de inventar que<br />
iba a entrar al cementerio a llevarle flores a su papá que estaba<br />
enterrado por ahí. Dejaron la moto y Pedro, bebiendo seguido, iba<br />
recogiendo flores y haciendo un ramillete. En la primera tumba lo<br />
colocó y luego quiso atraer a Rita.<br />
—No, Julio César, que yo no tengo experiencia.<br />
—Vamos –y la golpeó en el cuello. La muchacha cayó y Pedro<br />
la desnudó con calma. La baboseó por todo el cuerpo y luego<br />
procedió a poseerla. Le costó penetrarla. Había terminado tres<br />
veces cuando Rita despertó y comenzó a gritar.<br />
—¡Mira –gritó–, tengo sangre!<br />
—Eso no es nada, mi amor. Ven, que yo te limpio.<br />
—No, Julio César, no. Estoy asustada. Me malograste.<br />
—Ven, ya te dije que no es nada.<br />
Y volvió a asaltarla al tiempo que la golpeaba en la nuca con<br />
el canto de la mano derecha. Resopló. Respiró hondo. Le mordió<br />
las teticas y le arrancó una. Luego la otra y mientras la poseía la<br />
apretó por el cuello, le buscó la lengua y se la mordió hasta cortársela.<br />
Cuando se recompuso se dio cuenta de que Rita no respiraba.<br />
Mejor así, pensó. La arrastró y la cubrió con unas chamizas. Le<br />
FEBRERO<br />
[ 25 ]
colocó el pantalón, las pantaletas y la camisa rosada debajo del<br />
cuello. “Me hubiera gustado vivir con ella. Pero se resistió, tuvo<br />
miedo”. Se vistió, se pasó un peine por la cabeza y sacó la moto con<br />
el motor apagado. Bajó de nuevo a Caracas y en el centro comercial<br />
se encontró con Grace.<br />
—¿Y Rita? –le preguntó Grace.<br />
—No la he visto.<br />
—Ella dijo que iba a verse contigo.<br />
—No puede ser. Yo vengo de depositar un dinero.<br />
Grace se perdió entre la gente del automercado.<br />
Y ahora ese hombre con su cháchara lo distraía de los recuerdos<br />
de Rita, del día que la vio por primera vez, de cuando salieron. Si yo<br />
hubiera tenido paciencia todavía estuviera conmigo.<br />
—Bueno, amigo, esto es Magdaleno –le dijo el hombre y lo<br />
sacó de su ensueño–. Hacia allá, en la esquina queda la prefectura.<br />
Pedro se bajó, hizo como que se dirigía a la prefectura y se<br />
devolvió. Entró en un billar donde se adormilaba un hombre<br />
sentado en una silla y pidió una cerveza. El hombre, con lentitud,<br />
con un sombrero que le cubría la frente, caminó, se puso detrás del<br />
mostrador y se agachó para sacar una cerveza. La abrió y la colocó<br />
sobre una servilleta.<br />
Pedro se bebió la cerveza de un trago y pidió otra. Desde allí<br />
se divisaba la iglesia. En la plaza había unos burros. La soledad era<br />
completa.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 26 ]
4<br />
No es por nada. O en todo caso para él no era nada. Pero en<br />
cuanto vio a la muchacha sentada detrás del escritorio sintió una<br />
erección y unas terribles ganas de estrangularla.<br />
La muchacha era de tez blanca, cabello amarillo y dientes<br />
blancos, brillantes. Su cuello era largo y sus senos grandes. Después<br />
cuando se levantó, Pedro le contempló la redondez de las piernas.<br />
—¿Usted es el nuevo?<br />
—Vengo en busca de este puesto.<br />
—No es mucho, pero el pueblo es barato comparado con<br />
Maracay o La Villa. ¿Tiene experiencia?<br />
—Fui policía en Caracas –mintió–. Pero de eso hace tres años.<br />
—¿Y cédula?<br />
—Sí, cómo no.<br />
—¿Ha manejado armas?<br />
—Sí –volvió a mentir (las únicas armas que había manejado<br />
eran las de sus manos).<br />
—¿Tendrá cuidado con un revólver? En este pueblo no sucede<br />
nada, pero es necesario ser precavido.<br />
—¿Y dónde voy a dormir?<br />
—Aquí. Usted era el segundo agente que nos hacía falta. Hay<br />
tan poco que hacer aquí que Miguel cuando no está durmiendo se<br />
encuentra en el bar de la esquina.<br />
La muchacha sonrió.<br />
—¿Puedo quedarme de una vez?<br />
—Claro. Es usted joven, sano y al parecer decidido. Bueno, eso<br />
lo digo yo.<br />
Pedro miró hacia adentro. Había un solo cuarto con rejas.<br />
—¿Sabe que fue su padre el que me trajo?<br />
FEBRERO<br />
[ 27 ]
—No he hablado con él. En todo caso yo vivo con una amiga<br />
que se ocupa del dispensario. Papá vive en casa, pero se la pasa en<br />
pleitos con mi mamá.<br />
—Los años.<br />
—Sí. Llevan veinte años juntos. Ahora no se soportan. Han<br />
peleado por todo y ahora se pelean por la venta de la casa y la repartición<br />
del dinero. Por eso me fui. Esos no son mis problemas. En la<br />
primera oportunidad me voy a Maracay o a Caracas. Interrumpí<br />
mis estudios; espero continuarlos. Me gusta el diseño. Muy poco<br />
tiempo me queda aquí.<br />
Sea por lo que fuere, la sencillez o la humildad del hombre, la<br />
joven había hablado con franqueza.<br />
—Aquí tiene las llaves de las rejas de adentro y las de la puerta<br />
de la calle, aunque la puerta de la calle no se cierra nunca. Así somos<br />
aquí de confiados.<br />
Esa primera noche Pedro durmió sobre la parte baja de la<br />
litera. Miguel, el otro policía, se había ido a La Villa y había regresado<br />
con el alba. Estaba borracho, saludó torpemente, se desvistió<br />
y se acostó en la parte de arriba. Su cuerpo llenó el cuarto de alcohol<br />
y sudor.<br />
Pedro se bañó en el patio con una manguera. A las nueve<br />
cuando llegó la secretaria, estaba fresco y peinadito. Saludó y salió<br />
a dar una vuelta. En el bar vio al hombre que lo había traído en la<br />
camioneta.<br />
—¿Conoció a mi hija?<br />
—Perfecto.<br />
—¿Y qué tal?<br />
—Todo perfecto. Una perfección.<br />
El hombre lo invitó a una cerveza. Allí Pedro tenía que comer y<br />
firmar y luego la secretaria, por cuenta del gobierno, pagaría por él.<br />
—Voy a Caracas y vengo –dijo el hombre.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 28 ]
Cuando Pedro regresó a la jefatura se quedó mirando a la<br />
muchacha, que leía una novela. Se alejó un poco por si podía divisarle<br />
las piernas por debajo de la mesa. No pudo y empezó a imaginárselas<br />
sudadas, blancas, rosadas. Se creyó mareado y se agarró<br />
las manos por detrás de la espalda hasta molestarse. En eso hizo su<br />
aparición Miguel.<br />
—Usted se la corrió anoche –dijo la muchacha.<br />
—Sí, señorita.<br />
—Y bien fea.<br />
—Tiene razón.<br />
Miguel era un moreno de baja estatura, cuadrado. Tenía varias<br />
cicatrices en la cara. Se había levantado no sabía cómo, de un sitio<br />
a otro. O de un hato a un río y de un río a otro hato. Sus recuerdos<br />
los tenía grabados en coplas y él mismo se llamaba “el poeta del<br />
pueblo”, como se llamaban tantos otros en la región. Se sabía largos<br />
poemas de memoria. Eran poemas aprendidos de tanto oírlos en<br />
velorios, durante fiestas, en la Cruz de Mayo, en hatos, cacerías,<br />
en galleras. Ahora le dolía la cabeza y pidió permiso para salir. Se<br />
rio un rato mientras estuvo repitiendo los versitos que se aprendió<br />
anoche:<br />
No hay mujer que no se enoje<br />
cuando le dicen que es fea,<br />
la mujer, como la mula,<br />
si no recula, patea.<br />
Pedro miró a Miguel por la espalda y enseguida sus ojos se<br />
posaron en el nacimiento de los senos de la joven. Los labios le<br />
temblaron. Dio la vuelta y se encerró en el cuarto.<br />
Pedro pensaba que nunca había tenido a una mujer por amor.<br />
Pedro, a quien nunca se le había entregado una mujer por gusto,<br />
FEBRERO<br />
[ 29 ]
pensaba que Margot, la secretaria, no se le iba a entregar nunca. Ella<br />
quería más. Una persona de posición. Un buen trabajo. Algunos<br />
estudios. Abandonar el pueblo. Se acostó en medio del calor sofocante<br />
y comprendió que nunca tendría una mujer por las buenas.<br />
Ninguna. Y él se la pasaba necesitado de mujer. De la lengua y de<br />
los pezones de las mujeres. Ver a una mujer desnuda en una revista<br />
le provocaba matar. Siempre se estaba metiendo en los baños de los<br />
bares hasta quedar exhausto por sus propias manos. Y aun así no se<br />
aliviaba. Perseguía las piernas de una mujer por cuadras enteras. Y<br />
si podía se metía en un autobús y se complacía acercándosele a una<br />
muchacha.Y ahora esta Margot que estaba allí detrás de un escritorio<br />
donde no hacía nada o muy poco, lo estaba soliviantando. Se<br />
abrió el pantalón, se lo bajó y se dio duro. De eso lo sacó Miguel.<br />
—Aquí no hay mujeres –dijo Miguel–. Si quieres vete a La<br />
Villa y págate una. O cásate. Tú eres joven.<br />
Pedro sintió algo muy parecido a la vergüenza o a la rabia.<br />
A mediodía, después que Margot salió a almorzar, Pedro dejó<br />
sentado a Miguel en la litera y se fue a darle una vuelta al pueblo.<br />
Pasó por la iglesia, el bar, las casas de enfrente. Rodeó la plaza que<br />
esperaba un busto del Libertador y se encaminó hacia el dispensario.<br />
Afuera había mucha gente esperando. Mujeres desnutridas o<br />
preñadas o niños en el esqueleto que iban por una inyección o unas<br />
píldoras. A esta hora el dispensario estaba resguardado por una<br />
alambrada. ¿Adónde iba un hombre como él? Le habían entregado<br />
un uniforme azul, un rolo, una pistola y una gorra. En Caracas, en<br />
las grandes ciudades, un camarero renco, chueco, levantaba a una<br />
mujer porque la invitaba a comer o a beber. Pero hasta para ser<br />
camarero había que estudiar.<br />
Pasó el padre de Margot en su camioneta. No lo vio o no se dio<br />
cuenta. O iba bebido. O en todo caso, ¿quién era él para que nadie<br />
lo viera o lo saludara?<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 30 ]
Se encaminó hacia la casa del padre de Margot. Todavía no<br />
le conocía el nombre. Soy malo para los nombres y los apellidos,<br />
se decía. Soy malo para muchas cosas. Para trabajar. Para barrer.<br />
Para montar un hogar. Para que confíen en mí. Mis manos no me<br />
respetan.<br />
Se detuvo al lado del jeep rústico. La casa contaba con sus<br />
rejas y algún valor debía tener ya que se la disputaban. De pronto<br />
lo llamaron:<br />
—¡Pedro, mi amigo!<br />
Era el viejo que salía descalzo y sin camisa. Y Pedro, que se<br />
sintió joven, fuerte y capaz de acabar con una persona como si<br />
jugara, se dijo: Dios le da pan al que no tiene dientes.<br />
La envidia se le salió del cuerpo por el hombre que bebía de<br />
una perolita de cerveza y se reía. Ese viejo borracho, rechoncho<br />
y mofletudo lo tenía todo. A este viejo extrovertido y gritón se le<br />
había ido la hija mayor por algo más que una falla.<br />
—¡Ven, Pedro, échate una!<br />
Y el hombre, que también por los versos era un gran pico de<br />
plata, recitó al tiempo que le pasaba un brazo por el cuello:<br />
A toditas las mujeres<br />
les tengo gran afición<br />
pero más a las muchachas<br />
que alégranme el corazón.<br />
—¿Qué le parece? ¿Y qué más?<br />
FEBRERO<br />
[ 31 ]
5<br />
—¿Cómo amaneció?<br />
—Bien<br />
—¿Durmió bien?<br />
—Sí. Sí. ¿Y usted?<br />
—Ya sabe.<br />
—¿Se acostumbra?<br />
—Sí, señorita.<br />
—Es usted muy joven.<br />
—Bueno, no sabría decirlo.<br />
—¿Y eso por qué?<br />
—No conocí padres sino a una mujer que se decía tía mía.<br />
—Es muy común eso.<br />
—Para mí es común. Normal.<br />
De la plaza se pasaron para la acera del Bar y Billar Magdaleno.<br />
Margot parecía más alta. Más blanca. Más sana. Sus dientes más<br />
brillantes y sus mejillas más rosadas. Sus senos se movían a cada<br />
uno de sus pasos. En un segundo se encontraron en la puerta de la<br />
prefectura.<br />
—Me pregunto dónde estará Miguel.<br />
—En La Villa, seguramente.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 32 ]
—O en un jolgorio. O durmiendo. Es tan bueno, servicial y<br />
amable.<br />
—Así es, señorita. Como usted lo dice. Y sabe expresarse muy<br />
bien.<br />
Ya adentro Margot se puso detrás del escritorio, colocó el<br />
bolso en el espaldar de la silla. Dijo:<br />
—¿No le parece esto como muy fastidioso? ¡Todos los días lo<br />
mismo!<br />
Pedro se quedó de pie. En la sala había otra silla en la que<br />
todavía no se había sentado. Del techo colgaba un ventilador que<br />
Margot mantenía apagado para evitar que el viento le alborotara el<br />
cabello. Margot, en arreglarse su larga cabellera, gastaba bastante<br />
tiempo. Se sentaba frente a un espejo, se sacaba las cejas calmosamente<br />
y por último se pintaba los labios. En las mejillas apenas si<br />
se empolvaba un poco.<br />
Pedro, que no hacía más que observarla y a veces recordar que<br />
a Miguel lo había arrempujado bien arrempujado contra la pared,<br />
tenía la garganta atragantada diciéndose: “No, me voy a dominar.<br />
Puedo perder el sentido y hacerlo aquí mismo”. Y las manos detrás<br />
de la espalda casi se las rompía con las uñas. La miró por tanto<br />
tiempo que Margot, riendo de que fuera ella el objeto de la desesperación<br />
del hombre, susurró:<br />
—Bueno, ¿qué le pasa a usted, Pedro?<br />
—Ah, no, nada, señorita. Solo pensaba.<br />
—¿Y en qué, si se puede saber?<br />
—Bueno, en irme. En eso.<br />
Margot, que en el dispensario veía la televisión y leía algunas<br />
revistas de moda, pensaba pintarse su cabello amarillo y hacérselo<br />
como canoso. Eso le daría el aire de una mujer de mundo, de<br />
mujer mucho mayor. Su cabello liso, un poco ondulado, la hacía<br />
parecerse a ciertas actrices de cine o televisión y pensaba que si<br />
FEBRERO<br />
[ 33 ]
llegaba a Caracas se pasearía por algunas televisoras y seguro que<br />
enseguida la descubrirían. O trabajaría de día haciendo lo que<br />
hacía aquí y luego se inscribiría en una escuela de modelaje o de<br />
diseño. Ahí estaba esa señora Herrera que aquí no era nadie, se<br />
fue a Nueva York y ahora impone la moda. En las revistas aparece<br />
con el rey de España, con la reina Sofía y las infantas. Va a lo más<br />
granado de la sociedad neoyorkina y tanto es así que los periodistas<br />
escriben que ya olvidó su idioma natal y solo se expresa en inglés,<br />
francés o italiano. Bueno, es lo que ella había leído o leía en todas<br />
esas revistas.<br />
—Y yo, señor Pedro, y yo que no he salido de aquí y que no he<br />
pasado de Maracay. Yo también me voy a ir. Anótelo. A lo mejor<br />
hasta nos encontramos en el mismo autobús.<br />
Margot se rio con toda su boca y Pedro sonrió. Se había<br />
clavado las uñas de la mano izquierda en la mano derecha y tenía<br />
miedo de lanzársele encima y ahorcarla ahí mismo en el escritorio.<br />
En varios de sus viajes a Maracay a Margot le habían propuesto<br />
que trabajara en una agencia de seguros. Así se lo dijo a Pedro,<br />
que pensó que se le iba. Y Pedro, que jamás había visto y mucho<br />
menos intimado con una joven tan hermosa, sufrió cierto estremecimiento.<br />
En todos aquellos días pensaba en la estrangulación<br />
y en la violación. Pero ahora pensaba en conservarla viva para él<br />
solo y presintió una soledad, una desesperación, una angustia. No<br />
sabía qué. Recordó el cadáver de Miguel sobre la litera de arriba<br />
e imaginó un incendio que borrara toda huella. Su obsesión era<br />
Margot. Pasó un rato allí sudando sin hallar qué responder o<br />
respondiendo a cosas que no entendía. Sí, señorita. Sí, señorita.<br />
Y mientras ella pensaba en grandes viajes, en triunfos, en cursos<br />
rápidos y sencillos, Pedro recordó la noche en que se robó un taxi,<br />
pasó por La Bodeguita del Medio, recogió a una muchacha que le<br />
pidió llevarla a El Valle y él lo que hizo fue volverse, golpearla en<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 34 ]
la cabeza, conducir hacia la Panamericana, salirse de la autopista<br />
y detenerse en el parque Vinicio Adames. La sacó por las piernas.<br />
Era tan hermosa como Margot. La desvistió, la golpeó varias veces<br />
más y después de estrangularla la poseyó. Al otro día se enteró<br />
de que la muchacha trabajaba en el Concejo Municipal y que le<br />
gustaba frecuentar aquellos bares de artistas. Haría lo mismo. Era<br />
su técnica. Solo que Magdaleno era un pueblo de dos centenares de<br />
personas y Caracas una ciudad de cinco millones de habitantes. La<br />
ahorcaría y enseguida sabrían que fue él. Quemaría el billar de la<br />
esquina. Quemaría la prefectura. Hiciera lo que hiciera pensarían<br />
en él y se echarían en su busca.<br />
—Y sabe una cosa, agente Pedro... ¿Valecillos, no?<br />
—Sí, Valecillos.<br />
—Bueno, me iré. En Caracas hay miles de hoteles, de residencias<br />
para señoritas...<br />
—Y en poco tiempo...<br />
—... en poco tiempo estaré en el Tamanaco, en una pista pulida<br />
como un espejo, en una planta de televisión. Desde chiquitita esas<br />
han sido mis ambiciones.<br />
—Señorita...<br />
—Diga, Pedro.<br />
—... ¿y si yo me fuera con usted?<br />
—¿Por qué? Yo puedo hacerlo sola.<br />
—¿Sin protección?<br />
—Si yo me fuera con usted pensarían mal y no me aceptarían<br />
en ninguna parte.<br />
—Yo solo quiero protegerla, que no le suceda nada.<br />
—Eso lo sé.<br />
Más tarde, en la litera donde tenía oculto el cadáver de Miguel,<br />
que empezaba a oler mal, Pedro volvió a imaginar el incendio.<br />
FEBRERO<br />
[ 35 ]
Por la noche, en el dispensario, hablando con Josefina, Margot<br />
le dijo a su amiga:<br />
—Hay un agente ahí, nuevo, que no me parece mal y que<br />
podría servirme de mucho si yo se lo pidiera. Me ofrece protección<br />
y lo veo como loquito por mí.<br />
—¿Y qué piensas con respecto a él?<br />
—Nada. Te lo digo como ejemplo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 36 ]
6<br />
El hombre llamado Eustoquio Castillo, de los Castillo de San<br />
Cristóbal, le dijo a Pedro que pasara.<br />
—¿Y ya tomó café? ¡Mujer, trae dos cafecitos!<br />
La mujer que se presentó después con dos pocillos de café<br />
era, más que delgada, esquelética y tenía un color tierrúo, morado<br />
o moreno tirando a negro. Sin embargo las hijas le habían salido<br />
blancas. Eran cinco hembras y Margot, que era la mayor, no hablaba<br />
de su casa ni de sus padres. Su confidente era Josefina Ramírez, la<br />
encargada del dispensario, y era a Josefina a quien le decía que de<br />
un momento a otro se iría.<br />
—Puedo ser modelo. O puedo seguir como secretaria. Me voy.<br />
No soporto a mi mamá, ni a mis hermanas y mucho menos a ese<br />
hombre que dice que es mi padre.<br />
Josefina, por boca de Margot, se había enterado de que el<br />
hombre golpeaba a su mujer cuantas veces quería y por las noches<br />
cuando se iba a acostar hediondo a cerveza, le decía:<br />
—Vamos, échate p’allá.<br />
Y se pasaba hacia las camas de las menores que estaban separadas<br />
apenas por una cortina. Así se estuvo pasando cada noche<br />
hasta que las muchachas crecieron y se rebelaron negándosele o<br />
amenazándolo con una denuncia.<br />
FEBRERO<br />
[ 37 ]
—Un día voy y lo denuncio en Maracay –le dijo cierta vez<br />
Margot a Josefina.<br />
También Margot le confesó a Josefina que el padre había<br />
amenazado a todas sus hijas con una hojilla o un cuchillo.<br />
El hombre, en unas bermudas, bebía con ganas.<br />
—Aquí, amigo, no sucede nada. A usted lo emplearon para<br />
suplir una vacante y el gobierno quiere pleno empleo. Ande, beba<br />
–porque después del café, abrieron las latas y se sentaron en unas<br />
silletas de cuero.<br />
—Aquí, en este rincón, sudo yo mis peas, –dijo el amo de la<br />
casa.<br />
Pedro vio a la mujer. Le vio las piernas delgadas y varicosas y<br />
se dijo que a Castillo le sobraban razones para abandonarla. Si no<br />
se va, pensó Pedro, es por las hijas. Más por las menores. Castillo<br />
llamó a las niñas para que saludaran al forastero, ese hombre de<br />
pelo niche que vestía uniforme de la justicia o de la seguridad.<br />
Pedro al principio le había dicho a Castillo:<br />
—A mí su hija Margot, cuando me entregó los implementos,<br />
me remachó que yo estaba aquí para proteger a la colectividad y no<br />
para matar.<br />
Por la tarde las niñas jugaron en el corral y todas parecían<br />
asustadas o casi en trance de llorar. La madre, que las llamó desde<br />
adentro, les sirvió unos platos de atol que las muchachas rechazaron.<br />
La mujer entonces murmuró:<br />
—No faltará quien lo mate. Llevo más de veinte años en esto<br />
y ahora quiere sacudirse de mí para quedarse con la casa. Pero su<br />
carácter le va a resultar una tragedia. No faltará quien le dispare o<br />
lo desaparezca.<br />
La mujer caminó con los pies descalzos desde el corredor a la<br />
cocina y cuando salió de la cocina volvió a decir delante de sus hijas:<br />
—Sí, no faltará quien lo mate. O se mate él mismo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 38 ]
Pedro, que había visto entrar a las muchachas, pensó en esas<br />
niñas a merced de ese hombre que tal vez se le parecía. Recordó a<br />
Margot. Se dijo: Esa se fue al carajo. Se fue por culpa de este retaco<br />
del carajo que está sin afeitar y tiene la quijada cuadrada y habla en<br />
voz alta. A su mujer, mientras Pedro estuvo presente, la insultaba<br />
con dos o tres palabras:<br />
—¡Vamos, muévete, y trae esas cervezas!<br />
La mujer salió y regresó a la casa en varias oportunidades,<br />
siempre para servirle al hombre. Con respecto a Pedro, era como si<br />
no existiera. Una vez sus piernas delgadas y esqueléticas llamaron<br />
la atención de Pedro, a este le dio por imaginar a la mujer acostada<br />
en una cama y a Castillo muerto en el corredor. De eso lo sacó una<br />
ojeada que le dio a la quinta. La casa era grande y lucía limpia.<br />
—¿Qué le pasa, mano? –le preguntó Castillo.<br />
—En absoluto. Hoy no he hecho nada.<br />
Se levantó, se despidió tocándose la gorra y se fue con la<br />
imagen de Margot. La encontraba en el escritorio. Se le iba por<br />
detrás y la estrangulaba con un hilo encerado. Ya había salido de<br />
Miguel y el olor estaría por brotar del patio y penetrar al escritorio<br />
o los alrededores de la prefectura. Miguel tenía trazas de hombre<br />
bravo, pero se confió. Nada más esperó que se presentara por la<br />
noche para meterle un disparo en la nuca. Lo colocó en cuatro<br />
patas, se sació quejándose ruidosamente y después que lo levantó y<br />
lo lanzó contra la litera de arriba, lo arropó con la cobija y la almohada.<br />
Como se asqueó se bañó con la manguera, se secó con toda la<br />
calma y al rato se sentó pensando. Este es el primer paso. El segundo<br />
es Margot y el tercero es el incendio. De mí van a decir que morí<br />
chamuscado.<br />
Pedro caminó por una larga calle engransonada. Se recostó<br />
de la puerta del billar y puso la atención en dos campesinos que<br />
FEBRERO<br />
[ 39 ]
hablaban de las mulas. Pidió una cerveza. Después los campesinos<br />
hablaron de un papelón que necesitaban y, poco después, desaparecieron.<br />
La cerveza, se dijo Pedro, no me hace nada. Mejor me<br />
cambio para el ron, que es más fuerte y me hará dormir. Y pidió la<br />
botella de ron. Se fue a la jefatura. No había comido en todo el día,<br />
pero eso le hacía bien en estas circunstancias. Soñaba con mujeres<br />
a las que ya iba a poseer o sencillamente se despertaba mojado. Se<br />
acostó y estuvo bebiendo hasta quedarse dormido con la botella<br />
encima del pecho.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 40 ]
7<br />
Ese día la gente que pasó por la acera del billar y se llegó hasta<br />
la esquina de la prefectura sintió un mal olor, pero se lo achacó a un<br />
perro muerto en un matorral que habían cogido como basurero.<br />
El basurero en cuestión estaba sembrado de carrizos secos, latas,<br />
pequeñas matas de espino, manzanitas del diablo y uno que otro<br />
chaparro. Antiguamente se levantó allí una casa de palma que se<br />
derrumbó cuando la epidemia de la gripe española y el paludismo<br />
asolaron la región. Por cierto que la misma gripe que causó estragos<br />
en el antiguo Magdaleno mató al hijo preferido del dictador Juan<br />
Vicente Gómez, quien se atrincheró en Maracay provisto de unos<br />
guantes negros que jamás volvió a sacarse. De esto nadie se acordaba,<br />
así como nadie ha sabido jamás de dónde sacaron el nombre<br />
del pueblo. A todas luces, eso piensan algunos, acaso se le deba a<br />
un loco que tenía por mal nombre Papagayo y que iba de caserío en<br />
caserío armado de un garrote con el que perseguía a los muchachos<br />
que lo llamaban por ese apodo o le lanzaban piedras. Más tarde<br />
un jodedor o un agricultor fundó una pulpería para pagarles en<br />
especies a sus peones y bautizó a las pocas casas que allí se levantaron<br />
con el ostentoso paradigma de La Bragueta. Luego fueron<br />
apareciendo otras casas en torno a la iglesia que levantó un cura a<br />
quien llamaban El Sufrido y que vivía con dos hermanas. Bueno,<br />
FEBRERO<br />
[ 41 ]
estas son suposiciones, cosas que no tienen asidero porque fue a<br />
partir del año cincuenta cuando se creó la jefatura y comenzaron<br />
con el registro de los niños o con el registro de los muertos que<br />
luego eran enterrados en un terreno que hoy exhibe una capilla y<br />
una alambrada.<br />
La gente, de vivir, vivía de un puesto público en Maracay, La<br />
Villa o San Francisco. La mayoría de los hombres eran conuqueros<br />
o policías y las mujeres, a partir del tamaño (no de la edad), se<br />
desempeñaban como secretarias.<br />
Había un bar atendido por su dueño, quien era ayudado por<br />
la mujer que preparaba la comida para los poquísimos que comían<br />
ahí.<br />
De ocurrir algo, en el pueblo no ocurrió más que un hecho que<br />
fue agrandado. Se trataba de unos vecinos, compadres para más<br />
señas, que se cayeron a tiros por una mujer. Hubo un solo herido al<br />
que las balas le llevaron los testículos, los riñones, los pulmones y<br />
los dos brazos y logró sobrevivir. Se le veía convaleciente debajo de<br />
un mamón. Se curó solo, engordó y vivió hasta los setenta y ocho<br />
años, mientras que su agresor y compadre murió casi joven en un<br />
accidente de tránsito. ¿Qué más hubo? Nada, que yo sepa. O tal vez<br />
los gobiernos de la democracia le dieron a este caserío la denominación<br />
de municipio, empezaron a construir una plaza que todavía<br />
espera por el busto del Libertador y se presentó el señor Castillo,<br />
de los Castillo de San Cristóbal, con una jubilación que le había<br />
otorgado la Penitenciaría General de San Juan de los Morros y se<br />
mandó a fabricar la casa que ahora le pelea a su mujer. La cuestión<br />
es que el señor Castillo se hizo influyente, viajaba continuamente<br />
y gracias a sus buenos oficios hicieron el dispensario y fundaron la<br />
jefatura en la que pusieron al frente a la señorita Margot.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 42 ]
—¿Es hija o hijastra?<br />
—Yo no sé. Lo mejor es no meterse en eso.<br />
—No me concierne.<br />
—Para mí que la mayor está buenísima.<br />
—No hay duda. De eso ni hablar.<br />
Y se la veía caminar de su casa a la plaza y de la plaza cruzar<br />
hacia la acera del Bar y Billar Magdalena y de ahí, por la sombrita,<br />
a la jefatura donde escribía a mano, en unos grandes libros, los<br />
nombres de los recién nacidos, bautizados o muertos.<br />
A la muchacha, de buena estatura, de senos grandes que<br />
saltaban a cada paso, de pelo amarillo y largo, no había quien no la<br />
siguiera con la vista y la deseara.<br />
Desde su trabajo (o pieza convertida en oficina) se entretenía<br />
oyendo los boleros de Antonieta, las baladas de José Luis Rodríguez<br />
y los merengues de las Chicas del Can que le llegaban claritos<br />
desde la rocola del billar. Ahora quien la volvía loca era la voz de<br />
José Luis Rodríguez, del que se creía enamorada “platónicamente”.<br />
—Y de irme a Caracas –se le apreciaba de cuando en cuando–<br />
lo primero que haría, sería, sufrirme por verlo.<br />
FEBRERO<br />
[ 43 ]
8<br />
Pedro, por la noche, llegó temprano. Se acostó como lo venía<br />
haciendo desde hacía diez días y esperó la entrada de Miguel.<br />
Pedro se estiró vestido y con el revólver “reglamentario” en las<br />
manos. De un tiempo a esta parte no dormía. Se levantaba, escupía,<br />
orinaba, se masturbaba continuamente y luego volvía a acostarse<br />
para volver a levantarse al cabo de un rato.<br />
Esta noche, después de casi dos semanas en Magdaleno, menos<br />
podía dormir. Si no se acordaba de Margot, se acordaba de Miguel.<br />
Por Miguel no sentía nada, pero en ciertos momentos, mientras lo<br />
observaba borracho, se imaginaba asediándolo, diciéndole: “¿Qué?<br />
¿Quieres abusar de mí?”. O matándolo y después poniéndolo en<br />
cuatro patas sobre la litera de abajo. Que fue lo que hizo esa noche.<br />
No bien lo oyó entrar se levantó y ni siquiera le permitió<br />
desvestirse. Cuando lo tuvo de espaldas le disparó en la cabeza y<br />
antes que el cuerpo del agente se enfriara, lo tumbó en la litera,<br />
lo desnudó, lo colocó aún caliente de rodillas y lo violó gritando,<br />
quejándose y diciéndose: ¡Es la primera vez que lo hago con un<br />
hombre, verraco!<br />
Lo encontró por la mañana encurrujado. Le pareció una<br />
muñeca. Lo levantó con todas sus fuerzas y lo lanzó contra la litera<br />
de arriba. El tipo hedía por negro, por borracho o porque no se<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 44 ]
aseaba. Durante la noche, Pedro había dormido como un tronco<br />
a fuerza de ron.<br />
Pedro se bañó con la manguera del patio, se vistió, se peinó<br />
con el peine que cargaba siempre en el bolsillo de atrás del pantalón<br />
y salió a tomar café. Margot no había llegado aún.<br />
En el bar estaban dos viejos con un diario atrasado comentando<br />
unos sucesos ocurridos en Panamá y hablando de los pájaros<br />
arroceros que volaban por las tardes hacia el sur.<br />
Pedro no leía bien o le costaba leer. Saludó, pidió una tortilla<br />
con café con leche, firmó y se levantó a darle la recorrida al pueblo.<br />
Bordeó la iglesia, caminó hasta la puerta del cementerio, se regresó<br />
y fue al dispensario y se adelantó hasta la casa del que alguna vez<br />
fue secretario de la Penitenciaría General de Venezuela.<br />
Los hombres del pueblo manejaban unos pequeños camiones<br />
de estaca donde cargaban los productos agrícolas que vendían en<br />
el mercado de Maracay. Fue lo que aprendió. Distinta hubiera sido<br />
su vida si tuviera el engendre o el cuero con una mujer. Regresó por<br />
la calle, que era la más larga del pueblo. Si mataba sentía placer y si<br />
no mataba sentía placer con solo pensar que mataba e imaginaba<br />
muchas formas de hacerlo. Cuando subió a la acera de la plaza vio<br />
acercarse a Margot. Traía una minifalda azul y sus rodillas rosadas<br />
lo soliviantaron y pensó que no le brincaba porque estaba en plena<br />
calle y eran las nueve de la mañana. Pero sintió una erección incontrolable.<br />
Creía que se le notaba el bulto y la saludó de lado.<br />
Poco después yacía en la litera de abajo jugando con el revólver<br />
y ojeando la entrada.<br />
La cárcel era una casa vieja a la que habían transformado en<br />
cárcel colocándole una puerta de rejas. La oficina estaba en la entrada<br />
y todo el que por allí pasaba veía a Margot tecleando en la máquina o<br />
haciendo las anotaciones en el libro. Todos los que se acercaban a la<br />
puerta la saludaban o se recostaban un rato a hablar con ella.<br />
FEBRERO<br />
[ 45 ]
9<br />
Pedro había arrinconado a Miguel contra la pared y lo había<br />
tapado con la cobija y la almohada. Esa noche no pudo dormir<br />
mirando el bulto del cuerpo del exagente. Había un mal olor agrio,<br />
una hedentina que crecía más y más o eso era lo que le parecía. Se<br />
levantó varias veces a orinar y se bañó de nuevo con la manguera.<br />
Aunque era temprano había oscurecido y en el bar alguien oía<br />
merengues y boleros. Ladraban los perros y una que otra persona<br />
pasaba por la acera.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 46 ]
10<br />
Charraca<br />
charraca<br />
charraca<br />
Los aguinalderos se le estaban adelantando a la Navidad y le<br />
estaban dando largo y profundo a las fiestas navideñas.<br />
—Aunque, compadre, la cosa está fea –dijo el señor Castillo.<br />
—¿Que si está? –respondió Mujica, el dueño del Bar y Billar<br />
Magdaleno.<br />
Bebían adosados al mostrador y oían a las Chicas del Can o<br />
una música movida que se bailaba toda ella pegada y con las rodillas<br />
del hombre metidas entre las piernas de la mujer.<br />
—Sí, compadre, La Lambada. Es lo último que me mandaron<br />
tras antier de Caracas.<br />
—¿No será La Lambida?<br />
—Así le dicen los mamadores de gallo, pero eso no pasa de<br />
ser un merengue. En estos fines de año, usted sabe, lo fatal es la<br />
movida.<br />
El dueño del bar, que leía los periódicos y revistas y tenía un<br />
televisor y una radio, estaba al tanto de todo.<br />
FEBRERO<br />
[ 47 ]
11<br />
—Hay un agente, el agente del que te estoy hablando que me<br />
propone protección y aunque confíe en él... Yo no sé... No me gusta<br />
su pelo malo, ni me gusta cómo se para ahí enfrente desde que llegó<br />
y con las manos detrás y conversando solo con sus labios y con<br />
el resplandor de sus dientes. ¿Y qué es protección para mí? Nada.<br />
Yo podría irme a Maracay, vivir en una pensión, trabajar en los<br />
seguros y subir. O luego dar el gran salto a Caracas y ya en Caracas<br />
veremos...<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 48 ]
12<br />
Pedro recogió la ropa del exagente Miguel y la apiló debajo<br />
de la litera. Palos, escobas, sillas, mesas, papeles, lo que pudiera<br />
arder lo fue regando por el pequeño patio. Solo separó un maletín<br />
de lona donde colocó dos camisas, un pantalón, los revólveres y el<br />
peine.<br />
Trancó la puerta de la calle y regresó a su litera.<br />
FEBRERO<br />
[ 49 ]
13<br />
Margot no podía ver al padre a los ojos y el padre se los buscaba<br />
siempre. Como la mayor, sabía lo que estaba sucediendo con sus<br />
hermanas. ¿Y así y todo qué puede hacer una? Dependía del viejo<br />
porque el puesto se lo había buscado él. ¡Qué sucio! Prefería matar<br />
o matarme antes que volver a dejarme tocar por ese mamarracho.<br />
En último caso me empleo como sirvienta en una casa de familia.<br />
Mi mamá me decía:<br />
—¡Ojalá nunca lo hubiera conocido!<br />
¿Y si incitara a Pedro contra el padre?<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 50 ]
14<br />
Cantaron los gallos. ¿Qué protección le puedo proporcionar<br />
yo? Es la primera vez que siento algo por una mujer. Timidez. Me<br />
sudan las manos y no quiero matar. Como a las otras. La tendré<br />
blanca, hermosa bajo mis ojos. Completamente mía. Ya lo es y ella<br />
no lo sabe.<br />
El mal olor del exagente se fue expandiendo. Por la mañana<br />
será peor y cuando entre la señorita dirá:<br />
—¡Fo! ¿Qué hiede?<br />
Y es ahí cuando tendré que actuar.<br />
FEBRERO<br />
[ 51 ]
15<br />
Margot se durmió y tuvo un sueño intranquilo. Soñó que<br />
volaba. Que tenía poderes. Que hablaba otros idiomas. Que<br />
había un baile en la plaza. Cambió de sueño y así como antes se<br />
vio bailando con un desconocido que se le presentó como licenciado.<br />
Soñó que luchaba contra su padre debajo de unas cortinas.<br />
Lograba dominarlo y lo ultimaba a martillazos y le preguntaba:<br />
“¿No era esto lo que querías?”.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 52 ]
16<br />
Pedro amaneció sentado en el filo de la litera. Ya se acerca la<br />
hora de que se presente la señorita, pensó. Y volvió a bañarse con<br />
la manguera. Se enjabonó todo el cuerpo y pensó en cómo podía<br />
disponer de los demás. ¿Por qué?<br />
Yo no sé, se dijo en voz baja. No sé por qué hago lo que hago.<br />
Era muy temprano y pasaba poca gente por la acera. Era gente<br />
que se dirigía a tomar el autobús a Maracay o a La Villa. A San<br />
Francisco se iba a pie.<br />
FEBRERO<br />
[ 53 ]
17<br />
Josefina, la encargada del dispensario, se levantó con el alba.<br />
Era una mujer mayor ya, de más de cuarenta años, pero se pintaba<br />
y tenía sus pretensiones. En cierta ocasión publicó un aviso en<br />
Últimas Noticias ofreciéndose como una mujer de menos edad,<br />
casa propia y profesión segura.<br />
La vinieron a visitar dos italianos con los que se paseó por la<br />
plaza. Las mujeres del pueblo comentaron que los italianos eran<br />
“bellísimos”, pero al otro día desaparecieron y no volvieron más.<br />
Las más entrépitas dijeron:<br />
—Eran una belleza, pero claro, la pobre...<br />
Y Josefina era chata, retaca, pobre como la que más, con un<br />
solo sueldo y cualquiera se desencantaba. Se desencantaban los del<br />
pueblo. Los de Maracay, que se daban ínfulas de ciudad y hasta su<br />
amiga Margot que solo la consideraba como la “querida comadre”.<br />
Amanecía. Josefina se pintaba, se ponía unos pantalones apretados<br />
y al asomarse y ver aquellos niños esqueléticos gritaba:<br />
—¡Bueno, la fila, y vayan pasando los primeros!<br />
Por entre ese rimero de niños y mujeres pálidas pasaba Margot<br />
desde hacía tres meses.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 54 ]
18<br />
Margot, a su edad, se creía invencible, intocable. Sabía que<br />
aquello que le había hecho su padre no era amor y le repugnaban<br />
ciertos hombres. No obstante le encantaba su belleza y contemplarse<br />
en los espejos. Porque el amor brutal, de golpes y de “ponte<br />
ahí” de su padre no era amor. El amor, como en el cine o en la televisión<br />
tenía que ser dulce, suave y recíproco. “Tú me quieres y yo<br />
te quiero”.<br />
FEBRERO<br />
[ 55 ]
19<br />
Pedro no durmió en toda la noche. Tenía el maletín de lona al<br />
lado de la litera y estaba de civil. Le había quitado el poco dinero al<br />
muerto, aunque yo no mato por dinero, se dijo.<br />
De allí a La Encrucijada y de La Encrucijada a Caracas,<br />
donde se desenvolvería mejor. Estaba cansado de los pueblos, de<br />
los campos, del calor pegajoso. Había adquirido experiencia. Era<br />
agente.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 56 ]
20<br />
En cuanto entró Margot y dijo: “¡Qué mal huele aquí!”, Pedro<br />
le saltó por detrás, la arrastró hasta el patio y la ahorcó con el fino<br />
cordel encerado.<br />
La marca en el cuello era tan fina que a Pedro le parecía estarla<br />
viendo viva. La tendió en el patio, la desnudó con cuidado y por<br />
un rato se quedó contemplándola. Era hermosa así, desnuda. Le<br />
espantó las hormigas y los bachacos que se habían subido a su<br />
cuerpo blanco, liso, de vellos amarillos y la besó desde los pies a la<br />
boca. Lloró y se dijo: Nunca hubiera sido nada. No soy nada. No seré<br />
nada nunca. Y la poseyó con suavidad. Luego reaccionó y gritó:<br />
—¡Puta! ¡Fuiste con tu padre y quién sabe con cuántos más!<br />
Y la levantó con toda la fuerza y la lanzó contra el cadáver de<br />
Miguel. Enseguida se dio a la tarea de prenderle fuego a la litera y<br />
con la candela de la chamusquina fue incendiando toda la cárcel y<br />
salió cuando el fuego se expandió al billar y al solar del basurero.<br />
FEBRERO<br />
[ 57 ]
21<br />
La candela se extendió más rápido de lo que Pedro se había<br />
imaginado.<br />
La candela se fue de un lado a otro como si hubiera un remolino<br />
y arrasó el billar y el botadero de basura. No tuvo tiempo de ver<br />
otra vez el cuerpo de Margot que, de espaldas, blanco y mágico, se<br />
estrechaba al de Miguel. Salió de la cárcel o de la casa que llamaban<br />
cárcel y caminó por el viejo camino que conducía a Maracay. ¿Y yo<br />
–se preguntó– me acomodaré? Y pensó que se cercenaba el pene,<br />
que se lanzaba a una laguna y se ahogaba y todo eso le dio miedo.<br />
No quería morir y el pensar en la muerte le causaba pánico. No<br />
sabía lo que pasaba con él, pero a él le causaba un inmenso placer<br />
otorgar la muerte. Yo lo hago de gratis, se dijo, caminando, volteándose<br />
y viendo el incendio que aniquilaba todo el pueblo y que se<br />
crecía en el cementerio y en los pastizales de más allá.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 58 ]
22<br />
En el pueblo, donde la gente salió despavorida, el humo hedía<br />
a carne chamuscada y nadie todavía se había dado cuenta a qué se<br />
debía todo aquello hasta que salió la jefa del dispensario con las<br />
manos en la cabeza, corriendo y gritando:<br />
—¡Mi comadre! ¡Ay, mi comadre! ¡Margot! ¡Busquen a<br />
Margot!<br />
FEBRERO<br />
[ 59 ]
23<br />
El incendio corrió bajo los resoles del cielo de Aragua y cercó<br />
a unos policías que estaban desvalijando un camión de Bancarios<br />
Unidos.<br />
Por allí pasó Pedro a la carrera con un maletín en las manos.<br />
El autor del atraco, un inspector de policía que lo vio le dio la<br />
voz de alto, pero la candela lo hizo desistir y corrió con sus hombres.<br />
A los guardianes del transporte los habían ultimado y la<br />
candela había empezado a comérselos.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 60 ]
24<br />
… Ahora, de que estuvieran asombrados, no. Nada de eso.<br />
Una de ellas había visto de cómo una mujer y sus dos hijas intentaron<br />
asesinar al marido y padre para heredarlo en vida, a escasos<br />
cuarenta y dos años. Allí, en esa casa, trabajó Miriam, la que seguía<br />
a Chuchita, y vio como lo tramaron todo. Primero lo apuñalaron<br />
y cuando lo creyeron muerto, lo lanzaron por un desfiladero. No<br />
obstante el hombre no habló. No quiso declarar contra su mujer y<br />
sus hijas.<br />
Apareció en un hospital y la familia, notificada del “accidente”,<br />
fue, lo rescató y se lo llevó a la casa y, en compañía del amante de la<br />
mujer (que ya se había instalado en la mansión) y las dos hijas, lo<br />
remataron a golpes y fueron y lo lanzaron en el mismo lugar.<br />
La viuda heredó la fortuna y las hijas se fugaron a Miami con<br />
sus novios o amantes.<br />
Así eran de fáciles las cosas en Venezuela. ¿No robaba la<br />
amante del presidente y de paso no mandaba a golpear a los periodistas<br />
y a amenazar a todo aquel que la fotografiara?<br />
Ese era el país.<br />
El país era nuestro.<br />
El país era tuyo.<br />
FEBRERO<br />
[ 61 ]
¿Acaso no pasaba a diario en una región llamada nación y no<br />
detenían a nadie? Hacía dos noches habían violado y asesinado a<br />
dos jóvenes, miembros de la Embajada de Dinamarca, y no habían<br />
descubierto a nadie. Así como secuestraron y asesinaron al ganadero<br />
Nelson Álvarez porque tuvo la mala suerte de pasar por la<br />
calle Democracia cuando se dirigía a su casa y vio como la policía<br />
asaltaba el Banco Metropolitano y se llevaba todo el dinero. Le<br />
montaron una cacería. Creyéndose descubierto y amenazado se lo<br />
comunicó a su mujer, al gobernador, a sus amigos y una noche que<br />
salió para efectuar una de sus operaciones comerciales, desapareció.<br />
Habían pasado tres meses y del ganadero Álvarez no se<br />
sabía nada salvo que su automóvil había aparecido incendiado en<br />
El Baúl. El banco se quedó saqueado, no hubo presos y el estado<br />
Aragua, cuya capital es Maracay, continuaba como si tal. ¿Quién le<br />
iba a poner reparo a un incendio?<br />
(—¿ Y qué de la vieja?<br />
—A la vieja se la coge el comisario).<br />
Porque al fin y al cabo todo acababa en la leyenda, el chiste o<br />
algún versito:<br />
Hasta mañana, señores,<br />
porque el moreno se va:<br />
Si me da la gana, vuelvo<br />
y si no, no vuelvo más.<br />
—Mira, chica, esto me tiene horrorizada. Ahora los policías la<br />
cogieron por atracar los carros de dinero. Ayer durante el incendio<br />
atracaron otro. Esto me tiene aterrada. ¿Y a ti?<br />
—Bueno, anoche, después del incendio, asaltaron la quincalla<br />
de al lado, golpearon a la chinita, la violaron y después la decapitaron.<br />
La cabeza apareció en otro lugar.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 62 ]
—¿A la chinita de aquí, la que pasaba por ahí y saludaba a todo<br />
el mundo?<br />
—Esa misma.<br />
—¿Qué contaría el hermano?<br />
—Sí, un chipilín flaco y enjuto que hasta gran vaina se cree.<br />
—Esto es horrendo. Ocurre todos los días.<br />
—Y eso que yo no leo la prensa como tú, pero anoche me<br />
comunicaron que a Flor, la secretaria de la jefatura de Cagua, le<br />
arrancaron los ojos, la violaron y le llenaron la totona de piedras.<br />
Las dos muchachas, dependientas de la tienda Pepe Ganga,<br />
hablaban en voz baja cada vez que podían.<br />
Un hombre de edad indeterminada y con un maletín de lona<br />
en la mano izquierda entró y pidió un pañuelo.<br />
—¿De qué color? –preguntó Chuchita.<br />
—Es igual. Lo importante es que sirva.<br />
FEBRERO<br />
[ 63 ]
DOS<br />
LAGUNA<br />
AZUL
1<br />
La mujer y el hombre entraron en el bar. El sitio estaba casi a<br />
oscuras y no había nadie en la larga barra. Del techo colgaban unos<br />
jamones y unas ristras de ajo.<br />
Los dueños, unos portugueses, se quejaban de la situación.<br />
Hablaban mal del gobierno, del anterior presidente de la República<br />
y de una secretaria que se había fugado con cierta cantidad<br />
de dinero. Lo que comentaban lo habían leído en los periódicos o<br />
lo habían escuchado en una radio que tenían sobre una máquina<br />
de colar café.<br />
Eran dos portugueses y bebían apoyados del marco de la<br />
cocina. El dueño era de apellido Piloto y hacía poco había sufrido<br />
una operación de la próstata. El otro portugués era su hijo y los que<br />
le hacían compañía y bebían cerveza eran el italiano que vendía<br />
pescado fresco y el encargado del café La Hacienda.<br />
El hombre y la mujer pasaron a la soledad del bar. De alguna<br />
parte salía la voz de José José. El hombre dijo:<br />
—Con esta situación lo que me puedo beber es un ron. ¿Y tú?<br />
—Una cerveza.<br />
En todo caso lo que pidieron era lo más barato en la lista de las<br />
consumiciones. La mujer se bebió un trago de cerveza y dijo:<br />
FEBRERO<br />
[ 67 ]
—Te lo he dicho y te lo repito por última vez. No acepto más<br />
llamadas de tu última mujer.<br />
El hombre alto, delgado, con un bigotico blanco respondió:<br />
—Eso es mentira. Son imaginaciones tuyas.<br />
—¿Mías? ¿Y por qué te llama?<br />
—¿Cuándo llama?<br />
—Cuando no estás en casa y encima me insulta.<br />
El hombre se bebió el ron, tosió y levantó el vaso de agua. No<br />
respondió y la mujer continuó.<br />
—¿Por qué tienes sus fotos allí? ¿Por qué hablas de ella? ¿Por<br />
qué se casó con otro y continúa llamándote?<br />
—¿Vas a volver a empezar con lo mismo? Mira que los señores<br />
que están cerca de la puerta de la cocina se están dando cuenta.<br />
—¿Y a mí qué me importa?<br />
El hombre, vestido con una combinación de pantalón gris y<br />
chaqueta negra, la miró y le echó el humo del cigarrillo en la cara.<br />
La mujer abrió sus negros ojos pero se dominó y más bien lo<br />
recordó riéndose, jugando a las adivinanzas en el apartamento y<br />
ella diciéndole: “Tienes los ojos de burro, ¿sabes? Los ojos de burro<br />
son los más bonitos”.<br />
En aquel tiempo no le habían importado las fotos de nadie,<br />
pero de una parte a ese día su odio era transparente, no solo contra<br />
él, sino contra los sitios que habían visitado juntos.<br />
—Continúas igual que antes, visitando sitios sucios y oscuros,<br />
fíjate en este.<br />
La mujer soltaba chispas. El hombre se bebió el ron y dijo que<br />
se iba. Masculló:<br />
—Yo no voy a andar pagando nada para que encima me<br />
insultes.<br />
Y ella, levantándose:<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 68 ]
—Solo te importan las taguaras y cada día te pareces más a<br />
ellas.<br />
El hombre, mucho mayor que la mujer, se paró y pidió la<br />
cuenta.<br />
Los hombres allí adentro estaban embebidos en una conversación,<br />
pero la música que salía de las paredes la hacía borrascosa. Los<br />
hombres no estaban conformes con nada. El negocio iba de mal en<br />
peor. A uno se le alcanzó a oír que se iba del país o algo por el estilo.<br />
FEBRERO<br />
[ 69 ]
2<br />
Cuando salieron lloviznaba y empezaba a anochecer.<br />
—¿Adónde irás? –preguntó el hombre.<br />
—No sé –dijo la mujer-.Tal vez a un cine.<br />
—¿Y por qué no a casa?<br />
—Ya sabes que no tengo casa.<br />
—Pero has dormido muchas veces en casa de Yolanda.<br />
—Yolanda es mi hermana pero no tiene que recogerme cada<br />
vez que quieras que me quede en la calle.<br />
—Entonces vamos al apartamento.<br />
—Ese apartamento es tuyo. ¿No te acuerdas que cuando te<br />
emborrachabas me llamabas intrusa?<br />
—Eso ocurrió una vez nada más.<br />
—Pero da la casualidad de que nunca lo he olvidado.<br />
—Después estuvimos.<br />
—Pero ya no era lo mismo. ¿O es que has llegado a la edad en<br />
que se te olvida todo?<br />
—Puede ser. Pero no quiero discutir ni que andes por ahí y<br />
menos esta noche.<br />
—Eso has debido pensarlo antes, cuando te creías prepotente<br />
y que podías olvidarte de mí.<br />
—Pero yo te quiero.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 70 ]
—E hiciste bastante para que yo te quisiera. También se te<br />
olvidó que no me dejabas coger el teléfono porque me imaginabas<br />
teniendo otras amantes o presumías la existencia de otros hombres.<br />
—Olvida eso.<br />
—Y las fotos. Y los insultos. Me llamabas puta delante de cualquiera.<br />
¿Y sabes por qué? Porque yo sí lo había abandonado todo<br />
por ti. Abandoné el trabajo. O dejé de ir porque tú me lo impedías.<br />
Total un día me pasaron un memorándum.<br />
—¿Y qué te dije yo?<br />
—Que me fuera de tu casa. Yo no olvido nada.<br />
—¿Y bien?<br />
—Que me sentía una mantenida. Que ni siquiera me podía ir a<br />
un cine sola. Que no podía recibir la llamada de un amigo. Que no<br />
podía llamar a la tienda de mi papá.<br />
La lluvia arreció y la pareja se recostó en la pared del bar. El<br />
hombre hizo el ademán de volver a entrar y la mujer corrió hacia la<br />
calle y le sacó la mano a un taxi que pasaba.<br />
El hombre gritó:<br />
—¡Eh, pare usted!<br />
Pero el taxi, con la furibunda mujer en el asiento trasero, ya<br />
había arrancado.<br />
El hombre regresó al bar. Los dos portugueses, el italiano y<br />
el representante del café La Hacienda continuaban charlando al<br />
fondo.<br />
Pidió un ron con un chorrito de limón. Se acercó el dueño del<br />
bar, limpió la barra con un pañito que tenía en el hombro y sirvió<br />
aquella bebida que parecía agua sucia. El hombre se tomó el ron<br />
sin respirar y pidió otro y de la misma manera se lo tragó. Si no me<br />
rasco no duermo, pensó contemplando con estupidez los jamones<br />
y las ristras de ajo que pendían del techo.<br />
FEBRERO<br />
[ 71 ]
3<br />
Después que Sara desapareció, Francisco vio pasar a los cuatro<br />
hombres que lo rozaron y se disculparon. Se sacudieron la ropa con<br />
violencia y golpearon los zapatos contra el piso dejando un reguero<br />
de barro. Miraron en torno y todavía, sin sentarse, pidieron una<br />
botella de whisky. Se sentaron detrás de la mampara que anunciaba<br />
el baño de caballeros.<br />
Primero esos hombres estuvieron hablando en voz baja y<br />
mientras el aguacero arreciaba y la botella se vaciaba subieron el<br />
tono de las voces y recordaron el nombre de varios burdeles.<br />
—En Altamira, tú sabes, donde de entrada te obsequian un<br />
whisky, te puedes pasear por todas las habitaciones. Pero eso te<br />
cuesta mil quinientos bolívares.<br />
Otro, uno bajito y de lentes, echó el cuento de un burdel en San<br />
Bernardino donde fue con una italianita y después con otra que<br />
llegaba cuando él ya se iba.<br />
Los dueños del bar callaron y los oyeron. Francisco, casi a la<br />
salida, esperando que escampara, también los oyó.<br />
Cuando los cuatro hombres pidieron la segunda botella un<br />
camarero colombiano que bajó del piso de arriba les dijo que tenían<br />
que pagar la primera.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 72 ]
—¿Y eso? –respondió el más alto–. Vestía un flux negro con<br />
rayas blancas.<br />
—Es la ley –dijo el cantinero.<br />
—La ley es que uno consume y paga cuando se va a retirar y yo<br />
no me voy a ir con este aguacero.<br />
—Yo no me opongo, pero el dueño dice que a botella servida,<br />
botella cancelada.<br />
El mesonero que llevaba poco tiempo en estos menesteres<br />
había sido mecánico y acomodador de carros en un garaje. Este era<br />
su primer día en el Bar y Lunchería Laguna Azul. Llovía y una pareja<br />
que había estado en la puerta había peleado. La mujer se había ido<br />
en plena lluvia y el hombre se había quedado ahí bebiendo solo.<br />
No obstante los hombres no bajaron la voz y uno de ellos se<br />
levantó y se presentó como torero.<br />
—A mí no me importa –dijo el colombiano.<br />
—Bueno, te vamos a torear.<br />
Y el hombre alto y de traje a rayas, calmadamente, se colocó<br />
unos lentes oscuros en una noche más oscura que sus propios<br />
lentes, levantó el mantel rojo de la mesa vecina y le gritó al más<br />
chaparro de todos:<br />
—¡Pásamelo!<br />
—¿A mí? –preguntó el colombiano como si estuviera soñando<br />
o viviendo una pesadilla.<br />
—Sí. Tú.<br />
El tipo del traje a rayas movió el mantel como un capote.<br />
—Tú, gocho, no conoces el toreo de salón.<br />
—Este tipo no conoce ni a su madre –dijo el hombre chaparro,<br />
cuadrado y mirando fijamente al mesonero. Se le acercó y lo empujó<br />
asestándole un cuchillo en el cogote. El colombiano, que no había<br />
sentido nada pero sangraba, no embistió. Solo atinó a decir ¡ah! y<br />
se fue contra el piso.<br />
FEBRERO<br />
[ 73 ]
—Primer toro –dijo el hombre de los lentes oscuros sacudiendo<br />
el mantel–. Ahora pásame al portugués –añadió.<br />
—¿Cuál portugués?<br />
—Cualquiera de esos –y señaló a los hombres que estaban<br />
cerca de la cocina. Dos se habían puesto de pie.<br />
—Vamos, chico, muévete. Manda al portugués o al italiano.<br />
¿O no sabes distinguir a un portugués de un italiano?<br />
Francisco, en la puerta, pensó en correr hacia la calle oscura y<br />
solitaria bajo el gran chaparrón. Miró al mesonero manando sangre<br />
por la nuca, miró a los hombres que sacaban cuchillos y pistolas<br />
y comenzaban a disparar hacia el italiano que vendía pescado, el<br />
representante del café La Hacienda y el portugués, que era el dueño<br />
del negocio. Los vio caer al mismo tiempo que miraba hacia la calle<br />
oscura y la lluvia que arreciaba.<br />
Entonces el de los lentes oscuros y el traje negro a rayas le gritó:<br />
—Tú, tranquilo.<br />
—¿Yo? ¿Por qué?<br />
—Por esto.<br />
Y el hombre, soltando el paño o capote, lo apuntó en la frente<br />
y le disparó.<br />
—Por eso. ¿Viste?<br />
Caminó, se le puso a un lado, lo contempló y le disparó en la<br />
cabeza. Francisco rebotó contra el piso.<br />
—Esta vaina –dijo el hombre guardándose el revólver– se<br />
estaba poniendo fastidiosa.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 74 ]
4<br />
En la esquina hablaban los tipos de los tantos asesinatos que<br />
habían cometido. Yo los oía a medias.<br />
Sus alabanzas se referían a Dios, al candidato a gobernador<br />
por Miranda que se había robado unos carros y al cual apoyaban y<br />
al partido de gobierno en el que militaban.<br />
Eran cuatro hombres jóvenes y fuertes. Pero ya se les veía la<br />
maluqueza en los rostros. Dos usaban bigotes y a uno le faltaba un<br />
diente. El otro tenía lentes negros.<br />
Bebían y comían y uno llamó al mesonero y le dijo:<br />
—Dame un pedazo de carne a la brasa.<br />
—¿Grande o pequeño? –preguntó el mesonero.<br />
—Grande –respondió el hombre joven que saltó del asiento y se<br />
dirigió por entre las atiborradas mesas abriéndose ya la bragueta–.<br />
Caballeros –leyó, agachó la cabeza, empujó la puerta y entró.<br />
—Ese es un verraco –dijo el tipo que carecía de un diente–. Por<br />
lo menos se ha tirado a cuatro.<br />
—Y sabe soltar los puños –dijo el de bigotes negros y bien<br />
puliditos.<br />
—¿Que si sabe?–dijo el del diente menos–. Ese fue el que le<br />
rompió el tímpano a aquel médico que acusaron de drogadicto.<br />
FEBRERO<br />
[ 75 ]
—¿Ese fue?<br />
—Él mismo. Es mi compadre. Yo fui el que lo recomendé para<br />
los Trabajos Especiales.<br />
—¿Su nombre de pelea es Ernesto?<br />
—Exacto. Y donde pone el ojo, pone la bala.<br />
—Mira, muchacho, tráete cuatro más, pero los sirves bien<br />
servidos.<br />
Era un radiante mediodía después de una noche tempestuosa<br />
con rayos, truenos y centellas.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 76 ]
5<br />
El hombre que regresaba del baño y observaba la barra, las<br />
mesas y las estanterías pensó: Me gusta este lugar, y cuando llegó<br />
junto a sus compinches, dijo:<br />
—Allá, al fondo, están leyendo en un periódico las fechorías<br />
que cuatro o cinco personas cometieron en el bar Laguna Azul.<br />
¿Cómo les parece?<br />
El hombre se sacó los lentes oscuros del bolsillo del paltó y, con<br />
calma, mirando a este o al otro, se los colocó.<br />
—Me gusta este lugar –dijo un tipo retaco de amplias espaldas.<br />
—Si supieras que eso fue lo que pensé de regreso del baño<br />
–repitió el hombre de los lentes oscuros. Se estiró el pelo hacia<br />
atrás con ambas manos.<br />
—Bonito el sitio, sí señor. Y la gente es atractiva.<br />
FEBRERO<br />
[ 77 ]
TRES<br />
27 Y 28<br />
DE FEBRERO
6 A. M.<br />
—¡Coño, mujer, muévete! ¡Vamos, levántate!<br />
—Ya estoy levantada.<br />
—Anoche soñé que al fin salía de ti.<br />
—No has salido porque no tienes bolas.<br />
—Encima eres grosera.<br />
—Es lo que te vengo oyendo desde que nos casamos. La misma<br />
cantaleta.<br />
—Bueno, el café.<br />
—El café ya está listo.<br />
—¿Y qué te pasa que no me lo traes?<br />
—Está en la mesa de la sala.<br />
—¡Maldita vieja!<br />
—No te llevo más de dos años y eso lo sabes desde que nos<br />
casamos.<br />
—Pero cada día te pones más vieja y no has pasado de lo que<br />
eres.<br />
—Sí. Estudié enfermería y trabajé como enfermera mientras<br />
te mantenía para que te graduaras de abogado.<br />
—¡Vieja de mierda!<br />
—Y lo seguiré siendo mientras continúes viviendo aquí y no<br />
termines de definirte.<br />
—¡Vieja!<br />
FEBRERO<br />
[ 81 ]
En el rostro de Gustavo había odio, agresividad y asco. Odiaba<br />
a la mujer. No la soportaba y aún continuaba a su lado a pesar de<br />
los cuatro hijos y la mujer que lo esperaba en San Agustín del Sur.<br />
A Gustavo le gustaba vestir bien y desde que se había graduado<br />
se lo hizo ver a sus vecinos. Antes había sido un pobre diablo. Un<br />
empleado de la Telefónica. Susana se había quedado como simple<br />
enfermera. Se conformó con casarse con él y tenerle los hijos.<br />
Gustavo, por su parte, quiso ser abogado, ingeniero o médico.<br />
La abogacía le resultó más fácil en una universidad privada y se<br />
graduó en cinco años. Anteriormente le había gustado aparentar<br />
lo que no era, pero desde que le entregaron el título en un lujoso<br />
paraninfo al que asistió el presidente de la República ya no era el<br />
mismo. No ejercía. Continuaba como técnico en la Telefónica pero<br />
se atiborró los bolsillos de tarjetas:<br />
Dr. Gustavo Álvarez<br />
Abogado<br />
Se levantó. Fue al baño. Vio a sus hijos dormidos. Eran ya<br />
grandes y cursaban el bachillerato. Cuando salió, ya afeitado,<br />
limpio, oloroso a colonia francesa, se sintió solo en el inmenso<br />
apartamento. Recordó a Linda en la cama. La recordó por detrás,<br />
desnuda, y se vistió con rapidez. No tocó el café que su esposa le<br />
había dejado en una taza sobre la mesa.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 82 ]
7 A. M.<br />
Los portugueses estaban levantando la santamaría cuando<br />
una veintena de muchachos lanzó las sillas y las mesas contra el<br />
suelo, asaltó el mostrador de arepas y las cajas de Maltín Polar y<br />
corrió por la avenida.<br />
El hombre de los periódicos lo vio todo y sonrió.<br />
—Las cosas que ocurren –le dijo a la señora que le pedía una<br />
revista.<br />
—¿Todos los días? La señora con rollos en la cabeza y pantuflas<br />
estuvo a punto de gritar.<br />
—Una que otra vez, pero no todos los días.<br />
—¡Ay, Dios mío! Me entró una angustia al ver a tantos vándalos<br />
juntos.<br />
FEBRERO<br />
[ 83 ]
8 A. M.<br />
Los portugueses, de apellido Pita, recogieron las sillas, las<br />
montaron sobre las mesas y volvieron a cerrar.<br />
—Hoy no se despacha –dijo el mayor.<br />
—¿Y por qué? ¿Por qué? –preguntó el vecino que cada día<br />
bajaba a tomarse un café negro bien cargado.<br />
—¿Y usted no se dio cuenta, señor?<br />
—Sí, lo vi todo.<br />
—Bueno, la radio habla de muertos, atracos, asaltos y tiroteos.<br />
¿Tampoco ha oído la radio hoy?<br />
—No, la verdad que no.<br />
—Bueno, póngale atención a lo que pasa en Guarenas.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 84 ]
8:30 A. M.<br />
El periodiquero, que hacía un viaje expreso desde Charallave,<br />
decidió cerrar.<br />
—No hay periódicos –dijo–. Me voy.<br />
—Deme cualquiera.<br />
—Si le vendo a usted, tendré que venderle a todos y no sé<br />
cuándo llegaré a casa.<br />
—Déme el que tenga a mano.<br />
—Oiga, amigo, los periódicos que tengo aquí no dicen nada<br />
de lo que está pasando. Regrese a su casa y prenda la radio o la<br />
televisión. Yo me voy.<br />
Y tal como era: bajo, gordo, redondo, caminó a pasos cortos<br />
pero rápidos hasta la avenida Victoria y trató inútilmente de encontrar<br />
un taxi o un autobús.<br />
FEBRERO<br />
[ 85 ]
9 A. M.<br />
... por el día, muy de mañana, abrió los ojos. No sabía qué hora<br />
era. Lo único que recordaba era que al fin se había decidido a ser<br />
su mujer. Llevaban dos años trabajando juntos. Se habían gustado<br />
desde un principio, pero a Zulay la cohibía su marido. Aunque ya<br />
había dejado de amarlo “le daba algo como así ir con otro hombre”.<br />
Pero Miguel Martán era diferente. Técnico en computación. Sabía<br />
varios idiomas y nunca se había casado a pesar de sus cuarenta<br />
años. De modo que cuando él la llamó, muy de mañana para ella,<br />
Zulay, todavía adormilada, le respondió que sí.<br />
—Pero tranca, mi amor. Anoche me obligaste a acompañarte<br />
hasta tarde. Sí, sí, sí, ¡dejaré que me beses como tú quieras!<br />
Y cuando se volvió a dormir sonreía como una pícara.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 86 ]
10 A. M.<br />
Todas, con sus maridos, vivían en la parte alta de la quinta. Allí<br />
terminaba la calle y el cerro que comenzaba al mismo pie de la calle<br />
se llamaba Los Sin Techo. Edelmira, recién casada con un ingeniero<br />
de cítricos, dormía en un cuarto con su hermana menor. Cuando<br />
su marido regresaba de Villa de Cura, donde trataba de hacer unos<br />
injertos de limón y mandarina, se iban a un hotel en la avenida<br />
Los Ilustres a pasar la noche y a repasar los diarios donde ofrecían<br />
apartamentos. Los traspasos estaban por las nubes. Se quejaban del<br />
“arrejuntamiento” en que vivían y la madre les decía:<br />
—¡No embromen! Quédense aquí.<br />
Anoche nada más fue domingo y hoy lunes Edelmira se<br />
despertó con nuevas ilusiones. Apenas Julio se despidió se sentó en<br />
una mesa de la sala y diseñó la siguiente tarjeta:<br />
Edelmira de Aguilera<br />
Juguetería<br />
Calle Real del Cementerio.<br />
Quinta “La Luci”<br />
Era su ideal. Se quedó ese día en casa. Recordó muchas veces<br />
el sábado y el domingo que pasaron en el hotel El Paseo. Se alteró<br />
FEBRERO<br />
[ 87 ]
varias veces. ¿Y si voy y me le presento en el trabajo?, pensó. Ay,<br />
se pondría furioso. Julio trabajaba en el campo, en las afueras de<br />
la ciudad, y dormía en un galpón. Ella le había hablado de sus<br />
ambiciones, pero por primera vez con grandes ilusiones se había<br />
sentado a la mesa a diseñar la tarjeta de presentación.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 88 ]
11 A. M.<br />
—¿Y cuál es tu arrechera?<br />
—Guá, que cojo un autobús, le pago al chofer con un fuerte y<br />
me dan dos caramelos de vuelto.<br />
—¿Y eso?<br />
—Pues me respondió: “¿Usted no sabe lo que está pasando?”.<br />
“No”, le respondo yo. “Bueno –me dice él–, bájese y compruébelo”.<br />
Y cuando veo hacia atrás lo que oigo es una rumba de plomo.<br />
—¿Y por eso te tardaste?<br />
—Por eso nada más no, sino porque toda la ciudad está trancada<br />
y de todas partes disparan.<br />
—Pero yo aquí no he oído ningún disparo.<br />
—Pero eso es aquí. Dentro de poco ya verás.<br />
—Tú exageras. Mira, chico, yo sé que estabas con otra. No me<br />
vengas con mentiras porque yo te conozco y además te pusiste una<br />
corbata, te cambiaste los pantalones y traes chaqueta. ¡Yo nunca te<br />
había visto así!<br />
El hombre iba a responder cuando vio caer a la mujer y cuando<br />
volteó recibió un balazo en el pecho.<br />
Intentó levantarse pero sangraba. No sentía dolor alguno. Se<br />
desmayó.<br />
Los de la jara dijeron:<br />
FEBRERO<br />
[ 89 ]
—¿Viste cómo le dimos a esos dos?<br />
—¡Cómo no!<br />
—Una orden es una orden.<br />
—¿Cuál? –preguntó el chofer.<br />
—Bueno, el toque de queda.<br />
—Pero si todavía no ha empezado.<br />
—Pero nosotros nos hemos adelantado.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 90 ]
12 M.<br />
—A Néstor y al Gordo los mataron en Charallave.<br />
—Yo lo leí en el periódico.<br />
—El trabajo no se les dio.<br />
—Se detuvieron mucho. Han debido atracar, salir del banco<br />
disparando para asustar a la gente y volar en los carros. Pero el<br />
Gordo se quedó a mirar como un idiota y el vigilante lo mató de un<br />
escopetazo. Los disparos atrajeron a la jara que los emboscó y cayó<br />
Néstor. Eso no se hace. Como no se hace lo que ha hecho Luisito<br />
con nosotros.<br />
Los muchachos se sentaron bajo el puente de la avenida<br />
Lecuna.<br />
—Esto es lo que le vamos a dar –dijo Leo y se tocó la cintura.<br />
—Se llevó más de cien mil y yo tengo que resolver a mi mamá<br />
y a mi hermana que ya está por meterse a puta.<br />
Los muchachos buscaron la sombra. Pasaron algunas carajitas.<br />
Los muchachos pensaron en caerles encima, arrastrarlas<br />
hasta el basural y violarlas ahí mismo. Pero el Luis era lo primero.<br />
—No, pana, con billete nos metemos en un buen sitio con dos<br />
o tres dominicanas y sin problemas.<br />
—Cierto.<br />
FEBRERO<br />
[ 91 ]
Habían hecho un trabajo y hacía cuatro días que le habían<br />
entregado la mercancía al Luisito para que la vendiera en la avenida<br />
Urdaneta, pero el Luisito había desaparecido. Se habían metido<br />
en una quinta de Chuao por una ventana y habían caído encima<br />
de una mesa. Registraron los tres pisos, lo metieron todo en una<br />
bolsa de plástico y cuando iban saliendo la casualidad los enfrentó<br />
con el dueño de la casa. Alberto disparó al no más verlo. Llegaron<br />
al CCCT en una sola carrera y se montaron en un San Ruperto.<br />
Al otro día leyeron que el muerto era hermano del presidente del<br />
Banco Central. “Esto es paja”, se dijeron y tiraron el periódico.<br />
Subieron por el callejón de San Agustín, le entregaron el material al<br />
Luisito y estos eran días que no se había presentado.<br />
—Cuatro días, pana, y en casa ladrando.<br />
—En la mía se están comiendo un cable.<br />
—Y yo tengo necesidad de una jeva.<br />
—Y yo de una jeva, whisky y polvo.<br />
—Coño, me estás adivinando los pensamientos.<br />
—Y eso no es lo grave, lo grave es que estamos a tres cuadras<br />
de la PTJ y nos estamos exponiendo.<br />
—Al Luisito hay que darle.<br />
—Coronamos una buena faena y el Luisito, que es maricón y<br />
todo, nos da rolo.<br />
—Mira, pana, súbete p’arriba y ve a ver lo que ves. Estoy<br />
oyendo pepazos.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 92 ]
1 P. M.<br />
Él ya la estaba esperando en el apartamento n˚ 24 del hotel<br />
Odeón. Cuando ella empujó la puerta, preguntó:<br />
—¿Y no fue de aquí de donde se lanzó la muchacha aquella de<br />
Araure?<br />
—No, mi amor, del último. Estaba en compañía de su más<br />
íntima amiga y de un amigo. Bebieron, se hicieron varios pases<br />
de polvo y la muchacha, en estado del recepcionista, que era muy<br />
celoso, se lanzó al vacío.<br />
—¿Y cómo sabes tú todo eso?<br />
—Yo leo los periódicos y oigo la radio.<br />
—Entonces, ¿yo no leo los periódicos ni oigo la radio?<br />
—No te pongas así. A propósito...<br />
—No me interrumpas, que no quiero molestarte. Esta mañana<br />
terminé con Gustavo. Definitivamente. Ahora podré quedarme<br />
contigo toda la noche...<br />
—De eso quería hablarte.<br />
—Pero no me interrumpas.<br />
—Yo no te interrumpo, sino que quiero que te recojas temprano<br />
porque hoy vamos a cerrar el Metro a las cinco de la tarde. Hay una<br />
orden del presidente de la República. Las cosas no están buenas.<br />
FEBRERO<br />
[ 93 ]
Hay saqueos. Ha habido muertos. Las cosas se van a poner peor. Yo<br />
mismo tengo que regresar en este instante.<br />
—¿Y me dejas?<br />
—Te estoy poniendo al tanto. Regresa al apartamento. En este<br />
hotel tampoco puedes quedarte. Hay peligro. No habrá taxis a partir<br />
de las tres o las cuatro. Tienes que ponerte a salvo. ¿Y Gustavo?<br />
—No creo que se presente esta noche. Y menos si salió hacia<br />
la casa de su amante.<br />
Susana recordó a Gustavo. Gustavo era violento, en su<br />
juventud fue guardia nacional. Apresaba a los contrabandistas en<br />
la frontera, les decomisaba la mercancía y la vendía. Se hizo de una<br />
fortuna, montó varios establecimientos de perros calientes en el<br />
litoral y estaba en la pomada. Después que me conoció a mí y se<br />
enamoró, me perdió el respeto por mi falta de virginidad y porque<br />
yo le confesé que le llevaba tres años. ¿De dónde le vino esa arrechera<br />
a un hombre que estaba cansado de acostarse con putas, de<br />
violar carajitas por el grado de distinguido que ostentaba y hacer<br />
lo que quería como miembro de las Fuerzas Armadas Nacionales?<br />
No sé que me creyó, cuando yo misma le confesé que un conocido<br />
de la casa me violó. Lo complací en todo antes de casarnos.<br />
Lo de la rabia, el odio y los golpes, me lo pregunto y mira que no<br />
lo sé. Ahora, después de dieciséis años, había empezado a salir con<br />
un ingeniero del Metro, que aunque casado y todo, la respetaba.<br />
Le pagaba lo que se ganaba en el Hospital de Niños. Así Gustavo<br />
no sospechaba. Porque yo venía aquí. Vengo... lo espero y luego<br />
regreso a casa. Pero no olvido la noche en que una mujer arrebatada<br />
y en estado, se lanzó del último piso y dejó escrito:<br />
Vean hacia abajo y me descubrirán.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 94 ]
1:15 P. M.<br />
La gente corría.<br />
—¿Qué pasa?<br />
—¿Qué pasa? ¡Que están disparando!<br />
Dos mujeres entraron a Parque Central por la avenida México.<br />
Era mediodía y los tiros arreciaban.<br />
—Quítate los zapatos –le dijo la de rojo a la de verde–.<br />
—Me da asco caminar descalza –respondió la del traje verde.<br />
—Me da vergüenza llevar los zapatos en la mano. Todo esto<br />
me da asco.<br />
La del traje rojo dijo:<br />
—En cambio todo esto para mí es divino. Me encanta mojarme<br />
cuando llueve. Me gusta meter los pies en los charcos. Me acuerdo<br />
de mi pueblo.<br />
La gente corría.<br />
—Algo pasa en la calle –dijo la de verde.<br />
La gente cerraba los negocios. Un portugués dijo:<br />
—Yo nunca he visto algo semejante.<br />
Las mujeres corrieron de prisa y se confiaron en el policía que<br />
sonreía y que las apuntaba con una escopeta, y se le aproximaron.<br />
—Agente –dijo la de rojo.<br />
FEBRERO<br />
[ 95 ]
El agente, no más la oyó, le disparó en el cuello. La de verde<br />
gritó y corrió hacia el edificio Caroata. Fue una carrera tan imbécil<br />
como inútil. El policía la agarró por el brazo. Le dijo que estaba<br />
detenida y la arrastró al módulo policial.<br />
—¡Terrorista! –dijo.<br />
—¿Terrorista?<br />
—Y es peligrosa.<br />
—Déjala por mi cuenta.<br />
—Yo la vi primero.<br />
La empujaron, la lanzaron al suelo y le arrancaron la ropa. El<br />
policía de la escopeta que había dejado la puerta abierta para que<br />
los otros vieran, se desabrochó la bragueta y la penetró.<br />
—¿Y nosotros? –dijeron los demás.<br />
—Ya va. A estas ñángaras hay que aleccionarlas.<br />
Se reía. Le mordía las tetas y la golpeaba. Le arrancó los<br />
pezones con los dientes.<br />
Al rato salió con la escopeta recortada. No se sentía satisfecho.<br />
Estas mujeres se asustan fácilmente, se dijo. Mujeres buenas las de<br />
Morón, sobre todo las niñas de escuela, a las cuales se les arranca la<br />
lengua de un mordisco.<br />
A la salida volvió a disparar y esta vez le tumbó el brazo a un<br />
muchacho.<br />
—¡Agente!<br />
—Toma tu agente –le respondió el policía y le disparó nuevamente<br />
en el suelo–. De una cosa puedes estar seguro: no me gustan<br />
los maricones.<br />
Y se puso a seguir a una mujer que caminaba con rapidez,<br />
zarcillos, pulseras, pelo recién lavado.<br />
Yo sé adónde va esta, y la apuntó por detrás. Escasos segundos<br />
después le dio la voz de alto.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 96 ]
1:30 P. M.<br />
Yo solo sé que días antes de separarse dieron una gran<br />
fiesta. Fueron sus amistades. Las artistas. La Prieto. La Parías. La<br />
Machado. La Canelón y ellos dos, que representaban una bonita<br />
pareja, se disputaban un disco:<br />
... todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí...<br />
Y luego él la abandonó. O fue ella y después al poco tiempo<br />
el hombre, a quien yo conocía del todo, se suicidó. Recuerdo que<br />
era una belleza de hombre y ella una mujer de tetas grandes y de<br />
dientes salidos y hermosos. Aún conservo la foto que apareció<br />
en una revista. Me impresionó. Yo fui en compañía de una amiga<br />
porque yo también estaba en trance de divorciarme, pero nunca,<br />
jamás, llegué a pensar en darme un tiro, lanzarme de un apartamento<br />
y mucho menos, envenenarme...<br />
Se besaron en el centro de la sala y entonces ella oyó que<br />
gritaban desde abajo:<br />
—¡Métanse para adentro! ¡Vamos! ¡Métanse para adentro!<br />
Y cuando se asomó a la ventana recibió un tiro en el pecho.<br />
—¡Zulay, mi amor! –alcanzó a decir el hombre.<br />
FEBRERO<br />
[ 97 ]
2 P. M.<br />
—Oye, mi amor, yo no quiero que la policía venga aquí y se<br />
ponga a registrar y yo esté aquí. Yo todavía soy una mujer casada.<br />
—Descuida, que con un ejecutivo del Metro no se meten.<br />
Además eres mayor de edad.<br />
—Pero pueden llevarme, aparecer en un periódico, reseñarme,<br />
inventarme una historia. A mí se me olvidó confesarte que Gustavo<br />
perteneció a las Fuerzas Armadas Nacionales y no olvida una cara,<br />
recuerda miles de expedientes, está pendiente de cada caso.<br />
—Tranquila. ¿Acaso él ya no se fue?<br />
—Se va y vuelve.<br />
—Tranquila.<br />
—Has debido llevarme a otra parte. Yo me merezco algo mejor.<br />
Hace una semana que se mató esa muchacha aquí y todavía no<br />
saben si fue por drogas, por un embarazo o porque estaba borracha<br />
y celosa de la amiga que se la trajo engañada (eso lo dijo la prensa)<br />
desde Araure. Es muy fácil engañar a una muchacha de veinte años.<br />
—Vamos, mi amor, si no, no lo vamos a disfrutar. Olvida todo<br />
eso aunque sea por un instante. Dentro de un poco te tendrás que<br />
ir. ¿No oyes como unos fogonazos desde el Cementerio o de la<br />
Universidad? Voy a tener que llevarte. Quieta. Tranquila. Mañana<br />
será otro día y esa gente que se ha rebelado volverá a su sitio. No<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 98 ]
tiene otro remedio. Vamos a poner la radio suavecito. Ya vas a ver<br />
como Rafael te calma. ¿Va?<br />
—Va.<br />
Contemplaron una humareda desde la ventana. Estaban<br />
desnudos debajo de las sábanas y el hombre la tenía prieta contra<br />
sus piernas, morenas, sudorosas, olorosas a monte o a un perfume<br />
de pino.<br />
—Eres una potranca –le dijo.<br />
—Sí, mi amor.<br />
—Eres una linda potranca. Pareces un caballito.<br />
—Sí, mi amor.<br />
Se besaron.<br />
Se durmieron y cuando se despertaron él, sobresaltado, le dijo:<br />
—¡Vamos! ¡De prisa! Que la plomamentazón está llegando<br />
por estos lados.<br />
—¡Dios mío y mis hijas solas o quién sabe dónde! Pero tú no<br />
eres culpable de nada.<br />
—Nada de eso. Ninguno de los dos es culpable. Se han portado<br />
mal contigo. La gente le teme a la soledad.<br />
El hombre se sentó, se colocó unas pantuflas y se encaminó<br />
hacia el baño.<br />
Susana volvió a dormirse.<br />
Minutos después la sobresaltó el timbre de la puerta.<br />
—Ve a abrir –le dijo al hombre–. A mí esos golpes en la puerta<br />
me dan miedo.<br />
—Yo voy. No te preocupes.<br />
Se puso la toalla en la cintura y cuando se asomó a la puerta lo<br />
empujaron y le dispararon en el estómago.<br />
—¿Es esta la puta? –preguntó uno de los hombres señalando.<br />
—Parece que no.<br />
—Desaparécete, pues.<br />
FEBRERO<br />
[ 99 ]
Susana comenzó a gritar desesperadamente. La habían dejado<br />
sola con un muerto en una habitación desconocida donde antes se<br />
habían suicidado otras personas, o donde habían asesinado a una<br />
mujer.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 100 ]
3 P. M.<br />
—Coño, pana, arriba hay una rumba de plomo.<br />
—¿Por qué?<br />
—La policía está disparando contra todo el mundo.<br />
—¿Y qué viste?<br />
—¿Que qué vi? Nada menos que al Bombona descargando su<br />
Beretta contra los tombos.<br />
—¡Coño con el Bombona!<br />
—¡Entonces sí, ahora sí le podemos caer a unas carajitas y<br />
meterlas en el basural!<br />
FEBRERO<br />
[ 101 ]
3:30 P. M.<br />
El Bombona le había caído a una peluquería de mujeres.<br />
—¡Vamos, todas pa’l baño que esto es un atraco!<br />
Las mujeres se aguantaron en sus sillas. La peluquería estaba<br />
ubicada entre dos restaurantes. Enfrente estaba la librería Destino.<br />
—¡Vamos, pues! ¿Qué esperan? A desnudarse y a tirarse al<br />
suelo y nada de gritos.<br />
Las mujeres, sin chistar, se desnudaron. Algunas se quedaron<br />
en pantaletas y sostenes, y en lugar de mirar al atracador, comenzaron<br />
a examinarse las unas a las otras. Una negra mirando hacia<br />
la rubia dijo:<br />
—Yo creía que era auténtica.<br />
—¡A callarse! –dijo el Bombona al tiempo que se hacía de<br />
bolsos, relojes, pulseras, zarcillos, dinero y anillos.<br />
Al salir se encontró con el tiroteo y con un tombo que lo<br />
apuntaba. Disparó. El tombo cayó. Al bajar a la avenida Lecuna se<br />
detuvo la jara.<br />
—¡Alto, coño ’e madre!<br />
Y el Bombona disparó sin abandonar el botín.<br />
El Luisito les había metido rolo con una mercancía y ahora,<br />
apertrechado como estaba, no iba a abandonar esta.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 102 ]
Disparó mientras corría hacia San Agustín. En la esquina de<br />
la iglesia, al lanzarse por el matorral, vació la cacerina de la pistola.<br />
Se combatía hacia los lados del Nuevo Circo y de las Fuerzas<br />
Armadas.<br />
—¡Coño, y yo solo cuando este es el momento de caerle a todas<br />
esas tiendas!<br />
FEBRERO<br />
[ 103 ]
3:15 P. M.<br />
La rubia agarró a la negra por las mechas y la lanzó contra uno<br />
de los espejos.<br />
—¿Qué viste? ¿Es que no soy auténtica?<br />
La negra se levantó. No respondió de inmediato pero le<br />
descargó un pote de crema fría en la frente.<br />
—¡Nojoda! ¿Quieres pelear? ¡Ya vas a ver a una mujer arrecha!<br />
Las que pudieron salir, corrieron hacia el sótano. La negra le<br />
asestó dos patadas en la cara a la rubia.<br />
Dijo:<br />
—Te la echas de mucho, ¡eh!, y tienes el coño negro. ¿Por qué<br />
no te lo mandas a pintar también?<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 104 ]
3:20 P. M.<br />
—Oiga, hermano, llamamos de El Universal. ¿No es ese el<br />
Palacio de Miraflores? Bueno, óyeme pues, te habla Medina, el de<br />
Sucesos. Yo no me puedo conformar con un parte de la policía.<br />
¿Dónde está el presidente? ¿Cuáles son los planes para solucionar<br />
esta situación? Bueno, okey, okey, okey, no más preguntas.<br />
¿Entonces?<br />
—¿Quiere saber lo que está ocurriendo?<br />
—¿Eso no fue lo que te pregunté?<br />
—¡Bueno, coño ‘e madre, si quieres saber lo que está pasando<br />
lánzate a la calle, arriésgate, quémate ese culo!<br />
—¡Aló, aló, aló!<br />
FEBRERO<br />
[ 105 ]
3:30 P. M.<br />
Las calles estaban tomadas por el hampa. Un solitario policía<br />
quiso golpear a un hombre más joven y más fuerte y fue lanzado<br />
contra el suelo.<br />
Unos días antes Antonio cobró y se fue a beber con Belissa.<br />
Antonio tenía tiempo que no se acostaba con Belissa y Belissa<br />
estaba molesta. Belissa se fue y Antonio la pasó en grande<br />
comiendo y bebiendo, pero tuvo miedo de acostarse con una puta.<br />
Visitó dos burdeles y las mujeres le parecieron sucias.<br />
—¿Cuánto es? –preguntó.<br />
—Trescientos, mi amor.<br />
Las mujeres lo miraron y se apartaron. Él no estaba limpio<br />
que digamos. Llevaba una semana con la misma ropa y no se había<br />
afeitado.<br />
Antonio salió del burdel y caminó hasta el Congreso y allí<br />
vio la pelea. Según tenía entendido la policía estaba en huelga y la<br />
gente bebía ron en torno al Concejo Municipal, la Gobernación y el<br />
Congreso. En estos días personas que se hacían pasar por policías<br />
o soldados habían violado a una geóloga y a una familia francocanadiense.<br />
Al niño canadiense enfrente de su madre le habían<br />
metido un palo por el recto.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 106 ]
Antonio caminó hacia la esquina de La Torre. La gente corría.<br />
Unos iban hacia abajo y otros hacia arriba. Todos iban desorientados,<br />
porque, de pronto, disparaban de un lado como del otro. La<br />
gente corría contra las balas o hacia las balas.<br />
Antonio, sudoroso, se metió en un bar.<br />
—Perdón, señora –le preguntó a una mujer–, ¿cómo se llama<br />
este lugar?<br />
—El Parador.<br />
—Sí. Tiene que llamarse así, un lugar donde se respira tranquilidad<br />
y hay aire acondicionado tiene que llamarse El Parador.<br />
Antonio transpiraba.<br />
—Perdón, señora –dijo–, ¿dónde está la lista de precios?<br />
—No está escrito, pero ¿qué quiere beber?<br />
—Un whisky.<br />
—110.<br />
En comparación con los otros bares el whisky era barato. Tal<br />
vez la mujer lo confundió con uno de la policía secreta o con un<br />
inspector.<br />
Le sirvieron y al levantar el vaso lo dejó caer. Eso hizo que<br />
todos en la barra se volvieran y lo miraran, pero todo no fue más<br />
que un instante. Si hubiera asesinado a una persona y pasado lo<br />
mismo se hubiera sentido frustrado.<br />
La mujer, pequeña, rubia, de ojos azules le sirvió otro whisky<br />
y Antonio se vio en la necesidad de pagar los dos.<br />
—¿Y el vaso? –preguntó.<br />
—Descuide –le respondió la mujer.<br />
Pero además del whisky derramado pagó el vaso.<br />
Era muy tarde. Salió y no había taxis. Se hizo ilusiones con la<br />
fichera, pero en eso mandaron a desocupar y un negro de dentadura<br />
blanca se la llevó.<br />
FEBRERO<br />
[ 107 ]
Antonio salió a la calle solitaria. Dos camiones militares<br />
pasaron disparando y sonando sirenas.<br />
Antonio se lanzó al suelo, rampó hasta el puente y trató de<br />
dormirse sobre unos cartones. Allí, a su lado, había gente bebiendo.<br />
Se acordó de Belissa. Sus grandes senos. Aquellas tetas que le<br />
mamó de pie, en el bar, sentados. Se durmió y se dijo: Mañana la<br />
llamo y le propongo que volvamos a casarnos.<br />
—¡José! –gritaron.<br />
Él creía que era con él y al levantarse le metieron un balazo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 108 ]
4 P. M.<br />
—¿Te has dado cuenta?<br />
—¿Qué?<br />
—El ejército está tomando la esquina.<br />
—Debe ser para proteger la mueblería del coronel Fábregas.<br />
—Sí, porque fue lo único que no saquearon por aquí.<br />
Edelmira y su hermana menor, Esther, se acercaron un poco<br />
más a la ventana.<br />
Los soldados dispararon de inmediato. La metralla subió<br />
al cerro y luego bajó hacia la calle y las quintas cuyas puertas y<br />
ventanas aún permanecían abiertas.<br />
Edelmira solo alcanzó a decir: “¡Julio!”.<br />
Y cuando el viejo se acercó y gritó: “¡Asesinos!”, también cayó<br />
acribillado.<br />
—¡No disparen! –gritó Esther–. ¡Hay heridos! –la respuesta<br />
fue una tercera balacera que tumbó la parte de arriba de la quinta.<br />
FEBRERO<br />
[ 109 ]
5 P. M.<br />
El ingeniero Julio Aguilera, que se había devuelto en el Carmen<br />
porque estaban deteniendo a todos los automovilistas, se encontró<br />
con un cordón de policías, guardias nacionales y soldados a la<br />
entrada del Cementerio.<br />
—¡Vamos, hacia atrás!<br />
Y las bocas de los fusiles lo amenazaban. El humo, la metralla<br />
y la candela subían desde el barrio Los Sin Techo, Coche y El Valle.<br />
—¡Edelmira, Dios mío, cuánto me va a costar olvidarte!<br />
—¡Atrás, gran carajo!<br />
—Yo, señor, mire...<br />
El guardia lo golpeó a través de la ventanilla.<br />
—Yo, señor, mire...<br />
—¡Atrás, hijo de puta, o disparo! Julio miraba la candela y oía<br />
la metralla. Se iba a devolver. No sintió el tiro en la cabeza.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 110 ]
6 P. M.<br />
La multitud corría de un sitio a otro acorralada por los<br />
disparos de los francotiradores y los soldados que, sin detenerse,<br />
disparaban a discreción sobre todo el que se movía.<br />
Una mujer con un niño en los brazos soltó el llanto. Otra<br />
mujer, con tacones altos, caminaba adelante, aguantándose. Varios<br />
hombres con televisores y cornetas de radio la siguieron.<br />
—Sigue, mamacita.<br />
La mujer de los tacones se sacó los zapatos y procuró correr.<br />
Más adelante la atajaron, la lanzaron contra el cerro de la Roca<br />
Tarpeya. Aunque desde arriba disparaban hacia abajo, los hombres<br />
que cercaron a la mujer no le hicieron ningún caso a la plomazón.<br />
—¡Vamos, que tengo hambre!<br />
Algunos hombres con más apetencia que los otros, dispararon<br />
y mataron a tres.<br />
La mujer con el vestido roto corría hacia el cerro.<br />
La bajaron a tiros y, ensangrentada como estaba, abusaron<br />
de ella.<br />
FEBRERO<br />
[ 111 ]
7 P. M.<br />
—¡Paso, coño, paso!<br />
Soldados a pie tomaron El Peaje, levantaron varios cadáveres y<br />
los acostaron sobre la acera de la farmacia San Pablo.<br />
Esperaron. Llegó un camión y luego lanzaron los cadáveres<br />
en el volteo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 112 ]
7:30 P. M.<br />
El tipo, pequeño, de un metro sesenta de estatura, se paró<br />
sonriente. Tenía un palillo en la boca y se lo pasaba de un lado a<br />
otro con la lengua.<br />
La calle bajaba hacia la avenida Sucre y subía hacia Cútira. El<br />
pequeño, llamado Puerto Rico por su propio padre, miró hacia<br />
arriba.<br />
—Esos carajos no van a bajar. Es hora de que estuvieran aquí.<br />
Si bajan nos vamos al este. Allí es donde está la muna y no hay<br />
fórmulas. Además de que nos tienen miedo, tenemos al papaúpa<br />
de nuestra parte.<br />
Hablaba con desprecio y de hecho le insuflaba valor a sus<br />
compinches. La Salazar Lengua, a dos pasos de él, le transmitía el<br />
pensamiento a los cinco que esperaban detrás con la disposición<br />
de disputarse el territorio y liquidar de una vez por todas con los<br />
de Cútira. Los de Cútira bajaron una noche, mataron a un pobre<br />
diablo que hablaba por el teléfono público, dispararon contra la<br />
casa de Puerto Rico y le metieron un balazo al padre que ya llevaba<br />
cinco años en una silla de ruedas sin poder moverse ni hablar.<br />
Ahora el Puerto Rico, a sus dieciocho años de edad, quería vengar<br />
al padre y acabar con todos los pandilleros de la parte alta del cerro.<br />
Los espero hasta la madrugada, se dijo. Se lo comunicó a la Salazar<br />
FEBRERO<br />
[ 113 ]
Lengua y continuó de un lado a otro fijándose en los automovilistas<br />
que desaceleraban, lo saludaban y le entregaban algún dinero<br />
“para la causa y la tranquilidad que regresaba desde que había<br />
suplantado al padre”.<br />
Cinco hombres, entre ellos un portugués que permanecía<br />
impasible ante el volante del Corolla, esperaban con las armas en<br />
las manos.<br />
El Puerto Rico, con sus pequeñas, retacas y abiertas piernas,<br />
estaba solo en medio de la calle oscura. Antes de llegar y tomar<br />
posiciones uno les hizo el mandado de quebrar todos los bombillos.<br />
Puerto Rico tenía una pistola en la cintura, otra en la media<br />
derecha y otra en un carrier de mujer.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 114 ]
8 P. M.<br />
El presidente, dirigiéndose a la nación, decía: “Esto no es una<br />
dictadura. Si esto fuera una dictadura ya el gobierno hubiera dominado<br />
la situación con el ejército”.<br />
FEBRERO<br />
[ 115 ]
9 P. M.<br />
El ministro de Defensa, casi soltando el aliento, pidió la ayuda<br />
de todo el mundo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 116 ]
10 P. M.<br />
El hombre corría de portal en portal cuando lo detuvo la<br />
patrulla.<br />
—¿Y usted, adónde va?<br />
—A ninguna parte.<br />
—¿Y entonces?<br />
—A mí solo me dijeron en el litoral que durante un toque de<br />
queda se podía ir de una parte a otra escondiéndose en los portales.<br />
—¡Sigue, coño ‘e madre!<br />
Y cuando el transeúnte solitario se fue a meter en el próximo<br />
portal, le volaron la tapa de los sesos.<br />
FEBRERO<br />
[ 117 ]
11 P. M.<br />
Los balazos retumbaban en la noche en forma de círculos.<br />
Una camioneta con un hombre en el techo venía rozando por<br />
Los Próceres.<br />
—¡Paso, un herido! ¡Paso, un herido!<br />
Palabras que tal vez no oyeron bien los soldados acostados<br />
detrás de la venta de jugos Doña Juana porque uno se levantó y le<br />
lanzó una granada.<br />
La camioneta voló por los aires y cayó en el parque infantil.<br />
—¡Coño, le di! –dijo el soldado.<br />
Los muñones de los heridos y de los muertos estaban regados<br />
en el parque. El capitán se presentó y caminó hasta la orilla del pozo<br />
de sangre.<br />
—Esos carajos iban con un cargamento de armas hacia la<br />
universidad.<br />
Quiso conocer al soldado que tuvo tan buena puntería.<br />
—¡Chusma, chusma!<br />
—¡Malandros!<br />
—¡Choros!<br />
—¡Ñángaras!<br />
—Así es, hijos. ¡Hay que darle duro a esos ñángaras!<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 118 ]
El capitán, que venía de hacer un curso de insurrección civil<br />
en Panamá, saltó del jeep.<br />
—La orden es matar a todo el mundo. Nada de culipandeos.<br />
Los soldados, de pie, saludaron.<br />
—... y menos ahora, que acaban de asesinar al mayor Carlés.<br />
FEBRERO<br />
[ 119 ]
LA MEDIANOCHE<br />
Los hombres bebían y jugaban dominó con sus mujeres y sus<br />
niños cuando hizo acto de presencia la patrulla.<br />
—¡El comando negro!<br />
—¡El escuadrón de la muerte!<br />
—¡El fin de las insurrecciones civiles!<br />
—¡De los vagos!<br />
—¡De los saqueadores!<br />
—¡De los delincuentes!<br />
—¡Nada, señores, nosotros estamos con el orden!<br />
—¡Aplaca, Señor, tu ira! –exclamó una mujer con vestido<br />
desteñido y una teta afuera.<br />
—... tu justicia...<br />
—¡Mátalos! ¡Que no hablen! ¡A ellos solo se les da una<br />
oportunidad!<br />
Las balas pegaron en los cuerpos, las paredes, los porrones y<br />
las botellas.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 120 ]
1 A. M.<br />
Y cuando ya entraba, con ese terror, creía encontrársela con<br />
otro y a mí señalándome:<br />
—¿Por qué abriste esa puerta?<br />
Y era que ella echaba un polvo con su última adquisición. O<br />
ella, una mujer perdida, se lo estaba chupando al ritmo que se lo<br />
pintaban.<br />
¡Rico, rico, rico, rico, rico, mi amor!<br />
—Señora, eso de rico, rico, rico ha sido premiado en todas las<br />
emisoras. Por eso es usted tan pervertida.<br />
—Doctor, en este momento en que yo no creo en usted ni en lo<br />
que me ha prometido, ¿me permite que lo mate?<br />
Y la mujer, con una frialdad digna de la invasión de los bárbaros,<br />
le disparó con una pistola cuyas balas se oían como mascadas de<br />
chicle. El otro saltó de la cama y se encerró en el escaparate.<br />
FEBRERO<br />
[ 121 ]
2 A. M.<br />
—¿Y entonces, coronel?<br />
—Hay que acabar con lo que se pueda antes de que amanezca.<br />
—¿Y la orden?<br />
—Mire, hijo, ahí hay un hombre de lentes oscuros que lo<br />
menos que es es general y que no quiere a nadie vivo en este país.<br />
—¿Y eso?<br />
—La gente, hijo, es la peste.<br />
—¿Civiles?<br />
—Sí, esta es una insurrección civil. Si nos descuidamos, los<br />
muertos seremos nosotros.<br />
—¿Y esos muertos?<br />
—A la fosa común.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 122 ]
3 A. M.<br />
—Hemos acabado con no menos de diez mil personas y esta<br />
ciudad aún me da miedo.<br />
—¡Un soldado no habla de ese modo!<br />
—¡Sargento!<br />
—¡Soldados, fusilen a este traidor!<br />
FEBRERO<br />
[ 123 ]
4 A. M.<br />
Dos muchachos estaban disparando desde el edificio<br />
Sutrinam. Disparaban al aire. Hacia el cerro. Hacia la desierta<br />
avenida.<br />
—¡Chamo, el Luisito la dañó!<br />
—¿Por qué lo dices?<br />
—Porque yo mismo lo maté. Venía con un chaleco de policía.<br />
Yo acababa de caerle a una peluquería de mujeres cuando lo veo<br />
venir hacia mí. Le metí un solo pepazo.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 124 ]
5 A. M.<br />
—¡Soldados, todavía es noche! ¡La orden de Hassan es matar!<br />
FEBRERO<br />
[ 125 ]
6 A. M.<br />
Los tacones de la conserje despertaron a todos los inquilinos.<br />
Los inquilinos del pequeño edificio creían que la conserje pasaba<br />
la noche fuera para rebuscarse. Pero al parecer no era así porque<br />
ahí la oían bajar.<br />
—Es que no podía salir.<br />
—Igual hubiera salido. Para esas hay salvoconducto.<br />
—¡Mal pensado!<br />
—Nada de discutir. Y menos en esta situación. Mira que me<br />
debes una. ¿Qué hay de beber?<br />
—En absoluto.<br />
—¿Cómo?<br />
—No hay ni café.<br />
—¿Ni café?<br />
—Ni azúcar.<br />
—¿Nada?<br />
—¡Nada, vago!<br />
—¡Nojoda contigo, que si te lanzo por esa ventana nadie te va<br />
a cobrar!<br />
—¡Lánzame pues!<br />
—¡Vas a ver!<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 126 ]
7 A. M.<br />
La gente de los edificios vecinos que escucharon el grito de la<br />
mujer y el golpe en el suelo no se atrevieron a asomarse. Con un<br />
toque de queda era peligroso asomarse a una ventana y lo mejor<br />
era esperar hasta las ocho o a las nueve para bajar a cerciorarse.<br />
Los soldados continuaban disparando a la loca o a donde se les<br />
antojara.<br />
FEBRERO<br />
[ 127 ]
8 A. M.<br />
El ministro de la Defensa, que se había tomado todas las atribuciones,<br />
convocó a una rueda de prensa.<br />
—Hagan pasar a toda esa gente.<br />
—Paso, señores, es el Cardenal.<br />
—¿Y qué coño viene a hacer un Cardenal en una vaina que es<br />
para los periodistas?<br />
—Quién sabe. A lo mejor quiere santificar este despacho.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 128 ]
9 A. M.<br />
El presidente, que no había pegado los ojos en dos días, telefoneó<br />
a Ítalo.<br />
—General.<br />
—¡Presidente!<br />
—Traiga más soldados del interior.<br />
—Han llegado diez aviones.<br />
—Entonces desaloje a los soldados de esta región.<br />
—Hecho, señor.<br />
—Dígale a esa gente que aquí se puede hablar, que vuelvan a<br />
sus casas y que a partir del primero de marzo tendrán un aumento<br />
de dos mil bolívares.<br />
—¡Sí, señor!<br />
FEBRERO<br />
[ 129 ]
10 A. M.<br />
No había terminado de hablar el ministro de la Defensa<br />
cuando recibió una llamada del Jefe de Prensa de Palacio.<br />
—¿Cierto?<br />
—Como lo oye.<br />
—¿Cuántos?<br />
—Treinta.<br />
—¿De aquí?<br />
—¡Colombianos, cálese esa!<br />
—¡Coño!<br />
—¿Qué carajo buscaban esos tipos intentando apoderarse del<br />
Palacio con el presidente adentro?<br />
—Lo voy a averiguar.<br />
—Ojo, general, que la insurrección nos puede venir de los<br />
vecinos.<br />
—¡Carajo con la hermana República!<br />
—El presidente llamó a Barco. Barco no sabe nada.<br />
—¡Las fronteras! ¡Las fronteras!<br />
—Mientras nos ocupábamos de un pueblo desarmado como<br />
un ejército de ocupación, los vecinos esperaban apoderarse de<br />
Palacio, de Apure, Barinas y Bolívar, y de vaina si no secuestran al<br />
mismo presidente.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 130 ]
11 A. M.<br />
—Déle un parao a la pelea, general.<br />
—Sí, presidente.<br />
—¿Todo en orden?<br />
—Solo resiste Guarenas.<br />
—Métales un trancazo y retírese.<br />
—¡Sí, señor!<br />
FEBRERO<br />
[ 131 ]
EL MEDIODÍA<br />
La foto mostró al presidente cansado, arrastrando los pies.<br />
La foto mostró al presidente agachando la cabeza para entrar<br />
en el helicóptero.<br />
La foto mostró al ministro de la Defensa indicando algunas<br />
zonas de la ciudad. Sonreía.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 132 ]
1 P. M.<br />
—Mi amor, este lavamanos sigue goteando.<br />
—¿Y qué? ¡Coño!<br />
—Que le pagaste al lampista y la gota sigue y sigue y el baño<br />
está inundado.<br />
—Déjalo que vuelva. Lo voy a matar. Me ha engañado.<br />
—Amor, no te pongas así. Ya eso me lo demostraste.<br />
—Te lo demostré una vez. La noche que nos casamos.<br />
—Sí, amor, me asustaste. Pero eso no se va a repetir, ¿verdad?<br />
—Tú lo dices.<br />
FEBRERO<br />
[ 133 ]
2 P. M.<br />
—Señor general.<br />
—Sí, presidente.<br />
—Me han dicho que usted tiene ambiciones.<br />
—Sí, señor, las de protegerlo a usted.<br />
—No, otras ambiciones.<br />
—¿Como cuáles, presidente?<br />
—Estamos hablando de un golpe de Estado.<br />
—Presidente, si quiere renuncio y que la guerra la lleve Hassan.<br />
—No, primero me acaba con el bochinche.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 134 ]
3 P. M.<br />
La prensa no podía entrar ni con salvoconductos.<br />
—¡Mira, mano –gritó el negro–, nos echaste bola!<br />
—¡Yo soy periodista!<br />
—¡Mira, periodista, nos echaste paja!<br />
La gente del bloque, asomándose a las ventanas o paseándose<br />
por los pasillos, gritó:<br />
—¡Nos están asesinando y ustedes nos tildan de malandros!<br />
¡Los malandros y asesinos están detrás de ustedes, en la avenida<br />
Sucre!<br />
FEBRERO<br />
[ 135 ]
4 P. M.<br />
—¡Échale bola, negro, yo no quiero que me rodeen!<br />
—Entre, licenciado.<br />
—Esos carajos son capaces de asesinarnos por la sola razón de<br />
que somos periodistas y andamos desarmados.<br />
—No se olvide, licenciado, que hasta la diputada Almosny<br />
ha dicho que la policía está penetrada por el hampa. ¿Qué hacen<br />
entonces aquí? Busquen en otro lugar.<br />
—¡Échale bolas, pues!<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 136 ]
5 P. M.<br />
Yo salí sola. Dejé a mi papá comprando unos aguacates debajo<br />
del puente de las Fuerzas Armadas. Le dije: “Papá, no te voy a<br />
entregar el dinero porque te lo vas a beber. Mi mamá me avisó”.<br />
“Okey, hija –me dice él–, vete a casa”, y yo me fui al 23 de Enero a<br />
encontrarme con Miguel. Con Miguel yo lo hacía en el ascensor<br />
o en el carro que se acababa de robar. En Charallave yo tenía al<br />
catire Ángel para casarme. La plomazón se dio cuando Miguel y yo<br />
subíamos en el ascensor y como él lo detuvo en el séptimo mientras<br />
se lo chupaba y se quejaba ay, ay, ay, supongo que nos agarraron<br />
desprevenidos. El soldado que logró abrir el aparato le disparó y<br />
Miguel cayó y enseguida que lo mata y lo empuja hacia abajo me<br />
dice: “Ahora me lo haces a mí, rápido”. Cosa que hice sin dilación<br />
y sin salir todavía del susto. Me bajó presa, me empujó en la jaula y<br />
tuve que mamárselo a todos antes de llegar a Fuerte Tiuna.<br />
—¡Cédula!<br />
—No tengo.<br />
—¡Edad!<br />
—14 años.<br />
—¡Con ese tamañote! ¡Métala ahí, sargento!<br />
—¡Teniente!<br />
—¡Coño!, ¿este es un ejército o no?<br />
FEBRERO<br />
[ 137 ]
—¡Teniente!<br />
Y detrás del sargento entró el teniente que me dijo:<br />
—Prepara todas esas camas y ven y acuéstate en la primera<br />
que es la mía.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 138 ]
6 P. M.<br />
La gente que rezó el rosario comentó:<br />
—No se parece. La Micaela era delgada, chiquita, un firifirito<br />
y esta es gorda, grande y vieja.<br />
—Vamos, vieja, que un muerto se hincha.<br />
El ejército, para evitar un tumulto, tomó la calle y solo permitió<br />
un reconocimiento.<br />
FEBRERO<br />
[ 139 ]
7, 8 Y 9 P. M.<br />
La Micaela que leyó el diario que le llevó el teniente que se la<br />
estaba fregando, dijo:<br />
—Mira, en Charallave enterraron a otra por mí.<br />
—Ya lo leí.<br />
—No importa, mi amor, tú me ofreciste protección.<br />
—¡Señorita, estamos en guerra! ¡Usted es una puta y con la<br />
regla que la midieron la voy a medir yo!<br />
Yo me asusté, pero en cuanto lo vi que se desnudaba no pude<br />
aguantar la risa y nos reímos los dos.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 140 ]
10 P. M.<br />
De modo que enterraron a otra por mí. Ya yo estaba cansada<br />
de tender sábanas, servir comida y trabajar de gratis. Además<br />
el teniente García (un momento era García, otro momento era<br />
Roberto y otro momento Rodríguez) me mentía mucho. En la<br />
primera oportunidad le dije:<br />
—Mi amor (él me tenía contra un ropero de acero), mi amor,<br />
permíteme llamar, después volveré a ser tuya.<br />
Me hizo suya de pie y al cabo de un rato, serio y con la mano en<br />
la pistola, gritó en ese tono militar que tienen todos los militares:<br />
—¡Así que tiene familia! ¡Llámela, pues!<br />
Y fue cuando llamé y hable con mi mamá, los vecinos y mi<br />
papá que me dijo:<br />
—¡Pero negra, aquí ya te enterramos ayer!<br />
FEBRERO<br />
[ 141 ]
11 P. M.<br />
Por la noche las ráfagas de metralla dieron cuenta de varios<br />
ladrones de carro, de una abogada que venía de cumplir años con<br />
su salvoconducto pegado en el parabrisas de su Corolla y de una<br />
arquitecta de veintidós años que se acababa de graduar.<br />
Un soldado vio a un hombre parado debajo de un poste y le<br />
dijo:<br />
—¡Corre!<br />
Y el hombre lo miró fríamente.<br />
—¡Corre!<br />
El hombre permanecía de pie en actitud digna sin moverse. Ni<br />
siquiera espabilaba.<br />
—¡Ah! ¿No te vas a mover?<br />
El hombre continuaba sin espabilar.<br />
—¡Ah, qué arrecho! –dijo el soldado y lo acribilló.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 142 ]
LA MEDIANOCHE<br />
—Presidente –dijo el ministro de la Defensa–, la guerra nos<br />
ha costado dos hombres: el mayor Carlés, que cayó en El Valle y un<br />
soldado de la Fuerza Aérea.<br />
—¿Y qué opina usted, ministro?<br />
—Que hemos aprendido mucho sobre el arte de la guerra.<br />
—Lo felicito.<br />
FEBRERO<br />
[ 143 ]
CUATRO<br />
LA CATERVA
El portugués atrincherado detrás del mostrador ya había<br />
bajado a dos malandros.<br />
El portugués, con una treinta y ocho en la mano, había disparado<br />
contra los dos que le dijeron:<br />
—¡Arréchate!<br />
En realidad Joaquín D’Acosta nó se arrecho. Joaquín D’Acosta<br />
se asustó y disparó. Mató a dos que quedaron tendidos en la calle<br />
y su mujer, la negra (a los portugueses nos gustan las negras) le<br />
gritaba desde arriba:<br />
—¡Sube, Joaquín, sube!<br />
—Párate, mujer, que voy a llamar a la policía.<br />
Joaquín D’Acosta, de cuarenta y dos años, portugués birriondo,<br />
echón, gustador de besar negras contra la cocina, ahora, a pesar de<br />
que había matado a dos muchachos, estaba cagado.<br />
—¡Huye, mi amor! –le gritaba la negra desde la azotea.<br />
—¡Tú, aguántate ahí!<br />
—Huye, mi amor, ¡si no voy a creer lo que dicen de ti!<br />
—¡Tú, cállate!<br />
—¡Huye, portu, huye y nos vemos en el Tuy!<br />
***<br />
La tropa, en grandes camiones, pasó por la avenida Fuerzas<br />
Armadas.<br />
La tropa, con grandes rifles que hacían bum bum, mató al niño<br />
que quiso imitarla.<br />
La tropa, desde sus camiones, disparaba hacia ventanas y<br />
luces.<br />
Era la orden.<br />
La tropa, con jefes a su cabeza, comenzó a hacer encuestas:<br />
—¿Qué opina usted de un golpe de Estado?<br />
FEBRERO<br />
[ 147 ]
El vendedor de periódicos bajaba su kiosco y se iba.<br />
—¡Oye, Lucio!<br />
—No hay prensa, mi amor, entiéndete con el oficial.<br />
***<br />
¡Coño, mano!, ¿viste? Ese soldado pasó y se me quedó mirando<br />
y yo no me he metido en nada. Lo mismo te culpan de algo, te caen<br />
a coñazos y después te matan. ¿Viste?<br />
***<br />
El portu, atrincherado detrás del mostrador, trató de abrir un<br />
hueco mientras sostenía el revólver y miraba hacia la calle.<br />
—Portu, mi amor, por última vez...<br />
—Tú, cállate, mujer, y tírate hacia el parque...<br />
***<br />
Mundial 12 Radio 03:<br />
—La policía debe ir hacia Los Rosales. Todas las quintas han<br />
sido asaltadas y hay una familia que lleva dos días resistiendo desde<br />
una azotea.<br />
***<br />
—General.<br />
—Diga.<br />
—¿A cuántos ciudadanos hemos matado?<br />
—Ni más ni menos de lo que usted calculó.<br />
—¡Cuántos, coño!<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 148 ]
—¡No grite a su superior, carajo!<br />
—Usted, general, está por retirarse y no le interesa el número<br />
de muertos. Bajo sus órdenes, sin exagerar, hemos actuado como<br />
un ejército de ocupación y hemos asesinado a más de diez mil<br />
personas.<br />
—Yo no le pregunté eso.<br />
—Yo leo estadísticas.<br />
—¡Está despedido!<br />
—De baja, general.<br />
—¡Coño, váyase!<br />
Cuando salí a la calle me gritaron:<br />
—¡Ítalo salvó a la clase media!<br />
La gente, estúpida por naturaleza, no se había enterado de que<br />
Ítalo me había echado por incapaz. Lo que hice fue sonreír e irme<br />
a casa. Ya era hora.<br />
***<br />
Hassan, en su casa:<br />
—El presidente me va a ratificar.<br />
Su mujer, fuera de sus cabales:<br />
—Eres idiota, un asesino.<br />
—¿Yo?<br />
—Eso fue lo que ganaste.<br />
—¿Por qué, mujer, por qué?<br />
—Has mandado al ejército a asesinar a gente inocente. No<br />
mataron a ningún delincuente, a ningún ladrón, a ningún asesino.<br />
Te ensañaste contra gente trabajadora y te salió bien.<br />
—Yo obedecía órdenes de mi general Alliegro.<br />
—Entonces, ¡cálatelas!<br />
FEBRERO<br />
[ 149 ]
***<br />
—¡Presidente!<br />
—¡Aguántame las palabras, Antonio!<br />
—¡Presidente!<br />
—Dile a la loca esa que me comunique con Bush. Hay muchas<br />
vainas que arreglar.<br />
—¡Presidente!<br />
—¡Al carajo con esas exclamaciones!<br />
—Sí, presidente.<br />
—Antonio, espero que seas de mi confianza. Uno no puede<br />
confiar en un intelectual porque lo escribe o lo dice. Pero tú eres del<br />
CEN. O sea, oyes y callas.<br />
—¡Presidente!<br />
—¡Coño, llama a Bush y ponme a la intérprete!<br />
—Bush, presidente, acaba de invadir Panamá y no atiende a<br />
nadie.<br />
—Bush, el coño ‘e madre, está asesinando a todos los agentes<br />
de la CIA que se acostaron con su mujer. Bush es impotente. Esta es<br />
una demostración de valor, no ante el pueblo americano, sino ante<br />
su mujer. Una mujer rubia, elegante en sus tiempos, que sufría por<br />
un latino. Cuidado con lo que vas a regar por ahí. Noriega hablaba<br />
mucho. Fue amante de esa mujer. La mujer se enamoró de Noriega.<br />
Las revistas no la quieren. Bush es policía. Reagan le da su oportunidad<br />
y entonces se transforma en asesino incontrolable. Liquida<br />
a Marcos, a Duvalier y al más peligroso, el que hacía sollozar a la<br />
mujer: a Noriega. ¿Usted oye? Porque yo también estuve a punto.<br />
—El país lo sabe.<br />
—Lo que no sabe el país es que Bush es loco, que puede enviar<br />
un helicóptero y secuestrar a cualquier presidente.<br />
—Estamos jodidos.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 150 ]
—Bush ha mandado un portaviones a las costas colombianas.<br />
Me llamaron. Me dijeron: “¿Quiere el préstamo, Pérez?”. Yo les dije<br />
que sí porque tengo el peo en las puertas.<br />
—¿Y?<br />
—Van a invadir Colombia como invadieron Panamá. Las<br />
drogas son el motivo. Después seremos nosotros. ¡Yo me voy a<br />
aguantar!<br />
—¡Presidente!<br />
***<br />
—¿Y esto?<br />
—¿Qué?<br />
—Todo amaneció cagado.<br />
—¡Yo no fui, mujer!<br />
—¿Y quién, entonces?<br />
—Yo no sé.<br />
—¡Pero si aquí no vivimos sino tú y yo! Te cagaste en tu silla de<br />
leer, en la cama, en la silla de la mesa para comer. Tus pantalones y<br />
dos almohadas están cagados.<br />
—Pero tú...<br />
—¡Cállate! Estás cagado de miedo. Yo te sentí toda la noche.<br />
Te levantabas a cada disparo, te dirigías a la cocina a beber agua y te<br />
paseabas de un sillón a otro.<br />
—¿Y yo me estaba cagando?<br />
—Sí.<br />
***<br />
—Aquí mataban a los negros, a los pequeños comerciantes y<br />
al pobre pasajero de autobuses, pero desde que el presidente dijo<br />
FEBRERO<br />
[ 151 ]
que esto era una guerra de pobres contra ricos yo me animé y nos<br />
animamos todos. ¿Por qué no entrevistas al vecino?<br />
***<br />
—Aquí está. Pruébela.<br />
Y me comí el primer bocado. Yo nunca había probado una<br />
carne tan blandita y tan dulcita. Sabía a jamón dulce y como era<br />
Navidad...<br />
—¡Ayúdeme a vomitar, soldado!<br />
—¿Y eso?<br />
—¡Ese coño ‘e madre me dio a comer carne de mi propia hija!<br />
***<br />
Después del toque de queda y del mal olor que inundaba la<br />
ciudad desde la morgue de Bello Monte la gente, seria, como no se<br />
había visto en un país mamador de gallo como Venezuela, no saludaba<br />
y parecía ver de frente. La gente, con un gesto de arrechera<br />
en la cara, caminaba de un lado a otro. El río humano se desplazaba,<br />
sudaba y maldecía, lo hacía hacia adentro, porque no se oía<br />
una queja, una maldición, un “permiso” o algo parecido. La gente<br />
caminaba. Iba de un sitio a otro. Después de siete días de encierro<br />
los que no habían muerto caminaban como si nada les importara.<br />
Los que llevaban un radio en la mano escuchaban a las Chicas del<br />
Can, La Lambada y Ojalá que Llueva Café.<br />
La ciudad era un río humano por el río de la calle.<br />
***<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 152 ]
—¿Y esos dos tipos?<br />
—Parecen angelitos, ¿verdad, comisario?<br />
—Concrétese, inspector.<br />
—Perdón, comisario. Salían en una camioneta, metían a las<br />
niñas de un colegio cercano a Bello Monte, se detenían en lo más<br />
alejado de la urbanización y procedían a violarlas. Y la vaina es que<br />
no se cogían sino a las que tenían diez años o menos.<br />
***<br />
—Mira mano, guillo. Esta guerra es contra nosotros. Contra<br />
los motorizados. El cierre de los bares a las once de la noche es<br />
contra nosotros.<br />
—¿Bombona, coño, dónde aprendiste eso?<br />
—¿Ustedes no ven televisión? ¿No leen Últimas Noticias? Ahí<br />
me entero yo.<br />
Se encontraban en la cima del cerro y pasaba la gente y les<br />
decía:<br />
—Ayer mataron al Henry.<br />
—Sí, ya lo sabemos.<br />
—Y hoy mataron al Maikel.<br />
—También lo sabemos.<br />
Y miraban hacia abajo, hacia la ciudad.<br />
—Ahora, panas, nos vamos a lanzar a la jara. Entre ellos se<br />
matan pero van a pagar con nosotros.<br />
***<br />
—¿Y entonces?<br />
—El presidente tiene la palabra.<br />
—No, el ministro de la Defensa.<br />
FEBRERO<br />
[ 153 ]
—No, la palabra la tienen los Estados Unidos de América. Si<br />
no hay plácet no hay golpe. Antes nos gobernaban tiranos. Ahora<br />
son demócratas ladrones y juyilones.<br />
—¿Y no hay plácet?<br />
—No hay plácet. Usted ha visto como nos han retirado a Pinochet<br />
y como nos han secuestrado a Noriega. No hay plácet. A sus<br />
casas, a dormir y a esperar que el coloso del Norte se desgaste por<br />
sí solo.<br />
***<br />
Un coronel de apellido Vivas le dice al ministro de la Defensa:<br />
—¿Qué pasa aquí?<br />
—Pasa que usted está destituido.<br />
—¿Hay más?<br />
—Sí. Que va preso por irrespeto.<br />
***<br />
Ramoncito, un cantor de rancheras que duerme debajo de un<br />
puente, le comenta al vecino:<br />
—Nos jodimos. Me prohibieron sonar la sinfonía.<br />
—Ramoncito, usted es grande. Ha logrado vivir cincuenta<br />
años sin que lo maten.<br />
—¿Sí, verdad?<br />
***<br />
Los días pasaban entre atracos, saqueos y muertes a granel.<br />
—Voy a contar hasta tres –decía el delincuente y te disparaba<br />
cuando llegaba a ¡uno!<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 154 ]
***<br />
El presidente se iba de vacaciones y sus defensores, que cada<br />
día eran menos, respondían:<br />
—¿Y por qué no se puede coger unas vacaciones el presidente<br />
Pérez si Bush se encuentra jugando golf en California?<br />
***<br />
Carros a la deriva chocaban contra peatones o mujeres llamativas.<br />
El ladrón, metido a policía, mataba por gusto, celos, unos<br />
zapatos deportivos o un camión lleno de dentríficos.<br />
Por la noche –titulaban los diarios– eran vigilantes y por el día<br />
atracadores.<br />
***<br />
El presidente sube los escalones de Palacio.<br />
El periodista le espetaba:<br />
—¿Y la delincuencia?<br />
—A la delincuencia la voy a combatir yo mismo –responde el<br />
presidente y continúa subiendo las escaleras.<br />
***<br />
—¡No, no, no hay más tragos!<br />
—¿Y eso?<br />
—¡Ordenes son órdenes! Ni salen menores de dieciocho años<br />
a la calle y los bares cierran a las diez.<br />
***<br />
FEBRERO<br />
[ 155 ]
En el edificio negro de Fedecámaras el presidente de esa institución<br />
se dirigió a los socios:<br />
—El presidente Pérez nos decretó la guerra. Por los medios de<br />
comunicación ha dicho que esto es una guerra de pobres contra<br />
ricos. De ahí los asaltos a nuestras urbanizaciones, a nuestros hijos.<br />
¿A cuántos de nuestros hijos no han asesinado por un carro en<br />
Macaracuay, Prados del Este, La Trinidad, El Hatillo...? No respetan<br />
a nadie. A un inspector. Al hijo de un ministro. A la mujer de un<br />
industrial. A un médico. A una abogada. Acaban de asesinar a un<br />
ingeniero porque se detuvo a la luz de un semáforo. ¿Y qué dicen,<br />
señores, qué dicen? Hay que limpiar a las policías.<br />
—Excúseme, señor. No es así. Hay que limpiar a los políticos<br />
que nos obligan a regalar aviones, pasajes, dinero para sus queridas.<br />
Yo era el encargado de llevarle trescientos millones semanales a la<br />
secretaria privada del gobierno anterior.<br />
—¿Usted? ¿Cómo es eso?<br />
—Yo, mire usted, a mí me mandaban a buscar ese dinero<br />
después de las carreras del hipódromo La Rinconada.<br />
—¿Y dónde está esa señorita ahora, si solo tenía un sueldo<br />
mensual de diez mil bolívares?<br />
—Vive en tres mansiones. Una que tiene aquí, otra en Miami,<br />
Florida, y otra en París.<br />
—¿Y ahora es que lo viene a decir? ¡Nojoda con usted!<br />
***<br />
—Sin el plácet de los americanos, los militares no cuentan. Si<br />
no, pregúnteselo a Alliegro.<br />
—¿Por qué? ¿Quería?<br />
—¿Que si quería? ¡Ahora es que quiere la cosa!<br />
—Entonces fue que le quedó el gustico.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 156 ]
***<br />
Militares con las piernas cambadas se recostaban de los<br />
árboles y disparaban contra las ventanas abiertas e iluminadas;<br />
contra las personas que se asomaban; contra el ejército de la nación<br />
en Caracas, Petare, Guarenas, el 23 de Enero, El Valle, Coche y El<br />
Cementerio. El general Ítalo del Valle Alliegro, vestido de ropa<br />
verde y blanca como una culebra en el monte, había dominado la<br />
situación.<br />
—¿Contra quién luchamos?<br />
—En principio contra los saqueadores.<br />
—¿Y qué más?<br />
—Contra nadie más.<br />
La guerra, una guerra limpia, había dejado diez mil muertos y<br />
más de veinte mil heridos.<br />
—¿Y lo demás?<br />
—Eso ya no es cosa mía.<br />
—¿Entonces?<br />
—Es cosa del hambre, del desempleo, del vacío político.<br />
—¡General!<br />
—No se preocupe, que el presidente me ha llamado para informarme<br />
sobre mi retiro.<br />
—¿Y qué va a hacer?<br />
—Ya yo cumplí.<br />
—¿Se le venció el plazo?<br />
—Me voy a retiro.<br />
—¿Y qué más?<br />
—A prepararme para ser presidente de la República.<br />
—¿Y por qué no lo fue con todo el ejército en la calle y el poder<br />
en sus manos?<br />
—A mí el presidente me hizo cargo de todo menos del poder.<br />
FEBRERO<br />
[ 157 ]
***<br />
—Si siguen jodiendo con los saqueos nos vamos –dijo el portu.<br />
El portu, dominando la audiencia, continuó:<br />
—¿Quién trabaja aquí? ¿Quién hace las arepas? ¿Quién<br />
maneja los autobuses? ¿Quién se moja el fundillo?<br />
—¡Tú, portu! –gritó alguien de entre la multitud–, y le disparó<br />
al portu en el pecho.<br />
***<br />
—¿Y usted se va a reír? No, Juancito. No se me acoquine. No se<br />
me eche para atrás. Yo a usted lo vengo cazando. Lo tengo vigeao.<br />
Le cuento los pasos y sé las veces que ha entrado en mi casa cuando<br />
me supone lejos. Además la Antonia se me arrepintió, me lo cantó<br />
todo y lo único que me recomendó fue esto: “Si lo vas a matar,<br />
mátalo bien apartado de aquí y piensa que es un menor de edad”.<br />
¿Te das cuenta que ella misma te entregó? Ahora pareces una carajita<br />
asustada y no un machito. ¡Toma, coño ‘e madre!<br />
El chofer del jeep lanzó un cuerpo humano desde la altura del<br />
puente Boyacá.<br />
ARGENIS RODRÍGUEZ<br />
[ 158 ]
ÍNDICE<br />
Uno<br />
Resolana / 11<br />
Dos<br />
Laguna azul / 65<br />
Tres<br />
27 y 28 de febrero / 79<br />
Cuatro<br />
La caterva / 145
Edición digital<br />
febrero de 2016<br />
Caracas - Venezuela