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COMISIÓN PRESIDENCIAL PARA LA CONMEMORACIÓN DEL<br />

VIGÉSIMO ANIVERSARIO DE LA REBELIÓN CÍVICO – MILITAR<br />

DEL 4 DE FEBRERO DE 1992<br />

Diosdado Cabello Rondón<br />

GJ Henry Rangel Silva<br />

GD Miguel Rodríguez Torres<br />

Rafael Isea Romero<br />

Ronald Blanco La Cruz<br />

Earle Herrera<br />

Ernesto Villegas Poljak<br />

Desireé Santos Amaral<br />

Pedro Calzadilla<br />

Carmen Bohórquez<br />

Lionel Muñoz<br />

Francisco Arias Cárdenas<br />

Luis Reyes Reyes<br />

Nancy Pérez<br />

Alí Rodríguez Araque


FEBRERO


Primera edición: Editorial Fuente, 1990<br />

Segunda edición: Fundación Editorial El perro y la rana, Colección 4F, 2012<br />

Tercera edición (digital): Fundación Editorial El perro y la rana, 2016<br />

© Argenis Rodríguez<br />

© Comisión Presidencial para la Conmemoración del<br />

Vigésimo Aniversario de la Rebelión Cívico – Militar<br />

del 4 De Febrero de 1992, 2012<br />

Coordinación de colección<br />

Luis Felipe Pellicer<br />

Asesoría editorial<br />

Dannybal Reyes<br />

Diseño de colección:<br />

Dileny Jiménez<br />

Edición y corrección ortotipográfica:<br />

Douglas García<br />

Vilma Jaspe<br />

Elis Labrador<br />

Jenny Moreno<br />

Carlos Zambrano<br />

Vanessa Chapman<br />

María A. Rojas<br />

Carina Falcone<br />

Hecho el Depósito de Ley:<br />

lfi 4022820123205<br />

ISBN 978-980-7248495


ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

FEBRERO


PREsentación<br />

Colección 4F: La Revolución de Febrero<br />

Hace más de veinte años se forjó el comienzo de una incesante<br />

lucha. El pueblo de Bolívar sufría las consecuencias de una<br />

grave crisis acentuada desde comienzos de los años ochenta: el<br />

engaño, la represión sistematizada, la corrupción administrativa,<br />

la red de complicidades de los partidos políticos y la impunidad<br />

más insolente en el ámbito judicial convirtieron la crisis<br />

económica venezolana en una crisis del sistema político-moral,<br />

crisis cuya más cruda expresión se manifestó con la insurrección<br />

popular en contra de las medidas neoliberales de ajuste<br />

estructural de 1989 que conocemos como El Caracazo, evento<br />

que produjo un efecto constituyente para el Movimiento Bolivariano<br />

venezolano.<br />

El año 1992 representó para los venezolanos y las venezolanas<br />

un hito histórico que definió y caracterizó el devenir de la<br />

política de nuestro país. Tienen arraigo en la memoria colectiva<br />

aquellos acontecimientos del 4 de febrero: insurrección cívicomilitar<br />

de profundas convicciones sociales guiada por los más<br />

altos valores patrios. Al frente de la rebelión militar del Movimiento<br />

Bolivariano Revolucionario 200 del 4-F y con el Por<br />

ahora, Hugo Chávez se posiciona en el imaginario popular como<br />

un ícono de responsabilidad, valentía y heroísmo. Después de<br />

dos años de prisión enfrentados con dignidad se incorpora a la<br />

lucha política obteniendo el triunfo abrumador en las elecciones<br />

del 1998. Pero las bestias de la reacción y del imperio prepararon<br />

su metralla: Chávez es derrocado el 11 de abril de 2002. Horas<br />

después todas las fuerzas coaligadas del sector popular del 27-F,<br />

junto a las del ejército bolivariano del 4-F, reaccionan y el 13 de


abril de 2002 destronan al títere impuesto por el Departamento<br />

de Estado norteamericano. Sucediéndose así tres procesos en una<br />

sola dirección hacia el rescate de la soberanía: la histórica clarinada<br />

del 27-F; la reacción militar bolivariana del 4-F y el rescate<br />

del 13-A como poder de la conciencia revolucionaria que define<br />

para siempre el rumbo socialista.<br />

La Comisión Presidencial Bicentenaria en virtud de celebrar<br />

los actos del 4 de febrero de 2012 y con el propósito de<br />

contribuir a la formación de la conciencia histórica que expresan<br />

estas nuestras más contemporáneas fechas patrias, presenta<br />

ante sus lectores una colección en la cual encontraremos los<br />

siguientes diez enriquecedores títulos: 27-F, para siempre en la<br />

memoria de nuestro pueblo (compilación de la Defensoría del<br />

Pueblo); Febrero de Argenis Rodríguez; Historia documental del<br />

4 de Febrero de Kléber Ramírez Rojas; Hugo Chávez: del 4 de<br />

Febrero a la V República de Humberto Gómez García; El Caracazo<br />

(varios autores); 27 de febrero de 1989: interpretaciones<br />

y estrategias de Reinaldo Iturriza; Del 11 al 13. Testimonios y<br />

grandes historias mínimas de abril 2002 de José Roberto Duque;<br />

4-F. La rebelión del sur de José Sant Roz; El poder, la mentira y la<br />

muerte, de El Amparo al Caracazo de Miguel Izard; Un día para<br />

siempre. 33 ensayos sobre el 4F, compilados por la Red Nacional<br />

de Escritoras y Escritores Socialistas de Venezuela.<br />

Sugerimos, pues, al glorioso y bravío pueblo venezolano,<br />

sumergirse y sumarse en esta extraordinaria colección, única<br />

en su corporeidad, garante del pensamiento nacionalista revolucionario,<br />

rebelde en el espíritu reivindicativo que va plasmado<br />

en cada unas de las obras de estos autores, conscientes de su<br />

papel con nuestra historia contemporánea.


[...]<br />

si un tiempo fuertes, ya desmoronados<br />

[...]<br />

y no hallé cosa en qué poner los ojos<br />

que no fuese recuerdo de la muerte.<br />

Francisco de Quevedo


UNO<br />

RESOLANA


1<br />

La mujer salió al patio con la cesta de ropa para colgar cuando<br />

divisó al negro. Al principio la mujer se asustó, aunque el negro,<br />

de pie, con los brazos separados, había puesto cara-de-caridad, de<br />

quien está en la mala, pero que no desea hacer el mal ni lo ha hecho<br />

nunca.<br />

La mujer, cesta en mano, miró el alambre donde solía colgar<br />

la ropa y se volteó para volver a ver al negro, pues no lo había visto<br />

bien. A mí se me hace que este se escapó de alguna parte o anda<br />

huyendo, se dijo. Y por poco no gritó: “¡Qué susto! ¡Válgame Dios! ”.<br />

Pero algo en la actitud del negro la contuvo.<br />

La casa de la mujer era la más distante del barrio. El silencio<br />

lo invadía todo. El calor era sofocante a esa hora del mediodía y<br />

el negro sudaba la franela a rayas. Tenía la cara lubricada por el<br />

sudor y del pelo chicharrón le caían gruesas gotas de agua, porque<br />

al parecer el negro había metido la cabeza en un balde de agua o<br />

en el molino donde bebía agua el ganado. Tenía el pantalón lleno<br />

de barro y los zapatos tan negros como los pies de tanto andar a la<br />

intemperie por caminos polvorientos o aguas encharcadas.<br />

El negro no llevaba medias. Ni falta que le hacían en la situación<br />

en que se encontraba. En todo caso se las quitó y las lanzó<br />

por ahí o se robó los zapatos sin pensar en las medias. El negro<br />

FEBRERO<br />

[ 13 ]


había corrido un buen trecho, había descansado y se había puesto<br />

a marchar de nuevo. El recorrido lo había hecho a pie, evitando<br />

carreteras. Había pasado en silencio frente a casas como esta, pero<br />

los perros o los niños lo ahuyentaban. Aunque su último contacto<br />

con una persona fue con una mujer (no diferenciaba a una niña de<br />

una mujer porque todas le parecían iguales).<br />

Pasó todo un día escondido en una casa de adobes con una<br />

ventana de hierro. La gente, supuso, dormía sobre los colchones<br />

tirados en el piso, y sus moradores eran mujeres. Mujeres hechas y<br />

derechas. O niñas, lo que era igual.<br />

Al frente corría una quebrada y por las conversaciones se<br />

enteró que la dueña de la casa paría esa noche. Por la tarde escuchó<br />

el grito de la muchachada que salía de la escuela que estaba detrás<br />

y a los pocos segundos entró una mujer o una niña a la que golpeó<br />

en la cabeza. No quería matarla porque lo suyo era disfrutar de sus<br />

víctimas mientras vivieran. Pero la niña (era una niña) se le zafó,<br />

le lanzó una patada y procuró correr hacia la puerta. El negro, casi<br />

instintivamente, la haló por la larga cabellera, la estrechó contra la<br />

pared, la mordió en el cuello y después en la boca, donde le buscó<br />

la lengua y se la arrancó de un tajo.<br />

La niña vivía aún cuando el negro la violentó. Vivía todavía<br />

cuando volvió a poseerla. Para la tercera vez el negro comprendió<br />

que estaba muerta. La hurgó con una cabilla, se la metió hondo en<br />

la vagina y la traspasó. Está más muerta que el carajo, se dijo.<br />

De afuera se oía la música de una rocola o la conversación de la<br />

gente que vivía del otro lado de la quebrada y que jugaba dominó.<br />

A eso de las diez vinieron y tocaron la puerta.<br />

—Qué raro, yo la vi entrar –dijo una mujer–. Yo le venía a decir<br />

que la mamá había parido.<br />

El negro no hizo ningún ruido. Estuvo acostado sobre el<br />

cuerpo sintiendo nuevas erecciones.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 14 ]


Poco rato después que las mujeres se fueron salió por la<br />

ventana y caminó por los predios de la escuela. En alguna parte<br />

estaban friendo chinchurrias y celebrando una fiesta. Pasó por la<br />

quinta deshabitada, cruzó la avenida Bolívar, que era una calle de<br />

una sola vía y se internó por la quebrada. Todavía tuvo tiempo de<br />

acostarse debajo de un viejo alero cuando oyó los gritos.<br />

—¡La mataron!<br />

—¡La violaron!<br />

—¡Era la mayor!<br />

—¡Y la mamá acababa de parir! ¡Pobre Alida!<br />

Entonces se levantó, corrió por la noche toda y por todo el<br />

día cuando llegó al solar y contempló a la señora gorda, joven si<br />

se ponía a compararla con otras mujeres que había visto, tocado o<br />

golpeado, y le dijo las primeras palabras:<br />

—Estoy perdido y no soy de aquí.<br />

—Pues, señor, está en Cagua –respondió la mujer de caderas<br />

anchas y senos prominentes.<br />

El negro la contempló como si la desnudara o ya la hubiera<br />

hecho suya. Era como si ya hubiera sido de él en otro tiempo, en el<br />

pasado.<br />

FEBRERO<br />

[ 15 ]


2<br />

A la mujer no se le escapó un solo gesto del hombre. Le dio<br />

la espalda, pero no lo perdía de vista mirándolo por encima del<br />

hombro. De ese modo terminó de colgar la ropa y con prisa se<br />

dirigió a la puerta de la casa.<br />

El hombre no se había movido. Continuaba sudando y<br />

echando largas ojeadas a la lejura. Hasta lograba ver una urbanización<br />

con sus alamedas y sus carros estacionados bajo el intenso<br />

sopor del mediodía.<br />

Uno que otro gallo cantó y un gato pasó con lentitud, se humedeció<br />

las patas delanteras con la lengua y prosiguó en su incierta<br />

caminata.<br />

Cuando la mujer traspuso la puerta de zinc el hombre dio dos<br />

pasos, titubeó y se dijo: Carajo, estoy en la misma Cagua. Hay que<br />

ver lo que he corrido por la noche y parte del día de hoy.<br />

Se acercó a la casa de adobes y cartón piedra, una casa de dos<br />

cuartos en la que se podía divisar una cocina en uno de ellos y una<br />

cama en el otro.<br />

El hombre de unos treinta años, más negro que moreno y con<br />

los ojos más rojos que negros, caminó levantando el polvo del patio<br />

y tocó la puerta.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 16 ]


—Mejor se aleja –respondió la mujer–. Mi marido y mis hijos<br />

están por llegar.<br />

—Yo lo que quiero es agua –atinó a decir el hombre, que<br />

buscaba al mismo tiempo una ranura más ancha para mirar hacia<br />

adentro–. Yo lo que quiero es una poquita de agua –repitió.<br />

—Ya se le siente que a más de agua quiere comer y tal vez otra<br />

cosa.<br />

—No, señora, yo con un vaso de agua me conformo. A lo más<br />

dos y me voy.<br />

—Ya le dije que se fuera.<br />

Y la mujer le pasó la tranca a la puerta, luego se agachó y sacó<br />

un machete de debajo de la cama. Se sentó.<br />

—Ahora sí me jodí yo con este culito –se dijo la mujer en voz<br />

baja.<br />

—Señora, que yo no me le he expresado mal.<br />

—Pero cualquiera lo conocería y adivinaría lo que piensa.<br />

—¿Cómo va usted a adivinar lo que pienso? ¿Acaso lee usted<br />

los pensamientos?<br />

—Más de lo que usted cree. ¿O por qué piensa usted que yo<br />

me he trancado por dentro y lo estoy esperando con lo que usted<br />

menos se imagina?<br />

—Entonces me voy.<br />

—Váyase.<br />

—Me voy –dijo el negro mirando la casa, la pequeña ventana,<br />

la puerta que acaso no resistiera dos empujones y la cuerda de<br />

tender la ropa.<br />

A lo lejos se oyó el motor de un camión.<br />

—Señora, usted no entiende y se le niega a un cristiano.<br />

—Mire, arranque antes de que sea demasiado tarde.<br />

Algunos gallos cantaron respondiéndose. Una camioneta<br />

pasó por la carretera levantando polvo amarillo.<br />

FEBRERO<br />

[ 17 ]


—Cualquiera de esos carros que usted oye pudiera ser el de mi<br />

marido. O usted no lo entiende.<br />

—Yo...<br />

—Yo –lo interrumpió la mujer– no voy a pasar todo el santo<br />

día encerrada en este infierno.<br />

—Bueno, me voy –dijo el hombre y como si ya lo hubiera<br />

calculado todo partió en carrera contra la puerta y la reventó.<br />

—¡Ay, el diablo! –gritó la mujer. Gritó como una rata acorralada<br />

a la que le han encajado un hierro caliente en la barriga.<br />

El hombre se había colado y la mujer le había lanzado un<br />

machetazo por arriba y por la fuerza se le quedó clavado en la<br />

pared. Trató de halarlo, sacarlo, rescatarlo cuando sintió un golpe<br />

en la nuca. Después más golpes repetidos y bien lanzados contra<br />

los costados, la cara y el abdomen. Al caer, el negro dijo:<br />

—Se lo tenía merecido.<br />

Se fijó en torno suyo. Sacó el machete. Se paseó por las dos<br />

habitaciones y tomó agua levantando la tinaja. Así como bebió se<br />

dejó caer un chorro en la cabeza sin dejar de estar atento a la mujer,<br />

a la puerta y a las dos pequeñas habitaciones. Se sentó en un filo de<br />

la cama. Todo había sido rápido. Del techo colgaban algunas hojas<br />

de ruda, unas pencas de sábila y una mano de cambur verde. Se<br />

comió una cebolla, rebuscó en las tapias y encontró un pedazo de<br />

cochino frito. Comió con calma ahora con el machete debajo del<br />

sobaco izquierdo.<br />

La mujer, al caer, se había roto la cabeza con la piedra de<br />

pisar los aliños y el vestido blanco se le había subido. No tenía ni<br />

pantaletas ni sostenes. El negro le arrancó el trapo enterizo, la vio<br />

desnuda, se le montó vestido, abriéndose sólo la bragueta y después<br />

de satisfacerse y respirar profundo sentado sobre las piernas de la<br />

mujer que sangraba por la boca, se dijo: Ni malo. Y eso que ha sido<br />

de día.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 18 ]


Se levantó, volvió a beber agua, esta vez con un cántaro de<br />

metal y con el machete que no había soltado en ningún instante,<br />

le lanzó un golpe al cuello de la mujer de derecha a izquierda y le<br />

desprendió la cabeza que voló por los aires.<br />

Le parecía normal y hasta satisfactorio que terminara de esa<br />

forma una mujer (o una niña) que se le había resistido. Aunque<br />

encontró ropa de hombre en uno de los cuartos, se acostó en la<br />

cama porque supuso a la mujer sola y se durmió. En el sueño tuvo<br />

varias erecciones y habló en voz alta.<br />

Cuando se despertó eran pasadas las seis. Se cambió de ropa.<br />

En esta ocasión no se olvidó de ponerse medias y se llevó un dinero<br />

que encontró en un frasco bocón.<br />

Por el cansancio no se había dado cuenta de que había dormido<br />

al lado de la cabeza de la mujer que había saltado quién sabe desde<br />

dónde al único y bien proporcionado machetazo. Mala suerte,<br />

pensó. Y eso que esta desconfió bastante. Y se marchó.<br />

FEBRERO<br />

[ 19 ]


3<br />

En La Encrucijada pidió una arepa de pernil y se la comió de<br />

pie, mirando hacia todas partes. La gran parada estaba atestada de<br />

autobuses, carros por puesto, camionetas de pasajeros y grandes<br />

camiones de transporte. Se fijaba hacia todos los lados como la vez<br />

que lo sorprendieron tocando a la niña en El Valle. Iba a cada hora<br />

a casa de su madrina y se sentaba al lado de la niña que veía televisión<br />

y le metía la mano izquierda por debajo y le tocaba la totona.<br />

A veces su madrina lo dejaba solo y él se insinuaba más, le metía la<br />

punta del dedo largo y se iba.<br />

Fue un sábado a mediodía. Se presentó con unas cotufas y se<br />

las ofreció a la niña. Su padrino pasó hacia la cocina y dijo algo que<br />

él oyó claramente:<br />

—¿Tú no crees que Pedro está tocando a Patricia por debajo?<br />

—No, qué va. Yo hasta la dejo sola con él.<br />

Pedro oyó pero su deseo era tan incontenible que continuó<br />

tocándola. Después sintió el golpe en la oreja y cayó al suelo.<br />

—¡Coño ’e madre! –le gritó el padrino.<br />

Supo que lo habían denunciado a la PTJ, pero él ya se encontraba<br />

en Puerto Cabello trabajando con unos pescadores de<br />

sardinas.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 20 ]


Un diciembre regresó a Caracas y se ubicó por los lados de La<br />

Puerta de Caracas. Dormía en una casa que estaban demoliendo.<br />

Poco después empezó a trabajar para la panadería de un portugués<br />

que le confió una moto.<br />

Por el centro comercial pasaba toda clase de gente. Conoció<br />

a una muchacha llamada Rita a la que convidaba todos los días a<br />

bajar a La Guaira. Rita le respondía que no, que era menor de edad,<br />

que su mamá no la perdonaría y que hasta la sacaría de la casa. “¿Y<br />

entonces?”. “Nos ponemos a vivir juntos”. “¡No, qué va!”. La cogió<br />

por ahí, como por juego y cada vez que la veía le decía lo mismo y la<br />

convidaba a bajar al mar. Rita tenía catorce años y estudiaba primer<br />

año de bachillerato. Aunque en casa eran muy pobres y la madre<br />

era la que se mataba haciendo empanadas para un restaurante, Rita<br />

vestía bien, igual que su hermana Grace.<br />

Pedro recorría casi toda la ciudad en moto. Una noche llevó<br />

a una muchacha a Monte Piedad y se quedaron durmiendo<br />

juntos. Luego Pedro iba todos los días y se quedaba con Natalí.<br />

Dormían juntos. Se acostumbraron. Pero ella tenía unas salidas<br />

que él no le conocía. Se aparecía cuando quería y no le gustaba dar<br />

explicaciones.<br />

—Lo mío es lo mío y lo tuyo es lo tuyo –le respondía a Pedro,<br />

que a veces molesto se iba a beber cerveza. Llegaba borracho y si<br />

Natalí no estaba la esperaba con una lata en la mano. Y si estaba la<br />

invitaba a beber y se dormían bebiendo. Una noche se emborrachó<br />

más de la cuenta y se durmió. Soñó que entraba de improviso en la<br />

casa de sus padrinos y se le encimaba a la niña y cuando ya la iba<br />

a poseer se despertaba. Al despertarse maldecía a Natalí porque<br />

se sentía con ganas y se dormía y regresaba al sueño de la niña.<br />

Cuando Natalí llegó y lo despertó, Pedro le brincó, la agarró por el<br />

cuello y la lanzó a la cama.<br />

FEBRERO<br />

[ 21 ]


—¡Suéltame, que me ahogas!<br />

—¡Puta! –respondió él y la golpeó. Le rompió el vestido. Natalí<br />

gritó y Pedro le puso la mano en la boca y la golpeó con el puño<br />

derecho. La poseyó desmayada y luego procedió a ahorcarla con<br />

la correa.<br />

Natalí abrió los ojos al mismo tiempo que abría la boca y se<br />

ponía morada.<br />

—Ya estás, coño.<br />

Pedro saltó de la cama, se bebió otra lata y se sentó en la única<br />

silla del cuarto. Al rato, antes de amanecer, envolvió el cuerpo de<br />

Natalí en una sábana y lo metió debajo de la cama.<br />

Bastante tiempo les va a costar encontrarte, se dijo.<br />

Recogió su ropa, sacó la moto y se fue a la panadería.<br />

Pedro tenía el apellido de la mujer que lo había criado en la<br />

calle Cajigal de los Jardines del Valle. La señora Valecillos solía<br />

dormir con él y a partir de cierta edad (a estas alturas cree que<br />

tiene treinta, pero puede tener menos) comenzó a jugar con él<br />

en la cama, a tocarlo por debajo de los granos y a chupárselos. Se<br />

conocía a todas las familias que vivían en las veredas. Entraba en<br />

todas las casas. Le gustaba perseguir a los perros y apalearlos. Y a<br />

veces gritaba en medio de la calle:<br />

—¡Maté uno!<br />

Perseguía a los gatos y le gustaba amarrarles una cabuya por el<br />

pescuezo y alzarlos lentamente hasta que morían. Se hizo hombre<br />

desde muy temprano. Luego vino cuando la señora Valecillos lo<br />

llevó a casa de la que le dijo:<br />

—Esta es tu madrina.<br />

Y también conoció al padrino y a Patricia, la niña que para ese<br />

entonces contaba cuatro años.<br />

Luego estuvo yendo siempre a la casa de la madrina y tocando<br />

a Patricia por debajo de las piernas hasta que su padrino lo corrió a<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 22 ]


pescozones y lo denunció. No regresó a casa de la madre porque la<br />

encontraba muy vieja y además le repugnaba que ella le metiera su<br />

lengua en la boca. Una noche por poco no la ahorcó.<br />

—Muchacho, ¿qué te pasa? –gritó la vieja aterrorizada.<br />

—Usted hiede.<br />

Ahora Pedro, en la Encrucijada de Cagua, no hallaba hacia<br />

dónde dirigir sus pasos. Habló con el portugués del restaurante y<br />

se ofreció para barrer y pasar coleto.<br />

—Aunque sea por la comida, don.<br />

El portugués lo examinó y respondió:<br />

—Ya tengo otro muchacho. Pero le voy a dar un consejo. Usted<br />

es joven y en Magdaleno están buscando policías.<br />

—Y ¿dónde queda Magdaleno?<br />

—Cualquiera lo lleva. Si se aguanta por ahí yo mismo lo<br />

mando.<br />

Pedro caminó por el terminal. Vio los letreros de los periódicos.<br />

Unos policías habían asaltado un camión blindado y se<br />

habían llevado unos cuantos millones. Entró en el baño y cuando<br />

fue a orinar sintió una erección. Tenía algo así como veinticuatro<br />

horas que no se acostaba con una mujer. ¿Y si regresara?, se dijo e<br />

imaginó a la mujer tirada en el piso de tierra del rancho. Comenzó<br />

a darse hacia adelante y hacia atrás. Se dobló. Se dominó para no<br />

gritar.<br />

Cuando salió tenía la cara reluciente.<br />

—Ese es el hombre.<br />

Pedro se volvió rápidamente. O corro o me encaramo, fue la<br />

frase que se le vino a la cabeza.<br />

—Ese es.<br />

Era el portugués que se lo señalaba a un hombre chato, fornido,<br />

de color blanco y con un sombrero tirado hacia atrás.<br />

FEBRERO<br />

[ 23 ]


—Véngase, pues –le gritó el portugués desde atrás del<br />

mostrador donde se exhibían las arepas y los perniles.<br />

Pedro caminó con lentitud sorteando los charcos de agua.<br />

Encima parecía que iba a llover. El portugués dijo:<br />

—Él es quien lo va a llevar.<br />

El hombre, al volante de su camioneta rústica, le hablaba de los<br />

problemas con su mujer.<br />

—Tenemos una casa, vea usted –decía el hombre–, y yo quiero<br />

venderla y compartir los reales. Pero ella no quiere. Ella cree que<br />

yo tengo otra mujer y que lo que quiero es irme. Piensa que la voy a<br />

abandonar con los hijos. Y ni que sea una muchacha. Es una vieja y<br />

mis hijos son mayores. Trabajan. Una de ellas, ya la va a conocer, es<br />

la secretaria de la jefatura.<br />

Pedro miraba la carretera negra. Recordó a Rita. La recordó la<br />

mañana que el dueño de la panadería le entregó un dinero para que<br />

lo fuera a depositar. El jefe empezaba a creer en él. A confiar en él.<br />

Eran dieciocho mil bolívares. Cualquier pelusa. Agarró el paquete,<br />

se lo metió al bolsillo de la chaqueta y partió en la moto. Ahora lo<br />

escondo, pongo la denuncia en la policía y digo que me robaron.<br />

Busco el dinero y me voy con Rita. Vio a Rita cuando iba a entrar en<br />

el supermercado y le gritó:<br />

—¡Chama!<br />

Rita lo conocía como Julio César. Llevaba unos blue jeans y<br />

una camisa rosada. Era pequeña y delgadita. Pero no le quitó la<br />

vista de los pezones hasta que se aproximó a la moto.<br />

—Vamos a La Guaira.<br />

—Mira, mano, salí a hacerle un mandado a mi mamá.<br />

—Vamos, chama, y regresamos enseguida.<br />

—Pero eso sí, te apuras.<br />

—Claro, chama. Nos vamos por la carretera vieja. En media<br />

hora estamos allá. Y una hora después aquí mismo.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 24 ]


—Bueno, Julio César, voy a confiar en ti.<br />

—Anda, súbete. Tengo un billete, chama.<br />

—¿De qué?<br />

—De mi trabajo, pues.<br />

—Pero ¿tuyo?<br />

—Mío, claro. Me lo gané. Ya renuncié. Era lo que me<br />

correspondía.<br />

La moto subió por la vieja carretera empedrada. En el primer<br />

botiquín Pedro se bajó y regresó con una bolsa repleta de cervezas.<br />

Abrió una y se la bebió mientras prendía la moto. Rita no quiso<br />

beber. Más adelante volvió a detenerse para beber otra. Luego<br />

recordó que se había parado cuatro veces antes de inventar que<br />

iba a entrar al cementerio a llevarle flores a su papá que estaba<br />

enterrado por ahí. Dejaron la moto y Pedro, bebiendo seguido, iba<br />

recogiendo flores y haciendo un ramillete. En la primera tumba lo<br />

colocó y luego quiso atraer a Rita.<br />

—No, Julio César, que yo no tengo experiencia.<br />

—Vamos –y la golpeó en el cuello. La muchacha cayó y Pedro<br />

la desnudó con calma. La baboseó por todo el cuerpo y luego<br />

procedió a poseerla. Le costó penetrarla. Había terminado tres<br />

veces cuando Rita despertó y comenzó a gritar.<br />

—¡Mira –gritó–, tengo sangre!<br />

—Eso no es nada, mi amor. Ven, que yo te limpio.<br />

—No, Julio César, no. Estoy asustada. Me malograste.<br />

—Ven, ya te dije que no es nada.<br />

Y volvió a asaltarla al tiempo que la golpeaba en la nuca con<br />

el canto de la mano derecha. Resopló. Respiró hondo. Le mordió<br />

las teticas y le arrancó una. Luego la otra y mientras la poseía la<br />

apretó por el cuello, le buscó la lengua y se la mordió hasta cortársela.<br />

Cuando se recompuso se dio cuenta de que Rita no respiraba.<br />

Mejor así, pensó. La arrastró y la cubrió con unas chamizas. Le<br />

FEBRERO<br />

[ 25 ]


colocó el pantalón, las pantaletas y la camisa rosada debajo del<br />

cuello. “Me hubiera gustado vivir con ella. Pero se resistió, tuvo<br />

miedo”. Se vistió, se pasó un peine por la cabeza y sacó la moto con<br />

el motor apagado. Bajó de nuevo a Caracas y en el centro comercial<br />

se encontró con Grace.<br />

—¿Y Rita? –le preguntó Grace.<br />

—No la he visto.<br />

—Ella dijo que iba a verse contigo.<br />

—No puede ser. Yo vengo de depositar un dinero.<br />

Grace se perdió entre la gente del automercado.<br />

Y ahora ese hombre con su cháchara lo distraía de los recuerdos<br />

de Rita, del día que la vio por primera vez, de cuando salieron. Si yo<br />

hubiera tenido paciencia todavía estuviera conmigo.<br />

—Bueno, amigo, esto es Magdaleno –le dijo el hombre y lo<br />

sacó de su ensueño–. Hacia allá, en la esquina queda la prefectura.<br />

Pedro se bajó, hizo como que se dirigía a la prefectura y se<br />

devolvió. Entró en un billar donde se adormilaba un hombre<br />

sentado en una silla y pidió una cerveza. El hombre, con lentitud,<br />

con un sombrero que le cubría la frente, caminó, se puso detrás del<br />

mostrador y se agachó para sacar una cerveza. La abrió y la colocó<br />

sobre una servilleta.<br />

Pedro se bebió la cerveza de un trago y pidió otra. Desde allí<br />

se divisaba la iglesia. En la plaza había unos burros. La soledad era<br />

completa.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 26 ]


4<br />

No es por nada. O en todo caso para él no era nada. Pero en<br />

cuanto vio a la muchacha sentada detrás del escritorio sintió una<br />

erección y unas terribles ganas de estrangularla.<br />

La muchacha era de tez blanca, cabello amarillo y dientes<br />

blancos, brillantes. Su cuello era largo y sus senos grandes. Después<br />

cuando se levantó, Pedro le contempló la redondez de las piernas.<br />

—¿Usted es el nuevo?<br />

—Vengo en busca de este puesto.<br />

—No es mucho, pero el pueblo es barato comparado con<br />

Maracay o La Villa. ¿Tiene experiencia?<br />

—Fui policía en Caracas –mintió–. Pero de eso hace tres años.<br />

—¿Y cédula?<br />

—Sí, cómo no.<br />

—¿Ha manejado armas?<br />

—Sí –volvió a mentir (las únicas armas que había manejado<br />

eran las de sus manos).<br />

—¿Tendrá cuidado con un revólver? En este pueblo no sucede<br />

nada, pero es necesario ser precavido.<br />

—¿Y dónde voy a dormir?<br />

—Aquí. Usted era el segundo agente que nos hacía falta. Hay<br />

tan poco que hacer aquí que Miguel cuando no está durmiendo se<br />

encuentra en el bar de la esquina.<br />

La muchacha sonrió.<br />

—¿Puedo quedarme de una vez?<br />

—Claro. Es usted joven, sano y al parecer decidido. Bueno, eso<br />

lo digo yo.<br />

Pedro miró hacia adentro. Había un solo cuarto con rejas.<br />

—¿Sabe que fue su padre el que me trajo?<br />

FEBRERO<br />

[ 27 ]


—No he hablado con él. En todo caso yo vivo con una amiga<br />

que se ocupa del dispensario. Papá vive en casa, pero se la pasa en<br />

pleitos con mi mamá.<br />

—Los años.<br />

—Sí. Llevan veinte años juntos. Ahora no se soportan. Han<br />

peleado por todo y ahora se pelean por la venta de la casa y la repartición<br />

del dinero. Por eso me fui. Esos no son mis problemas. En la<br />

primera oportunidad me voy a Maracay o a Caracas. Interrumpí<br />

mis estudios; espero continuarlos. Me gusta el diseño. Muy poco<br />

tiempo me queda aquí.<br />

Sea por lo que fuere, la sencillez o la humildad del hombre, la<br />

joven había hablado con franqueza.<br />

—Aquí tiene las llaves de las rejas de adentro y las de la puerta<br />

de la calle, aunque la puerta de la calle no se cierra nunca. Así somos<br />

aquí de confiados.<br />

Esa primera noche Pedro durmió sobre la parte baja de la<br />

litera. Miguel, el otro policía, se había ido a La Villa y había regresado<br />

con el alba. Estaba borracho, saludó torpemente, se desvistió<br />

y se acostó en la parte de arriba. Su cuerpo llenó el cuarto de alcohol<br />

y sudor.<br />

Pedro se bañó en el patio con una manguera. A las nueve<br />

cuando llegó la secretaria, estaba fresco y peinadito. Saludó y salió<br />

a dar una vuelta. En el bar vio al hombre que lo había traído en la<br />

camioneta.<br />

—¿Conoció a mi hija?<br />

—Perfecto.<br />

—¿Y qué tal?<br />

—Todo perfecto. Una perfección.<br />

El hombre lo invitó a una cerveza. Allí Pedro tenía que comer y<br />

firmar y luego la secretaria, por cuenta del gobierno, pagaría por él.<br />

—Voy a Caracas y vengo –dijo el hombre.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 28 ]


Cuando Pedro regresó a la jefatura se quedó mirando a la<br />

muchacha, que leía una novela. Se alejó un poco por si podía divisarle<br />

las piernas por debajo de la mesa. No pudo y empezó a imaginárselas<br />

sudadas, blancas, rosadas. Se creyó mareado y se agarró<br />

las manos por detrás de la espalda hasta molestarse. En eso hizo su<br />

aparición Miguel.<br />

—Usted se la corrió anoche –dijo la muchacha.<br />

—Sí, señorita.<br />

—Y bien fea.<br />

—Tiene razón.<br />

Miguel era un moreno de baja estatura, cuadrado. Tenía varias<br />

cicatrices en la cara. Se había levantado no sabía cómo, de un sitio<br />

a otro. O de un hato a un río y de un río a otro hato. Sus recuerdos<br />

los tenía grabados en coplas y él mismo se llamaba “el poeta del<br />

pueblo”, como se llamaban tantos otros en la región. Se sabía largos<br />

poemas de memoria. Eran poemas aprendidos de tanto oírlos en<br />

velorios, durante fiestas, en la Cruz de Mayo, en hatos, cacerías,<br />

en galleras. Ahora le dolía la cabeza y pidió permiso para salir. Se<br />

rio un rato mientras estuvo repitiendo los versitos que se aprendió<br />

anoche:<br />

No hay mujer que no se enoje<br />

cuando le dicen que es fea,<br />

la mujer, como la mula,<br />

si no recula, patea.<br />

Pedro miró a Miguel por la espalda y enseguida sus ojos se<br />

posaron en el nacimiento de los senos de la joven. Los labios le<br />

temblaron. Dio la vuelta y se encerró en el cuarto.<br />

Pedro pensaba que nunca había tenido a una mujer por amor.<br />

Pedro, a quien nunca se le había entregado una mujer por gusto,<br />

FEBRERO<br />

[ 29 ]


pensaba que Margot, la secretaria, no se le iba a entregar nunca. Ella<br />

quería más. Una persona de posición. Un buen trabajo. Algunos<br />

estudios. Abandonar el pueblo. Se acostó en medio del calor sofocante<br />

y comprendió que nunca tendría una mujer por las buenas.<br />

Ninguna. Y él se la pasaba necesitado de mujer. De la lengua y de<br />

los pezones de las mujeres. Ver a una mujer desnuda en una revista<br />

le provocaba matar. Siempre se estaba metiendo en los baños de los<br />

bares hasta quedar exhausto por sus propias manos. Y aun así no se<br />

aliviaba. Perseguía las piernas de una mujer por cuadras enteras. Y<br />

si podía se metía en un autobús y se complacía acercándosele a una<br />

muchacha.Y ahora esta Margot que estaba allí detrás de un escritorio<br />

donde no hacía nada o muy poco, lo estaba soliviantando. Se<br />

abrió el pantalón, se lo bajó y se dio duro. De eso lo sacó Miguel.<br />

—Aquí no hay mujeres –dijo Miguel–. Si quieres vete a La<br />

Villa y págate una. O cásate. Tú eres joven.<br />

Pedro sintió algo muy parecido a la vergüenza o a la rabia.<br />

A mediodía, después que Margot salió a almorzar, Pedro dejó<br />

sentado a Miguel en la litera y se fue a darle una vuelta al pueblo.<br />

Pasó por la iglesia, el bar, las casas de enfrente. Rodeó la plaza que<br />

esperaba un busto del Libertador y se encaminó hacia el dispensario.<br />

Afuera había mucha gente esperando. Mujeres desnutridas o<br />

preñadas o niños en el esqueleto que iban por una inyección o unas<br />

píldoras. A esta hora el dispensario estaba resguardado por una<br />

alambrada. ¿Adónde iba un hombre como él? Le habían entregado<br />

un uniforme azul, un rolo, una pistola y una gorra. En Caracas, en<br />

las grandes ciudades, un camarero renco, chueco, levantaba a una<br />

mujer porque la invitaba a comer o a beber. Pero hasta para ser<br />

camarero había que estudiar.<br />

Pasó el padre de Margot en su camioneta. No lo vio o no se dio<br />

cuenta. O iba bebido. O en todo caso, ¿quién era él para que nadie<br />

lo viera o lo saludara?<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 30 ]


Se encaminó hacia la casa del padre de Margot. Todavía no<br />

le conocía el nombre. Soy malo para los nombres y los apellidos,<br />

se decía. Soy malo para muchas cosas. Para trabajar. Para barrer.<br />

Para montar un hogar. Para que confíen en mí. Mis manos no me<br />

respetan.<br />

Se detuvo al lado del jeep rústico. La casa contaba con sus<br />

rejas y algún valor debía tener ya que se la disputaban. De pronto<br />

lo llamaron:<br />

—¡Pedro, mi amigo!<br />

Era el viejo que salía descalzo y sin camisa. Y Pedro, que se<br />

sintió joven, fuerte y capaz de acabar con una persona como si<br />

jugara, se dijo: Dios le da pan al que no tiene dientes.<br />

La envidia se le salió del cuerpo por el hombre que bebía de<br />

una perolita de cerveza y se reía. Ese viejo borracho, rechoncho<br />

y mofletudo lo tenía todo. A este viejo extrovertido y gritón se le<br />

había ido la hija mayor por algo más que una falla.<br />

—¡Ven, Pedro, échate una!<br />

Y el hombre, que también por los versos era un gran pico de<br />

plata, recitó al tiempo que le pasaba un brazo por el cuello:<br />

A toditas las mujeres<br />

les tengo gran afición<br />

pero más a las muchachas<br />

que alégranme el corazón.<br />

—¿Qué le parece? ¿Y qué más?<br />

FEBRERO<br />

[ 31 ]


5<br />

—¿Cómo amaneció?<br />

—Bien<br />

—¿Durmió bien?<br />

—Sí. Sí. ¿Y usted?<br />

—Ya sabe.<br />

—¿Se acostumbra?<br />

—Sí, señorita.<br />

—Es usted muy joven.<br />

—Bueno, no sabría decirlo.<br />

—¿Y eso por qué?<br />

—No conocí padres sino a una mujer que se decía tía mía.<br />

—Es muy común eso.<br />

—Para mí es común. Normal.<br />

De la plaza se pasaron para la acera del Bar y Billar Magdaleno.<br />

Margot parecía más alta. Más blanca. Más sana. Sus dientes más<br />

brillantes y sus mejillas más rosadas. Sus senos se movían a cada<br />

uno de sus pasos. En un segundo se encontraron en la puerta de la<br />

prefectura.<br />

—Me pregunto dónde estará Miguel.<br />

—En La Villa, seguramente.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 32 ]


—O en un jolgorio. O durmiendo. Es tan bueno, servicial y<br />

amable.<br />

—Así es, señorita. Como usted lo dice. Y sabe expresarse muy<br />

bien.<br />

Ya adentro Margot se puso detrás del escritorio, colocó el<br />

bolso en el espaldar de la silla. Dijo:<br />

—¿No le parece esto como muy fastidioso? ¡Todos los días lo<br />

mismo!<br />

Pedro se quedó de pie. En la sala había otra silla en la que<br />

todavía no se había sentado. Del techo colgaba un ventilador que<br />

Margot mantenía apagado para evitar que el viento le alborotara el<br />

cabello. Margot, en arreglarse su larga cabellera, gastaba bastante<br />

tiempo. Se sentaba frente a un espejo, se sacaba las cejas calmosamente<br />

y por último se pintaba los labios. En las mejillas apenas si<br />

se empolvaba un poco.<br />

Pedro, que no hacía más que observarla y a veces recordar que<br />

a Miguel lo había arrempujado bien arrempujado contra la pared,<br />

tenía la garganta atragantada diciéndose: “No, me voy a dominar.<br />

Puedo perder el sentido y hacerlo aquí mismo”. Y las manos detrás<br />

de la espalda casi se las rompía con las uñas. La miró por tanto<br />

tiempo que Margot, riendo de que fuera ella el objeto de la desesperación<br />

del hombre, susurró:<br />

—Bueno, ¿qué le pasa a usted, Pedro?<br />

—Ah, no, nada, señorita. Solo pensaba.<br />

—¿Y en qué, si se puede saber?<br />

—Bueno, en irme. En eso.<br />

Margot, que en el dispensario veía la televisión y leía algunas<br />

revistas de moda, pensaba pintarse su cabello amarillo y hacérselo<br />

como canoso. Eso le daría el aire de una mujer de mundo, de<br />

mujer mucho mayor. Su cabello liso, un poco ondulado, la hacía<br />

parecerse a ciertas actrices de cine o televisión y pensaba que si<br />

FEBRERO<br />

[ 33 ]


llegaba a Caracas se pasearía por algunas televisoras y seguro que<br />

enseguida la descubrirían. O trabajaría de día haciendo lo que<br />

hacía aquí y luego se inscribiría en una escuela de modelaje o de<br />

diseño. Ahí estaba esa señora Herrera que aquí no era nadie, se<br />

fue a Nueva York y ahora impone la moda. En las revistas aparece<br />

con el rey de España, con la reina Sofía y las infantas. Va a lo más<br />

granado de la sociedad neoyorkina y tanto es así que los periodistas<br />

escriben que ya olvidó su idioma natal y solo se expresa en inglés,<br />

francés o italiano. Bueno, es lo que ella había leído o leía en todas<br />

esas revistas.<br />

—Y yo, señor Pedro, y yo que no he salido de aquí y que no he<br />

pasado de Maracay. Yo también me voy a ir. Anótelo. A lo mejor<br />

hasta nos encontramos en el mismo autobús.<br />

Margot se rio con toda su boca y Pedro sonrió. Se había<br />

clavado las uñas de la mano izquierda en la mano derecha y tenía<br />

miedo de lanzársele encima y ahorcarla ahí mismo en el escritorio.<br />

En varios de sus viajes a Maracay a Margot le habían propuesto<br />

que trabajara en una agencia de seguros. Así se lo dijo a Pedro,<br />

que pensó que se le iba. Y Pedro, que jamás había visto y mucho<br />

menos intimado con una joven tan hermosa, sufrió cierto estremecimiento.<br />

En todos aquellos días pensaba en la estrangulación<br />

y en la violación. Pero ahora pensaba en conservarla viva para él<br />

solo y presintió una soledad, una desesperación, una angustia. No<br />

sabía qué. Recordó el cadáver de Miguel sobre la litera de arriba<br />

e imaginó un incendio que borrara toda huella. Su obsesión era<br />

Margot. Pasó un rato allí sudando sin hallar qué responder o<br />

respondiendo a cosas que no entendía. Sí, señorita. Sí, señorita.<br />

Y mientras ella pensaba en grandes viajes, en triunfos, en cursos<br />

rápidos y sencillos, Pedro recordó la noche en que se robó un taxi,<br />

pasó por La Bodeguita del Medio, recogió a una muchacha que le<br />

pidió llevarla a El Valle y él lo que hizo fue volverse, golpearla en<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 34 ]


la cabeza, conducir hacia la Panamericana, salirse de la autopista<br />

y detenerse en el parque Vinicio Adames. La sacó por las piernas.<br />

Era tan hermosa como Margot. La desvistió, la golpeó varias veces<br />

más y después de estrangularla la poseyó. Al otro día se enteró<br />

de que la muchacha trabajaba en el Concejo Municipal y que le<br />

gustaba frecuentar aquellos bares de artistas. Haría lo mismo. Era<br />

su técnica. Solo que Magdaleno era un pueblo de dos centenares de<br />

personas y Caracas una ciudad de cinco millones de habitantes. La<br />

ahorcaría y enseguida sabrían que fue él. Quemaría el billar de la<br />

esquina. Quemaría la prefectura. Hiciera lo que hiciera pensarían<br />

en él y se echarían en su busca.<br />

—Y sabe una cosa, agente Pedro... ¿Valecillos, no?<br />

—Sí, Valecillos.<br />

—Bueno, me iré. En Caracas hay miles de hoteles, de residencias<br />

para señoritas...<br />

—Y en poco tiempo...<br />

—... en poco tiempo estaré en el Tamanaco, en una pista pulida<br />

como un espejo, en una planta de televisión. Desde chiquitita esas<br />

han sido mis ambiciones.<br />

—Señorita...<br />

—Diga, Pedro.<br />

—... ¿y si yo me fuera con usted?<br />

—¿Por qué? Yo puedo hacerlo sola.<br />

—¿Sin protección?<br />

—Si yo me fuera con usted pensarían mal y no me aceptarían<br />

en ninguna parte.<br />

—Yo solo quiero protegerla, que no le suceda nada.<br />

—Eso lo sé.<br />

Más tarde, en la litera donde tenía oculto el cadáver de Miguel,<br />

que empezaba a oler mal, Pedro volvió a imaginar el incendio.<br />

FEBRERO<br />

[ 35 ]


Por la noche, en el dispensario, hablando con Josefina, Margot<br />

le dijo a su amiga:<br />

—Hay un agente ahí, nuevo, que no me parece mal y que<br />

podría servirme de mucho si yo se lo pidiera. Me ofrece protección<br />

y lo veo como loquito por mí.<br />

—¿Y qué piensas con respecto a él?<br />

—Nada. Te lo digo como ejemplo.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 36 ]


6<br />

El hombre llamado Eustoquio Castillo, de los Castillo de San<br />

Cristóbal, le dijo a Pedro que pasara.<br />

—¿Y ya tomó café? ¡Mujer, trae dos cafecitos!<br />

La mujer que se presentó después con dos pocillos de café<br />

era, más que delgada, esquelética y tenía un color tierrúo, morado<br />

o moreno tirando a negro. Sin embargo las hijas le habían salido<br />

blancas. Eran cinco hembras y Margot, que era la mayor, no hablaba<br />

de su casa ni de sus padres. Su confidente era Josefina Ramírez, la<br />

encargada del dispensario, y era a Josefina a quien le decía que de<br />

un momento a otro se iría.<br />

—Puedo ser modelo. O puedo seguir como secretaria. Me voy.<br />

No soporto a mi mamá, ni a mis hermanas y mucho menos a ese<br />

hombre que dice que es mi padre.<br />

Josefina, por boca de Margot, se había enterado de que el<br />

hombre golpeaba a su mujer cuantas veces quería y por las noches<br />

cuando se iba a acostar hediondo a cerveza, le decía:<br />

—Vamos, échate p’allá.<br />

Y se pasaba hacia las camas de las menores que estaban separadas<br />

apenas por una cortina. Así se estuvo pasando cada noche<br />

hasta que las muchachas crecieron y se rebelaron negándosele o<br />

amenazándolo con una denuncia.<br />

FEBRERO<br />

[ 37 ]


—Un día voy y lo denuncio en Maracay –le dijo cierta vez<br />

Margot a Josefina.<br />

También Margot le confesó a Josefina que el padre había<br />

amenazado a todas sus hijas con una hojilla o un cuchillo.<br />

El hombre, en unas bermudas, bebía con ganas.<br />

—Aquí, amigo, no sucede nada. A usted lo emplearon para<br />

suplir una vacante y el gobierno quiere pleno empleo. Ande, beba<br />

–porque después del café, abrieron las latas y se sentaron en unas<br />

silletas de cuero.<br />

—Aquí, en este rincón, sudo yo mis peas, –dijo el amo de la<br />

casa.<br />

Pedro vio a la mujer. Le vio las piernas delgadas y varicosas y<br />

se dijo que a Castillo le sobraban razones para abandonarla. Si no<br />

se va, pensó Pedro, es por las hijas. Más por las menores. Castillo<br />

llamó a las niñas para que saludaran al forastero, ese hombre de<br />

pelo niche que vestía uniforme de la justicia o de la seguridad.<br />

Pedro al principio le había dicho a Castillo:<br />

—A mí su hija Margot, cuando me entregó los implementos,<br />

me remachó que yo estaba aquí para proteger a la colectividad y no<br />

para matar.<br />

Por la tarde las niñas jugaron en el corral y todas parecían<br />

asustadas o casi en trance de llorar. La madre, que las llamó desde<br />

adentro, les sirvió unos platos de atol que las muchachas rechazaron.<br />

La mujer entonces murmuró:<br />

—No faltará quien lo mate. Llevo más de veinte años en esto<br />

y ahora quiere sacudirse de mí para quedarse con la casa. Pero su<br />

carácter le va a resultar una tragedia. No faltará quien le dispare o<br />

lo desaparezca.<br />

La mujer caminó con los pies descalzos desde el corredor a la<br />

cocina y cuando salió de la cocina volvió a decir delante de sus hijas:<br />

—Sí, no faltará quien lo mate. O se mate él mismo.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 38 ]


Pedro, que había visto entrar a las muchachas, pensó en esas<br />

niñas a merced de ese hombre que tal vez se le parecía. Recordó a<br />

Margot. Se dijo: Esa se fue al carajo. Se fue por culpa de este retaco<br />

del carajo que está sin afeitar y tiene la quijada cuadrada y habla en<br />

voz alta. A su mujer, mientras Pedro estuvo presente, la insultaba<br />

con dos o tres palabras:<br />

—¡Vamos, muévete, y trae esas cervezas!<br />

La mujer salió y regresó a la casa en varias oportunidades,<br />

siempre para servirle al hombre. Con respecto a Pedro, era como si<br />

no existiera. Una vez sus piernas delgadas y esqueléticas llamaron<br />

la atención de Pedro, a este le dio por imaginar a la mujer acostada<br />

en una cama y a Castillo muerto en el corredor. De eso lo sacó una<br />

ojeada que le dio a la quinta. La casa era grande y lucía limpia.<br />

—¿Qué le pasa, mano? –le preguntó Castillo.<br />

—En absoluto. Hoy no he hecho nada.<br />

Se levantó, se despidió tocándose la gorra y se fue con la<br />

imagen de Margot. La encontraba en el escritorio. Se le iba por<br />

detrás y la estrangulaba con un hilo encerado. Ya había salido de<br />

Miguel y el olor estaría por brotar del patio y penetrar al escritorio<br />

o los alrededores de la prefectura. Miguel tenía trazas de hombre<br />

bravo, pero se confió. Nada más esperó que se presentara por la<br />

noche para meterle un disparo en la nuca. Lo colocó en cuatro<br />

patas, se sació quejándose ruidosamente y después que lo levantó y<br />

lo lanzó contra la litera de arriba, lo arropó con la cobija y la almohada.<br />

Como se asqueó se bañó con la manguera, se secó con toda la<br />

calma y al rato se sentó pensando. Este es el primer paso. El segundo<br />

es Margot y el tercero es el incendio. De mí van a decir que morí<br />

chamuscado.<br />

Pedro caminó por una larga calle engransonada. Se recostó<br />

de la puerta del billar y puso la atención en dos campesinos que<br />

FEBRERO<br />

[ 39 ]


hablaban de las mulas. Pidió una cerveza. Después los campesinos<br />

hablaron de un papelón que necesitaban y, poco después, desaparecieron.<br />

La cerveza, se dijo Pedro, no me hace nada. Mejor me<br />

cambio para el ron, que es más fuerte y me hará dormir. Y pidió la<br />

botella de ron. Se fue a la jefatura. No había comido en todo el día,<br />

pero eso le hacía bien en estas circunstancias. Soñaba con mujeres<br />

a las que ya iba a poseer o sencillamente se despertaba mojado. Se<br />

acostó y estuvo bebiendo hasta quedarse dormido con la botella<br />

encima del pecho.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 40 ]


7<br />

Ese día la gente que pasó por la acera del billar y se llegó hasta<br />

la esquina de la prefectura sintió un mal olor, pero se lo achacó a un<br />

perro muerto en un matorral que habían cogido como basurero.<br />

El basurero en cuestión estaba sembrado de carrizos secos, latas,<br />

pequeñas matas de espino, manzanitas del diablo y uno que otro<br />

chaparro. Antiguamente se levantó allí una casa de palma que se<br />

derrumbó cuando la epidemia de la gripe española y el paludismo<br />

asolaron la región. Por cierto que la misma gripe que causó estragos<br />

en el antiguo Magdaleno mató al hijo preferido del dictador Juan<br />

Vicente Gómez, quien se atrincheró en Maracay provisto de unos<br />

guantes negros que jamás volvió a sacarse. De esto nadie se acordaba,<br />

así como nadie ha sabido jamás de dónde sacaron el nombre<br />

del pueblo. A todas luces, eso piensan algunos, acaso se le deba a<br />

un loco que tenía por mal nombre Papagayo y que iba de caserío en<br />

caserío armado de un garrote con el que perseguía a los muchachos<br />

que lo llamaban por ese apodo o le lanzaban piedras. Más tarde<br />

un jodedor o un agricultor fundó una pulpería para pagarles en<br />

especies a sus peones y bautizó a las pocas casas que allí se levantaron<br />

con el ostentoso paradigma de La Bragueta. Luego fueron<br />

apareciendo otras casas en torno a la iglesia que levantó un cura a<br />

quien llamaban El Sufrido y que vivía con dos hermanas. Bueno,<br />

FEBRERO<br />

[ 41 ]


estas son suposiciones, cosas que no tienen asidero porque fue a<br />

partir del año cincuenta cuando se creó la jefatura y comenzaron<br />

con el registro de los niños o con el registro de los muertos que<br />

luego eran enterrados en un terreno que hoy exhibe una capilla y<br />

una alambrada.<br />

La gente, de vivir, vivía de un puesto público en Maracay, La<br />

Villa o San Francisco. La mayoría de los hombres eran conuqueros<br />

o policías y las mujeres, a partir del tamaño (no de la edad), se<br />

desempeñaban como secretarias.<br />

Había un bar atendido por su dueño, quien era ayudado por<br />

la mujer que preparaba la comida para los poquísimos que comían<br />

ahí.<br />

De ocurrir algo, en el pueblo no ocurrió más que un hecho que<br />

fue agrandado. Se trataba de unos vecinos, compadres para más<br />

señas, que se cayeron a tiros por una mujer. Hubo un solo herido al<br />

que las balas le llevaron los testículos, los riñones, los pulmones y<br />

los dos brazos y logró sobrevivir. Se le veía convaleciente debajo de<br />

un mamón. Se curó solo, engordó y vivió hasta los setenta y ocho<br />

años, mientras que su agresor y compadre murió casi joven en un<br />

accidente de tránsito. ¿Qué más hubo? Nada, que yo sepa. O tal vez<br />

los gobiernos de la democracia le dieron a este caserío la denominación<br />

de municipio, empezaron a construir una plaza que todavía<br />

espera por el busto del Libertador y se presentó el señor Castillo,<br />

de los Castillo de San Cristóbal, con una jubilación que le había<br />

otorgado la Penitenciaría General de San Juan de los Morros y se<br />

mandó a fabricar la casa que ahora le pelea a su mujer. La cuestión<br />

es que el señor Castillo se hizo influyente, viajaba continuamente<br />

y gracias a sus buenos oficios hicieron el dispensario y fundaron la<br />

jefatura en la que pusieron al frente a la señorita Margot.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 42 ]


—¿Es hija o hijastra?<br />

—Yo no sé. Lo mejor es no meterse en eso.<br />

—No me concierne.<br />

—Para mí que la mayor está buenísima.<br />

—No hay duda. De eso ni hablar.<br />

Y se la veía caminar de su casa a la plaza y de la plaza cruzar<br />

hacia la acera del Bar y Billar Magdalena y de ahí, por la sombrita,<br />

a la jefatura donde escribía a mano, en unos grandes libros, los<br />

nombres de los recién nacidos, bautizados o muertos.<br />

A la muchacha, de buena estatura, de senos grandes que<br />

saltaban a cada paso, de pelo amarillo y largo, no había quien no la<br />

siguiera con la vista y la deseara.<br />

Desde su trabajo (o pieza convertida en oficina) se entretenía<br />

oyendo los boleros de Antonieta, las baladas de José Luis Rodríguez<br />

y los merengues de las Chicas del Can que le llegaban claritos<br />

desde la rocola del billar. Ahora quien la volvía loca era la voz de<br />

José Luis Rodríguez, del que se creía enamorada “platónicamente”.<br />

—Y de irme a Caracas –se le apreciaba de cuando en cuando–<br />

lo primero que haría, sería, sufrirme por verlo.<br />

FEBRERO<br />

[ 43 ]


8<br />

Pedro, por la noche, llegó temprano. Se acostó como lo venía<br />

haciendo desde hacía diez días y esperó la entrada de Miguel.<br />

Pedro se estiró vestido y con el revólver “reglamentario” en las<br />

manos. De un tiempo a esta parte no dormía. Se levantaba, escupía,<br />

orinaba, se masturbaba continuamente y luego volvía a acostarse<br />

para volver a levantarse al cabo de un rato.<br />

Esta noche, después de casi dos semanas en Magdaleno, menos<br />

podía dormir. Si no se acordaba de Margot, se acordaba de Miguel.<br />

Por Miguel no sentía nada, pero en ciertos momentos, mientras lo<br />

observaba borracho, se imaginaba asediándolo, diciéndole: “¿Qué?<br />

¿Quieres abusar de mí?”. O matándolo y después poniéndolo en<br />

cuatro patas sobre la litera de abajo. Que fue lo que hizo esa noche.<br />

No bien lo oyó entrar se levantó y ni siquiera le permitió<br />

desvestirse. Cuando lo tuvo de espaldas le disparó en la cabeza y<br />

antes que el cuerpo del agente se enfriara, lo tumbó en la litera,<br />

lo desnudó, lo colocó aún caliente de rodillas y lo violó gritando,<br />

quejándose y diciéndose: ¡Es la primera vez que lo hago con un<br />

hombre, verraco!<br />

Lo encontró por la mañana encurrujado. Le pareció una<br />

muñeca. Lo levantó con todas sus fuerzas y lo lanzó contra la litera<br />

de arriba. El tipo hedía por negro, por borracho o porque no se<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 44 ]


aseaba. Durante la noche, Pedro había dormido como un tronco<br />

a fuerza de ron.<br />

Pedro se bañó con la manguera del patio, se vistió, se peinó<br />

con el peine que cargaba siempre en el bolsillo de atrás del pantalón<br />

y salió a tomar café. Margot no había llegado aún.<br />

En el bar estaban dos viejos con un diario atrasado comentando<br />

unos sucesos ocurridos en Panamá y hablando de los pájaros<br />

arroceros que volaban por las tardes hacia el sur.<br />

Pedro no leía bien o le costaba leer. Saludó, pidió una tortilla<br />

con café con leche, firmó y se levantó a darle la recorrida al pueblo.<br />

Bordeó la iglesia, caminó hasta la puerta del cementerio, se regresó<br />

y fue al dispensario y se adelantó hasta la casa del que alguna vez<br />

fue secretario de la Penitenciaría General de Venezuela.<br />

Los hombres del pueblo manejaban unos pequeños camiones<br />

de estaca donde cargaban los productos agrícolas que vendían en<br />

el mercado de Maracay. Fue lo que aprendió. Distinta hubiera sido<br />

su vida si tuviera el engendre o el cuero con una mujer. Regresó por<br />

la calle, que era la más larga del pueblo. Si mataba sentía placer y si<br />

no mataba sentía placer con solo pensar que mataba e imaginaba<br />

muchas formas de hacerlo. Cuando subió a la acera de la plaza vio<br />

acercarse a Margot. Traía una minifalda azul y sus rodillas rosadas<br />

lo soliviantaron y pensó que no le brincaba porque estaba en plena<br />

calle y eran las nueve de la mañana. Pero sintió una erección incontrolable.<br />

Creía que se le notaba el bulto y la saludó de lado.<br />

Poco después yacía en la litera de abajo jugando con el revólver<br />

y ojeando la entrada.<br />

La cárcel era una casa vieja a la que habían transformado en<br />

cárcel colocándole una puerta de rejas. La oficina estaba en la entrada<br />

y todo el que por allí pasaba veía a Margot tecleando en la máquina o<br />

haciendo las anotaciones en el libro. Todos los que se acercaban a la<br />

puerta la saludaban o se recostaban un rato a hablar con ella.<br />

FEBRERO<br />

[ 45 ]


9<br />

Pedro había arrinconado a Miguel contra la pared y lo había<br />

tapado con la cobija y la almohada. Esa noche no pudo dormir<br />

mirando el bulto del cuerpo del exagente. Había un mal olor agrio,<br />

una hedentina que crecía más y más o eso era lo que le parecía. Se<br />

levantó varias veces a orinar y se bañó de nuevo con la manguera.<br />

Aunque era temprano había oscurecido y en el bar alguien oía<br />

merengues y boleros. Ladraban los perros y una que otra persona<br />

pasaba por la acera.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 46 ]


10<br />

Charraca<br />

charraca<br />

charraca<br />

Los aguinalderos se le estaban adelantando a la Navidad y le<br />

estaban dando largo y profundo a las fiestas navideñas.<br />

—Aunque, compadre, la cosa está fea –dijo el señor Castillo.<br />

—¿Que si está? –respondió Mujica, el dueño del Bar y Billar<br />

Magdaleno.<br />

Bebían adosados al mostrador y oían a las Chicas del Can o<br />

una música movida que se bailaba toda ella pegada y con las rodillas<br />

del hombre metidas entre las piernas de la mujer.<br />

—Sí, compadre, La Lambada. Es lo último que me mandaron<br />

tras antier de Caracas.<br />

—¿No será La Lambida?<br />

—Así le dicen los mamadores de gallo, pero eso no pasa de<br />

ser un merengue. En estos fines de año, usted sabe, lo fatal es la<br />

movida.<br />

El dueño del bar, que leía los periódicos y revistas y tenía un<br />

televisor y una radio, estaba al tanto de todo.<br />

FEBRERO<br />

[ 47 ]


11<br />

—Hay un agente, el agente del que te estoy hablando que me<br />

propone protección y aunque confíe en él... Yo no sé... No me gusta<br />

su pelo malo, ni me gusta cómo se para ahí enfrente desde que llegó<br />

y con las manos detrás y conversando solo con sus labios y con<br />

el resplandor de sus dientes. ¿Y qué es protección para mí? Nada.<br />

Yo podría irme a Maracay, vivir en una pensión, trabajar en los<br />

seguros y subir. O luego dar el gran salto a Caracas y ya en Caracas<br />

veremos...<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 48 ]


12<br />

Pedro recogió la ropa del exagente Miguel y la apiló debajo<br />

de la litera. Palos, escobas, sillas, mesas, papeles, lo que pudiera<br />

arder lo fue regando por el pequeño patio. Solo separó un maletín<br />

de lona donde colocó dos camisas, un pantalón, los revólveres y el<br />

peine.<br />

Trancó la puerta de la calle y regresó a su litera.<br />

FEBRERO<br />

[ 49 ]


13<br />

Margot no podía ver al padre a los ojos y el padre se los buscaba<br />

siempre. Como la mayor, sabía lo que estaba sucediendo con sus<br />

hermanas. ¿Y así y todo qué puede hacer una? Dependía del viejo<br />

porque el puesto se lo había buscado él. ¡Qué sucio! Prefería matar<br />

o matarme antes que volver a dejarme tocar por ese mamarracho.<br />

En último caso me empleo como sirvienta en una casa de familia.<br />

Mi mamá me decía:<br />

—¡Ojalá nunca lo hubiera conocido!<br />

¿Y si incitara a Pedro contra el padre?<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 50 ]


14<br />

Cantaron los gallos. ¿Qué protección le puedo proporcionar<br />

yo? Es la primera vez que siento algo por una mujer. Timidez. Me<br />

sudan las manos y no quiero matar. Como a las otras. La tendré<br />

blanca, hermosa bajo mis ojos. Completamente mía. Ya lo es y ella<br />

no lo sabe.<br />

El mal olor del exagente se fue expandiendo. Por la mañana<br />

será peor y cuando entre la señorita dirá:<br />

—¡Fo! ¿Qué hiede?<br />

Y es ahí cuando tendré que actuar.<br />

FEBRERO<br />

[ 51 ]


15<br />

Margot se durmió y tuvo un sueño intranquilo. Soñó que<br />

volaba. Que tenía poderes. Que hablaba otros idiomas. Que<br />

había un baile en la plaza. Cambió de sueño y así como antes se<br />

vio bailando con un desconocido que se le presentó como licenciado.<br />

Soñó que luchaba contra su padre debajo de unas cortinas.<br />

Lograba dominarlo y lo ultimaba a martillazos y le preguntaba:<br />

“¿No era esto lo que querías?”.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 52 ]


16<br />

Pedro amaneció sentado en el filo de la litera. Ya se acerca la<br />

hora de que se presente la señorita, pensó. Y volvió a bañarse con<br />

la manguera. Se enjabonó todo el cuerpo y pensó en cómo podía<br />

disponer de los demás. ¿Por qué?<br />

Yo no sé, se dijo en voz baja. No sé por qué hago lo que hago.<br />

Era muy temprano y pasaba poca gente por la acera. Era gente<br />

que se dirigía a tomar el autobús a Maracay o a La Villa. A San<br />

Francisco se iba a pie.<br />

FEBRERO<br />

[ 53 ]


17<br />

Josefina, la encargada del dispensario, se levantó con el alba.<br />

Era una mujer mayor ya, de más de cuarenta años, pero se pintaba<br />

y tenía sus pretensiones. En cierta ocasión publicó un aviso en<br />

Últimas Noticias ofreciéndose como una mujer de menos edad,<br />

casa propia y profesión segura.<br />

La vinieron a visitar dos italianos con los que se paseó por la<br />

plaza. Las mujeres del pueblo comentaron que los italianos eran<br />

“bellísimos”, pero al otro día desaparecieron y no volvieron más.<br />

Las más entrépitas dijeron:<br />

—Eran una belleza, pero claro, la pobre...<br />

Y Josefina era chata, retaca, pobre como la que más, con un<br />

solo sueldo y cualquiera se desencantaba. Se desencantaban los del<br />

pueblo. Los de Maracay, que se daban ínfulas de ciudad y hasta su<br />

amiga Margot que solo la consideraba como la “querida comadre”.<br />

Amanecía. Josefina se pintaba, se ponía unos pantalones apretados<br />

y al asomarse y ver aquellos niños esqueléticos gritaba:<br />

—¡Bueno, la fila, y vayan pasando los primeros!<br />

Por entre ese rimero de niños y mujeres pálidas pasaba Margot<br />

desde hacía tres meses.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 54 ]


18<br />

Margot, a su edad, se creía invencible, intocable. Sabía que<br />

aquello que le había hecho su padre no era amor y le repugnaban<br />

ciertos hombres. No obstante le encantaba su belleza y contemplarse<br />

en los espejos. Porque el amor brutal, de golpes y de “ponte<br />

ahí” de su padre no era amor. El amor, como en el cine o en la televisión<br />

tenía que ser dulce, suave y recíproco. “Tú me quieres y yo<br />

te quiero”.<br />

FEBRERO<br />

[ 55 ]


19<br />

Pedro no durmió en toda la noche. Tenía el maletín de lona al<br />

lado de la litera y estaba de civil. Le había quitado el poco dinero al<br />

muerto, aunque yo no mato por dinero, se dijo.<br />

De allí a La Encrucijada y de La Encrucijada a Caracas,<br />

donde se desenvolvería mejor. Estaba cansado de los pueblos, de<br />

los campos, del calor pegajoso. Había adquirido experiencia. Era<br />

agente.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 56 ]


20<br />

En cuanto entró Margot y dijo: “¡Qué mal huele aquí!”, Pedro<br />

le saltó por detrás, la arrastró hasta el patio y la ahorcó con el fino<br />

cordel encerado.<br />

La marca en el cuello era tan fina que a Pedro le parecía estarla<br />

viendo viva. La tendió en el patio, la desnudó con cuidado y por<br />

un rato se quedó contemplándola. Era hermosa así, desnuda. Le<br />

espantó las hormigas y los bachacos que se habían subido a su<br />

cuerpo blanco, liso, de vellos amarillos y la besó desde los pies a la<br />

boca. Lloró y se dijo: Nunca hubiera sido nada. No soy nada. No seré<br />

nada nunca. Y la poseyó con suavidad. Luego reaccionó y gritó:<br />

—¡Puta! ¡Fuiste con tu padre y quién sabe con cuántos más!<br />

Y la levantó con toda la fuerza y la lanzó contra el cadáver de<br />

Miguel. Enseguida se dio a la tarea de prenderle fuego a la litera y<br />

con la candela de la chamusquina fue incendiando toda la cárcel y<br />

salió cuando el fuego se expandió al billar y al solar del basurero.<br />

FEBRERO<br />

[ 57 ]


21<br />

La candela se extendió más rápido de lo que Pedro se había<br />

imaginado.<br />

La candela se fue de un lado a otro como si hubiera un remolino<br />

y arrasó el billar y el botadero de basura. No tuvo tiempo de ver<br />

otra vez el cuerpo de Margot que, de espaldas, blanco y mágico, se<br />

estrechaba al de Miguel. Salió de la cárcel o de la casa que llamaban<br />

cárcel y caminó por el viejo camino que conducía a Maracay. ¿Y yo<br />

–se preguntó– me acomodaré? Y pensó que se cercenaba el pene,<br />

que se lanzaba a una laguna y se ahogaba y todo eso le dio miedo.<br />

No quería morir y el pensar en la muerte le causaba pánico. No<br />

sabía lo que pasaba con él, pero a él le causaba un inmenso placer<br />

otorgar la muerte. Yo lo hago de gratis, se dijo, caminando, volteándose<br />

y viendo el incendio que aniquilaba todo el pueblo y que se<br />

crecía en el cementerio y en los pastizales de más allá.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 58 ]


22<br />

En el pueblo, donde la gente salió despavorida, el humo hedía<br />

a carne chamuscada y nadie todavía se había dado cuenta a qué se<br />

debía todo aquello hasta que salió la jefa del dispensario con las<br />

manos en la cabeza, corriendo y gritando:<br />

—¡Mi comadre! ¡Ay, mi comadre! ¡Margot! ¡Busquen a<br />

Margot!<br />

FEBRERO<br />

[ 59 ]


23<br />

El incendio corrió bajo los resoles del cielo de Aragua y cercó<br />

a unos policías que estaban desvalijando un camión de Bancarios<br />

Unidos.<br />

Por allí pasó Pedro a la carrera con un maletín en las manos.<br />

El autor del atraco, un inspector de policía que lo vio le dio la<br />

voz de alto, pero la candela lo hizo desistir y corrió con sus hombres.<br />

A los guardianes del transporte los habían ultimado y la<br />

candela había empezado a comérselos.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 60 ]


24<br />

… Ahora, de que estuvieran asombrados, no. Nada de eso.<br />

Una de ellas había visto de cómo una mujer y sus dos hijas intentaron<br />

asesinar al marido y padre para heredarlo en vida, a escasos<br />

cuarenta y dos años. Allí, en esa casa, trabajó Miriam, la que seguía<br />

a Chuchita, y vio como lo tramaron todo. Primero lo apuñalaron<br />

y cuando lo creyeron muerto, lo lanzaron por un desfiladero. No<br />

obstante el hombre no habló. No quiso declarar contra su mujer y<br />

sus hijas.<br />

Apareció en un hospital y la familia, notificada del “accidente”,<br />

fue, lo rescató y se lo llevó a la casa y, en compañía del amante de la<br />

mujer (que ya se había instalado en la mansión) y las dos hijas, lo<br />

remataron a golpes y fueron y lo lanzaron en el mismo lugar.<br />

La viuda heredó la fortuna y las hijas se fugaron a Miami con<br />

sus novios o amantes.<br />

Así eran de fáciles las cosas en Venezuela. ¿No robaba la<br />

amante del presidente y de paso no mandaba a golpear a los periodistas<br />

y a amenazar a todo aquel que la fotografiara?<br />

Ese era el país.<br />

El país era nuestro.<br />

El país era tuyo.<br />

FEBRERO<br />

[ 61 ]


¿Acaso no pasaba a diario en una región llamada nación y no<br />

detenían a nadie? Hacía dos noches habían violado y asesinado a<br />

dos jóvenes, miembros de la Embajada de Dinamarca, y no habían<br />

descubierto a nadie. Así como secuestraron y asesinaron al ganadero<br />

Nelson Álvarez porque tuvo la mala suerte de pasar por la<br />

calle Democracia cuando se dirigía a su casa y vio como la policía<br />

asaltaba el Banco Metropolitano y se llevaba todo el dinero. Le<br />

montaron una cacería. Creyéndose descubierto y amenazado se lo<br />

comunicó a su mujer, al gobernador, a sus amigos y una noche que<br />

salió para efectuar una de sus operaciones comerciales, desapareció.<br />

Habían pasado tres meses y del ganadero Álvarez no se<br />

sabía nada salvo que su automóvil había aparecido incendiado en<br />

El Baúl. El banco se quedó saqueado, no hubo presos y el estado<br />

Aragua, cuya capital es Maracay, continuaba como si tal. ¿Quién le<br />

iba a poner reparo a un incendio?<br />

(—¿ Y qué de la vieja?<br />

—A la vieja se la coge el comisario).<br />

Porque al fin y al cabo todo acababa en la leyenda, el chiste o<br />

algún versito:<br />

Hasta mañana, señores,<br />

porque el moreno se va:<br />

Si me da la gana, vuelvo<br />

y si no, no vuelvo más.<br />

—Mira, chica, esto me tiene horrorizada. Ahora los policías la<br />

cogieron por atracar los carros de dinero. Ayer durante el incendio<br />

atracaron otro. Esto me tiene aterrada. ¿Y a ti?<br />

—Bueno, anoche, después del incendio, asaltaron la quincalla<br />

de al lado, golpearon a la chinita, la violaron y después la decapitaron.<br />

La cabeza apareció en otro lugar.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 62 ]


—¿A la chinita de aquí, la que pasaba por ahí y saludaba a todo<br />

el mundo?<br />

—Esa misma.<br />

—¿Qué contaría el hermano?<br />

—Sí, un chipilín flaco y enjuto que hasta gran vaina se cree.<br />

—Esto es horrendo. Ocurre todos los días.<br />

—Y eso que yo no leo la prensa como tú, pero anoche me<br />

comunicaron que a Flor, la secretaria de la jefatura de Cagua, le<br />

arrancaron los ojos, la violaron y le llenaron la totona de piedras.<br />

Las dos muchachas, dependientas de la tienda Pepe Ganga,<br />

hablaban en voz baja cada vez que podían.<br />

Un hombre de edad indeterminada y con un maletín de lona<br />

en la mano izquierda entró y pidió un pañuelo.<br />

—¿De qué color? –preguntó Chuchita.<br />

—Es igual. Lo importante es que sirva.<br />

FEBRERO<br />

[ 63 ]


DOS<br />

LAGUNA<br />

AZUL


1<br />

La mujer y el hombre entraron en el bar. El sitio estaba casi a<br />

oscuras y no había nadie en la larga barra. Del techo colgaban unos<br />

jamones y unas ristras de ajo.<br />

Los dueños, unos portugueses, se quejaban de la situación.<br />

Hablaban mal del gobierno, del anterior presidente de la República<br />

y de una secretaria que se había fugado con cierta cantidad<br />

de dinero. Lo que comentaban lo habían leído en los periódicos o<br />

lo habían escuchado en una radio que tenían sobre una máquina<br />

de colar café.<br />

Eran dos portugueses y bebían apoyados del marco de la<br />

cocina. El dueño era de apellido Piloto y hacía poco había sufrido<br />

una operación de la próstata. El otro portugués era su hijo y los que<br />

le hacían compañía y bebían cerveza eran el italiano que vendía<br />

pescado fresco y el encargado del café La Hacienda.<br />

El hombre y la mujer pasaron a la soledad del bar. De alguna<br />

parte salía la voz de José José. El hombre dijo:<br />

—Con esta situación lo que me puedo beber es un ron. ¿Y tú?<br />

—Una cerveza.<br />

En todo caso lo que pidieron era lo más barato en la lista de las<br />

consumiciones. La mujer se bebió un trago de cerveza y dijo:<br />

FEBRERO<br />

[ 67 ]


—Te lo he dicho y te lo repito por última vez. No acepto más<br />

llamadas de tu última mujer.<br />

El hombre alto, delgado, con un bigotico blanco respondió:<br />

—Eso es mentira. Son imaginaciones tuyas.<br />

—¿Mías? ¿Y por qué te llama?<br />

—¿Cuándo llama?<br />

—Cuando no estás en casa y encima me insulta.<br />

El hombre se bebió el ron, tosió y levantó el vaso de agua. No<br />

respondió y la mujer continuó.<br />

—¿Por qué tienes sus fotos allí? ¿Por qué hablas de ella? ¿Por<br />

qué se casó con otro y continúa llamándote?<br />

—¿Vas a volver a empezar con lo mismo? Mira que los señores<br />

que están cerca de la puerta de la cocina se están dando cuenta.<br />

—¿Y a mí qué me importa?<br />

El hombre, vestido con una combinación de pantalón gris y<br />

chaqueta negra, la miró y le echó el humo del cigarrillo en la cara.<br />

La mujer abrió sus negros ojos pero se dominó y más bien lo<br />

recordó riéndose, jugando a las adivinanzas en el apartamento y<br />

ella diciéndole: “Tienes los ojos de burro, ¿sabes? Los ojos de burro<br />

son los más bonitos”.<br />

En aquel tiempo no le habían importado las fotos de nadie,<br />

pero de una parte a ese día su odio era transparente, no solo contra<br />

él, sino contra los sitios que habían visitado juntos.<br />

—Continúas igual que antes, visitando sitios sucios y oscuros,<br />

fíjate en este.<br />

La mujer soltaba chispas. El hombre se bebió el ron y dijo que<br />

se iba. Masculló:<br />

—Yo no voy a andar pagando nada para que encima me<br />

insultes.<br />

Y ella, levantándose:<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 68 ]


—Solo te importan las taguaras y cada día te pareces más a<br />

ellas.<br />

El hombre, mucho mayor que la mujer, se paró y pidió la<br />

cuenta.<br />

Los hombres allí adentro estaban embebidos en una conversación,<br />

pero la música que salía de las paredes la hacía borrascosa. Los<br />

hombres no estaban conformes con nada. El negocio iba de mal en<br />

peor. A uno se le alcanzó a oír que se iba del país o algo por el estilo.<br />

FEBRERO<br />

[ 69 ]


2<br />

Cuando salieron lloviznaba y empezaba a anochecer.<br />

—¿Adónde irás? –preguntó el hombre.<br />

—No sé –dijo la mujer-.Tal vez a un cine.<br />

—¿Y por qué no a casa?<br />

—Ya sabes que no tengo casa.<br />

—Pero has dormido muchas veces en casa de Yolanda.<br />

—Yolanda es mi hermana pero no tiene que recogerme cada<br />

vez que quieras que me quede en la calle.<br />

—Entonces vamos al apartamento.<br />

—Ese apartamento es tuyo. ¿No te acuerdas que cuando te<br />

emborrachabas me llamabas intrusa?<br />

—Eso ocurrió una vez nada más.<br />

—Pero da la casualidad de que nunca lo he olvidado.<br />

—Después estuvimos.<br />

—Pero ya no era lo mismo. ¿O es que has llegado a la edad en<br />

que se te olvida todo?<br />

—Puede ser. Pero no quiero discutir ni que andes por ahí y<br />

menos esta noche.<br />

—Eso has debido pensarlo antes, cuando te creías prepotente<br />

y que podías olvidarte de mí.<br />

—Pero yo te quiero.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 70 ]


—E hiciste bastante para que yo te quisiera. También se te<br />

olvidó que no me dejabas coger el teléfono porque me imaginabas<br />

teniendo otras amantes o presumías la existencia de otros hombres.<br />

—Olvida eso.<br />

—Y las fotos. Y los insultos. Me llamabas puta delante de cualquiera.<br />

¿Y sabes por qué? Porque yo sí lo había abandonado todo<br />

por ti. Abandoné el trabajo. O dejé de ir porque tú me lo impedías.<br />

Total un día me pasaron un memorándum.<br />

—¿Y qué te dije yo?<br />

—Que me fuera de tu casa. Yo no olvido nada.<br />

—¿Y bien?<br />

—Que me sentía una mantenida. Que ni siquiera me podía ir a<br />

un cine sola. Que no podía recibir la llamada de un amigo. Que no<br />

podía llamar a la tienda de mi papá.<br />

La lluvia arreció y la pareja se recostó en la pared del bar. El<br />

hombre hizo el ademán de volver a entrar y la mujer corrió hacia la<br />

calle y le sacó la mano a un taxi que pasaba.<br />

El hombre gritó:<br />

—¡Eh, pare usted!<br />

Pero el taxi, con la furibunda mujer en el asiento trasero, ya<br />

había arrancado.<br />

El hombre regresó al bar. Los dos portugueses, el italiano y<br />

el representante del café La Hacienda continuaban charlando al<br />

fondo.<br />

Pidió un ron con un chorrito de limón. Se acercó el dueño del<br />

bar, limpió la barra con un pañito que tenía en el hombro y sirvió<br />

aquella bebida que parecía agua sucia. El hombre se tomó el ron<br />

sin respirar y pidió otro y de la misma manera se lo tragó. Si no me<br />

rasco no duermo, pensó contemplando con estupidez los jamones<br />

y las ristras de ajo que pendían del techo.<br />

FEBRERO<br />

[ 71 ]


3<br />

Después que Sara desapareció, Francisco vio pasar a los cuatro<br />

hombres que lo rozaron y se disculparon. Se sacudieron la ropa con<br />

violencia y golpearon los zapatos contra el piso dejando un reguero<br />

de barro. Miraron en torno y todavía, sin sentarse, pidieron una<br />

botella de whisky. Se sentaron detrás de la mampara que anunciaba<br />

el baño de caballeros.<br />

Primero esos hombres estuvieron hablando en voz baja y<br />

mientras el aguacero arreciaba y la botella se vaciaba subieron el<br />

tono de las voces y recordaron el nombre de varios burdeles.<br />

—En Altamira, tú sabes, donde de entrada te obsequian un<br />

whisky, te puedes pasear por todas las habitaciones. Pero eso te<br />

cuesta mil quinientos bolívares.<br />

Otro, uno bajito y de lentes, echó el cuento de un burdel en San<br />

Bernardino donde fue con una italianita y después con otra que<br />

llegaba cuando él ya se iba.<br />

Los dueños del bar callaron y los oyeron. Francisco, casi a la<br />

salida, esperando que escampara, también los oyó.<br />

Cuando los cuatro hombres pidieron la segunda botella un<br />

camarero colombiano que bajó del piso de arriba les dijo que tenían<br />

que pagar la primera.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 72 ]


—¿Y eso? –respondió el más alto–. Vestía un flux negro con<br />

rayas blancas.<br />

—Es la ley –dijo el cantinero.<br />

—La ley es que uno consume y paga cuando se va a retirar y yo<br />

no me voy a ir con este aguacero.<br />

—Yo no me opongo, pero el dueño dice que a botella servida,<br />

botella cancelada.<br />

El mesonero que llevaba poco tiempo en estos menesteres<br />

había sido mecánico y acomodador de carros en un garaje. Este era<br />

su primer día en el Bar y Lunchería Laguna Azul. Llovía y una pareja<br />

que había estado en la puerta había peleado. La mujer se había ido<br />

en plena lluvia y el hombre se había quedado ahí bebiendo solo.<br />

No obstante los hombres no bajaron la voz y uno de ellos se<br />

levantó y se presentó como torero.<br />

—A mí no me importa –dijo el colombiano.<br />

—Bueno, te vamos a torear.<br />

Y el hombre alto y de traje a rayas, calmadamente, se colocó<br />

unos lentes oscuros en una noche más oscura que sus propios<br />

lentes, levantó el mantel rojo de la mesa vecina y le gritó al más<br />

chaparro de todos:<br />

—¡Pásamelo!<br />

—¿A mí? –preguntó el colombiano como si estuviera soñando<br />

o viviendo una pesadilla.<br />

—Sí. Tú.<br />

El tipo del traje a rayas movió el mantel como un capote.<br />

—Tú, gocho, no conoces el toreo de salón.<br />

—Este tipo no conoce ni a su madre –dijo el hombre chaparro,<br />

cuadrado y mirando fijamente al mesonero. Se le acercó y lo empujó<br />

asestándole un cuchillo en el cogote. El colombiano, que no había<br />

sentido nada pero sangraba, no embistió. Solo atinó a decir ¡ah! y<br />

se fue contra el piso.<br />

FEBRERO<br />

[ 73 ]


—Primer toro –dijo el hombre de los lentes oscuros sacudiendo<br />

el mantel–. Ahora pásame al portugués –añadió.<br />

—¿Cuál portugués?<br />

—Cualquiera de esos –y señaló a los hombres que estaban<br />

cerca de la cocina. Dos se habían puesto de pie.<br />

—Vamos, chico, muévete. Manda al portugués o al italiano.<br />

¿O no sabes distinguir a un portugués de un italiano?<br />

Francisco, en la puerta, pensó en correr hacia la calle oscura y<br />

solitaria bajo el gran chaparrón. Miró al mesonero manando sangre<br />

por la nuca, miró a los hombres que sacaban cuchillos y pistolas<br />

y comenzaban a disparar hacia el italiano que vendía pescado, el<br />

representante del café La Hacienda y el portugués, que era el dueño<br />

del negocio. Los vio caer al mismo tiempo que miraba hacia la calle<br />

oscura y la lluvia que arreciaba.<br />

Entonces el de los lentes oscuros y el traje negro a rayas le gritó:<br />

—Tú, tranquilo.<br />

—¿Yo? ¿Por qué?<br />

—Por esto.<br />

Y el hombre, soltando el paño o capote, lo apuntó en la frente<br />

y le disparó.<br />

—Por eso. ¿Viste?<br />

Caminó, se le puso a un lado, lo contempló y le disparó en la<br />

cabeza. Francisco rebotó contra el piso.<br />

—Esta vaina –dijo el hombre guardándose el revólver– se<br />

estaba poniendo fastidiosa.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 74 ]


4<br />

En la esquina hablaban los tipos de los tantos asesinatos que<br />

habían cometido. Yo los oía a medias.<br />

Sus alabanzas se referían a Dios, al candidato a gobernador<br />

por Miranda que se había robado unos carros y al cual apoyaban y<br />

al partido de gobierno en el que militaban.<br />

Eran cuatro hombres jóvenes y fuertes. Pero ya se les veía la<br />

maluqueza en los rostros. Dos usaban bigotes y a uno le faltaba un<br />

diente. El otro tenía lentes negros.<br />

Bebían y comían y uno llamó al mesonero y le dijo:<br />

—Dame un pedazo de carne a la brasa.<br />

—¿Grande o pequeño? –preguntó el mesonero.<br />

—Grande –respondió el hombre joven que saltó del asiento y se<br />

dirigió por entre las atiborradas mesas abriéndose ya la bragueta–.<br />

Caballeros –leyó, agachó la cabeza, empujó la puerta y entró.<br />

—Ese es un verraco –dijo el tipo que carecía de un diente–. Por<br />

lo menos se ha tirado a cuatro.<br />

—Y sabe soltar los puños –dijo el de bigotes negros y bien<br />

puliditos.<br />

—¿Que si sabe?–dijo el del diente menos–. Ese fue el que le<br />

rompió el tímpano a aquel médico que acusaron de drogadicto.<br />

FEBRERO<br />

[ 75 ]


—¿Ese fue?<br />

—Él mismo. Es mi compadre. Yo fui el que lo recomendé para<br />

los Trabajos Especiales.<br />

—¿Su nombre de pelea es Ernesto?<br />

—Exacto. Y donde pone el ojo, pone la bala.<br />

—Mira, muchacho, tráete cuatro más, pero los sirves bien<br />

servidos.<br />

Era un radiante mediodía después de una noche tempestuosa<br />

con rayos, truenos y centellas.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 76 ]


5<br />

El hombre que regresaba del baño y observaba la barra, las<br />

mesas y las estanterías pensó: Me gusta este lugar, y cuando llegó<br />

junto a sus compinches, dijo:<br />

—Allá, al fondo, están leyendo en un periódico las fechorías<br />

que cuatro o cinco personas cometieron en el bar Laguna Azul.<br />

¿Cómo les parece?<br />

El hombre se sacó los lentes oscuros del bolsillo del paltó y, con<br />

calma, mirando a este o al otro, se los colocó.<br />

—Me gusta este lugar –dijo un tipo retaco de amplias espaldas.<br />

—Si supieras que eso fue lo que pensé de regreso del baño<br />

–repitió el hombre de los lentes oscuros. Se estiró el pelo hacia<br />

atrás con ambas manos.<br />

—Bonito el sitio, sí señor. Y la gente es atractiva.<br />

FEBRERO<br />

[ 77 ]


TRES<br />

27 Y 28<br />

DE FEBRERO


6 A. M.<br />

—¡Coño, mujer, muévete! ¡Vamos, levántate!<br />

—Ya estoy levantada.<br />

—Anoche soñé que al fin salía de ti.<br />

—No has salido porque no tienes bolas.<br />

—Encima eres grosera.<br />

—Es lo que te vengo oyendo desde que nos casamos. La misma<br />

cantaleta.<br />

—Bueno, el café.<br />

—El café ya está listo.<br />

—¿Y qué te pasa que no me lo traes?<br />

—Está en la mesa de la sala.<br />

—¡Maldita vieja!<br />

—No te llevo más de dos años y eso lo sabes desde que nos<br />

casamos.<br />

—Pero cada día te pones más vieja y no has pasado de lo que<br />

eres.<br />

—Sí. Estudié enfermería y trabajé como enfermera mientras<br />

te mantenía para que te graduaras de abogado.<br />

—¡Vieja de mierda!<br />

—Y lo seguiré siendo mientras continúes viviendo aquí y no<br />

termines de definirte.<br />

—¡Vieja!<br />

FEBRERO<br />

[ 81 ]


En el rostro de Gustavo había odio, agresividad y asco. Odiaba<br />

a la mujer. No la soportaba y aún continuaba a su lado a pesar de<br />

los cuatro hijos y la mujer que lo esperaba en San Agustín del Sur.<br />

A Gustavo le gustaba vestir bien y desde que se había graduado<br />

se lo hizo ver a sus vecinos. Antes había sido un pobre diablo. Un<br />

empleado de la Telefónica. Susana se había quedado como simple<br />

enfermera. Se conformó con casarse con él y tenerle los hijos.<br />

Gustavo, por su parte, quiso ser abogado, ingeniero o médico.<br />

La abogacía le resultó más fácil en una universidad privada y se<br />

graduó en cinco años. Anteriormente le había gustado aparentar<br />

lo que no era, pero desde que le entregaron el título en un lujoso<br />

paraninfo al que asistió el presidente de la República ya no era el<br />

mismo. No ejercía. Continuaba como técnico en la Telefónica pero<br />

se atiborró los bolsillos de tarjetas:<br />

Dr. Gustavo Álvarez<br />

Abogado<br />

Se levantó. Fue al baño. Vio a sus hijos dormidos. Eran ya<br />

grandes y cursaban el bachillerato. Cuando salió, ya afeitado,<br />

limpio, oloroso a colonia francesa, se sintió solo en el inmenso<br />

apartamento. Recordó a Linda en la cama. La recordó por detrás,<br />

desnuda, y se vistió con rapidez. No tocó el café que su esposa le<br />

había dejado en una taza sobre la mesa.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 82 ]


7 A. M.<br />

Los portugueses estaban levantando la santamaría cuando<br />

una veintena de muchachos lanzó las sillas y las mesas contra el<br />

suelo, asaltó el mostrador de arepas y las cajas de Maltín Polar y<br />

corrió por la avenida.<br />

El hombre de los periódicos lo vio todo y sonrió.<br />

—Las cosas que ocurren –le dijo a la señora que le pedía una<br />

revista.<br />

—¿Todos los días? La señora con rollos en la cabeza y pantuflas<br />

estuvo a punto de gritar.<br />

—Una que otra vez, pero no todos los días.<br />

—¡Ay, Dios mío! Me entró una angustia al ver a tantos vándalos<br />

juntos.<br />

FEBRERO<br />

[ 83 ]


8 A. M.<br />

Los portugueses, de apellido Pita, recogieron las sillas, las<br />

montaron sobre las mesas y volvieron a cerrar.<br />

—Hoy no se despacha –dijo el mayor.<br />

—¿Y por qué? ¿Por qué? –preguntó el vecino que cada día<br />

bajaba a tomarse un café negro bien cargado.<br />

—¿Y usted no se dio cuenta, señor?<br />

—Sí, lo vi todo.<br />

—Bueno, la radio habla de muertos, atracos, asaltos y tiroteos.<br />

¿Tampoco ha oído la radio hoy?<br />

—No, la verdad que no.<br />

—Bueno, póngale atención a lo que pasa en Guarenas.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 84 ]


8:30 A. M.<br />

El periodiquero, que hacía un viaje expreso desde Charallave,<br />

decidió cerrar.<br />

—No hay periódicos –dijo–. Me voy.<br />

—Deme cualquiera.<br />

—Si le vendo a usted, tendré que venderle a todos y no sé<br />

cuándo llegaré a casa.<br />

—Déme el que tenga a mano.<br />

—Oiga, amigo, los periódicos que tengo aquí no dicen nada<br />

de lo que está pasando. Regrese a su casa y prenda la radio o la<br />

televisión. Yo me voy.<br />

Y tal como era: bajo, gordo, redondo, caminó a pasos cortos<br />

pero rápidos hasta la avenida Victoria y trató inútilmente de encontrar<br />

un taxi o un autobús.<br />

FEBRERO<br />

[ 85 ]


9 A. M.<br />

... por el día, muy de mañana, abrió los ojos. No sabía qué hora<br />

era. Lo único que recordaba era que al fin se había decidido a ser<br />

su mujer. Llevaban dos años trabajando juntos. Se habían gustado<br />

desde un principio, pero a Zulay la cohibía su marido. Aunque ya<br />

había dejado de amarlo “le daba algo como así ir con otro hombre”.<br />

Pero Miguel Martán era diferente. Técnico en computación. Sabía<br />

varios idiomas y nunca se había casado a pesar de sus cuarenta<br />

años. De modo que cuando él la llamó, muy de mañana para ella,<br />

Zulay, todavía adormilada, le respondió que sí.<br />

—Pero tranca, mi amor. Anoche me obligaste a acompañarte<br />

hasta tarde. Sí, sí, sí, ¡dejaré que me beses como tú quieras!<br />

Y cuando se volvió a dormir sonreía como una pícara.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 86 ]


10 A. M.<br />

Todas, con sus maridos, vivían en la parte alta de la quinta. Allí<br />

terminaba la calle y el cerro que comenzaba al mismo pie de la calle<br />

se llamaba Los Sin Techo. Edelmira, recién casada con un ingeniero<br />

de cítricos, dormía en un cuarto con su hermana menor. Cuando<br />

su marido regresaba de Villa de Cura, donde trataba de hacer unos<br />

injertos de limón y mandarina, se iban a un hotel en la avenida<br />

Los Ilustres a pasar la noche y a repasar los diarios donde ofrecían<br />

apartamentos. Los traspasos estaban por las nubes. Se quejaban del<br />

“arrejuntamiento” en que vivían y la madre les decía:<br />

—¡No embromen! Quédense aquí.<br />

Anoche nada más fue domingo y hoy lunes Edelmira se<br />

despertó con nuevas ilusiones. Apenas Julio se despidió se sentó en<br />

una mesa de la sala y diseñó la siguiente tarjeta:<br />

Edelmira de Aguilera<br />

Juguetería<br />

Calle Real del Cementerio.<br />

Quinta “La Luci”<br />

Era su ideal. Se quedó ese día en casa. Recordó muchas veces<br />

el sábado y el domingo que pasaron en el hotel El Paseo. Se alteró<br />

FEBRERO<br />

[ 87 ]


varias veces. ¿Y si voy y me le presento en el trabajo?, pensó. Ay,<br />

se pondría furioso. Julio trabajaba en el campo, en las afueras de<br />

la ciudad, y dormía en un galpón. Ella le había hablado de sus<br />

ambiciones, pero por primera vez con grandes ilusiones se había<br />

sentado a la mesa a diseñar la tarjeta de presentación.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 88 ]


11 A. M.<br />

—¿Y cuál es tu arrechera?<br />

—Guá, que cojo un autobús, le pago al chofer con un fuerte y<br />

me dan dos caramelos de vuelto.<br />

—¿Y eso?<br />

—Pues me respondió: “¿Usted no sabe lo que está pasando?”.<br />

“No”, le respondo yo. “Bueno –me dice él–, bájese y compruébelo”.<br />

Y cuando veo hacia atrás lo que oigo es una rumba de plomo.<br />

—¿Y por eso te tardaste?<br />

—Por eso nada más no, sino porque toda la ciudad está trancada<br />

y de todas partes disparan.<br />

—Pero yo aquí no he oído ningún disparo.<br />

—Pero eso es aquí. Dentro de poco ya verás.<br />

—Tú exageras. Mira, chico, yo sé que estabas con otra. No me<br />

vengas con mentiras porque yo te conozco y además te pusiste una<br />

corbata, te cambiaste los pantalones y traes chaqueta. ¡Yo nunca te<br />

había visto así!<br />

El hombre iba a responder cuando vio caer a la mujer y cuando<br />

volteó recibió un balazo en el pecho.<br />

Intentó levantarse pero sangraba. No sentía dolor alguno. Se<br />

desmayó.<br />

Los de la jara dijeron:<br />

FEBRERO<br />

[ 89 ]


—¿Viste cómo le dimos a esos dos?<br />

—¡Cómo no!<br />

—Una orden es una orden.<br />

—¿Cuál? –preguntó el chofer.<br />

—Bueno, el toque de queda.<br />

—Pero si todavía no ha empezado.<br />

—Pero nosotros nos hemos adelantado.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 90 ]


12 M.<br />

—A Néstor y al Gordo los mataron en Charallave.<br />

—Yo lo leí en el periódico.<br />

—El trabajo no se les dio.<br />

—Se detuvieron mucho. Han debido atracar, salir del banco<br />

disparando para asustar a la gente y volar en los carros. Pero el<br />

Gordo se quedó a mirar como un idiota y el vigilante lo mató de un<br />

escopetazo. Los disparos atrajeron a la jara que los emboscó y cayó<br />

Néstor. Eso no se hace. Como no se hace lo que ha hecho Luisito<br />

con nosotros.<br />

Los muchachos se sentaron bajo el puente de la avenida<br />

Lecuna.<br />

—Esto es lo que le vamos a dar –dijo Leo y se tocó la cintura.<br />

—Se llevó más de cien mil y yo tengo que resolver a mi mamá<br />

y a mi hermana que ya está por meterse a puta.<br />

Los muchachos buscaron la sombra. Pasaron algunas carajitas.<br />

Los muchachos pensaron en caerles encima, arrastrarlas<br />

hasta el basural y violarlas ahí mismo. Pero el Luis era lo primero.<br />

—No, pana, con billete nos metemos en un buen sitio con dos<br />

o tres dominicanas y sin problemas.<br />

—Cierto.<br />

FEBRERO<br />

[ 91 ]


Habían hecho un trabajo y hacía cuatro días que le habían<br />

entregado la mercancía al Luisito para que la vendiera en la avenida<br />

Urdaneta, pero el Luisito había desaparecido. Se habían metido<br />

en una quinta de Chuao por una ventana y habían caído encima<br />

de una mesa. Registraron los tres pisos, lo metieron todo en una<br />

bolsa de plástico y cuando iban saliendo la casualidad los enfrentó<br />

con el dueño de la casa. Alberto disparó al no más verlo. Llegaron<br />

al CCCT en una sola carrera y se montaron en un San Ruperto.<br />

Al otro día leyeron que el muerto era hermano del presidente del<br />

Banco Central. “Esto es paja”, se dijeron y tiraron el periódico.<br />

Subieron por el callejón de San Agustín, le entregaron el material al<br />

Luisito y estos eran días que no se había presentado.<br />

—Cuatro días, pana, y en casa ladrando.<br />

—En la mía se están comiendo un cable.<br />

—Y yo tengo necesidad de una jeva.<br />

—Y yo de una jeva, whisky y polvo.<br />

—Coño, me estás adivinando los pensamientos.<br />

—Y eso no es lo grave, lo grave es que estamos a tres cuadras<br />

de la PTJ y nos estamos exponiendo.<br />

—Al Luisito hay que darle.<br />

—Coronamos una buena faena y el Luisito, que es maricón y<br />

todo, nos da rolo.<br />

—Mira, pana, súbete p’arriba y ve a ver lo que ves. Estoy<br />

oyendo pepazos.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 92 ]


1 P. M.<br />

Él ya la estaba esperando en el apartamento n˚ 24 del hotel<br />

Odeón. Cuando ella empujó la puerta, preguntó:<br />

—¿Y no fue de aquí de donde se lanzó la muchacha aquella de<br />

Araure?<br />

—No, mi amor, del último. Estaba en compañía de su más<br />

íntima amiga y de un amigo. Bebieron, se hicieron varios pases<br />

de polvo y la muchacha, en estado del recepcionista, que era muy<br />

celoso, se lanzó al vacío.<br />

—¿Y cómo sabes tú todo eso?<br />

—Yo leo los periódicos y oigo la radio.<br />

—Entonces, ¿yo no leo los periódicos ni oigo la radio?<br />

—No te pongas así. A propósito...<br />

—No me interrumpas, que no quiero molestarte. Esta mañana<br />

terminé con Gustavo. Definitivamente. Ahora podré quedarme<br />

contigo toda la noche...<br />

—De eso quería hablarte.<br />

—Pero no me interrumpas.<br />

—Yo no te interrumpo, sino que quiero que te recojas temprano<br />

porque hoy vamos a cerrar el Metro a las cinco de la tarde. Hay una<br />

orden del presidente de la República. Las cosas no están buenas.<br />

FEBRERO<br />

[ 93 ]


Hay saqueos. Ha habido muertos. Las cosas se van a poner peor. Yo<br />

mismo tengo que regresar en este instante.<br />

—¿Y me dejas?<br />

—Te estoy poniendo al tanto. Regresa al apartamento. En este<br />

hotel tampoco puedes quedarte. Hay peligro. No habrá taxis a partir<br />

de las tres o las cuatro. Tienes que ponerte a salvo. ¿Y Gustavo?<br />

—No creo que se presente esta noche. Y menos si salió hacia<br />

la casa de su amante.<br />

Susana recordó a Gustavo. Gustavo era violento, en su<br />

juventud fue guardia nacional. Apresaba a los contrabandistas en<br />

la frontera, les decomisaba la mercancía y la vendía. Se hizo de una<br />

fortuna, montó varios establecimientos de perros calientes en el<br />

litoral y estaba en la pomada. Después que me conoció a mí y se<br />

enamoró, me perdió el respeto por mi falta de virginidad y porque<br />

yo le confesé que le llevaba tres años. ¿De dónde le vino esa arrechera<br />

a un hombre que estaba cansado de acostarse con putas, de<br />

violar carajitas por el grado de distinguido que ostentaba y hacer<br />

lo que quería como miembro de las Fuerzas Armadas Nacionales?<br />

No sé que me creyó, cuando yo misma le confesé que un conocido<br />

de la casa me violó. Lo complací en todo antes de casarnos.<br />

Lo de la rabia, el odio y los golpes, me lo pregunto y mira que no<br />

lo sé. Ahora, después de dieciséis años, había empezado a salir con<br />

un ingeniero del Metro, que aunque casado y todo, la respetaba.<br />

Le pagaba lo que se ganaba en el Hospital de Niños. Así Gustavo<br />

no sospechaba. Porque yo venía aquí. Vengo... lo espero y luego<br />

regreso a casa. Pero no olvido la noche en que una mujer arrebatada<br />

y en estado, se lanzó del último piso y dejó escrito:<br />

Vean hacia abajo y me descubrirán.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 94 ]


1:15 P. M.<br />

La gente corría.<br />

—¿Qué pasa?<br />

—¿Qué pasa? ¡Que están disparando!<br />

Dos mujeres entraron a Parque Central por la avenida México.<br />

Era mediodía y los tiros arreciaban.<br />

—Quítate los zapatos –le dijo la de rojo a la de verde–.<br />

—Me da asco caminar descalza –respondió la del traje verde.<br />

—Me da vergüenza llevar los zapatos en la mano. Todo esto<br />

me da asco.<br />

La del traje rojo dijo:<br />

—En cambio todo esto para mí es divino. Me encanta mojarme<br />

cuando llueve. Me gusta meter los pies en los charcos. Me acuerdo<br />

de mi pueblo.<br />

La gente corría.<br />

—Algo pasa en la calle –dijo la de verde.<br />

La gente cerraba los negocios. Un portugués dijo:<br />

—Yo nunca he visto algo semejante.<br />

Las mujeres corrieron de prisa y se confiaron en el policía que<br />

sonreía y que las apuntaba con una escopeta, y se le aproximaron.<br />

—Agente –dijo la de rojo.<br />

FEBRERO<br />

[ 95 ]


El agente, no más la oyó, le disparó en el cuello. La de verde<br />

gritó y corrió hacia el edificio Caroata. Fue una carrera tan imbécil<br />

como inútil. El policía la agarró por el brazo. Le dijo que estaba<br />

detenida y la arrastró al módulo policial.<br />

—¡Terrorista! –dijo.<br />

—¿Terrorista?<br />

—Y es peligrosa.<br />

—Déjala por mi cuenta.<br />

—Yo la vi primero.<br />

La empujaron, la lanzaron al suelo y le arrancaron la ropa. El<br />

policía de la escopeta que había dejado la puerta abierta para que<br />

los otros vieran, se desabrochó la bragueta y la penetró.<br />

—¿Y nosotros? –dijeron los demás.<br />

—Ya va. A estas ñángaras hay que aleccionarlas.<br />

Se reía. Le mordía las tetas y la golpeaba. Le arrancó los<br />

pezones con los dientes.<br />

Al rato salió con la escopeta recortada. No se sentía satisfecho.<br />

Estas mujeres se asustan fácilmente, se dijo. Mujeres buenas las de<br />

Morón, sobre todo las niñas de escuela, a las cuales se les arranca la<br />

lengua de un mordisco.<br />

A la salida volvió a disparar y esta vez le tumbó el brazo a un<br />

muchacho.<br />

—¡Agente!<br />

—Toma tu agente –le respondió el policía y le disparó nuevamente<br />

en el suelo–. De una cosa puedes estar seguro: no me gustan<br />

los maricones.<br />

Y se puso a seguir a una mujer que caminaba con rapidez,<br />

zarcillos, pulseras, pelo recién lavado.<br />

Yo sé adónde va esta, y la apuntó por detrás. Escasos segundos<br />

después le dio la voz de alto.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 96 ]


1:30 P. M.<br />

Yo solo sé que días antes de separarse dieron una gran<br />

fiesta. Fueron sus amistades. Las artistas. La Prieto. La Parías. La<br />

Machado. La Canelón y ellos dos, que representaban una bonita<br />

pareja, se disputaban un disco:<br />

... todo se derrumbó, dentro de mí, dentro de mí...<br />

Y luego él la abandonó. O fue ella y después al poco tiempo<br />

el hombre, a quien yo conocía del todo, se suicidó. Recuerdo que<br />

era una belleza de hombre y ella una mujer de tetas grandes y de<br />

dientes salidos y hermosos. Aún conservo la foto que apareció<br />

en una revista. Me impresionó. Yo fui en compañía de una amiga<br />

porque yo también estaba en trance de divorciarme, pero nunca,<br />

jamás, llegué a pensar en darme un tiro, lanzarme de un apartamento<br />

y mucho menos, envenenarme...<br />

Se besaron en el centro de la sala y entonces ella oyó que<br />

gritaban desde abajo:<br />

—¡Métanse para adentro! ¡Vamos! ¡Métanse para adentro!<br />

Y cuando se asomó a la ventana recibió un tiro en el pecho.<br />

—¡Zulay, mi amor! –alcanzó a decir el hombre.<br />

FEBRERO<br />

[ 97 ]


2 P. M.<br />

—Oye, mi amor, yo no quiero que la policía venga aquí y se<br />

ponga a registrar y yo esté aquí. Yo todavía soy una mujer casada.<br />

—Descuida, que con un ejecutivo del Metro no se meten.<br />

Además eres mayor de edad.<br />

—Pero pueden llevarme, aparecer en un periódico, reseñarme,<br />

inventarme una historia. A mí se me olvidó confesarte que Gustavo<br />

perteneció a las Fuerzas Armadas Nacionales y no olvida una cara,<br />

recuerda miles de expedientes, está pendiente de cada caso.<br />

—Tranquila. ¿Acaso él ya no se fue?<br />

—Se va y vuelve.<br />

—Tranquila.<br />

—Has debido llevarme a otra parte. Yo me merezco algo mejor.<br />

Hace una semana que se mató esa muchacha aquí y todavía no<br />

saben si fue por drogas, por un embarazo o porque estaba borracha<br />

y celosa de la amiga que se la trajo engañada (eso lo dijo la prensa)<br />

desde Araure. Es muy fácil engañar a una muchacha de veinte años.<br />

—Vamos, mi amor, si no, no lo vamos a disfrutar. Olvida todo<br />

eso aunque sea por un instante. Dentro de un poco te tendrás que<br />

ir. ¿No oyes como unos fogonazos desde el Cementerio o de la<br />

Universidad? Voy a tener que llevarte. Quieta. Tranquila. Mañana<br />

será otro día y esa gente que se ha rebelado volverá a su sitio. No<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 98 ]


tiene otro remedio. Vamos a poner la radio suavecito. Ya vas a ver<br />

como Rafael te calma. ¿Va?<br />

—Va.<br />

Contemplaron una humareda desde la ventana. Estaban<br />

desnudos debajo de las sábanas y el hombre la tenía prieta contra<br />

sus piernas, morenas, sudorosas, olorosas a monte o a un perfume<br />

de pino.<br />

—Eres una potranca –le dijo.<br />

—Sí, mi amor.<br />

—Eres una linda potranca. Pareces un caballito.<br />

—Sí, mi amor.<br />

Se besaron.<br />

Se durmieron y cuando se despertaron él, sobresaltado, le dijo:<br />

—¡Vamos! ¡De prisa! Que la plomamentazón está llegando<br />

por estos lados.<br />

—¡Dios mío y mis hijas solas o quién sabe dónde! Pero tú no<br />

eres culpable de nada.<br />

—Nada de eso. Ninguno de los dos es culpable. Se han portado<br />

mal contigo. La gente le teme a la soledad.<br />

El hombre se sentó, se colocó unas pantuflas y se encaminó<br />

hacia el baño.<br />

Susana volvió a dormirse.<br />

Minutos después la sobresaltó el timbre de la puerta.<br />

—Ve a abrir –le dijo al hombre–. A mí esos golpes en la puerta<br />

me dan miedo.<br />

—Yo voy. No te preocupes.<br />

Se puso la toalla en la cintura y cuando se asomó a la puerta lo<br />

empujaron y le dispararon en el estómago.<br />

—¿Es esta la puta? –preguntó uno de los hombres señalando.<br />

—Parece que no.<br />

—Desaparécete, pues.<br />

FEBRERO<br />

[ 99 ]


Susana comenzó a gritar desesperadamente. La habían dejado<br />

sola con un muerto en una habitación desconocida donde antes se<br />

habían suicidado otras personas, o donde habían asesinado a una<br />

mujer.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 100 ]


3 P. M.<br />

—Coño, pana, arriba hay una rumba de plomo.<br />

—¿Por qué?<br />

—La policía está disparando contra todo el mundo.<br />

—¿Y qué viste?<br />

—¿Que qué vi? Nada menos que al Bombona descargando su<br />

Beretta contra los tombos.<br />

—¡Coño con el Bombona!<br />

—¡Entonces sí, ahora sí le podemos caer a unas carajitas y<br />

meterlas en el basural!<br />

FEBRERO<br />

[ 101 ]


3:30 P. M.<br />

El Bombona le había caído a una peluquería de mujeres.<br />

—¡Vamos, todas pa’l baño que esto es un atraco!<br />

Las mujeres se aguantaron en sus sillas. La peluquería estaba<br />

ubicada entre dos restaurantes. Enfrente estaba la librería Destino.<br />

—¡Vamos, pues! ¿Qué esperan? A desnudarse y a tirarse al<br />

suelo y nada de gritos.<br />

Las mujeres, sin chistar, se desnudaron. Algunas se quedaron<br />

en pantaletas y sostenes, y en lugar de mirar al atracador, comenzaron<br />

a examinarse las unas a las otras. Una negra mirando hacia<br />

la rubia dijo:<br />

—Yo creía que era auténtica.<br />

—¡A callarse! –dijo el Bombona al tiempo que se hacía de<br />

bolsos, relojes, pulseras, zarcillos, dinero y anillos.<br />

Al salir se encontró con el tiroteo y con un tombo que lo<br />

apuntaba. Disparó. El tombo cayó. Al bajar a la avenida Lecuna se<br />

detuvo la jara.<br />

—¡Alto, coño ’e madre!<br />

Y el Bombona disparó sin abandonar el botín.<br />

El Luisito les había metido rolo con una mercancía y ahora,<br />

apertrechado como estaba, no iba a abandonar esta.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 102 ]


Disparó mientras corría hacia San Agustín. En la esquina de<br />

la iglesia, al lanzarse por el matorral, vació la cacerina de la pistola.<br />

Se combatía hacia los lados del Nuevo Circo y de las Fuerzas<br />

Armadas.<br />

—¡Coño, y yo solo cuando este es el momento de caerle a todas<br />

esas tiendas!<br />

FEBRERO<br />

[ 103 ]


3:15 P. M.<br />

La rubia agarró a la negra por las mechas y la lanzó contra uno<br />

de los espejos.<br />

—¿Qué viste? ¿Es que no soy auténtica?<br />

La negra se levantó. No respondió de inmediato pero le<br />

descargó un pote de crema fría en la frente.<br />

—¡Nojoda! ¿Quieres pelear? ¡Ya vas a ver a una mujer arrecha!<br />

Las que pudieron salir, corrieron hacia el sótano. La negra le<br />

asestó dos patadas en la cara a la rubia.<br />

Dijo:<br />

—Te la echas de mucho, ¡eh!, y tienes el coño negro. ¿Por qué<br />

no te lo mandas a pintar también?<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 104 ]


3:20 P. M.<br />

—Oiga, hermano, llamamos de El Universal. ¿No es ese el<br />

Palacio de Miraflores? Bueno, óyeme pues, te habla Medina, el de<br />

Sucesos. Yo no me puedo conformar con un parte de la policía.<br />

¿Dónde está el presidente? ¿Cuáles son los planes para solucionar<br />

esta situación? Bueno, okey, okey, okey, no más preguntas.<br />

¿Entonces?<br />

—¿Quiere saber lo que está ocurriendo?<br />

—¿Eso no fue lo que te pregunté?<br />

—¡Bueno, coño ‘e madre, si quieres saber lo que está pasando<br />

lánzate a la calle, arriésgate, quémate ese culo!<br />

—¡Aló, aló, aló!<br />

FEBRERO<br />

[ 105 ]


3:30 P. M.<br />

Las calles estaban tomadas por el hampa. Un solitario policía<br />

quiso golpear a un hombre más joven y más fuerte y fue lanzado<br />

contra el suelo.<br />

Unos días antes Antonio cobró y se fue a beber con Belissa.<br />

Antonio tenía tiempo que no se acostaba con Belissa y Belissa<br />

estaba molesta. Belissa se fue y Antonio la pasó en grande<br />

comiendo y bebiendo, pero tuvo miedo de acostarse con una puta.<br />

Visitó dos burdeles y las mujeres le parecieron sucias.<br />

—¿Cuánto es? –preguntó.<br />

—Trescientos, mi amor.<br />

Las mujeres lo miraron y se apartaron. Él no estaba limpio<br />

que digamos. Llevaba una semana con la misma ropa y no se había<br />

afeitado.<br />

Antonio salió del burdel y caminó hasta el Congreso y allí<br />

vio la pelea. Según tenía entendido la policía estaba en huelga y la<br />

gente bebía ron en torno al Concejo Municipal, la Gobernación y el<br />

Congreso. En estos días personas que se hacían pasar por policías<br />

o soldados habían violado a una geóloga y a una familia francocanadiense.<br />

Al niño canadiense enfrente de su madre le habían<br />

metido un palo por el recto.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 106 ]


Antonio caminó hacia la esquina de La Torre. La gente corría.<br />

Unos iban hacia abajo y otros hacia arriba. Todos iban desorientados,<br />

porque, de pronto, disparaban de un lado como del otro. La<br />

gente corría contra las balas o hacia las balas.<br />

Antonio, sudoroso, se metió en un bar.<br />

—Perdón, señora –le preguntó a una mujer–, ¿cómo se llama<br />

este lugar?<br />

—El Parador.<br />

—Sí. Tiene que llamarse así, un lugar donde se respira tranquilidad<br />

y hay aire acondicionado tiene que llamarse El Parador.<br />

Antonio transpiraba.<br />

—Perdón, señora –dijo–, ¿dónde está la lista de precios?<br />

—No está escrito, pero ¿qué quiere beber?<br />

—Un whisky.<br />

—110.<br />

En comparación con los otros bares el whisky era barato. Tal<br />

vez la mujer lo confundió con uno de la policía secreta o con un<br />

inspector.<br />

Le sirvieron y al levantar el vaso lo dejó caer. Eso hizo que<br />

todos en la barra se volvieran y lo miraran, pero todo no fue más<br />

que un instante. Si hubiera asesinado a una persona y pasado lo<br />

mismo se hubiera sentido frustrado.<br />

La mujer, pequeña, rubia, de ojos azules le sirvió otro whisky<br />

y Antonio se vio en la necesidad de pagar los dos.<br />

—¿Y el vaso? –preguntó.<br />

—Descuide –le respondió la mujer.<br />

Pero además del whisky derramado pagó el vaso.<br />

Era muy tarde. Salió y no había taxis. Se hizo ilusiones con la<br />

fichera, pero en eso mandaron a desocupar y un negro de dentadura<br />

blanca se la llevó.<br />

FEBRERO<br />

[ 107 ]


Antonio salió a la calle solitaria. Dos camiones militares<br />

pasaron disparando y sonando sirenas.<br />

Antonio se lanzó al suelo, rampó hasta el puente y trató de<br />

dormirse sobre unos cartones. Allí, a su lado, había gente bebiendo.<br />

Se acordó de Belissa. Sus grandes senos. Aquellas tetas que le<br />

mamó de pie, en el bar, sentados. Se durmió y se dijo: Mañana la<br />

llamo y le propongo que volvamos a casarnos.<br />

—¡José! –gritaron.<br />

Él creía que era con él y al levantarse le metieron un balazo.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 108 ]


4 P. M.<br />

—¿Te has dado cuenta?<br />

—¿Qué?<br />

—El ejército está tomando la esquina.<br />

—Debe ser para proteger la mueblería del coronel Fábregas.<br />

—Sí, porque fue lo único que no saquearon por aquí.<br />

Edelmira y su hermana menor, Esther, se acercaron un poco<br />

más a la ventana.<br />

Los soldados dispararon de inmediato. La metralla subió<br />

al cerro y luego bajó hacia la calle y las quintas cuyas puertas y<br />

ventanas aún permanecían abiertas.<br />

Edelmira solo alcanzó a decir: “¡Julio!”.<br />

Y cuando el viejo se acercó y gritó: “¡Asesinos!”, también cayó<br />

acribillado.<br />

—¡No disparen! –gritó Esther–. ¡Hay heridos! –la respuesta<br />

fue una tercera balacera que tumbó la parte de arriba de la quinta.<br />

FEBRERO<br />

[ 109 ]


5 P. M.<br />

El ingeniero Julio Aguilera, que se había devuelto en el Carmen<br />

porque estaban deteniendo a todos los automovilistas, se encontró<br />

con un cordón de policías, guardias nacionales y soldados a la<br />

entrada del Cementerio.<br />

—¡Vamos, hacia atrás!<br />

Y las bocas de los fusiles lo amenazaban. El humo, la metralla<br />

y la candela subían desde el barrio Los Sin Techo, Coche y El Valle.<br />

—¡Edelmira, Dios mío, cuánto me va a costar olvidarte!<br />

—¡Atrás, gran carajo!<br />

—Yo, señor, mire...<br />

El guardia lo golpeó a través de la ventanilla.<br />

—Yo, señor, mire...<br />

—¡Atrás, hijo de puta, o disparo! Julio miraba la candela y oía<br />

la metralla. Se iba a devolver. No sintió el tiro en la cabeza.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 110 ]


6 P. M.<br />

La multitud corría de un sitio a otro acorralada por los<br />

disparos de los francotiradores y los soldados que, sin detenerse,<br />

disparaban a discreción sobre todo el que se movía.<br />

Una mujer con un niño en los brazos soltó el llanto. Otra<br />

mujer, con tacones altos, caminaba adelante, aguantándose. Varios<br />

hombres con televisores y cornetas de radio la siguieron.<br />

—Sigue, mamacita.<br />

La mujer de los tacones se sacó los zapatos y procuró correr.<br />

Más adelante la atajaron, la lanzaron contra el cerro de la Roca<br />

Tarpeya. Aunque desde arriba disparaban hacia abajo, los hombres<br />

que cercaron a la mujer no le hicieron ningún caso a la plomazón.<br />

—¡Vamos, que tengo hambre!<br />

Algunos hombres con más apetencia que los otros, dispararon<br />

y mataron a tres.<br />

La mujer con el vestido roto corría hacia el cerro.<br />

La bajaron a tiros y, ensangrentada como estaba, abusaron<br />

de ella.<br />

FEBRERO<br />

[ 111 ]


7 P. M.<br />

—¡Paso, coño, paso!<br />

Soldados a pie tomaron El Peaje, levantaron varios cadáveres y<br />

los acostaron sobre la acera de la farmacia San Pablo.<br />

Esperaron. Llegó un camión y luego lanzaron los cadáveres<br />

en el volteo.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 112 ]


7:30 P. M.<br />

El tipo, pequeño, de un metro sesenta de estatura, se paró<br />

sonriente. Tenía un palillo en la boca y se lo pasaba de un lado a<br />

otro con la lengua.<br />

La calle bajaba hacia la avenida Sucre y subía hacia Cútira. El<br />

pequeño, llamado Puerto Rico por su propio padre, miró hacia<br />

arriba.<br />

—Esos carajos no van a bajar. Es hora de que estuvieran aquí.<br />

Si bajan nos vamos al este. Allí es donde está la muna y no hay<br />

fórmulas. Además de que nos tienen miedo, tenemos al papaúpa<br />

de nuestra parte.<br />

Hablaba con desprecio y de hecho le insuflaba valor a sus<br />

compinches. La Salazar Lengua, a dos pasos de él, le transmitía el<br />

pensamiento a los cinco que esperaban detrás con la disposición<br />

de disputarse el territorio y liquidar de una vez por todas con los<br />

de Cútira. Los de Cútira bajaron una noche, mataron a un pobre<br />

diablo que hablaba por el teléfono público, dispararon contra la<br />

casa de Puerto Rico y le metieron un balazo al padre que ya llevaba<br />

cinco años en una silla de ruedas sin poder moverse ni hablar.<br />

Ahora el Puerto Rico, a sus dieciocho años de edad, quería vengar<br />

al padre y acabar con todos los pandilleros de la parte alta del cerro.<br />

Los espero hasta la madrugada, se dijo. Se lo comunicó a la Salazar<br />

FEBRERO<br />

[ 113 ]


Lengua y continuó de un lado a otro fijándose en los automovilistas<br />

que desaceleraban, lo saludaban y le entregaban algún dinero<br />

“para la causa y la tranquilidad que regresaba desde que había<br />

suplantado al padre”.<br />

Cinco hombres, entre ellos un portugués que permanecía<br />

impasible ante el volante del Corolla, esperaban con las armas en<br />

las manos.<br />

El Puerto Rico, con sus pequeñas, retacas y abiertas piernas,<br />

estaba solo en medio de la calle oscura. Antes de llegar y tomar<br />

posiciones uno les hizo el mandado de quebrar todos los bombillos.<br />

Puerto Rico tenía una pistola en la cintura, otra en la media<br />

derecha y otra en un carrier de mujer.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 114 ]


8 P. M.<br />

El presidente, dirigiéndose a la nación, decía: “Esto no es una<br />

dictadura. Si esto fuera una dictadura ya el gobierno hubiera dominado<br />

la situación con el ejército”.<br />

FEBRERO<br />

[ 115 ]


9 P. M.<br />

El ministro de Defensa, casi soltando el aliento, pidió la ayuda<br />

de todo el mundo.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 116 ]


10 P. M.<br />

El hombre corría de portal en portal cuando lo detuvo la<br />

patrulla.<br />

—¿Y usted, adónde va?<br />

—A ninguna parte.<br />

—¿Y entonces?<br />

—A mí solo me dijeron en el litoral que durante un toque de<br />

queda se podía ir de una parte a otra escondiéndose en los portales.<br />

—¡Sigue, coño ‘e madre!<br />

Y cuando el transeúnte solitario se fue a meter en el próximo<br />

portal, le volaron la tapa de los sesos.<br />

FEBRERO<br />

[ 117 ]


11 P. M.<br />

Los balazos retumbaban en la noche en forma de círculos.<br />

Una camioneta con un hombre en el techo venía rozando por<br />

Los Próceres.<br />

—¡Paso, un herido! ¡Paso, un herido!<br />

Palabras que tal vez no oyeron bien los soldados acostados<br />

detrás de la venta de jugos Doña Juana porque uno se levantó y le<br />

lanzó una granada.<br />

La camioneta voló por los aires y cayó en el parque infantil.<br />

—¡Coño, le di! –dijo el soldado.<br />

Los muñones de los heridos y de los muertos estaban regados<br />

en el parque. El capitán se presentó y caminó hasta la orilla del pozo<br />

de sangre.<br />

—Esos carajos iban con un cargamento de armas hacia la<br />

universidad.<br />

Quiso conocer al soldado que tuvo tan buena puntería.<br />

—¡Chusma, chusma!<br />

—¡Malandros!<br />

—¡Choros!<br />

—¡Ñángaras!<br />

—Así es, hijos. ¡Hay que darle duro a esos ñángaras!<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 118 ]


El capitán, que venía de hacer un curso de insurrección civil<br />

en Panamá, saltó del jeep.<br />

—La orden es matar a todo el mundo. Nada de culipandeos.<br />

Los soldados, de pie, saludaron.<br />

—... y menos ahora, que acaban de asesinar al mayor Carlés.<br />

FEBRERO<br />

[ 119 ]


LA MEDIANOCHE<br />

Los hombres bebían y jugaban dominó con sus mujeres y sus<br />

niños cuando hizo acto de presencia la patrulla.<br />

—¡El comando negro!<br />

—¡El escuadrón de la muerte!<br />

—¡El fin de las insurrecciones civiles!<br />

—¡De los vagos!<br />

—¡De los saqueadores!<br />

—¡De los delincuentes!<br />

—¡Nada, señores, nosotros estamos con el orden!<br />

—¡Aplaca, Señor, tu ira! –exclamó una mujer con vestido<br />

desteñido y una teta afuera.<br />

—... tu justicia...<br />

—¡Mátalos! ¡Que no hablen! ¡A ellos solo se les da una<br />

oportunidad!<br />

Las balas pegaron en los cuerpos, las paredes, los porrones y<br />

las botellas.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 120 ]


1 A. M.<br />

Y cuando ya entraba, con ese terror, creía encontrársela con<br />

otro y a mí señalándome:<br />

—¿Por qué abriste esa puerta?<br />

Y era que ella echaba un polvo con su última adquisición. O<br />

ella, una mujer perdida, se lo estaba chupando al ritmo que se lo<br />

pintaban.<br />

¡Rico, rico, rico, rico, rico, mi amor!<br />

—Señora, eso de rico, rico, rico ha sido premiado en todas las<br />

emisoras. Por eso es usted tan pervertida.<br />

—Doctor, en este momento en que yo no creo en usted ni en lo<br />

que me ha prometido, ¿me permite que lo mate?<br />

Y la mujer, con una frialdad digna de la invasión de los bárbaros,<br />

le disparó con una pistola cuyas balas se oían como mascadas de<br />

chicle. El otro saltó de la cama y se encerró en el escaparate.<br />

FEBRERO<br />

[ 121 ]


2 A. M.<br />

—¿Y entonces, coronel?<br />

—Hay que acabar con lo que se pueda antes de que amanezca.<br />

—¿Y la orden?<br />

—Mire, hijo, ahí hay un hombre de lentes oscuros que lo<br />

menos que es es general y que no quiere a nadie vivo en este país.<br />

—¿Y eso?<br />

—La gente, hijo, es la peste.<br />

—¿Civiles?<br />

—Sí, esta es una insurrección civil. Si nos descuidamos, los<br />

muertos seremos nosotros.<br />

—¿Y esos muertos?<br />

—A la fosa común.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 122 ]


3 A. M.<br />

—Hemos acabado con no menos de diez mil personas y esta<br />

ciudad aún me da miedo.<br />

—¡Un soldado no habla de ese modo!<br />

—¡Sargento!<br />

—¡Soldados, fusilen a este traidor!<br />

FEBRERO<br />

[ 123 ]


4 A. M.<br />

Dos muchachos estaban disparando desde el edificio<br />

Sutrinam. Disparaban al aire. Hacia el cerro. Hacia la desierta<br />

avenida.<br />

—¡Chamo, el Luisito la dañó!<br />

—¿Por qué lo dices?<br />

—Porque yo mismo lo maté. Venía con un chaleco de policía.<br />

Yo acababa de caerle a una peluquería de mujeres cuando lo veo<br />

venir hacia mí. Le metí un solo pepazo.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 124 ]


5 A. M.<br />

—¡Soldados, todavía es noche! ¡La orden de Hassan es matar!<br />

FEBRERO<br />

[ 125 ]


6 A. M.<br />

Los tacones de la conserje despertaron a todos los inquilinos.<br />

Los inquilinos del pequeño edificio creían que la conserje pasaba<br />

la noche fuera para rebuscarse. Pero al parecer no era así porque<br />

ahí la oían bajar.<br />

—Es que no podía salir.<br />

—Igual hubiera salido. Para esas hay salvoconducto.<br />

—¡Mal pensado!<br />

—Nada de discutir. Y menos en esta situación. Mira que me<br />

debes una. ¿Qué hay de beber?<br />

—En absoluto.<br />

—¿Cómo?<br />

—No hay ni café.<br />

—¿Ni café?<br />

—Ni azúcar.<br />

—¿Nada?<br />

—¡Nada, vago!<br />

—¡Nojoda contigo, que si te lanzo por esa ventana nadie te va<br />

a cobrar!<br />

—¡Lánzame pues!<br />

—¡Vas a ver!<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 126 ]


7 A. M.<br />

La gente de los edificios vecinos que escucharon el grito de la<br />

mujer y el golpe en el suelo no se atrevieron a asomarse. Con un<br />

toque de queda era peligroso asomarse a una ventana y lo mejor<br />

era esperar hasta las ocho o a las nueve para bajar a cerciorarse.<br />

Los soldados continuaban disparando a la loca o a donde se les<br />

antojara.<br />

FEBRERO<br />

[ 127 ]


8 A. M.<br />

El ministro de la Defensa, que se había tomado todas las atribuciones,<br />

convocó a una rueda de prensa.<br />

—Hagan pasar a toda esa gente.<br />

—Paso, señores, es el Cardenal.<br />

—¿Y qué coño viene a hacer un Cardenal en una vaina que es<br />

para los periodistas?<br />

—Quién sabe. A lo mejor quiere santificar este despacho.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 128 ]


9 A. M.<br />

El presidente, que no había pegado los ojos en dos días, telefoneó<br />

a Ítalo.<br />

—General.<br />

—¡Presidente!<br />

—Traiga más soldados del interior.<br />

—Han llegado diez aviones.<br />

—Entonces desaloje a los soldados de esta región.<br />

—Hecho, señor.<br />

—Dígale a esa gente que aquí se puede hablar, que vuelvan a<br />

sus casas y que a partir del primero de marzo tendrán un aumento<br />

de dos mil bolívares.<br />

—¡Sí, señor!<br />

FEBRERO<br />

[ 129 ]


10 A. M.<br />

No había terminado de hablar el ministro de la Defensa<br />

cuando recibió una llamada del Jefe de Prensa de Palacio.<br />

—¿Cierto?<br />

—Como lo oye.<br />

—¿Cuántos?<br />

—Treinta.<br />

—¿De aquí?<br />

—¡Colombianos, cálese esa!<br />

—¡Coño!<br />

—¿Qué carajo buscaban esos tipos intentando apoderarse del<br />

Palacio con el presidente adentro?<br />

—Lo voy a averiguar.<br />

—Ojo, general, que la insurrección nos puede venir de los<br />

vecinos.<br />

—¡Carajo con la hermana República!<br />

—El presidente llamó a Barco. Barco no sabe nada.<br />

—¡Las fronteras! ¡Las fronteras!<br />

—Mientras nos ocupábamos de un pueblo desarmado como<br />

un ejército de ocupación, los vecinos esperaban apoderarse de<br />

Palacio, de Apure, Barinas y Bolívar, y de vaina si no secuestran al<br />

mismo presidente.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 130 ]


11 A. M.<br />

—Déle un parao a la pelea, general.<br />

—Sí, presidente.<br />

—¿Todo en orden?<br />

—Solo resiste Guarenas.<br />

—Métales un trancazo y retírese.<br />

—¡Sí, señor!<br />

FEBRERO<br />

[ 131 ]


EL MEDIODÍA<br />

La foto mostró al presidente cansado, arrastrando los pies.<br />

La foto mostró al presidente agachando la cabeza para entrar<br />

en el helicóptero.<br />

La foto mostró al ministro de la Defensa indicando algunas<br />

zonas de la ciudad. Sonreía.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 132 ]


1 P. M.<br />

—Mi amor, este lavamanos sigue goteando.<br />

—¿Y qué? ¡Coño!<br />

—Que le pagaste al lampista y la gota sigue y sigue y el baño<br />

está inundado.<br />

—Déjalo que vuelva. Lo voy a matar. Me ha engañado.<br />

—Amor, no te pongas así. Ya eso me lo demostraste.<br />

—Te lo demostré una vez. La noche que nos casamos.<br />

—Sí, amor, me asustaste. Pero eso no se va a repetir, ¿verdad?<br />

—Tú lo dices.<br />

FEBRERO<br />

[ 133 ]


2 P. M.<br />

—Señor general.<br />

—Sí, presidente.<br />

—Me han dicho que usted tiene ambiciones.<br />

—Sí, señor, las de protegerlo a usted.<br />

—No, otras ambiciones.<br />

—¿Como cuáles, presidente?<br />

—Estamos hablando de un golpe de Estado.<br />

—Presidente, si quiere renuncio y que la guerra la lleve Hassan.<br />

—No, primero me acaba con el bochinche.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 134 ]


3 P. M.<br />

La prensa no podía entrar ni con salvoconductos.<br />

—¡Mira, mano –gritó el negro–, nos echaste bola!<br />

—¡Yo soy periodista!<br />

—¡Mira, periodista, nos echaste paja!<br />

La gente del bloque, asomándose a las ventanas o paseándose<br />

por los pasillos, gritó:<br />

—¡Nos están asesinando y ustedes nos tildan de malandros!<br />

¡Los malandros y asesinos están detrás de ustedes, en la avenida<br />

Sucre!<br />

FEBRERO<br />

[ 135 ]


4 P. M.<br />

—¡Échale bola, negro, yo no quiero que me rodeen!<br />

—Entre, licenciado.<br />

—Esos carajos son capaces de asesinarnos por la sola razón de<br />

que somos periodistas y andamos desarmados.<br />

—No se olvide, licenciado, que hasta la diputada Almosny<br />

ha dicho que la policía está penetrada por el hampa. ¿Qué hacen<br />

entonces aquí? Busquen en otro lugar.<br />

—¡Échale bolas, pues!<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 136 ]


5 P. M.<br />

Yo salí sola. Dejé a mi papá comprando unos aguacates debajo<br />

del puente de las Fuerzas Armadas. Le dije: “Papá, no te voy a<br />

entregar el dinero porque te lo vas a beber. Mi mamá me avisó”.<br />

“Okey, hija –me dice él–, vete a casa”, y yo me fui al 23 de Enero a<br />

encontrarme con Miguel. Con Miguel yo lo hacía en el ascensor<br />

o en el carro que se acababa de robar. En Charallave yo tenía al<br />

catire Ángel para casarme. La plomazón se dio cuando Miguel y yo<br />

subíamos en el ascensor y como él lo detuvo en el séptimo mientras<br />

se lo chupaba y se quejaba ay, ay, ay, supongo que nos agarraron<br />

desprevenidos. El soldado que logró abrir el aparato le disparó y<br />

Miguel cayó y enseguida que lo mata y lo empuja hacia abajo me<br />

dice: “Ahora me lo haces a mí, rápido”. Cosa que hice sin dilación<br />

y sin salir todavía del susto. Me bajó presa, me empujó en la jaula y<br />

tuve que mamárselo a todos antes de llegar a Fuerte Tiuna.<br />

—¡Cédula!<br />

—No tengo.<br />

—¡Edad!<br />

—14 años.<br />

—¡Con ese tamañote! ¡Métala ahí, sargento!<br />

—¡Teniente!<br />

—¡Coño!, ¿este es un ejército o no?<br />

FEBRERO<br />

[ 137 ]


—¡Teniente!<br />

Y detrás del sargento entró el teniente que me dijo:<br />

—Prepara todas esas camas y ven y acuéstate en la primera<br />

que es la mía.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 138 ]


6 P. M.<br />

La gente que rezó el rosario comentó:<br />

—No se parece. La Micaela era delgada, chiquita, un firifirito<br />

y esta es gorda, grande y vieja.<br />

—Vamos, vieja, que un muerto se hincha.<br />

El ejército, para evitar un tumulto, tomó la calle y solo permitió<br />

un reconocimiento.<br />

FEBRERO<br />

[ 139 ]


7, 8 Y 9 P. M.<br />

La Micaela que leyó el diario que le llevó el teniente que se la<br />

estaba fregando, dijo:<br />

—Mira, en Charallave enterraron a otra por mí.<br />

—Ya lo leí.<br />

—No importa, mi amor, tú me ofreciste protección.<br />

—¡Señorita, estamos en guerra! ¡Usted es una puta y con la<br />

regla que la midieron la voy a medir yo!<br />

Yo me asusté, pero en cuanto lo vi que se desnudaba no pude<br />

aguantar la risa y nos reímos los dos.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 140 ]


10 P. M.<br />

De modo que enterraron a otra por mí. Ya yo estaba cansada<br />

de tender sábanas, servir comida y trabajar de gratis. Además<br />

el teniente García (un momento era García, otro momento era<br />

Roberto y otro momento Rodríguez) me mentía mucho. En la<br />

primera oportunidad le dije:<br />

—Mi amor (él me tenía contra un ropero de acero), mi amor,<br />

permíteme llamar, después volveré a ser tuya.<br />

Me hizo suya de pie y al cabo de un rato, serio y con la mano en<br />

la pistola, gritó en ese tono militar que tienen todos los militares:<br />

—¡Así que tiene familia! ¡Llámela, pues!<br />

Y fue cuando llamé y hable con mi mamá, los vecinos y mi<br />

papá que me dijo:<br />

—¡Pero negra, aquí ya te enterramos ayer!<br />

FEBRERO<br />

[ 141 ]


11 P. M.<br />

Por la noche las ráfagas de metralla dieron cuenta de varios<br />

ladrones de carro, de una abogada que venía de cumplir años con<br />

su salvoconducto pegado en el parabrisas de su Corolla y de una<br />

arquitecta de veintidós años que se acababa de graduar.<br />

Un soldado vio a un hombre parado debajo de un poste y le<br />

dijo:<br />

—¡Corre!<br />

Y el hombre lo miró fríamente.<br />

—¡Corre!<br />

El hombre permanecía de pie en actitud digna sin moverse. Ni<br />

siquiera espabilaba.<br />

—¡Ah! ¿No te vas a mover?<br />

El hombre continuaba sin espabilar.<br />

—¡Ah, qué arrecho! –dijo el soldado y lo acribilló.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 142 ]


LA MEDIANOCHE<br />

—Presidente –dijo el ministro de la Defensa–, la guerra nos<br />

ha costado dos hombres: el mayor Carlés, que cayó en El Valle y un<br />

soldado de la Fuerza Aérea.<br />

—¿Y qué opina usted, ministro?<br />

—Que hemos aprendido mucho sobre el arte de la guerra.<br />

—Lo felicito.<br />

FEBRERO<br />

[ 143 ]


CUATRO<br />

LA CATERVA


El portugués atrincherado detrás del mostrador ya había<br />

bajado a dos malandros.<br />

El portugués, con una treinta y ocho en la mano, había disparado<br />

contra los dos que le dijeron:<br />

—¡Arréchate!<br />

En realidad Joaquín D’Acosta nó se arrecho. Joaquín D’Acosta<br />

se asustó y disparó. Mató a dos que quedaron tendidos en la calle<br />

y su mujer, la negra (a los portugueses nos gustan las negras) le<br />

gritaba desde arriba:<br />

—¡Sube, Joaquín, sube!<br />

—Párate, mujer, que voy a llamar a la policía.<br />

Joaquín D’Acosta, de cuarenta y dos años, portugués birriondo,<br />

echón, gustador de besar negras contra la cocina, ahora, a pesar de<br />

que había matado a dos muchachos, estaba cagado.<br />

—¡Huye, mi amor! –le gritaba la negra desde la azotea.<br />

—¡Tú, aguántate ahí!<br />

—Huye, mi amor, ¡si no voy a creer lo que dicen de ti!<br />

—¡Tú, cállate!<br />

—¡Huye, portu, huye y nos vemos en el Tuy!<br />

***<br />

La tropa, en grandes camiones, pasó por la avenida Fuerzas<br />

Armadas.<br />

La tropa, con grandes rifles que hacían bum bum, mató al niño<br />

que quiso imitarla.<br />

La tropa, desde sus camiones, disparaba hacia ventanas y<br />

luces.<br />

Era la orden.<br />

La tropa, con jefes a su cabeza, comenzó a hacer encuestas:<br />

—¿Qué opina usted de un golpe de Estado?<br />

FEBRERO<br />

[ 147 ]


El vendedor de periódicos bajaba su kiosco y se iba.<br />

—¡Oye, Lucio!<br />

—No hay prensa, mi amor, entiéndete con el oficial.<br />

***<br />

¡Coño, mano!, ¿viste? Ese soldado pasó y se me quedó mirando<br />

y yo no me he metido en nada. Lo mismo te culpan de algo, te caen<br />

a coñazos y después te matan. ¿Viste?<br />

***<br />

El portu, atrincherado detrás del mostrador, trató de abrir un<br />

hueco mientras sostenía el revólver y miraba hacia la calle.<br />

—Portu, mi amor, por última vez...<br />

—Tú, cállate, mujer, y tírate hacia el parque...<br />

***<br />

Mundial 12 Radio 03:<br />

—La policía debe ir hacia Los Rosales. Todas las quintas han<br />

sido asaltadas y hay una familia que lleva dos días resistiendo desde<br />

una azotea.<br />

***<br />

—General.<br />

—Diga.<br />

—¿A cuántos ciudadanos hemos matado?<br />

—Ni más ni menos de lo que usted calculó.<br />

—¡Cuántos, coño!<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 148 ]


—¡No grite a su superior, carajo!<br />

—Usted, general, está por retirarse y no le interesa el número<br />

de muertos. Bajo sus órdenes, sin exagerar, hemos actuado como<br />

un ejército de ocupación y hemos asesinado a más de diez mil<br />

personas.<br />

—Yo no le pregunté eso.<br />

—Yo leo estadísticas.<br />

—¡Está despedido!<br />

—De baja, general.<br />

—¡Coño, váyase!<br />

Cuando salí a la calle me gritaron:<br />

—¡Ítalo salvó a la clase media!<br />

La gente, estúpida por naturaleza, no se había enterado de que<br />

Ítalo me había echado por incapaz. Lo que hice fue sonreír e irme<br />

a casa. Ya era hora.<br />

***<br />

Hassan, en su casa:<br />

—El presidente me va a ratificar.<br />

Su mujer, fuera de sus cabales:<br />

—Eres idiota, un asesino.<br />

—¿Yo?<br />

—Eso fue lo que ganaste.<br />

—¿Por qué, mujer, por qué?<br />

—Has mandado al ejército a asesinar a gente inocente. No<br />

mataron a ningún delincuente, a ningún ladrón, a ningún asesino.<br />

Te ensañaste contra gente trabajadora y te salió bien.<br />

—Yo obedecía órdenes de mi general Alliegro.<br />

—Entonces, ¡cálatelas!<br />

FEBRERO<br />

[ 149 ]


***<br />

—¡Presidente!<br />

—¡Aguántame las palabras, Antonio!<br />

—¡Presidente!<br />

—Dile a la loca esa que me comunique con Bush. Hay muchas<br />

vainas que arreglar.<br />

—¡Presidente!<br />

—¡Al carajo con esas exclamaciones!<br />

—Sí, presidente.<br />

—Antonio, espero que seas de mi confianza. Uno no puede<br />

confiar en un intelectual porque lo escribe o lo dice. Pero tú eres del<br />

CEN. O sea, oyes y callas.<br />

—¡Presidente!<br />

—¡Coño, llama a Bush y ponme a la intérprete!<br />

—Bush, presidente, acaba de invadir Panamá y no atiende a<br />

nadie.<br />

—Bush, el coño ‘e madre, está asesinando a todos los agentes<br />

de la CIA que se acostaron con su mujer. Bush es impotente. Esta es<br />

una demostración de valor, no ante el pueblo americano, sino ante<br />

su mujer. Una mujer rubia, elegante en sus tiempos, que sufría por<br />

un latino. Cuidado con lo que vas a regar por ahí. Noriega hablaba<br />

mucho. Fue amante de esa mujer. La mujer se enamoró de Noriega.<br />

Las revistas no la quieren. Bush es policía. Reagan le da su oportunidad<br />

y entonces se transforma en asesino incontrolable. Liquida<br />

a Marcos, a Duvalier y al más peligroso, el que hacía sollozar a la<br />

mujer: a Noriega. ¿Usted oye? Porque yo también estuve a punto.<br />

—El país lo sabe.<br />

—Lo que no sabe el país es que Bush es loco, que puede enviar<br />

un helicóptero y secuestrar a cualquier presidente.<br />

—Estamos jodidos.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 150 ]


—Bush ha mandado un portaviones a las costas colombianas.<br />

Me llamaron. Me dijeron: “¿Quiere el préstamo, Pérez?”. Yo les dije<br />

que sí porque tengo el peo en las puertas.<br />

—¿Y?<br />

—Van a invadir Colombia como invadieron Panamá. Las<br />

drogas son el motivo. Después seremos nosotros. ¡Yo me voy a<br />

aguantar!<br />

—¡Presidente!<br />

***<br />

—¿Y esto?<br />

—¿Qué?<br />

—Todo amaneció cagado.<br />

—¡Yo no fui, mujer!<br />

—¿Y quién, entonces?<br />

—Yo no sé.<br />

—¡Pero si aquí no vivimos sino tú y yo! Te cagaste en tu silla de<br />

leer, en la cama, en la silla de la mesa para comer. Tus pantalones y<br />

dos almohadas están cagados.<br />

—Pero tú...<br />

—¡Cállate! Estás cagado de miedo. Yo te sentí toda la noche.<br />

Te levantabas a cada disparo, te dirigías a la cocina a beber agua y te<br />

paseabas de un sillón a otro.<br />

—¿Y yo me estaba cagando?<br />

—Sí.<br />

***<br />

—Aquí mataban a los negros, a los pequeños comerciantes y<br />

al pobre pasajero de autobuses, pero desde que el presidente dijo<br />

FEBRERO<br />

[ 151 ]


que esto era una guerra de pobres contra ricos yo me animé y nos<br />

animamos todos. ¿Por qué no entrevistas al vecino?<br />

***<br />

—Aquí está. Pruébela.<br />

Y me comí el primer bocado. Yo nunca había probado una<br />

carne tan blandita y tan dulcita. Sabía a jamón dulce y como era<br />

Navidad...<br />

—¡Ayúdeme a vomitar, soldado!<br />

—¿Y eso?<br />

—¡Ese coño ‘e madre me dio a comer carne de mi propia hija!<br />

***<br />

Después del toque de queda y del mal olor que inundaba la<br />

ciudad desde la morgue de Bello Monte la gente, seria, como no se<br />

había visto en un país mamador de gallo como Venezuela, no saludaba<br />

y parecía ver de frente. La gente, con un gesto de arrechera<br />

en la cara, caminaba de un lado a otro. El río humano se desplazaba,<br />

sudaba y maldecía, lo hacía hacia adentro, porque no se oía<br />

una queja, una maldición, un “permiso” o algo parecido. La gente<br />

caminaba. Iba de un sitio a otro. Después de siete días de encierro<br />

los que no habían muerto caminaban como si nada les importara.<br />

Los que llevaban un radio en la mano escuchaban a las Chicas del<br />

Can, La Lambada y Ojalá que Llueva Café.<br />

La ciudad era un río humano por el río de la calle.<br />

***<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 152 ]


—¿Y esos dos tipos?<br />

—Parecen angelitos, ¿verdad, comisario?<br />

—Concrétese, inspector.<br />

—Perdón, comisario. Salían en una camioneta, metían a las<br />

niñas de un colegio cercano a Bello Monte, se detenían en lo más<br />

alejado de la urbanización y procedían a violarlas. Y la vaina es que<br />

no se cogían sino a las que tenían diez años o menos.<br />

***<br />

—Mira mano, guillo. Esta guerra es contra nosotros. Contra<br />

los motorizados. El cierre de los bares a las once de la noche es<br />

contra nosotros.<br />

—¿Bombona, coño, dónde aprendiste eso?<br />

—¿Ustedes no ven televisión? ¿No leen Últimas Noticias? Ahí<br />

me entero yo.<br />

Se encontraban en la cima del cerro y pasaba la gente y les<br />

decía:<br />

—Ayer mataron al Henry.<br />

—Sí, ya lo sabemos.<br />

—Y hoy mataron al Maikel.<br />

—También lo sabemos.<br />

Y miraban hacia abajo, hacia la ciudad.<br />

—Ahora, panas, nos vamos a lanzar a la jara. Entre ellos se<br />

matan pero van a pagar con nosotros.<br />

***<br />

—¿Y entonces?<br />

—El presidente tiene la palabra.<br />

—No, el ministro de la Defensa.<br />

FEBRERO<br />

[ 153 ]


—No, la palabra la tienen los Estados Unidos de América. Si<br />

no hay plácet no hay golpe. Antes nos gobernaban tiranos. Ahora<br />

son demócratas ladrones y juyilones.<br />

—¿Y no hay plácet?<br />

—No hay plácet. Usted ha visto como nos han retirado a Pinochet<br />

y como nos han secuestrado a Noriega. No hay plácet. A sus<br />

casas, a dormir y a esperar que el coloso del Norte se desgaste por<br />

sí solo.<br />

***<br />

Un coronel de apellido Vivas le dice al ministro de la Defensa:<br />

—¿Qué pasa aquí?<br />

—Pasa que usted está destituido.<br />

—¿Hay más?<br />

—Sí. Que va preso por irrespeto.<br />

***<br />

Ramoncito, un cantor de rancheras que duerme debajo de un<br />

puente, le comenta al vecino:<br />

—Nos jodimos. Me prohibieron sonar la sinfonía.<br />

—Ramoncito, usted es grande. Ha logrado vivir cincuenta<br />

años sin que lo maten.<br />

—¿Sí, verdad?<br />

***<br />

Los días pasaban entre atracos, saqueos y muertes a granel.<br />

—Voy a contar hasta tres –decía el delincuente y te disparaba<br />

cuando llegaba a ¡uno!<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 154 ]


***<br />

El presidente se iba de vacaciones y sus defensores, que cada<br />

día eran menos, respondían:<br />

—¿Y por qué no se puede coger unas vacaciones el presidente<br />

Pérez si Bush se encuentra jugando golf en California?<br />

***<br />

Carros a la deriva chocaban contra peatones o mujeres llamativas.<br />

El ladrón, metido a policía, mataba por gusto, celos, unos<br />

zapatos deportivos o un camión lleno de dentríficos.<br />

Por la noche –titulaban los diarios– eran vigilantes y por el día<br />

atracadores.<br />

***<br />

El presidente sube los escalones de Palacio.<br />

El periodista le espetaba:<br />

—¿Y la delincuencia?<br />

—A la delincuencia la voy a combatir yo mismo –responde el<br />

presidente y continúa subiendo las escaleras.<br />

***<br />

—¡No, no, no hay más tragos!<br />

—¿Y eso?<br />

—¡Ordenes son órdenes! Ni salen menores de dieciocho años<br />

a la calle y los bares cierran a las diez.<br />

***<br />

FEBRERO<br />

[ 155 ]


En el edificio negro de Fedecámaras el presidente de esa institución<br />

se dirigió a los socios:<br />

—El presidente Pérez nos decretó la guerra. Por los medios de<br />

comunicación ha dicho que esto es una guerra de pobres contra<br />

ricos. De ahí los asaltos a nuestras urbanizaciones, a nuestros hijos.<br />

¿A cuántos de nuestros hijos no han asesinado por un carro en<br />

Macaracuay, Prados del Este, La Trinidad, El Hatillo...? No respetan<br />

a nadie. A un inspector. Al hijo de un ministro. A la mujer de un<br />

industrial. A un médico. A una abogada. Acaban de asesinar a un<br />

ingeniero porque se detuvo a la luz de un semáforo. ¿Y qué dicen,<br />

señores, qué dicen? Hay que limpiar a las policías.<br />

—Excúseme, señor. No es así. Hay que limpiar a los políticos<br />

que nos obligan a regalar aviones, pasajes, dinero para sus queridas.<br />

Yo era el encargado de llevarle trescientos millones semanales a la<br />

secretaria privada del gobierno anterior.<br />

—¿Usted? ¿Cómo es eso?<br />

—Yo, mire usted, a mí me mandaban a buscar ese dinero<br />

después de las carreras del hipódromo La Rinconada.<br />

—¿Y dónde está esa señorita ahora, si solo tenía un sueldo<br />

mensual de diez mil bolívares?<br />

—Vive en tres mansiones. Una que tiene aquí, otra en Miami,<br />

Florida, y otra en París.<br />

—¿Y ahora es que lo viene a decir? ¡Nojoda con usted!<br />

***<br />

—Sin el plácet de los americanos, los militares no cuentan. Si<br />

no, pregúnteselo a Alliegro.<br />

—¿Por qué? ¿Quería?<br />

—¿Que si quería? ¡Ahora es que quiere la cosa!<br />

—Entonces fue que le quedó el gustico.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 156 ]


***<br />

Militares con las piernas cambadas se recostaban de los<br />

árboles y disparaban contra las ventanas abiertas e iluminadas;<br />

contra las personas que se asomaban; contra el ejército de la nación<br />

en Caracas, Petare, Guarenas, el 23 de Enero, El Valle, Coche y El<br />

Cementerio. El general Ítalo del Valle Alliegro, vestido de ropa<br />

verde y blanca como una culebra en el monte, había dominado la<br />

situación.<br />

—¿Contra quién luchamos?<br />

—En principio contra los saqueadores.<br />

—¿Y qué más?<br />

—Contra nadie más.<br />

La guerra, una guerra limpia, había dejado diez mil muertos y<br />

más de veinte mil heridos.<br />

—¿Y lo demás?<br />

—Eso ya no es cosa mía.<br />

—¿Entonces?<br />

—Es cosa del hambre, del desempleo, del vacío político.<br />

—¡General!<br />

—No se preocupe, que el presidente me ha llamado para informarme<br />

sobre mi retiro.<br />

—¿Y qué va a hacer?<br />

—Ya yo cumplí.<br />

—¿Se le venció el plazo?<br />

—Me voy a retiro.<br />

—¿Y qué más?<br />

—A prepararme para ser presidente de la República.<br />

—¿Y por qué no lo fue con todo el ejército en la calle y el poder<br />

en sus manos?<br />

—A mí el presidente me hizo cargo de todo menos del poder.<br />

FEBRERO<br />

[ 157 ]


***<br />

—Si siguen jodiendo con los saqueos nos vamos –dijo el portu.<br />

El portu, dominando la audiencia, continuó:<br />

—¿Quién trabaja aquí? ¿Quién hace las arepas? ¿Quién<br />

maneja los autobuses? ¿Quién se moja el fundillo?<br />

—¡Tú, portu! –gritó alguien de entre la multitud–, y le disparó<br />

al portu en el pecho.<br />

***<br />

—¿Y usted se va a reír? No, Juancito. No se me acoquine. No se<br />

me eche para atrás. Yo a usted lo vengo cazando. Lo tengo vigeao.<br />

Le cuento los pasos y sé las veces que ha entrado en mi casa cuando<br />

me supone lejos. Además la Antonia se me arrepintió, me lo cantó<br />

todo y lo único que me recomendó fue esto: “Si lo vas a matar,<br />

mátalo bien apartado de aquí y piensa que es un menor de edad”.<br />

¿Te das cuenta que ella misma te entregó? Ahora pareces una carajita<br />

asustada y no un machito. ¡Toma, coño ‘e madre!<br />

El chofer del jeep lanzó un cuerpo humano desde la altura del<br />

puente Boyacá.<br />

ARGENIS RODRÍGUEZ<br />

[ 158 ]


ÍNDICE<br />

Uno<br />

Resolana / 11<br />

Dos<br />

Laguna azul / 65<br />

Tres<br />

27 y 28 de febrero / 79<br />

Cuatro<br />

La caterva / 145


Edición digital<br />

febrero de 2016<br />

Caracas - Venezuela

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