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Limpieza social

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Introducción<br />

presalias 11 . Poco importa el tiempo transcurrido, después de más<br />

de dos décadas el pánico puede surtir aun sus efectos 12 . Además,<br />

la matriz simbólica que preside la matanza <strong>social</strong> —a quienes ultima<br />

son personas “desviadas”—, impide a muchas familias siquiera<br />

mencionar el hecho. Se dio el caso de un padre y una madre que<br />

se negaron a recoger el cadáver de su hijo, abandonándolo a la<br />

calle, presos del pánico hacia los ejecutores y del temor al señalamiento<br />

del vecindario 13 .<br />

No solo es el terror, es también el consentimiento. Por supuesto,<br />

la práctica no cuenta con la aprobación de todos los habitantes de<br />

las barriadas; en Ciudad Bolívar muchas organizaciones han emprendido<br />

movilizaciones y campañas en su contra. Empero, otra<br />

parte de los pobladores la ve con buenos ojos, unos agenciándola<br />

y patrocinándola, otros aceptándola. Se le sanciona, pero es mejor<br />

no hablar de ella.<br />

El silencio no es exclusivo de los sectores subalternos, es un<br />

rasgo que igual cruza el Estado. La matanza <strong>social</strong> pasa por encima<br />

no solo de la justicia sino del conjunto de la institucionalidad.<br />

Se asume ungida de la majestad de impartir “justicia”, haciendo<br />

caso omiso de los tribunales y su carga de procedimientos destinados<br />

a garantizar la transparencia del proceso. La modernidad<br />

situó al acusado en el centro del trámite judicial mediante el desarrollo<br />

de un cuerpo de garantías procesales (Foucault, 2005);<br />

el exterminio <strong>social</strong>, en contravía, soslaya el principio garantista<br />

y procede imbuida de “justificaciones”: no hay una persona acusada,<br />

hay una víctima. Entre la valoración de una situación conflictiva,<br />

la identificación de las causas y la aplicación de un castigo<br />

11 En el trabajo de campo en Ciudad Bolívar la tarea de contactar los familiares<br />

fue en extremo compleja.<br />

12 Cuando al fin se contactó la mamá de una víctima de la masacre de Juan Pablo<br />

II cometida en 1992 —la masacre emblemática de Ciudad Bolívar—, concedió la<br />

entrevista pero de espalda a la cámara para encubrir su identidad.<br />

13 En una reconstrucción del conflicto violento en barrios populares de Bogotá,<br />

Barranquilla y Neiva, las pandillas, a quienes merodea más de un rival, solo reconocieron<br />

en los grupos de exterminio <strong>social</strong> su artero adversario. Les temen y les<br />

huyen, infringiendo uno de los más consentidos principios del canon pandillero<br />

(Perea, 2007).<br />

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