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Nabokov, Vladimir-Lolita

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<strong>Vladimir</strong> <strong>Nabokov</strong><br />

<strong>Lolita</strong><br />

nervioso me envió a un sanatorio por más de un año; volví a mi trabajo, sólo<br />

para hospitalizarme de nuevo.<br />

Una sana vida al aire libre pareció prometerme algún alivio. Uno de mis<br />

doctores favoritos, tipo cínico y encantador, de pequeña barba parda, tenía un<br />

hermano, y ese hermano organizaba una expedición al Canadá ártico. Me vinculé<br />

a ella para «registrar reacciones psíquicas». Con dos jóvenes botánicos y un<br />

viejo carpintero, compartía de cuando en cuando (y nunca con demasiado éxito)<br />

los favores de nuestra dietista, la doctora Anita Johnson, que muy pronto, con<br />

alegría de mi parte, fue remitida de vuelta. Yo tenía una noción muy vaga sobre<br />

el objeto de la expedición. A juzgar por el número de meteorólogos incluidos en<br />

ella, supongo que rastreábamos hasta su cubil (en algún punto de la isla del<br />

Príncipe de Gales, entiendo) el fluctuante polo norte magnético. Un grupo,<br />

juntamente con los canadienses, estableció una estación magnética en Pierre<br />

Point, Melville Sound. Otro grupo, igualmente extraviado, recogió plancton. Un<br />

tercer grupo estudió la tuberculosis en la tundra. Bert, el fotógrafo, un tipo<br />

inseguro con el cual hube de participar en buena parte de menesteres<br />

domésticos (también él tenía ciertas perturbaciones físicas), sostenía que los<br />

grandes hombres de nuestro equipo, los verdaderos jefes que nunca veíamos, se<br />

proponían sobre todo comprobar la influencia del mejoramiento climático sobre<br />

el pelaje del zorro polar.<br />

Vivíamos en cabañas prefabricadas, de madera, en medio de un mundo<br />

precámbrico de granito. Teníamos montones de provisiones –el Reader's Digest,<br />

una batidora para ice cream, retretes químicos, gorros de papel para Navidad. Mi<br />

salud mejoró maravillosamente, a pesar o a causa de todo ese aburrimiento, de<br />

toda esa vacuidad. Rodeado por una triste vegetación de sauces y líquenes;<br />

penetrado y, supongo, lavado por un viento sibilante; sentado sobre una piedra,<br />

bajo un cielo absolutamente translúcido (a través del cual, sin embargo, no se<br />

vislumbraba nada de importancia), me sentía curiosamente alejado de mi propio<br />

yo. Ninguna tentación me enloquecía. Las rotundas y grasientas niñas<br />

esquimales, con su olor a pescado, su horrible pelo de cuervo y sus caras de<br />

cobayos, despertaban en mí menos deseos que la doctora Johnson. No existen<br />

nínfulas en las regiones polares.<br />

Dejé a quienes me aventajaban en ello el cuidado de analizar ventisqueros<br />

y aluviones, y durante algún tiempo procuré anotar lo que candorosamente<br />

tomaba por «reacciones» (advertí, por ejemplo, que bajo el sol de medianoche<br />

los sueños tienden a ser de vivos colores, y mi amigo el fotógrafo me lo<br />

confirmó). Además, se suponía que debía asesorar a mis diversos compañeros<br />

sobre cierto número de asuntos importantes, tales como la nostalgia, el temor de<br />

animales desconocidos, las fantasías culinarias, las emisiones nocturnas, las<br />

aficiones, la elección de programas radiofónicos, los cambios de perspectivas,<br />

etcétera. Todos se hartaron a tal punto de ello que pronto abandoné el proyecto<br />

por completo, y sólo hacia el fin de mis veinte meses de trabajo frío (como uno<br />

de los botánicos lo llamó jocosamente) pergeñé un informe perfectamente<br />

espurio y muy chispeante que el lector encontrará publicado en los Anales de<br />

Psicofísica del Adulto, de 1945 ó 1946, así como en el ejemplar de Exploraciones<br />

árticas dedicado a esa expedición. La cual, en suma, no tenía una verdadera<br />

relación con el cobre de la isla Victoria ni con nada parecido, como hube de<br />

enterarme por mi afable doctor, pues la índole del verdadero propósito de la<br />

exploración era de las llamadas «archisecretas»; así permítaseme agregar tan<br />

sólo que, sea como fuere, dicho propósito se logró admirablemente.<br />

El lector lamentará saber que poco después de mi regreso a la civilización,<br />

tuve otro ataque de locura (si puede aplicarse ese término cruel a la melancolía y<br />

a una sensación de angustia insoportable). Debo mi completa recuperación a un<br />

descubrimiento que hice en ese mismo y carísimo sanatorio. Descubrí que había<br />

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