JUAN Debo contar los bancos, fijarme en lo que me rodea para no sentir este vértigo que me invade cuando pienso en los muertos. Sí, fijarme en todas y cada una de las cosas que me rodean. Los bancos, debo contar los bancos: uno dos, tres, cuatro, antes de que la angustia me invada y el suelo algodo<strong>nos</strong>o se me hunda, cinco, seis, siete, no puede estar muerta... Debo fijarme en la decoración de la iglesia: es enorme, y el Cristo, una magnífica representación del hijo de Dios rendido ante la evidencia de la muerte. Un Cristo sin fuerzas que se deja llevar, como Olga seguramente se dejó, ¿o no? No, no lo creo. Lucharía con todas sus fuerzas aferrándose a la mínima esperanza de vida. Todo el altar está lleno de flores: amarillas, blancas, violetas, azules, rosas... margaritas, eran sus preferidas. Me hace gracia que una mujer tan fuerte, prefiriera las margaritas a cualquier otra flor. Y aquel es el cofre, rodeado también de margaritas. Son sus cenizas. Ahora ella es sólo ceniza. El cura dice algo sobre una carta. Olga dejó una carta para que fuera leída en su funeral, y la van a leer... Tengo ganas de gritar. Quiero marcharme. No soporto que vayan a leer la carta. No podré aguantarlo. Todo está lleno de flores, margaritas: amarillas, violetas, blancas, y sus cenizas, las cenizas son grises. Siempre son grises y aquí nadie va de negro. ¿Y por qué tendríamos que vestir de negro? Olga siempre vestía de negro, siempre predominaba el luto en su indumentaria. Y sus ojos eran verdes y la corbata me está ahogando y el suelo se reblandece, estoy en una balsa, rodeado de margaritas y van a leer una carta de Olga. 6