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Después <strong>de</strong> aproximadamente 45 minutos encendí el<br />
primer cigarro, según yo, para matar el frío. Porque a<br />
pesar <strong>de</strong> que la sala parecía estar en ruinas, tenía aire<br />
acondicionado, o tal vez era el aire que traspasaba la<br />
<strong>de</strong>lgada lámina <strong>de</strong> metal que se encontraba sobre<br />
nuestras cabezas. Hasta este momento todo procedía<br />
con normalidad hasta que uno <strong>de</strong> los corpulentos<br />
itinerantes entró a la misma fila <strong>de</strong> asientos en la que<br />
me encontraba y se sentó solamente a un lugar <strong>de</strong> mí.<br />
Como no estaba interesado en ningún tipo <strong>de</strong> oferta<br />
sexual, seguí el sabio consejo <strong>de</strong> mi amigo Jorge: no<br />
los mires a los ojos.<br />
El libro Pornocultura <strong>de</strong> Naief Yehya cuenta que en<br />
Estados Unidos, por ahí <strong>de</strong>l siglo XIX surgieron los<br />
stags, las primeras cintas <strong>de</strong> ví<strong>de</strong>o pornográfico<br />
grabadas en Francia. Eran vistos en clubes y<br />
congregaciones masculinas. Los hombres<br />
reaccionaban con humor y animados haciendo chistes<br />
para diluir la tensión sexual que <strong>de</strong> otra manera, en un<br />
lugar lleno <strong>de</strong> hombres, como en este caso, y humo <strong>de</strong><br />
cigarro podría adquirir un tono homoerótico. Pero en<br />
este lugar no hay nada que diluir, pues los hombres<br />
que van saben que es un lugar <strong>de</strong> encuentros casuales.<br />
Evité hacer contacto visual con este individuo hasta el<br />
momento en el que estiró el brazo con la intención <strong>de</strong><br />
llegar hacia mí. Sólo bastó rozar su <strong>de</strong>do índice en mi<br />
hombro para que le <strong>de</strong>volviera una mirada <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>saprobación y se pusiera <strong>de</strong> pie para continuar con<br />
su búsqueda en otro sitio. A este punto ya tenía<br />
bastante claro a qué se <strong>de</strong>bía el <strong>de</strong>splazamiento, pero<br />
fui firme ante mi <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> chutarme las dos horas<br />
en el mismo lugar.<br />
La película era bastante explícita, no como las que<br />
pasan en televisión por cable. Hubo sexo sin censura<br />
en la cocina, en el baño, en el jardín, en la piscina, en<br />
las habitaciones, incluso sobre la mesa <strong>de</strong> billar <strong>de</strong> la<br />
casa <strong>de</strong> campo y todas las escenas estaban<br />
acompañadas <strong>de</strong> un loop bastante pegajoso. Ya<br />
cuando iba agarrando nuevamente el hilo <strong>de</strong> la<br />
historia, otro itinerante más joven se sentó a unos<br />
escasos cuatro lugares <strong>de</strong> mí y con la ayuda <strong>de</strong> mi<br />
vista periférica pu<strong>de</strong> notar su insistente mirada. Volví<br />
al sabio consejo <strong>de</strong> Jorge.<br />
La primera función terminó pero en cuestión <strong>de</strong> unos<br />
15 segundos comenzó la siguiente función que en<br />
realidad era la misma que acababa <strong>de</strong> ver. Me quedé<br />
porque quería hacer valer en tiempo mis $45 pesos.<br />
Encendí mi segundo cigarro y el joven itinerante<br />
aprovechó el flashazo que mi encen<strong>de</strong>dor provocó<br />
para situarse justo al lado <strong>de</strong> mí. Decidí entonces<br />
participar en el juego <strong>de</strong> las sillas y me fui a otro lugar<br />
más cercano a la salida, y <strong>de</strong>jé rodar la colilla por el<br />
pasillo sin alfombra. Ahí pu<strong>de</strong> ver que las felaciones<br />
en la primera fila inician durante la segunda función,<br />
cuando los itinerantes han encontrado a sus presas.<br />
Ya estaba a punto <strong>de</strong> irme cuando observé la intensa<br />
luz blanca proveniente <strong>de</strong> un lado <strong>de</strong> la sala. Recordé<br />
que alguien me dijo que el tour por el lugar no estaría<br />
completo si no visitaba el baño, así que conté cuantos<br />
entraban y cuántos salían. Cuando estuve seguro <strong>de</strong><br />
que no quedaba ni un alma en ese pequeño cuarto, me<br />
apresuré a hacer <strong>de</strong> las mías.<br />
El sanitario era muy parecido al <strong>de</strong> la escena <strong>de</strong><br />
Trainspotting en la que Renton se sumerge <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l<br />
inodoro, por lo que a ése le llamaré “El peor baño <strong>de</strong><br />
Mérida”. Era húmedo, apestoso a orines y con<br />
teléfonos <strong>de</strong> aparentes pasivas <strong>de</strong>corando la pared<br />
mugrienta. Quise lavarme las manos pero tanto los<br />
lavabos como las llaves <strong>de</strong> agua parecían ser <strong>de</strong><br />
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