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<strong>Marzo</strong> <strong>2017</strong><br />
Fray Diego de Landa<br />
la tierra baja maya.<br />
El original se perdió,<br />
pero un resumen del<br />
mismo escrito en el<br />
siglo XVII fue descubierto<br />
en Madrid,<br />
en 1862, por el abate<br />
Brasseur de Bourbourg.<br />
Este precioso<br />
documento no sólo<br />
brindó información<br />
detallada sobre todos<br />
los aspectos de la<br />
vida maya en la víspera<br />
de la conquista, sino que también -lo cual resulta más<br />
importante en nuestro contexto- proporcionó un bosquejo<br />
de sus trabajos sobre el calendario maya y copió y tradujo<br />
los glifos para los días y los meses. Landa nos dejó algo<br />
más que resultó decisivo en la ruptura llevada a cabo por<br />
Knorosov: una descripción del sistema de escritura maya<br />
(aunque, como enseguida veremos, con un error crucial).<br />
A partir de los materiales que él había recogido de sus informantes,<br />
Landa dibujó 27 signos que, en su opinión, formaban<br />
parte del “alfabeto” maya, así como tres signos adicionales<br />
dibujados a partir de ejemplos de cómo los signos<br />
eran reunidos para formar palabras y frases. Los primeros<br />
intentos de traducir los glifos mayas siguiendo las interpretaciones<br />
de Landa fluctúan hoy entre lo falso y lo ridículo.<br />
El acercamiento fonético permaneció eclipsado durante<br />
casi un siglo, hasta que Knorosov publicó su artículo<br />
explosivo de 1952. Este artículo apareció en Sovietskaia<br />
Etnografia, una publicación dedicada en aquellos días a la<br />
alabanza de Marx, de Engels y, sobre todo, de Stalin. En<br />
aquel artículo, Knorosov rechazó algunas de las conclusiones<br />
básicas a las que los mayistas se habían adherido. Para<br />
empezar, refutó la concepción evolucionista del desarrollo<br />
de las lenguas, que compartían otros importantes mayistas<br />
como Sylvanus Morley. Esta hipótesis suponía que la escritura<br />
había pasado por varias etapas, empezando por la<br />
pictográfica, pasando luego a la “ideográfica” (en la cual<br />
una idea u objeto se convertía en un signo con poca o ninguna<br />
referencia visual) y llegando finalmente a la fonética<br />
(en la cual un signo representa sólo un sonido). Falso,<br />
decía Knorosov. Esas supuestas etapas coexisten en todas<br />
las escrituras tempranas, incluyendo las egipcias, mesopotámicas<br />
y chinas, todas las cuales, al igual que el sistema<br />
maya, son auténticamente jeroglíficas, típicas de sociedades<br />
de Estado en las que se mantienen como monopolio de<br />
una clase de escribas sacerdotales. En tales sistemas, uno<br />
encuentra “ideogramas” que tienen valor conceptual tanto<br />
como fonético; signos fonéticos; y “signos clave” o determinativos,<br />
signos clasificatorios con sólo un valor conceptual<br />
que permanece impronunciado. Knorosov, pues, anuló<br />
el “alfabeto” de Landa, argumentando que no era en absoluto<br />
un alfabeto sino un silabario -una lista de signos que<br />
representan combinaciones consonante-vocal, y no letras<br />
individuales-. (El propio Landa registró cinco de sus “letras”<br />
como combinaciones consonante-vocal). Knorosov<br />
sostenía, por ejemplo, que el signo dado por Landa como<br />
la letra l representaba en realidad la sílaba lu.<br />
En este y otros muchos artículos, Knorosov compara meticulosamente<br />
los textos con los dibujos que los acompañan<br />
en los pocos códices mayas sobrevivientes, especialmente<br />
en un manuscrito conocido como Códice Dresde; y aplica el<br />
“alfabeto” de Landa a la luz de su propia concepción teórica.<br />
A pesar de los tempranos ataques a sus descubrimientos, la<br />
lógica de Knorosov demostró ser consistente. Lingüistas<br />
y jóvenes colegas de los Estados Unidos han tenido una<br />
reacción mucho menos hostil hacia el trabajo de Knorosov<br />
que la que tuvo gente como Thompson, y en 1962 el destacado<br />
epigrafista David Kelley publicó un artículo aceptando<br />
muchas, aunque no todas, de las lecturas de Knorosov.<br />
Kelley aceptó la metodología rusa como un paso adelante<br />
en el problema de las inscripciones, y leyó el nombre silábicamente<br />
escrito de un gran jefe en Chichén Itzá como<br />
Ra-ku-pa-ca-l (a) o Kakupacal, “Escudo ardiente”. Fue<br />
una primicia en estudios mayas, y esta línea de desarrollo<br />
ya nunca ha tenido que retroceder.<br />
El magnum opus de Knorosov, Pis’ mennost’ Indietsav<br />
Maiia (La escritura de los indios mayas), apareció en 1963.<br />
Se trata de un impresionante volumen que cubre todos los<br />
aspectos de la historia y de la antropología maya, e incluye<br />
un catálogo de 54O glifos mayas básicos con su lectura<br />
(si ya se ha descubierto) e interpretación. Cuatro años más<br />
tarde, el Museo Peabody de Harvard publicó la traducción<br />
que mi esposa hizo de ese libro, con una apreciativo aunque<br />
cauto prefacio de Tatiana Proskouriakoff. La investigadora<br />
rusa abría nuevos campos en 1960 cuando publicó<br />
un artículo en American Antiquity que demostraba que una<br />
pauta (¿o plantilla o molde?) (pattern of dates) de fechas en<br />
Piedras Negras (Guatemala) implicaba que las inscripciones<br />
glificas adjuntas, y probablemente las encontradas en<br />
otras ciudades mayas, eran un registro de historia humana<br />
real y no meros tópicos religiosos y astronómicos, como<br />
Thompson y otros mayistas mantuvieron por largo tiempo.<br />
El enorme prestigio de Proskouriakoff aseguraba que esta<br />
nueva traducción habría de recibir una seria atención académica.<br />
El volumen fue seguido por un segundo trabajo<br />
mayor de Knorosov sobre los cuatro códices mayas, publicado<br />
también más tarde en inglés.<br />
Entretanto, una nueva generación de epigrafistas y lingüistas<br />
mayas surgió en los Estados Unidos, Canadá, Guate-<br />
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