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Escena de la película Manchester junto al mar<br />
el progreso del relato en tiempo presente, que tienen que<br />
ver con la noticia de que el hermano de Lee ha muerto de<br />
un paro cardíaco prematuro, dejan entrever paulatinamente<br />
las razones de una circunspección y un abatimiento que no<br />
son ostensibles porque no se verbalizan, pero se intuyen. Los<br />
movimientos físicos contenidos y los gestos mínimos, además<br />
de la sonoridad de la voz y la forma de estar en el espacio,<br />
constituyen la gramática y la psicología con las que Affleck<br />
escribe los signos de un dolor imposible. La lógica narrativa,<br />
que va del pasado al presente y que también avanza hacia<br />
la magnífica resolución dramática por la cual se enuncia el<br />
límite de una experiencia, incompatible con cualquier idea<br />
de superación como emblema, facilita comparar y estudiar<br />
la conducta de Lee antes y después de aquel acontecimiento<br />
que alteró para siempre su vida. La interpretación del actor<br />
es descomunal. Affleck tiene que trabajar sobre la densidad<br />
histórica de su dolor y hallar las variaciones expresivas que<br />
incluyen un tiempo feliz, otro desgraciado y otro sufriente y<br />
cicatrizado que determina el estado de ánimo. Todo lo que<br />
sucede con su sobrino, una vez que su hermano ha muerto<br />
y ya se conoce más sobre por qué Lee apenas se limita a<br />
sobrevivir, es magnífico, porque la novedosa situación que el<br />
protagonista debe afrontar como posible y nuevo tutor no se<br />
inscribirá en el mito existencial de la segunda oportunidad.<br />
La esperanza está elidida en Manchester junto al mar: he<br />
aquí su mayor desobediencia filosófica. Una anomalía espiritual<br />
y una discreta clarividencia.<br />
Manchester junto al mar no se erige sobre la mentira de<br />
la mayoría de los relatos hollywoodenses, revestida de un<br />
voluntarismo ingenuo por el cual pase lo que pase siempre<br />
habrá un nuevo comienzo, como si existiera un secreto diseño<br />
en los destinos de las personas. El que quiere, puede; el que<br />
quiere será auxiliado por un devenir que garantiza otro intento,<br />
otra oportunidad. Indemostrables afirmaciones que tienen<br />
como fundamento la poderosa, falaz esperanza.<br />
El film de Lonergan se despega de los talismanes simbólicos<br />
y de todo el repertorio metafísico con el que se solicita creer<br />
en una fuerza que propone un salto hacia delante bajo la<br />
convicción de que todo será mejor después de un tiempo.<br />
Lee descree de esos supuestos atributos de la realidad, pero<br />
persiste en ocupar su espacio en ella. ¿Por qué un hombre<br />
persevera cuando ha perdido todo lo que ama? ¿Por perseverar,<br />
solamente?<br />
No sabemos exactamente qué es la voluntad, más allá de<br />
que hay libros satisfactorios y exhaustivos sobre la materia.<br />
Pero la voluntad sucede, habita dentro de cada hombre y<br />
mujer. Es un lugar común del lenguaje decir que existe una<br />
“fuerza” detrás de la voluntad; le asignamos tal cualidad por<br />
costumbre. En esta acepción, parece ser el yo el que, por una<br />
decisión afirmativa, moviliza un querer. Pero lo paradójico es<br />
que la naturaleza de la voluntad no parece responder estrictamente<br />
a la voluntad como instrumento; ella nos precede o<br />
nos constituye, y nos fuerza a querer.<br />
La gran virtud de Manchester junto al mar reside en situar y<br />
espiar esa fuerza de voluntad en un ser quebrantado. Quizás<br />
la extraña comicidad del film de Lonergan dé con esto una<br />
pista más para meditar sobre la materia. Como sea, la voluntad<br />
no parece depender de ningún agente externo que incida<br />
sobre nuestras vidas ni de ningún porvenir. La voluntad llena<br />
la experiencia del presente y la dota de su matiz particular.<br />
Es el presente reinventándose, alimentándose a sí mismo.<br />
En este sentido, su concepto está en las antípodas del de la<br />
esperanza, esa operación sospechosa por la que se pretende<br />
reavivar la voluntad de vivir mediante promesas.<br />
El film se concentra en el fenómeno central y más enigmático<br />
de la conducta de las personas: la voluntad no está investida<br />
de ningún signo que adorne esa raíz que predispone a alguien<br />
a no entregarse a lo inerme e inmóvil; está en su grado cero.<br />
Lo que mueve a un hombre a levantarse diariamente, a<br />
querer seguir con sus tareas y a mantenerse en pie es lo que<br />
despunta sin artificios en el film de Lonergan. El personaje<br />
no está sumido en la necedad de darse una extravagante<br />
razón para seguir apostando por su vida; tampoco espera un<br />
cataclismo exterior que termine con su convaleciente paso<br />
por el mundo. En el momento de mayor dolor, frente a la<br />
exacerbación inmediata de una pérdida injusta de la que se<br />
creyó culpable, pudo intentar acabar de un balazo consigo<br />
mismo, pero fue solamente una vez. Lee sigue vivo