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La guerra
Apenas se inició la guerra, mis padres fueron encarcelados, junto a muchos de mis familiares. Se nos
requisó todo nuestro patrimonio -la librería, la casa, hasta mi querida y llorada bicicleta…- y nosotros,
junto a varios de mis primos, fuimos recogidos por el abuelo Higinio, que años antes había enviudado.
Vivíamos en su casa, sin abandonar nuestros estudios, hasta que, en 1938, nos trasladamos a vivir a
Salamanca.
Salamanca. La Librería Cervantes
Cuando felizmente mis padres fueron excarcelados, nos reunimos todos en Salamanca.
Y poco tiempo después, en noviembre de 1942, mi padre adquirió la Librería Cervantes.
Como, para poder atender al negocio, necesitaba nuestra ayuda, yo me brindé a ello.
Y así, un día, en lugar de emprender camino al instituto en que cursaba el quinto de bachillerato, me
fui a la librería. Al verme, mi padre me saludó y luego me dijo: “coge la escoba, la palangana del serrín
y barre el suelo de la librería”. De ese modo tan singular se inició mi relación profesional con el
mundo del libro. Luego, pasé toda la mañana organizando la sección de libros escolares, al frente de la
cual estuve siempre desde mi incorporación a Cervantes.
La profesión de librero
Para mí, la Librería Cervantes fue una auténtica universidad.
En ella descubrí y aprendí las claves del mundo del libro, además de conocer las necesidades y
apetencias de cuantas personas visitaban nuestro establecimiento, muchos de ellos magníficos
profesores de la Universidad de Salamanca.
De entre todos ellos, para mí siempre el primero fue Fernando Lázaro Carreter que, en 1946, había
llegado a Salamanca como el Catedrático universitario más joven de España.
Con él trabé una fraternal amistad, y una exitosísima relación profesional, prolongada a lo largo de
más de cincuenta años.
Autodidacta
También la librería me brindaba la oportunidad de leer obras fundamentales para mi formación
profesional.
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