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Híkuri.press Número 1

Híkuri.press Crónica, Arte, Cultura es la versión impresa de www.hikuri.press. Circula como periódico mensual desde San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

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10 [ Somos un instante en el universo ] www.hikuri.<strong>press</strong> | no. 1 | 1 de mayo de 2017<br />

que anduve con El Diablo en el desierto:<br />

un camarada con cara de chino, güero,<br />

ojos verdes y rasgos de negro colocho,<br />

también parecía árabe.<br />

“En verdad soy El Diablo”, me decía,<br />

“tengo en mí todas las razas”, y se reía.<br />

“Hablo dormido todas las lenguas”.<br />

Cargaba un azadón, un machete y un<br />

cavahoyos, pues andaba por las sierras<br />

sembrando magueyes a cambio de tortillas.<br />

Para ganarse la vida escribía poesía<br />

y la vendía en los autobuses de San Luis<br />

Potosí. Se llamaba Adolfo.<br />

Bajamos por la Cañada de Colores, al<br />

lado del Cerro del Quemado, después que<br />

pasamos la noche en un mitote conchero<br />

con varia banda artezángana y artesana<br />

del Real, y de haber ido a meditar sobre<br />

la muerte, en el panteón del pueblo y la<br />

plaza de toros.<br />

Caminamos hacia El Quemado, las<br />

piedras relucían metálicas y rosadas,<br />

vivas. El camino como pocas veces no era<br />

tortuoso, una fuerza extraordinaria y una<br />

paz interior, luminosa me impulsaba los<br />

pasos, silenciosos, ligeros pero firmes.<br />

Un sueño reparador, a la sombra de un<br />

pirul y de un huizache, en el lecho seco<br />

de un estanque, donde nació para los<br />

huicholes la diosa del agua, nos permitió<br />

bajar durante el atardecer al matorral y<br />

pasamos la noche a la intemperie. Adolfo<br />

me regaló una cabecita de híkuri, me la<br />

comí y me quedé dormido, sin sueños,<br />

hasta el amanecer del otro día.<br />

Subimos de regreso, por la cañada, sus<br />

millones de años hicieron estragos sobre<br />

mis rodillas y piernas. Nos asoleamos en<br />

los estanques que todavía sobrevivían,<br />

nos lavamos las manos y la cara en esa<br />

agua transparente, dentro de la cañada<br />

donde los wirraritari dejan sus ofrendas<br />

a los dioses.<br />

De bajada, El Diablo había dejado sus<br />

aperos de labranza escondidos entre<br />

unos magueyes y no los encontrábamos.<br />

Resignado a perderlos, optó por que nos<br />

fuéramos. Ya casi de noche, por suerte<br />

para él, a unos pasos de haber retomado<br />

el camino para llegar al Real, los encontramos.<br />

Todavía caminamos un par de horas<br />

y en un descanso ya cerca de la Mina, El<br />

Diablo cantó una canción a la luna. Entre<br />

lágrimas recordó a su madre, y continuamos<br />

alegres por la vereda, tropezando<br />

los pasos, con otros dos compas que nos<br />

encontramos.<br />

Llegamos al Real fundidos de cansancio.<br />

Todavía era temprano y una tiendita<br />

estaba abierta, entramos y el Diablo nos<br />

dijo “Yo invito las cocas, bien frías señito,<br />

por favor”, y se gastó sus últimos 25<br />

pesos. Hace unos años me dijeron había<br />

muerto de VIH, nunca lo supe de cierto,<br />

ojalá viva.<br />

SOL SOLITO Y LUNA LUNERA<br />

Pasaron los años, recorrí varios lugares<br />

para conocer más. San Juan de Vanegas,<br />

Vaneguiillas, El Tecolote, La Luz, El<br />

Lucero, Las Ánimas, Carretas, La Presa de<br />

Santa Catarina, El Tanque de Arena y el<br />

de Dolores, Margaritas, Matanzas, Wadley<br />

y otros lugares de los que he olvidado los<br />

nombres o que nunca supe.<br />

POTRERO. Fotografía Alejandro Alarcón Zapata<br />

NUESTRO PROTAGONISTA, descansando a la orilla de la montaña con vista a Wirikuta.<br />

Fotografía Carlos Martínez Suárez<br />

Poco a poco fui preparándome para un<br />

día quedarme solo, de día y de noche, en<br />

el medio del desierto. Las cosas fueron<br />

acomodando bien su sino. A pocos pasos<br />

de la carretera, varios venados azules. Me<br />

los enseñó Heleodoro, ahí te quedas, me<br />

dijo. Se subió a su moto y me dejó en medio<br />

del desierto, entre Wadley y Estación<br />

Catorce.<br />

Pero no siempre fue placentero o<br />

extático. En varias ocasiones, la sensación<br />

de estar en tierra desconocida y el miedo.<br />

Clandestino, intentaba no ser acechado,<br />

borrar el camino, no mostrarme, ocultarme<br />

y desaparecer.<br />

Empezó a caer la noche. Me hice<br />

acompañar de Tuutú <strong>Híkuri</strong>. Caminaba<br />

buscando un refugio, y ante mí, entre<br />

veredas infinitas y pasos de cabras y<br />

pastores, un montón de leña enorme y<br />

una pequeña hondonada que pensé, me<br />

Fotografía Alejandro Alarcón Zapata<br />

mantendría fuera de la vista de transeúntes<br />

y acechadores. Equivocación. Aunque<br />

mi fuego era bajito, vi como desde la<br />

carretera una camioneta daba vuelta en el<br />

camino, mientras ladraba con la sirena de<br />

una patrulla.<br />

De libre a clandestino. Tapé el fuego<br />

y desaparecí. Si no olían mis latidos de<br />

miedo, era nomás cosa de tiempo. Pero<br />

fueron y regresaron, pasaron a unos<br />

cincuenta metros de mí, y se largaron. Así<br />

fue, siempre <strong>Híkuri</strong> me ha cuidado. Más<br />

noche, un enorme búho blanco dió un par<br />

de vueltas en mi fuego y así como llegó<br />

se fue, silencioso. Eres de donde estás, la<br />

magia es que no hay ninguna magia, sólo<br />

eres el testigo de esta realidad. Para bien<br />

y para mal pasarás desapercibido.<br />

Regresé a Wadley en la madrugada,<br />

todavía de noche, pero con una luna<br />

brillante que tenía locos a los perros, que<br />

delataron mi presencia y me dieron otra<br />

descarga de adrenalina y aliento para<br />

llegar a dormir sedita, ileso, a casa de un<br />

amigo.<br />

HIPERREAL<br />

Una de tantas caminatas, entre Estación<br />

y La Borrega, llegué a un pequeño<br />

poblado, Los Quintos. Les confieso que<br />

aún no había cazado y menos comido, salí<br />

todavía a oscuras de la ex Hacienda de<br />

don Carlos, ni los perros me ladraron del<br />

frío.<br />

La caminata me calentaba la sangre,<br />

una gruesa neblina cubría el matorral y<br />

las calles polvorientas; caminé y caminé,<br />

siguiendo los postes de luz, anduve<br />

por rumbo en pequeñas veredas, crucé<br />

muchos alambrados que antes no había,<br />

cuando vi salir del suelo la cabeza de un

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