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Título original: El Tigre de Carlos Beguerie<br />
Autor: Carlos H. Macchiaroli<br />
Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.<br />
Derechos reservados<br />
Queda rigurosamente prohibidas, sin la autorización del titular de Copyright,<br />
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o<br />
parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidas<br />
las reprografía y el tratamiento in-formático y la distribución de ejemplares<br />
de la misma mediante alquiler o préstamo público.<br />
ISBN 978-987-26652-1-9<br />
Cámara Argentina del Libro<br />
Ediciones 2012 de Carlos H Macchiaroli<br />
E-Mail: chmacchiaroli@gmail.com
El Tigre<br />
de<br />
Carlos Beguerie<br />
Por<br />
Carlos H Macchiaroli
Prólogo:<br />
Muy al principio,<br />
Don Pedro Chiramberro, instaló un “Despacho de bebidas”,<br />
principalmente para los obreros, venidos de los distintos lares,<br />
a trabajar en los nuevos talleres del ferrocarril Provincial.<br />
Cuando trajeron a sus familias para radicarse definitivamente<br />
en la incipiente población de Carlos Beguerie, entonces el despacho<br />
de bebidas también se transformó en Almacén de Ramos Generales<br />
y finalmente pasó a ser el único y gran Club Social donde se reunía<br />
la gente. Primeramente se lo denominó “Ojo e´Tigre”,<br />
después los parroquianos lo rebautizaron “El <strong>tigre</strong>”.<br />
Cuando cerró el Ferrocarril, el famoso Tigre también cerró<br />
sus puertas, aunque después fue reabierto con otra denominación,<br />
con otra gente y para otra historia que nunca fue tal.
I<br />
Corría el año 1927…<br />
El pueblo y sus alrededores tenían 1.142 habitantes, incluyendo niños<br />
y ancianos;<br />
Una delegación municipal, una escuela, una parroquia y un destacamento<br />
de policía con un solo uniformado.<br />
Esa mañana, el policía Juan<br />
Laprida Ibáñez, salió a la vereda<br />
de su destacamento, aspiró el aire<br />
fresco que venía de la campaña<br />
y después miró hacia los lados<br />
de la única calle principal de<br />
tierra y polvillo que tenía el pueblo,<br />
para ver quién iba o quién<br />
venía. El policía no vio a nadie,<br />
ni siquiera a un perro, de los muchos<br />
que vagabundean por ahí.<br />
Asomarse temprano a la vereda,<br />
era una vieja costumbre que<br />
tenía el policía cada día de todos<br />
los días y no ver a nadie El policía no vio a nadie<br />
también, pues todos dormitaban hasta tarde, alguien, no se sabe quién,<br />
dejó caer que no era saludable madrugar tanto, y el pueblo así lo creía.<br />
Hacía muchos años que nada extraordinario ocurría, hasta que un día<br />
ocurrió…
Sábado 23 de marzo, al anochecer de un día cálido, entró al pueblo<br />
un jinete desconocido, montando un hermoso alazán dorado. El hombre<br />
vestía todo de negro y llevaba puesto un sombrero calado hasta los<br />
ojos, parecía dormitar, el animal caminaba a su antojo hasta que se detuvo<br />
a las puertas de “El Tigre”.<br />
El Tigre, también tenía un salón bastante amplio y por ser el único<br />
del poblado, allí se realizaban todo tipo de eventos; deportivos, políticos,<br />
culturales, religiosos y sociales. Tanto daba para una velada de boxeo,<br />
con cuadrilátero incluido y aficionados al por menor, como bailes,<br />
cumpleaños, casamientos, y hasta velorio inclusive, si el muerto gozaba<br />
de cierto prestigio y popularidad. El Tigre era escenario de precarias<br />
obras teatrales, de discursos políticos y los domingos por la mañana<br />
oficiaba misa un cura que venía de un pueblo vecino y ya que estaba,<br />
se quedaba dos o tres días a la semana, el cura era como uno más del<br />
pueblo, aunque no tenía parroquia. En fin, el salón de El Tigre daba para<br />
todo.<br />
El jinete desmontó, entró al local, fue hasta el apartado de las bebidas<br />
y se sentó en la mesa más alejada de la poca concurrencia que había<br />
aún a esa hora.
La noticia del arribo al pueblo de un desconocido y vestido todo de negro,<br />
corrió como reguero de pólvora por todos los rincones y casas del<br />
pueblo, por ese entonces se creía mucho en las leyendas del Lobizón,<br />
hombre vestido de negro que cortaba cabezas y cosas por el estilo.<br />
El hombre vestido de negro bebía solitariamente hasta medianoche y<br />
luego se iba. Este asunto comenzó a suceder sábado tras sábado. Cada<br />
vez que el hombre vestido de negro aparecía por el bar El Tigre, los parroquianos<br />
apuraban el trago y se marchaban raudos a sus casas. Otros<br />
ya no iban más los días sábados, solamente dos o tres, los más audaces,<br />
se quedaban y tejían conjeturas de todos los colores. Como no conocían<br />
el nombre y ninguno se atrevía a preguntárselo, lo nombraron para<br />
siempre El Hombre Vestido de Negro<br />
Finalizaba ya el año 1927 y todavía nadie había podido descubrir el<br />
misterio que develaba la presencia de este extraño personaje, pero como<br />
no molestaba a nadie y nadie lo molestaba a él, todo siguió su curso<br />
sin más.<br />
Pero cierto día, por el mes de febrero…<br />
La señorita Sarita, de tan sólo 16 años, desapareció de buenas a<br />
primera. El doctor Dalmiro Palacios y su esposa, sus padres, recorrieron<br />
el poblado buscándola sin hallar. Todo el mundo se enteró enseguida<br />
de la mala nueva y todos apuntaron con su pensamiento al Hombre<br />
Vestido de Negro.<br />
-Pues no hay otra explicación –dijo uno, cuando todos estaban reunidos<br />
en el salón de El Tigre para sopesar la cuestión.<br />
-Nunca había sucedido nada en este pequeño pueblo antes de que llegara<br />
el Hombre Vestido de Negro. –articuló otro parroquiano.<br />
-Sí, a partir de ahí ocurrieron algunos hurtos aislados y ahora un secuestro<br />
–intervino un tercero y agregó más leña al fuego que ya estaba<br />
ardiendo como cuando ardió Troya. -¡Y este puede ser un secuestro<br />
seguido de homicidio!<br />
Demás estaría decir que el pánico se apoderó de la mayoría de los
habitantes de Carlos Beguerie, tanto que llegó hasta los confines de la<br />
comarca de Roque Pérez. Los sábados por la tarde ya se cerraban las<br />
ventanas y se aseguraban todas las puertas, cosa que jamás se había hecho<br />
antes. Las mujeres menores de edad, así tengan 20 años, no volvieron<br />
a salir de sus casas si no eran acompañadas por un adulto.<br />
Por eso, los hombres más importantes del pueblo citaron al delegado<br />
municipal, al bar El Tigre, quien se justificó diciendo:<br />
-No es asunto de mi dependencia.<br />
-¿De dónde, entonces? –le preguntaron los parroquianos.<br />
-Yo diría que de la justicia.<br />
-¡Que venga la policía! – era una voz enérgica la que demandaba tal<br />
acto y le acompañaban varias miradas severas.<br />
Juan Laprida Ibáñez, hombre que ya había entrado en los 40, de<br />
mediana estatura pero de un diámetro excesivo, que tenía la cara tan redonda<br />
como de mirada tan buena y tan bueno era él que la gente le decía,<br />
cariñosamente “el Juanchi”, a pesar de que era la máxima autoridad<br />
policíaca del pueblo, se presentó a la reunión en el salón de El Tigre<br />
y al ver a todo el mundo allí, preguntó en voz alta:<br />
-¡Pos hora!<br />
-¡Pos hora que tenemos un secuestro y un sospechoso. –dijo el<br />
mandamás del pueblo.<br />
-¿Y qué buscan de mí? –habló Juanchi sin ninguna clase de preocupación<br />
y con muchas ganas de beber algo, pero se las aguantó.<br />
-Que averigüe, que interrogue al Hombre Vestido de Negro.<br />
-¿Y por qué debo interrogar al Hombre Vestido de Negro?<br />
-Porque se nos hace que es el único sospechoso.<br />
-Yo no lo veo así, discúlpeme doctor –dijo Juanchi hablándole al<br />
Doctor Palacios. –Todos sabemos que ese Hombre Vestido de Negro<br />
llega al pueblo al atardecer, se instala en aquella mesa y ahí se queda.<br />
Luego de medianoche se va a su casa.<br />
-¿Y usted cómo sabe que se va a su casa?<br />
-¿Y qué es lo que yo no sé?<br />
-No lo sé, dígalo usted.<br />
-¿Cómo? ¿Cómo cuál? –saltaron varias voces.<br />
-Si se refieren a la desaparición de la señorita Sara, puede que se
haya marchado por su propia voluntad, entonces no hay de que alarmarse.<br />
–señaló el bueno de Juanchi.<br />
-Vea –intervino el gobernante. –Si usted no actúa en este caso, me<br />
veré obligado a dirigirme a su comandante.<br />
-Bueno –suspiró Juanchi advirtiendo que la cosa era más seria. -<br />
¿Qué quieren que haga yo?<br />
-Ya se lo hemos dicho, queremos que interrogue al Hombre Vestido<br />
de Negro.<br />
-Está bien –dijo Juanchi. –Si el pueblo pide eso… eso se hará.<br />
-A la hora indicada vendremos aquí y le acompañaremos. –dijo<br />
uno que no se sabe quien era.<br />
-Convenido. –asistieron todos, incluido Juanchi.<br />
Una vez más, el Hombre Vestido de Negro llegó a la ciudad. Cuando<br />
el caballo lo dejó a las puertas del famoso bar, se apeó y entró allí<br />
sin percatarse o simplemente ignorando que ese sábado había mucha<br />
más gente de lo acostumbrado. El viejo bar “El Tigre” estaba hasta la<br />
coronilla… de parroquianos. Todo mundo debía ver y oír lo que sucedería<br />
ahí y luego ir a la casa y anoticiar a sus mujeres, las que esperaban<br />
ansiosamente para saber que había pasado en el bar con el renombrado<br />
“Hombre Vestido de Negro”.<br />
Juanchi se encaminó, o lo empujaron varias manos, hacia el Hombre<br />
Vestido de Negro, que ya ocupaba su mesa habitual y bajaba lentamente<br />
su botella de vino.<br />
-Disculpe, caballero… -interrumpió Juanchi, echando una mirada<br />
atrás para que todo mundo vea y comente lo audaz y valiente que era su<br />
comandante.<br />
El Hombre Vestido de Negro ni siquiera se mosqueó, levantó a penas<br />
su cabeza con el sombrero puesto y lo vio a Juanchi hasta la altura<br />
del pecho, más no, pero nunca habló.<br />
-Disculpe, caballero –repitió Juanchi hablándole al sombrero. –Como<br />
autoridad policiaca, es mi deber hacerle unas simples preguntas.<br />
Un silencio atroz lastimaba los oídos de los parroquianos, hasta las<br />
mismas moscas dejaron de volar, ni siquiera una pelusa se movía.<br />
-Pregunte. –respondió el Hombre Vestido de Negro, dejando oír por<br />
primera vez el tono enronquecido de su voz, la cual se escuchó por to-
do el salón. Y todo mundo se sintió conforme, satisfecho, porque no<br />
esperaban más que ese tono de voz, áspera, grave y salvaje en el Hombre<br />
Vestido de Negro.<br />
-¿Podría indicarnos cuál es su nombre?<br />
-¿Para qué? –habló la voz áspera y grave en un tono mucho más salvaje<br />
que antes y añadió: -No creo que sea necesario. -el gentío estaba<br />
ciertamente contento, pues el hombre era malo, muy malo. Agresivo<br />
como se esperaba que fuera. Como todo mundo lo imaginaba.<br />
-Bueno, esta es una comunidad pequeña y hospitalaria y queremos<br />
saber quién nos acompaña y no más.<br />
-Yo no vengo a acompañar a nadie, sépalo. -señaló aquel y dijo más:<br />
-Sólo bebo mi vino y luego me voy sin molestar a nadie–era una manifestación<br />
tan seria y profunda y en esa voz, que provocaba un ligero temor<br />
en la persona de Juanchi, que a su vez transmitió a los demás,<br />
cuando les miró por sobre su hombro.
-Si molesto, dígamelo y listo. –esta vez levantó la cabeza y clavó sus<br />
ojos negros en los de Juanchi.<br />
-No, no molesta. –apresuró Juanchi que ya transpiraba a chorros. –Al<br />
menos déjeme saber de dónde viene usted, caballero.<br />
-El Cardalito.<br />
-¿Paraje el Cardalito? –dijo Juanchi con la voz finita.<br />
-Exactamente. –contestó el Hombre vestido de Negro y despachó un<br />
trago largo dentro de su pecho y acto seguido armó otro un cigarro y lo<br />
encendió.<br />
-Posiblemente trabaje usted en el establecimiento “El argentino” –<br />
tanteó Juanchi con cuidado.<br />
-Posiblemente. –fue todo lo que dijo El Hombre vestido de Negro al<br />
respecto.<br />
-Muy bien. –suspiró Juanchi echando una mirada hacia sus contemporáneos<br />
para saber si estaban atentos, y no estaban atentos, sino…<br />
¡Atentísimos!<br />
-Tome asiento. –ordenó el desconocido a Juanchi que le tomó por sorpresa<br />
y susto, éste miró a sus compinches y todos le hacían señas de<br />
que aceptara.<br />
-Bueno. –dijo un Juanchi asustadizo y se sentó lentamente frente al<br />
gran hombre vestido de negro. Juanchi le observó de reojo, ya que ninguno<br />
de los dos hablaba, y encontró a un hombre bastante joven con<br />
una armazón atlética bien formada y de anchos hombros, sus ojos eran<br />
grandes y negros, su cara ovalada y piel dorada por el sol y manos callosas.<br />
Llevaba una barba de tres a cuatro días.<br />
-¡Pedro Solo! –irrumpió la voz áspera y grave haciendo añicos el silencio<br />
que reinaba en ese instante. Su voz trepó hasta los confines, sorprendiendo<br />
a todo el mundo.<br />
-¿Cómo dice? –preguntó Juanchi con el habla quedada en un pantano.<br />
-Lo que oyó. –fue la respuesta seca del otro.<br />
-Me pareció oír… “Pedro Solo” –balbuceó Juanchi cual niño con<br />
miedo.<br />
-Sí. –confirmó el Hombre Vestido de Negro que se llamaba Pedro Solo.<br />
De allí se levantó para marcharse y al hacerlo todos vieron bajo su<br />
en ponchado el brillo reluciente de un revólver y en su cintura el mango<br />
de plata de un fabuloso puñal.
El piso de la vieja madera se quejó bajo el peso de aquellas botas negras,<br />
todos se hicieron a un lado, y al llegar a la puerta de calle, Pedro<br />
se detuvo y miró sobre sus hombros a los parroquianos que parecían<br />
pintados sobre una pared con la vista fija en él.<br />
Pedro salió a la calle, montó sobre su caballo y se perdió en las tinieblas<br />
de la inmensa noche.<br />
-¿Y finalmente qué es lo que sabemos de ese hombre? –preguntó el<br />
gobernante al policía.<br />
-Todo lo que sabemos es que se llama Pedro Solo y trabaja en “El argentino”.<br />
-Bueno, tendrá que ir hasta allá y averiguar más.<br />
-No creo que pueda ir señor<br />
-¿Y a qué se debe que no?<br />
-No voy a dejar sola la comandancia y sin protección a la población.<br />
-¿Y entonces…?<br />
-Habrá que esperar hasta el próximo sábado.<br />
-¿Usted sabe que tiene una persona desaparecida?<br />
-Sí señor, a eso me abocaré… mañana.<br />
-Mire –dijo el gobernante ya fastidiado del todo. –Tiene usted 24<br />
horas para hallar a esa niña, de lo contrario llamaré yo personalmente a<br />
sus comandantes para que se hagan cargo de este asunto. –y eso fue todo<br />
y todos se fueron a sus casas.<br />
A su vez, Pedro Solo se dejaba llevar por su caballo, que no erraba<br />
huella, al pago del Cardalito que distaba poco más de dos leguas del<br />
poblado.<br />
Pedro tenía la edad que tenía Cristo al morir y había nacido en el<br />
mismo establecimiento rural denominado “El argentino”. Hijo de puesteros<br />
y educado en la escuela del paraje. Muchas veces de chico había<br />
bajado al incipiente poblado denominado Carlos Beguerie con su padre,<br />
ya de muchacho dejó de hacerlo y ahora de adulto nadie lo reconocía.<br />
Creció a la par de Mercedes, la hija de los caporales, y juntos fueron<br />
a la escuela primaria, después, ya de adolescentes, se veían al atardecer<br />
y pasaban juntos las horas, sin que nadie lo supiera. Se besaban apasio-
nadamente al<br />
conjuro de las<br />
estrellas silentes<br />
por los patios de<br />
la casa principal<br />
y tenían un mundo<br />
por delante,<br />
de ventura, dicha<br />
y amor. Pero un<br />
día, por mandato<br />
de su padre, ella<br />
se casó a los 20<br />
años, con Ramón,<br />
hijo de otro<br />
hacendado y Pedro<br />
jamás pudo<br />
querer a otra mujer.<br />
Pedro quedó<br />
huérfano a los 19<br />
años pero para<br />
entonces había<br />
ya aprendido todo<br />
lo relacionado<br />
Al conjuro de las estrellas silentes<br />
con las tareas rurales a la par de su padre El muchacho (Pedro) continuaba<br />
ocupando la misma vivienda de siempre y nunca nadie lo visitaba.<br />
El tiempo lo fue modelando, se hizo un hombre duro, solitario y huraño,<br />
prácticamente no cruzaba palabra con nadie, sus compañeros de<br />
faenas, le tenían como un hombre seco, de muy mal carácter, de pocas<br />
palabras y de muy pocas pulgas, y no se le conocía amigos por ninguna<br />
parte.<br />
Por eso…
-No me gusta ese hombre acá.<br />
-¿De quién hablás? –preguntó Mercedes con el ceño fruncido.<br />
-De Pedro Solo. –dijo Ramón que nunca lo quiso. –Tiene fama ya sabes<br />
de qué y por eso creo que debe irse de acá.<br />
-Pedro nació en esta tierra y se irá cuando él lo disponga, no antes.<br />
-Te advierto que su presencia pone de malhumor a los hombres de este<br />
establecimiento y ya ninguno quiere trabajar a su lado.<br />
-Pedro se queda. Yo lo dispongo así. –sentenció Mercedes, dueña absoluta<br />
de toda la situación.<br />
-¿Te juegas por él, que a matado a un hombre?<br />
-Le conozco muy bien y me juego por él. ¿Tienes algo más que decir?<br />
-Sí ¡Que falta que hacen tus padres para corregir esto. –dijo Ramón<br />
sin prever la irá que se le vendría encima.<br />
-Si estuvieran aquí mis padres, tal vez corregirían el error que cometieron<br />
haciéndome casar con quien menos debía. -sostuvo Mercedes<br />
apretando los dientes y cerrando los puños.<br />
-A esa ofensa –dijo Ramón: -Otro en mi lugar castigaría con un revés.<br />
-¡Atrévete, cobarde! –le desafió Mercedes, ofreciendo su bello rostro.<br />
En estos pagos y en estos tiempos, decir cobarde a un hombre es un<br />
insulto demasiado grave para dejarlo pasar. Mercedes ya lo sabía y eso<br />
quedó marcado en un lado de su cara. Ella lo soportó firme como un roble<br />
a la fuerza del viento. Su mirada hacia aquel hombre era de odio puro.<br />
Cuando éste se retiró dando un portazo, recién ahí Mercedes se quebró<br />
como una rama blanda y se inundó en llanto, pero no de dolor por<br />
ese golpe.<br />
Al otro día, como tal cual había prometido, Juanchi se abocó a la<br />
difícil tarea de dar con el paradero de Sarita, y sentado cómodamente en<br />
su sillón, trató de atar cabos con el pensamiento, pero hasta él mismo se<br />
daba cuanta que no era bueno para tal menester. Salió a la vereda de su<br />
local y viendo la sombra de su edificio dibujada hasta la primera huella<br />
de la calle, descubrió una vez más que ya serían las once de la mañana,
y en estas lides, la de calcular la hora, Juanchi era un experto, en lo<br />
otro... no.<br />
Vio pasar por el medio de l calle a un chico de 12 a 13 años y lo llamó:<br />
-¿Quieres ganarte una moneda?<br />
-Pos… Hoy no, jefe. –dijo el chico y siguió de largo.<br />
-¡Cache en dié! –se fastidió Juanchi, pero no mucho. Vio venir a<br />
otro más pobre que el anterior y usando su estrategia, le abordó así:<br />
-A ver, usted, venga pa acá.<br />
-¿A mí? –habló el chico y se llenó de susto.<br />
-Sí, a usted.<br />
-Pos, yo no hice na, señor.<br />
-Sólo quiero pedirle que le de una mano a la justicia.<br />
-¿Quién? ¿Yo, señor?<br />
-Sí.<br />
-¿Y en qué cosa puedo servirle yo? –manifestó el chico de unos 14<br />
años llamado Carlitos, y se acercó un paso más con temerosa desconfianza.<br />
-Vea, necesito que me haga unos favores.<br />
-¿Cómo cuáles?<br />
-Vamos adentro y le explicaré.<br />
-¡Usted me quiere engallinar. –dijo el chico retrocediendo sobre<br />
sus pasos.<br />
-¡Puta parió! –rezongó Juanchi mirando el cielo y volcando la mirada<br />
dijo: -A ver ¿Por qué le vua a encerrar yo? ¿Usted qué fue lo que<br />
hizo?<br />
-¡Yo no jui, señor, se lo juro! –indicó el chico con gran temor.<br />
-Basta de palabreríos. Quiero que me hagas unos mandados y se te<br />
pagará bien.<br />
-Ah, pos. –dijo el chico más conforme y agarró viaje.<br />
-Muy bien –dijo Juanchi ubicándose en su trono: -¿Conoces a los<br />
Benavides?<br />
-¿Quién no?<br />
- ¿Y a la Gladys, la hija menor?
-Ah, pos. –dijo Carlitos más conforme y agarró viaje.
-Pos… ¿Quién no? –dijo Carlitos con una sonrisa y un pensamiento<br />
agradablemente sano.<br />
-¿Y si va y me le dice que la ley la quiere hablar?<br />
-Güeno. –dijo Carlitos y salió al tiro.<br />
-¡Espere! ¡Espere! –hubo de gritar Juanchi.<br />
-¿Pos hora? –masculló Carlitos deteniendo su impulso.<br />
-Le daré otros nombre, anote.<br />
-¿Dónde? –preguntó Carlitos con su voz de gallolina.<br />
-Ahí –señaló Juanchi el papel y tinta.<br />
-Dónde que no sé escribir, digo.<br />
-Y se me hace que tampoco sabe leer.<br />
-Pero puedo aprender. –se defendió Carlitos con cierto orgullo.<br />
-¿Cuándo?<br />
-Y que sé yo… algún día, digo.<br />
-¿Sabe que para eso hay un lugar que se llama escuela?<br />
-Empero no vua dir a al escuela, yo ya soy grande pa eso.<br />
-¿Usted ya es grande? –se asombró Juanchi y tiró: ¿Y ande trabaja<br />
usted?<br />
-Yo no trabajo, señor, pa eso soy chico.<br />
-Vea –habló Juanchi cortando el hilo. –Quiero que anoticie a la hija<br />
de los García, a la hija de los Benavidez y a la hija de los Lazero, que la<br />
autoridad policíaca les quiere hablar en esta oficina. ¿Comprendió?<br />
-Sí, jefe. –como que fue y vinieron las citadas pero con sus madres.<br />
-Señoras –dijo Juanchi asumiendo rango e importancia, y paseándose<br />
frente a la ventana con las manos enlazadas de tras de su volumen. –<br />
Con nuestra veña y santo, deseo preguntar a vuestras hijas, si me pueden<br />
a portar algún indicio de lo que pudo haber sucedido con Sarita,<br />
asumo que eran compañeras de estudios y en consecuencia amigas y se<br />
me hace que confidentes también.<br />
-Yo no sé nada. -le dijo la de Benavidez a su madre.<br />
-Yo tampoco. –añadió la de García mirando a su madre.<br />
-Pos, yo…-dijo la otra dirigiéndose a su madre. –Pos, yo…<br />
-Habla hija ¿Qué es lo que sabes? –interrogó la madre.
-Sarita… nos dijo que hablaba con uno.<br />
-Bueno, hija, eso no tiene mucho de malo.<br />
-Espere señora –intervino la autoridad, ya que estaba ahí y miró a la<br />
chica y le dijo: -¿Hablaban así como que eran novios?<br />
-Algo así. –confirmó Mabelita y se sonrojó hasta las orejas.<br />
-¡Ah, sí! Ahora me acuerdo. –habló la otra chica.<br />
-Y yo también. –dijo la tercera.<br />
-¡Pero hija! –dijeron las madres poco menos que horrorizadas.<br />
-Paciencia señoras. –pidió Juanchi y justo ahí le tocaron la puerta.<br />
Fue a ver y era Carlitos.<br />
-¿Pos hora qué?<br />
-Vengo por la cobranza. –le anotició Carlitos a Juanchi.<br />
-Ahora no que toy ocupado. –y le cerró la puerta en plena nariz y exclamó<br />
para sí: -¡Insolente, atrevido! –A ver chicas ¿Quién es ese novio<br />
de Sarita?<br />
Antes de responder las chicas se miraron entre sí, las madres también.<br />
-¿El nombre? –pidió la autoridad con la santa paciencia que se le escapaba<br />
de a poco.<br />
-Pos… pos, le dicen… ¡El Pablo Hernández! –divulgó una de las vocecitas,<br />
mientras que las otras niñas consentían con sus miradas hacía<br />
su madre, era como que Juanchi no existía para estas niñas, aunque era<br />
él quien preguntaba, las respuestas iban dirigidas siempre a sus madres.<br />
-¿Qué más? –pidió Juanchi.<br />
-No tengo más nada que decir, mamá.<br />
-Y yo tampoco, mamá.<br />
-Y yo menos.<br />
-Bueno. Eso es todo, señoras, señoritas. Gracias por venir. –y las mujeres<br />
se retiraron, no se sabe si ofendidas o qué, pero no abrieron la boca<br />
ni para decir adiós.<br />
Juanchi se quedó sopesando la situación y murmurando el nombre del<br />
Pablo Hernández y se dijo: ¿Quién cuernos será ese Pablo Hernández?<br />
-¡Pablo Hernández! ¡Pablo Hernández! ¿De ande le tengo visto yo a<br />
ése? –y no pudo seguir con sus especulaciones porque alguien llamó a<br />
la puerta. Era Carlitos.
-¿Qué quiere ahora a esta hora?<br />
-¿Cómo qué quiero ahora? –dijo el chico: -¿Y la paga?<br />
-¡Ah! Venga mañana que hoy toy ocupado.<br />
-No señor. –dijo lastimosamente Carlitos.<br />
-Pos, venga por la tarde y ya. –dijo Juanchi y regresó al escritorio seguido<br />
por el chico y dijo:<br />
-Si usted me paga ahora, yo voy y me compro algo pa echarle al estómago<br />
que me chifla de antes de ayer.<br />
Juanchi sintió como un nudo en la garganta y como que algo se le<br />
ablandó dentro del pecho.<br />
-Venga. Cómase eso. –señaló Juanchi su ración de pollo con papas. –<br />
Y no me moleste más que toy trabajando.<br />
-Haga nomás. –dijo Carlitos ya con la boca llena de pollo.<br />
-A ver. –se dijo Juanchi retomando sus cavilaciones, mientras Carlitos,<br />
desde un rincón, comía a dos manos. -¡Pablo Hernández! ¡Pablo<br />
Hernández! –decía Juanchi en voz alta y parado frente a la ventana de<br />
calle.<br />
-¿Y qué hay con el negro Hernández? –preguntó Carlitos con total<br />
confianza.<br />
-¿Cómo dice? –dijo Juanchi volviéndose como un rayo de luz, tanto<br />
que lo asustó al chico.<br />
-Disculpe, don…yo…<br />
-¿Usted oyó hablar del negro Hernández? –habló Juanchi con avidez.<br />
-Pos ¿Quién no? –dijo Carlitos sin dejar de masticar.<br />
-¿Usted tá seguro que se trata de Pablo Hernández?<br />
-Si es el mismo que andaba a los amoríos con la hija del doctor, le<br />
pongo que sí.<br />
-¡Ah! ¡También sabe eso!<br />
-¿Quién no?<br />
-¿Qué más sabe? ¡Cuénteme!<br />
-Y… qué sé yo… ¡Que se jueron juntos!<br />
-Pero… ¿Qué dice? ¡Mentecato!<br />
-Eso, que se jueron juntos.<br />
-¿Usted cómo lo sabe? ¿Los vio, acaso?
-¿Quién no? Yo los vi.<br />
-¿Y hacia dónde se fueron? ¡Vamos, hábleme! –dijo Juanchi y le tomó<br />
de la rotosa camisa para que se apurase.<br />
-Tomaron hacia los Médanos. –respondió Carlitos temiendo a Juanchi.<br />
-¿Hacia paraje “Los Médanos”, quiere decir?<br />
-Esato. Iban enancao en el tobiano de él.<br />
-¿Qué hora sería? –preguntó Juanchi mirando hacia el sol.<br />
-¿Ahora? Yo no lo sabo.<br />
-¿En qué momento se fueron? ¿A qué hora los vio?<br />
-Como que era la siesta. –señaló Carlitos y no habló más, puesto que<br />
Juanchi tampoco.<br />
Después Juanchi le dio una moneda a Carlitos, quien dijo:<br />
-No, deje. Ya toy bien comido.<br />
-Igual se la regalo.<br />
-Si insiste… -y Carlitos se fue, pero no sin antes:<br />
-Si lo necesito otra vuelta, lo llamo.<br />
.Usted manda, jefe. –y ahí se cortó el hilo.<br />
-Los he reunido –dijole Juanchi en el salón de El Tigre,<br />
Salón de El Tigre
al gobernante del pueblo, al médico, al párroco que ese día estaba ahí y<br />
a cuatro de los hombres más importantes del poblado, que siempre estaban<br />
presentes en cada asunto de gran importancia, puesto que eran los<br />
que más colaboraban con dinero, a la delegación municipal, a la comandancia<br />
y para la nueva parroquia que ya se estaba proyectando al<br />
igual que la sala de los primeros auxilios. Cada vez que la comunidad<br />
necesitaba algún aporte ya sabían adonde apuntar, entonces no se les<br />
podía dejar de lado en ningún asunto de gran importancia como el de<br />
ese momento. –Los he reunido porque tengo prácticamente esclarecido<br />
la desaparición de Sarita.<br />
-¿Cómo dice? –saltó el médico emocionado y temeroso.<br />
-¡Hable ya! –pidió el gobernante.<br />
-Decía que como magistrado de la ley y el orden de este pueblo y haciendo<br />
uso de mi experiencia investigativa, la señorita en cuestión –<br />
disculpe doctor- se ha fugado por propia voluntad, a lomo de un tobiano<br />
perteneciente a un tal Pablo Hernández y justamente, con el susodicho<br />
Pablo Hernández.<br />
-Y usted ¿Cómo sabe todo eso? –indagó el gobernante con serias dudas<br />
a los dichos de éste.<br />
-Es mi trabajo, señor. –sostuvo Juanchi. –Igual que usted hace el suyo<br />
y yo no le preguntó cómo lo hace.<br />
El gobernante cerró la boca y el médico la abrió:<br />
-¿Sabe hacia dónde se fue mi hija?<br />
-Hacia el paraje Los Médanos. –indicó el sabueso de Juanchi.<br />
-Señor –le rogó el doctor a Juanchi. –Le pido que devuelva a mi hija<br />
sana y salva lo más ante posible y será recompensado.<br />
-Doctor, le recuerdo que su hija se fue por propia voluntad y será difícil<br />
que…<br />
-Le recuerdo señor, que mi hija aún es menor de edad.<br />
-Muy bien. Con su autorización, procederé.<br />
Allí el cura párroco bendijo el lugar con la señal de la cruz y la<br />
reunión terminó.<br />
Un día después…
Juanchi descansaba en su astroso sillón tratando de hallar soluciones<br />
a sus problemas, pero sólo se veía a sí mismo a la orilla del viejo<br />
río pescando. De pronto: Carlitos.<br />
-¿Qué me da si le digo lo que vi?<br />
-¡Eh! –despabiló Juanchi y dijo: -¿Qué viste?<br />
-Por eso ¿Qué me da?<br />
-No sé lo que vio, pero le advierto que no juegue conmigo. –dijo severamente.<br />
-¡Tá bien! ¡Tá bien! –exclamó con resignación y dijo: -¡Lo vi al negro<br />
Hernández<br />
-¿Usted vio al negro Hernández? –vociferó Juanchi de un salto.<br />
-Pos… ¿Quién no? Yo lo vi, señor.<br />
-¿Cuánto hace?<br />
-¿Cuánto hace de qué?<br />
-¿De qué estamos hablando? Digo.<br />
-¿Del negro Hernández?<br />
-Bueno, entonces…<br />
-Y, lo vi… reciencito entrando al almacén del Tigre.<br />
-¡Ayjuna! –exclamó Juanchi y salió al tranco largo.<br />
Ingresó al almacén del Tigre, vio al dueño y a dos clientas y a un sujeto<br />
que enseguida diose cuenta de quien se trataba y le arrojó a la cara<br />
estás palabras, con voz enronquecida:<br />
-¡Con usted quiero hablar!<br />
-¿Conmigo? –se hizo el sorprendido, Hernández.<br />
-Sí, con usted.<br />
En el local, Don Chiramberro, su mujer y las dos clientas eran testigos<br />
mudos de esta escena.<br />
-Pues hablemos. –resolvió Hernández sin intimidación alguna y sacando<br />
lustre de guapo.<br />
-A ver –habló Juanchi y apoyó su mano en la funda de su revólver. -<br />
¿Cuántos años dice que tiene usted?<br />
-¿Yo? –titubeó Hernández que se la veía venir peluda y mintió: -<br />
Unos… 35.<br />
Ahí nomás Juanchi peló el arma y apuntándole a la cabeza se lo dijo:<br />
-¡Dese por preso, o sino por muerto! Elija. –los testigos retrocedie-
on, las mujeres temblaban las tres amontonadas.<br />
-¿Y yo por qué?<br />
-Por haber secuestrado a la hija del doctor, la cual viene siendo una<br />
menor, y en consecuencia es un delito muy grave.<br />
-¿Y quién dice semejante cosa con la que se me acusa a mí?<br />
-Lo digo yo y tengo testigos que te vieron llevándotela en ancas camino<br />
hacía Los Médanos.<br />
-¡Jajajaja! Yo no he sido ese, señor. Otro habrá sido el negro que se la<br />
llevó.<br />
-No te creo, sábelo desde ya. –dijo Juanchi sin dejar de apuntarle, pero<br />
dándole paso a una terrible duda.<br />
-Bueno, ya no es asunto mío. –manifestó Hernández burlonamente y<br />
desentendiéndose de todo, dio media vuelta y solicito un vaso de vino.<br />
-¡Quieto ahí, mandinga! –habló la autoridad y el otro no hizo caso,<br />
entonces el policía apretó el gatillo, apuntando hacia arriba y rompiendo<br />
unas cuantas botellas del estante, las viejas chillonas chillaron como<br />
gallinas, Chiramberro sacaba cuantas de las botellas rotas y el negro<br />
Hernández quedaba tieso como palo, la bala le pasó raspando los pelos,<br />
eso fue lo que creyó, pero fue mucho más elevado el disparo.<br />
-Como dije antes –habló Juanchi: -¡Dese por preso o muerto!<br />
Hernández comprendió la gravedad de la situación y sopesó que lo<br />
mejor era preso que muerto, aunque jamás el otro tenía intenciones de<br />
matar, pero al no saberlo… agachó la cabeza, mandando la mirada al<br />
suelo y se entregó mansamente, la concurrencia, estaba atónita por el<br />
disparo del revólver y no por la detención en sí. Solamente movían los<br />
ojos para ver quién iba y quién venía.<br />
El policía se llevó al detenido, siempre apuntándole con el arma y<br />
el otro con los brazos bien alto como queriendo tocar el cielo. Así iban<br />
por la calle ofreciendo un espectáculo único y gratuito, que a la población,<br />
a la que no se le escapaba nada, no le daban los ojos para mirar lo<br />
que no podían creer y que veían. Detrás de estos personajes, iban cinco<br />
chicos a los gritos, divirtiéndose, tres perros galgos que siempre persiguen<br />
a la multitud o tumulto y que estaban presentes cada domingo en<br />
la misa que oficiaba el cura, y desde luego, el loco del pueblo, de esos<br />
que nunca faltan. Esta caravana era lo más parecido al desfile que pre-
sentó el famoso “Circo Podestá” que una vuelta pasó por la calle<br />
principal del pueblo sin detenerse jamás.
II<br />
Cada vez que Mercedes se cruzaba con Pedro por los patios o senderos<br />
de la hacienda, ella bajaba la vista, la cual la sabía llena de vergüenza.<br />
A Pedro se le hacía un nudo en la garganta porque no sabía bien si la<br />
quería mucho o si la odiaba tanto. Nunca se hablaban, ni siquiera se saludaban.<br />
Pedro siempre recibía la paga o las órdenes a través de terceros.<br />
Hasta que un día…<br />
Pedro llamó a la puerta y Mercedes fue y abrió de un tirón creyendo<br />
que era Ramón. Pedro vio sus hermosos ojos aún llorosos y bajó la vista,<br />
mientras sus manos estrujaban el sombrero. Mercedes no sabía qué<br />
decir ni qué hacer, pero el corazón le latía fuertemente, como siempre<br />
que veía a Pedro.<br />
-Señora, yo… -titubeó Pedro sin atreverse a mirar sus ojos. Hacía tanto<br />
tiempo que no se hablaban.<br />
-No me digas señora, Pedro. –suplicó ella a punto de desmoronarse<br />
emocionalmente.<br />
-Perdón, yo… -A Pedro no le salían las palabras, sólo vengo a despedirme,<br />
quiso decirle pero no pudo.<br />
Ella levantó la vista hacía él y supo que aún la amaba. Pedro sintió<br />
que unas lágrimas se le escapaban al alma, antes de que sucediera, prefirió<br />
retirarse, dio media vuelta y se alejó de allí. Ella comprendió la decisión<br />
que había tomado él de irse para siempre, se conocían demasiadamente<br />
bien para saberlo sin hablarlo. Ella quiso detenerlo, estiró su<br />
mano pero no pudo, quiso llamarlo por su nombre y su voz no salió, cerró<br />
la puerta y se dejó caer al suelo inconsciente.
-¡Señor comisario! –<br />
llamó Carlitos desde la<br />
calle.<br />
-Pos, ¿Hora qué? –dijo<br />
Juanchi asomando a la<br />
vereda.<br />
-¡Vea eso! –señaló Carlitos<br />
al Jinete Vestido de<br />
Negro, que entraba al<br />
pueblo en pleno día y en<br />
un día que no era sábado.<br />
-Pero ¡Cosa más rara<br />
he visto jamás! –exclamó<br />
Juanchi rascándose la cabeza.<br />
Pedro desmontó, entró<br />
al salón y cuando se sentó<br />
en su mesa, ya todo<br />
mundo sabía que el jinete<br />
vestido de negro estaba<br />
ahí.<br />
Los parroquianos de<br />
siempre estaban asombradísimos<br />
con esta presencia<br />
tan inesperada por<br />
ser tan inusual. Enseguida<br />
se hicieron conjeturas<br />
de todos los colores. Algo<br />
debió haber ocurrido<br />
para que él esté sentado ahí, era como que había perdido la fuerza, el<br />
poder que su sola presencia ejercía sobre los demás. No parecía el verdadero<br />
Hombre Vestido de Negro, sino un pobre hombre quebrado en<br />
dos. Por eso mandaron a buscar a Juanchi para que indague. Mientras<br />
tanto el salón iba llenándose de gente curiosa y aunque parezca increíble,<br />
todos estaban amontonados en una sola parte del salón. Ya no le te-
mían tanto al Hombre Vestido de Negro y lo miraban sin ningún temor,<br />
ni respeto. De repente irrumpió en el salón Ramón, el marido de Mercedes,<br />
todos se miraron previendo lo que se vendría, al final los rumores<br />
eran ciertos. Éste que traía una pistola al cinto, se acercó a Pedro y le dijo<br />
públicamente:<br />
-¡Uno de los dos sobra en este mundo! –Pedro no hizo caso y siguió<br />
en su postura, el otro prosiguió provocando hasta que dijo la palabra<br />
“Cobarde, te mataré”.<br />
La gente retrocedió hasta aplastarse contra la pared del fondo y muchos<br />
temieron por la suerte que correría el Hombre Vestido de Negro,<br />
que al fin y al cabo, nunca lo vieron en camorra ninguna. Ramón volvió<br />
a repetir aquellas palabras y sintiéndose superior y en mejor posición<br />
comenzó a saborear su más grande hazaña, la de matar a la leyenda del<br />
Hombre Vestido de Negro, desenfundó el revólver, pero jamás pudo hacerlo<br />
del todo, porque en un solo acto, que nadie pudo apreciar bien, por<br />
la velocidad que fue desarrollado, no le dieron los ojos., El Hombre<br />
Vestido de Negro se<br />
levantó a la extrema<br />
velocidad de la luz,<br />
con su revólver en su<br />
diestra y atravesó el<br />
pecho de su oponente<br />
dejándolo muerto<br />
mucho antes de que<br />
éste tocara al suelo.<br />
Nadie alcanzó a ver<br />
nada, aunque todos<br />
estaban mirando y siguiendo<br />
atentamente<br />
el desarrollo de este<br />
drama. Igualmente<br />
todos fueron testigos<br />
a favor del Hombre<br />
Vestido de Negro. Su<br />
nombre ya tenía destino<br />
de leyenda.
Juanchi, que era un hombre hecho y derecho, humilde y respetuoso,<br />
se acercó cautelosamente al Hombre Vestido de Negro y pidiéndole disculpas<br />
por interrumpirlo, le dijo que debía detenerlo y conducirlo a la<br />
comandancia hasta que los hechos ocurridos se esclarezcan, ya que todo<br />
el mundo comentaba y distorsionaba, porque todos querían ser testigos,<br />
aunque nadie vio exactamente lo ocurrido, aunque todos lo imaginaban<br />
pero no todos imaginaban lo mismo.<br />
Al día siguiente hicieron venir a un juez de otra ciudad para tomarle<br />
declaración indagatoria al detenido y testimonio a la treintena de<br />
hombres que presenciaron el hecho.<br />
Hallábanse presentes en el salón del Tigre, convertido para ese momento<br />
en una especie de tribunal, el comandante, como se llamaba así<br />
mismo Juan Laprida Ibáñez, el delegado municipal Carolla, el cura párroco<br />
que estaba más tiempo en Carlos Beguerie que en su propio pueblo,<br />
los cuatro señores más importantes del pueblo, como ya sabemos,<br />
el juez, el detenido y unos cuantos curiosos que ya estaban allí.<br />
-Interrogue usted. –le dijo el juez a Juanchi.<br />
-¿Yo, señor?<br />
-Sí, usted.<br />
-Bueno. –consintió Juanchi y acto seguido le apuntó con sus ojos a<br />
Pedro: -Díganos su nombre, caballero, aunque ya lo sabemos pero el<br />
señor juez no.<br />
-Pedro Solo.<br />
-¿Tiene familia?<br />
- No<br />
-Y ahora cuente cómo sucedieron los hechos.<br />
-Todo fue provocación e insulto. –declaró Pedro que estaba sentado<br />
en una silla frente a todo el mundo que estaban sentados como en una<br />
tribuna y añadió: -Defendí mi honor.<br />
-Vea, señor Pedro Solo. La víctima era hijo de este pueblo y provenía<br />
de uno de los primeros pobladores de esta comarca y acá por ser una<br />
comunidad pequeña, somos como una gran familia, con sus defectos y<br />
todo, y una familia se defiende entre sí ante la amenaza o la agresión de<br />
cualquier extraño ¿Comprende? –Pedro no dijo nada y Juanchi prosi-
guió: -En este acto de criminalidad, usted señor mío, lleva todas las de<br />
perder y solamente su confesión sincera y honesta podrá aliviarle un<br />
poco la pena que se le viene encima ¿Comprende? –Pedro no decía nada.<br />
-Ahora bien, quiero que usted tenga muy en cuenta que toy haciendo<br />
mi trabajo policiaco y no tengo nada en lo personal contra usted<br />
¿Comprende?<br />
-Sí, comprendo. –dijo Pedro al fin.<br />
-Ahora bien –dijo Juanchi mirándole a los ojos. –Escuche y responda<br />
con sinceridad ¿De dónde proviene usted? Y no me salga con la hacienda<br />
“El argentino” en paraje La Reforma como ya lo ha manifestado antes<br />
porque no se le cree.<br />
Pedro bajó la vista al suelo y no abrió la boca. Juanchi esperó un<br />
tiempo prudencial y atacó de nuevo: -Le estoy esperando, señor.<br />
-Pues, precisamente… -murmuró Pedro.<br />
-¿Qué fue lo que dijo? –preguntó el juez a Juanchi y Juanchi preguntó<br />
a Pedro que fue lo que dijo y que lo diga bien alto.<br />
-Digo que precisamente vengo de allí.-respondió Pedro.<br />
-¿De dónde? –preguntó Juanchi, preguntó el juez y uno de aquellos<br />
señores también preguntó.<br />
-Establecimiento “El argentino”. –confirmó Pedro para todo el mundo.<br />
-Usted le advirtió que no dijera eso. –habló el delegado a Juanchi.<br />
Juanchi se dio vuelta, lo miró a la cara y exclamó: -¡Pos hora! -como<br />
diciéndole para que se mete si no le han citado.<br />
-Prosiga. –ordenó el juez y también pidió silencio a los demás.<br />
-Señor, es usted un forastero que ha llegado a estos pagos hace unos 2<br />
o 3 años y se empleó en la hacienda citada. –dijo Juanchi y prosiguió en<br />
su nuevo rol de interrogador. -¡Queremos saber de qué pueblo, de qué<br />
ciudad, de qué mundo viene usted! ¿Comprende?<br />
-No comprendo cuál es el punto. –dijo el muchacho.<br />
-Posiblemente venga de una ciudad que lo buscan por algo ilícito o<br />
crimen y por eso no quiere decirlo. –soltó el delegado que estaba inspirado.
-Usted debería callarse la boca. –le apuntó Juanchi al delegado.<br />
-Pero ¿Cómo se atreve? –rezongó el otro.<br />
-Me atrevo porque me incumbe este caso y usted es un convidado<br />
de piedra que no tiene ni voz ni voto en este asunto policíaco.<br />
-Pero, yo…<br />
-Una palabra más y se va de acá. –Juanchi era un hombre de buen corazón<br />
y por eso el pueblo lo quería, pero cuando había que imponer autoridad,<br />
lo hacía delante de quien sea y por eso también lo querían.<br />
Juanchi era un hombre, a pesar de su anchura, poco instruido y falto de<br />
claridad mental, pero hecho y derecho como el que más.<br />
Juan Laprida Ibáñez
-Prosiga. –dijo el juez una vez más.<br />
-Muy bien. –suspiró Juanchi y se dirigió a Pedro: -Vea, se lo voy a<br />
decir de otro modo, ¿Sería usted tan amable, gentil y caballero de indicarnos<br />
a los presentes en qué pago ha nacido y criado usted?<br />
-Sí, en la hacienda antes mencionada. –indicó finalmente Pedro. Todo<br />
mundo quedó como de piedra y la boca abierta ante tanta insistencia<br />
del detenido que dichas palabras le jugaban en contra, menos el<br />
juez que ese asunto ni le iba, ni le venía.<br />
-¿Podría repetir lo que dijo? –pidió Juanchi un poco molesto.<br />
-¿No oyó lo que dije? –preguntó Pedro que no le gustaba andar gastando<br />
palabras ni saliva de más.<br />
-Dijo ¿La Reforma y “El argentino”?<br />
-Sí, señor.<br />
-Sin embargo su apellido me suena desconocido, y yo que he nacido<br />
en la región, me sé todos los apellidos habidos y por haber y como autoridad<br />
de la ley policiaca, no se me escapa ninguno. ¿No sé a usted?<br />
–dijo Juanchi al delegado dándole veña para que hablara.<br />
-¿A mí me habla? –dijo aquel aun ofendido.<br />
-Sí, a usted. –le señaló Juanchi secamente.<br />
-Pues no sé de qué apellido me habla.<br />
-Solo.<br />
-¿Solo qué?<br />
-Solo, el apellido de este hombre.<br />
-Jamás en mi vida oí semejante apellido. –dijo el gobernante.<br />
-¿Y la iglesia qué dice con respecto a esto?<br />
-No recuerdo haberlo oído antes. -manifestó el cura que desde que<br />
se creó el pueblo de Carlos Beguerie en 1912, ha merodeado el pago<br />
semana tras semana.<br />
-Solo es el apellido de mi madre. –declaró Pedro dejando una vez<br />
más boquiabierta a todos, menos al juez.<br />
-¿Y por qué usa el apellido de su madre? –amonestó Juanchi.<br />
-Porque no se me está prohibido hacerlo y me gusta.<br />
-¿Y realmente cuál es su apellido paterno, si lo tiene? –quiso saber<br />
el policía y todos los presentes también.<br />
-Sí, claro que lo tengo.
-Pues, dígalo. –ordenó Juanchi.<br />
-Sabatinelli.<br />
-¿Acaso el señor Juan Pedro Sabatinelli fue su padre?<br />
-Sí señor.<br />
-¡No le crea nada! –enjuició el delegado dando un brinco.<br />
-¿Y por qué no creerle? –preguntó Juanchi.<br />
-Porque el señor Juan Pedro Sabatinelli, me consta que fue un hombre<br />
recto, el hombre más honesto que he conocido y este sujeto no lo<br />
es. –señaló el delegado y fue el principio de su fin.<br />
Pedro saltó de la silla cual pantera negra, ante el asombro de todos<br />
que no pudieron hacer nada para evitarlo, y le asestó tremenda trompada<br />
al delegado que rodó por el piso de madera y polvillo con nariz rota<br />
y todo. Desde el suelo y sangrante, el gobernador le ordenó al policía<br />
que lo metiera preso a Pedro.<br />
-Preso ya está. –dijo Juanchi y todos rieron, menos Pedro, el cura y<br />
el que estaba en el suelo.<br />
-Señor Laprida. –llamó el juez imponiendo orden y silencio en la sala.<br />
–Deberá proceder a corroborar los dichos de éste, citando a una<br />
persona de aquel lugar para que pueda confirmar o desmentir lo dicho,<br />
para mañana, a esta misma hora.<br />
-Sí señor.<br />
-Mientras tanto que pasen los testigos y llévese al detenido.<br />
Pedro fue alojado en el único calabozo que tenía aquel destacamento,<br />
allí también estaba Pablo Hernández y el ebrio del pueblo, pero<br />
no por ebriedad o hacer desorden, sino que pedía permiso para pasar la<br />
noche ahí dentro ya que no tenía techo.<br />
Había solamente un camastro que lo tomó Pedro sin que los otros<br />
dijeran nada. Después de tres largas horas de silencio y de observaciones<br />
mutuas, mientras el tiempo corría a velocidad de tortuga, el ebrio<br />
abrió la boca y dijo:<br />
-¿Y qué fue lo que hizo usted, pa’ tar acá?<br />
-Hice lo que no es asunto suyo. –respondió Hernández que se había<br />
sentado sobre la paja.<br />
-Así no se responde a un compañero. –dijo el ebrio que no estaba tan<br />
ebrio esa noche.
-Yo no soy su compañero, sépalo. –le señaló Hernández con dureza<br />
en las palabras y rencor en la mirada.<br />
-¡Lo oyó usted! ¡Lo oyó usted! –preguntó el ebrio a Pedro.<br />
-Mejor cállese. –le sugirió Pedro y el silencio se rehizo de nuevo.<br />
Hora después el ebrio llamó al policía a los gritos:<br />
-¡Sáqueme de acá, por favor!<br />
-¿Te quieres ir? –le preguntó Juanchi.<br />
-Satamente, sí.<br />
-Te advierto que son las 3 de la mañana.<br />
-No importa, mejor allá que acá. –indicó esto mirando a Hernández,<br />
el cual se le vino al humo, pero Pedro le tomó de un brazo y dijo:<br />
-Déjelo, no vale la pena.<br />
El ebrio se fue, Juanchi regresó a su quinto sueño y aquellos dos,<br />
cuales fieras al acecho, se quedaron despiertos y en silencio, hasta que<br />
uno habló. Fue Hernández:<br />
-¿Cuánto tiempo?<br />
-Poco. –dijo Pedro que ya sabemos que no le gusta hablar, de no ser<br />
necesario.<br />
-¿Causa?<br />
-Homicidio.<br />
Hernández se convirtió en estatua y así se mantuvo por un buen largo<br />
tiempo, ya no quería saber más. Un ligero temor le invadió las entrañas,<br />
reconoció que era el Hombre Vestido de Negro y sabía todo lo que<br />
se decía de él, incluso hasta podría ser aquel que cortaba cabezas.<br />
-¿Y usted? –irrumpió la voz grave de Pedro en semejante noche tumultuosa<br />
de ardiente silencio que rasgaba las paredes. El otro se espantó<br />
más de lo que ya estaba y retrocedió unos milímetros hasta quedar<br />
de espalda a la pared opuesta.<br />
-¿Yo? –murmuró quedadamente y con el miedo en la garganta.<br />
-Sí, usted ¿Qué fue lo que hizo?<br />
-Yo… yo… Yo no hice nada, señor. Todo es una infamia que se dice<br />
de mí. –dijo Hernández y miró hacía Juanchi que dormía sobre su sillón<br />
sin sospechar jamás que la oreja de Juanchi estaba pegada contra<br />
la reja de la celda. Escuchándolo todo.<br />
-Ese milico. –señaló Pedro. –Le creo un hombre justo y no pone presos<br />
a inocentes.
-Entonces ¿Usted se declara culpable de asesinato? –dijo Hernández<br />
admitiendo que la conversa se había tornado un poco más amistosa y<br />
justamente con el Hombre Vestido de Negro, que ya era una leyenda en<br />
toda la región.<br />
-No soy asesino, fue en defensa propia.<br />
-Seguramente que tiene testigos y a favor.<br />
-No sé si a favor, pero testigos había.<br />
-Según he oído por ahí, el Hombre Vestido de Negro es demasiado<br />
hábil y veloz con las armas para cualquier otro ser humano que quiera<br />
enfrentársele.<br />
-¿Y eso qué tiene que ver?<br />
-Tiene que ver que el Hombre Vestido de Negro sabe muy bien que<br />
en un enfrentamiento, mano a mano, nadie lo podrá vencer o matar, sin<br />
embargo, el Hombre Vestido de Negro mata, entonces se convierte en<br />
un asesino ¿Usted no lo cree así?<br />
-No, no lo creo así.<br />
-¿Y por qué no?<br />
-La habilidad que puede tener un hombre, como la que dice usted, no<br />
es un don, es una práctica. Todo se adquiere con el tiempo y el esmero<br />
que se le ponga. Un día cualquiera puede aparecer un hombre con mayor<br />
o igual habilidad que la del Hombre Vestido de Negro y vencerlo.<br />
Todo es cuestión de tiempo y suerte. Porque en este asunto, una cuota<br />
de suerte tiene que haber.<br />
-Usted mató a un hombre en defensa propia, como dice, en este hecho<br />
¿Considera que la suerte estuvo de su lado?<br />
-¿Usted cree que no?<br />
-No, no creo en la suerte.<br />
-¿Entonces?<br />
-Creo en la experiencia, en la destreza del hombre y no en la suerte<br />
que pueda tener éste. –sostuvo Hernández sintiéndose cómodo y como<br />
en familia, o rueda de amigos.<br />
-Bueno, no estoy mucho de acuerdo, pero no importa. –dijo Pedro y<br />
se dedicó al armado de un cigarro. Hernández guardó silencio mientras<br />
el otro hacía esta tarea. Luego de encendido y pitado el cigarro, Pedro<br />
prosiguió:<br />
-¿Y qué me dice de usted?
-Tengo poco para decir, pero no sé a qué se refiere usted.<br />
-¿Por qué está acá, detenido?<br />
-Bueno, el milico –dijo Hernández mirando a Juanchi que dormía pero<br />
sin perder detalle de lo que allí ocurría. –Me ha hecho sospechoso de<br />
un asunto menor.<br />
-¿A qué llama asunto menor? ¿A una discusión? ¿A una pelea callejera?<br />
¿A un hurto? ¿A qué?<br />
-A nada. A un asunto cualquiera, sin importancia. –insistió Hernández<br />
en este punto sin muchas ganas de hablar. Pedro no le dio más interés y<br />
se echó en el camastro a fumar y mirar el techo.<br />
-Aquel dice que me lleve calladamente y contra su voluntad a la hija<br />
del doctor Palacios. –habló Hernández en voz baja, casi en secreto y<br />
después de varios minutos de silencio.<br />
Pedro lo escuchó claramente, el oído de aquel también.<br />
-¿Y no fue así? –indagó Pedro con mucho cuidado.<br />
-No, para nada. No fue así.<br />
-¿Entonces? –preguntó Pedro con total indiferencia en un asunto que<br />
no tenía ninguna importancia para él, pero como la noche era demasiado<br />
larga, había que hablar y dejar hablar.<br />
-Ella vino porque quiso. –confesó Hernández.<br />
-No creo conocerla bien –interrumpió Pedro. –Pero se me hace que es<br />
una mujer relativamente joven.<br />
-Más o menos. 16 años.<br />
-¿Y usted tiene unos…?<br />
-Digamos que unos 42. –señaló Hernández con cierto orgullo que le<br />
resbalaba por los ojos.<br />
-¿Y a usted todo ese le parece correcto? –habló Pedro con un toque de<br />
indignación allá en su moral y se sentó en el camastro para mirarlo mejor.<br />
-Bueno, no cualquiera tiene el placer de… Usted ya sabe.<br />
-No, no lo sé ¿Por qué voy a saberlo? –dijo Pedro con cierto irritación.<br />
-Bueno, para un hombre de mi experiencia, tener a una mujer joven<br />
sin experiencia, es como… como… Bueno, usted ya sabe- dijo Hernández<br />
regocijándose.<br />
-No, no lo sé. –repitió Pedro y agrego con disgusto. –Y no quiero sa-
erlo.<br />
-Bueno, allá usted. –sopló Hernández y echó una mirada al policía,<br />
que ni se había movido de su posición.<br />
-Una última cosa quisiera saber. –habló Pedro.<br />
-Lo que usted quiera. Amigo.<br />
-Usted está aquí preso ¿cierto?<br />
-Cierto<br />
-Y la joven ¿Regresó a su hogar? –preguntó Pedro que por el rabillo<br />
del ojo vio a Juanchi levantarse con sigilo y acercarse a ellos y haciéndole<br />
señas que prosiguiera.<br />
-No, ella está en las casas. Allá en los pajonales.<br />
-¿Y por qué la dejó allá, sola?<br />
-Es que yo he venido por los víveres y si la traigo conmigo puede que<br />
después no quiera volver al rancho ¿Comprende?<br />
-Entonces ¿La tiene contra su voluntad?<br />
-No tanto, diría yo.<br />
-¿Cuánto hace que viene empollerado con ella? –quiso saber Pedro<br />
que ya era un asunto de suma importancia.<br />
-Yo diría como dos años. –confesó Hernández sin sospechar que<br />
Juanchi estaba a sus espaldas con los ojos como <strong>tigre</strong> malo.<br />
-Entonces ¿Ella tendría unos 14 años y usted unos 40? –pensó Pedro<br />
en voz alta.<br />
-Satamente. –confirmó Hernández regocijadamente.<br />
-Ella era una niña. –señaló Pedro con la voz casi quebrada. –Lo que<br />
no comprendo cómo siendo tan niña pudo encariñarse con un hombre<br />
de su edad.<br />
-Bueno, desde luego, al principio no quería saber nada, y yo tuve<br />
que… -Hernández jamás pudo acabar con lo que iba a decir, Pedro le<br />
saltó encima con la furia de un león sobre una gacela, y sus manos cuales<br />
tenazas apretaron la garganta del conocido “Negro Hernández”.<br />
Tal acción inesperada tomó por sorpresa a Juanchi que no atinó a<br />
moverse, sino hasta después de unos segundos que pudieron ser fatales<br />
para la vida de Hernández. Intervino y separó a Pedro de aquel reo sacándolo<br />
de la cárcel a éste y dejando al moribundo solo en la celda.<br />
-Son las cinco de la mañana –dijo Juanchi a Pedro. –Montemos y va-
yamos por esa niña, por favor. -Pedro asintió con la cabeza y salieron<br />
juntos.
Epílogo<br />
Era media mañana y a la vista de todo el mundo, el policía y el<br />
Hombre Vestido de Negro, traían de regreso a la hija del doctor Palacios.<br />
Por la tarde se reunió el mismo comité de la vez anterior, para<br />
condenar a Hernández y luego decidir la suerte del Hombre Vestido de<br />
Negro. El buenazo de Juanchi dejó las ventanas y puertas abiertas para<br />
que el pueblo pudiera presenciar u oír lo que sucedería allí, que todo<br />
mundo presentía que sería un acto extraordinario jamás llevado a cabo<br />
por estos pagos. El salón del Tigre, convertido nuevamente en tribunal<br />
público y oral, se llenó de gente y de personas, porque hay personas<br />
que no son gente, eso ya lo sabemos. Muchos no pudieron ingresar por<br />
falta de espacio, entonces se apiñaban en las ventanas hasta el medio de<br />
la calle.<br />
Primero decidieron enviar a Hernández a un tribunal superior donde<br />
se le condenaría por secuestro y abuso de una menor de edad y luego<br />
tocó el turno del otro detenido.<br />
-Sargento Laprida. –dijo el juez que esta vez había tomado el mando<br />
y se sentó en una silla en frente de todo el mundo. –La persona que debe<br />
darnos testimonios de los dichos de este detenido ¿Ha llegado ya?<br />
-Todavía está al llegar, señor –respondió Juanchi poniéndose de pie<br />
para responder y enseguida se sentó de nuevo.<br />
-Bueno, muy bien. Mientras aguardamos, resolvamos este otro asunto<br />
rápidamente.<br />
-Sí, señor. –consintió Juanchi que ni la menor idea tenía de lo que se<br />
trataba.<br />
-Sargento Laprida ¿Cuántos detenidos tenía en su destacamento?<br />
-Solamente dos, señor. –contestó Juanchi poniéndose de pie y vuelto<br />
a sentarse.<br />
-Díganos sus nombres por favor.
-Sargento Laprida ¿Cuántos detenidos tenía en su destacamento?<br />
-Solamente dos, señor. –contestó Juanchi poniéndose de pie y vuelto<br />
a sentarse.<br />
-Díganos sus nombres por favor.<br />
-Pablo Hernández y Pedro Sabatinelli, el aquí presente. –señaló<br />
Juanchi de pie y vuelto a sentarse.<br />
-¿Y por cuál razón o circunstancia este detenido ha tenido el privilegio<br />
de gozar de una libertad que no le corresponde? –la voz del<br />
juez era severa.<br />
-El detenido mencionado, nunca ha gozado de tal libertad –dijo<br />
Juanchi de pie y firme. –Siempre ha estado y está detenido bajo mi<br />
custodia.<br />
-Sin embargo acá sabemos que esta madrugada él y usted han salido<br />
del pueblo y regresado a media mañana ¿Cómo explica eso?<br />
-Vea –habló Juanchi anchamente. –Me ha ayudado a resolver un<br />
caso, que ya fue develado aquí, y como la comandancia aun no me<br />
da el ayudante que solicito, lo he llevado conmigo en calidad de tal<br />
para una diligencia que todo mundo ya conoce, y antes de que usted,<br />
señor juez, me diga nada, se lo digo con todo respeto, a Pedro lo he<br />
llevado y traído siempre en calidad de detenido.<br />
Aquí, en este punto, el gobernante estalló en carcajadas y su risa<br />
contagió a la mayoría de los mirones. Juanchi echó una mirada asesina<br />
al delegado que enseguida se silenció y se coloreó sus mejillas.<br />
-Bueno –dijo el juez. –Como sabemos de qué se trata ese asunto,<br />
hoy lo suyo lo dejaremos sin efecto ¿Comprendió?<br />
-Comprendí. –y todo mundo cayó en silencio.<br />
Todo mundo miraba que hacía el juez y éste sacó su reloj, consultó<br />
la hora y guardó silencio a la espera del testimonio aquel. Al rato la<br />
gente empezó a murmurar, luego a hablar y al final era un jolgorio de<br />
voces que no se sabía que decían entre ellos, porque no se escuchaban.<br />
-¡Silencio! ¡Silencio! –gritó el juez a los cuatro vientos y tras cartón,<br />
añadió: -¡Ha llegado el testimonio! –todo mundo se cayó la boca<br />
y voltearon la mirada hacia atrás, hasta el propio Pedro se quedó sin<br />
respiración.
Mercedes ingresó al salón y se detuvo frente al juez. Luego de saludarlo,<br />
fue ubicada en una silla distante de Pedro.<br />
-Señora –dijo el juez. –La hemos citado para que nos su testimonio de<br />
este caso y de ahí que venga la luz ¿Está dispuesta a colaborar con la<br />
justicia y a decir sólo la verdad?<br />
-
Sí, señor.<br />
-Díganos su nombre, por favor.<br />
-Mercedes Valvareda.<br />
-Usted pertenece a la hacienda “El argentino” ¿En calidad de qué?<br />
-De propietaria, señor.<br />
-Muy bien. Vayamos al punto ¿Conoce usted a este señor? –y dijole a<br />
Pedro: -¡Usted póngase de pie!<br />
-Sí, lo conozco. –y recién ahí miró a Pedro. Sus miradas se cruzaron<br />
por un instante, lo suficiente para acelerar pulsaciones.<br />
-Señora ¿Cuánto hace que lo conoce?<br />
-Desde toda mi vida, tanto él como yo hemos nacido y criado en la<br />
hacienda “El argentino”.<br />
-Bueno, como la señora confirma las palabras dichas del señor Sabatinelli<br />
y los testigos declararon que fue en defensa propia, me veo en la<br />
feliz obligación de declararlo inocente y libre de culpa y cargo, por lo<br />
menos de cargo. –el juez se levantó de su silla, dijo a la comunidad<br />
¡Hasta luego! y se fue. La gente de a poco también se fue yendo hasta<br />
quedar solamente tres personas en el recinto.<br />
Bueno muchacho, todo arreglado. –manifestó Juanchi alegremente,<br />
pero Pedro no contestó, ni siquiera lo miró, tenía los ojos ocupados en<br />
otro lugar.<br />
-¿Qué piensas hacer? –habló Mercedes. –Me dijeron que te quieres ir<br />
del pueblo.<br />
-Sí. –confirmó Pedro. –Estoy sobrando en este lugar y no tengo a nadie<br />
que…<br />
-¿Acaso no piensas que alguien puede necesitar de ti? ¿Qué hay alguien<br />
que te quiere?<br />
-Bueno, yo…<br />
Juanchi comprendió que dentro del salón ocurría algo que no era de<br />
su incumbencia y salió a la calle a respirar un poco de aire fresco.<br />
-¡Oiga patrón! –dijo Carlitos saliendo de la nada y sorprendiendo a<br />
Juanchi. ¿Necesita un mandado?<br />
-Por ahora no, gracias.
-¿Y si le barro la comandancia?<br />
-No, gracias.<br />
-Dele, sea bueno y deme algo.<br />
-Hagamos una cosa, quiero que te metas en la escuela y dentro de<br />
unos años, quizás seas mi ayudante.<br />
-¡En serio!<br />
-Sí, y con paga y todo.<br />
Carlitos salió corriendo, no se sabe adónde, pero se sospecha, y Juanchi<br />
rió de buenas ganas. Estaba riendo aún cuando Mercedes y Pedro<br />
salieron, subieron a la calesa de ella y partieron juntos por el camino<br />
hacia El argentino.<br />
Fin