La sirena varada: Año 1, Número 1
El primer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral.
El primer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral.
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SOBRE
· NOIR · CIENCIA FICCIÓN · TERROR ·
La sirena varada
R E V I S T A L I T E R A R I A
es una publicación de
EDITORIAL DREAMERS
libros digitales, gratuitos y legales
edición original: julio 2017
reedición: julio 2018
LA SIRENA VARADA: REVISTA LITERARIA BIMESTRAL
Año 1, N°1, Junio-Julio de 2017 es una publicación
bimestral editada por Digital Robotic Entity Assembled
for Masterful Editing and Rational Sabotage S.A.S. de C. V.:
Tlalnepantla de Baz, C.P. 54170, Estado de México, México.
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Director y editor responsable: José Luis Vázquez
Foto de portada: ddraw / Freepik
Ilustraciones: The British Library’s collections
Las opiniones expresadas por los autores no
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embargo, la editorial respalda todas las opiniones al
aceptar su aparición en esta revista.
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todos los derechos reservados
ESTE
NÚMERO
Me fue sumamente complicado
escribir esta editorial, no porque
no tuviera un tema en específico
para escribir, al contrario, quería hablar
de lo complicado que el negocio de la
literatura se ha vuelto en los últimos
tiempos, la fuerte competencia que
existe en el mundo editorial así como
las prácticas desleales que día a día
tenemos que soportar todos aquellos
quienes nos dedicamos a esto.
Sin embargo, por mucho interés que
pudieran generar esos temas, consideré
más importante hablar, en esta
primera editorial, de todas las alegrías
que gracias a mi trabajo como editor he
podido conocer.
No es un secreto para nadie que la
publicación de un libro es una de las
empresas más difíciles para cualquier
autor, ya no se diga para los autores nóveles;
aún así eso no les impide querer
alcanzar el sueño de poder tener en sus
manos todas aquellas noches en vela,
todas las fiestas familiares a las que tuvieron
que faltar, las citas con sus respectivas
parejas canceladas, y todo lo
demás de lo que un autor tiene que privarse
materializadas en tinta y papel.
En todos estos años, que tampoco
son tantos, he aprendido que la prioriodad
de una buena cantidad de autores
es que no se quede en el olvido
todo aquello que han escrito; que los
lectores disfruten sus obras de la mis-
ma forma que los autores disfrutaron
al realizarlas. Podrá sonar a cliché y, de
cierta forma, lo es pero ¿no es acaso el
deseo de todo hombre que su trabajo
se reconozca como es debido?
Puedo atreverme a decir que tal vez
la mayor alegría que cualquier editor
pueda tener es la de ayudar a un autor
a que se realice ese sueño. Por lo menos
ese es mi caso, y es esa sensación
de satisfacción y alegría la que me ayuda
a levantarme todas las mañanas.
Por esa razón nació esta revista; para
brindar un espacio a todos aquellos autores
que no quieren ser silenciados y
que tienen mucho que decir. No importa
si son muy jóvenes o si ya han recorrido
un largo camino en el mundo de
las letras, este espacio, en el cual se ha
puesto sangre y corazón, es para todos.
No puedo dejar de agradecer a todos
los autores que participaron en
la primera convocatoria, tanto a los
que aparecen en este número, como a
aquellos que no fueron seleccionados,
pues gracias a ellos he aprendido que
el arte, en específico la literatura, y
todos los espacios similares a este no
morirán nunca.
Siempre habrá alguien que deseé
compartir aquello que ama.
19
DRÁCULA:
30
LAS FIGURAS
DE REPETICIÓN
CARLOS FUENTES Y
JOSÉ EMILIO
PACHECO
EL SÍ
DE LA
EN
NARRATIVA
06 - SUPERHEROICO METROPOLITANO
10 - ATRÁS DEL VIEJO SAGUÁN
14 - LAS LLORONAS
22 - EL GRAN FANTASMA
24 - EMPEZAR UNA NUEVA VIDA
28 - VIAJE A LA ISLA SIN NOMBRE
34 - LA MUERTE DE FLORINDO GONZÁLEZ
36 - LA PUJA GANADORA
40 - VIDA DE CAMPO
50 - EXTRAÑAS CRIATURAS
54 - TIEMPO MUERTO
58 - NOCHE DE BRUJAS
66 - EL ÚNICO TESTIGO
70 - BESTIA
74 - LINEA DE VIDA
82 - EL DÍA QUE CONOCÍ
A PEPE EL ESCARABAJO
86 - LAS CHICAS-LEÓN
90 - LA NAVIDAD 2098 DE KAREN
98 - UN CASO DIFÍCIL
102 - XIU, DE ÉPSILON CUATRO
106 - LA FÁBRICA
62
NDROME
PÁGINA
BLANCO
78
QUÉ ES EL TEATRO
LITERATURA Y
ACCIÓN
94
SOBRE LA
ESCASA LECTURA
EN MÉXICO
44
108
CRÓNICAS
ANTROPOLÓGICAS
PRESENTA:
LA CANCION LITERARIA
CASA DEL
MIGRANTE
6
SUPERHEROICO
METROPOLITANO
Por Ernesto Molina
Fragmento editorial del diario El sol
tapatío:
No quiero que los lectores me malinterpreten,
¡amo esta ciudad! Pero de
la misma manera que un padre amoroso
corrige a su pequeño cuando se pone
en peligro a sí mismo, es mi deber civil
hacer obvio que nuestras fuerzas del
orden se han visto obsoletas ante esta
nueva ola de crímenes inspirados en la
industria del cómic.
Me pregunto si Hollywood con sus
películas de Batman y los Vengadores
a finales de la década del 2010 habría
supuesto que las grandes ciudades se
saturarían de peligrosos imitadores los
cuales se han ido tropicalizando hasta
generar un mythos urbano representado
enfermizamente en nuestra ZMG
por El Esperpento: este delincuente
nocturno que atraviesa los tejados y
alcantarillas de la ciudad vestido con
una máscara negra de luchador y una
katana a la espalda.
Enrique lo reconoció justo al verlo.
Habían pasado por lo menos siete
años y solamente pudo ver su rostro
dos veces: en el atraco a centro joyero
y cuando se entregó después de lo
de Secuaz-X, pero era el rostro que no
puedes olvidar, el rostro de tu archienemigo,
o mejor dicho de tu ex-archienemigo.
Pensó en irse sin llamar su
atención, ahora era presidente municipal,
la prensa desacredita todos sus
actos y un pepenador de Santa Tere no
entra en la lista de buenas compañías.
Por otro lado, ¿cuándo había sido la
última vez que había hablado con alguien
igual a él?
—¡Sandoval! —gritó Enrique—. ¿Eres
tú? —antes de levantar la vista el hombre
verificó donde estaban sus respectivas
bolsas de reciclados.
—Disculpe, señor, ya me voy —se disculpó
el vagabundo—. Solo déjeme llevarme
las latas y me iré.
—¿De qué estás hablando? ¡Soy Enrique
Rivas! Yo era el Condor de fuego,
peleamos un montón de veces cuando
la crisis de los enmascarados.
Como otro síntoma de la enfermedad
que aqueja a nuestra ciudad, nuestros
problemas se complementan con
la aparición de El Condor de Fuego,
un autonombrado archinémesis de El
Esperpento, ronda a escondidas nuestra
ciudad con un traje de bombero y
un lanzallamas de fabricación casera,
duermo cada noche con el miedo a tener
que dedicar este espacio editorial a
la catástrofe que aquel desequilibrado y
su juguete infernal causarán de un momento
a otro.
—Yo no sé de qué habla usted —el
presunto exenmascarado tomó sus bolsas
y se alejó del trajeado—. Yo nunca
supe nada del Condor de fuego, ni del
Esperpento, ni de los Moxxys.
—¡Te reconozco! —gritó Enrique—. Vi
tu rostro cuando peleamos en el atraco
al centro joyero, te había rociado la máscara
con hexano líquido y Secuaz-X…
—Su nombre era Sombra Plateada
—Humberto Sandoval se había
dado la vuelta y encaraba a su antiguo
archinémesis.
—Todos la conocíamos como Secuaz-X,
¿qué importa eso ahora?
Los guardaespaldas del presidente
municipal se bajaron de la camioneta
con intención de evitar que aquel pepenador
se acercara más a su patrón.
—Te diré lo que importa —Sandoval
vio a los guardaespaldas y guardó su
distancia. En una ciudad donde los policías
podían dispararte por «argumento
de apariencia» nadie dudaría que el
7
pepenador exconvicto puso en riesgo
al presidente municipal—. Ella era paramédico,
estudió cuatro años para
que dos semanas antes de que le dieran
su diploma se autorizara la ley de
reglamentos tradicionales.
En una achacosa muestra de los otros
males que aquejan a Guadalajara, comunidades
que deberían haber sido
eliminadas de cualquier burgo saludable
como la LGBT y los inmigrantes
chinos comienzan a tener sus propios
enmascarados.
Por ejemplo, las mujeres (que en mi
humilde opinión debieron quedarse con
sus hijos en la cocina) ahora se sienten
representadas con Secuaz-X, una hembra
a la que se le ha visto en ocasiones
con El Esperpento, a pesar de que se autobautizó
con otro nombre, la prensa le
ha adoptado con su ya conocido mote,
puesto que cualquiera con dos dedos
de frente sabe que una mujer carece de
cualquier elemento de iniciativa propia,
así que podemos deducir que el hombre
de la máscara negra ha arrastrado a alguna
pareja o pariente a sus enfermos
actos de bandidaje.
—Conozco los reglamentos tradicionales
—Enrique y Sandoval estaban
sentados en una banca enfrente del
OXXO, los guardaespaldas mantenían
un flujo constante de Andattis y donas—.
Desde mi trinchera estoy tratando
de suprimirlos, es difícil cuando
se hacen las cosas por el medio
institucional.
—Tu trinchera… Si los votantes hubieran
descubierto por alguna razón
que tú eras el Condor de fuego jamás te
hubieran elegido.
—En su momento votaron por la ley
de reglamentos tradicionales.
—Eran idiotas, y la mayoría lo siguen
siendo —Sandoval se zampó una dona
glaseada y se limpió la mano en el respaldo
de la banca—. Qué la jodida crisis
económica era consecuencia del comportamiento
inmoral… ¡Idiotas!
—Por el lado bueno la mayoría de los
que dicen eso se están muriendo, aunque
sea de viejos.
—No lo suficientemente rápido. ¿Sabes?
La primera vez qué Sombra Plateada
me cosió fue a unas cuadras de aquí,
en el estacionamiento del Kamilos 333.
Ahora ni en los hospitales te cosen.
—Deberiamos poner una placa allí.
¿Y qué era de ti Secuaz… Digo, Sombra
Plateada?
—Nada, una mala noche me vio
arrastrándome en el estacionamiento
con una herida de veinte centímetros
en la espalda y ella me cosió allí mismo,
estaba celebrando el fin de curso.
—Una paramédico de profesión —comentó
Enrique mientras terminaba su
café en vaso rellenable.
—La cosa se salió de control con los
Moxxys.
—Y que lo digas, una vez me encontré
a esos pendejos tratando de volar
el expiatorio, yo me dirigía a un atraco
de camión blindado pero me quedé a
8
cargarme algunos, al día siguiente el
sol tapatío dijo que yo era cómplice del
ataque al templo.
—Aquel día desaparecieron algunas
reliquias.
—Probablemente fueron saqueadores.
Con la tasa actual de desempleo sobran
en esta ciudad.
Otros enmascarados que afortunadamente
ya no rondan nuestras calles
son los Moxxys, en una enferma parodia
del Guasón estos travestis atacaron con
explosivos numerosas iglesias y centros
en pro de la familia natural. Afortunadamente
después de un operativo en el
templo expiatorio esta banda finalmente
ha sido desmantelada.
El presidente municipal era consciente
de su agenda, pero no quería perder
la oportunidad de hablar con aquel fragmento
de su pasado.
—Era patético, los policías estaban
tan ocupados haciendo redadas en bares
gay y librerías feministas, que un
cretino con disfraz de rana asaltaba un
banco por semana y jamás lo atraparon.
—¿Cómo se llamaba el infeliz?
—Capitán Batracio —ambos soltaron
la carcajada.
—¿Cómo fue qué terminó todo esto?
—Enrique se levantó, había una junta
con la cámara de comercio en veinte
minutos—. Yo me divertía de lo lindo.
—Sombra Plateada… Su nombre
real era Laura Sánchez, estaba embarazada…
Su novio saboteó el Jetpack
para hacerla estallar.
—La ley de reglamentos tradicionales
los hubiera obligado a casarse —Enrique
se había quedado en la puerta de
su camioneta.
—Busqué al infeliz, lo rebané con la
katana, después de eso me entregué a
la policía y no he hecho nada bien desde
entonces.
—Es solo una mala racha, Humberto.
Mira, voy a mandarte recoger, en mi casa
te darás un baño y hay alguna ropa extra
que te puede quedar. Todos lo hemos
superado de una forma o de otra, solo
necesitas una segunda oportunidad.
—Maté a mucha gente, Enrique.
—Y pagaste por tus crímenes. La mayoría
eran Moxxys, esos maniacos querpian volar
la ciudad. Te irá bien, la gente no te pide la
carta de policía si estás usando traje.
Sandoval miró a sus zapatos, no había
tenido otros desde que salió de prisión.
—Un traje es igual que una máscara,
no me hace mejor persona.
—Tampoco soy una buena persona, pagué
mi campaña con lo del centro joyero.
—¡Pues qué demonios! Me vendrá
bien un baño y un cambio de ropa.
No puedo dejar de insistir, mientras
justicieros enmascarados como El Esperpento
ronden las calles de nuestra
amada ciudad, seguirán apareciendo
criminales teatrales como el Condor de
Fuego y la banda de los Moxxys. Sin importar
los atracos y actos terroristas que
este ente enmascarado haya prevenido,
no habrá orden en nuestras calles hasta
qué este vigilante se entregue.
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ATRÁS DEL
VIEJO ZAGUÁN
Por Hina Finck
Sebastián era muy feo. Uno de sus
ojos era danzante, bailador, no
podía controlarlo; en realidad a
mí, niña de siete años, me daba horror.
Sebastián vendía plumeros, se la pasaba
todo el día caminando calles y más
calles: «Plumeros… plumeriiiiitos… plumeroootes…»
gritaba su mercancía y al
mes siguiente, volvía a pasar por mi calle.
Eran plumeros con plumas de verdad,
unos tenían pintadas las plumas
de colores atractivos, otros nada más
así, con el color auténtico que la naturaleza
le había dado al pavo o a la gallina
o quizás a la paloma.
Cuando Sebastián terminaba su recorrido,
por mi colonia, tocaba a mi
puerta; yo miraba su vestimenta: Pantalón
flojo, de mezclilla, con peto; una
camisola a cuadros rojos; unos guantes
de carnaza para poder cargar calles y
calles aquellos pesados plumeros. Mirando
su vestimenta disimulaba para
no mirar su ojo bailador.
—¿Está tu papá? —Sebastián me
preguntaba.
—Sí… y ya sabe usted que puede dejar
sus plumeros atrás del zaguán. ¡Pásele!
Sin atreverme a mirar aquel ojo bailante,
porque era yo una niñita miedosa,
lo dejaba pasar para que acomodara
su mercancía y al día siguiente,
tempranito, pasara por ella para que
siguiera en sus caminares, gritando su
mercancía, por otras colonias.
Miré aquellos plumeros recargados
en la esquina de la pared, atrás del viejo
zaguán… quedé paralizada, tal parecía
que esos enormes plumeros tuvieran
ojos y también eran bailantes, imitadores
del ojo izquierdo de Sebastián, su
fabricante y vendedor. Las plumas eran
de cuervos o quizá de algún otro pajarraco
graznador, enorme. El olor de
aquellas plumas era… nauseabundo.
¿O eran plumas de pavo? eran de pavo
las plumas de los plumeros grandotes
esos que sacudían los techos, las lámparas
puestas a colgar y los cuadros recargados,
luciendo en paredes altas; eran de
pavo porque tenían círculos de colores
grises y negros, círculos que miraban…
eran ojos renegridos que de miradas me
saturaban; eran esas plumas que los pavos
tienen en sus colas esponjadas.
Se vinieron encima de mí todos los
plumeros llenos de ojos bailantes…
grité y… ya no grité… ya no pude gritar
porque sí, eran ojos, eran pavorosos
ojos saltones de una ave renegrida, redondos,
brillantes, húmedos… me miraban
con insistencia, yo no podía dejar
de mirarlos. Los ojos lagrimeaban y me
caían las gotas gordas en la cara, pegajosas
lágrimas de ojos de ave desplumada…
de todas las aves que habían
muerto para que las cosas pudieran ser
sacudidas, liberadas de los polvos de
los tiempos; graznaban unas y piaban
otras, y más cacareaban al son de los
ojos bailantes que en mí se encimaban.
Al principio grité, pero luego ya no, porque
en mi garganta estaban muchas
plumas, como de pollos muertos, las
ánimas de los pollos ponían sus plumas
en mi garganta, la saturaban con
plumas de miedo, de pánico… por eso
no gritaba porque los ojos me miraban
lacrimosos pidiendo compasión.
Todos los plumereros desplumaban
a las aves, para que en las casas
no hubiera polvo, para eso las aves se
morían, metidas en agua caliente despidiendo
olores nauseabundos.
Toda pluma tiene ojos, cada pluma
tiene como cien ojos y todos los tengo
encima, llorando sobre mí, sus llantos
engomados, pestilentes. Porque algu-
11
nos plumeros se desplumaron, se desbarataron
y las plumas revoloteando
se metieron hasta mi garganta y no me
dejan respirar; también se colocaron en
mi nariz y sólo su olor entra en mí; el aire
me queda lejos, no logro meterlo en mí.
Fue ahí, detrás del viejo zaguán en
donde todos los plumeros me arrinconaron
y mirándome insistentemente se me
echaron encima, me decían: «Somos las
ánimas de los pájaros desplumados». De
repente, sacaron sus picos, sacaron sus
garras, me comenzaron a desgarrar. Mi
garganta estaba seca, saturada con plumas
tan secas como las hojas del otoño;
poco a poco se me fue la respiración… a
veces jalaba aire, un poquito, luego ya
sólo un entrecortado respiro.
Los plumeros tienen varas y con ellas
me encerraron en este sarcófago en éste
féretro con barras hechas de carrizos, pegamento
y plumas. No pude salir de él
porque mi cuerpo se desmayó, mi cuerpo
ya desplomado en el piso se quedó. Ya
no pude patear, ya no pude manotear.
Dicen algunas gentes, que morí de
miedo, porque el pánico transmuta la
vida en muerte.
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LAS
LLORONAS
Por José Luis Torres
La primera vez que vi una llorona fue
un viernes. Era de noche. Fui con
Chisco a buscar escarabajos al panteón
que estaba junto al río. Mi abuelita
decía que se roban a los niños desobedientes,
pero lo hacía para espantarme.
Con mi caja de zapatos bajo el brazo
buscamos alimañas para venderlas
a la hora del re-creo, pero sólo encontramos
lombrices y una araña patona.
Chisco me dijo que era mejor separarnos
y él se fue por un lado y yo por el
otro. Y en esas andábamos, cuando escuché
unos lamentos.
Sin hacer ruido caminé despacito por
donde entierran a los niños. Ahí, junto
a una tumba adornada con angelitos
de yeso, se me apareció, la llorona. Ni
siquiera me dio miedo. Te-nía pelo de
niña, cuerpo de niña y cara de niña. Su
vestido era blanco, con holanes y lis-tones,
como los de primera comunión. De
un lado estaba limpio, del otro tenía
manchas de tierra y lodo.
—¿Por qué lloras?
—Tiré todas mis muñecas al río.
—¿Por qué? —volví a preguntar y me
quedé esperando la respuesta.
Escuché los chiflidos de Chisco. La
niña no paraba de llorar y para no quedarme
solo en el panteón empecé a dar
pasos cortitos, caminando hacia atrás.
Me daba lástima dejarla sola, llore y llore.
Hacía frío, me levanté el cuello de la
camisa y cuando se sentó en la orilla de
una tumba y se abrazó las piernas, me
eché a correr.
Le conté a Chisco y cuando fuimos a
verla, ya no estaba. Solamente se oía
su llanto, pero apenitas, como si se hubiera
ido muy lejos.
Años más tarde volví a encontrármela.
Yo trabajaba en una funeraria capturando
nombres en una computadora.
Esa noche estaba aburrido y cansado,
pero contento, porque después de cinco
años me habían subido el salario,
apenas una miseria, pero suficiente
para abrir una cuenta de ahorros.
Pensé en invitar a mis compañeros
a compartir mi aumento, pero decidí
ahorrarme al gasto y fui solo al café,
acompañado de un libro que había
comprado de oferta.
No quería pasarme la vida trabajando
y mientras me servían el café
comencé a calcular el tiempo en que
lograría reunir el capital necesario
para retirarme. Escribí números y los
multipliqué por un factor de interés
compuesto, hasta que escuché unos
sollozos que rompieron mi cavilación
matemática. El llanto me resultó conocido.
Una hermosa chica lloraba
desconsoladamente.
—¿Por qué lloras?
—No me quiero casar, me gusta la
danza.
—¿Por qué? —volví a preguntar y me
quedé esperando la respuesta.
La chica estaba embarazada, pero
supongo que no quería tener hijos, que
su madre insistía en casarla y su padre
soñaba con un par de nietos. Nunca
dejó de llorar.
Pagué la cuenta. Fui al sanitario y
cuando regresé ya no estaba.
Me hice viejo. Ascendí en la funeraria.
Era una ciudad pequeña y todas las
defunciones pasaban por mis manos.
Cuando registré la muerte de Chisco, mi
único amigo, me enteré que su madre
murió durante el parto y fue enterrada en
la fosa común. Chisco buscaba su tumba,
simulando buscar escarabajos. Lloré.
Con el paso de los años fui acumulando
todos mis sueldos y me olvidé de
gastarlos. Me bastaba una ligera comida,
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un café y un buen libro para pasar el día.
Me fumaba un cigarro después de la comida
y otro al terminar mis lecturas.
Las tardes en el café y los domingos
encerrado en mi cuarto eran mi mayor
deleite. Las mujeres llegaban y se retiraban.
Ninguna logró permanecer lo
suficiente para extrañarla. Sin amigos,
iba de la oficina a la casa y de la casa
a la oficina.
El café se hizo ruidoso e intolerable.
Prefería vagar por los callejones en busca
de silencios. Los anduve de un lado a
otro, todas las noches, sin faltar una sola,
de ida y vuelta, siempre la misma ruta.
Animal de costumbres, amoldé las
baldosas a mis pasos y mis pasos a los
ecos de la noche, hasta que una noche
alguien caminó detrás de mí, copiándome
los pasos. Era la misma mujer de
mi infancia y adolescencia.
—¿Por qué lloras?
—Estoy muy sola.
—¿Por qué? —pregunté y me quedé
esperando la respuesta.
La socorrí y pasó la noche en un sillón
de la casa. No era fácil posponer
una lectura, pero era bueno tener con
quien conversar.
—Sólo voy a escuchar, lo que usted
quiera contarme.
Guardó silencio y sólo pude observarla.
Parecía añosa. Era apenas una
mujer madura, venida a menos. La reconocí,
pese a las huellas de la miseria
que deformaban su rostro. Temblaba.
Busqué un abrigo que no usaba y cuando
regresé el sillón estaba vacío. Cerré
la ventana, aseguré la puerta, apagué
la luz y volví a guardar el viejo abrigo.
El día de mi jubilación compré una
botella de vino, cigarros y un queso
maduro. Celebré la culminación de
mi proyecto, tal como lo había concebido
y esa noche leí, bebí y fumé hasta
quedar completamente satisfecho
y ebrio.
Por la mañana salí a leer los periódicos
en el estanquillo de la esquina.
Mi amigo me dejaba hojearlos con la
condición de devolverlos sin arrugas ni
hojas descompuestas. Leí el obituario y
las esquelas que durante años yo mismo
envié a los periódicos.
Después fui al jardín a ver pasar la
vida. En las tardes me encerraba con
mis lecturas. Esa era mi vida. Cada día
treinta acudía al banco a cobrar una
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pensión que se fue acumulan-do a los
demás ahorros. Me hice rico con la fórmula
de no gastar, invertir y reinvertir
la casi totalidad de mis ingresos. El
gerente me asesoraba y un día me convenció
de com-prarme un auto y me cedió
a su chofer, un viejo solitario, muy
cuidadoso, con experiencia y pocas aspiraciones
económicas. Lo contraté y
por las noches dábamos largos paseos
por las calles olvidadas.
En vísperas de Navidad fuimos al Zócalo
a ver la iluminación. Hacía frío y a
pesar de la llovizna la gente transitaba
sobre las banquetas y las calles. Le pedí
al chofer que se estacionara y bajé a caminar.
Pasé frente a Palacio Nacional y
al llegar a la esquina de la Catedral, me
encontré a una mujer.
—¿Por qué llora?
La invité a tomar una taza de café.
—Mis hijos… —habló poco y apenas si
probó un bocado.
—Los abandoné. Los mayores se fueron…
los chicos los regalé.
—¿Por qué? —pregunté y me quedé
esperando la respuesta.
Fui a desahogar la dolorosa vejiga y
cuando volví, ya había desaparecido.
Una tarde, después de la siesta, mis
piernas ya no respondieron. El chofer,
cansado de esperarme con el auto limpio
y el motor encendido, me encontró
arrastrándome cerca de la puerta. Con
ayuda de los vecinos me acomodó en el
asiento trasero. Me colocó los cinturones
de seguridad, cerró la puerta y preguntó:
—¿A dónde lo llevo?
Desde el segundo piso del periférico
la ciudad se veía distinta. Los edificios
se encendieron y los faros de los autos
tiritaban de frío en los ríos de luces que
iban y venían, cruzando la ciudad de
un lado a otro.
En las esquinas, los espectros de la
noche lanzaban humo, pedían limosna
o lavaban pa-rabrisas, antes de refugiarse
en sus coladeras. Solamente la
llorona seguía caminando en la oscuridad
buscando niños perdidos.
Mi abuelita tenía razón; desde aquella
vez que me escapé al panteón a buscar
escarabajos, no he dejado de escuchar
voces de mujeres que lloran por sus hijos,
tan arrepentidas, que daría mi fortuna
por ser el hijo de una de ellas.
Las lloronas a nadie espantan, no dan
miedo, apenas dan un poco de lástima.
17
LAS FIGURAS
DE REPETICIÓN
Por Maximiano Revilla
Las figuras de Repetición son desde
ayer un mundo constante, un mundo
vivo, un mundo que no se detiene
ni se calla nunca. No, no se calla ni tan
siquiera cuando se desborda al nacer
nuestro amor al día, a las puertas del
retiro del parque de las adolescencias.
Parlanchinas, juguetonas después de los
martinis agitados de éste y otros mundos,
donde a su vez se alinean en alguna
de sus variantes o formas que lo repiten
18
todo. Cuando la sonrisa es un tic nervioso
obligado a reconocer que nunca deja
de hablar o guardar silencio, cuando sus
ritmos no se acuestan hasta pasadas
las seis, es cuando mejor se representan,
cuando mejor crean, gota a gota un
arroyo, idea tras idea, un rio; la lluvia y el
sonido de esa lluvia sobre el asfalto, el
destino de una y otra caricia o beso que
parece en ocasiones abofetearnos, para
luego, resbalar como ofrenda litúrgica
Imagen tomada de:
The Lay of the Last Minstrel. By Sir Walter Scott. With notes and a chronological summary of his life
Sir Walter Scott, 1887. Chatto & Windus
hasta conseguir que los rostros se sonrojen,
justo en ese momento en que estos
comienzan a marcarse de arrugas. Temblorosos
labios dándose besos como
saludo, cuando, tras cumplir las bodas
de oro, el uno con flores, visita en la habitación
del hospital al otro esperando
pasen las nubes, y a la luz del arco iris los
atiendan, al día siguiente en casa.
Las figuras de repetición; en un día y
otro día, aún a pesar de las diferencias
horarias, vienen a ser como encontrarnos,
a la misma distancia en la escalera,
a ese vecino que obligatoriamente por
la rutina se saluda con la misma expresión
y el mismo pensamiento abierto
de las festividades, como si hace tan
solo un par de latidos, por el simple
color de los felpudos, no hubiésemos
llegado casi a las manos. Las repeticiones,
partidarias por su violencia de no
ir nunca en autobús, tienen como las
19
alas expuestas en las vitrinas del ser
humano, reservados los distintos calibres
y los asientos de pasillo o ventanilla
correspondiente.
«Repetición es también el nombre
genérico y científico que se da a esa
figura que se crea cuando en un escrito
abundan los mismos sonidos»,
las mismas palabras, los mismos versos,
los mismos silencios, las mismas
complicidades.
Las figuras de repetición, son la luz
de otro día que tal vez llegue y nos
traiga los mismos desatinos. Como
entreacto de las horas, la misma agitación
en los colores que no se quisieron
quedar dentro, la misma cafeína que
nos despierta cada mañana.
Cuando te levantas, ¡menos mal,
conmigo! y apenas se quiebra el aire
que a los dos nos roza, en la desazón de
la entrevela, bailan los mismos sonidos
en las mismas palabras repetidas. Ayer,
hoy y mañana, las mismas canciones
de aniversario: apaga el despertador…,
corre las persianas…, no digas que no
te quiero…, quita el café cuando suba…,
abre el balcón para que respire la casa…
No me ves, no me ves, no me ves: anda
bobo ven y dame un beso como ayer, de
buena mañana.
Las figuras de repetición siempre son
constantes, tanto para el alivio como
para la desazón, para la tortura o la absolución,
para la inquietud o la calma.
Matan o reviven para poder así unificar
el poema, para darlo forma y ritmo, para
santificarlo o crucificarlo. A un disparo
le sigue otro disparo y una piedra al cristal
de los charcos de la vida y luz de un
rojo constante y griterío y voces nerviosas
y sirenas y llanto y llanto de funeral o
nacimiento. Latidos, que acompasados
se detienen un instante, para luego ser y
volver a ser con mucha más intensidad
los reyes del pueblo protagonista.
Primero la madera, por supuesto,
luego el hierro y el acero, después la
carne y al final todas las ascuas del
pensamiento por decir, ese que conduce
irremisiblemente a no mostrar el
desatino, ni la muerte, ni tan siquiera
el cortejo de negro repetido. El poeta,
nació después de muchísimo esfuerzo
20
para reorganizarlo otra vez, casi todo.
Sí, la vida diaria está compuesta de repeticiones,
ir y volver a ir sin pensar a la
vida, aunque la misma vida, que suerte,
nunca en mi se repita.
Las figuras de repetición viven como
los besos y las caricias; enganchadas al
recuerdo de unos juegos de niño que
nos emocionan, que nos llevan a la noche
para tras el sueño, abrirse y mostrarnos
todo su esplendor en el nuevo
día. También es verdad que a muchos
niños, les da miedo la noche y toda su
mágica inventiva.
Lo que proporciona a la repetición su
carácter novedoso, es lo mismo que lo
que la pone en duda: el hecho de que lo
que repite, es algo que ya ha sido: un color
kilométrico, un beso con cincuenta
años cumplidos, una sonrisa que no tiene
por qué tener historia, una situación
determinada, que siempre niña nos sorprende
y nos llena de misterio. Sí, cuando
no se ve y sólo se oye repetida una y
otra vez la misma voz, surge la sorpresa
en la mente del que escucha, aparece la
imagen abstracta del momento agradable
o desagradable, un objeto desmaterializado
que despierta una vibración en
la conciencia capaz de situarnos donde
más le interese al poeta, en el mismo
vértice del abismo, junto al espectro de
la repetición que nos despierta.
El empleo de la palabra repetida,
conduce no sólo al desarrollo del sonido
interior, sino a descubrir otras
insospechadas cualidades espirituales
de la palabra misma. Sístoles y diástoles
consiguiendo olvidar a cada paso el
sentido real y el abstracto de los escaparates,
el objeto que se designa, para
descubrir el puro sonido de las etiquetas
con sus precios, de la palabra que
despierta una serie de vibraciones en
el corazón, en el bolsillo y en la cabeza
Como hombres deseosos de vivir en
nuestro Mini Cooper, cada centímetro
de estatura que tenemos, intentamos
siempre repetir los mejores instantes
del pasado y sobre todo, si ese pasado
fue hace un momento contigo en la
cama frente a la Ría de Noia, aun con
mayor motivo. Repetir hasta saciar o
llenar de recuerdos toda una vida.
21
22
EL GRAN
FANTASMA
Por Juss Kadar
El chico apagó el televisor y se quedó
en el salón en completo silencio.
La luz tenue, casi a oscuras, envolvía
la habitación son sigilo.
Eran más de las doce de la noche,
fuera, la nieve y el frío hacían acto de
presencia.
El sólo llevaba una simple bata y
unas zapatillas, pero no tenía frío.
Escuchó su respiración e incluso el
latir de su corazón, ningún sonido más
llegaba a sus canales auditivos.
Se mojó los labios y tragó saliva
cuando, tras un momento allí sentado,
comenzó a notar una leve brisa que no
sabía de dónde provenía, pues estaba
todo cerrado a cal y canto
De repente, un fuerte golpe detrás de él
le hizo dar un pequeño brinco en el sofá.
Las pupilas del muchacho se dilataron
y su pulso comenzó a acelerarse.
Otro ruido. Esta vez era el sonido
de una voz que se lamentaba en tono
amenazante. Se escuchaba como con
carraspeó y algo apagada. Trató de
poner atención en la frase que estaba
pronunciando aquella psicofonía. Distinguió
su nombre entre palabras sin
sentido.
La silla de madera que tenía a su lado
comenzó a moverse, despacio. Se elevó
unos centímetros y con un movimiento
violento se estampó contra la pared.
El chico se mostraba impasible ante
todos esos fenómenos paranormales.
Lo que a otro le hubiera provocado un
ataque de ansiedad a él le daba igual.
Sabía que la casa de su tía estaba
encantada. Se habían mudado de allí
a toda velocidad cuando comenzaron
a ocurrir cosas. Les era imposible venderla
por las dimensiones y el lugar.
El chico les ofreció un pequeño beneficio
por ella y sus tíos aceptaron sin
pensarlo.
Aquello no le aterrorizaba, ni le angustiaba...
Él tenía miedo de otra cosa
aún peor que notar presencias.
Cogió su teléfono móvil y borró el
último contacto que le quedaba en la
agenda. Su último amigo, otra decepción
y otra traición.
Había ido perdiendo a sus amigos
poco a poco, la mayoría por traiciones
o por desidia.
Sus padres vivían en otro país y apenas
tenían contacto.
Le habían echado del trabajo.
No tenía internet para conectar con
el mundo.
Ahora estaba en una situación en la
que la soledad le acechaba en cada esquina
y eso si le daba miedo.
Una lágrima bajó por su mejilla muriendo
en sus labios.
Al cabo de unos días, en aquella casa
encantada, el móvil de nuestro protagonista
recibió una llamada...
En la pantalla se reflejo el texto «Llamada
pérdida».
23
24
EMPEZAR UNA
NUEVA VIDA
Por Nestor Quadri
El anciano era uno de los enfermos
que estaba internado en el sanatorio
con la mirada perdida, balbuceando
palabras incoherentes. Cuando
lo fue a visitar su nieto, el médico le comentó
que si seguía así, su vida se dirigía
hacia un camino sin retorno. Pero él
en realidad había ido a verlo por otro
motivo, dado que le importaba muy
poco su salud.
Había considerado que era el momento
de aprovechar la oportunidad
para comenzar una nueva vida
y tomó sin ser visto las llaves de la
casa que su abuelo tenía guardadas
en un bolso junto a su cama. Ya estaba
anocheciendo cuando se dirigió a
la desvencijada casa frente al parque
donde vivía, con el fin de sustraerle el
dinero que sabía que tenía escondido.
Como estaba abandonada y sin luz
interior, buscó entre las penumbras
el lugar que intuía y encontró con una
alegría inmensa un maletín oculto en
un hueco de la pared, detrás de un
mueble.
Era una suma considerable y pensaba
con ella pagar todas sus deudas
de juego y empezar una nueva vida,
donde no existieran esas amenazas de
muerte que permanentemente lo rondaban.
Miró el fajo de dinero y estimó
que deberían ser más de treinta mil dólares.
Al salir de la casa con el maletín
en la mano se sentía contento, tenía
veinticinco años y estaba por cumplir
los veintiséis y ya estaba listo para iniciar
una nueva etapa de su vida.
Al atravesar el parque caminando
lo inquietó la oscuridad de la noche y
tuvo la impresión de que aquella era
una jungla, en la que los mafiosos del
juego se agrupaban en las ramas de
los árboles como fieras dispuestas a
saltar sobre su presa. Al cruzar la autopista
que lo circundaba, estaba ansioso
por poder acceder a su pequeño
departamento ubicado en el centro
de la Ciudad, que había prestado a un
amigo hasta la medianoche para una
aventura amorosa.
Mientras allá arriba el circular de los
automóviles retumbaba en sus oídos,
tenso y expectante con todo ese dinero
en el maletín, se dirigió caminando
rápidamente por una calle lateral tenuemente
iluminada, hasta que desembocó
en un parque de diversiones.
Entonces se paró en la vereda mirando
las luces que resplandecían y para hacer
tiempo decidió entrar en él, donde
había numerosas personas con chicos
en los juegos mecánicos y diversos
entretenimientos.
Fue allí que se paró para observar
a un hombre viejo, alto y delgado con
una túnica negra, que subió a una plataforma
rodeada por muchas personas.
El viejo colocó su sombrero en el suelo
para las donaciones, sacó un reloj de
su bolsillo y con una voz fuerte de barítono,
señalándolo directamente a él, le
dijo de pronto a los presentes:
―Si hay un Dios, le doy sesenta segundos
para que mate a ese señor que
esta parado allí atrás sosteniendo ese
maletín ―al escuchar esas palabras
quedó estupefacto y paralizado, sin
poder atinar a nada, mientras sentía
las miradas punzantes de todas las personas
cuyos rostros se habían vuelto
hacia él. En medio del silencio sólo se
escuchaba el tic-tac del reloj, mientras
el viejo contemplaba el cielo estrellado
con las manos en alto.
Cuando pasó el minuto, el viejo guardó
el reloj pausadamente y le dijo a todos
los presentes mirándolo a él:
25
―Con eso se acaba el mito del Dios todopoderoso
―fue en ese momento que
recién comenzó a reaccionar, entre el murmullo
de admiración de la gente y el ruido
de las monedas que caían en el sombrero.
Mientras el viejo lo miraba sonriente,
se retiró enfurecido de allí, pensado
que había sido un estúpido al
dejarse usar de esa manera y por otra
parte, que era muy fácil poder engañar
a la gente inocente de la Ciudad.
Siguió caminando por la calle hasta
que finalmente llegó al centro, entre
muchas personas que circulaban
apretujadas envueltas en luces de vidrieras
y marquesinas.
De pronto al divisar un cine, le pareció
una buena idea entrar para descansar
de la caminata y esperar tranquilo
hasta la medianoche. La sala estaba vacía
y contemplando las filas de asientos
pegados al piso, se sentó en una butaca
cerca del pasillo. Mientras esperaba el
inicio de la función, sintió que entraron
varias personas más que se sentaron en
los asientos de atrás, hasta que finalmente
las luces se fueron apagando lentamente
y el sonido comenzó a elevarse
cuando se inició el noticiero.
Después de un tiempo que comenzó
la película, sintió que alguien se
sentaba en la butaca lateral a la suya.
Cuando lo miró quedo completamente
sorprendidos al ver que era el mismo
viejo que había visto en el parque de
diversiones, quien al instante le puso el
brazo sobre el respaldo de su asiento.
―Entrégame el maletín ―le dijo mientras
sus dedos se crispaban sobre un
revólver que apoyaba sobre su espalda.
Entonces, sintió una furia ciega que
brotaba de su interior. Una marea
que nacía de lo más íntimo de su ser
y que lo arrastraba hacia las negras
profundidades de ese abismo insondable
en el que estaba sumergida su
vida. Los segundos pasaban y estaba
decidido a resistirse antes de entregar
aquello que iba a cambiar el destino
de su vida.
Ya estaba por proferir un grito para
alertar a la gente que estaba mirando
la película, cuando el brazo armado se
tensó, y se oyeron dos disparos que poblaron
la sala de extraños ecos. Luego el
viejo tomó el maletín y desapareció rápidamente
del cine.
Una mancha de sangre fue creciendo
alimentada por cada uno de los orificios
que tenía en la espalda y que le producían
un intenso ardor. Semiinconsciente,
lo sorprendió el sabor salobre de una
lágrima que rodó por su mejilla y fue a
caer en la comisura de su boca.
Lentamente su cuerpo fue cayendo
de la butaca hacia adelante y la máscara
de la muerte que había comenzado a
grabarse en su rostro, fue lo primero que
notó el acomodador del cine cuando llegó
corriendo con su linterna en la mano.
26
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28
VIAJE A LA
ISLA SIN NOMBRE
Por José Luis Najenson
Contra todas las prevenciones, incluso
la de mi adivina, María Egipcíaca,
viajé a Estambul. Soy adicto a horóscopos
y augurios, y ella es experta en el tarot
de Mizraim, nombre bíblico de Egipto.
—No vayas a Estambul —me dijo— porque
correrás un gran peligro.
—Pero tú me habías prometido que
allí encontraría a la mujer más bella
del mundo, y que ella haría el amor
conmigo —le respondí.
—Cierto es, pero ambas cosas están
íntimamente ligadas. Y en esta última tirada
de cartas he visto signos desfavorables:
la sombra del Mendigo sobre el Caballero
Andante, que es tu figura astral.
—¿El riesgo es mortal?
—Casi seguro que sí.
—¿Y la mujer?
—Única, no hay otra como ella sobre
la faz de la Tierra.
—¿Cómo podré hallarla?
—¿Vas a ir, a pesar de todo?
—Desde luego, de otro modo no la
volveré a ver, ¿o sí?
—No. Pero me temo que te costará la vida.
—Me juego a ese «casi seguro» al que
aludiste antes, como a una tabla de
salvación.
—¿Y si no resulta?
—Pagaré el precio.
—En ese caso no me queda más remedio
que revelarte cómo encontrarla.
Lástima, eres mi mejor cliente y te he
cobrado estima.
—¿Podrás ayudarme desde aquí?
—Ni siquiera eso. No se trata de ningún
hechizo o mal de ojo. Sólo puedo darte
un consejo: no te adentres en el mar.
—¿Dónde es?
—En las Islas del Príncipe, en el Mar
de Mármara. Hay una nueva, diminuta
islita, que ha surgido hace poco y aún
carece de nombre…
Obstinadamente, llegué en barco
hasta Estambul, y de allí me trasladé
a la isla en un bote de pesca, desde un
embarcadero inconspicuo cercano a la
Torre Gálata. No había nada más que
tiendas precarias alzadas por los contrabandistas.
La mujer apareció de improviso,
cual si hubiera surgido de las
mismas olas o de la niebla, y me lanzó
una mirada frontal, como flecha en
busca de su blanco. Era ella, sin duda,
la fémina más hermosa que jamás había
visto, la que aguardaba en la trama
de mis pasos acechando el momento
preciso, gestora implacable de mi destino.
Sus ojos verdes y enormes, marinos,
ocupaban gran parte de su rostro;
la cabellera roja, flamígera, brillaba
con luz propia, aun en medio de la niebla.
Una leve túnica enmarcaba sus
opulentos pechos y muslos; el delta oscuro
del sexo se veía nítidamente, por
su andar ondulante y el bamboleo de
sus piernas, como si nadara en el aire.
No necesitaba hablar. Le bastó tocarme
para que yo la siguiera como un perro
o un esclavo. Me llevó al otro lado
de la isla donde no había tiendas y se
acostó en la playa renacida, despojándose
de la túnica. Así me recibió, como
una nueva Eva a un Adán desprevenido.
Su lujuria era sólo equiparable a su
belleza.Montado en su grupa cabalgué,
sin darme cuenta, hacia el mar. Su pálida
piel se confundía con la espuma. Al
besarle el cuello por última vez, divisé
sus branquias brillando en la noche súbita
como un collar de raras perlas. Su
sinuoso cuerpo se cubrió de escamas
verdinegras, mimetizándose con las
aguas.
Cuando perdía pie recordé la advertencia
de Miriam, la Egipcíaca, pero ya
era demasiado tarde.
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DRÁCULA:
CARLOS FUENTES Y
JOSÉ EMILIO PACHECO
Por Raúl Reyes Aguilar
Uno de los personajes tan perturbadores
cuanto interesantes de
la literatura en general, ya no
sólo de la de terror o de la fantástica,
es indudablemente el vampiro, y en específico
el vampiro de Stoker. Cuando
Abraham «Bram» Stoker (1847-1912)
publicó Drácula (1897), seguramente
jamás concibió el impacto que su terrorífico
personaje tendría más allá de
los círculos literarios. Impacto surgido
30
en el siglo XX e indudablemente coadyuvado
en gran medida por el cine. Si
bien Nosferatu (1922) de F.W. Murnau
no es la cinta que inaugura el tema
del vampirismo en el celuloide, sí es
la primera adaptación cuasi fiel de la
obra del irlandés y la que «canonizará»
al vampiro dentro del cine de terror.
Pero es con Drácula (1931) de Tod
Browning, cuyo protagonista es el húngaro
Bela Lugosi, que se forja no sólo
la figura aristocrática y seductora del
conde de Transilvania, sino también la
que acentúa las características de este
personaje en el imaginario colectivo;
irónicamente fue la imagen cinematográfica
de Drácula mas no la literaria,
pese a basarse aquélla en ésta, la que
se perpetuó en la mente de las personas.
Empero toda esta apropiación del
vampiro, principalmente en el campo
del celuloide y en uno que otro pésimo
libro, ha provocado una serie de malinterpretaciones
y sesgos que conducen
a la descomposición y la traición de la
leyenda del «muerto-vivo». No obstante,
en la buena literatura se continúa
valorando a este personaje sin la tendencia
y la presunción de crear un original
vampiro, que no es lo mismo que
el vampiro original.
En las letras mexicanas, la figura de
este ser también se trabajó, acaso más
31
en relatos cortos que en novelas. José
Emilio Pacheco (1939-2014) es uno de
los que se atrevió a revivir al vampiro
en plena Ciudad de México con el cuento
«No perdura», perteneciente al libro
La cabeza de medusa y otros cuentos
marginales (1959). Por su parte, Carlos
Fuentes (1928-2012) con Vlad (2010) se
arriesga a ir más allá: opta por la novela.
El personaje en el texto de Fuentes
es un vampiro más ligado a lo literario,
pero a lo literario de Stoker. Desde su
nombre Vladimir Radu, apocopado a
Vlad 1 , y aunado a su origen centroeuropeo
(Balcanes) y su título nobiliario que
ostenta, ya vislumbramos con antelación
cómo será el retrato y la historia del
monstruo. En Pacheco, debido al tema
fílmico en el cual gira el relato, pareciera
que el personaje se halla mucho más
cercano a una imagen vampírica del
cine, un vampiro cinematográfico. Sin
embargo, la intertextualidad existe en
el relato de J. E. P, podemos inferir la
presencia de Drácula, aunque no esté
tan explícito como en la novela de Carlos
Fuentes; pues ésta se halla principalmente
en un pequeño elemento: la
geografía. Pacheco alude a la región de
Cárpatos. ¡Región de los Balcanes!
En Vlad la presencia de nombres judeocristianos
de los personajes (Asunción,
Magdalena y la sirvienta Candelaria)
plantea un enfrentamiento entre
el bien y el mal (lucha de poderes); en
«No perdura» lo que hallamos no es una
disputa teológica sino una querella
entre conocimiento e ignorancia que
también se traduciría en escepticismo
y superstición. En Drácula estas dos
dicotomías están presentes: el Bien/el
Mal y Conocimiento/Ignorancia. La figura
del neerlandés y doctor Abraham
Van Helsing es la más representativa e
32
inequívoca de esto, pues en ella confluyen
y se entremezclan dos de los cuatro
conceptos en disputa.
Como hemos notado con este breve
análisis en esto dos autores mexicanos,
es casi imposible al hablar, y todavía
peor, al escribir sobre vampiros
no retornar a la obra de Bram Stoker,
por más que uno se pretenda alejar de
él, por alguna extraña razón, como un
imán que atrae, regresamos en mayor
o en menor medida a Drácula. La huella
del irlandés ha llegado a profundidades
insospechables. Sin embargo, a pesar
de todas las referencias de Drácula con
las que nos podemos tropezar no sólo
en estas obras sino con las de otras
latitudes, siempre habrá un pequeño
elemento, por más diminuto que sea,
que no seguirá seduciendo del vampiro.
Asimismo estos autores mexicanos nos
muestran que el tema del vampirismo
puede seguir las pautas de lo gótico,
como se ve en Carlos Fuentes, o ir un
paso más allá, hacia lo fantástico 2 como
sucede en José Emilio Pacheco, ¡claro,
con ciertas salvedades! Pero lo más sobresaliente
en ambos que es nunca se
alejan del mito original.
1
Recordemos que Bram Stoker se basó en la figura
de Vlad Tapes, conocido como el empalador, para delinear
ciertas características del famoso conde. Fuentes
en el capítulo XII desarrolla toda una historia ficticia
sobre la vida y muerte y transformación de Vlad.
2
Debido al espacio la definición entre conceptos de
fantástico, sobrenatural, maravilloso, etc., se debió
suprimir. Para estas cuestiones ver Teorías hispanoamericanas
de la literatura fantástica (ed.) José Miguel
Sardiña y, la debatible mas nunca insoslayable, Introducción
a la literatura fantástica de Tzvetan Todorov.
33
34
LA MUERTE
DE FLORINDO
GONZALEZ
Por Jorge Ortega Muñiz
Florindo González era muy macho.
Nacido en los Altos de Jalisco, desde
niños había aprendido todas las
artes del charro y a manejar la pistola
antes que caminar. Sus discusiones
siempre acababan a golpes y todos los
días regresaba a casa con sangre en su
ropa de alguien con quien había tenido
un desencuentro.
Decían que se parecía al famoso Gabino
Barreda, fundador de la Escuela
Nacional Preparatoria, quien además,
por todos los pueblos por los que se
paseaba, se la tenían sentenciada, por
tener hijos por donde quiera. Igual que
Gabino, le gustaba pagar los mariachis
y a veces a raíz andaba.
En lo que se distinguían era en el
nombre. Gabino, Eleuterio, Anaxágoras
imponen. Son apelativos que comandan
respeto. Bastaba que alguien
mentara a Gabino en la cantina, para
que la conversación se detuviera, porque
querían escuchar las noticias de
este valiente revolucionario.
El día que Florindo se dio cuenta de
su desventaja fue en Atotonilco.
En una cantina, se encontró con Manolo
Velázquez, quien estando simplemente
de visita en el bello pueblo, no
sabía que había un juramento de odio
entre familias. Florencio se acercó a la
barra y comenzó a enviar indirectas,
bastante agresivas.
El cantinero, dejó la botella de don Nacho
en la barra y prudentemente se alejó.
Los otros provincianos decidieron retirarse
hasta un lugar seguro, ya que el
ambiente se estaba acercando al del
infierno. Llegó el momento en que el
alteño dijo:
—Vamos dándonos un tirito como los
meritos machos.
Manolo Velázquez lo observó y viendo
que no tenía alternativa, le preguntó su
nombre, «para poder avisarle a la viuda».
—Florindo González, pa’ servirle.
—En serio, que nos vamos a dar de
balazos.
—¡Florindo González!
—¿Florencio?
—No, Florindo.
—¿Cómo te dicen de cariño? ¿Flor o
Lindo?
Para entonces los demás comensales
ya estaban riéndose.
—¿Qué? ¿Le vamos dando? —le preguntó
a Velázquez.
—No podría golpearte ni con el pétalo
de una flor… —dijo burlón y se regresó
a la barra a seguir tomando.
Florindo se quedó parado, escuchando
los murmullos y las risas a sus espaldas.
Sin saberlo, Manolo lo había matado.
Salió del pueblo pálido, sin fijar la mirada
en nada. Su caballo tomó su propio rumbo.
A los tres días apareció muerto en el
campo. Al parecer, de pura vergüenza.
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36
LA PUJA
GANADORA
Por Esher Domínguez Soto
Nueva York. Julio, 1934
Abrió la puerta del bar y echó un
vistazo. Un hombre moreno acodado
en la barra hacía dibujos con la
espuma de su cerveza. Dos banquetas
más allá, un pelirrojo, joven y pecoso,
medio derrengado en su asiento, seguía
los vuelos rasantes de una mosca que
iba desde la cerveza del moreno hasta
la ventana haciendo una parada en las
palas del ventilador del techo. Y desde
allí volvía a la cerveza como si no pudiera
dejar de hacer lo mismo una y otra
vez. La mujer retrocedió unos pasos y
comprobó el letrero con el nombre del
bar. Sí, aquí era donde había quedado
con el desconocido. Ella habría escogido
un lugar con menos mugre pero, tal
vez fuera el sitio ideal para no llamar la
atención. Era un asesino a sueldo y sabía
de todos estos detalles más que ella.
Entró y se sentó a una mesa del fondo.
El barman acudió, solícito.
—¿Qué va a ser, señora?
—Una soda, gracias.
El pelirrojo bebía con ahínco. Tal vez
estuviera recuperando el tiempo perdido
durante la prohibición, cuando
tenías que agenciarte la bebida y evitar,
al mismo tiempo, problemas con la ley.
El caso es que aquel hombre estaba ya
bastante borracho. Hablaba a trompicones
aunque nadie le hacía ni puñetero
caso. Es el sino de los borrachos.
Hablar para el aire. Una voz masculina
sonó a su espalda.
—¿Hace mucho que esperas, guapa?
Se giró. Un hombre alto, fuerte aunque
no gordo, labios carnosos, ojos
bastante juntos pegados a una nariz
aguileña y gesto despectivo la observaba.
Había algo en su mirada que la
hizo sentir incómoda. Parecía traspasarla,
ver debajo de su ropa. Se pasó la
lengua por los labios, como si saboreara
lo que veía. O sea, a ella.
—¿Qué? ¿Le gusta lo que ve? —preguntó
con ironía. Él movió la cabeza
afirmativamente.
—Las mujeres deberían ser como los
circuitos de carreras, con curvas y peligrosas
—sentenció. Luego movió la cabeza
una vez más. Se sentó y el camarero
le trajo un whisky. No necesitó pedirlo.
Era un cliente—. ¿Un cigarrillo? —le puso
delante una pitillera abollada y ella se
sirvió. Le dio fuego, encendió otro para
él y entró en materia, sin perder ni un segundo—.
¿Qué quiere de mí? Por teléfono
la cosa no me quedó del todo clara.
—Me gustaría convertirme en viuda...
Había esperado un gesto de sorpresa
o de rechazo. Pero ni lo uno ni lo otro.
Se quedó mirándola mientras fumaba
en silencio.
—Lugar, fecha y hora más apropiados
—era evidente que iba al grano.
—¿No deberíamos ir a un sitio más…
discreto? —estaba a punto de decir, íntimo,
pero se contuvo. No quería que la
malinterpretase.
—Este sitio es como mi casa. Todos
saben a qué me dedico y nadie se irá
de la lengua.
—Bien. Me gustaría que fuese cuanto
antes. El lugar y la hora los dejo a su
elección.
—Veo que tiene prisa por librarse
del… problema.
—La viudedad es un estado que puede
llegar a ser muy cómodo —soltó una
bocanada de humo que se mezcló con
el del cigarrillo de él—. Supongo que no
le parecerá mal —él le lanzó una mirada
algo torcida.
—Las mujeres buscan un segundo
hombre que las ayude a librarse del primero.
Y, a veces, incluso, a acompañar-
37
las en su reencontrada soledad. Unos lo
hacen por amor. Yo por dinero. Supongo
que no eso no la escandalizará —ella
sonrió y negó con la cabeza—. Deme un
nombre y una dirección y yo me encargaré
de todo.
Ella le pasó un papel. Él lo leyó, hizo
un gesto de asentimiento y se levantó.
—La acompaño hasta la salida.
Salieron. El borracho pelirrojo seguía
farfullando ante la indiferencia general.
El moreno aún no había terminado la
cerveza caliente y la mosca iba de un
lado para otro siguiendo su propia rutina.
El barman los saludó con un gesto
desganado. Llegaron hasta su coche.
Él le espetó:
—Son tres mil dólares. Mil ahora y el
resto cuando acabe el trabajo —ella
asintió y sacó un sobre del bolso.
—Aquí están. ¿Cuándo piensa hacer el
trabajo?
—Yo iré a verla cuando todo haya pasado.
Tenga el dinero listo.
—¿Lo hará pronto, verdad? —preguntó
con voz acariciadora. Ahora no era la
mujer práctica que hablaba de negocios.
En segundos se había transformado en
un animalito cariñoso y dulce al que
apetecía obedecer y acariciar. Bueno, y
otras cosas. Pero él no quiso entrar en
su juego. Podía ser muy arriesgado.
—Tranquila. Mi lema es satisfacer al
cliente. Casi estoy por añadirlo a mis
tarjetas de visita.
—Esperaré su llamada.
Él abrió la puerta del coche. Era un
asesino pero eso no impedía que supiera
comportarse como un caballero. Sobre
todo si la dama merecía la pena. El coche
se alejó y él sacó el papel que ella acababa
de darle. Rebuscó en un bolsillo interior
de la americana y sacó un segundo papel.
Comprobó los nombres y las direcciones y
sonrió. Nunca había asistido a una subasta
pero estaba seguro de saber dirigir una.
Volvió al bar. Necesitaba un trago que lo
ayudara a pulir los detalles.
Llamó a la puerta de la habitación del
hotel. Ella le abrió. Estaba radiante. Lo
dejó pasar y se acercó a la mesilla de noche
para coger el bolso. Sacó un sobre
con los dos mil dólares y se los ofreció.
—¿Todo en regla? —se interesó. El disparo
la cogió totalmente por sorpresa.
Se cayó sobre un silloncito y lo miró con
una mueca de dolor en el rostro—. ¿Por
qué? —acertó a balbucear.
—Su marido me pagó el doble si cambiaba
de víctima —explicó—. Ya conoce
mi lema: la satisfacción del cliente por
encima de todo. Estoy por añadirlo a
mis tarjetas de visita —se encogió de
hombros—. Lo siento, guapa.
Salió de la habitación con sentimientos
encontrados, Malo lo de la chica.
Pero el sobre con los dos mil dólares
que acababa de coger de entre sus dedos
agarrotados y los otros cuatro mil
que iba a cobrar de su viudo le endulzarían
mucho el mal sabor de boca de
le había dejado este trabajo.
38
39
40
VIDA
DE CAMPO
Por Paola Tena
El Abuelo está loco». Lo repite Hermano
cada jornada antes de acostarnos,
después de haber oído sus
historias. Hoy ha sido un día duro. Al
desmalezar el terreno, tirando de los
hierbajos secos, casi sentía que estaba
arrancándole a la tierra un esqueleto
viejo que se resistía a dejarse ir, que
jalaba huesos secos que se quebraban
entre mis manos; luego apilar en
un montón todos esos despojos de la
vida que un día contuvieron para que
terminen de secarse y podamos cubrir
con ellos el campo, y así evitar que la
humedad se vaya para que broten
las nuevas plantas. Lo viejo alimenta
y cuida a lo nuevo, una y otra vez, en
un ciclo, como una rueda dentada que
encaja en los engranes de otra y giran y
giran, en perpetuo movimiento.
Padre, Hermano y yo aramos la tierra
desnuda. Creo que debe oler a algo, este
polvo ocre que se levanta al caminar.
Todo tiene un olor, ¿no? Pero soy incapaz
de notarlo. «Me incomoda la ropa»,
protesta Hermano, como todos los días.
Hermano siempre se queja de algo, y
aunque es el mayor de nosotros, no lo
aparenta. «Cuando quieras te desnudas
y vienes al campo en pelotas, a ver qué
te pasa», le contestó Padre muy serio. Yo
me aguanto la risa, y cuando no puedo
más suelto una carcajada. Hermano me
mira y entrecierra los ojos. Quizá piensa
que me la gané esta vez y que al volver a
casa ya veremos.
Sin embargo tiene razón Hermano,
esta ropa es tan incómoda para trabajar…
pero no debo ser malagradecido.
Madre se pasó horas cosiéndola para
nosotros, apenas viendo la punta brillante
de la aguja que entra y sale, entra
y sale, una y otra vez atravesando
la tela iluminada por la luz sorda de la
lámpara de grasa. «¡Del cochino todo
se aprovecha!», le gusta repetir a Abuela
cada vez que la encendemos, y ríe
su sonrisa desdentada mientras mete
los dedos entre sus enormes trenzas.
Abuela es así, alegre; por eso me gusta
besarle su carita de niña cuando volvemos
de trabajar.
A veces casi envidio a Madre y Hermana,
que no tienen que aguantar las quejas
y cuidan de los animales. Hermana
es concienzuda: mantiene limpio el gallinero
y revisa que no haya ningún agujero;
eso sería fatal, las gallinas se morirían
de inmediato. A veces deja que las
gallinas coman de sus manos y ríe con
ellas cuando cree que nadie la ve; ella es
dulce a su manera pero tiene que ocultarlo.
La vida en el campo es dura y no te
deja tiempo para ternuras. «Abuelo está
loco», repite Hermano, sabiendo que lo
oí la primera vez, pero no puede aguantarse
las ganas de lanzar aguijonazos. A
veces, cuando tengo la guardia baja me
pregunto si tendrá razón y Abuelo realmente
está loco. Cuenta unas historias
formidables, pero no importa qué tan
fantásticas sean, lo que me preocupa
es que se las cree realmente. Cree a pie
juntillas lo que le cuenta a Hermanita de
los animales magníficos, esos que volaban
por el cielo, con plumas de colores,
o esos otros tan grandes que se les podía
echar una casita encima y llevaban
gente sobre el lomo de un lugar a otro.
Los únicos animales que Hermanita conoce,
que todos conocemos, son las gallinas,
los cochinos y la vaca. Padre dice
que no hace falta más. Y sigue labrando,
labrando sin descanso jalando el arado,
dejando caer las semillas de maíz desde
su mano llena de callos.
A Hermanita no se le permiten las
fantasías más que a la hora de acostar-
41
se. Madre la educa en casa, porque es
pequeña y débil y salir podría hacerle
mucho daño. Me da no sé qué verla
concentrada, sacando la lengua, leyendo
del libro, peinada de raya en medio.
«Mucho cuidado con estropearlo», le
repite Madre cada tarde antes de empezar.
Y es que es el único que tenemos.
Creo que era de Abuela. Con él
se aprende de todo, cuándo cultivar el
maíz, cuándo ordeñar, cuál es el modo
correcto de vestirse. Lo único que no
enseña el libro es cómo sanar a nuestra
vaca cuando está enferma.
La vaca vive en el granero, protegida.
Madre se encarga de ordeñarla y
no permite que nadie le ayude. Entra
ella, y solo ella, cargando las dos cacharras
de leche, y luego se oyen un
pum, la puerta, y trac, la tranca, para
encerrarse en el granero y que no podamos
espiarla. Por lo general somos
muy respetuosos de las órdenes que
nos da Madre, pero a veces no podemos
aguantar la curiosidad. Un día,
Hermano perforó un agujero en la pared
del granero. Hay días en que la vaca
se pone enferma. Madre sale enfadada,
la única ocasión en que pierde los estribos
y se deja ver así. «La vaca no funciona»,
grita madre cuando entra en la
casa hecha una furia y Hermanita suelta
una risa, «no funciona, no funciona»,
empieza a cantar como una tonta. «Cállate,
no repitas eso», le dice Hermano,
y ella deja de reírse, coge el libro y hace
como que lee.
«Abuelo está loco», repite Hermano,
por enésima vez. Estará loco, pienso yo,
pero sabe curar a la vaca. Se mete en
el granero, cargando la caja, su caja, y
algo hace dentro que la vaca da leche
42
otra vez y muge como siempre. «¿Es
un médico, Abuelo?», le pregunto a Padre.
«Algo así», me responde, y luego
se queda callado y sigue cerrando los
surcos con la azada, enterrando las semillas
de maíz. Aquella vez, Hermano
se ganó una zurra por curioso, pero el
agujero que hizo ahí se quedó; un día
no aguanté más la curiosidad y acerqué
un ojo. Vi en la semioscuridad a
Abuelo, que levantaba una tapa del
lomo de la vaca como si fuera una puerta
pequeñita; irradiaba una luz verdosa
y él trajinaba dentro de ella haciendo
ese ruido de clin-clan clin-clan. Al día
siguiente, desayunamos nata untada
en pan de maíz.
Hermano entra en la casa al terminar
la jornada, y mientras se desata las botas,
levanta la cara y cuando me mira
dice: «el Abuelo está loco». Él sabe bien
que no lo oigo, porque no se ha quitado
el casco antirradiación, pero le da igual.
Y yo lo ignoro, y sigo atento las palabras
de Abuelo, contando que nuestros
ancestros montaban en máquinas
que surcaban el cielo, que la gente se
comunicaba a larga distancia y que
había una especie de magia llamada
electricidad. Que cuando la gente se
enfermaba bebía unos polvos especiales
y se curaba sin más. Que esta tierra
marrón, nuestra tierra, estaba repleta
de plantas diversas, no sólo matas de
maíz, como ahora. Y que incluso había
flores de colores brillantes. Hermanita
se ríe y le dice a Abuelo que quiere una,
pero ninguno de nosotros sabe muy
bien qué son. Sí, pienso, puede que sea
verdad. Quizá Abuelo está loco, pero
solo él sabe curar a la vaca. Lo que sea
que esto signifique.
43
44
CRÓNICAS
ANTROPOLÓGICAS
PRESENTA:
LA CANCIÓN LITERARIA
Una entrevista
por José Luis Vázquez
Hace muchos años, en las entrañas
del Distrito Federal, surgió un
colectivo de «poetas y locochones»
que se denominaban «Rupestres».
Ellos, con sus guitarras de palo, voces
aguardentosas y versos cargados de
metáforas, ocuparon un vacío en la
escena artística de la ciudad al desenmarañar
temas que tanto los foráneos,
como la población, vivían en su
día a día. La popularidad y aceptación
de este movimiento fue creciendo de
manera exponencial hasta la muerte
de Rockdrigo González (considerado el
profeta del nopal) aquel fatídico diecinueve
de septiembre. Grandes compositores,
músicos e intérpretes formaron
parte de las filas de este colectivo, la
mayoría de estos siguen activos en el
medio artístico.
Hoy por hoy muchas personas recordamos
su trayectoria. Por ejemplo
aquellos conciertos en el tianguis del
Chopo apoyados por la escritora Ángeles
Mastretta y el muralista Arnold Belkin;
cabe destacar que gracias a este
movimiento se terminaron de gestar
nuevos géneros como el Rock urbano
y el canto nuevo. Sin embargo, aquí es
donde surge una gran interrogante: ¿El
movimiento rupestre sigue vigente? Y
no, no hablo de aquellos fundadores
del movimiento que aún trabajan en
sus proyectos, más bien hablo sobre
las nuevas generaciones.
Rockdrigo definía a los rupestres
como artistas sencillos y sin ningún
tipo de pretensión. Para él no importaba
si sus voces eran dulces o su imagen
era la ideal, ellos solo necesitaban
la poca o mucha voz que tuvieran y su
instrumento para difundir sus ideas.
Basándome en esta descripción decidí
encontrar a estos nuevos rupestres,
aquellos que encajaran en la descripción
que Rockdrigo dejó plasmada en
su manifiesto, aquellos que aún tuvieran
el valor para dar a conocer sus ideas
por verdadero amor al arte; sin tapujos
ni estereotipos; sin pretensiones ni intereses
difusos. Pero, ¿Dónde buscar a
estos nuevos rupestres? Por supuesto
en Internet, pues es un semillero de
nuevos artistas que, en cualquier disciplina,
buscan compartir todo aquello
que tienen que decir.
Mi búsqueda no me llevó muy lejos.
Comencé a leer rumores sobre
un cantautor poblano llamado Cesar
Alejandro Olvera, empeñado a convertir
libro en canciones; Alicia en el país
de las maravillas, El perfume, Drácula,
Aura, incluso Don Quijote de la Mancha
se encuentran reflejadas en el proyecto
de este cantautor, que tan solo con
su guitarra y su voz busca dar un nuevo
aire a estos clásicos de la literatura
mundial. Pero… ¿Libros convertidos
en canciones? Poco a poco profundicé
más en su trabajo y, causándome intriga,
sin dudarlo decidí contactarlo.
Fue sencillo entablar comunicación
con este cantautor a través de las redes
sociales, conversé con él sobre su propuesta
musical y amablemente aceptó
entrevistarse conmigo. Rápido me dirigí
a la central de autobuses para, después
de desayunar una guajolota y un
champurrado, tomar el primer autobús
hacia la ciudad de Puebla.
Para conocer un más a fondo su trabajo
y hacer ameno el trayecto de dos
horas (que por el tráfico se pueden
convertir en tres) entre el Distrito y la
ciudad de Puebla, guardé en mi iPod
todas las canciones que pude. Hasta
este momento, este cantautor con diez
años de carrera artística ha grabado
45
46
cuatro proyectos desde el año 2004,
pero aquel que cautivó mi atención y
me tenía montado en la parte trasera
de un autobús económico es «Canción
Literaria»: un proyecto muy atractivo
que consta de tres volúmenes. Es muy
agradable que, valiéndose de su guitarra,
su voz y una mezcla de ritmos
como el blues, trova, rock y folk transmite
de una manera diferente todas las
ideas y emociones de cada uno de los
libros que las canciones representan.
Temas como Alicia y el sombrerero, El
principito y la flor, Aura y Desdémona,
por citar algunos, dibujan claramente
la idea principal que sus autores
pretendían transmitir de una manera
fresca y única, incitando a la lectura de
estos clásicos.
Una vez que el autobús arribó a la
CAPU mi primer pensamiento sobre
esta parada en mi búsqueda de los nuevos
rupestres fue: ¿Sería acaso Cesar
uno de ellos? Así que, sin vacilar, compré
dos cajas de camotes surtidos y caminé
al primer sitio de taxis que encontré.
Llegar al lugar de la cita fue relativamente
sencillo, solo con dar la dirección
al primer taxista que encontré fue
suficiente para dar con aquella cafetería
del centro de la ciudad de Puebla,
rodeado por exquisitas Iglesias decoradas
con colores brillantes, una alameda
llena de gente que probablemente
paseaba en plan de turista, o se dirigía
a su trabajo habitual.
Cesar me esperaba en una de las
mesas de la cafetería, me acerqué a saludar
y disculparme por el retraso que
traía a cuestas, el no hizo mención al
respecto y me invitó a sentarme. Pasaron
algunos minutos de charla amena,
cuando le comenté sobre mis intenciones
al entrevistarme con él, saqué del
olsillo de mi chaqueta una grabadora
de mano, encendí un cigarrillo y comencé
con la entrevista:
—Cuéntame, Cesar, ¿Cómo y cuándo
comenzaste a componer?
—¿Cómo? Pues como Dios, la escuela
y la calle, me daban a entender.
¿Cuándo? En la prepa, mi abuelo me
visitaba y tocaba música clásica en mi
casa, mis vecinos universitarios tocaban
rock, Rockdrigo
principalmente con
la de el asalariado
y algo de Haragán
con aquella de se le
hizo fácil; Chava Flores
y otras rolas que
iba aprendiendo de
amigos, Silvio se me
metió también, yo
diría que demasiado.
—¿Cuál es tu motivación para hacerlo?
—Comencé a tocar en los bares o peñas
a mis dieciocho, creo que fue antes
pero diremos que a los dieciocho, y
tocaba en el Realengo, atrasito de los
sapos donde se presentaba Carlos Arellano
—comentó haciendo una pausa
para tomar de su café—, pero recuerdo
que lo conocí antes a él. Yo trabajaba
de «guardarropa mesero» en un barecito
con mi hermano y el gerente me
escuchó tocar la guitarra, me dijo «vamos
a traer a Carlos Arellano y tú vas
a abrir». Mis motivos para componer
fueron en muy buena influencia por el
shaman o gurú espiritual Carlitos. Desde
que lo conocí nos hicimos amigos y
hasta la fecha, apenas me invitó a hacer
pan a su casa, dice que es una labor
de andar rescatando a los cantautores
para que vean que la vida está cabrona
—dijo soltando una ligera carcajada—, y
eso está muy chido.
Mi canción favorita es la
que le haya arañado al público
en una noche. Es hermoso
saber que anda uno
solitario pero que somos
hartos los solitarios y nos
vamos en bola cantando
—¿En qué te inspiras al componer
una canción?
—He tratado de que no todas mis canciones
sean de amor; ya sabes, ese rollo
de «le compongo a todas mis novias», si
hace uno esto ya valió. En mis primeras
canciones le compuse a la sociedad con
Ave rapaz, a la misma canción con Torrente
y mi primera canción literaria con
El tentador tentado, las últimas mencionadas
ganadoras de
concursos, primero y
tercer lugar, y esas no
hablan de amor. Pero
es imposible no cantar
de amor, el punto
es cómo abordarlo.
—¿Qué te llevó desarrollar
Canción
Literaria?
—Papini fue el culpable
con su libro el Diablo. Como todos
los que conocen el trabajo de Papini,
sentí la necesidad de hacer algo con su
trabajo, así nació El tentador tentado,
que incluyo ahora en el volumen tres
de Canción Literaria. Imagina un Diablo
que tiene la oportunidad de regresar al
cielo por sentirse tentado debido a su
tristeza, escuchando a los ángeles cantar
como él lo ha hecho antes… Su historia
me atrapó y llevarla a la gente de Puebla
donde hay más iglesias que bibliotecas
y librerías juntas… uff, en qué tema
me metí… —exclamó con un ligero aire
de ironía. Un pueblo culto es un peligro
para el gobierno de cualquier tipo y llevar
canciones inspiradas en libros a mi
gente, es darles armas para que no nos
sigan, como dice Octavio Paz, chingando
en éste laberinto…
Cesar detuvo un momento la charla,
cantando un fragmento de su canción,
Comala:
47
—El párroco habla y la cruz desconcierta…
aquí en Comala la gente está
muerta… Caciques expropian a diestra
y siniestra… aquí en Comala la gente
está muerta…
—¿Cuál crees que sea el libro más significativo
para ti?
—El que voy leyendo… pero me
han marcado Los cuatro acuerdos de
Miguel Ruíz, y El laberinto de la soledad
de Octavio Paz; todos los de Juan
Rulfo y prácticamente los que me inflaman
el pecho son los que tienen
que ver con México. Tengo una cosa
pendiente con un disco dedicado a
autores mexicanos. Por lo mientras ya
hay canción de Carlos Fuentes, Aura;
Juan Rulfo, Comala; Víctor Arellano
Al demonio con la canción amor en
las rocas; y un compadrito coetáneo
de Guadalajara, Jorge Álvarez Lozano
con la canción Loreta del libro El maravilloso
y fantástico cirque du grotesque
de la señorita Loreta.
—De todas las canciones que conforman
Canción Literaria, ¿cuál es tu favorita?
—Mi canción favorita es la que le
haya arañado al público en una noche.
48
Es hermoso saber que anda uno solitario
pero que somos hartos los solitarios
y nos vamos en bola cantando.
—Ahora que hay cantautores que se
hacen llamar rupestres y dicen que
forman parte de un nuevo movimiento,
¿te considerarías parte del mismo?
—El movimiento rupestre siempre
existió con auge con los gurús que lo
conforman, siempre anduve atrapado
con las rolas del Rosas, Arellano,
el Meza, el Catana, Nina, el Nono, el
mastuerzo y tantos otros grandes. Lo
que si veo es que el jalón que se le está
haciendo está de poca, las nuevas generaciones
se van atrapando. ¿Qué si
me considero parte? Soy aprendiz de
aquellos callejeros, siempre jalé más
para éste lado de la rola y aunque hago
ritmos más diversos; me considero parte
por el simple hecho de que ellos me
dieron huequito en sus canciones al yo
incluir en el repertorio de batalla, sus
rolas y por supuesto la amistad que
llevo con algunos como el Nono, Carlos,
Carcará, Iván García, César Munguía,
José Luis Galindo, y otros tantos
que pueda olvidar pero que son bien
¿Quieres conocer
más del trabajo de
este cantautor?
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sociales como Cesar Alejandro
Olvera
importantes. Pero la verdadera generación
rupestre son esos grandes que todos
conocemos, los demás vamos naciendo
con su influencia proponiendo
otros rollos, pero que a fin de cuentas
es el mismo porque compartimos escenario,
amigos y hasta el pan y el vino.
—¿Y qué opinas de todo el trabajo que
han hecho y del movimiento original?
—Me voy haciendo cuate de cada uno
que conozco y eso es fabuloso, el movimiento
se hace cuando se compromete
la persona, se involucra con el otro y
nos tuteamos y conocemos si sale el sol
en su casa o arden las cortinas. El movimiento,
lo reitero, de los rupestres en
Puebla, lo vivo con Arellano y el Nono,
con Iván, Carcará, Munguía y otros tantos.
Lo que me late es que no está establecido
a ciencia cierta, aunque hay un
manifiesto rupestre pero, a lo que me
refiero es que nos vamos adueñando
de lo rupestre al oír y vivir los conciertos
y hacer canciones que tengan que
ver con los de la generación original.
Ando elaborando una canción en homenaje
al respecto y la he de corregir,
adivinen con quién —dijo con una sonrisa
de complicidad en su rostro.
La charla prosiguió por varios minutos
más. Había terminado mi café a la
par que exhalaba la última bocanada
de mi cigarrillo. Cesar se despidió amablemente,
el atardecer sucumbía a la
noche mientras los últimos rayos del
sol iluminaban el campanario de la catedral
de Puebla.
La noche había caído ya mientras,
después de comprar mi boleto de regreso,
esperaba el autobús en la terminal
comiéndome uno de los camotes
que había comprado. Esta entrevista
con Cesar había sido enriquecedora,
no cabe duda que su ideología y sus
canciones retoman aquellos viejos
ideales que el Profeta del Nopal y los
demás rupestres iniciaron; también
hay que destacar su gran compromiso
con la literatura al invitar, a través de
sus canciones, a que las personas desarrollen
ese pensamiento crítico y libre,
y a darse cuenta que los libros son
una interminable fuente de inspiración
para aquellos que deciden sumergirse
en ellos.
Minutos antes de subir al autobús
escuché dentro de una pequeña cafetería
de la terminal una canción que
llamó mi atención; la guitarra armonizaba
con gran perfección la melodía
que aquella juvenil voz expresaba. Me
levanté de mi asiento y me dirigí a la
cafetería, debía averiguar de quién era
la canción que escuchaba. Mi viaje apenas
comenzaba y al parecer todavía no
podría regresar al Distrito.
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50
EXTRAÑAS
CRIATURAS
Por Circe
Sus días en la superficie estaban
contados. Nunca creyó en esas historias
fantásticas de seres como
ella que nunca regresaron al mundo
abisal porque encontraron el amor en la
tierra y eso les redimía de su compromiso
de regresar, pero cuando Noel la encontró
aquella noche durmiendo en el
acantilado y la invitó a ir con él, lo creyó
posible. Ella lo siguió dejándose llevar
por sus ojos tiernos y nobles, le dejó
creer que lo necesitaba, le permitió cuidar
de ella como si él fuera lo único que
tenía en el mundo, y así fue en realidad.
La generosidad de aquel muchacho la
enterneció hasta la locura.
Noel vivía en una casa de pescadores
en una playa cercana a los acantilados
que fueron su refugio durante un tiempo.
Antes de decidirse a acercarse a ella,
llevaba tiempo observándola, viéndola
cobijarse entre los recodos de las rocas
para pasar las noches, al igual que ella,
escondida, lo había visto pasear por
aquel paraje abrupto y solitario.
Al principio, fueron meros seres pululando
el uno en torno al otro, dos seres
que se observan, que se acercan, se
alejan, tímidos, inseguros, expectantes,
pero conforme los días transcurrían, la
atracción se intensificaba, como la de
dos astros que confluyen en la misma
órbita momentos antes de colisionar.
Cuando el contacto del uno con el otro
fue inevitable y se dejaron arrastrar por
la intensa corriente de sus pasiones, por
fuerzas desconocidas hasta ahora sin pararse
a pensar hasta dónde les llevaría.
Noel manifestaba su adoración por
ella, un fervor que crecía y crecía llenándola
de felicidad, y no podía evitar
estremecerse ante aquellos ojos que
la miraban llenos de diminutos átomos
dorados, brillantes, chispeantes,
y temblar cuando, de aquellas manos
que la acariciaban, brotaba una sonora
electricidad, como risas de ángeles del
país de Liliput.
Ahora se preguntaba ¿qué había
cambiado entre ellos? ¿Cuándo? ¿Por
qué? Sentada sola en la oscuridad de
un cuarto, mientras esperaba oírlo entrar
por la puerta, una fuerza interior
descomponía los colores, dentro y fuera
de ella, y la devolvía a su verdadera
identidad, la de un ser sombrío y tenebroso,
a quien la luz del sol y el amor
de un humano habían dotado de una
belleza desconocida que ahora se desvanecía
segundo a segundo. La certeza
de su inevitable destino le provocaba
angustia y miedo, soledad, dolor, porque,
de alguna manera manera, después
de ese tiempo juntos, se sentía
ya parte del aquel mundo de luz y color.
Ella pertenecía a un estirpe de hembras
que necesitaban de los hombres
para perpetuarse como especie, ese
era, exclusivamente, su cometido en
tierra firme y una obligación que debían
cumplir, como hicieron todas las
demás antes de ella, al menos, una
vez en la vida, no debía olvidarlo. Para
acometer tal función, la naturaleza las
había dotado de esa cualidad mutante
y de ciertos dones para atraer a su regazo
a un ser humano que tuviera la
capacidad de satisfacerlas. Había sido
así desde los tiempos más remotos,
tal como relataban las leyendas que
se transmitían de generación a generación,
como aquella de Ulises al que,
sus marinos, ataron al mástil del barco
para así evitar sucumbir a los hechizantes
cantos de Parténope.
Tal vez Noel, al igual que los peces
de aquel acuario que visitaron juntos,
que giraban enloquecidos como si un
51
pez grande, con la boca abierta, los
persiguiera, sintió el peligro, intuyó al
monstruo que dormía a su lado, las
frías escamas que palpitaban bajo su
piel rosada, cálida y delicada; comenzó
a resistirse al indomable mundo salvaje
de los sentidos al que había sido
arrastrado y del que ella misma había
intentado huir pero al que su naturaleza
la condenaba sin remedio.
Era una noche oscura, sin luna, nadie
la vería partir. El acantilado en el
que Noel la encontró era un lugar suficientemente
apartado y solitario. Hubiera
sido más fácil y sosegado la playa,
entrar caminando en el agua y después
sumergirse, pero siempre había albergado
la fantasía de dar el salto, penetrar
de golpe en las aguas y no tener
tiempo de mirar atrás. Se desnudó, doblo
su ropa, no la necesitaría allí a donde
iba y la dejó entre las rocas, aquel
sería el primer lugar en el que Noel la
buscaría cuando le extrañara su ausencia,
allí la encontraría y comprendería
que se había marchado para siempre.
Sería su carta de despedida.
Se acercó hasta al mismo borde del
precipicio, y aunque el viento húmedo
y salado la empujaba tierra a dentro,
dio los primeros pasos hacia delante.
Se paró unos segundos, volvió la cabeza
para ver por última vez el mundo
que dejaba detrás. Las luces de una
ciudad pululaban en la oscuridad. Miró
el cielo lleno de estrellas y admiró, una
vez más, su belleza. El ruido de las olas
abajo, chocando con las rocas, la llamaba
y sus ojos, que comenzaban a
adaptarse a la oscuridad, podían distinguir
los saltos y escuchar las voces
de las criaturas marinas que habían
venido a recibirla y que la acompañarían
de vuelta. A la mañana siguiente
los habitantes de las casas cercanas
hablarían de los sonidos extraños que
provenían del mar. Pero antes de decidirse
a saltar, dio un paso atrás, se
había contaminado de algunas emociones
humanas como el miedo, el instinto
de huida ante una posible muerte,
y el vértigo cosquilleó en sus entrañas.
Su pie derecho sobresalió hacia el abismo,
nada lo sostenía, el corazón palpitaba
con fuerza y los ojos se llenaron de
lágrimas ¿lágrimas? Eran saladas como
el agua del mar, se extrañó. Pronunció
su nombre «Noel» y sonó dulce.
Entre sus dedos surgieron delicadas
membranas que acarició recordando
su tacto suave. La metamorfosis había
comenzado. Su fina y rosada piel comenzó
a llenarse de escamas azuladas
que la traspasaban con dolor, en sus
ojos crecía una amarillenta membrana
impermeable que le permitiría mantener
los ojos abiertos dentro del agua y
ver en la oscuridad, su cabello suave y
largo, en unos segundos, no sería más
que una aleta espinosa. Contuvo la
respiración casi hasta desfallecer para
que las branquias ocultas detrás de sus
orejas se abrieran como abanicos para
proporcionarle el oxígeno tan ansiado.
La separación de sus piernas comenzó
a difuminarse.
Tocó su vientre, allí guardaba el tesoro
que había venido a buscar, allí adentro,
dormidos, palpitaban los óvulos
fecundados que desovaría en algún rincón
oscuro del fondo del mar. Oyó voces
a lo lejos. Tenía que darse prisa. Saltó.
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54
TIEMPO
MUERTO
Por Hugo Casarrubias
El frio del muelle ya comenzaba a
golpear mi cuerpo a pesar de la gabardina
que portaba. Hace un par
de minutos me había fumado mi último
cigarrillo y en estos momentos de ansiedad
deseaba otro. A mi hija le molestaba
que fumara tanto pero los casos que
me reportaban en mi oficina me estresaban
de sobremanera; inhalar el humo
del tabaco me relajaba en mis tareas
diarias. No obstante mi nivel de estrés
en esos momentos se elevó considerablemente,
sentía mi cerebro como un
elevador poseído por los demonios del
remordimiento. Todo esto había sido
mi culpa, lo reconozco pues las relaciones
que establecía con «Los herreros»
habían sido con el fin de protegerme a
mí y a mi familia. Algo había salido mal,
un malentendido que no se pudo aclarar
en su momento. Me he convertido
en el verdugo de mi familia, de mi hija,
a quien adoro con toda mi alma, ahora
tendré que verla en el exilio.
Tenía una fama inequívoca en la comisaría.
El tiempo avanzaba rápidamente
y los eventos especiales de mi
hija me los perdía por impuntualidad…
o simplemente por darle prioridad a
mí trabajo. Todos sabían que mi falta
de tiempo era producto de apuestas y
burlas pero no me importaba. Mi trabajo
era serio y mi hija comprendía estas
faltas en su vida. Nunca creía que esta
irresponsabilidad me llevaría a catastróficas
consecuencias.
Tenía que quedarme muy quieto en
este paisaje de contenedores de metal.
Desolado como mi espíritu y distópico
como mi difuso futuro. A luz de la luna,
la mochila repleta de armas parecía
que guardaba la cabeza de alguien que
le había jugado sucio a «Los herreros».
Yo me sentía uno de los tantos asesinos
a sueldo que trabajan para ellos. Por
un momento me dio asco este pensamiento.
No era un asesino y mucho menos
deseaba serlo, solo soy un detective
que traicionó a los suyos a cambio
de protección y bienestar. Lo sé, una
persona como yo no merece la cárcel,
los cobardes no se hunden bajo cuatro
muros de concreto sino en las lenguas
llameantes del infierno.
Revisé mi reloj. Las 11:45 y ni una
señal de presencia humana. Paradójicamente
me sentía ansioso por la
impuntualidad de «Los herreros». Di
media vuelta y me encontré con las
tranquilas aguas del muelle. La luz de
la ciudad resplandecía en su negrura
y parecía tener vida ante las pequeñas
olas del mar. De pronto apareció una
garza y se postró sobre uno de los postes,
miró hacia el agua y parecía cazar
algo. Había visto su cena nadar en el
mar negro. Saltó mi corazón y pensé en
aquella idea de muerte, sentirte frágil e
indefenso ante la caza de alguien más
poderoso. Yo era ese pez que disfrutaba
del agua nocturna, seguro de mis
nados en el mar. Hasta que llega una
garza hambrienta que busca sacar de
su paz, de su seguridad, al que nada
con tranquilidad.
Un destello bastante luminoso me
distrajo. Venia de la entrada del muelle.
Di media vuelta y apreté con fuerza
las cintas de la mochila. No me había
percatado del peso de esta pues mi
brazo ya comenzaba menguar. Se trataba
de una camioneta, una Ford Panel,
probablemente del año 54 por la forma
alargada de la trompa. Su color negro
reflejaba como espejo el cielo estrellado.
Los faros me deslumbraron y la camioneta
se detuvo a un par de metros
de mi posición. El motor no se detuvo
55
pero escuché cuando la puerta se abrió.
Unas botas pesadas se dejaron escuchar
sobre el pavimento.
—¡Morales! —gritó y de inmediato reconocí
aquella voz, se trataba Hernán Mireles,
conocido entre las mafias y el centro
de inteligencia como «el fideo». Un hombre
astuto y mortífero con su Magnum 44.
Delgado, pálido y repleto de cicatrices en
el rostro este hombre era el que reclutaba
a los que hacían el trabajo sucio para
José Montoya, «el herrero».
—¡Si aquí estoy! ¡Donde está mi hija!
—grité y una gota de sudor frío recorrió
mi espalda.
—¡¿Dónde están las armas?!
—¡Aquí, pero primero quiero ver a mi
hija!
Por unos eternos segundos no hubo
respuesta más que el monótono ruido
del motor andando. Repentinamente
vi como algo atravesaba las luces de los
faros y caía deslizándose hasta mis pies.
Me incliné y me encontré con una fotografía
instantánea en blanco y negro: era
Elizabeth, amordazada y amarrada a un
árbol en medio de lo que parecía un bosque
o algún parque. Miré al reverso de la
imagen y me encontré con un pequeño
croquis acompañado de unos dígitos. Estos
marcaban 10:15. Mire de nueva cuenta
mi reloj y vi que ya eran las 11:58.
—¡Dame las armas y te daré el antídoto!
—gritó «el fideo».
—¡¿Cuál antídoto?! ¡¿De qué hablas?!
—grité y el graznido de la garza
me hizo voltear hacia ella. Al regresar
la mirada me encontré con el cañón
de la Magnum apuntándome directo
entre los ojos.
—Tienes poco tiempo, Morales. El
reloj avanza. Ya solo te quedan nueve
minutos.
—¿De qué hablas? ¿Qué le hicieron a
mi hija? —pregunté con cierta rabia. El
hombre jaló el martillo del arma con
una habilidad sobrenatural. Era un
maestro en su clase.
—Dame las armas o te encontraras
con tu hija en el más allá.
—Malditos sean. ¡Malditas ratas de alcantarilla!
¡Púdranse! —grité; me salió
desde lo más profundo de mi ser.
—Vaya que lo tenías reservado —hizo
una pausa y sonrió maliciosamente—.
Eres un buen hombre, Morales, pero no
muy inteligente. Sobre todo en cuestiones
de tiempo.
—¿Dónde está mi hija?
—Dame las armas o tu hija morirá.
No tuve elección. El hombre delgado
tenía toda la ventaja sobre mí. Le
di las armas y la maldita garza volvió
a graznar. «El fideo» tomó las armas y
con la mano que apretaba la Magnum
dejo caer una jeringa. Alzó la mochila y
corrió hacia la camioneta. Esta se alejó
rápidamente levantando humo sobre
56
el muelle mientras la luz de la luna la
escoltaba a la salida.
Levanté la jeringa y mire de nueva
cuenta la fotografía. Ver a mi princesa
atada a ese árbol me provocó una
enorme tristeza que se convertía en
rabia. De pronto unos truenos amenazantes
aparecieron en el cielo raso y
me di cuenta de lo mucho que estaba
perdiendo el tiempo. Miré el croquis y
me percaté de que se trataba del parque
que se encontraba cerca de la salida
hacia el muelle. Vi los dígitos y miré
mi reloj. Mi mente no lo había visto,
no lo había asimilado en el momento.
Mi hija había sido envenenada y
tenía el antídoto. Corrí hacia la salida
del muelle y la garza volvió a graznar,
pero esta vez levantó el vuelo y tomó
a su presa con una astucia admirable.
—Yo no seré ese pez —me dije mientras
corría y la lluvia golpeaba mi cara.
Llegué al parque en seis minutos. Ya
solo me quedaban dos para suministrarle
el antídoto a mi princesa. Entre
al parque y comencé a buscar el árbol
de la imagen. Un trueno cayó cerca de
un claro y por unos segundos iluminó
la copa de un imponente árbol a la
distancia. Algo me decía que esa era
ahí. Corrí con toda mi energía hacia
ese lugar. Esperaba abrazara mi hija y
suministrarle el antídoto lo más rápido
posible pero… había algo ahí que
no me esperaba. En el tronco del árbol
había un esqueleto amarrado. La carne
putrefacta aún estaba adherida a los
huesos. Un trueno cayó y aluzó los jirones
de ropa que portaba en vida. Vi
algo conocido, un trozo de tela de un
vestido floreado que mi hija se ponía
con frecuencia, el trozo se encontraba
adherido al fémur del esqueleto. Me
hinqué y lancé un grito al cielo lluvioso.
Mi cobardía y mi impuntualidad al
fin habían creado estragos mortales.
Jamás creí que mi egoísmo me llevaría
a esto. Fui devorado como la garza
al pez. En un acto de rabia hice añicos
la fotografía y me pique con la jeringa.
En mis brazos y en mi cuerpo. Deseaba
morir. Ya no quería vivir. La razón de
mi existencia había desaparecido y mi
paso por la tierra había llegado a su fin.
Y así fue.
Mi vista comenzó a nublarse. Mis
huesos comenzaron a dolerme. Mi piel
empezó a arder. Mi cabeza ejercía una
presión sobrenatural. Mi nariz comenzó
a sangrar junto con mis oídos… Y en
medio de aquellos árboles, frente al
esqueleto de mi hija, me tiré a la hierba
crecida y la lluvia aliviaba mi dolor
emocional. Una sombra se presentó en
mi visión y por la forma de su cabeza
enseguida determiné su paradero. Era
José Montoya «El herrero» quien reía
entre dientes mientras me veía morir.
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58
NOCHE DE
BRUJAS
Por Manuel Rodriguez
Llegaron a la presa «El Carrizo» convertidas
en grandes aves nocturnas…
sus siluetas dibujadas bajo
las sombras de los carrizos y reflejadas
en el agua por efecto de los rayos
de la luna me inspiraban a las hadas
preferidas en los cuentos de niños; las
primeras en llegar eran completamente
blancas como garzas gigantes, en
tanto las rezagadas en el vuelo tenían
las alas bordeadas de negro diferenciándose
en el tono que iba del claro
al oscuro profundo. Una a una se fueron
posando en el borde de la presa de
agua tranquila, serena y transparente,
en tanto sus alas iban desapareciendo
en su cuerpo mismo transformándose
en voluptuosas ninfas celestiales como
damas de la fresca noche, lanzándose
una a una en las aguas quietas de la
presa acuífera haciendo olas concéntricas
transformando su figura reflejada.
La noche serena y tranquila de plenilunio
me permitía atisbar desde entre el
follaje de las plantas de viravira a donde
me había trepado escondido y asustado
por la sorpresa que representaban en
mi camino al pueblo de la colina. En el
agua de la presa empezaron a cogerse
por las manos, recostando sus cuerpos,
haciendo olas con ellos, empezando
una danza sin fin, jugando a la ronda
alegremente como cisnes en un ballet
entre luces naturales; jugaban dando
pequeños saltos de alegría en tanto con
las manos sacaban el agua que se transformaba
en pequeñas gotas cristalinas
resbalando por sus cuerpos desnudos.
Era medianoche y la luna llena brillaba
intensa en un cielo sin nubes
empezando a descender desde el cénit,
cuando decidieron abandonar su
reunión y salir al borde de la presa empezando
otra vez a crecerle las alas; en
tanto unas a otras se acicalaban el plumaje
para volver a emprender su vuelo
nocturno luego del breve descanso,
desapareciendo en la distancia en la
tranquilidad de la noche entre luciérnagas
que prendían de tanto en tanto
sus luces por entre bichos nocturnos
que cantaban en las ciénegas cerca al
camino. Bajé del árbol haciendo uso
del tino juvenil, desafiando a los misterios
de la noche, y tomé el camino
cuesta arriba siguiendo mi destino con
dirección al pueblo de mis amores juveniles.
En el camino avanzaba recordando
mis clases de mitología y cuentos
griegos explicados con dedicación
por el director del colegio en el que
estudiaba, hablándonos de Demóstenes
en la Grecia antigua explicando del
equilibrio perfecto y la desnudez femenina,
resumiéndolo en una frase que ha
trascendido los siglos: «Nosotros tenemos
compañeras (hetairas) para la voluptuosidad
del alma y prostitutas para
la satisfacción de los sentidos; mujeres
legítimas para darnos hijos de nuestra
sangre y llenar nuestras casas…» En
tanto Ateneo, el famoso gramático griego
escribía en su momento sobre Friné:
«Era bella todo en aquello que no se ve»,
y lo era tanto que inspiró a Apeles para
su Afrodita Anadiomena, es decir; Afrodita
saliendo de las aguas.
Nuestro profesor resumía a Friné,
como una de «las señoritas de moral
elástica dedicadas al rubro artístico y a
la prostitución», difícilmente podía vérsele
en los baños públicos de la época
y solamente una vez, en la fiesta de los
misterios de Eleusis, se bañó desnuda
en el mar saliendo de entre las aguas a
la vista de todos los asistentes que se supone
inspiró al pintor que se encontraba
por ahí de pura casualidad. La misma
59
Friné sirvió de modelo al escultor Praxíteles,
el más famoso y cotizado de la
Grecia clásica quien la hizo su amante
pensando que con eso se ahorraba los
honorarios de la modelo; cuentan también
que el escultor quiso retribuir sus
«servicios» ofreciéndole como regalo
una de sus estatuas a libre elección. Friné
no sabía nada de esculturas, sin embargo
ideó una trama sobornando a un
esclavo para que ingresara al taller gritando:
¡Se incendia el taller! Praxíteles
exclamó: ¡Salven al Eros! Y así fue que
Friné se enteró cuál era la estatua más
valiosa, eligiendo a Eros.
Friné fue influenciada tanto que quiso
comparar su belleza a la de Afrodita, lo
que dio motivo a las autoridades griegas
que, al llegar a enterarse, la acusaron
de impiedad; en esos tiempos era
cosa seria y le podía costar una condena
a muerte. Praxíteles contrató a Hespérides,
famoso abogado y orador, para
defender a Friné ante los jueces sin conseguir
convencerles. Siendo un buen
observador notó que los jueces pedían
la cabeza de Friné, pero también ansiaban
con lascivia su cuerpo desnudo,
de ser posible viva; en consecuencia el
hábil abogado argumentó que sería un
crimen privar al mundo de una belleza
incomparable como la de su defendida
y ahí mismo le sacó la túnica de un tirón
entre gritos y aplausos de las tribunas
con miradas nostálgicas y soñadoras de
los ancianos jueces.
Era allá por los 300 A.C. y reafirma la
idea de que para una mujer muchas veces
basta con desnudarse para hacerse
famosa. Pensaba que Friné sin duda
hizo escuela de desnudez por muchos
siglos después… justamente la desnudez
que acaba de ver en la represa
al pie de la montaña, aquella noche de
luna llena en tanto por casualidad pasaba
con destino al pueblo de la colina.
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61
EL SÍNDROME
DE LA PÁGINA
EN BLANCO
Por Diana Ruiz
Y
de nuevo me encontraba frente a
aquella maldita página en blanco
que tantos quebraderos de cabeza
me había estado dando desde hacía
demasiado tiempo, ni podría precisar
cuánto. Maldita sea. La escritura ha
hecho mella en mi ánimo haciéndome
arisco con la sociedad, dando prioridad
a un folio y un bolígrafo rebosante
de tinta más que virgen antes que a
un plato de un buen puchero caliente,
62
amando mi soledad y los estados de
única presencia en mi despacho, en el
salón, en la cocina... en cualquier parte
de la casa con tal de poder escribir.
Todo me era imposible. Probé a meterme
en la bañera, en seco, ya sabe,
por eso de que el papel y el agua son
malos compañeros. Intenté mil y una,
y no de noches precisamente, sino de
posturas no fuera a ser que con una
determinada posición me viniera la
inspiración, recé a la diosa fortuna por
aquello de: por arte de birli y birloque,
lo consiguió. Pues ni por esas. Nada. Y
si vivía porque así debía cumplir con mi
destino, no por ello le voy a ocultar que
esa situación, enfermedad camuflada
en metáforas, semánticas y gramáticas
no me dejaba vivir. Cada día, cada minuto
de mi insulsa vida, se apoderaba
de mi debilidad vaciándome de unos
sentimientos que, más de una vez, confirmé
perdidos. Esa tortura deformó mi
personalidad y llegó incluso a dibujar
trazas de irremediable locura, quizás
transitoria, hacia todo lo que intentaba
hacer. Miraba la página con temor y
ella me observaba desafiante, con una
prepotencia que acosaba a mi pecho
haciéndolo incrementar su ritmo respiratorio
y cardíaco. En momentos, hiperventilaba
y la ansiedad se inyectaba
por mis venas como si de un opiáceo
63
se tratará, confundiendo mi realidad
y transportándome a un oscuro laberinto
sin su única salida. Estaba encerrado
en vida con una regia coraza que
impedía la inoculación de la más mínima
sensación. En mí ya no se hallaba
ni una huella, ni una reminiscencia de
una bella emoción que pudiera llegar a
plasmar en una página vacía. Y ahí me
encontraba yo. La página y yo. Esperando
su vestuario de letras que formaban
palabras y estas, a su vez, frases. Mis labios,
aun con disimulados movimientos
por aquello de obligarte a responder al
prójimo por educación, estaban cosidos
con hilo cardado en el más profundo
infierno, en cuyas calderas lo tiñeron
de ineptitud e ignorancia para mi pesar
y dolor. Y mi cerebro, calló. Enmudeció
sin previo aviso y de un día para otro.
Se apagó para dar paso a una «carta de
ajuste» grisácea e insonora que adormecía
mis neuronas sin necesidad de tanques
criogénicos. Si yo sentía algo era
frialdad mientras que una escrupulosa
necesidad afloraba de mi ser para llenarla
hasta los más recónditos huecos
de su leve blancura de ríos de tinta nacidos
de mi madre literata. Eso era totalmente
contradictorio pues mi cerebro
no funcionaba, no me daba la respuesta
ni la palabra adecuada para comenzar
un mísero microrrelato. ¡Qué menos
que un microrrelato!. ¡Y qué más!. Un
sufrimiento, una desesperada angustia
por no ser capaz de ser visitado por esa
musa imaginaria, esa pócima de creatividad.
Si me quedaba algo de cordura,
que, a estas alturas del partido, lo dudaba,
me estaba abandonando, envolviéndome
en una infinita soledad que,
con maldad, ahogaba el oxígeno de mis
64
pulmones. De pronto, y muy sutilmente,
comenzaron a formarse unos minúsculos
trazos grises en el ángulo superior izquierdo
de la reluciente página y sin que
yo hiciera el más mínimo movimiento
con mi bolígrafo, el cual, reposaba su
eterna siesta sobre mi mano. «¿Es que
no vas a empezar nunca? Vamos, decídete.
No tenemos todo el día», mostró la
página. Mi palidez, estoy seguro, se tuvo
que tornar en un marmóreo cadavérico
al ver aquello. Y las palabras, como
dardos hacia mi estupefacta mirada
sin parpadeo, prosiguieron su inquina:
«¡Que empieces de una vez! ¡Vamos! ¿No
crees que llevas demasiado tiempo sin
dar ni golpe? ¡Eres un zoquete! ¡Un lerda,
un cernícalo, obtuso perdido! ¿Qué
pretendes? ¿Quedarte ahí sentado toda
tu vida esperando que te lo den todo hecho
y tú no muevas un dedo? ¡Despierta
ahora mismo a tu bolígrafo y ponte
a trabajar, pedazo de…!» Pero ¿qué y
quién se habría creído aquella palabrería
para hablarme en dichos términos?
No podía permitir que nada y nadie
rasgara aún más, si cabe, mi ánimo, mi
autoestima, mi persona. Y sin regalarle
ni un ápice más de mi tiempo, y viendo
cómo la página se llenaba de descalificaciones,
insultos, groserías y similares,
con un suave movimiento de mi mano,
temerosa de enfrentarse a un destino
no escrito, hice que mi bolígrafo despertara
de su letargo, la tinta subía y bajaba
por el conducto del artefacto y, acercándole
hacia el punto final de aquella marabunta
de improperios, escribí: «FIN».
El microrrelato había terminado. Y con
ello la charlatanería, el shock psicológico
para un despertar de un síndrome de
página en blanco.
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66
EL ÚNICO
TESTIGO
Por Esteban R. Jiménez Bedoya
Cuando subí en el paradero de la
esquina Molino, a eso de las ocho
menos diez, la encontré en el ómnibus.
Tenía el cabello negro y largo
en una trenza que caía por su hombro
derecho hasta casi tocar la revista que
leía. Apenas si me dio una ojeada cuando
subí para luego hundirse de nuevo
en su lectura. Llevaba un vestido azul
cielo y un bolso blanco y grande. Podía
haber sido una Ruth, Ana o Sofía, pero
por una razón que ignoro, me pareció
que debía de llamarse Susana.
Si una calamidad doméstica hubiera
tenido lugar en su mañana, como que
el despertador se rebelara con alguna
mala función o que se tardaran en
atenderla mientras compraba su jugo
favorito en la tienda de la esquina, y
hubiese perdido la ruta F-35 a Rodas,
Los Puentes, San Tiburcio y Dolores,
nada malo habría pasado.
El viaje iba sin mayores sobresaltos.
A tiempo. En alguna parada de la avenida
Domingo, la pasajera malvada debió
subir al ómnibus. Creo que fue en la calle
de los bares, la Ramón, o quizá en la
maloliente esquina de Andes. La vi recorrer
el bus pasando revista, seleccionando
a su víctima; luego se acomodó
en lo más alto de la ventanilla contigua
a Susana. Era monstruoso ver como se
acicalaba, primero sus alas, luego las
patas. Dio un par de rondas sobre la
incauta Susana que, concentrada en su
lectura, ignoraba lo que sucedía.
Por un momento la creí salvada. La
perversa criatura se dirigió hacia la
puerta delantera en la parada de Colonias,
y cuando parecía disponerse a salir,
dio un giro violento y regresó en mi
dirección a toda velocidad. El susto me
fue suficiente para dar de bruces en el
suelo, maniobra que me valió las miradas
de sorpresa y burla de los ocupantes
del ómnibus, excepto la de Susana,
que parecía en un mundo distinto al
del resto de pasajeros. Desesperado intenté
encontrarla, descubrir una nueva
arremetida para ponerme a salvo. Tardé
un poco hasta verla en el botón rojo
del timbre, divertida, creo, de haberme
hecho saltar como una liebre asustada.
Me incorporé y al volver la vista no
la encontré más en la salida o en los
vidrios del final del pasillo. Recordé a
Susana y giré de inmediato. Allí estaba,
serena, azul, concentrada.
Debí hacer algo, enroscar el periódico
y atacarla con él, seguirla furibundo
por todo el pasillo hasta darle muerte,
hasta salvar a la pobre e indefensa
Susana. Me quedé inmóvil, perdido en
sus óselos, a veces verdosos, a veces
de un azul sucio. Casi podía ver la diminuta
sonrisa que se le dibujaba en su
traquea alargada en forma de trompa.
Entonces lo supe, se había cansado de
jugar, iba a hacerlo frente a mis ojos.
Se acomodó en dirección a Susana. A
pasos lentos recorrió el borde rojo del
asiento casi tocando su trenza. Me
miró de nuevo mientras abría las alas y
flexionaba un poco las patas.
No pude resistirlo. Lo más rápido
que pude me encontré tocando el timbre.
El chofer, para mi fortuna, se detuvo
casi de inmediato. De un salto estaba
en la calle y me alejé corriendo. No
podía voltear. A pocos metros escuché
los gritos provenientes del ómnibus y
la frenada en seco.
No me presenté en el trabajo. Tomé
un teléfono público y, con manos aún
temblorosas, marqué al estudio para
reportarme enfermo. Vagué por el centro,
por los bulevares sin lograr apartar
de mi mente las variantes del ataque a
67
Susana, incapaz de sacudirme la culpa. Creo
haber tomado uno o dos tragos en un bar de
pensionados y regresé caminando a casa.
Al llegar, me desplomé en el sofá. De
pronto escuché el ruido proveniente
del cuarto. Al principio lo creí una suerte
de motor diminuto, quizás algún cochecito
olvidado por mi sobrino, pero
luego reconocí el rumor de aleteo.
Mi sangre se heló de golpe. Imaginé
el rostro de Susana, los ojos abiertos y
acusantes, la boca abierta, la piel pálida
desprovista de vida. Me supe en el pasillo
que conduce al cuarto, los pies pesados
y la sensación de querer huir, de salir a
la calle y caminar sin rumbo por siempre,
pero seguía en el pasillo, avanzando sin
detenerme en dirección a mi cuarto.
Abrí la puerta y al encender la luz de
la recámara la vi, estaba recorriendo en
delicia la biblioteca, ensuciándola, haciéndola
imposible de releer.
Cerré los ojos. Podía imaginarla volando
de un lugar a otro, echando todo
a perder con sus patas sucias, volando
en círculos como con Susana, burlándose
de mis sobresaltos cuando reiniciaba
su vuelo y destruía la paz que la
ausencia de su zumbido me proveía.
Podía verla lamiendo sus patas y acariciando
sus alas.
Los minutos pasan lentos, y yo aquí,
de pie, con los ojos cerrados, temblando,
sabiendo que tarde o temprano se
cansará del juego y se lanzará hacia mí,
el único testigo.
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70
BESTIA
Por Jhovana Aguilar Jiménez
Estando yo dedicado enteramente
al cuidado de mi enfermiza madre,
me creé un pasatiempo para ocupar
mis tardes libres; cuando mamá
dormía, tiempo en el que yo me hallaba
inactivo, con el correr del reloj y nuestra
casa sumida siempre en un silencio que
parecía perpetuo. Me formé una enorme
pajarera en nuestro jardín trasero, la
dispuse de todas las comodidades que
se me ocurrieron para que las aves pudieran
vivir plácidamente, y una mañana,
dejando a mamá a cargo de la enfermera,
visité el mercado para surtirme de
canarios, ruiseñores, palomas y un loro
joven que, según el vendedor, podría
enseñarle a pronunciar palabras.
De esta forma corrió el tiempo sin
menos tedio para mí; me mantenía
absorto llenando las fuentes de alpiste
y agua limpia, colgando trozos de fruta
en los enrejados de la jaula, procurando
el periódico para que pudieran
adaptar con él sus nidos. Al terminar,
me acercaba una silla y me relajaba escuchando
sus cantos y viéndolos volar
de aquí para allá. A mamá también le
resultó beneficioso. Descansando en
su lecho se maravillaba con las suaves
tonadas que llegaban hasta su alcoba,
y en algunas tardes, cuando sus padecimientos
se mitigaban un poco, la sacaba
en la silla de ruedas para que se
entretuviera observándolos a mi lado.
Al loro, que mantenía en una jaula
aparte por instrucciones del vendedor,
me propuse enseñarle a hablar empezando
por palabras sencillas como
«Hola» y «Adiós». No vi gratificados mis
esfuerzos la primera ocasión; el loro
solo me miraba de vez en cuando y se
dedicaba mejor a picotear la comida,
mientras yo, sintiéndome un tonto, articulaba
las palabras con lentitud, animándolo
a que las repitiera. Sin embargo,
no desistí en mi propósito.
Enorme sorpresa me llevé cuando, al
tercer día de nuestras lecciones, el loro —al
que había nombrado Pepe— descendió de
su columpio, se posó frente a mí y me dirigió
una mirada escrupulosa que, acepto,
me hizo sentir un extraño temor. Entonces
dijo, con voz lúcida y entendible:
—Mi nombre es Bestia. —me quedé
tieso de consternación—. Soy Bestia.
Ese es mi nombre.
Me disculpé y prometí llamarlo así.
Aunque estas primeras palabras me
mostraron que sabía hablar, no volvió
a hacerlo, aunque se lo pedía y le
ofrecía premios a cambio de que me
complaciera parloteando. Me limité a
sentarme frente a él, a la espera de que
sucediera lo que deseaba, tal vez en el
momento menos aguardado.
Una mañana plomiza dedicada por
entero a mis aves, ocurrió. Me había percatado
de que Bestia no comía como debía,
dejaba los trozos de fruta intactos, y
percibía en él una extraña ansiedad.
—Oye, tú, amo —me habló—. Llévame
con los otros, me siento muy solo.
Accedí a su petición, reprendiéndome
a mí mismo por mantenerlo apartado
de los demás, sin entender por qué
el vendedor me lo había especificado
así. Lo trasladé a la pajarera grande
donde podría moverse a sus anchas
y convivir con los demás. Después de
encargarme de ellos volví a casa para
encargarme de las actividades diarias.
Regresé hasta el día siguiente llevando
vastas bolsas de fruta fresca, pensando
en el manjar que disfrutarían mis
animalillos, pero solo hallé plumas
esparcidas por el suelo y los enrejados,
rastros de sangre en el periódico y diluida
en el agua de las fuentes, peque-
71
ños cadáveres amontonados en un rincón,
y en el centro, con aquella mirada
consciente que no les pertenece a los
animales, estaba Bestia, llamándome
frenético para que viera con mis propios
ojos la carnicería.
—¡Amo, mire, amo! ¡Estaba dormido
y no me di cuenta de nada hasta que
desperté! ¡Alguien ha entrado, amo!
¡Amo!
No podía comprender. Las puertas
estaban cerradas y el enrejado no estaba
separado. Todos habían muerto.
—¿Te los comiste? —cuestioné asqueado.
—¡No, amo! No me culpe a mí, le prometo
que yo no hice eso.
Cuando la mente se me despejó, limpié
la pajarera y me quedé mirando fijamente
los cadáveres que apilé en una
bolsa, preguntándome qué había pasado.
No le creí por entero a Bestia, pero
tampoco podía creer que él se los hubiera
comido. Siendo el único que me quedaba,
le dedicaba todos mis tiempos
libres, y a veces más, con la duda persistiendo
en una esquina de mi mente, y
la curiosidad. Bestia me pedía que com-
prara más compañeros porque se sentía
solo, pero no accedí temiendo que volviera
a suceder un estrago. Quienquiera
que fuese ese alguien, no se interesaba
por comerse a Bestia, pero si traía más
aves, las mataría sin titubear.
Le tomé un especial cariño a Bestia.
Lo cuidaba con esmero y le rogaba que
me complaciera hablando, pero pocas
veces cedía. Me preocupaba demasiado
que no quisiera comer las frutas y las
semillas, su decaimiento me alarmó y,
con lágrimas en los ojos, le rogué que
me dijera lo que quería, y yo, fuera lo
que fuese, se lo daría. Era tanta mi necesidad
por él, se había convertido en la
única afición en mi vida, y mientras las
fuerzas de mamá declinaban y se acercaba
a ella la muerte, Bestia era para mí
como un consuelo, un refugio contra las
desgracias que se me avecinaban. Desesperado,
viéndolo extinguirse también
por la desnutrición, y, lo acepto, con
una gran curiosidad royéndome, introduje
una mano dentro de la jaula y la
acerqué a él, para acariciarlo en busca
de desahogo, o para probar un enfer-
72
mizo experimento, no lo sé; pero Bestia,
al ver mis dedos extendidos hacia él, se
apresuró a morder mi piel como si fuese
un deleitable trozo de comida. El dolor
físico no se comparaba con la curiosidad
morbosa que me invadía al verlo
alimentarse de mí, y cuando se satisfizo,
retiré mi mano carcomida y sangrada
para envolverla en un trozo de tela. Desde
ahí en adelante le conseguí a Bestia
animalillos para que se nutriera de ellos,
terminaba los ratones en minutos, pero
en ocasiones me pedía platos más fuertes,
pollos o lechones pequeños; y otras
veces solicitaba mi carne, que decía tener
un sabor inigualable. Yo lo complacía
en todo lo que me pedía.
Mientras se deleitaba con mi sabor,
yo no podía evitar llorar de amor por él,
porque me trataba con consideración,
solo pedía mi carne cuando esta terminaba
de sanar, y nunca abusaba del
grado de dolor que yo podía soportar.
Era tanta la confianza que le tenía,
que lo dejaba salir de la jaula para que
volara por la casa. Una vez, cuando
regresé del supermercado, me recibieron
los gritos suplicantes de mi madre.
Postrada en su cama, se presionaba los
ojos, la sangre descendía por su rostro
e inundaba las sábanas. Le pregunté
qué pasaba, pero era sorda a mis palabras.
Le sujeté las manos, mirando
con terror las cuencas vacías y sanguinolentas
donde no había ojos. Sabía
qué había ocurrido y quién había sido
el causante, pero no quise aceptarlo.
Fue tanto el sufrimiento de mi querida
madre en los días posteriores, que, una
tarde en que me hallaba cuidando de
Bestia, saltó por la ventana, agobiada
por el dolor que la atenazaba.
—Ahora me tienes a mí, amo. Solo a
mí —me reconfortó Bestia.
Vivimos felices por muchos días,
pero se cansó de mí y desapareció de
mi vida para siempre. Dejó un vacío insondable
en mi interior. Paso los días
aguardando su regreso, gritando que
vuelva, que tome lo que quiera de mí.
Me queda la insignificante esperanza
de que al morir venga y consuma mi
carne para hacerme finalmente dichoso
y pueda descansar en quietud.
73
74
LINEA
DE VIDA
Por G. Farell
La tarde caía y me encontraba somnoliento
en el metro de la línea uno.
Regresaba del trabajo, o eso creo.
Esos recuerdos aún me resultan borrosos
por tanto sueño y cansancio. Cuando
me di cuenta, estaba en la rotonda
de Insurgentes, en medio de la gente,
en medio de una nada que absorbía mi
vida, o lo que quedaba de ella.
Volví a entrar a la estación, saqué una
reluciente moneda de cinco pesos. Compré
un boleto, lo metí en la máquina y
estuve esperando al tren por poco más
de media hora. Me puse en el extremo
derecho de la plataforma. Un señor de
traje rojo un poco desteñido se acercó y
me preguntó la hora, lo ignoré haciéndome
el dormido y me quedé inmóvil hasta
que se fue. El tren llegaba. Mis ojos se
abrían en señal de júbilo y cuando estaba
frenando, una chica de vestido blanco
bloqueó mi atención. Su cabello era largo
y castaño, y su piel morena resaltaba
el vestido y el hecho de que estaba descalza.
Corrió como si quisiera lanzarse,
como si quisiera pasar la línea de vida y
entrar a la Necrópolis mexicana.
Quería detenerla. Me estiré intentando
agarrar su pequeña mano, pero estaba
muy lejos y mis movimientos eran
lentos y pesados. Estuve a punto de
aferrar mi mano a la suya, pero tropecé
con mi agujeta y caí, viendo como ella
caía a las vías cuando el tren llegaba.
Me puse de pie. Quería llorar, en serio,
tenía tantas ganas de llorar, pero estaba
tan dormido, tan cansado de todo,
que solo cerré los ojos.
Cuando los volví a abrir, aparecí donde
estaba hace unos minutos de que la
chica cayera a las vías. Estaba espantado.
Volteé a los dos lados, a ver al señor
que se volteaba en señal de descontento,
esperando que esto fuera una muy
buena y elaborada broma. No, no lo era.
Me tranquilicé. Lo primero que hice fue
amarrarme las agujetas. Cuando estaba
terminando, alcé la vista y vi la pequeña
mano de la chica. Me paré y corrí, pero
fue muy tarde, ella saltó y murió.
Volví a cerrar los ojos y aparecí unos
minutos antes de que ella se suicidara.
Esta vez me interpuse entre ella y
las vías. Ella me empujó, nos tambaleamos
y caímos a las vías muriendo.
Volvía a abrir los ojos y aparecía en el
mismo lugar. Seguí intentando una
y otra y otra vez, de diferente y loca
manera, hasta que llegué al punto de
solo sentarme y ver cómo pasaba todo.
Estaba en un bucle temporal, la peor
tortura que alguien podría sufrir. Ver
morir a alguien y repetirlo constantemente,
hasta volver loco al individuo.
Si pudiera, patentaría la idea, pero no,
es imposible.
Cuando me había resignado, decidí
cambiar mi estrategia. Cerré los ojos,
todo regresó en el tiempo, pasó el suicidio
y me fui de ahí, intentando no
pestañear. Subí las escaleras y estuve a
punto de salir por las puertas giratorias
de metal cuando me di cuenta que algo
estaba mal. Que no podía dejar que alguien
muriera y yo, teniendo el recurso
para salvarla, no hacerlo. No había
marcha atrás. O la salvaba o me tiraba
con ella. Cerré los ojos y aparecí donde
estaba hace unos minutos. Rápidamente
me quité los zapatos, dejé mi
morral junto a un pilar, junto con mis
zapatos, y me preparé para agarrarla
antes de que ella cayera. Estaba nervioso,
sumamente nervioso, pero ya no
tenía sueño, eso era lo bueno. Entonces,
como la primera vez, ella apareció.
Corrí. Salté incluso. Agarré su pequeña
mano, la jalé y la abracé. El tren pasó
75
de largo la estación y esos minutos en
que ella y yo nos miramos, Ella estaba
llorando, había cortado con su novio o
la engañaron. No me acuerdo, no importaba.
La había salvado de morir. Había
salvado a alguien. La miré y pude
ver sus ojos verdes cristalinos, como el
jade. Sonreí y le sequé las lágrimas. La
volví a abrazar y volví a cerrar los ojos.
Al abrirlos la vi frente a mí, sonriendo
con lágrimas fugitivas del corazón
en sus mejillas, inmóvil, inerte, como
todo a nuestro alrededor. Me aparté de
ella y pude ver al mismo señor de traje
blanco, al que le había negado la hora,
frente a mí.
—Me fascina la humanidad, su simpleza,
su debilidad hacia el poder, su
impotencia, pero también su fuerza de
voluntad.
Me dio la espalda y solo volteó la
cabeza.
—Tienes la opción de seguirme o de
quedarte aquí. Te ofrezco conocimiento
y sabiduría, pero dolor al saber que
tu vida no será la misma. También te
puedes quedar con tu amada, veo un
futuro de peleas y amoríos ajenos, pero
amor no les faltará.
En ese momento dudé, dudé como
nunca antes lo había hecho, pero la
respuesta era evidente. Caminé hacia
ella y la abracé. Él sonrió y, cuando estuvo
a punto de chasquear los dedos,
lo interrumpí.
—¿Quién eres?
Se volteó y me dijo:
—Soy un eterno moribundo. Una
especie de Dios del tiempo y el espacio…—giró
lentamente—. Eres el primero
que elige el amor sobre el conocimiento.
Qué interesante.
Terminó y chasqueó los dedos. Solo
logro recordar que todo se iluminó. Me
aferré a ella.
Abrí los ojos, de nuevo. Me encontraba
en mi cama. Algunos rayos del
sol se escabullían por las cortinas y la
chica suicida estaba en el antiguo lado
frío de la cama. Su nombre paseaba
por mis labios, como si la conociera de
toda la vida.
—Lisa —pensé en voz alta y sonreí,
entrelazando mi mano con la suya.
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QUÉ ES EL TEATRO
LITERATURA
Y ACCIÓN
Por FLORES
El teatro es palabra en movimiento, es
katharsis del escándalo, esos morritos
de fuego, ese toque de cadera, esa
tragedia y comedia que toca el corazón
del más serio. No hablo de la representación
del teatro, sino de su escritura, de
antes de su puesta en escena, del sueño
del escritor. Porque ese es su sueño, dejar
de pie al mundo, y se escribe para representar
lo que no basta con dejarlo escrito.
Para que el lector encuentre satisfacción
78
en sí mismo, no hace falta conocer bien
al lector, hace falta que el lector conozca
bien al personaje, y que arriba del escenario
no lo desconozca por completo.
Porque a veces sí que lo desconoce, pero
tiene remedio, la imagen que se ha hecho
de él está hecha para el pensamiento. Capaz
de autosuperarse, de representar a su
imposible, el actor, con su plasticidad, su
preparación mental, su disposición al canto,
«hace que a pesar de ser feo y débil por
naturaleza, crea y haga creer que es guapo
y fuerte, de forma natural» (STANILA-
VSKI, 1993: 25-27). Eso no solo se consigue
con la preparación física y mental, sino
también con las cuestiones del ambiente
y decorado: si no hay «espacio icónico» en
el «espacio de representación» (según la
terminología de Barrientos), no conseguiremos
ese efecto inmediato para que el
lector no se lleve una desilusión (GARCÍA
BARRIENTOS, 1991:33-42).
Se trata de conmover al lector —o espectador—,
que ha elegido la obra y que
la obra lo ha elegido a él, para exprimir
el zumo del lloro hasta el aplauso. Que
hasta el cojo se levante a aplaudir, desde
el libro, a una representación que verá
sin duda, y que se leerá el que haya visto
en vivo cómo el actor se ponía en situaciones
límites. Porque lo que de rabia le
dotó el don de la fealdad, de sabiduría
a la adaptación lo supera. Da igual si es
79
feo, flojo y torpe, mientras «esa persona
que te imaginas, llegue a ser totalmente
el personaje» (GROTOWSKI, 2009:63).
Porque la mayor inversión que podemos
hacer contra la desilusión, ha de ser en
la preparación del actor. Un actor que
trabaje a disgusto, no es un actor. El actor
tiene que sentir que el papel que va a
realizar, solo lo puede hacer que él y que
en la medida en que el público abra su
boca, ninguna interpretación sea igual
que la de ayer. Que cada interpretación
sea mejor, porque cada día es único y
cada actor es irrepetible, así es como el
teatro transforma el mundo, no solo en
los libros, sino también en directo. Se trata
de conquistar el corazón de muchos
y estar en el lugar que queremos, en el
lugar que nos quiere y llama hijos suyos.
Se me dirá, no sin éxito, que el mundo
de la literatura ha creado el mundo
del espectáculo, y esa es la bien bautizada
magia del aprendizaje. Porque
aprender es un camino interminable,
lleno de dudas y fracasos. Pero nos levantamos
los pocos que vamos al teatro,
para dirigir la mirada a nuestro actor
idéntico y de nuestro actor idéntico
a nosotros mismos. De tal modo que la
cuarta pared es como un espejo en el
que se refleja el espectador y también
el actor. Pero lo importante es el lector,
lo importante es que esa obra, tan bien
trabajada por el escritor, deje algo en él
y le transforme. Que deje su ignorancia
en la silla y se lance al escenario para
abrazarles. Es viendo en directo a los
personajes, cuando el lector deja de
ser lector y se convierte en actor. Porque
siente la llamada de ser actor y
aprecia la totalidad de las bien trabajadas
razones, y si no va gente al teatro,
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acabarán por salir los actores a la calle.
Porque también está el Teatro de calle,
hay que acercar la boca al alimento y
exprimir el zumo de la sabiduría. Para
que pueda entrarles por el ojo de la
envidia, incluso son capaces de representar
la envidia, la forma en que a la
ayuda corren los que quieren subir a
besar a la actriz.
Quisiera, para acabar, decir que el teatro
está divorciado del dinero, pero la
sola idea de representar imaginarios, es
conmovedora. Volvamos a pensar que,
en todos los sentidos, sigue habiendo
quien aspira a ser grande y no está del
todo mal el Teatro protesta que deja lugar
a los puntos suspensivos… Yo solo
hago de apuntador en este ensayo que
reacciona mal ante el estímulo, porque
no todos reaccionamos igual ante la
indiferencia de los que pasan del arte.
Pero aquí hemos venido a hablar de literatura,
y lo peor que le puede pasar a un
dramaturgo, es que no le representen su
obra. Porque todos tenemos la ilusión
sobrecogida de ver en el teatro Colón
nuestra obra, y por grande que sea la
toma de conciencia, siempre nos falta
pista de aterrizaje.
BIBLIOGRAFÍA:
STANISLAVSKI, K., La construcción del
personaje, 1993, Madrid, Ed. Alianza
GARCÍA BARRIENTOS, J. L., Drama y
tiempo: dramatología I, 1991, Madrid, Consejo
Superior de Investigaciones Científicas.
GROTOWSKI, J., Hacia un teatro pobre,
2009, Madrid, Ed. Siglo XXI
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EL DÍA
QUE CONOCÍ
A PEPE
EL ESCARABAJO
Por Adrián Osorno Hernández
Me despierto por la mañana, escucho
las ráfagas de aire impactando
a toda velocidad contra la
ventana de mi hogar y no puedo evitar
montar en mi coche y conducir hasta
esa región del litoral gaditano que se
emplaza a medio camino entre Costa
Ballena y Punta Candor.
Me encanta sentir la implacable fuerza
del viento de levante intentando
derribarme. Es una pasada ver como
el viento deshace las olas antes de que
lleguen a romper, levantando barricadas
de espuma marina por encima de
las rocas mientras la arena, disparada
a toda velocidad, intenta erosionar mi
piel y arrancármela de los huesos.
Es un espectáculo impresionante,
pero es mejor visualizarlo desde la seguridad
de las dunas.
En un día como este se desarrolló la
historia que me dispongo a contar.
Me encontraba al fondo de una vaguada,
custodiado por sendas paredes de
arena que me protegían del viento. Estaba
enfrascado en la lectura de un libro
de relatos perturbadores de Neil Geiman,
una obra titulada Material sensible.
Hice una pausa para extraer un cigarrillo
liado por mí mismo y lo encendí
con suma torpeza, utilizando mi mano
abierta a modo de pantalla para bloquear
el viento residual.
Por el rabillo del ojo me percaté de
la minúscula y oscura sombra que se
aproximaba hacia mí. Era un escarabajo.
Un hermoso lucánido cuyas prominentes
mandíbulas le identificaban
fácilmente como un individuo masculino
de Lucanus barbarossa, especie
endémica de esta región.
El escarabajo descendió por la pendiente,
dejando un rastro de sus diminutas
pisadas sobre la arena. Se detuvo
justo a mi lado, encarando directamente
al sol. Parecía complacido. Extendió
sus élitros y alas, las cuales eran mecidas
por la débil turbulencia que producía
el viento al ser refractado contra la
cresta de la duna, y dejó su abdomen
expuesto a la luz solar para calentarse.
Inhalé una profunda calada de humo
y alquitrán quemado, manteniéndola
en mis pulmones un buen rato antes
de exhalarla y ver como el viento arrastraba
la turbia nube con suma destreza
en dirección a Chipiona.
—Disculpa, ¿me das una calada? —dijo
una voz masculina.
Eché la vista atrás en busca del origen
de la voz, pero no encontré nada.
—Aquí abajo —reclamó la voz.
Llevé la vista en dirección al suelo,
donde la cabeza del escarabajo me enfilaba
como si estuviera mirándome.
—Eso es.
Me vi sumido en un hechizo de mutismo,
quedando con la mirada congelada
sobre el insecto que parecía
hablarme.
—¿Me das la calada entonces, o no?
Le acerqué el cigarrillo con una expresión
patidifusa y sin decir ni media palabra,
colocando la boquilla del mismo
entre las dos piezas que conformaban
su recia mandíbula. Un pequeño rescoldo
rojo se iluminó entre la ceniza gris
mientras el escarabajo se hinchaba muy
levemente. Luego expulsó por su boca
un fino hilo de humo blanquecino, casi
imperceptible, que enseguida fue dispersado
por el viento sin dejar ni rastro de él.
—Gracias, siempre quise probarlo —admitió
el escarabajo—. La verdad es que
no me ha gustado lo más mínimo.
Asentí con la boca abierta en una gran
«o» y llevé el brazo hacia mi espalda para
apagar el cigarro contra la arena.
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— Puedes hablar si quieres —apuntó
el escarabajo.
Balbuceé algo, nada en concreto,
solo una sarta de sílabas incongruentes.
—Bueno, tampoco pasa nada. Prefiero
esto a lo que le ocurrió a mi amigo Óscar.
—¿Qué le pasó a tu amigo Óscar? —conseguí
decir a duras penas.
—Le preguntó la hora a un tipo, se
asustó y lo pisó —explicó el escarabajo—.
Por eso digo que no me importa
que te quedes sin habla.
—Vaya, lo siento por él.
—¡Bah! Son cosas que pasan —dijo el
escarabajo, quitándole hierro al asunto—.
Cuando decidimos hablarle a las
personas asumimos esa clase de riesgos.
—¿Acostumbráis a hacer esto a menudo?
—le pregunté.
—En realidad no.
—Ajam…
—¿Cómo te llamas? —me interrogó.
—Curro. ¿Y tú?
—No serías capaz de pronunciar mi
nombre —manifestó el escarabajo—. Ni
siquiera podrías pensarlo sin que tu cerebro
explote como una palomita. Pero
puedes llamarme Pepe. Así es como me
hago llamar cada vez que vengo a visitar
estas tierras.
—Pensé que vivías aquí.
—¡Qué va! —exclamó con tono divertido—.
Solo soy un turista.
—¿De dónde vienes?
—De muy lejos, Curro. Cada vez que
vengo de turismo tengo que hacer un
largo recorrido —declaró Pepe—. Pero
merece la pena, me encanta pasar aquí
mis vacaciones.
—No tenía ni idea de que los escarabajos
tuvierais vacaciones —le dije.
—Me temo que hay muchas cosas que
desconoces de los escarabajos —me contestó
Pepe con tono misterioso.
—¿Cómo qué? —pregunté con impaciencia,
esperando sonsacarle más
información.
—A media noche estaré aquí mismo.
Si de verdad quieres saber más, deberás
presentarte a esa hora.
Luego se despidió cortésmente y me
dio la espalda para perderse entre el laberinto
de juncales.
Por supuesto acudí a la cita.
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Pepe me esperaba en punto exacto
donde nos habíamos conocido la mañana
anterior. Me pidió que lo subiera a mi
hombro y desde allí, observando el horizonte
como un vigía en la cofa de un barco,
me guio a través de las dunas hasta
que llegamos a una gran explanada donde
se daban cita cientos de escarabajos.
Escuché decenas de voces que se quejaban
de mi presencia, las cuales aplacó
Pepe asegurándoles que yo era de fiar.
—¿Qué es esto? —le pregunté.
—Es la plataforma de despegue —me
desveló—. Todos nosotros somos turistas
y ha llegado el momento de que
volvamos a casa.
—Pero no hay ningún vehículo para
que os transporte.
—No es necesario ningún vehículo, tú
solo observa.
Luego utilizó sus alas para revolotear
hasta alcanzar el suelo y se perdió entre
la marabunta de coleópteros. Todos
se arrejuntaron en el centro del llano
arenoso, amontonándose unos sobre
otros hasta conformar un montículo de
azabache viviente.
—¡Adiós Curro! —exclamó la voz
de Pepe desde algún punto indeterminado
del galimatías compacto de
escarabajos.
Acto seguido descendió una luz del
cielo e incidió directamente sobre los
escarabajos.
En ese mismo instante los insectos
comenzaron a correr, dispersándose
rápidamente entre las dunas sin decir
ni una palabra.
—¿Pepe? —pregunté, sin obtener respuesta
alguna.
Parecía que aquellos seres volvían a
poseer la mente insulsa que acostumbraban
a exhibir.
Desde ese día he intentado hablar
con cada escarabajo que se ha cruzado
en mi camino, pero nunca me han
devuelto la palabra. No sabría explicar
qué sucedió allí. Desde luego si alguien
me hubiera dicho que había tenido una
conversación con un escarabajo, jamás
lo hubiera creído.
Por ello, desde ese día, abracé el agnosticismo
más extremo y desde entonces
puedo decir que no creo nada.
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LAS
CHICAS
LEÓN
Por Alberto Arecchi
Noche de luna nueva, en África.
Las sombras se han apoderado
de todo el mundo. En las noches
como ésta, la tradición cree que los
espíritus malignos pueden salir de la
selva, para contaminar el mundo de los
hombres.
La aldea duerme en la oscuridad total.
Sólo los ojos de los depredadores
pueden distinguir las formas de las
cosas, como si fueran gafas de visión
nocturna. De vez en cuando, el grito
desesperado o el chirrido de una víctima
denuncian que un depredador se
ha ganado su comida.
Cuatro sombras furtivas pasan más
allá de la valla de espinas, alrededor
de los hogares, sin miedo por los fetiches
que deberían proteger contra los
malos espíritus. El perro que guarda la
cabaña tiembla, alarmado. Apenas tiene
tiempo de girar sobre sí mismo, pero
no puede ni siquiera emitir un jadeo. Se
ahoga en una regurgitación de sangre,
la garganta cortada por largas garras
afiladas. Pasos sigilosos se introducen a
través de la puerta, ahora sin protección.
En unos instantes, la tragedia ocurre. El
olor sombrío de la muerte llena el aire
de la pequeña habitación. Una capucha
fría cobre el corazón del mundo, en el silencio.
A partir de los árboles en el borde
del claro, un búho emite su señuelo.
Las sombras salen de la aldea, dejando
huellas de sangre y signos de garras
afiladas. No se mueven más como
bestias salvajes. Su aspecto recuerda el
pelaje de los gatos, las huellas son las
de los depredadores, pero caminan en
sólo dos piernas. Se agrupan y se van
silenciosamente hacia la colina. En una
terraza alta, que domina el pequeño
pueblo de chozas, el grupo se detiene
y se vuelve a mirar.
Sólo entonces, las sombras misteriosas
dejan sus pieles, las garras afiladas
de acero que cubrían sus dedos, y se
desatan en un alboroto salvaje. Parecen
bestias salvajes, despeinadas, emitiendo
unas risas gruesas, como las hienas,
pero son chicas, de semblante humano.
Los perros se despiertan, llenando el valle
de cortezas, ahora inútiles.
El sol que se levanta debería despejar
los temores de la noche. La chica
Abla se despierta como todas las mañanas,
y sale de su choza, para ir al pozo
a buscar agua. Ella descubre en la primera
luz un largo rastro de sangre que
va desde la valla de los vecinos hacía al
límite de la selva. La niña echa a correr
por el pueblo y despierta a la gente con
fuertes gritos. Los hombres se arman y
entran cautelosamente en el recinto de
la sangre (como se llamará, a partir de
ahora, la casa alcanzada por la maldición
de los espíritus nocturnos). Ven al
perro decapitado, encuentran a toda la
familia masacrada mientras dormían:
el cuerpo de Oxu, el guerrero más valioso
de la tribu, se encuentra roto y
desgarrado, junto con los de su esposa,
de los padres ancianos y de sus dos
hijos, en un lío obsceno de rojo oscuro,
incluyendo moscas, mosquitos y cucarachas,
atraídos por el olor de la sangre.
El mundo estaba convencido de que
África Negra ya no conservaba ningún secreto
antiguo, y que no habría obstáculos
al desarrollo, salvo los intereses económicos
ocultos que alimentan las guerras
modernas para el agua y la energía.
En un país de África Central, apareció
en un periódico la noticia de un juicio
penal. Había un grupo de chicas, raptadas
pequeñas en algunas aldeas rurales.
Encerradas durante años en jaulas,
fueran entrenadas para comportarse
87
como carnívoros salvajes, comiendo
sólo carne cruda y sangrienta, obligadas
a capturar presas para su alimento.
Una vez completado el entrenamiento
salvaje, habían sido utilizadas para
llevar a cabo asesinatos por encargo.
Atacaban en grupo a las víctimas designadas,
cubriéndose con pieles frescas,
con un fuerte olor de animales
salvajes, con garras afiladas de metal
en las manos y los pies. Su acción no
se distinguía de un ataque de fieras
depredadoras, con la excepción de una
característica típicamente humana: los
animales, por su naturaleza, sólo matan
para comer o para alimentar a sus
crías. Sólo un animal enloquecido —o,
por supuesto, el hombre— mata cuando
sin sentir los apetitos del hambre.
Durante mucho tiempo he soñado
con ser perseguido por las mujeres–
león o por sus dueños.
Ayer por la tarde, en el parque, a unos
pocos cientos de metros de mi casa, parece
que una pantera gigante fue vista
deambulando por el parque y la policía
anda cazándola, incluso si no está demostrada
la existencia del animal.
Creo que yo sé, en mi corazón: los bateadores
no encontrarán ningún gato... pero:
¿Quién me creería si le dijera todas las pesadillas
que sobreviven en mi memoria?
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90
LA NAVIDAD
2098
DE KAREN
Por Cyan Urón
Karen fue una de las últimas cristianas
rancias de fin de siglo. Se
lo debía en parte a la tradición
generacional. Aquella y todas las navidades,
precedentes y por venir, eran
producto de su antiquísima doctrina.
Lo presumía cuando la oportunidad se
le presentaba; por la mañana, con Marí,
la androide repartidora del restaurante
de comida económica, por ejemplo.
Eso era de lo poco que la hacía sentirse
diferente a los demás. En lo general ella
era bastante convencional; le gustaba
salir con sus amigos, bailar, conectarse,
conversar. Leía artículos históricos y
poseía una modesta colección de biografías
sobre personajes trascendentales
para la humanidad.
Habría que reconocer lo irónico de
ese día, al encontrarse laborando en la
celebración que por derecho casi hereditario
le correspondía. Miró a los asistentes
al banquete; todas muy finas
personas de los distritos más prósperos,
y algún que otro turista de distritos
lejanos, de estados vecinos o en fraternidad
con el nuestro. Karen se sentía
camuflada en su elegante uniforme oscuro,
con dos rectos tiznes carmín por
cada mejilla, resaltando en su lácteo y
fresco cutis, a la manera tribal que parecía
estar perdiendo tristemente auge.
Se preguntó si no se vería algo obsoleta.
De fuera le llegaba el aroma a pólvora,
por la pirotecnia. Las calles debían
estar sumergidas en humo. Era insoportable
para su sensible olfato. Miró la
hora proyectada en su palma derecha.
Los gemidos del interior se mezclaban
con la algarabía de los invitados y los
gritos eufóricos de fuera.
Hoy sería la noche de la señorita, hoy
conocería por primera vez lo que es...
ella odiaba que le llamasen así; señorita.
Eran casi de la misma edad, un par
de años en desventaja apenas. Aún así,
Karen todavía no experimentaba lo que
la señorita... Freya (como la célebre líder
del movimiento atavista, que causó
tanto revuelo cuando niña) experimentaba
ahora. Era virgen como la madre de
Cristo redentor, para dejarlo pronto todo
en un punto exacto. La pólvora era más
arcaica que Jesús, leía que fue elaborada
cuatro siglos atrás por los chinos como
cura a la mortalidad. Alguien se acercó
a la puerta, tomó el asa, Karen amablemente
le explicó que la habitación estaba
reservada. Los gemidos se habían debilitado,
pero el golpeteo de los cuerpos
blandos comenzaba a sobresalir. Karen
creyó haber identificado el orgasmo de
su jefa. La señorita tenía mucho vigor, y
llevaba tiempo planeando este día, este
preciso día; justo el día en que el hijo de
nuestro señor Jesucristo vino al mundo.
El intruso la miró con los ojos llenos de
sorpresa, y Karen le sonrió a la vez que
sujetaba el pomo con firmeza. La pólvora
subsistiría por muchos siglos más, pero
su vínculo con la inmortalidad estaba
roto; Karen se sintió inquieta, le hacía un
ruido terrible una tradición tan vacía.
Suspiró. Dentro, la agitación había
cesado. La gran actriz Freya Alexandrova
había conseguido darse uno de los
mayores placeres humanos y ahora
reposaba en los brazos de su importador.
Aquel macho, fan de esta hembra,
había recorrido un largo y tedioso sendero
burocrático para traerla aquí, era
su última y más ambiciosa empresa;
ambos habían jugado el mismo juego
desde que se conocieron, acechándose,
midiéndose y ahora finalmente
atacándose. Freya Alexandrova era
una mujer atractiva, de tez bronceada,
con unos rasgos, gustos y costumbres
91
meramente gitanas; así pues, uno de
sus más altos pasatiempos era comprar
y cubrirse de bisutería, puesto que,
como alguna vez lo confesó a Karen,
ella siempre quiso ser orfebre. Su alto
sentido de emotividad la condujo por
otro camino; a encarnar personajes, a
lo que Karen muchas veces comparaba
con su gusto por mirarse como uno de
estos y narrar su existencia. De pronto
pensó en su abuelo. Freya siempre se
lo recordaba indirectamente; ambos
detestaban este tipo de eventos, todo
tipo de eventos, y eran harto sensibles
al punto de llorar porque sí.
El abuelo de Karen debía traer puesto
encima el enorme cobertor afelpado,
semejando un oso, sentado en su sillón,
pensando a oscuras y frotándose las
manos. La cara resplandeciente como
luna por aquello de inocularse ADN de
quién sabe qué animal abisal bioluminiscente
cuando joven y deportista.
Karen estaba preocupada porque era el
último familiar que le quedaba. Cuando
muriese regalaría al gato porque no
soportaba la idea de convivir íntima y
exclusivamente con uno. El importador
salió un tanto apurado y sin mirarla. El
abuelo se había desconectado del mundo
tras la muerte de su hija, luego que
la abuela falleció años más tarde, tuvo
un cruento ataque, y despedazó todo
recuerdo de ellas, para finalmente mu-
92
darse a casa de Karen, quien asumió
el papel de enfermera. Dormía mucho,
lloraba mucho, e intentaba ayudar acomidiéndose
de vez en cuando a preparar
comidas vegetarianas como para no
pensar en su destino. Estaba prohibido
mencionar alguna alusión a eso frente
a él. Los agentes de aseguradoras eran
terroristas, sólo había que ver su expresión
de pánico para darse cuenta.
Karen miró la hora. Se había perdido
en recuerdos. Echó un vistazo dentro. La
señorita Freya miraba estática boca arriba
el techo verde, los dientes infantiles, redondeados,
expuestos. Las sábanas manchadas
de orina en el borde del colchón, y
debajo, en el suelo, un charco de esta. Lo
había encontrado, ese era el aroma sepultado
en perfumes oceánicos y silvestres
que Karen siempre confundía con el de
la sopa de fideos. Y aquel, condensado y
equino tufo, que despedía antes de pedir
su primer trago del día. Se inclinó sobre
el cadáver orinado. Apresurada fue despojando
el cuerpo de alhajas; los anillos
con piedritas brillantes formando pétalos,
el collar frondoso con frutos de jade, las
mariposas de alas diamantinas colgando
del ombligo, el diamante en la nariz, se le
montó y zafó con cuidado los pendientes
con soles horadados, los dorados brazaletes
y pulseras en muñecas y tobillos. En la
vorágine no se percataba de lo cautivado
que tenía a su muy selecto público.
93
SOBRE LA
ESCASA LECTURA
EN MÉXICO
Por Alexandro Arana Ontiveros
Y
entonces, así de improviso, le lanzaron
directa y sin anestesia una pregunta
más o menos así: «Señor Presidente:
¿cuáles fueron los tres libros que
han marcado su vida?». No voy a hacerlos
perder su tiempo leyendo la respuesta
que es de sobra conocida; además de
que resultaría en un truco barato solo
para ganarme su empatía lectora.
En esos días, la mayoría de los mexicanos
se llenaron la boca con toda cla-
94
se de burlas, chistes y sobrenombres
para Peña Nieto. Y es que esa mayoría
de mexicanos, no lectores de hueso
colorado que prefieren la taravisión en
lugar de un buen libro (aunque sea infantil),
siempre callados ante las reprimendas
a causa de su poca cultura, por
fin podían jactarse, cansarse de llamar
inculto y otras palabrotas a nuestro
presidente en las redes sociales más
populares a costa de la ignorancia aje-
na en lugar de la propia. En resumen:
por primera vez se sentían verdaderos
revolucionarios y no como parte del
problema de la profunda ignorancia en
la cual está sumida casi todo el país.
Todavía hoy podemos encontrar decenas
de los llamados «memes» que se carcajean
de lo acontecido con bombo y platillo.
Pero lo más interesante viene ahora:
Han pasado varios años desde aquella
vergüenza pública y los índices de
lectura en México no han mejorado
absolutamente nada. Es más, incluso
siguen bajando aparatosamente.
Hasta el día de ayer, se sigue dando
más importancia a trabajar en lo
que sea, antes que estudiar; los reality
shows tienen cada vez más adeptos
que las obras de teatro; y las revistas
sensacionalistas venden más que cualquier
libro de literatura no comercial.
Las revoluciones actuales son más un
95
#trendingtopic de redes sociales antes que
una nueva toma de conciencia mental.
¿En dónde quedaron las promesas
de «yo sí voy a leer porque si no, cuando
crezca voy a dar pena, nieto»? ¿Qué
pasó con todo el odio anti-Televisa que
se publicaba en Facebook diariamente
o se decía a grito pelado por todos lados?
¿No me digan que todo fue pura
palabrería vacua como la de los políticos
que tanto dijeron repudiar?
Me gustaría saber quiénes fueron las
miles de personas que aseguraron que
ya no verían más esos canales televisivos
de mierda que solo idiotizan a nuestra
población porque justo el día de ayer, en
el restaurante a donde entramos a cenar
mi esposa y yo, estaban a todo lo que
daban las taranovelas. ¡Y la mayoría de
los comensales, idiotizados por ellas! Y
aclaro que no era una fonda populachera
o un puesto de tacos de perro. No, era
ni más ni menos que un negocio de clase
media alta tipo Sanborns o Toks, en donde
los precios no permiten que entren los
de bajo nivel económico todos los días.
Precisamente a esos que, según dicen
muchos pseudocultos de clase media
que visitan este tipo de restaurantes, se
la pasan viendo taranovelas porque no
les alcanza la inteligencia (ni el bolsillo)
para más.
Es curioso: en plena actualidad de
importantes revoluciones sociales, en
México seguimos viendo más partidos
de fútbol transmitidos por el Canal de
las estrellas en comercios y restaurantes
de cualquier nivel que programas
culturales o de reflexión (y hasta en
nuestras propias casas sucede algo por
el estilo). Y mejor ni nos metemos con
lecturas públicas o tertulias sociales
porque, al menos en esta ciudad, de
común, no ocurren.
96
Y esto lo digo no por estar en contra
de esa empresa televisora (que sí
lo estoy), sino porque no veo que se
cumplan por ningún lado las falsas
prome-sas y las vacuas represalias que,
según nuestro pueblo que «ya tiene los
ojos bien abiertos y ya no se deja mangonear»,
se hicieron por montones algún
día de fanatismo antipolítico.
Se los digo de una vez por todas:
no creo que Peña Nieto vuelva a decir
algo tan estúpido alrededor de la cultura
como aquella vez que no supo decir
esos tres libros que nunca leyó, así
como tampoco creo que los no lectores
(desgraciadamente, la mayoría en nuestro
país) vuelvan a tener otra oportu-nidad
tan brillante para burlarse de él sin
que salgan embarrados. Por lo que mi
sugerencia es que aprovechen mejor su
tiempo que les quede libre (como dice
la canción) y de ser posible, dedíquenlo
a leer esos tres libros (como debería decir
la misma canción) que hasta el día de
hoy, no parece que hayan leído. Créanme,
mexicanos, con tan solo tres libros
por cabezota, mejoraríamos bastante.
Y no lo digo únicamente por los resultados
tan desastrosos que han tenido
los últimos movimientos sociales
en México (me parece que el gobierno
de Peña Nieto continúa en el poder y
reformando leyes a su entera conveniencia),
sino por el nivel tan mediocre
de conocimiento, conciencia social,
cultura y política que se respira por todos
los rincones de nuestro país 1 .
1
P.D. ¿Alguien ha visto a esos montones de jóvenes
despiertos que ya no se dejan y que dicen que están
por todos lados transformando nuestra realidad?
¡Creo que se me perdieron miles de ellos y no puedo
encontrarlos!
97
98
UN CASO
DIFÍCIL
Por Sorelestat Serna
La llovizna apagó la pipa, el calcetín
empezaba a humedecerse por el
agujero de mi zapato. Estaba haciéndole
un favor al sargento Sánchez,
estos trabajos gratis a la policía me tienen
podrido —es mentira—, si me pagan,
pero el pago se demora en llegar,
gracias a la gran burocracia que existe
y mis medias mojadas y agujereadas
no pueden esperar.
—¿Qué crees que paso? —dijo el
sargento.
—No tengo ni puta idea —contesté—
ni siquiera me imagino quien pudo hacer
esto.
Era una imagen increíble la que observamos
el sargento, Felipe y yo. Me
trajo a la memoria el recuerdo de aquel
ángel mujer, violado, con las alas rotas,
muerta en la cárcel en donde yo trabajaba,
pero esa historia no sé si algún
día te la contaré mi querido escritor.
Nos hallábamos en la avenida diecinueve
a tres cuadras de la avenida
principal, eran las once de la noche, la
calle estaba vacía, hacía frío y junto a
nosotros el cadáver de un ángel, era
hermosa cómo los de su especie, su ala
derecha estaba rota, su cuerpo había
perdido su brillo, su rostro contra el
piso, bañado en sangre. Vestía ropas
nuestras, minifalda negra y corsé del
mismo color, eso quería decir que llevaba
tiempo viviendo entre nosotros.
—Trata de encender mi pipa —dije a
Felipe con enojo—, deja de intentar ver
debajo de su falda, es suficiente con ver
sus piernas desnudas, siempre me sentía
incómodo con la belleza de un ángel
o un vampiro. El sargento se encontraba
tan asombrado cómo yo, quien haya
sido, debe tener una fuerza sobrenatural,
para poder romper sus alas.
—Dame una pista.
—No lo sé, sargento —le dije con pesimismo,
no puedo entender que ocurrió
para que ella terminara así.
—Necesitamos averiguarlo, es un
ángel, alguien preguntará por lo sucedido
y eso me creara molestias. Si hubiera
sido un vampiro, el asunto sería
diferente.
Que fácil olvida mi amigo, fue un
vampiro, un ángel de alas negras, y una
hechicera los que salvaron a Bogotá,
en el momento del terremoto cuando
aquel loco había sumido a la ciudad en
el caos. No dije nada, muy pocas veces
podía ver a mi amigo tan nervioso. Felipe
al fin había logrado encender mi
pipa, di una buena fumada y empecé
a observar con detalle el escenario de
dicho crimen, me sentía abrumado, jamás
encontraríamos al que lo hizo.
La lluvia había terminado, pero el
frío se introducía por nuestras ropas
húmedas. Empecé a dar unas vueltas
alrededor del cuerpo, vi un zapato de
tacón a diez pasos de la chica, estaba
roto, fuera de eso no había nada extraño,
ni una pista de su agresor o de
lo que había sucedido, me fijé en la
blancura de sus piernas, las plumas de
sus alas empezaban a pegarse al suelo,
mojado que albergaba su figura, esa figura
que debió de ser un crimen para
los normales.
Hubo algo que llamó mi atención era
un brillo junto a su rostro, lo había pasado
por alto, pensé que era el reflejo
del agua de aquel charco, era un trozo
de lente que era tan grueso como el
culo de una botella y lo vi allí escondido
entre su pecho, una de sus patas
salía de su top, amenazando como un
insecto sobre ella, era la pata de una
gafa, unas gafas redondas al estilo de
John Lennon.
99
Entonces me senté de culo sobre la
acera mojada y empecé a reír, con tal
intensidad que mis amigos me miraron
asustados, al fin había encontrado la
clave de todo. Después de quince minutos,
logré calmarme.
—¿Qué ocurre? —preguntó Felipe.
—Todo por la maldita vanidad —contesté.
—¿Cómo? No entiendo —dijo el
sargento.
Las mujeres celestiales son como las
nuestras —dije levantándome. La mirada
incrédula del sargento me divertía.
—Hemos escuchado que los ojos de
algunos ángeles son muy sensibles a la
contaminación —continúe con mi explicación—,
y por eso a veces usan gafas
para protegerlos. Por algún motivo ella
estaba ciega, pero por vanidad llevaba
sus lentes en su escote, no vio que hacía
falta un ladrillo en el andén, rompió su
tacón, cayó contra el poste —mis oyentes
miraron el poste destrozado—, debe
haber caído de lado y con tal fuerza que
se rompió su ala.
Felipe y el sargento no creían mi
explicación. Di una fuerte calada a mi
pipa, a pesar de que estaba mojado y
helado, volví a reír. Mientras esperábamos
a la fiscalía, las alas del ángel habían
desaparecido, solo quedaban un
montón de plumas a su alrededor.
100
101
102
XIU,
DE ÉPSILON
CUATRO
Por Guillermo Horacio Pegoraro
Polvo, rocas y piedras son desplazadas
con ímpetu hacia los costados.
La tierra queda calcinada y el
manto arenoso vitrificado. Cuando la
cortina caótica de vapores y cenizas se
ha disipado, retorna el claro paisaje desértico,
con un inesperado visitante en
el suelo. La nave espacial ha efectuado
un perfecto y sincronizado aterrizaje.
La escotilla se abre y desciende su único
ocupante. Sereno y pausado camina
hacia el solitario inmueble en medio de
la nada. La gasolinera le atrae. Se detiene
en los surtidores. No son seres cibernéticos,
solo máquinas para algún tipo
de uso. Avanza hacia la cantina, donde
encuentra a parroquianos compartiendo
la tertulia. Lo observan con extrañeza, a
pesar que por el lugar han pasado motoqueros,
bandidos, hippies, insanos y
rarezas humanas rayando lo bizarro.
En el centro de la sala permanece inmóvil
como maniquí. Aspecto humanoide,
dos metros de altura, cabellos blancos
hasta los hombros, ojos grandes y oscuros,
nariz pequeña, cuerpo delgado y ceñido
en traje espacial gris. No se distinguirse
su sexo. Parece más bien, andrógino.
Varios pasos y en un taburete de la
barra se sienta. El cantinero no se inmuta.
¿Qué se va a servir gringo?, le
dice. El recién llegado inclina rostro hacia
un costado en señal de ignorancia.
Luego lleva dos dedos a la garganta del
barman, y aspira digitalmente la clave
idiomática, para luego transferirla, del
mismo modo, en propias cuerdas vocales.
Señalando a un borracho, que
saborea un tequila, como si caviar se
tratara; lo que toma el señor, responde.
El primer sorbo lacera, pero los efectos
se aprecian. Bebe sin parar, hasta
vaciar la botella. Pide otra. Alguien se
le acerca y le pregunta procedencia.
Con el dedo índice señala el gran espejo
a espaldas del mesero. El mismo se
transforma en improvisada pantalla de
plasma, en donde aparecen complicados
mapas galácticos, y con un desganado
«Por ahí» deja asentado, que no
es de la tierra y que tampoco está de
humor para profundizar el tema.
Todos se despiertan de la modorra y observan
por la ventana. El vehículo en que
viaja no es camión ni nada que se le parezca.
Dos salen corriendo, tres se sacan una
selfie con el recién llegado, y otros cuatro
dudan si vale la pena soltar el vaso.
En cuestión de minutos, las redes
sociales retransmiten las fotos sacadas
en el sucio bar. La de la nave espacial,
se hace viral. La del extraterrestre, recibe
ocho millones de likes.
La primera impresión de la gran aldea
global fue la de fraude publicitario;
pero cuando dos satélites militares
americanos y uno chino, que se creía
median el clima, confirman la presencia
del visitante espacial, las alertas
mundiales pasan de amarillo a naranja.
Inmediatamente, sin diplomacia, el
país del norte envió a sus especialistas.
Cercaron la gasolinera y la declararon
en cuarentena. El recién llegado y ocho
lugareños quedaron encerrados.
La confusión reina en el planeta. Los
aeropuertos se clausuran, la red ferroviaria
se cierra, los puertos no admiten
partidas y las carreteras son fuertemente
controladas. Los presidentes, todos
millonarios, de todos los países, algunos
ricos, otros pobres, se encierran en
sus bunker privados. El Air Force One,
circunda por algún ignoto espacio.
Los diarios digitales del mundo titulan
«No estamos solos». Y en el variopinto
de idiomas, se opina, se es euforia,
se teme, se duda, se trenzan conjeturas.
103
La bolsas de valores del mundo caen
en picada, lo alimentos imperecederos
aumentan de precio, y comienza a notarse
el desabastecimiento.
Todos esperan, pero no hay voz oficial
que aclare o que llame a la cordura.
La tensión mundial aumenta. No hay
peor situación que la falta de información;
la mente queda libre para jugar
con la fantasía de un apocalíptico final.
Luego de miles de años sosteniendo
el divino pacto narcisista, la curia mundial
doblega su discurso para no perder
adeptos, y en todo caso… incluir al extraño
para sobrevivir.
Desde la Plaza de San Pedro el pontífice
sostiene que el Mesías era extraterrestre.
Recuerda su origen divino, su virgen
madre, sus poderes sobrehumanos, la
clarividencia sobre su destino, la resurrección
y su desaparición en la tumba.
Sostiene y recuerda sus claves palabras
en vida «Mi reino no es de este mundo».
Lanzada la estrategia, los otros cultos
se acomodan. El judaísmo dice lo suyo.
Hacen circular párrafos del Pentateuco,
donde advierten que las visitas espaciales
ya estaban registradas. Génesis Cap.
5. Verso 6. «Sucedió que cuando los
hombres se multiplicaron sobre la faz
de la tierra y les nacieron hijas, al ver los
hijos de Dios que las mujeres eran hermosas,
bajaron del cielo y las tomaron
por esposas». Por lo bajo, los rabinos
planifican circuncidar al visitante, para
ponerlo de su lado. Inmediatamente el
Islán alzó su voz. Sostuvo que el Corán
era claro al respecto: «Allah el Glorificado,
dijo: Y yo he creado a los genios y a
los hombres para que me adoren», por
lo que el visitante era un «genio», más
inteligente y avanzado científicamente
que los hombres. Solo restaba marcarle
el camino espiritual hacia la Meca.
104
Pero décadas de publicidad negativa
hacia los encuentros del tercer tipo, con
Hollywood y sus estrellas haciendo mella,
la humanidad comenzó a especular. El inconsciente
colectivo sostuvo que la solitaria
nave era una exploradora de la avanzada…
que acabaría con la raza humana. El
fin de los tiempos se propagaba boca en
boca, el día del juicio final se anunciaba
de ciudad en ciudad. Times Square apagó
sus carteles. París dejó de brillar. En Buenos
Aires nadie más bailó un tango. Los
esposos confesaron sus adulterios, y sus
mujeres… también. Las cárceles fueron
abiertas y las escuelas cerradas.
Los militares debatieron qué hacer.
Sus mentes cerradas y obtusas solo eran
usinas de paranoia. Entre matar al emisario
y robarse sus avanzados secretos,
a prepararse para una invasión intergaláctica…
debieron optar. De igual forma,
movilizaron sus ejércitos hacia las fronteras
y alistaron el arsenal nuclear… por
si acaso. La paz fría se terminó. Ningún
país vio con buenos ojos los preparativos
militares del otro. De naranja a roja
pasó el color del alerta.
Los aviones despegaron, los submarinos
fijaron su blanco, los misiles se
armaron y los tanques comenzaron a
rodar. La tensión creció y creció hasta
que el Armagedón se tornó inevitable.
En un apartado y sucio bar de gasolinera,
Xiu, de Épsilon Cuatro, sigue bebiendo
tequila. Es la cuarta botella que desaparece
en su garganta, y la quinta espera tranquila.
Desde que llegó, nadie se interesó
por sus motivos. A él le parece un lugar
ideal para ahogar penas. Desde que Thiara
Seis lo abandonara por otro par de brazos
él sabe que alejarse y curar en solitario
sus heridas es la mejor salida… y que mejor
que este tranquilo y pacífico planeta,
con pocas personas, amigables y serenas.
105
106
LA
FÁBRICA
Por Fátima Montiel Christlieb
Estaba harto. Ya no podía más. ¿Por
qué todos se veían iguales? ¿Por
qué todos vestían lo mismo? ¿Qué
era ese lugar? Era como una ciudad
bajo techo. Grandes maquinarias se extendían
ante mí sin ningún orden, pero
al mismo tiempo no podía imaginar un
lugar más cuadrado y rígido.
La gente, al verme, comenzaba a
entrar en pánico, como si yo fuera una
aberración o algo así.
Ese sentimiento tan familiar, tan incómodo
y conocido de que no encajaba,
se hizo presente. Un mar de gente
me levantó y me llevó hasta una enorme
vitrina de más de cincuenta metros
de largo y diez de alto. Sobre esa gran
caja de vidrio había un letrero que decía:
«Caja de reparación de individuos».
Adentro no parecía haber nada, sólo un
enorme abismo del que escapaba un
eco denso y frío.
No podía escapar de la multitud,
como si algo me mantuviera pegado a
ellos, allegado y completamente adherido.
Sentía que no quería separármeles
por alguna razón.
Me arrojaron dentro de aquella vitrina.
Contrario a lo que vi antes de caer
ahí, el lugar tenía paredes blancas y estaba
iluminado. Sentí alivio, pero aún
había algo que no estaba bien.
No estaba solo. Había muchas personas
allí. La gran mayoría miraba hacia
afuera con ojos de añoranza por aquel
mundo exterior, y otros permanecían
volteados hacia una de las paredes.
—¿Dónde estamos? —pregunté lleno
de miedo. Nadie respondió. Algunos voltearon
a verme, pero al final terminaron
regresando a su posición inicial. Era un
entorno triste, lleno de almas olvidadas.
Había un chico que llamó mi atención.
Su cabello era rojo vivo, su ropa
era colorida y estaba recostado, en vez
de sentado; todo era diferente en él.
No podía ser confundido, era completamente
único en ese mundo gris.
De repente empezó a sonar una alarma
y un foco rojo intermitente se encendió
sobre nuestras cabezas. Todos comenzaron
a correr. Unos se pegaron a las
paredes y otros se quedaron en el centro.
No comprendía absolutamente nada.
Justo cuando terminó de sonar la
alarma, varias ventanas y puertas
trampa se abrieron sin aviso y muchos
fueron tragados o succionados por
aquellos agujeros. Entonces, a través
del vidrio de la vitrina logré ver funcionando
las máquinas, de las que salían
personas nuevas y exactamente iguales
al resto. Reconocí a algunos de ellos,
lo único que los diferenciaba del resto
eran sus caras. Eran a los que habían
absorbido las puertas y ventanas de la
vitrina. No tenía sentido.
«Individuos defectuosos detectados»,
sonó una voz robótica dentro del gran
cuarto.
La paredes de la vitrina se volvieron
rojas y una se abrió de un extremo,
dando paso a otra que comenzó a moverse
y a cerrar el espacio disponible
dentro de la caja.
Los que quedábamos intentamos alejarnos
de la pared que venía tras nosotros,
todos excepto el chico del cabello rojo,
quien permaneció recostado sin siquiera
preocuparse por evitar ser aplastado.
El miedo se apoderó de mí. «Prefiero
volver allá afuera que morir», pensé
aterrorizado.
Justo antes de que ser aplastado por
la pared móvil, una puerta me succionó.
En menos de un segundo me vi saliendo
de una de las maquinarias de la
fábrica. Mi ropa era como la de todos
107
y me sentía entumido; como si hubiera
una tela entre el mundo y yo, algo completamente
irreal.
Era mi oportunidad de escapar de
aquella fábrica, pero mi cuerpo no me
respondía. Ya no me pertenecía.
Vi hacia el interior de la vitrina una
vez más. El chico de cabello rojo seguía
allí, junto con un par de chicos más. Entendí
que todo había sido un engaño,
nadie murió. Dejé que me llevaran de
nuevo a la fábrica por miedo a algo que
no pasaría.
Mi cuerpo comenzó a moverse solo
hacia donde se dirigía el resto de la
gente en la fábrica. Al ir caminando,
me vi en el reflejo de un vidrio; no podía
reconocerme a pesar de saber que
la persona en el reflejo era yo. Dentro
de esa carcasa que formaba mi nueva
imagen, ya no existía ni una pizca de
mi verdadero ser. Había dejado que me
cambiaran por temor a lo que me pasaría
de hacer lo contrario. Dejé que me
fabricaran a su manera.
No pude evitar sentirme aplastado
por el horror de ser controlado irremediablemente
por los demás. Por más
que intentaba controlar mi cuerpo, no
funcionaba. Él me controlaba a mí.
Entonces desperté. Todo había sido
una pesadilla, pero aquel sentimiento
de incomodidad y estrés no se alejaba
de mí, como si siguiera allí dentro,
como si mi cuerpo siguiera sin ser mío.
Salí corriendo a la calle, y al ver a las
personas caminando me sentí de vuelta
en el sueño. Todos parecían ser controlados
por lo mismo, el odio y el conformismo,
excepto algunos pocos, ellos son
quienes pertenecen a la vitrina; individuos
que no pueden ser «reparados». Me
di cuenta de que todos somos diferentes
pero, al final, muchos terminamos siendo
iguales a los otros por elección propia.
Mi pesadilla había sido una enorme
metáfora, que representaba mi verdadera
vida. Me di cuenta de que jamás
salí del sueño, porque vivo en él.
Vivo en una fábrica de humanos.
108
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110
CASA DEL
MIGRANTE
Un reportaje
de Gilberto Santos
La ciudad de Nuevo Laredo, México.
Recibe a cientos de migrantes. Cada
uno tiene su historia conmovedora,
pero desconocida para la población en
general, quienes los ven como vagabundos
o les pasan desapercibidos. Los
migrantes habiendo afrontado peligros,
en su inmensa mayoría tienen como
destino EUA, nuestro país vecino del
norte. Esta ciudad al ser la mayor aduana
terrestre del país y por su posición
geográfica desde hace algunos años se
ha convertido en sitio de paso para personas
que viajan al norte. Generalmente
llegan a esta frontera sin posesiones,
pensando que van de paso, con heridas
que les dejó el camino, algunas difíciles
de superar. Tantas penurias hacen desistir
a algunos quienes se recuperan su
salud y emprenden el regreso a su lugar
de origen, otros siguen su meta siendo
deportados en poco o mucho tiempo,
otros prefieren quedarse en México subsistiendo
de empleos informales, otros
mueren ahogados en el río, perdidos en
el desierto o asesinados.
El Pastor Aarón, como se le conoce al
Presidente y fundador de Casa del Migrante
AMAR A.C., desde el 2009 se dedica
a Hospedar, alimentar y ofrecer ayuda
médica y legal. Hace 8 años decidió iniciar
esta empresa, alentado por sus profundas
convicciones cristianas que desde
niño practica junto con su familia. La misericordia
y la empatía mueven a muchas
personas a colaborar con él de manera altruista
y filantrópica. AMAR no sólo ofrece
alojamiento y comida, sino también ofrece
cursos y conferencias sobre problemas
de adicción, alcoholismo, vida familia y
ayuda psicológica para quienes han sufrido
abuso y tortura en su camino. Cada
tarde se ofrecen consultas médicas donde
se atiende desde una gripe hasta continuidad
en tratamientos crónicos. Básicamente
a cada migrante que llega se le da
hospedaje, lugar para bañarse, lugar para
que lave ropa, se le provee de una muda
de ropa, se le proporciona un teléfono
para que se comunique con su familia y se
guarda un registro.
Historias tristes llenan la casa, asaltos,
violaciones, enfermedad, hambre, separación
y muerte. Pero en este refugio
nacen historias alegres y esperanzadoras,
nacimientos, bodas, reencuentros, conversiones,
liberación de vicios, amistad
y progreso. Mientras los habitantes de la
ciudad son ajenos a todo esto, dentro de
las paredes de la casa hay una gran carga
de emociones, casi todas en silencio o liberadas
de manera explosiva en los momentos
de reflexión e introspectiva.
Como retribución a la sociedad, AMAR
lleva a los migrantes a hacer labores
sociales como jardinería, construcción
o limpieza, a escuelas, iglesias, casas
particulares o donde sean solicitados.
También, cada semana se trasladan a las
colonias más necesitadas a compartir alimentos
y ropa, de las donaciones que reciben.
Al mismo tiempo, se realizan otros
servicios como búsqueda de migrantes
desaparecidos, de sus familias en EUA u
otros países, servicio postal, bolsa de trabajo,
alfabetización, cursos de nutrición,
consejería familiar, atención psicológica
y educación cristiana. Por cuarta ocasión
también realizará «La tienda de la calle»
(Street store) en una plaza del centro de
la ciudad, para proveer de ropa, libros,
calzado, cortes de pelo, asesoría legal,
atención médica y odontontológica a los
más necesitados
Los colaboradores no tienen planes de
detenerse en esta obra, «Mientras existan
los necesitados seguiremos manifestando
bondad».
111
HISTORIA DE
UN HONDUREÑO
(Como le fue narrada
a Aarón Méndez)
Sebastián salió de su casa en la madrugada,
de manera muy discreta para evitar un
encuentro con las pandillas que lo acosaban
en los últimos meses. A sus 29 años
vivía con sus abuelos, siendo huérfano
desde que tiene memoria, llevando una
vida dura, por la pobreza.
Caminando, evitando la frontera con
El Salvador por las pandillas que asolan
la región, no pudo evitar que en
Guatemala le robaran sus pertenencias
quedando con un poco de dinero que
llevaba, mismo que tuvo que pagar
para que lo cruzaran el río en lancha
e ingresar a México. A pie, llegó con
unos compañeros de viaje a Tenosique,
Tabasco, donde afortunadamente le
dieron alojamiento por una semana
en una casa del migrante, dónde se recuperó
de salud para proseguir su viaje.
Después se trasladó hasta Palenque,
Chiapas, donde comenzaron la travesía
en el tren («La bestia») en el cual se
viajaron arriba del tren, con una temperatura
muy fría y con lluvia. Viajando
en los vagones después llegó hasta
Coatzacoalcos, Veracruz, a la casa del
migrante. En el tren al pedirles la cuota
de 100 dólares, al no pagar a cinco
jóvenes con una señora los arrojaron
del tren. Asustados al ver como se despedazaban
las personas por las llantas
del tren, desistieron por el momento.
Después de pocos días, consiguió
subirse al tren sin que le cobraran los
pandilleros para llegar hasta Tierra
Blanca, Veracruz y tuvo que salir rá-
112
pido solo durando un día de la casa
del migrante viajando de nuevo hasta
Orizaba, Veracruz en duración de viaje
doce horas. Tuvieron que abandonar
esa ciudad, viéndose presionados por
una persona de la «Mara Salvatrucha»
quien les exigía dinero para continuar.
Salió rumbo a la ciudad de México a
una casa del migrante de Huehuetoca
y tuvo que partir porque los guardias
lo querían asaltar amenazándolo con
pistola y pidiéndoles 300 dólares. Consiguió
nuevos compañeros de viaje y
partieron, teniendo que caminaron
por diez horas para tomar de nuevo
el tren y viajar a Celaya, Guanajuato.
Duraron dos días en la orilla de las
vías durmiendo entre unos matorrales.
Luego salieron rumbo a San Luis Potosí
luego a Saltillo donde duraron un día.
Al llegar a Nuevo Laredo fue secuestrado
por una pandilla, la cual lo llevó
a una casa donde los desnudaron y los
ataron, inmovilizándolos. Estuvo en esa
condición durante varios días, donde se
les daba agua y comida una vez al día.
Estuvo quince días en ese infierno escuchado
súplicas de otros secuestrados y
recibiendo palizas por no tener quien
pagara el rescate. Un día lo llevaron a
despoblado, donde lo navajearon y quedó
tendido. Unas horas después uno de
los secuestradores regresó y prometió
ayudarlo si no decía nada a nadie. Lo
trasladó abandonándolo a una cuadra
de la Casa del Migrante AMAR, dónde
se le brindó atención médica y de las
demás necesidades. Estuvo dos semanas
aproximadamente recuperándose,
luego se entregó a Migración con el propósito
que lo ayudaran a regresar a su
casa. Dos meses de penoso viaje, que
le dejaron cicatrices, experiencias y un
nuevo amor por la vida.
113
HISTORIA DE
UN CUBANO
(Como le fue narrada
a Aarón Méndez)
Julio y sus compañeros salieron de
cuba con visa a Guyana. De allí contactó
a un coyote para viajar a Venezuela
en un viaje con dos días de duración
en un barco pequeño. En Venezuela,
por toda la ribera del río Orinoco, viajó
para cruzar el río durante dos días y
duró cuatro días de allí en Venezuela.
Luego viajó también en carro hasta Colombia;
algunas veces con pasajes de
otras personas que le conseguían tratantes
de personas, a veces en cajuelas.
También en lancha y caminando por la
selva, para entrar a Panamá de forma
ilegal. Iniciando en un grupo de treinta
personas, mismo que se fue reduciendo
por cansancio, hambre o alguna enfermedad,
caminando siempre mojado
entre follaje y animales peligrosos y
escondiéndose de las mafias de contrabando,
de los guerrilleros y de los soldados.
Después de ser abandonados
por el guía y de dos días sin comer, sólo
con la voluntad de sobrevivir llegaron
a una comunidad indígena panameña,
siendo auxiliados y hospedados. Continuaron
el viaje un día después, donde
militares trataron de extorsionarlos
después de maltratarlos antes de entrar
a Costa Rica.
Contactaron a un traficante de personas
de Costa Rica, quien los llevó
entre selva y pantanos esquivando los
retenes para llegar a Nicaragua, donde
los asaltaron quitándoles todo lo
que consideraron de valor. Llegaron
a Honduras donde una pandilla los
asaltó nuevamente, pero más adelante
recibieron protección del gobierno
hondureño quien les dio un permiso
para continuar a Guatemala a donde
entraron de forma ilegal, durmiendo
en el monte para no ser visto por las
autoridades y por las pandillas.
Después de atravesar Guatemala
cruzaron el río Suchiate en lancha,
pero llegando a Tapachula los asaltó
una pandilla llevándose secuestrados
a algunos de ellos. Se presentaron al
departamento de migración quienes
les expidieron un permiso para viajar
hasta Nuevo Laredo, donde contactaron
a la Casa del Migrante AMAR para
recibir hospedaje y comida.
Después de un viaje de aproximadamente
cuatro meses y atravesar más
de ocho países, el viaje no termina, la
meta es obtener un status legal en USA,
habiendo perdido lo que tenían y varios
compañeros, ahora no hay marcha atrás,
es necesario conseguir un nuevo hogar.
114
LOS OTROS
MIGRANTES
Los que se quedan
Darío nos recibió en el patio de su casa,
quería donar unas camas que había
desocupado desde hace tiempo. Dedicado
a la compra y venta de autos usados,
no deja de hablar por el celular de
última generación mientras trae otro
en el cinturón y un teléfono inalámbrico
en la otra mano. Por conocerlo
de hace tiempo sabemos que Darío es
sólo un alias para que su nombre real,
Darwin, no suene extranjero. Nunca
habla de su lugar de origen, para él su
vida es su negocio, su casa en las orillas
del Río Bravo y su familia, esposa
y dos niños. Las cicatrices que tiene en
un brazo y en la cara seguramente tendrían
historias que contar, pero él sólo
dice que llegó a Nuevo Laredo porque
«tuvo problemas con la ley» y su gusto
por las pupusas, así como el hecho de
que a veces se refiere a la cerveza como
«pisco» y en lugar de pesos dice lempiras,
lo delatan, pero no decimos nada.
«Pues así es», dice cuando finaliza su
llamada, «hay muchos que no se dan
cuenta de lo que tienen. Aquí se puede
hacer dinero, pero hay que trabajar. Mírame,
yo no tengo ni acta de nacimiento
y mira lo que tengo. En cambio muchos
que hasta tienen estudios no se dan
cuenta que esta ciudad da para todos».
En otras ocasiones ha contado como
empezó como chofer de un dueño de
«lote de carros», hasta que tuvo dinero
para comprar algunos y venderlos en
partes. «Llévense eso», dice señalando
dos camas completas recargadas en la
pared exterior de la casa. «Cuando tenga
más cosas, les hablo».
Constantemente dice que no le gusta
ayudar a nadie, que cada quien debe
trabajar para tener lo que quiera, pero
de manera indiferente regala dinero y
objetos para las personas pobres, principalmente
migrantes. Tal vez recuerda
su llegada a la ciudad, tal vez es su manera
de mostrar gratitud a la vida que
le ha dado tanto.
También puedes
apoyar a esta
institución
Ya sea realizando donaciones
en especie o económicas,
todas serán bien recibidas y
administradas por los miembros
de Casa del migrante AMAR A. C.
Domicilio:
Felipe Ángeles #814
Col. Militar. C.P. 88120
Nuevo Laredo, Tam. México.
Teléfono:
01 (867) 188 90 72
Facebook:
Casa.del.Migrante.Amar
115
116
CONOCE A
LOS AUTORES
QUE COMPONEN
ESTE NÚMERO
Maximiano Revilla Vega
Nació en Tabanera de Valdavia, el 21 de
Diciembre de 1962. Reside en Madrid.
Estudios de Teoría y Creación Poética
con los premios Magón de Poesía en
Costa Rica, Laureano Alban y Julieta Dobles.
UNED. Grado en Lengua y literatura
Española. Miembro activo del Grupo
Aranjuez de Poesía Trascendentalista.
Su basta obra narrativa ha sido publicada
pro Ediciones Vitruvio, mientras que
su obra poética se encuentra disponible
en Amazon.
Alberto Arecchi
Arquitecto italiano, presidente de la Asociación
Cultural Liutprand, de Pavía, que
pública estudios sobre la historia y las
tradiciones locales. (www.liutprand.it) Autor
de publicaciones y libros obre el património
histórico y la história de su ciudad,
otros asuntos de arquitectura, tecnologías
para el desarrollo; escribe cuentos
breves y poemas en diversos diferentes
idiomas, ganando galardones y reconocimientos
en concursos literarios en Italia,
España, América Latina.
117
FLORES
Donís Albert Egea, Técnico superior informático,
además ayuda a su padre en
el trabajo. Escribe desde hace 17 años y
ha obtenido galardones literarios como
3º puesto en el X EPLA de narrativa 2001,
accesit en el Katharsis de poesía 2009, finalista
en el Limaclara de ensayo 2014, finalista
en el Premio UNIR de ensayo 2015
o aparecido en cantidad de antologías de
poesía, cuento y microrrelato. Actualmente
termina la carrera de Grado en Estudios
Hispánicos en la Universidad de Valencia.
Paola Tena Ronquillo
(1980, México). Pediatra de profesión, escritora
por afición. Ha participado como
ponente en sesiones dedicadas a la lectura
y ha impartido talleres de escritura
creativa. Ha publicado algunos de sus
microcuentos en antologías del género.
Nombramiento especial en el concurso
de microcuentos de la FILBo 2015. Publicada
en varias revistas digitales dedicadas
a la microficción, como Cuentos para el
Andén, Microfilias y Brevilla. Participa activamente
en redes sociales.
118
Guillermo Horacio Pegoraro
Licenciado en Comunicación Social,
por la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de Universidad Nacional de
Córdoba, Argentina; y licenciado en
Psicología por la Facultad de Psicología
de la Universidad Nacional de Córdoba.
José Luis Najenson
Escritor y poeta. Es Doctor en Filosofía
(D.Phil.) por la Universidad de Cambridge,
1980. Miembro Correspondiente en Israel
de la ANLE (Academia Norteamericana de
la Lengua Española, desde 2000). Ha obtenido
varios premios literarios y publicado
libros de cuento, poesía y novela; entre
ellos: Tiempo de arrojar piedras: cuentos
de ficción política y religiosa; Cultura nacional,
cultura subalterna; Memorias de
un erotómano; Diario de un Voyeur; Periplo
Judeo-Andaluz; El suspiro del moro.
Esther Domínguez Soto
Es profesora de inglés. Vive y trabaja
en Pontevedra, España. Gusta de leer,
escribir, viajar, charlar y tomar café con
las amigas; además de las plantas y el
chocolate.
José Luis Torres
(Ciudad de México, 1953), estudió Periodismo
y Comunicación Colectiva en la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales
(UNAM), maestrías en Comunicación
Organizacional (CADEC) e Historia del
Pensamiento (UP), además de varios diplomados.
Promotor de la lectura, editor
de cuentos, novela y memorias. Ha publicado
la novela El Colapso los cuentos, los
cuentos Di todo lo que sepas, así como
otras historias. Durante más de tres décadas
laboró en la industria televisiva.
Fátima Montiel Christlieb
Estudiante de bachillerato con 15 años de
edad. Radica en la ciudad de México. Tiene
una hermana mayor y sus dos padres
son músicos, por lo que ha estado en el
ámbito del arte desde que nació. Comenzó
a estudiar violín a los cinco años y estudió
en la Facultad de Música de la UNAM
durante seis años. A pesar de todo ese
tiempo de estudio entendió que la música
no era para ella, pero escribir es algo que
ama hacer desde los siete años y sabe que
quiere seguir haciéndolo.
Raul Reyes Aguilar
Nacido en la Ciudad de México. Egresado
de la carrera de Lengua y Literaturas
Hispánicas, y Maestro en Letras Latinoamericanas,
ambas por la UNAM.
119
G. Farell
Vive con su padre, ya que sus padres se
divorciaron. Asistió al colegio Suizo de México
por mas de diez años, aprendiendo
alemán e ingles. En la secundaria cambió
de escuela y sigue en ella. Cursa el sexto
semestre de preparatoria, a punto de entrar
a la universidad. Sus años de prepa
fueron los que lo marcaron y en donde
decidió volverse escritor. Ha escrito diez
cuentos tratando de tener un personaje
en común: la Ciudad de México; donde nació
y ha vivido sus cortos diecinueve años.
Hina Finck
Profesora, pedagoga y terapeuta de Educación
Especial. Entrenadora de natación
a nivel nacional de Olimpiadas Especiales.
No posee carrera literaria cursada en
algún plantel educativo ni universidad;
es autodidacta. Desde hace cinco años
comenzó a escribir y a enviar sus creaciones
a los diferentes certámenes. Las obras
ya publicadas son 87. Tiene en mi haber:
cuento, novela, axioma, poesía, ensayo,
teatro para títeres y hasta los libros de texto
con los cuales imparte clases y terapias.
Diana Ruiz
Nació con un lápiz en su mano y un
irremediable gusto por la lectura y la
escritura lo cual la hizo proponerse ser
escritora. Su primer premio fue un cheque
de regalo de una librería. Colabora
en diferentes revistas literarias y culturales,
periódicos, algún que otro blog
de su autoría mostrando retazos de
historias que pululaban por su mente,
escribir, escribir, escribir... y mientras,
consiguió hacer un par de novelas que
ya están en el mercado literario.
120
Adrián Osorno Hernández
Escritor novel, oriundo de la ciudad
de Sevilla. Amante incondicional de la
ciencia ficción, la fantasía, el terror y
el humor negro, géneros que intenta
plasmar siempre en sus relatos. Ha publicado
Microrrelatos el Bunker Z (Colaboración
en antología) y Microrrelatos
eróticos II, Divertisex (Colaboración en
antología).
Cyan Urón
Uriel López Delgadillo (Jalisco, 1988).
Abandonó la licenciatura de Letras Hispánicas,
de la UDG, tras convertirse en fósil
y no lograr darle la prioridad que demandaba.
Ganó un concurso de poesía en
este centro universitario y publicó en dos
de sus revistas, Númen N°8 y La Cigarra
N°0. Se dedica a hacer figuras de barro y
de papel, y a escribir; traduce una novela
de ciencia ficción y escribe una novela de
ciencia ficción, y lleva años realizando un
bestiario también en ese género.
Circe
Ana Fructuoso Ros, nacida en Yecla, Provincia
de Murcia, España el 8 del 9 de 1960.
Licenciada en Filosofía por la Universidad
de Murcia. En la actualidad trabaja en la
Universidad de Murcia. Ha hecho su formación
literaria en Talleres de Escritura.
Lola López Mondejar. Biblioteca regional
de Murcia. Hasta la fecha ha publicado:
Desde el Columpio y otros relatos; Libros
de relatos conjuntos con las editoriales
ACEN y relatos en revista literaria Cuadernos
del matemático.
Jhovana Aguilar Jiménez
(Jalisco, 2001). Resultó finalista en el
Premio Literario Constanti 2016 convocado
en España con su relato Dos
fantasmas. Escribir y leer le llena y le
complace.
Nestor Quadrí
El autor es de profesión ingeniero, docente
universitario en Buenos Aires y
autor de numerosos libros técnicos.
Desde principios del año 2006, y luego
de jubilarse, comenzó a escribir cuentos
y poesías y participado en numerosos
concursos literarios. Ha publicado
los libros Cuentos sin nombres (2009),
Inquietudes literarias (2011), La caja del
tiempo (2013) Cuentos del Parque Avellaneda
(2014) en Editorial Alsina. Buenos
Aires. Argentina.
121
Alexandro Arana Ontiveros
Escritor mexicano que ha conseguido más
de 230 reconocimientos en diferentes géneros
literarios como cuento, poesía, prosa
poética, microcuento, haiku, ensayo,
guión y aforismos. Actualmente colabora
en la comunidad literaria internacional
Letras & Poesía y en la revista online Walskium
magazine. Además, ha publicado
dos cuentos cortos infantiles y 80 cuentos
novelados juveniles. Tamambién realiza
una investigación sobre el rol de los seres
humanos en el Universo.
Esteban R. Jiménez Bedoya
Nació en Pereira (Risaralda) el 15 de
febrero de 1988. Licenciado en Leguas
Extranjeras de la Universidad Surcolombiana.
Su texto “Ruta de las golondrinas
de Capistrano” fue incluido en la
Antología RELATA de cuento y poesía
2013; obtuvo el segundo puesto en el
XXIV Concurso Departamental de Minicuento
“Rodrígo Díaz Castañeda” 2014
(Palermo, Huila); finalista del Concurso
de Relato Antonio Di Benedetto (Mendoza,
Argentina) del año 2014.
122
Jorge Ortega Muñiz
(1958 - 2017) Fue un narrador mexicano,
autor de el volumen de cuentos, El
hombre sin cara y otros relatos (1987),
La ciudad feliz y otros relatos (2016); y
una serie de ficción histórica, El dominio
de las águilas (2016) y Submarinos
para el Kaiser (2017). Con una serie de
publicaciones póstumas para publicar.
Manuel Rodriguez
Nació en el valle del Alto Chicama
región La Libertad Perú en junio de
1951. Se identifica como AUTODIDACTA
para contar sus experiencias vividas
en los lugares por donde anduvo
trabajando en el “Montaje de
Empresas Industriales”, conviviendo
en campamentos, junto a otros miles
de trabajadores como él; es miembro
virtual del Círculo Latinoamericano de
Escritores (CLE) y administrador de la
página Web
Sorelestat Serna
Santiago Alberto Serna Caicedo, escritor
bogotano. Egresado del TEUC, Taller
de escritores de la universidad central
dirigido por Isaías Peña. Ganador con el
guión para historieta Suspiros de vida para
Nahualli Comics. Primer puesto con El
paso de la marabunta en el I Concurso de
Poesía y Cuento Internauta Internacional,
dirigido por el escritor venezolano Laab
Akaakad. Ha publicado en su libro Suspiros
de vida y otros escombros de Ambidiestro
taller editorial.
Ernesto Molina
Ingeniero ambiental mexicano que
se dedica principalmente a sistemas
hidráulicos, es autor del blog Cerdo
Venusiano y hace varias reseñas de videojuegos
y equipos mecánicos para
revistas especializadas. Su primera
novela Los últimos contribuyentes consiste
en un desesperado intento para
salir de la rutina, hacerse el gracioso y
conocer mujeres.
Hugo Casarrubias
Nació el 3 de Mayo de 1988, en Tlalnepantla
de Baz, Estado de México. Desde
pequeño incursionó en el mundo del
terror a través de las películas. A la edad
de dieciocho años, teniendo la idea y las
bases de este cuento largo, se dedicó a
escribir su primera novela, la cual terminó
tres años después. Actualmente cuenta
con tres libros publicados así como diversas
participaciones en revistas literarias
como Revista Nictofilia, Revista Letras y
Demonios y revista Cruz Diablo.
Juss Kadar
Técnico de farmacia por profesión, su
pasión siempre ha sido escribir cualquier
historia, ya sea de intriga, amor,
fantasía... Una escritora por impulso
que se atreve con todos los géneros.
Ganadora de varios premios literarios
en el Instituto y uno concedido por el
ayuntamiento en San Sebastián de los
Reyes (Madrid) En 2012 iniciaba el blog
“La muerte de los sueños”, donde como
un diario contaría su lucha para convertirse
en una escritora reconocida.
123
SEGUNDA
CONVOCATORIA DE
ENSAYO Y RELATO «LA
SIRENA VARADA, REVISTA
LITERARIA BIMESTRAL»
«La sirena varada, revista literaria bimestral», publicación física y digital
mexicana en castellano, especializada en relato corto y ensayo convoca a todas
aquellas personas que quieran colaborar con la publicación de textos en el segundo
número de la revista y que no hayan sido seleccionados en la primera convocatoria.
Todas las obras deberán ser originales e inéditas, y de acuerdo a las
siguientes especificaciones:
• Ensayo: La extensión deberá ser mínimo de 3000 caracteres (contando
también los espacios) y máximo de 5000. Los trabajos deberán tratar el
tema de la influencia de la lectura en la juventud.
• Relato: En esta primera convocatoria se recibirán relatos que entren dentro
del género del terror, ciencia ficción y policial. La extensión deberá ser mínimo
de 4000 caracteres (contando también los espacios) y máximo de 6000.
El plazo de recepción de trabajos terminará el viernes 30 de junio a las 23:59 horas
UT-6:00 (CST)
El formato de envío para los textos será en formato .txt .doc o .docx (no se tomará
en cuenta cualquier otro formato) letra tamaño 12 e interlineado sencillo y, en el
caso de los ensayos, notas al final del documento. El nombre del archivo deberá estar
estructurado de la siguiente forma: TÍTULO_ApellidosNombre (del autor). Y deberán
ser enviados con el asunto «Convocatoria la sirena varada, revista literaria» a:
contactoeditorial@editorialdreamers.com.mx
Se seleccionarán cinco (5) ensayos y ocho (15) relatos, los cuales serán anunciados
el día sábado 1° de julio. Sólo se mantendrá comunicación con los autores
seleccionados.
En el cuerpo del correo deberán incluir: Nombre completo del autor, seudónimo
(si aplica), correo electrónico para contacto y una breve biografía de no más de
300 palabras.
En aras de mantener la equidad entre los participantes, no se tomará en cuenta
la trayectoria del autor para publicar su obra, sólo se tomará en cuenta la calidad
de la misma.
Reiteramos, sólo se notificará a los seleccionados mediante correo electrónico su
inclusión en la revista. No se informará en ningún caso sobre aspecto alguno del
proceso de selección, y sólo se mantendrá contacto con aquellos autores cuyos
textos sean elegidos.
Al ser una publicación sin fines de lucro, no existirá premio en metálico. Sólo se
entregará un reconocimiento a los autores seleccionados.
Cualquier anomalía en esta convocatoria se resolverá conforme a las leyes mexicanas
que correspondan.
¡Esperamos su
participación!
EXCELENTÍSIMO SEÑOR
JORGE ORTEGA MUÑIZ
FALLECIÓ EN VERACRUZ
EL DÍA 16 DE MAYO DE 2017
Todo el equipo de La sirena varada, revista literaria
bimestral, así como de Editorial Dreamers, nos
unimos a la pena que embarga a su familia y les
deseamos pronta resignación
Dedicamos este primer número a su memoria
en nuestro siguiente número
más cuentos, más ensayos,
y todo el gran talento que los autores
de habla hispana depositan
en nuestras manos