VIOLENCIA DOMÉSTICA Por Miguel Fernando Payán Ramírez 38
Volvió a golpearme esta noche y juré que sería la última, hoy voy a terminar con todo. Se ha vuelto un ser violento y esto tiene que parar hoy. Puedo jurar que antes no era así. Cuando le conocí era una persona maravillosa, atenta, cariñosa, lo contrario a lo que es ahora. Cuando le vi por primera vez supe que quería pasar mi existencia a su lado, y así fue un par de meses después. Nos entendíamos tan bien que no hizo falta esperar mucho para que decidiéramos mudarnos a la misma casa y así hacer vida en compañía. Eso fue hace dos años. Esos años fueron una experiencia polarizada, que pasó de lo mejor que me ha sucedido a lo peor. Al principio todo era amor en el aire, salidas al cine, a cafés, a restaurantes, a todos lados, pero siempre en pareja, nunca con alguien más, y mucho menos por separado. <strong>La</strong>s noches en que hacíamos el amor eran extraordinarias, conocíamos cada parte del cuerpo del otro y lo explotábamos con resultados asombrosos. Caminábamos de la mano a todos lados, nos besábamos en los parques, en las esquinas, en los autobuses… éramos la pareja perfecta. Pero todo comenzó a cambiar. Un día, sin mala intención, comenté que quería salir con algunas amistades de la universidad. Su reacción fue tan agresiva que pensé que se trataba de una mala broma. No lo era. Al responder que tenía derecho a salir con quien quisiera, recibí el primer golpe. Algo sencillo, una ligera bofetada en la mejilla que no dolió demasiado, pero que dejó un profundo ardor en mi alma. Supuse que había tenido un mal día, así que decidí posponer mis planes para evitarle más mortificaciones. Esa misma noche se disculpó conmigo aduciendo, como sospechaba, que había tenido problemas en la oficina. Así que dormí con tranquilidad una vez que prometió que no volvería a suceder. Pero volvió a suceder, una y otra vez. Cada vez que decía algo que no le parecía o hacía algo que le molestaba recibía una reprimenda física de su parte. Algunas veces eran sólo bofetadas disimuladas, otras tantas, golpes descarados que llenaban de moretones todo mi cuerpo, aunque siempre seguidas de miles de disculpas y promesas de que no volvería a suceder. Dejé de salir a hacer las compras, dejé de trabajar, dejé de hablar por teléfono con mi familia, pues cada vez que salía o recibía una llamada, me veía con recelo y terminaba castigándome. Porque en eso se había convertido la relación, en un castigo, una tortura, una constante y violenta represión hacia mi persona. Pero no fue el único cambio. Cuando buscaba cariño me rechazaba, caminábamos por las calles como desconocidos, sin tocarnos o hablarnos. Salvo que otras personas me miraran, en ese caso me tomaba como si le perteneciera y me apretaba con rudeza a su cuerpo. No hubo más cenas románticas, sólo yo cocinando para dos, aunque muchas veces su porción se quedaba enfriándose hasta la media noche cuando volvía no sé de dónde. No más salidas juntos, sólo quedarme en casa mientras su ausencia me acompañaba. No más hacer el amor, o besarnos, a excepción de las contadas noches en las que exigía un sexo tan descuidado, tan desconsiderado, que terminaba lesionándome. Cada día me ganaba una golpiza por cualquier excusa. <strong>La</strong>s más comunes eran por mi desempeño en las tareas del hogar, por no hacer la comida que quería, no limpiar 39