La sirena varada: Año 1, Número 4

Jose pensó que debía ser importación
europea. Que bien se lo tenía guardado
el señor Pavel.
—¿Cómo se llama? —preguntó ella.
—Carlos, ¿y usté…? —la chica lo interrumpió
y lo jaló para bailar otra canción.
Su teléfono salió volando del saco
y al recogerlo notó once llamadas perdidas
y setenta mensajes sin leer de su
jefe, esposa y el forense. Apretó una nalga
de la chica, le besó la mejilla y salió
corriendo. Jose tenía la mala costumbre
de quitar el sonido y la vibración a su teléfono.
Pero igual, así lo prefería.
Escribió rápido un mensaje a su mujer
avisándole que estaba en un caso y que
no llegaba a dormir mientras viajaba en
un taxi a la Delegación Cuauhtémoc.
—Hasta que decides aparecerte, Reyes —le
dijo el capitán mientras revisaba junto al forense
el expediente de la chica.
—Estaba investigando, Capitán —ambos
lo miraron como quien mira a un
borracho mentiroso.
—Seguro, investigando cuantas cubas
te podías tomar —murmuró el Capitán
—Bueno ya, díganme, ¿qué pasó?
—Está raro —comenzó el forense—,
cuando hice la autopsia, el cuerpo de la
difunta estaba lleno de semillas, tallos
y flores. Parecen estar sembradas en
sus órganos y músculos. Lo más extraño
es que este no es el único caso que
presenta el mismo cuadro.
Caminaron hacia la morgue de la Delegación,
había tres cuerpos descubiertos
sobre las mesas de disección, uno
de la mujer con las margaritas y dos
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