10.02.2018 Views

Fahrenheit 451 - Ray Bradbury

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Montag—. Creo que ni siquiera la muerte de mi mujer podría entristecerme. No<br />

está bien. Algo malo me pasa.<br />

—Escuche —dijo Granger tomándolo por el brazo y caminando con él,<br />

apartando los matorrales para que pasara—. Mi abuelo murió cuando yo era<br />

niño. Era escultor. Era además un hombre muy bondadoso, dispuesto a querer a<br />

todo el mundo. Ay udaba a limpiar la casa de vecindad, hacía juguetes para los<br />

niños, y un millón de cosas. Tenía siempre las manos ocupadas. Y cuando murió,<br />

comprendí que yo no lloraba por él, sino por todas las cosas que hacía. Lloraba<br />

porque nunca volvería a hacerlas. Nunca volvería a labrar otro trozo de madera,<br />

ni nos ayudaría a criar palomas y pichones en el patio, ni tocaría el violín de<br />

aquel modo, ni nos contaría aquellos chistes. Era parte de nosotros, y, cuando<br />

murió, todos los actos se detuvieron, y nadie podía reemplazarlo. Era un<br />

individuo. Era un hombre importante. Nunca pensé en su muerte. Sí en cambio<br />

en todos los objetos labrados que nunca nacieron a causa de esa muerte. Cuántas<br />

bromas faltan ahora en el mundo, cuántas palomas que sus manos nunca tocaron.<br />

Mi abuelo modelaba el mundo. Hacía cosas en el mundo. Con su muerte el<br />

mundo perdió diez millones de actos hermosos.<br />

Montag siguió caminando en silencio.<br />

—Millie, Millie —suspiró—. Millie.<br />

—¿Qué?<br />

—Mi mujer, mi mujer. Pobre Millie, pobre, pobre Millie. No recuerdo nada.<br />

Pienso en sus manos, pero no hacen nada. Sólo le cuelgan a los costados, o le<br />

descansan en el regazo, o sostienen un cigarrillo. Eso es todo.<br />

Montag se volvió y echó una mirada a la ciudad.<br />

¿Qué le diste a la ciudad, Montag?<br />

Cenizas.<br />

¿Qué le dieron los otros?<br />

Nada.<br />

Granger miró junto con Montag.<br />

—Todos deben dejar algo al morir, decía mi abuelo. Un niño o un libro o un<br />

cuadro o una casa o una pared o un par de zapatos. O un jardín. Algo que las<br />

manos de uno hay an tocado de algún modo. El alma tendrá entonces a donde ir<br />

el día de la muerte, y cuando la gente mire ese árbol, o esa flor, allí estará uno.<br />

No importa lo que se haga, decía, mientras uno cambie las cosas. Así, después de<br />

tocarlas, quedará en ellas algo de uno. La diferencia entre un hombre que sólo<br />

corta el césped y un jardinero depende del uso de las manos, decía mi abuelo. La<br />

cortadora de césped pudo no haber estado allí; el jardinero se quedará en el<br />

jardín toda una vida. —Granger movió una mano—. Mi abuelo me mostró unas<br />

películas tomadas desde un cohete V-2 hace medio siglo. ¿Vio usted alguna vez el<br />

hongo atómico desde trescientos kilómetros de altura? Es un pinchazo de alfiler,<br />

nada. Con el campo alrededor.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!