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Fahrenheit 451 - Ray Bradbury

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3. Quemarlo todo.<br />

4. Informar inmediatamente al cuartel.<br />

5. Estar alerta a otras alarmas.<br />

Todos miraban a Montag. Montag no se movía.<br />

Sonó la alarma.<br />

La campanilla del cielo raso se golpeó a sí misma doscientas veces. De<br />

pronto hubo cuatro sillas vacías. Los naipes cay eron como una ráfaga de copos<br />

de nieve. La barra de bronce se estremeció. Los hombres habían desaparecido.<br />

Montag seguía sentado. Allá abajo el dragón anaranjado tosía volviendo a la<br />

vida.<br />

Montag se dejó caer por la barra como en un sueño.<br />

El Sabueso Mecánico se incorporó de un salto en su casilla, con unos ojos<br />

llameantes y verdes.<br />

—¡Montag, te olvidas el casco!<br />

Montag se volvió hacia la pared, recogió el casco, corrió, saltó, y todos<br />

partieron, y el viento nocturno martilleó el aullido de la sirena y el poderoso<br />

trueno del metal.<br />

Era una casa descascarada de tres pisos, en la parte vieja de la ciudad, que tenía<br />

cien años. Pero, como a todas las casas, se la había recubierto hacía varios años<br />

con una fina capa de material plástico, incombustible, y esta cubierta protectora<br />

parecía ser lo único que sostenía la casa.<br />

—¡Llegamos!<br />

La máquina se detuvo. Beatty, Stoneman y Black corrieron calle arriba, de<br />

pronto desagradables y gordos en sus hinchados trajes incombustibles. Montag<br />

caminó detrás de ellos.<br />

Los tres hombres echaron abajo la puerta de la casa y agarraron a una<br />

mujer, aunque ella no intentaba escapar. La mujer estaba allí, de pie,<br />

balanceándose, con los ojos clavados en una pared sin nada, como si le hubiesen<br />

golpeado fuertemente la cabeza. La lengua se le movía fuera de la boca, y<br />

parecía como si sus ojos quisiesen recordar algo. Recordaron al fin, y la lengua<br />

volvió a moverse:<br />

—« Anímese, señorito Ridley, encenderemos hoy en Inglaterra un cirio tal,<br />

por la gracia de Dios, que no se apagará nunca» .<br />

—¡Cállese! —gritó Beatty —. ¿Dónde están?<br />

Abofeteó a la mujer con una asombrosa indiferencia, y repitió la pregunta.<br />

Los ojos de la anciana se posaron en Beatty.<br />

—Usted lo sabe, pues si no no hubiesen venido.

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