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3. Quemarlo todo.<br />
4. Informar inmediatamente al cuartel.<br />
5. Estar alerta a otras alarmas.<br />
Todos miraban a Montag. Montag no se movía.<br />
Sonó la alarma.<br />
La campanilla del cielo raso se golpeó a sí misma doscientas veces. De<br />
pronto hubo cuatro sillas vacías. Los naipes cay eron como una ráfaga de copos<br />
de nieve. La barra de bronce se estremeció. Los hombres habían desaparecido.<br />
Montag seguía sentado. Allá abajo el dragón anaranjado tosía volviendo a la<br />
vida.<br />
Montag se dejó caer por la barra como en un sueño.<br />
El Sabueso Mecánico se incorporó de un salto en su casilla, con unos ojos<br />
llameantes y verdes.<br />
—¡Montag, te olvidas el casco!<br />
Montag se volvió hacia la pared, recogió el casco, corrió, saltó, y todos<br />
partieron, y el viento nocturno martilleó el aullido de la sirena y el poderoso<br />
trueno del metal.<br />
Era una casa descascarada de tres pisos, en la parte vieja de la ciudad, que tenía<br />
cien años. Pero, como a todas las casas, se la había recubierto hacía varios años<br />
con una fina capa de material plástico, incombustible, y esta cubierta protectora<br />
parecía ser lo único que sostenía la casa.<br />
—¡Llegamos!<br />
La máquina se detuvo. Beatty, Stoneman y Black corrieron calle arriba, de<br />
pronto desagradables y gordos en sus hinchados trajes incombustibles. Montag<br />
caminó detrás de ellos.<br />
Los tres hombres echaron abajo la puerta de la casa y agarraron a una<br />
mujer, aunque ella no intentaba escapar. La mujer estaba allí, de pie,<br />
balanceándose, con los ojos clavados en una pared sin nada, como si le hubiesen<br />
golpeado fuertemente la cabeza. La lengua se le movía fuera de la boca, y<br />
parecía como si sus ojos quisiesen recordar algo. Recordaron al fin, y la lengua<br />
volvió a moverse:<br />
—« Anímese, señorito Ridley, encenderemos hoy en Inglaterra un cirio tal,<br />
por la gracia de Dios, que no se apagará nunca» .<br />
—¡Cállese! —gritó Beatty —. ¿Dónde están?<br />
Abofeteó a la mujer con una asombrosa indiferencia, y repitió la pregunta.<br />
Los ojos de la anciana se posaron en Beatty.<br />
—Usted lo sabe, pues si no no hubiesen venido.