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Fahrenheit 451 - Ray Bradbury

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con una salvaje devoción, con una despreocupación insensata. Los hombres, allá<br />

arriba, estaban lanzando al aire polvoriento paladas de revistas, que caían como<br />

pájaros heridos de muerte. Y la mujer estaba allí, de pie, abajo, como una niñita<br />

entre cadáveres.<br />

Montag no había hecho nada. Todo había sido obra de su mano. La mano, con<br />

cerebro propio, con conciencia y curiosidad en cada uno de los temblorosos<br />

dedos, se le había vuelto ladrona. Ahora le metía el libro bajo el brazo, lo<br />

apretaba contra la axila sudorosa, ¡y reaparecía vacía, con un ademán de mago!<br />

¡Miradla! ¡Inocente! ¡Mirad!<br />

Montag observó estremeciéndose la mano blanca. La alejó de sus ojos como<br />

si fuese hipermétrope. La acercó, como si fuese ciego.<br />

—¡Montag!<br />

Montag se sobresaltó.<br />

—¡No te quedes ahí, idiota!<br />

Los libros y acían como grandes montículos de pescados puestos a secar. Los<br />

hombres bailaban, resbalaban, y caían sobre ellos. Los ojos dorados de los títulos<br />

brillaban y desaparecían.<br />

—¡Queroseno!<br />

Los bomberos bombearon el frío fluido desde los tanques numerados <strong>451</strong> que<br />

llevaban en los hombros, y bañaron los libros y las habitaciones.<br />

Luego corrieron escaleras abajo. Montag los siguió también, tambaleándose,<br />

envuelto en vapores de queroseno.<br />

—¡Vamos, mujer!<br />

La mujer, arrodillada junto a los libros, tocaba los cueros y telas empapadas,<br />

leyendo los títulos dorados con los dedos, y acusando con los ojos a Montag.<br />

—Nunca tendrán mis libros —dijo la mujer.<br />

—Ya conoce la ley —dijo Beatty—. ¿No tiene sentido común? Ninguno de<br />

estos libros está de acuerdo con los demás. Se ha pasado la vida encerrada en una<br />

condenada torre de Babel. ¡Salga de ahí! La gente de esos libros no existió nunca.<br />

¡Vamos, salga!<br />

La mujer sacudió la cabeza.<br />

—Vamos a quemar la casa —dijo Beatty.<br />

Los hombres se alejaron torpemente hacia la puerta. Por encima del hombro<br />

miraron a Montag, que se había quedado junto a la mujer.<br />

—¡No van a dejarla aquí! —protestó Montag.<br />

—No quiere salir.<br />

—¡Oblíguenla, entonces!<br />

Beatty alzó la mano que ocultaba el encendedor.<br />

—Tenemos que volver al cuartel. Además, estos fanáticos son siempre<br />

suicidas. La escena es familiar.<br />

Montag puso una mano en el codo de la mujer.

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