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sueño), era el coche abierto y Mildred que conducía a ciento cincuenta<br />
kilómetros por hora, y él que le gritaba a Mildred, y Mildred que le gritaba a él, y<br />
ambos que trataban de oír lo que decía el otro, y oían sólo el ruido del motor.<br />
—¡Por lo menos baja a mínima! —aullaba Montag.<br />
—¿Qué? —gritaba Mildred.<br />
—¡Baja a ochenta, la mínima!<br />
—¿La qué? —chillaba Mildred.<br />
—¡Velocidad! —gritaba Montag.<br />
Y Mildred corría entonces a ciento noventa kilómetros por hora y dejaba a<br />
Montag sin aliento.<br />
Cuando salían del coche, Mildred ya se había puesto los Caracoles en las<br />
orejas.<br />
Silencio. Sólo el viento que soplaba débilmente. Montag se movió en la cama.<br />
—Mildred.<br />
Se incorporó, estiró un brazo y le sacó el diminuto insecto musical de la oreja.<br />
—¡Mildred! ¡Mildred!<br />
—Sí.<br />
La voz de Mildred apenas se oía.<br />
Montag se sintió como una de aquellas criaturas insertadas electrónicamente<br />
en las paredes: hablaba, pero sus palabras no atravesaban la barrera de cristal.<br />
Sólo podía representar una pantomima, con la esperanza de que Mildred volviera<br />
la cabeza y lo viese. No podían tocarse a través del vidrio.<br />
—Mildred, ¿conoces a esa chica de la que te hablé?<br />
—¿Qué chica?<br />
Mildred estaba casi dormida.<br />
—La chica de al lado.<br />
—¿Qué chica de al lado?<br />
—Ya sabes, esa chica que va al colegio. Clarisse se llama.<br />
—Oh, sí —dijo la mujer.<br />
—No la he visto estos últimos días… Cuatro días, exactamente. ¿La has visto<br />
tú?<br />
—No.<br />
—Había pensado en hablarte de ella. Es curioso.<br />
—Oh, ya sé a quién te refieres.<br />
—Eso pensaba.<br />
—La chica… —murmuró Mildred en la oscuridad del cuarto.<br />
—Sí, ¿qué pasa con ella? —preguntó Montag.<br />
—Iba a decírtelo. Me olvidé. Me olvidé.<br />
—Dímelo ahora. ¿Qué pasa?