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Fahrenheit 451 - Ray Bradbury

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encerradas en estas palabras, todas las falsas promesas, las nociones de segunda<br />

mano, y las filosofías gastadas por el tiempo.<br />

Así hablaría Beatty, transpirando ligeramente, y el suelo se cubriría con un<br />

enjambre de polillas oscuras, destruidas por una tormenta.<br />

Mildred dejó de gritar tan de repente como había empezado. Montag no<br />

escuchaba.<br />

—Hay que hacer algo —dijo—. Antes de devolverle el libro a Beatty haré<br />

sacar una copia.<br />

—¿Estarás aquí para la función de los Payasos Blancos, y recibir a las visitas?<br />

—exclamó Mildred.<br />

Montag se detuvo en la puerta, de espaldas.<br />

—¿Millie?<br />

Un silencio.<br />

—¿Qué?<br />

—Millie, ¿el Pay aso Blanco te quiere?<br />

Ninguna respuesta.<br />

—Millie… —Montag se pasó la lengua por los labios—. ¿Tu « familia» te<br />

quiere, te quiere mucho, con todo su cuerpo y toda su alma, Millie?<br />

Montag sintió en la nuca que Mildred parpadeaba lentamente.<br />

—¿Por qué haces esas preguntas tontas?<br />

Montag sintió que tenía ganas de llorar, pero no movió la boca ni los ojos.<br />

—Si encuentras a ese perro afuera —dijo Mildred— dale un puntapié de mi<br />

parte.<br />

Montag titubeó, escuchando, ante la puerta. Al fin la abrió y se asomó.<br />

La lluvia había cesado, y el sol se ponía en un cielo sin nubes. En la calle y el<br />

jardín no se veía a nadie. Soltó el aliento en un largo suspiro.<br />

Salió dando un portazo.<br />

Estaba otra vez en el tren.<br />

Me siento entumecido, pensó. ¿Cuándo comenzó realmente este<br />

entumecimiento a invadirme la cara, y el cuerpo? Aquella noche en que tropecé<br />

con el frasco de píldoras, como si hubiese tropezado con una mina subterránea.<br />

Este entumecimiento desaparecerá, pensó. Llevará tiempo, pero lo<br />

conseguiré, o Faber lo conseguirá para mí. Alguien, en alguna parte, me<br />

devolverá mi vieja cara y mis viejas manos. Hasta la sonrisa, pensó. Mi vieja y<br />

quemada sonrisa. Estoy perdido sin ella.<br />

Las paredes del túnel pasaban ante él. Losas claras y negras, claras y negras,<br />

números y oscuridad, más oscuridad. Y los totales que se sumaban a sí mismos.<br />

Una vez, cuando era niño, se había sentado en una duna amarilla, a orillas del<br />

mar, en un día azul y cálido de verano, tratando de llenar un tamiz con arena.

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