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Fahrenheit 451 - Ray Bradbury

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Lamento no poder acompañarlo con una de mis cápsulas. Nos hacía bien a los<br />

dos. Pero mi equipo es reducido. Pues verá, nunca pensé que llegaría a usarlo.<br />

Qué viejo tonto. Poco previsor. Estúpido, estúpido. De modo que no tengo otra<br />

bala verde, la correcta, para que se la ponga en el oído. ¡Váy ase ahora!<br />

—Algo todavía. Rápido. Una maleta, llénela con sus ropas más sucias, un<br />

traje viejo, cuanto más sucio mejor, una camisa, un par de viejos zapatos, y<br />

calcetines…<br />

Faber desapareció y reapareció en un minuto. Sellaron la maleta de cartón<br />

con cinta adhesiva.<br />

—Para guardar el viejo olor del señor Faber, por supuesto —dijo Faber<br />

sudando en la tarea.<br />

Montag mojó el exterior de la maleta con whiskey.<br />

—No quiero que el Sabueso perciba dos olores. ¿Puedo llevarme este<br />

whiskey ? Lo necesitaré más tarde. Cristo, espero que esto resulte.<br />

Volvieron a estrecharse la mano y y endo hacia la puerta miraron la pantalla.<br />

El Sabueso estaba ya en camino, seguido por las revoloteantes cámaras de los<br />

helicópteros, en silencio, husmeando el aire de la noche. Corría por el primero de<br />

los callejones.<br />

—¡Adiós!<br />

Y Montag salió por la puerta trasera, corriendo, llevando en la mano la<br />

maleta medio vacía. Detrás de él oy ó que los aparatos de riego comenzaban a<br />

funcionar, llenando el aire oscuro con una lluvia que caía levemente, y que luego<br />

corría con serenidad por todas partes, lavando los senderos de piedra y<br />

escurriéndose hasta la calle. Unas pocas gotas le cayeron a Montag en la cara.<br />

Le pareció que el viejo le decía adiós, pero no estaba seguro.<br />

Se alejó corriendo muy rápidamente, hacia el río.<br />

Montag corría.<br />

Podía sentir al Sabueso: venía como el otoño, frío y seco y rápido, como un<br />

viento que no movía las hierbas, que no golpeaba las ventanas ni perturbaba las<br />

sombras de las hojas en la acera blanca. El Sabueso no tocaba el mundo. Llevaba<br />

consigo su silencio, y era posible sentir ese silencio como una presión detrás de<br />

uno, en toda la ciudad. Montag sentía crecer esa presión, y corría.<br />

Se detenía a veces para tomar aliento, para espiar por las ventanas<br />

débilmente iluminadas de las casas, y veía las siluetas de la gente que miraba los<br />

muros, y allí, en los muros, el Sabueso Mecánico, una bocanada de vapores de<br />

neón, una araña que aparecía y desaparecía. Ahora estaba en el paseo de los<br />

Olmos, la calle Lincoln, la avenida de los Robles, el parque, ¡y el callejón que<br />

llevaba a la casa de Faber!<br />

Sigue, pensó Montag, no te detengas, pasa de largo, ¡no entres!

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