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WILLIAMS, George H. (1979) La Reforma Radical, Harvard University, Massachusetts (1)

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sometido a juicio. El objeto de la Inquisición en cuanto tal era conseguir una confesión de culpa.<br />

Por supuesto, al sospechoso se le permitía graciosamente nombrar a sus peores enemigos entre<br />

los posibles informantes, y entonces el testimonio de éstos quedaba descartado. También se le<br />

permitía elegir un abogado de una lista que se le daba, aunque ese abogado solía limitar su<br />

defensa a hacer que el sospechoso firmara, sin más, una clara confesión de culpa. <strong>La</strong> tortura se<br />

aplicaba sólo cuando las declaraciones del acusado mostraban alguna incoherencia, o cuando se<br />

negaba a dar nombres de "cómplices". <strong>La</strong> Inquisición era especialmente dura en el caso de los<br />

herejes relapsos, o sea los que en alguna ocasión anterior, después de someterse a las penas<br />

prescritas, habían jurado solemnemente permanecer fieles a la Iglesia, lo mismo que en el caso<br />

de los heresiarcas, aun cuando llegaran a hacer una confesión plena. Estos reos, más peligrosos,<br />

eran "relajados" al brazo secular, con una petición formal de que se les tratara benignamente. <strong>La</strong><br />

quema de los recalcitrantes señalaba la culminación de esta cruel objetivación del credo<br />

colectivo, el auto de fe (actos fidei).<br />

En 1485, los restos supervivientes de la comunidad judía se vieron fatalmente<br />

comprometidos cuando algunos enfurecidos conversos, varios de ellos conectados por<br />

matrimonio con nobles familias de Aragón, involuntariamente dieron ímpetu y nueva motivación<br />

a la detestada institución por haber tramado el asesinato del inquisidor de Aragón, realizado en el<br />

momento en que se hallaba de rodillas ante el altar mayor de la catedral de Zaragoza. <strong>La</strong> ira de<br />

los "cristianos viejos" recayó indiscriminadamente sobre los judíos y los conversos. Casi no hubo<br />

familia noble de Aragón que sobreviviera a la vengatividad de las bestiales masas sin haber visto<br />

por lo menos a uno de sus miembros infamado en algún auto de fe. <strong>La</strong> persecución volvió a<br />

recrudecerse después de la conquista de Granada, cuando la política de la conformidad forzada<br />

se convirtió en la pasión nacional. E130 de marzo de 1492 se promulgó un edicto que daba a los<br />

judíos cuatro meses para escoger entre la conversión y la expulsión, perspectiva particularmente<br />

sombría, pues ni siquiera la sumisión al rito del bautismo significaba para el cristiano nuevo una<br />

garantía de que en lo sucesivo sus derechos estarían más seguros que antes. Dos judíos muy<br />

adinerados habían ofrecido a Fernando trescientos mil ducados con esperanzas de hacer anular el<br />

edicto, y el rey estaba dispuesto a negociar. De pronto, el inquisidor Tomás de Torquemada<br />

(1420-1498), descendiente, por cierto, de un cristiano nuevo, apareció con un crucifijo en la<br />

mano e interpeló irónicamente a los dos soberanos: "¡He aquí al Crucificado a quien el pérfido<br />

judas vendió por treinta dineros! Si vosotros aprobáis esa acción, ¡vendedlo ahora por una suma<br />

mayor!" Aproximadamente 160 000 judíos emprendieron el penoso camino del destierro, y se<br />

dirigieron al África del Norte, a Italia (cap. xxi.3) y a Levante.<br />

Entre los conversos que permanecieron en España, y que quedaron siempre con la marca<br />

de sospechosos, fueron muy notables los alumbrados. No es posible que la mayoría de los<br />

cristianos nuevos haya seguido profesando en secreto e] judaísmo. Pero es perfectamente<br />

concebible que muchos de ellos, hombres instruidos, liberados por las buenas o por las malas de<br />

las minuciosas prescripciones de la ley mosaica, se hayan sentido inclinados a pasar por alto<br />

también el nuevo legalismo y el nuevo ceremonial cristiano para entrar así en contacto directo<br />

con el Dios de Isaías. El iluminismo, que en algunas de sus formas fue la bestia negra de la<br />

ortodoxia española a lo largo del siglo xvi, no fue monopolio de los conversos, pero fue entre<br />

ellos donde encontró algunos de sus más importantes exponentes.<br />

Es posible que una forma más primitiva de iluminismo haya recibido la influencia de las<br />

ideas de Juan Wyclif sobre predestinación y reprobación, traídas quizá a Castilla en el séquito de<br />

Catalina de <strong>La</strong>ncaster, mujer de Enrique III (j- 1406). En todo caso, se sabe que ideas

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