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La sirena varada: Año 1, Anual

El especial del primer año de La sirena varada: Revista literaria

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· NOIR · CIENCIA FICCIÓN · TERROR ·<br />

<strong>La</strong> <strong>sirena</strong> <strong>varada</strong><br />

R E V I S T A L I T E R A R I A<br />

es una publicación de<br />

EDITORIAL DREAMERS<br />

libros digitales, gratuitos y legales<br />

LA SIRENA VARADA: REVISTA LITERARIA BIMESTRAL<br />

<strong>Año</strong> 1, <strong>Anual</strong>, es una publicación bimestral editada por<br />

Digital Robotic Entity Assembled for Masterful Editing and<br />

Rational Sabotage S.A.S. de C. V.:<br />

Tlalnepantla de Baz, C.P. 54170, Estado de México, México.<br />

www.editorialdreamers.com.mx<br />

Director y editor responsable: José Luis Vázquez<br />

Ilustración de portada: Yumin<br />

Ilustraciones: The British Library’s collections<br />

<strong>La</strong>s opiniones expresadas por los autores no<br />

necesariamente reflejan la postura del editor, sin embargo,<br />

la editorial respalda todas las opiniones al aceptar su<br />

aparición en esta revista.<br />

Queda estrictamente prohibida la reproducción total o<br />

parcial de los contenidos e imágenes de la publicación<br />

sin previa autorización de Digital Robotic Entity<br />

Assembled for Masterful Editing and Rational Sabotage<br />

S.A.S. de C. V. o los respectivos autores.<br />

SOBRE<br />

ESTE<br />

NÚMERO<br />

Retrasos, retrasos, retrasos... Es lo<br />

que útlimamente esta revista ha<br />

tenido. Pero créanme, ha sido por<br />

una buena razón. No solo comenzaremos<br />

con una nueva etapa en <strong>La</strong> Sirena<br />

Varada al iniciar con la publicación mensual<br />

de nuestros números, en lugar de<br />

hacerlo una publicación bimestral, sino<br />

que también iniciaremos con la publicación<br />

de más artículos de opinión y entrevistas<br />

a diversas personalidades que<br />

no están relacionadas con la literatura.<br />

¿Cómo es posible que entrevistemos<br />

a ese tipo de personas? Bueno, la respuesta<br />

es simple: leer es para todos.<br />

Uno de los autores de la editorial me<br />

propuso esa campaña, y realmente quedé<br />

fascinado con la idea, porque cumple<br />

precisamente con el objetivo de la editorial.<br />

Hay que llevar el amor por la literatura<br />

a todos los rincones del planeta,<br />

y la mejor forma de hacerlo, considero<br />

yo, es por medio de los medios digitales.<br />

<strong>La</strong> literatura es nuestra arma para<br />

conquistar al mundo, y nosotros queremos<br />

poner nuestro granito de arena,<br />

tal vez en algún momento podamos llenar<br />

una playa.<br />

© 2018<br />

DIGITAL ROBOTIC ENTITY ASSEMBLED<br />

FOR MASTERFUL EDITING AND<br />

RATIONAL SABOTAGE S.A.S. DE C.V.<br />

todos los derechos reservados


18<br />

MALESTAR<br />

(O LO QUE HAY DEBAJO<br />

DE MÁSCARAS Y SILENCIO)<br />

34<br />

<strong>La</strong> influencia<br />

de la lectura en las<br />

generaciones que<br />

se están formando<br />

50<br />

ESCRITORES SIN SALIDA<br />

PRESENTA:<br />

70<br />

EL ESCRITOR<br />

QUE ESCRIBE


88<br />

TE PERDONO,<br />

OCTAVIO PAZ<br />

104<br />

LAS FIGURAS TEXTUALES<br />

DEL PENSAMIENTO:<br />

LA DESCRIPCIÓN<br />

122<br />

138<br />

156<br />

LAS RAICES<br />

DE LA LECTURA<br />

172<br />

DE PROMESAS<br />

Y DECISIONES<br />

MORALES<br />

LA IGLESIA<br />

DEL DIOS MUERTO<br />

MICROCUENTOS


6<br />

EL ENGAÑO<br />

Por Victor Manuel Reyes Chávez


Todo parecía sencillo desde la primera<br />

vez que lo hice —pensaba<br />

Andrés—, solo decía en la casa que<br />

salía tarde de trabajar, me tomaba unas<br />

cinco o seis cervezas en casa de algún<br />

compañero del trabajo y, después, salía<br />

a cualquier table dance de la ciudad;<br />

ahí le pagaba a alguna muchacha tres<br />

o cuatro horas de su tiempo para estar<br />

con ella, beber, y obvio, tener sexo. Terminando<br />

eso, llegaba a la casa, ebrio,<br />

listo para dormir y no escuchar reclamos<br />

de mi esposa. ¡Ay! Ahora con eso<br />

del embarazo sinceramente he perdido<br />

mucho la atracción hacia ella, y no era<br />

para menos, había subido casi 16 kilos<br />

ahora que estaba a punto de dar a luz<br />

y, sinceramente, prefería estar afuera lo<br />

mas posible de la casa, pero ahora, ahora,<br />

lo que mas añoro es poder decirle<br />

que la extraño y que desearía no haberle<br />

jugado tanto al hábil.<br />

Andrés sollozó, y en ese momento lo<br />

golpearon en las costillas.<br />

—¡Cállate, cabrón!, te gusta andar de<br />

machito con las muchachas, ¡ahora vas<br />

a ver lo que es bueno!<br />

El golpe casi lo deja inconsciente,<br />

pero, aun en ese predicamento, no podía<br />

dejar de pensar en Sandra, o al menos<br />

ese era el nombre que ella le había<br />

dado; había pasado varias noches con<br />

ella, buscándola, pagándole sus tragos,<br />

sus fichas, gastaba cantidades algo fuertes<br />

cada noche por el gusto de tener el<br />

físico y la atención de esa muchacha a<br />

su lado pero ¿quién podía resistirse? Era<br />

una de las cuatro muchachas mas atractivas<br />

del lugar. <strong>La</strong> había conocido cuando<br />

fue con un amigo del trabajo a «relajarse»<br />

después de una semana de locos<br />

donde habían cerrado una cuenta con<br />

unos japoneses, que al final del día, al ir<br />

a ese lugar, cerraron el trato sin dudarlo.<br />

Su compañero de trabajo lo congratulo:<br />

—Wey, nos van a dar buena comisión<br />

en la empresa por este cierre, vamos nuevamente<br />

al lugar, te invito una muchacha.<br />

Pero después de esa ocasión él conoció<br />

a Sandra, y a pesar de que esa noche<br />

ambos se fueron al hotel y después<br />

cada uno por su camino, él no quedo<br />

satisfecho, quería más de ella, quería<br />

sentirla, tenerla a su lado, tocarla, oírla,<br />

se sentía embelesado como Odiseo<br />

al escuchar a las <strong>sirena</strong>s en su barco de<br />

regreso a Ítaca, solo que él, a diferencia<br />

de Odiseo, se dejó llevar por el canto de<br />

esa <strong>sirena</strong>. Pero no solo era su canto,<br />

era el contonear de sus caderas, su figura<br />

desnuda, la manera en como el pagaba<br />

y ella accedía a sus necesidades.<br />

Sin embargo había algunas cosas<br />

que no le cuadraban. Ella, en repetidas<br />

ocasiones, se quejaba de un sujeto, uno<br />

que según ella la mantuvo como princesa<br />

y esclava al mismo tiempo, un sujeto<br />

que hacia de ella lo que el quisiera<br />

y claro, Andrés era el salvador que ella<br />

necesitaba, él le decía que se irían lejos,<br />

que con lo que el ganaba ella sin problemas<br />

podía trabajar en alguna otra<br />

ciudad, al final del día, a el no le incomodaba<br />

su vocación.<br />

Sandra le decía: «Vámonos, Andrés,<br />

con lo que estás pagando aquí es sobrado<br />

lo que gano en dos días, y podemos<br />

hacer otro tipo de cosas solos».<br />

A él no le interesaba irse, solo quería<br />

beber, divertirse, coger, y después sentir<br />

esa falsa sensación que tienen los hombres<br />

de que tienen una o más mujeres a<br />

su disposición para usarlas en el mejor<br />

momento que ellos lo decidieran.<br />

Pero Andrés no contaba con que esa<br />

noche en particular hiciera su aparición<br />

ese sujeto, y para sorpresa de él, Sandra<br />

decidiera quedarse en su regazo,<br />

7


iendo y tocándolo como si fuera un<br />

cliente VIP. Andrés no soportaba eso,<br />

le dijo al mesero, a varios meseros incluso<br />

que quería a Sandra en su mesa,<br />

que la tenía para pagarla sin problemas<br />

y no veía porque el indio apestoso prieto<br />

con el que estaba Sandra, fuera más<br />

que él, después de todo el creía tener<br />

un vínculo con ella.<br />

—Jefe, mejor pida otra muchacha,<br />

Sandra va a estar muy ocupada hoy, o<br />

mejor aún, venga otro día —le decían los<br />

meseros. Pero después de una botella<br />

completa de whisky cualquier hombre<br />

pierde lo poco que le queda de sentido<br />

común y le sale su gallo interior.<br />

—A mí me vale madres con quien esté.<br />

A ver, deja voy por ella —y sin dejar que<br />

nadie hablara y la música siguiera su<br />

curso, se levantó y fue hacía donde estaban<br />

ambos. Sandra y el sujeto estaban<br />

beso y beso, acurrucados como unos<br />

novios en el parque a medio día, cuando<br />

Andrés llegó y se puso entre ellos, aventándole<br />

mil pesos, y diciéndole:<br />

Ahí está lo que te has gastado hasta ahorita,<br />

Sandra y yo vamos a platicar con tu permiso<br />

—y sin dudarlo la levanto de la mesa.<br />

—¿Estás pendejo o demente? —le<br />

dijo Sandra—. Estoy ocupada, ya mejor<br />

vete a tu casa, después hablamos.<br />

Pero ese tono mas le hizo sacar su<br />

macho interno; la jaloneó, la llevó a<br />

su mesa, y le pidió tres copas de dama<br />

para que se quedara con ella.<br />

No entiendo que haces con ese pendejo,<br />

yo tengo días viniendo a verte<br />

solo a ti, ni siquiera veo el show de las<br />

demás muchachas, ¿y así me pagas?<br />

Pues bueno, ya tiene su lana… Ahora,<br />

¿qué onda? ¡Dame un beso!<br />

—Si serás wey, Andrés, te conté sobre<br />

«el sujeto». ¿Lo recuerdas?<br />

—Sí, lo recuerdo.<br />

—Pues es él, tiene unos negocios<br />

aquí en la ciudad y vino a arreglarlos,<br />

pensé que no volvería, pero ahora le<br />

acabas de aventar dinero en su mesa y<br />

me quitaste de en medio.<br />

Andrés sintió por primera vez que<br />

dentro de todo lo que había estado haciendo<br />

mal, esto, realmente lo era. Con<br />

la poca descripción del «sujeto» sabía<br />

que la había cagado, ahora tenia que<br />

salir de ahí, ahora empezaba a extrañar<br />

a su esposa embarazada.<br />

—Valiendo madre, tengo que irme a<br />

mi casa ya, ¿porque chingados no me<br />

dijiste que andabas con un puto narco?<br />

—Pues porque la verdad me gustas,<br />

pero ahorita eso ya no tiene que ver,<br />

necesitas irte.


—Ok, pero no será tan fácil, sinceramente,<br />

no se ve tan peligroso —Andrés<br />

intentaba verse tranquilo, pero por<br />

dentro se repetía que era un pendejo-.<br />

—Mira, vamos a hacer como que entramos<br />

a un privado y de ahí te sales, yo<br />

le pago tu cuenta al mesero, por favor<br />

no hagas nada estúpido.<br />

Fuera de la borrachera que traía, la<br />

preocupación lo levantó en ascuas, y<br />

decidió hacer lo que Sandra le propuso.<br />

Entraron al área de privados y mientras<br />

ponían la canción mas corta de toda su<br />

vida, salió por una puerta trasera sin<br />

decir adiós, se encaminó en chinga a<br />

su carro, y cuándo estaba a punto de<br />

llegar, lo jalaron del brazo dos tipos, lo<br />

tiraron al suelo, y después de golpearlo<br />

un rato lo subieron a una camioneta.<br />

Lo último que escucho después del<br />

golpe fue:<br />

—Qué galancito, ¿cuál es tu último<br />

deseo? Estoy de buenas, y antes de que<br />

te arranque esa verga y te la meta a la<br />

boca y te mate, te dejaré pedir algo…<br />

Pero no salgas con tus mamadas,<br />

¿entendido?<br />

—Tacos.<br />

—Vaya, quieres morirte con la puta<br />

panza llena antes de que te la destripe,<br />

esta bien. Rojo, vete a unos tacos que<br />

no se vean tan corrientes, este tipo ya<br />

está muerto, démosle por lo menos<br />

una enchilada con la salsa.<br />

Se estacionaron en un lugar y se bajaron<br />

los dos tipos que lo habían madreado;<br />

comieron, rieron con el taquero<br />

y pidieron posteriormente cuatro de<br />

cabeza y dos de bistec los cuales, entre<br />

su malicia, los inundaron de la salsa<br />

mas picosa del lugar. Cuando abrieron<br />

la puerta de la camioneta para reírse<br />

de él, mientras al intentar comerse<br />

sus tacos se ahogaría en lo picoso, Andrés<br />

solo escuchó un sonido hueco y<br />

el malandro que le abría la puerta caía<br />

tirando la bandeja de tacos. Posteriormente<br />

escuchó otros sonidos fuertes y<br />

el solo se tiró entre los asientos pidiéndole<br />

a algo divino que lo salvara.<br />

Pasado el ruido ensordecedor se levantó<br />

de la camioneta, vio a los tipos,<br />

al taquero y a algunas personas, posiblemente<br />

clientes muertos a balazos.<br />

¿Y él? ¡Ileso! Se dio cuenta de que podría<br />

haber sido un ajuste de cuentas,<br />

una emboscada, o lo que fuese. Era<br />

tiempo de largarse de ahí, correr como<br />

desquiciado y jamás de los jamases<br />

volvería a engañar a su mujer, y obvio<br />

mucho menos a comer tacos saliendo<br />

del table.


10<br />

HACIA UN LUNES<br />

SIN SOL<br />

Por Mauricio del Castillo


Trapaga se encontraba a punto de<br />

ser decapitado por la guillotina en<br />

plena Revolución Francesa. Sintió<br />

que su garganta se cerraba y le impedía<br />

proferir un grito de ayuda. El verdugo,<br />

de pie junto a la horca, sacó una pequeña<br />

bolsa de algodón e introdujo la cara<br />

del prisionero en ella. Trapaga aferró su<br />

maletín, como si se tratara de su única<br />

realidad en esta extraña no existencia.<br />

—¡Auxilio! —exclamó.<br />

Creyó que se trataba de un sueño<br />

que casi ponía en entredicho las leyes<br />

de la física. Sin embargo, alcanzó a recordar<br />

que había sido arrojado a esa<br />

época por aquel charlatán del Control<br />

Maestro de la Aldea Digital.<br />

Alguien retiró la aguja receptora cerca<br />

del nervio óptico. Trapaga se hallaba<br />

tendido ahora en la mesa de simulación,<br />

con la entrada coaxial injertada<br />

en su cráneo. Tardó en acostumbrarse<br />

a la luz. Al reponerse, sintió una mano<br />

sobre su hombro. Se trataba del administrador<br />

y monitor de la aldea.<br />

—¿Cómo se siente, señor Trapaga? —preguntó,<br />

con una sonrisa diabólica y un tanto<br />

cínica—. ¿Le agradó?<br />

—De ningún modo.<br />

—¿Qué ocurre? ¿Pompeya no es de su<br />

gusto? ¿Sufrió una quemadura de piel<br />

en Marte? ¿Marylin Monroe lo abofeteó?<br />

—Usted me quiso jugar chueco. Esto<br />

no era lo que yo pensaba. ¡No es justo!<br />

Él ya estaba demasiado grande para<br />

estas cosas, pensó. No era su forma<br />

ideal de pasarla bien. ¿Qué caso tenía<br />

oler las flores en una simulación si no<br />

era en un campo al aire libre? Sentía<br />

que algo se desperdiciaba en el mundo<br />

y que lo sumía en una penumbra de la<br />

que muy difícilmente saldría.<br />

Se retiró, no sin antes echar una última<br />

mirada a los usuarios perdidos en sus propias<br />

simulaciones. <strong>La</strong>s luces estroboscópicas,<br />

las bagatelas, los ruidos estridentes<br />

y los repentinos fantasmas eran algo común<br />

a la Aldea Digital. Trapaga se sentía<br />

como un animal fuera de su hábitat.<br />

Halló un rincón tranquilo para descansar,<br />

lejos de la influencia que podrían<br />

ejercer los otros usuarios. Tomó<br />

asiento con suma lentitud en una escalinata,<br />

desprendió el broche de su maletín<br />

y extrajo un peculiar objeto.<br />

Era conocido en otro tiempo como<br />

«libro». Lo abrió por en medio con delicadeza,<br />

como si temiera que las hojas<br />

se desprendieran, y empezó a leer.<br />

El tiempo se suprimió; su mente vagó<br />

a la deriva en un mar de creatividad e<br />

imaginación. Trapaga olvidó por unos<br />

instantes lo que estaba ocurriendo a su<br />

alrededor. Cuando despegó la vista del<br />

libro reparó en las decenas de miradas<br />

clavadas en él.<br />

Como si cometiera una falta, Trapaga<br />

lo cerró de golpe. Algo no está bien<br />

aquí, pensó. ¿Qué había estado ocurriendo<br />

con el mundo? ¿Qué lo había<br />

vuelto así? De pronto era mal visto cultivarse,<br />

cuestionar el entorno, recrearse<br />

en las palabras.<br />

Trapaga notó con cierto horror que<br />

las personas lo rehuían como si se tratara<br />

de un leproso. Estaba herido en el<br />

alma y en el orgullo. Si bien es cierto que<br />

se sintió diferente a los demás durante<br />

toda su vida, no podía dejar de sentir<br />

que el universo lo oprimía por todas<br />

partes… como si perteneciera a otro<br />

universo y alguien lo hubiese colocado<br />

en este. Deseaba explorar el mundo, saber<br />

lo que escondía la historia, el arte,<br />

la ciencia y el espíritu los cuales yacían<br />

dormidos en cada uno de nosotros.<br />

Cobijado por estos pensamientos, se<br />

quedó dormido. Toda su fisonomía lu-<br />

11


cía en desequilibrio, asimetría, sin una<br />

normalidad en ella. <strong>La</strong>s palmas de sus<br />

manos se encontraban abiertas, hacía<br />

arriba, como si se dejara retratar por un<br />

artista. Podía pasar como una escultura<br />

viviente, manteniéndose aferrado a esta<br />

época oscura y a este universo sangrante.<br />

Cuando estuvo a punto de realizar<br />

un salto a las fauces del sueño profundo,<br />

algo lo hizo despertar por completo.<br />

Parpadeó, con la intención de enfocar<br />

su vista. Justo en frente de él se hallaban<br />

dos guardias programados por el<br />

Control Maestro de la Aldea Digital. Sus<br />

figuras se alargaban como dos sombras.<br />

Trapaga los miró con creciente<br />

hostilidad, como si representaran el<br />

lado más cruel —y severo— del mundo.<br />

—¿Qué quieren? ¿Qué es lo que está<br />

ocurriendo aquí?<br />

—Debe acompañarnos.<br />

—¡No!<br />

—Aleje pensamientos hostiles, señor<br />

Trapaga. Se lo advertimos. Nuestros<br />

superiores quieren tener una plática<br />

con usted.<br />

—No… No pueden obligarme. —Trapaga<br />

intentó moverse hacia atrás para<br />

evitar que los guardias lo tomaran. Sin<br />

embargo no tuvo oportunidad de escape.<br />

—¿A qué se dedica?<br />

—Solía ser un poeta, antes de que<br />

fueran impuestas las Leyes de Simplificación<br />

—dijo Trapaga, con la espalda<br />

en la pared.<br />

<strong>La</strong> poesía estaba muerta, pensó Trapaga.<br />

Ya nadie evocaba el alma, el amor, la<br />

mente. Cuando él tomó la pluma y el papel,<br />

la poesía estaba ya en una etapa terminal.<br />

Pero la poesía no podía caber en un ataúd<br />

cuando su naturaleza podía reflejarse en<br />

todo vestigio otorgado por el mundo, pensó.<br />

Ahora su sentencia era firme y en definitiva<br />

su aniquilación también.<br />

—¿Qué es eso que lleva en las manos?<br />

—preguntó uno de los guardias.<br />

—Un libro —dijo Trapaga.<br />

—¡Un libro!<br />

—Así es. Solo un libro.<br />

—¿Para qué sirve? ¿Cuál es su función?<br />

—¿Su función? Pues amplía nuestros<br />

horizontes; descubre ámbitos de la<br />

12


ealidad en prácticamente todos sus<br />

niveles que hasta entonces ignorábamos.<br />

Leer nos da vocabulario y entendimiento<br />

del lenguaje. Agudiza nuestra<br />

mente, nos hace más críticos, mejora<br />

nuestra memoria. Los libros son inteligentes,<br />

brillantes y sabios.<br />

—¿Estaba enterado de que son prohibidos?<br />

Son armas, armas muy dañinas<br />

para la sociedad.<br />

—No, no saben lo que dicen. Eso es lo<br />

que quieren hacernos creer. Sólo escuchen.<br />

¡Escuchen!<br />

—¡Cierre la boca! ¿Dónde está su cara/<br />

libro? ¿Y su gorjeo? ¿Cuántos mensajes<br />

ha hecho en el día? No veo por ningún<br />

lado su número de contactos.<br />

—No los tengo.<br />

—¿Se está burlando de nosotros?<br />

—Oigan, yo no he hecho nada.<br />

—Bueno, se acabó —dijo la voz del<br />

otro guardia—. Ahora levanté las manos,<br />

Trapaga. Dese la vuelta y no se mueva.<br />

Trapaga obedeció. Un par de esposas<br />

escalaron su pierna derecha, pecho y<br />

brazos hasta juntar sus muñecas en un<br />

chasquido magnético. Sintió un miedo<br />

primitivo que impactaba en lo más<br />

profundo de su ser. Los guardias lo tomaron<br />

de los hombros y lo arrastraron.<br />

Sus labios se helaron. Iba con la mirada<br />

húmeda a punto de soltarse.<br />

—¿Qué hacen? ¿A dónde me llevan?<br />

<strong>La</strong> luz quemaba su rostro. Trató de<br />

protegerse, pero resultó inútil. <strong>La</strong> luz<br />

comenzó a ganar cada vez más intensidad<br />

a medida que se acercaba al final<br />

del recorrido.<br />

Abrió los ojos y se encontró una vez<br />

más en su cubículo de trabajo. No se trataba<br />

de una prisión, pero al volver poco<br />

a poco a la realidad se dio cuenta que<br />

casi cumplía con los mismos propósitos.<br />

Intentó extraer su libro para continuar<br />

la lectura, pero se dio cuenta que<br />

no lo llevaba consigo. Debió haber sido<br />

confiscado sin que se diera cuenta. Levantó<br />

la cabeza y miró el reloj de manecillas.<br />

Hubiera jurado que estas no se<br />

movían en lo absoluto.<br />

Entonces se dio cuenta de que era lunes<br />

a primera hora en la oficina.<br />

13


14<br />

LA MUÑECA DE<br />

LOS TRES PELOS<br />

Por Allen Schavelzon


Quién no ha oído acerca de los<br />

relatos sobre espíritus y acontecimientos<br />

que parecen carentes<br />

de exploración de entre los terrenos<br />

esotéricos. Lo que voy a relatar ocurrió<br />

y en mi propia carne se ha anidado el<br />

temor de una inminente secuela. <strong>La</strong><br />

«tía», como todos la conocíamos, era<br />

una mujer gitana y excéntrica que estéticamente<br />

parecía normal, incluso<br />

uno podría atreverse a decir que era<br />

modestamente atractiva, mas no bella,<br />

pues su mayor encanto era ese halo de<br />

locura en el que su vida se iluminaba.<br />

Esta dama llegó a nuestras vidas de<br />

modo desconocido, casi por azar, y le<br />

tenía un especial afecto a mi madre y<br />

hermanas prefiriéndome por encima<br />

de ellas. «Ella es la más valiosa…» era<br />

lo que repetía hasta el hartazgo cuando<br />

venía de visita ocasionando con ello<br />

incomodidad a nuestro clan. Nunca<br />

entendí su peculiar expresión así que<br />

para mí se volvió un dogma del cual no<br />

podía dudar.<br />

En mi noveno cumpleaños, la «tía»<br />

me regaló una pequeña muñeca de<br />

tela, rellena de un material extraño que<br />

acompañó de un extraño monólogo:<br />

—A ella le gusta decir muchas cosas y<br />

verse bonita, pero se le cae un cabello<br />

cada vez que alguien cercano sufre. Le<br />

da mucha vergüenza eso y no quiere<br />

que nadie lo sepa, pero si guardas su<br />

secreto ella te compensará —anunció<br />

la mujer al entregarme el objeto.<br />

No era como los demás juguetes ya<br />

que su aspecto semejaba más al de un<br />

talismán pagano. Toda ella estaba confeccionada<br />

a mano, de ropajes hechos<br />

con colores brillantes, unos ojillos de<br />

cristal rojizo y honestamente lo único<br />

hermoso en ella era un precioso cabello<br />

negro de origen misterioso y aspecto<br />

más que real. <strong>La</strong> zíngara parecía<br />

complacida ante la mirada de extrañeza<br />

de mi familia, sin embargo, por el<br />

gesto cariñoso, fui incapaz de despreciar<br />

su obsequio. Tras ese suceso una<br />

serie de acontecimientos trágicos darían<br />

comienzo al fin...<br />

Semanas después fue hallada muerta<br />

de forma desconocida, así que no quedó<br />

más que darle sepultura y orar por<br />

su descanso, sin embargo, mientras los<br />

mayores rezaban yo tenía a la muñeca<br />

entre mis brazos y me percaté de que<br />

un pequeño mechón de cabello habíase<br />

tornado blanco como las nubes y caído<br />

de la nada; tal como las hojas se marchitan<br />

y mueren tranquilamente en la brisa<br />

otoñal. Mientras yo me fijaba en eso los<br />

ojos de la muñeca reflejaron la luz de los<br />

cirios dándole una mirada infernal y al<br />

mismo tiempo que una vocecilla juguetona<br />

se grababa en mi mente<br />

—Ella no pudo pagar su deuda y por<br />

eso me la llevé. Ahora te corresponde<br />

pagar por ella pues eras «su más valiosa...<br />

moneda».<br />

De momento adjudiqué la alucinación<br />

al aroma del incienso, pero tonta de mí<br />

que no sabía lo que me esperaba. A partir<br />

de entonces empezaron los decesos<br />

de maneras algunas horrendas y otras<br />

sin ningún sentido, primero en gente del<br />

pueblo y después en mi familia.<br />

<strong>Año</strong> tras año se presentaba la muerte<br />

junto al más escaso cabello y la horrorosa<br />

voz del talismán que cada vez se tornaba<br />

más burlona, como recordándome<br />

la maldición a la que había sido sometida<br />

por capricho de una vieja bruja.<br />

Ya adulta, mi salud mental decreció hasta<br />

el punto de la desesperación, tanto que<br />

un día tomé a la desdichada muñeca y con<br />

las tijeras de costura destrocé la ropa poco<br />

a poco, los brazos, las piernas, arranqué<br />

15


los cristalinos ojos y el abdomen lo abrí,<br />

hallando en el interior un relleno asqueroso:<br />

cabello humano, reseco y quebradizo.<br />

Quemé los restos y acudí donde el sacerdote<br />

del pueblo, contándole toda mi historia<br />

a la cual encontró una explicación.<br />

Me contó que la gitana era una bruja<br />

que había huido durante mucho tiempo<br />

de la justicia divina, ofreciendo a sus<br />

entes oscuros no su alma como pago<br />

sino la de todos aquellos a quienes<br />

mostrase afecto a cambio de protec-<br />

ción a su vida, consagrada su funesta<br />

promesa en un objeto confeccionado<br />

por sus manos, una muñeca creada a<br />

partir de jirones y cabello de los condenados<br />

a muerte. El cura aplaudió mi<br />

decisión de destruir la siniestra figurita<br />

y yo volví a mi casa con el alma momentáneamente<br />

aliviada. Esa misma noche<br />

la voz de siempre sonó en mis sueños,<br />

advirtiendo con severidad irónica.<br />

—Cuándo ella reveló mi secreto creyó<br />

que su alma estaría salvada; me traicio-<br />

16


nó y apareció muerta. Yo renové mi energía<br />

de su desesperación, por eso lucí hermosa<br />

ante tu vista cuando llegué a ti. Si<br />

hubieses guardado mis secretos como te<br />

lo advirtió me hubiese mantenido bella,<br />

pues ahora sabes que tu vida me pertenece.<br />

Tu existencia pende literalmente<br />

de mis cabellos así que cuando llegue el<br />

momento en que hayan caído todos tú lo<br />

harás junto conmigo.<br />

Desperté sobresaltada y busqué ansiosamente<br />

entre los restos de la basura<br />

los retazos del amuleto, que inexplicablemente<br />

encontré intacto y con<br />

cuatro cabellos negrísimos en aquella<br />

espantosa cabeza.<br />

Hace días el sacerdote murió en un<br />

accidente. Yo me preparó para irme de<br />

este pueblo fantasmal con mis pocas<br />

pertenencias a la espalda, mis pesares<br />

en el corazón y atado fuertemente mi<br />

silencio por los tres únicos cabellos de<br />

aquél espantoso talismán, tal como si<br />

mi vida dependiese de ello.<br />

17


MALESTAR<br />

(O LO QUE HAY<br />

DEBAJO DE<br />

MÁSCARAS Y<br />

SILENCIO)<br />

Por Oliver Salvador López Gutiérrez<br />

No podría afirmar que la lectura<br />

elimine el malestar que existe<br />

en la vida, pero, en definitiva, la<br />

lectura provee capacidad de reflexión<br />

(aunque claro está, existen lecturas<br />

que, así como las comidas ostentosas,<br />

embotan la inteligencia; existen también,<br />

lecturas que vencen al desdeñamiento<br />

del Yo hacia la ciencia), y en la<br />

reflexión pudiéramos encontrar una<br />

zona de encuentro brutal entre el ma-<br />

18<br />

lestar y la [verdadera] actividad filosófica:<br />

el cuestionarse.<br />

¿Por qué brutal? Porque el cuestionamiento<br />

verdaderamente filosófico estaría<br />

encaminado (podríamos atribuirle<br />

esta propuesta a Camus) hacia la pregunta<br />

de ¿vale la pena la vida de ser vivida o<br />

no? <strong>La</strong> respuesta (afirmativa) yacerá en<br />

la reflexión precisamente. Una reflexión<br />

que sólo se alcanza a través del conocimiento<br />

escondido en la lectura, si me lo


preguntaran personalmente. Brutal porque<br />

el simple hecho de elaborar esa pregunta<br />

es ya una dura confrontación. Pero<br />

esa pregunta no se elabora por sí sola: y<br />

si esa duda no aparece, podríamos hablar<br />

entonces de una automatización<br />

mecánica de la vida, vagando todos, cargando<br />

con nuestro pensamiento muerto,<br />

y lo absurdo como axioma vitalicio.<br />

Por otra parte, hablando de las lecturas<br />

que embotan, son aquellas que<br />

sirven a manera de una cortina (o máscara)<br />

de reflexión. Pudiéramos decir que<br />

son los textos que «brindan respuestas»<br />

en lugar de originar dudas. No hay peor<br />

[pseudo] reflexión que la que no es propia,<br />

ni se funda en las bases del pensamiento<br />

propio. Una Idea. <strong>La</strong>s lecturas<br />

que embotan no propician ideas. Dan<br />

«respuestas», y nada es peor para una<br />

reflexión que tener una «respuesta» ajena<br />

a una pregunta que nunca se originó.<br />

19


Y entonces las personas se calificarán<br />

de intelectuales [nada más alejado] y<br />

creerán que saben algo [¿qué es lo que<br />

saben? No saben porque nunca se lo han<br />

cuestionado] cuando en realidad saben<br />

nada. Recuerdo que en algún momento<br />

dado, un viejo maestro mío nos dijo en<br />

clase que la palabra saber proviene del<br />

latín sapere, que significa saborear [entre<br />

otras acepciones refutarán los filólogos]:<br />

que hermosa definición del saber:<br />

es saborear el conocimiento, saborear<br />

las palabras, los conceptos, las ideas; definición<br />

que se opone ante los atracones<br />

de lecturas [que embotan] con «respuestas»<br />

a preguntas no articuladas. No podemos<br />

hablar que hay un saber de esas<br />

lecturas, con toda sinceridad: ¿qué se saborea?<br />

¿Cómo saborear el conocimiento<br />

de una pregunta, de una reflexión, de<br />

una duda si no incitan siquiera a cuestionarse?<br />

¿Cómo saborear un atracón?<br />

20


<strong>La</strong>s lecturas que ayudan a la reflexión<br />

saben. Nos incitan a cuestionarnos,<br />

empezando, por ejercicio casi automático,<br />

a nosotros mismos. Me permito<br />

repetir la palabra nuevamente: brutal,<br />

¡cuán brutal puede ser el cuestionarse<br />

a sí mismo, a la sociedad, a la época, a<br />

la cultura y al autor mismo! Esto es reflexión.<br />

<strong>La</strong> reflexión filosófica [contemporánea]<br />

por excelencia debiera ser si<br />

la vida vale la pena ser vivida o no. Y<br />

la respuesta afirmativa a esa pregunta<br />

se puede encontrar en la dicha del leer,<br />

del ser, del saber: hay que imaginar a<br />

Sísifo dichoso… ¡Nada más brillante se<br />

podría haber dicho!<br />

Si me preguntasen la importancia de<br />

la lectura, propondría lo anterior como<br />

acercamiento, desempañamiento cuando<br />

mucho: en la reflexión escondida<br />

entre los renglones de una lectura se<br />

encuentra la dicha, el sabe[o]r de la vida.<br />

21


22<br />

UN PEZ<br />

QUE NO SABÍA<br />

RESPIRAR<br />

Por Juan Christian Aguirre Contreras


José Carlos Reyes Oropeza se encontraba<br />

hospedado en una habitación<br />

del hotel Arizona. Su esposa,<br />

cansada de sus infidelidades, decidió<br />

cambiar las chapas del departamento<br />

en la Anzures y José tuvo que encontrar<br />

refugio. Instalado cerca del Monumento<br />

a la Revolución, tomaba un Boones<br />

de fresa mientras veía en las noticias<br />

de las tres una imagen aérea de la zona<br />

en la que se encontraba. Escuchó un<br />

helicóptero sobrevolar el Arizona.<br />

⁂<br />

¿Entonces te gusto? ¡Por supuesto! Eres<br />

la morrita más bonita de toda la pinche<br />

escuela. ¿Y qué eres capaz de hacer<br />

por mí? Lo que sea. ¿Lo que sea? Dime<br />

que quieres que haga. ¿Ves ese frasco<br />

de salsa? Tómatelo todo. ¡No mames!<br />

¿Cómo crees? ¡Es puro habanero! Me<br />

voy a vomitar. Entonces no te gusto<br />

tanto. Que lástima. Te iba a dar un beso<br />

si te la tomabas toda. ¿Neta? Claro. ¡Va!<br />

Envalentonado (ebrio), el Gabo decidió<br />

hablar con Suzet. Él era algo obeso,<br />

de cara común, calificaciones promedio,<br />

hijo de actuarios que trabajaban<br />

para Seguros El Águila. Un tipo equis.<br />

Ella era un diez, nadie comprendía<br />

cómo una chica tan espectacular no<br />

estudiaba en la UNAM, el CENART o la<br />

Ibero. Tenía mucho estilo, sabía sobre<br />

libros y películas, había leído a Kierkegard<br />

y a Deleuze, su papá fue amante<br />

de Mosivais y su mamá fue Directora de<br />

Arte de un par de películas.<br />

El Gabo se tomó toda la salsa de habanero<br />

de un golpe. Los primeros tragos,<br />

aunque pesados, bajaron por su<br />

garganta. En el tercero sintió un poco<br />

de líquido regresar por su esófago hasta<br />

su nariz. Lágrimas salían de sus ojos,<br />

su rostro se tornaba rojo, las venas de<br />

su frente se botaban, sudaba demasiado,<br />

parecía que alguien había tirado<br />

una cubeta de agua sobre su playera.<br />

Para el último trago, un hilo de salsa<br />

escurría por la comisura de sus labios.<br />

Todos reían ante aquella escena desesperada.<br />

<strong>La</strong> que reía más era Suzet. Con<br />

el dedo índice atrajo al Gabo hacia ella.<br />

Estaba alucinando, veía todo como si<br />

los colores estuvieran separados, el<br />

amarillo, el magenta y el cian (ojo de<br />

diseñador) cada uno avanzando con<br />

milisegundos de retraso entre uno y<br />

otro y el otro. No escuchaba con claridad,<br />

se sentía bajo el agua. Era como<br />

un pez que no sabía respirar.<br />

Al estar a centímetros de distancia,<br />

ella solo dijo; no, mejor no. Te ves de la<br />

verga. <strong>La</strong>s burlas no se hicieron esperar.<br />

Un eh puto sonaba al unísono. <strong>La</strong> cabeza<br />

de Gabriel giraba hasta que cayó<br />

como un costal de papas. Desmayado,<br />

comenzó a vomitar el piso del bar y se<br />

cagó encima, le había dado diarrea por<br />

haber comido tanto picante. El dueño<br />

del bar fue por la policía para que lo<br />

sacaran de ahí. Lo llevaron al torito por<br />

faltas a la moral. Estuvo encerrado entre<br />

el olor a humedad, mierda y orines<br />

cuarenta y ocho horas para pensar en<br />

la humillación que había pasado.<br />

Otra vez era viernes y la clase se estaba<br />

poniendo de acuerdo a donde ir a<br />

tomar. ¿Qué Guácaras?¿Vas a jalar? Gabriel<br />

sólo se puso el gorro de su sudadera,<br />

cruzó sus brazos sobre la banca y<br />

bajó su cabeza. Miraba al suelo cuando<br />

notó una araña caminando por su rodilla.<br />

Sintió un ligero sobresalto, después<br />

recuperó la postura y de un soplido<br />

sacó volando al arácnido. En el suelo,<br />

la araña comenzó a retorcerse como si<br />

la hubieran rociado con insecticida.<br />

23


¿No vas a jalar Gabo? No mames,<br />

Suzet. Te lo digo en buena onda, me<br />

siento mal por lo del viernes pasado.<br />

Vente ándale, yo te invito la primera<br />

cerveza. El dueño no me va a dejar<br />

pasar. Vamos a ir a otro bar. Ya ven, no<br />

seas cortado.<br />

Gabo llegó de la mano de Suzet, lucía<br />

satisfecho, como un torero listo para<br />

dar el rejoneo de su vida. Se sentaron<br />

juntos, con todos los del salón. ¿Qué<br />

tranza Guácaras? ¿Hoy si traes pañal?<br />

De pronto, Gabriel se notó sumamente<br />

incómodo, sintió una presión gástrica,<br />

volteó hacia su compañero y le eructó<br />

en la cara. Todos los que escucharon<br />

rieron. ¡Qué chingón! El Guácaras se<br />

la aplicó bien chido. <strong>La</strong> garganta del<br />

tipo se cerró, comenzó a jadear, se estaba<br />

ahogando, sus ojos se pusieron<br />

en blanco. Llevó sus manos a su cuello,<br />

cayó al suelo, se convulsionaba como la<br />

araña del salón. Gabriel sonreía, volteó<br />

a la salida. Confundidos, todos se alejaban<br />

de él. Suzet, que no había soltado<br />

su mano en todo ese tiempo, intentaba<br />

separarse con todas sus fuerzas. Nadie<br />

entendía lo que estaba pasando.<br />

¡Lo mató!<br />

Gabo salió de ahí con estoica serenidad.<br />

Cinco cuadras después notó que<br />

seguía con Suzet. ¡Auxilio! ¡Me quiere<br />

secuestrar! ¡Ayuda! <strong>La</strong> gente volteaba<br />

alarmada para ver la escena, nadie<br />

se atrevía a acercarse. Un gas de color<br />

verde salía de la boca de Gabriel,<br />

Suzet comenzaba a toser. Suéltame,<br />

Gabriel, suéltame. Por favor. Suzet lloraba.<br />

Gabriel por fin la soltó. Ella salió<br />

corriendo. El gas parecía ir en aumento.<br />

Gente a diez metros comenzó a toser, a<br />

veinte metros, a cincuenta, a cien. Todos<br />

tosían, caían al suelo, se ahogaban,<br />

convulsionaban. Gabriel reía como<br />

desquiciado. Nadie que estuviera cerca<br />

permanecía en pie. Los autos sobre la<br />

Avenida Insurgentes permanecían estáticos.<br />

Notó, más adelante, el cuerpo<br />

inerte de Susana. Tomó su celular, llamó<br />

a su padre. Papá, yo creo que hoy<br />

no llego a la casa. Colgó. Mientras esperaba<br />

a la ley, se puso a calcular las<br />

probabilidades de aquella situación.<br />

Un helicóptero sobrevolaba la zona del<br />

Monumento a la Revolución.<br />

⁂<br />

José Carlos se asomó por la ventana de<br />

su habitación, vio gente convulsionándose,<br />

autos detenidos, el silencio de la<br />

incertidumbre y en el centro de todo,<br />

un chico algo gordo sonriente. En las<br />

noticias pasaban imágenes de un reportero<br />

con una máscara anti-gas a la<br />

altura del Monumento, detrás un grupo<br />

de impacto de la SSP, todos con máscaras<br />

antigás listos para ingresar a la<br />

nata verde. Carlos tenía un tiro limpio<br />

desde aquella posición. Apuntó con su<br />

arma al chico, pensó en los padres de<br />

Gabriel, en los muertos que se amontonaban<br />

en la calle, en su esposa. Clic.<br />

Uno, menos de dos segundos tardó la<br />

bala en cruzar la explanada y atravesar<br />

el cráneo de aquel muchacho. Supo<br />

que su nombre era Gabriel y que estudiaba<br />

Diseño.<br />

24


a<br />

#ACERTIJO<br />

Un hombre esta al principio de<br />

un largo pasillo que tiene tres<br />

interruptores, al final hay una<br />

habitación con la puerta cerrada.<br />

Uno de estos tres interruptores<br />

enciende la luz de esa habitación,<br />

que esta inicialmente apagada.<br />

¿Cómo lo hizo para conocer que<br />

interruptor enciende la luz recorriendo<br />

una sola vez el trayecto<br />

del pasillo?<br />

Pista: El hombre tiene una linterna.<br />

<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />

25


26<br />

DESTINO:<br />

ALPHA CENTAURI<br />

Por Ivan Emmanuel


Me senté en el sillón de mando<br />

y después de batallar un poco,<br />

logré desplegar una pantalla<br />

holográfica. Busqué el Sistema de Guía<br />

Virtual, cuidando no equivocarme y activar<br />

una instrucción que retrasara mi<br />

partida. No fue difícil hallarla, el mismo<br />

ordenador me dio de inmediato<br />

las opciones: si quería tomar el control<br />

manual de la nave o si prefería la ayuda<br />

del asistente de mando. Esta segunda<br />

era la que buscaba.<br />

—Buenos días, por favor dígame el<br />

destino al que desea ir —sin tantos rodeos,<br />

una voz robótica se dejó escuchar.<br />

Luego de un breve sobre salto, balbucee:<br />

—¿Destino?... Ah sí, Alpha Centauri.<br />

Voy a la más pequeña del sistema:<br />

Próxima Centauri.<br />

Era todo lo que sabía y con el asistente<br />

de mando resultaba más que suficiente<br />

para que yo le diera instrucciones<br />

y éste las acatara sin chistar. Pero<br />

no fue así, el asistente requirió:<br />

—Indique las coordenadas del sistema<br />

o inserte el chip con el mapa estelar.<br />

»¿Cuál chip? —me pregunté de inmediato.<br />

Era claro que no me sabía las<br />

coordenadas y la mención de la palabra<br />

chip me hizo recordar el objeto pequeño<br />

que mis hijos me habían dado<br />

una semana antes.<br />

Ellos tenían la costumbre de guardar<br />

información como se practicaba antaño;<br />

fascinados por la historia constantemente<br />

usaban objetos antiguos. Y<br />

esa mañana, antes de partir a sus merecidas<br />

vacaciones en Próxima b, me<br />

dejaron un chip de memoria compatible<br />

con los sistemas de la vieja nave<br />

de su tatarabuelo, sabiendo que me<br />

encantaría la idea de acompañarlos en<br />

ella y porque se habían llevado el único<br />

vehículo espacial que quedaba, mi esposa<br />

había partido en el otro unos días<br />

antes que ellos.<br />

<strong>La</strong> «Pequeña Sofía» (así le puso mi<br />

bisabuelo), no tenía grabado ningún<br />

mapa estelar que sirviera para ubicar<br />

las coordenadas de la estrella. Para<br />

eso era el chip de memoria, mis hijos<br />

lo sabían bien.<br />

Casi por instinto metí la mano en<br />

los bolsillos de mi chaqueta y después<br />

en los de mi pantalón; no lo encontré.<br />

Busqué en mi equipaje, algo preocupado.<br />

Nada. Me resigné entonces a la idea<br />

de haberlo perdido.<br />

—Bueno, voy al sistema Alpha Centauri<br />

no creo que sea difícil llegar... ¿Cuántas<br />

estrellas puede tener? Yo solo voy a una<br />

de ellas, a Próxima Centauri —murmuré.<br />

Mis escasos conocimientos de astronomía<br />

me hicieron subestimar la inmensidad<br />

del espacio y sobre todo de<br />

la Constelación del Centauro a la cual<br />

pertenece el sistema Alpha Centauri.<br />

Como podía identificar la Constelación<br />

desde la atmosfera terrestre, fue<br />

que pensé: «¿Qué tan difícil puede ser<br />

apuntar a una estrella?».<br />

—Coloca a la «Pequeña Sofía’ en órbita,<br />

a seiscientos kilómetros —ordené<br />

con autoridad y sin titubear un segundo,<br />

al asistente de mando.<br />

Conforme ganábamos altura y se hacía<br />

más opaca la frontera entre la atmosfera<br />

y el espacio, me fui llenando de optimismo.<br />

El plano estelar era cada vez más<br />

brillante y tupido, pero aun claro para<br />

mí. Lo había visto antes y sabía cómo<br />

identificar la constelación que buscaba.<br />

Pues cuán difícil puede ser viajar a una<br />

estrella. Solo agarras tu nave espacial,<br />

eliges la indicada y trazas una línea recta<br />

imaginaria hacía ella. Luego tomas los<br />

controles de velocidad y dirección y listo.<br />

Sales de hipervuelo, te diriges al parque<br />

27


ecoturístico de Próxima b y a disfrutar de<br />

tus vacaciones con la familia. Al menos<br />

así fue como lo pensé en mi cada vez<br />

más creciente optimismo, ignorando por<br />

completo las leyes de la física.<br />

—Hemos llegado a la zona indicada,<br />

por favor indique el destino —requirió<br />

de nuevo el asistente de mando.<br />

<strong>La</strong> nave se encontraba en una pequeña<br />

desviación a la izquierda de la<br />

estrella, así que ordené hacerla girar<br />

unos treinta grados hasta tenerla a la<br />

vista en la ventana principal.<br />

Sólo se trataba de enderezarla y<br />

apuntar con ella. Nada más. Qué tan<br />

difícil podía ser.<br />

El asistente simplemente cumplió mi<br />

orden, aun sin coordenadas introducidas<br />

en su sistema de vuelo. Segundos después<br />

la vista cambió de un cielo estrellado a un<br />

túnel de luces multicolor girando alrededor.<br />

<strong>La</strong> «Pequeña Sofía» estaba en marcha.<br />

Olvidé que la geometría del espacio-tiempo<br />

curvo es distinta a la geometría<br />

de Euclides y por tanto que la<br />

luz no viaja en línea recta, sino que<br />

solo sigue la curvatura del espacio y<br />

eso nos lleva a que la ubicación de la<br />

estrella sea diferente a la percepción<br />

que de ella se tiene desde la Tierra. Y<br />

viajar en el espacio a hipervuelo (quizás<br />

erróneamente usé el término como<br />

sinónimo de viajar a través del agujero<br />

de gusano) sin tomar en cuenta esa<br />

información, equivaldría a equivocar la<br />

trayectoria y perderse en el espacio.<br />

28


Tomé un descanso de una hora. El<br />

tiempo que me llevaría alcanzar mi<br />

destino. Pero el sueño duró mucho<br />

más que eso y de no ser por un agudo y<br />

molesto ruido seguiría durmiendo.<br />

—Hemos llegado —indicó el asistente<br />

después de haberme despertado— la nave<br />

reposa en una órbita a ocho unidades astronómicas<br />

de la estrella más grande.<br />

Restregándome los ojos con las palmas<br />

de mis manos para espantarme el sueño<br />

que aún tenía, no reparé en la voz robótica<br />

de la nave. Sólo me senté y recargué en el<br />

respaldo del sillón tratando de tomar un<br />

respiro profundo, cuando repentinamente<br />

algo me detuvo. Confundido al principio<br />

me incliné hacía adelante lo más que pude.<br />

<strong>La</strong> estrella no era familiar, de hecho, resultaba<br />

gigante en comparación con las del<br />

sistema Alpha Centauri. Me di cuenta tan<br />

luego la vi; me lamenté y maldije entonces<br />

lo más que pude mi error de apreciación.<br />

Después de todo en el espacio no es bueno<br />

tomar una decisión sin el sustento suficiente<br />

que garantice el resultado que se desea.<br />

Se trataba quizás de Hadar, no lo sabía.<br />

Un sistema binario de estrellas gigantes,<br />

qué más podía ser sino Hadar,<br />

una estrella noventa veces más alejada<br />

que Alpha Centauri. Le aposté a ello y le<br />

dije al asistente, un poco recuperado de<br />

mi equivocación, que con éste dato realizara<br />

un nuevo salto a mi destino. Cuando<br />

me fue preguntado éste, con menos<br />

entusiasmo que al principio solo dije:<br />

—Ah sí… Alpha Centauri.<br />

29


30<br />

SUICIDIO<br />

EN SANTA ANA<br />

Por Andrea Medina


George vivía en un conjunto de edificios<br />

cerca del centro, su departamento<br />

quedaba en el séptimo<br />

piso. Había recibido suficiente dinero<br />

del seguro de vida de su padre como<br />

para darse el lujo de trabajar pocas horas<br />

(sólo con el fin de aparentar que hacía<br />

algo además de ver las actividades<br />

cotidianas de sus vecinos del edificio<br />

de enfrente).<br />

Era un hombre solitario, apenas conocido<br />

por otros seres humanos. No<br />

devolvía el saludo a nadie ni pronunciaba<br />

palabra durante sus escasas horas<br />

laborales. Tampoco era adepto a las<br />

redes sociales, ya que estas dejaban un<br />

rastro electrónico que cualquiera podría<br />

ver; no le gustaba ser observado.<br />

Emergencias recibió varias llamadas<br />

de residentes del conjunto de edificios<br />

Santa Ana alertando que había un<br />

hombre tirado en un charco de sangre<br />

en el estacionamiento. Era George. Se<br />

había lanzado desde su ventana al vacío.<br />

Su cráneo quedó completamente<br />

destruido por el impacto con el pavimento.<br />

A la policía le costó varias horas<br />

identificar al suicida, nadie parecía<br />

reconocerlo. Cuando por fin dieron con<br />

su identidad y número de departamento,<br />

subieron a revisarlo. Lo que hallaron<br />

dejaría helado hasta al más experimentado<br />

de los policías.<br />

<strong>La</strong> noche anterior, George estaba en<br />

la seguridad de su hogar preparándose<br />

un café como siempre lo hacía, apagó<br />

todas las luces y se sentó frente a la<br />

ventana de la sala en su silla bar. Desde<br />

allí podía verlo todo: al hombre que<br />

veía la pelea de box con una cerveza<br />

tras otra, a la mujer que cepillaba su<br />

pelo en su habitación, al adolescente<br />

viendo películas para adultos a escondidas<br />

de su abuela. Espiar a la gente<br />

le parecía cien veces más entretenido<br />

que ver la televisión. No creía que fuera<br />

inmoral, al fin y al cabo era ellos quienes<br />

dejaban las cortinas abiertas.<br />

Sólo el estacionamiento separaba<br />

un edificio del otro. George no pensaba<br />

quedarse mucho, iría a la cama temprano<br />

esta vez. Pero un hombre que no<br />

había notado antes despertó su curiosidad.<br />

Estaba a la altura de George, en<br />

el séptimo piso. Se encontraba parado<br />

en medio de la sala, sin hacer nada.<br />

Después de algún rato fue a la puerta<br />

y una mujer entró. El desconocido se<br />

veía incomodo, ni siquiera le ofreció<br />

algo de beber a su visita. Ella, en cambio,<br />

parecía no poder parar de hablar.<br />

Estaba interesada en él, era obvio. El<br />

hombre comenzó a mover los brazos<br />

en señal de impaciencia, trataba que<br />

esta se marchara, pero no funcionó. <strong>La</strong><br />

mujer intentó ir a la cocina, el hombre<br />

la sujetó con fuerza por los hombros.<br />

Su expresión cambió, sentía miedo y<br />

asombro. Al parecer, no se esperaba<br />

una conducta así de parte de aquel<br />

sujeto. Se ponía cada vez más violento,<br />

apretaba la mandíbula, mostrando los<br />

dientes. <strong>La</strong> abofeteó. Quedó aturdida<br />

por unos segundos, pero el terror la<br />

hizo volver en sí y querer huir. El hombre<br />

no se lo permitió.<br />

George estaba boquiabierto, sin respiración.<br />

Se preguntaba si alguien más<br />

estaba viendo lo que él. <strong>La</strong> intensidad de<br />

sus emociones lo congeló. ¿Qué haría?<br />

En el departamento de enfrente las<br />

cosas empeoraron. George comenzó a<br />

ver lo rojo de la sangre en el rostro de la<br />

mujer. Estaban forcejeando y rompían<br />

todo a su paso.<br />

Un espejo estalló en pedazos. George<br />

sabía lo que pasaría. Miró su teléfono<br />

y pensó en llamar a la policía, pero<br />

31


de repente se imaginó todas aquellas<br />

preguntas que le harían, las veces que<br />

tendría que repetir las respuestas a diferentes<br />

detectives, tendría que servir de<br />

testigo en la corte si atrapaban al hombre.<br />

Todo eso era demasiado para él.<br />

El hombre tomó un pedazo del espejo<br />

roto y lo clavó en el pecho de su<br />

víctima. Ella cayó al suelo. Trataba de<br />

arrastrarse hacia la puerta. Él puso la<br />

rodilla derecha sobre su estómago, le<br />

sostuvo la frente y comenzó a apuñalar<br />

sus ojos, sus mejillas, dejándola<br />

irreconocible en cuestión de segundos.<br />

Evidentemente ella ya estaba muerta,<br />

pero él no se detenía. Seguía desgarrando<br />

y perforando su piel. George<br />

pudo ver las vísceras de la pobre mujer<br />

desparramadas en el suelo.<br />

El sangriento asesino había terminado<br />

su trabajo, agitado y por completo exhausto,<br />

ante la vista de un cobarde que<br />

lo había permitido. Vaya espectáculo.<br />

El hombre se levantó, dio unos pasos<br />

hacia su ventana y miró a George directamente<br />

a los ojos. El corazón comenzó<br />

a latirle sin control, se le heló la sangre.<br />

Lo estaba viendo, el asesino sabía que<br />

era testigo y seguro iría por él. Pero la<br />

verdad es que eso no pasaría. <strong>La</strong> luz<br />

del departamento de ese hombre se<br />

encendió. Una familia de cuatro entró<br />

con cajas de mudanza, felices, emocionados<br />

por lo bueno que se venía en su<br />

nuevo hogar. Todo estaba impecable.<br />

Nada malo había pasado dentro de<br />

esas paredes. Y George, a oscuras, supo<br />

que lo que en realidad veía era su propio<br />

reflejo en el vidrio de su ventana.<br />

<strong>La</strong> policía descubrió al pasar de los<br />

días que el hombre que se había suicidado,<br />

antes de hacerlo, asesinó brutalmente<br />

a una compañera de trabajo que<br />

había conseguido su dirección en recursos<br />

humanos y que estaba perdidamente<br />

enamorada de él. Ella no lo conocía,<br />

no había hablado con él jamás,<br />

pero estaba tan ansiosa de hacerlo que<br />

planeó tocar su puerta fingiendo que<br />

se había equivocado de departamento<br />

y reconocerlo de la oficina.<br />

Quién podría haber sabido que George<br />

era un hombre enfermo, por completo<br />

sin control, capaz de hacer cualquier<br />

tipo de atrocidad si se sentía acorralado.<br />

Ella lo pagó, y él, al no poder con la<br />

culpa y acabar con su vida después de<br />

ver el cuerpo mutilado en su sala.<br />

32


33


<strong>La</strong> influencia<br />

de la lectura<br />

en las<br />

generaciones<br />

que se están<br />

formando<br />

Por Cuauhtémoc Martínez<br />

Cada día recibimos de manera inconsciente<br />

una gran cantidad de<br />

información que puede aturdirnos,<br />

distraer nuestros sentidos de las<br />

cosas que valen la pena e importan;<br />

más por las nuevas dinámicas que tiene<br />

la sociedad, como las redes virtuales,<br />

la interacción en vivo con programas<br />

de radio y televisión, o los videos<br />

que se pueden encontrar en internet.<br />

Todo esto construye una barrera que<br />

34<br />

deja atrás a los medios escritos de información,<br />

periódico, revistas y libros.<br />

<strong>La</strong>s generaciones nuevas crecen<br />

conviviendo y confiando con las cosas<br />

que encuentran en internet, llenan su<br />

mente de ideas sacados de aquí, siendo<br />

más vulnerables que antes a seguir<br />

las modas, las cuales suelen ser dictadas<br />

por las entidades dominantes de<br />

las diversas esferas existentes en la<br />

sociedad actual.


Se hizo común escuchar a las personas<br />

decir que vivimos en la “era de<br />

la información” lo cual puede parecer<br />

preocupante, ya que tener información<br />

es muy diferente a tener conocimientos<br />

o herramientas para desarrollarte.<br />

En internet circula información de<br />

dudosa procedencia, la cual es necesario<br />

discriminar y como todo dato que<br />

llega a nosotros, cuestionarlo, inspeccionarlo<br />

y generar nuevas preguntas<br />

al respecto. En este medio se accede<br />

a millones de artículos que pueden<br />

aportarnos soluciones, pero también<br />

hay muchas cosas que son simples opiniones,<br />

que al ser tomadas como información<br />

comprobada pueden generar<br />

problemas. Porque algunas personas<br />

creen lo primero que se les dice, generando<br />

un circulo de confusión, esparciendo<br />

mentiras que se vuelven verdad<br />

ante los ojos de la sociedad.<br />

35


<strong>La</strong>s generaciones nuevas se han malacostumbrado<br />

a obtener las cosas sin esforzarse,<br />

por lo cual tienen dificultad para investigar<br />

y buscar en libros; teniendo gran parte de<br />

ellos un vocabulario limitado, utilizando<br />

modismos de otros lugares que llegan a<br />

ellos gracias a las redes sociales y los diversos<br />

canales de información que consultan.<br />

Sin duda la escritura ha sido uno de<br />

los mayores inventos que ha tenido la<br />

humanidad, el cual data de la antigua<br />

Sumeria en una era cercana a la revolución<br />

neolítica, con lo cual se logró que<br />

los relatos pasaran de generación en<br />

generación sin distorsionarse, pudiéndose<br />

conservar para la posteridad.<br />

<strong>La</strong> lectura se supone junto con las grabaciones<br />

(de diversos géneros) como un<br />

medio para conocer las costumbres y<br />

características que hay en otro lugar o se<br />

presentaron en una época diferente. Nos<br />

permiten ir a lugares lejanos, inmiscuirnos<br />

en mundos distantes, llevando nuestra<br />

imaginación a nuevos límites. De la misma<br />

forman nos ayuda a cuestionarnos sobre<br />

nuevos temas, crearnos un criterio y una<br />

postura ante la vida, la cual nos guía en las<br />

diversas facetas que se nos presentan.<br />

<strong>La</strong> lectura es una herramienta vital<br />

para generar conocimiento, nos ayuda a<br />

reforzar los conocimientos adquiridos y<br />

relacionarlos con otras cosas. <strong>La</strong>s personas<br />

pueden aprender temas nuevos mediante<br />

la consulta de textos, comparar<br />

definiciones, hondar en la especialidad<br />

que les interesa, más hoy en día que internet<br />

nos facilita la búsqueda de información<br />

específica; situación que colabora<br />

con que se pueda ser autodidacta,<br />

algo siempre útil, que se complemente<br />

entre otras cosas con la lectura.<br />

El hábito de la lectura no sirve solamente<br />

para saber más, leer nos lleva<br />

también a mejorar nuestra ortografía,<br />

indagar sobre las cosas que nos interesan,<br />

recibir la información de fuentes<br />

confiables y conocer nuevos nichos<br />

en los cuales podemos desarrollarnos.<br />

Leer es una parte importante en el desarrollo<br />

del ser humano, recalcando no<br />

sólo la lectura de corte científico o académico,<br />

sino también la poesía, novela,<br />

notas periodísticas, datos curiosos y<br />

demás estilos que suman para nuestra<br />

cotidianeidad e incluso poder profesionalizarnos<br />

en el tema.<br />

36


<strong>La</strong> lectura es una herramienta para conocer<br />

las ideas y opiniones de los demás,<br />

reflexionar acerca de las acciones que estamos<br />

realizando, proyectar nuestras decisiones<br />

a futuro en comparación con los<br />

resultados que alguien más obtuvo. Leer<br />

es la puerta al conocimiento acumulado,<br />

acercarnos a la vida de otros, entender<br />

cómo sacaron sus conclusiones dentro<br />

de la vida personal y profesional.<br />

Para los jóvenes la lectura les puede<br />

dar experiencia y visión que su edad<br />

les dificulta tener; significa una parte<br />

importante en su formación, para que<br />

fundamente sus ideales, comprenda las<br />

dinámicas que tendrá su vida; la lectura<br />

hará que pueda identificar el camino<br />

que desea tomar, sabiendo las decisiones<br />

y sacrificios que deberá afrontar.<br />

<strong>La</strong> lectura te apoya en la asimilación de<br />

experiencias inusuales que te envuelven, leyendo<br />

puedes identificarte con la situación<br />

de algún personaje, del autor o con el escenario<br />

que se plantea, de esa manera los jóvenes<br />

pueden ver todo el panorama, con lo<br />

cual se entienden más a fondo las posibles<br />

consecuencias, para así discernir de mejor<br />

manera sobre las opciones que tienen.<br />

Para cada persona, un libro, ensayo<br />

y artículo, posee un mensaje diferente,<br />

incluso leerlo en etapas diferentes<br />

de la vida te permite vislumbrar mensajes<br />

distintos, por ello la riqueza que<br />

tiene la escritura es grande en la vida<br />

de todas las personas, de los adultos<br />

que pueden asimilar las cosas que les<br />

ocurren y las circunstancias que fueron<br />

delimitando su camino en la vida;<br />

mientras que para los jóvenes y niños,<br />

será una herramienta para su formación,<br />

la cual influirá en sus conductas<br />

y actividades, por ello es importante<br />

inculcar la lectura que aporte algo en<br />

la formación actitudinal, permitiendo<br />

al joven expresar lo que siente y acercarse<br />

a lo que anhela ser. Inculcar en él<br />

la lectura es abrir su visión de las cosas<br />

que conforman la vida, permitiéndole<br />

ver caminos que podrían pasar desapercibidos<br />

de manera común.<br />

<strong>La</strong> lectura es un hábito que se debe<br />

inculcar en las nuevas generaciones por<br />

todas las personas, familiares, amigos,<br />

profesores; ya que esto es un verdadero<br />

regalo, algo que la persona siempre tendrá<br />

y le ayudará a su desarrollo pleno.<br />

37


SÍNDROME DEL<br />

EQUINOCCIO DE<br />

OTOÑO<br />

Por Gabriela Bolaños Cacho Gasca<br />

38


Es la mañana más fría de mi existencia,<br />

el cielo se encuentra de un<br />

color gris, el más bello que había<br />

visto desde mi niñez, será que así siempre<br />

me acostumbré a verlo por las ventanas<br />

casi ensombrecidas de la vieja<br />

casona que era mi morada, justo después<br />

de que mi madre me alumbrara<br />

una noche gélida del mes de octubre<br />

de 1951; exactamente a las 11:30 pm.<br />

<strong>La</strong> angustia que pasé al sentir los<br />

brazos del invierno ya cercano en mi<br />

cuerpo sin ninguna protección, fue una<br />

de las cosas que quedaron grabadas en<br />

el pequeño ser que era yo. De mi progenitora<br />

no recuerdo nada, ella se quedó<br />

dormida para siempre, en la escueta<br />

sala de operaciones tras librarse de mí.<br />

Transcurrieron 12 años, los cuales pasé<br />

al lado de mi progenitor en esa misma casona<br />

a orillas del mar, en la ciudad de portuaria<br />

de Aberdeen al nordeste de Escocia.<br />

Según yo, trataba de hacerle la vida más<br />

alegre y placentera a mi padre, y poder<br />

hacerlo olvidar la gran tristeza que le perforaba<br />

cual puñal de largo filo en su corazón,<br />

haciéndole confundir los sentimientos<br />

hacía mí, tornándolos en un segundo<br />

como emotividades amorosas, cariñosas<br />

y comprensivas en odio y culpa los cuales<br />

me los adjudicaba cada día más, al grado<br />

de creer que yo era justamente el causante<br />

de la desdichada muerte de mi madre a<br />

la que amó demasiado.<br />

Que por mi culpa, los meses de plenitud<br />

y luz de ella, yo había robado para<br />

poder surgir. Me hacía sentir un monstruo,<br />

que en el preciso instante de salir,<br />

le desgarré todas sus entrañas desarticulándome<br />

de todo lo que me formó; tal<br />

y como un escorpión que desaparece a<br />

la que le dio origen. Continuó ese sentir<br />

hasta que llegó el día en que falleció mi<br />

padre; fue un día feliz y a la vez de luto.<br />

En mi interior ardían dos sentires, el<br />

de inmensa alegría de saber que la naturaleza<br />

me hizo el gran favor de deshacerse<br />

de él perpetuamente; era un tanto<br />

macabro pero espeluznantemente<br />

bellísimo y por otro lado la inolvidable<br />

culpabilidad y tristeza por el afecto insuficiente<br />

que recibí.<br />

Mi vida ha transcurrido en una soledad<br />

extrema, con la cual he llegado a<br />

intercambiar conversación junto a las<br />

sombrías paredes del sanatorio. Cuando<br />

fui niño viví en una casona que en<br />

sus buenos tiempos había sido digna<br />

de una agradable vista por sus paisajes,<br />

lo que en sí la rodeaba y por supuesto,<br />

la alegría encapsulada de mis padres…<br />

hasta que aparecí yo.<br />

Prosigo con la descripción de mi antiguo<br />

hogar, el cual actualmente se encuentra<br />

en un estado deplorable, empezando<br />

por el antes lindo tejaban rojo<br />

que se divisaba desde lo lejos y que<br />

ahora es sólo una nube de destrucción,<br />

la fachada ni nombrarla y en el interior<br />

murmuran los mismos muebles que<br />

compraron papá y mamá el día de su<br />

boda puesto que dicha casona fue regalo<br />

de la bisabuela Wendolyne un año<br />

antes de su fallecimiento.<br />

Solía tener un gran recibidor con un<br />

espejo oval, dos percheros en donde<br />

decían que en las reuniones colgaban<br />

de ellos hermosas estolas de las más<br />

diversas pieles y sombreros de gente<br />

con renombrado abolengo de la región.<br />

En la parte izquierda, la biblioteca se<br />

tapizaba en libros y una vetusta lámpara<br />

alumbraba el escritorio de madera<br />

olorosa de mi padre en la cual pasaba<br />

grandes temporadas enclaustrado,<br />

viendo la foto de mi madre que nunca<br />

la movió de su lugar. También merodeé<br />

mentalmente los corredores, las esca-<br />

39


leras gélidas de mármol con una roída<br />

alfombra de estampados que siempre<br />

se me hicieron ridículos.<br />

Mi padre sólo salía para probar pequeñísimos<br />

bocados y posteriormente<br />

regresaba a su lisa silla de cuero negro<br />

que aún se conserva bastante bien.<br />

Confieso que el olor a libros viejos me<br />

enloquece y me hace encerrarme todavía<br />

ahí; no sé el motivo, tal vez sea por<br />

recordar que la lectura nunca fue de mi<br />

agrado. Del lado derecho se hallaba la<br />

sala tachonada de retratos familiares y<br />

en la chimenea restaban algunos leños<br />

que hace dos inviernos prendí; y al fondo<br />

del comedor una colosal y tétrica<br />

mesa de pino llena de polillas.<br />

Mi mente vaga sin rumbo haciéndome<br />

meditar en cosas sin sentido y vuelvo<br />

a esa mesa tan larga y desagradable<br />

como la base de una máquina de torturas<br />

en la época de la Inquisición en<br />

la cual se juzgaban a los herejes como<br />

yo. Sonará deprimente pero es divertido<br />

para mi depravada mente, causa de<br />

éste aislamiento absoluto.<br />

40


41


42<br />

EL REGALO<br />

DE DIOS<br />

Por Tania Jaquez


<strong>La</strong> bruma era tan densa que nadie<br />

podía mirar al frente. Todos andaban<br />

con la cabeza gacha, esperando<br />

a que aquello les ayudara a quitar el<br />

duro picor de los ojos que les ocasionaba.<br />

Caminaba el pueblo de la Bruma,<br />

sumido en una vida bajo aquella cortina<br />

oscura que no podían ver el sol, ni<br />

el cielo, ni las aves que volaban encima<br />

de ellos porque les dolía, sentían que el<br />

viento les hacía daño y la misma neblina<br />

espesa les quitaba el aliento. Vivían<br />

para morir debajo de esa fea capa de<br />

eso que no sabían qué era, de donde<br />

venía, hacia donde iría.<br />

En la Ciudad de la Bruma había una<br />

mujer que miraba por la ventana. Podía<br />

alcanzar a ver algunas personas<br />

caminando por las calles con bastones<br />

para evitar que la neblina los tragara<br />

y resultara en accidentes. Con faroles<br />

en las manos para no perderse. Nadie<br />

tenía autos, nadie usaba transportes.<br />

Todos caminaban. Miró cómo la niebla<br />

gris se comía el acero y todos los metales<br />

de los herrajes en las casas, ya fuera<br />

de puertas como de ventanas. <strong>La</strong>s casas<br />

caían a pedazos por la humedad.<br />

Un día la mujer de pálida piel asomó<br />

el rostro por la ventana más alta de su<br />

casa mientras limpiaba. Un cálido rayo<br />

de sol se dejó caer justo en su piel, generándole<br />

una sutil quemada. Aulló del<br />

dolor y se alejó, asustada. El pequeño<br />

rayo permaneció proyectando su luz<br />

contra el suelo. Grisa tuvo miedo. Sin<br />

embargo, acercó la mano para poder<br />

sentir el calor delicado que desprendía,<br />

que generó ligeras quemaduras. No conocía<br />

nada encima de la bruma, pero no<br />

era tonta. Entendía qué era aquello: Sol.<br />

Corrió a decirle a su esposo lo que<br />

había descubierto. Fueron juntos al<br />

lugar donde se encontraba el rayito de<br />

sol. Atemorizados, hablaron al cura. El<br />

gordo hombre puso su mano bajo ella<br />

recibiendo la suave lamida de calor.<br />

Alarmado, se fue hasta la plaza principal,<br />

frente a la magnífica catedral de la<br />

bruma, donde el dios miraba desde lo<br />

alto de una estatua. Su rostro de sol esculpido<br />

en piedra oculto por una nube.<br />

—¡Nuestro dios se ha manifestado,<br />

está furioso por que hemos vivido en<br />

pecado, arrepentíos! —gritó en el altavoz,<br />

los fieles se postraron en el suelo<br />

adorando al dios y pidiendo perdón.<br />

Grisa se limitó a mirar desde la orilla<br />

de la plaza oscura. El pueblo entero tomaba<br />

aquello como el acontecimiento<br />

más horrible de todos los tiempos, pero<br />

ella, no sabía por qué, creía que el cielo<br />

estaba manifestándose de manera<br />

hermosa, aunque dolorosa. Vio de la<br />

catedral alzarse un suave humo que se<br />

extendía por el cielo con tranquilidad,<br />

rellenando el agujero por donde se había<br />

colado la luz. Su corazón volvió a nublarse,<br />

cerró los ojos y lloró en silencio.<br />

Varios días después, fue por víveres<br />

al mercado. Compró lo necesario y de<br />

camino volvió a sentir un calorcillo sobre<br />

la cabeza. Alzó el rostro, la luz le<br />

golpeó los ojos, dejándola ciega. Gritando,<br />

dejó caer sus compras, buscando<br />

las formas a su alrededor, pero todo<br />

estaba muy blanco y luego oscuro, tan<br />

oscuro como la noche.<br />

Su esposo llegó a casa de noche y la<br />

vio con los ojos vendados. Le preguntó<br />

lo sucedido y ella contó con lujo de detalle,<br />

envuelta en sollozos. Le examinó los<br />

ojos, se le habían vuelto blancos como<br />

la leche debido a una fea catarata.<br />

Durante la noche, Grisa se fue al balcón<br />

a tientas y se sostuvo del barandal<br />

de hierro forjado, con herrumbre. Su esposo<br />

seguía dormido, verían al doctor en<br />

43


la mañana. Sin embargo, quería sentir el<br />

viento fresco de la noche. Se quitó la banda<br />

de los ojos y como un milagro pudo<br />

ver más allá del cielo brumoso, las estrellas<br />

brillar. No paró de observarlas: eran<br />

como diamantes diminutos colgados en<br />

una tela oscura que nunca había visto,<br />

tan negra como la propia oscuridad.<br />

Al amanecer le contó todo aquello a<br />

su marido, entendiendo el regalo del<br />

sol. El chisme se corrió por la colonia y<br />

luego por la ciudad. Cientos de curiosos<br />

acudían a molestarla día y noche para<br />

escuchar lo que había sobre la bruma.<br />

<strong>La</strong> llamaron la «profetisa del Sol». Sin<br />

embargo, fue el sacerdote quien la visitó<br />

una noche, llamándola maldita y<br />

le arrebató los ojos con la rabia de su<br />

dios y la ayuda de su creyente esposo<br />

para quedar en completa oscuridad,<br />

tendida en el suelo, llorando sangre y<br />

odiando el primer momento en el que<br />

pudo ver el sol salir de la bruma.<br />

«Que el Señor de la Bruma te perdone…»<br />

44


a<br />

#ACERTIJO<br />

Tenemos doce monedas aparentemente<br />

iguales, pero una de<br />

ellas tiene un peso ligeramente<br />

superior. Usando una balanza de<br />

platillos y con solo tres pesadas<br />

encontrar la moneda diferente.<br />

<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />

45


46<br />

EL LLANTO<br />

DE LA NOCHE<br />

Por Mauricio Vega Vivas


El oficial de fusileros hizo una pausa<br />

y, devolviendo el sable a la vaina<br />

que llevaba en el cinto encima de<br />

la chaqueta militar, se dirigió a grandes<br />

zancadas hacia el condenado a muerte.<br />

A un par de pasos de él le preguntó, sin<br />

deponer el ceño, tratando de suavizar<br />

el tono de su voz:<br />

—¿Hay algo que pueda hacer por usted,<br />

general Muriel? ¿Una última voluntad?<br />

El condenado giró la cabeza y clavó<br />

la mirada en el hosco semblante del<br />

oficial, esperando todavía que su figura<br />

se esfumara por fin en el aire.<br />

El oficial volvió a preguntar con idéntico<br />

tono ante su mutismo:<br />

—¿Nada entonces, general?<br />

Muriel se humedeció los labios resecos,<br />

sin dejar de mirarle fijamente al<br />

rostro, y al cabo respondió tranquilo:<br />

—Nada, oficial... Cumpla con su deber.<br />

El ceñudo oficial torció la boca y regresó<br />

maldiciendo junto a los fusileros,<br />

que descansaban las carabinas sobre<br />

la culata en la tierra suelta. Desenvainó<br />

de nuevo el sable y, mascullando todavía,<br />

reinicio el trámite.<br />

Alzando la cabeza para contemplar<br />

un momento el cielo poblado de nubes,<br />

esgarró luego la saliva espesa que<br />

irritaba su garganta y después de escupir<br />

miró el destacamento de federales<br />

acantonado a las afueras de la ciudad<br />

de Celaya. <strong>La</strong> botonadura dorada de su<br />

chaqueta destellaba bajo la luz del sol,<br />

que había vuelto a asomar el rostro en<br />

el cielo. Apretó los párpados, paciente<br />

y resignado, y la voz del oficial se fue<br />

desvaneciendo por fin en sus oídos,<br />

como si el viento la adelgazara, hasta<br />

convertirse en un eco lejano.<br />

Abrió los párpados de golpe en la habitación<br />

en penumbras, debajo de las<br />

sábanas blancas que le cubrían hasta<br />

el pescuezo el corazón le palpitaba con<br />

fuerza como si quisiera saltarle del pecho,<br />

y en el silencio de la recámara se escuchaba<br />

perfectamente el sutil jadeo de su<br />

respiración. Desorientado y confundido<br />

giró la cabeza a un lado y otro de su cama,<br />

reconociendo la habitación a oscuras.<br />

En medio de las sombras descubrió<br />

la cabellera revuelta de su mujer, que<br />

dormía plácidamente a su lado, y girándose<br />

mejor pegó suavemente su<br />

cuerpo al suyo. Con un brazo rodeó su<br />

cintura y la tibieza de su cuerpo lo reconfortó.<br />

Mucho más tranquilo, subió<br />

una mano y acarició la negra cabellera,<br />

aspirando el sutil aroma a rosas que<br />

manaba del pelo ensortijado.<br />

No supo exactamente cuánto tiempo<br />

permaneció despierto esta vez, tratando<br />

de sacar de su cabeza los restos persistentes<br />

de aquella absurda pesadilla.<br />

Tuvo la impresión de que su razón se resistía<br />

al extravío del sueño. Que rehuía<br />

la pérdida total de la conciencia. Pero<br />

un irresistible sopor comenzó a invadirle<br />

poco después, y terminó por vencerle<br />

al cabo. Y al separar la piel pegajosa de<br />

los párpados estaba de nuevo allí, delante<br />

del pelotón de fusilamiento, que<br />

aún descansaba las carabinas sobre la<br />

tierra alborotada por la ventisca.<br />

Un escalofrío recorrió vertiginoso<br />

su espalda, estremeciéndolo hasta los<br />

huesos. Tuvo el impulso de huir corriendo<br />

de ahí, de escapar de ese aborrecible<br />

sueño por pies ligeros. Pero la<br />

modorra parecía anclarlo sin remedio<br />

a esa realidad alterna.<br />

Hasta sus oídos llegó de nueva cuenta<br />

la voz áspera del oficial de fusileros,<br />

como un murmullo que el viento acarreaba<br />

caprichosamente desde la profundidad<br />

del abismo en que parecía<br />

haberse convertido su cabeza.<br />

47


—¡Presenten…, armas! —lo oyó clamar<br />

con el sable en lo alto, listo para<br />

asestar un tajo al vacío.<br />

Los fusileros levantaron las carabinas<br />

y las recargaron contra el pecho.<br />

Presa de un indescriptible desasosiego,<br />

Muriel abrió y cerró los párpados con<br />

desesperación, en busca del anhelado<br />

despertar que se negaba a consumarse.<br />

—¡Apunten! —vociferó imperturbable<br />

el oficial.<br />

Los fusileros dirigieron el cañón de<br />

sus armas hacia su chaqueta polvorienta,<br />

que había comenzado a humedecerse<br />

por el abundante sudor que le escurría<br />

por el cuello. Muriel fijó un instante<br />

la vista en las bandoleras de los fusiles<br />

que se mecían agitadas por el viento, en<br />

un vaivén monótono y horrendo.<br />

El ardiente sol le tatemaba la cabeza<br />

debajo de la gorra de plato, cuya visera<br />

apenas lograba a cubrirle de su radiante<br />

luz. Sumido en un confuso delirio, Muriel<br />

entornó dócilmente los párpados<br />

para evitar el simple encandilamiento.<br />

<strong>La</strong> pesadez anterior comenzó a sumirlo<br />

nuevamente en la inconsciencia, y la voz<br />

del oficial volvió a tornarse de pronto lejana.<br />

El olor acre de la leña ardiendo en<br />

los fogones de la soldadesca se fugaba<br />

de sus sucias narices, sumergiéndolo en<br />

la misma modorra irresistible.<br />

Abrió los ojos de nuevo junto a su<br />

mujer. Ella continuaba de espaldas a él,<br />

navegando en su sueño sosegado. Atónito<br />

y confundido, pasó la mano con<br />

insistencia sobre la cabellera enmarañada,<br />

tratando de asirse a la realidad<br />

como un náufrago a un madero en medio<br />

del mar. <strong>La</strong> mujer gimió en respuesta<br />

a sus caricias, desde la profundidad<br />

de su descanso.<br />

Pero el sopor que le impedía mantenerse<br />

despierto por mucho tiempo,<br />

volvió a obligarlo a cerrar los párpados,<br />

que le pesaban como dos pesados plomos.<br />

Asomado de nuevo al vacuo precipicio<br />

del sueño, el humo picante de<br />

la leña quemada penetró una vez más<br />

en sus narices con su molesto escozor.<br />

<strong>La</strong>s nubes pardas que amenazaban lluvia<br />

poco antes en lo alto del cielo, se<br />

habían marchado arrastradas por el<br />

viento llevándose su frescor hacia otros<br />

rumbos. En su lugar, sólo algunos fatigados<br />

cirros se estiraban extenuados<br />

sobre el destacamento hasta casi desaparecer,<br />

menguados en su propia sed.<br />

Sumergido, pues, en sus pensamientos<br />

delante del pelotón de fusilamiento, tuvo<br />

la impresión por un instante de estar contenido<br />

en otro cuerpo; en un recipiente<br />

ajeno que no alcanzaba a reconocer. Pero<br />

luego, al frotar la piel callosa de sus dedos,<br />

se reconoció en esa epidermis dura, curtida<br />

por el roce de las riendas de cuero.<br />

Un ligero desvanecimiento sacudió<br />

de súbito su cabeza, y ahí estaba de<br />

nueva cuenta sobre el lecho tibio al<br />

lado de su esposa; que continuaba embarcada<br />

plácidamente en su tranquilo<br />

sueño. Con desesperación apartó esta<br />

48


vez las cobijas y de un impulso abandonó<br />

la cama. Encendió la lámpara de su<br />

buró y la habitación se iluminó con una<br />

luz suave. El frío calaba los huesos.<br />

Decidido mejor a permanecer en<br />

vela el resto de la madrugada, se dirigió<br />

hacia la ventana y separó las cortinas<br />

con las manos para echar un vistazo<br />

a la calle. Afuera, el viento gélido del<br />

otoño mecía caprichosamente las hojas<br />

de los árboles y el cielo estrellado<br />

enmarcaba una luna hermosamente<br />

astada. Sobre el interior de los vidrios<br />

se condensaban gruesas gotas de agua<br />

que, al engordar, resbalaban por la superficie<br />

transparente. Pensó en lágrimas<br />

que escurrían por las mejillas de<br />

una casa imaginaria, en el llanto de la<br />

noche más negra de su vida.<br />

Después de permanecer por un buen<br />

rato mirando hacia la calle solitaria a<br />

través de los cristales empañados, el<br />

frío intenso lo hizo volver al lecho y se<br />

sentó en el borde de la cama tiritando.<br />

<strong>La</strong> mansa respiración de su mujer, con<br />

su cadencioso fuelle, le pareció una<br />

dulce y tierna melodía.<br />

Girándose hacia ella, alargó una<br />

mano y tomó su hombro desnudo, buscando<br />

su calor. <strong>La</strong> inesperada frialdad<br />

de su cuerpo lo alarmó y la hizo girar<br />

suavemente para examinarla. El espanto<br />

lo obligó entonces a apartarse de un<br />

salto. Sin comprender lo que ocurría,<br />

miró estupefacto el rostro horripilante<br />

del ser que yacía inmóvil sobre el lecho.<br />

Un súbito vértigo golpeó su cabeza<br />

como un mazo. Los muros de la habitación<br />

comenzaron a moverse de manera<br />

inexplicable, como si un repentino sismo<br />

los sacudiera desde sus cimientos.<br />

Controlando el pánico, se dirigió tambaleante<br />

hacia la puerta de la recámara<br />

para salir de ahí, sosteniéndose de los<br />

muebles para no caer. <strong>La</strong> horrenda aparición<br />

permanecía boca arriba con las<br />

cuencas vacías, mirando hacia ninguna<br />

parte. Ensordecedores relámpagos comenzaron<br />

a atronar afuera, iluminando<br />

la negra noche. En una desesperada<br />

tentativa por mantener la cordura, trató<br />

de reproducir en su mente el rostro de la<br />

mujer que debía dormir a su lado; pero<br />

le fue imposible fijarlo en su memoria.<br />

<strong>La</strong> aterradora escena comenzó a desvanecerse<br />

ante sus desorbitados ojos,<br />

cuando deducía ya la terrible verdad. Lo<br />

último que vio de aquel espantoso teatro<br />

fue la lúgubre silueta de la muerte que,<br />

inmóvil aún sobre el lecho, parecía sonreírle<br />

con una mueca macabra pelando<br />

los dientes en medio de la penumbra.<br />

Abrió esta vez los párpados de golpe<br />

delante del pelotón de fusilamiento.<br />

Aspirando con fuerza el aire tibio del<br />

atardecer, que le produjo un incierto<br />

placer, se entregó al fin a su fatal destino.<br />

Y en un gesto de suprema soberbia<br />

militar, justo cuando el oficial de fusileros<br />

terminaba de pronunciar la última<br />

frase, irguió orgulloso la cabeza y la<br />

metralla lo atravesó inmisericorde.<br />

49


50<br />

ESCRITORES<br />

SIN SALIDA<br />

PRESENTA A:<br />

EL EDITOR EN JEFE<br />

Una entrevista<br />

por Juss Kadar


Uno de los principales actores de<br />

este proyecto ha sido obviado<br />

y trabaja bajo las sombras para<br />

que esta revista, así como nuestros<br />

libros, lleguen a sus manos. Estoy hablando<br />

de nuestro editor en Jefe, de<br />

quien pocos sabemos poco y muchos<br />

saben aún menos. Por esa razón esta<br />

entrevista es ahora para mostrar un<br />

poco sobre él.<br />

¿Cómo surge la idea de querer crear<br />

una editorial?<br />

Bueno, la idea de querer crear una editorial<br />

fue muy espontánea. Hace varios<br />

años, por ahí del 2012, conocí a una<br />

«poeta» (y recalco las comillas porque<br />

en realidad no es poeta) a la cual le<br />

tomé mucho cariño. Aquí entre nos, no<br />

me gustaban mucho sus poemas, siempre<br />

he sido muy exigente con la poesía,<br />

y regularmente si son poemas en verso<br />

libre no me gustan mucho, pero era<br />

la primera persona que conocí que de<br />

verdad le interesaba la literatura tal<br />

vez tanto como a mí. Después de vernos<br />

algunas veces por la diferencia de<br />

distancias me dijo que quería publicar<br />

sus poemas en un libro; así que, como<br />

buen encandilado, decidí ayudarla. Yo<br />

realmente no sabía nada sobre la edición<br />

de libros pero pensé «¿Qué tan difícil<br />

puede ser?» Primer error. Me topé<br />

con todo lo que conlleva una edición:<br />

desde preparar el manuscrito hasta<br />

ofrecerlo a la gente. Total, que lo terminé<br />

diseñando y me gustó como quedó<br />

(aunque para mis estándares actuales<br />

puedo decir que hice una porquería).<br />

Total, que para no hacer el cuento tan<br />

largo: Organicé su presentación, sus<br />

libros se vendieron y después de un<br />

tiempo, dejamos de hablarnos. Pero la<br />

espina de trabajar con libros me quedó,<br />

principalmente porque yo también<br />

quería escribir, pero era algo que se me<br />

dificultaba demasiado.<br />

¿Cómo se te ocurrió el nombre?<br />

El nombre de la editorial realmente<br />

se me vino a la mente en automático.<br />

Siempre me han gustado los videojuegos,<br />

y mi favorito por encima de cualquier<br />

otro es «Chrono Cross», un juego<br />

de finales de los noventa. En ese juego<br />

hay un grupo de ladrones a los que<br />

llaman «Radical Dreamers» y, para no<br />

contarte toda la historia del juego, su<br />

ideología y en sí todo el juego dejó una<br />

marca muy importante en mí. Así que<br />

no dudé en utilizar la palabra Dreamers<br />

para el nombre. De hecho mi intención<br />

era ponerle a la editorial «Editorial<br />

Radical Dreamers», pero pensando en<br />

cuestiones legales no lo hice.<br />

El logotipo fue, de cierta forma, también<br />

sencillo. Porque la idea me vino gracias<br />

a la obra de teatro «<strong>La</strong> <strong>sirena</strong> <strong>varada</strong>»,<br />

del autor español Alejandro Casona, (y<br />

que curiosamente también da nombre<br />

a esta revista). En esta obra el personaje<br />

principal es «Sirena», que vive junto con<br />

muchas personas más en un mundo de<br />

fantasía de la cual ninguno de ellos quiere<br />

salir por diversas razones. <strong>La</strong> obra enfrenta<br />

a la fantasía con el sentido común<br />

y la crueldad de tener que enfrentarse<br />

necesariamente a la vida, eso es lo que<br />

(yo considero) los libros hacen. Regalarnos<br />

un pedazo de fantasía ya sea para<br />

evadir la realidad que día a día vivimos,<br />

aunque en los libros también encontramos<br />

de muchas formas a esa misma realidad<br />

retratada, lo cual crea una yuxtaposición<br />

sobre lo que nosotros podamos<br />

querer realmente.<br />

51


¿Cómo te planteaste los primeros pasos<br />

en la editorial? ¿Buscaste a los escritores<br />

o ellos te encontraron a ti?<br />

Si debo ser sincero casi no planee nada.<br />

Lo primero que sabía era que iba a necesitar<br />

un sitio web y redes sociales para<br />

que la gente conociera la editorial. Eso<br />

fue lo más sencillo. En cuanto a las redes<br />

sociales me fue difícil empezar porque,<br />

además de no saber cómo llamar la<br />

atención de la gente, no sabía de donde<br />

sacar los libros. Lo primero que me plantee<br />

fue cómo atraer a la gente. Nunca me<br />

ha gustado la imagen seria e institucional<br />

de las cosas: soy muy relajado y me<br />

gusta aparentar que me tomo las cosas<br />

a la ligera (aunque realmente no es así).<br />

Por eso, en lugar de hacer todo pomposo<br />

y ceremonioso, decidí compartir memes.<br />

Bien se dice que se atrae más a la gente<br />

con miel que con hiel y hasta la fecha ha<br />

funcionado bien, principalmente porque<br />

mi intención era atraer a la gente que<br />

no acostumbra leer a un sitio donde se<br />

les van a ofrecer libros en los cuales no<br />

tienen que gastar; ese, según yo, sería el<br />

principal gancho para que la gente iniciara<br />

un hábito que le traería muchas cosas<br />

buenas a su vida. Yo realmente estoy en<br />

contra de la idea de que ser lector te hace<br />

más inteligente, o culto, o todas esas cosas...<br />

Para mí, la lectura es solo otro medio<br />

de entretenimiento que no se debe<br />

de perder. No por esto quiero restarle importancia<br />

a los libros, al contrario, quiero<br />

darles el lugar que les corresponde: una<br />

herramienta con la cual el autor puede<br />

compartir todo lo que tiene dentro de sí,<br />

y con la que el lector puede conocer nuevos<br />

lugares, personas, formas de pensar,<br />

en otras palabras: expandir su mente.<br />

Aunque esto aplica para libros de ficción<br />

principalmente, porque los libros de no<br />

52<br />

ficción sí están enfocados en la transmisión<br />

de conocimientos.<br />

En cuanto a los autores, realmente<br />

primero comencé buscándolos. Sin ser<br />

barbero, debo decir que tú fuiste a la<br />

primera autora que contacté. Después<br />

hubo al menos cinco autores más, los<br />

cuales no están ya con nosotros por<br />

diversas razones, principalmente por<br />

no darles importancia a sus libros. Al<br />

menos eso es lo que yo creo. Después<br />

los autores comenzaron a llegar poco a<br />

poco, y hasta la fecha, han sido muy pocos<br />

los que yo he invitado a la editorial.<br />

¿Qué ha sido lo mejor?<br />

Han sido muchas cosas buenas las que<br />

la editorial me ha traído, principalmente<br />

el poder acercar los libros a las personas,<br />

pues mi idea no ha sido como tal<br />

hacer un negocio de esto (aunque debo<br />

reconocer que para hacerlo bien tengo<br />

que vivir de esto y ganar dinero). Lo que<br />

más me gusta es ver cuando los autores<br />

y los lectores comienzan a convivir entre<br />

ellos fuera de Editorial Dreamers. Es<br />

decir: los lectores se hacen fan de los escritores<br />

y los comienzan a seguir y platicar<br />

con ellos: forman una conexión, y es<br />

precisamente para eso para lo que los<br />

libros están hechos. Me gusta también<br />

ver que la gente lee los libros y que poco<br />

a poco nos hemos ido diferenciando de<br />

las demás editoriales tanto por nuestro<br />

contenido como por la forma en la cual<br />

trabajo la editorial. Me gusta también<br />

que puedo llamar amigos tanto a varios<br />

autores como a varios lectores.<br />

¿Qué ha sido lo peor?<br />

¿Lo peor? Bueno, realmente lo peor que<br />

me puede pasar en la editorial es no tener


ecursos suficientes para hacer todos los<br />

planes que tengo. Eso es lo que no me deja<br />

dormir en las noches y, tristemente, esos<br />

recursos son principalmente dinero. Sin<br />

embargo, el no tener dinero simplemente<br />

causa que las cosas se hagan de forma más<br />

lenta, pero no impide que no se hagan.<br />

¿Cómo ves el mundo editorial ahora<br />

mismo?<br />

Esa es una pregunta muy importante para<br />

mí. El mundo editorial, desde mi punto de<br />

vista, se ha convertido en una máquina de<br />

hacer dinero para unos cuantos, sin importar<br />

lo que suceda alrededor.<br />

Los libros son, por naturaleza, un<br />

artículo de consumo, y eso es algo que<br />

ha sucedido desde que la imprenta se<br />

inventó; pero últimamente, tanto a autores<br />

como editores, solo les importa<br />

hacer dinero; y, bueno, no considero<br />

que esté mal ganar dinero por los libros,<br />

al contrario, es bueno recibir una<br />

retribución por lo que se hace, pero<br />

pienso que lo que importa en un libro<br />

es lo que tiene dentro, y no lo que se<br />

pueda ganar con él.<br />

Pienso que esta avaricia de autores y<br />

editores ha dado lugar al nacimiento del<br />

lector «zombi», el lector «from hell», el<br />

editor «Scrooge» y el escritor «<strong>La</strong>rfleeze».<br />

El lector zombi es aquel que, como<br />

buen zombi, sigue al grupo y sigue todas<br />

sus tendencias sin importar hacia<br />

donde lo lleven. Tienen la costumbre<br />

de consumir solo «lo que está de moda»,<br />

le tiene miedo a los clásicos porque los<br />

considera aburridos, o viejos, o difíciles,<br />

o no sé cuántas cosas más. Realmente<br />

lo que le importa es sentirse parte de<br />

algo, de un grupo, y por eso adopta las<br />

ideas y sigue fielmente lo que otros que<br />

considera mejor que él.<br />

53


54<br />

Por otro lado, tenemos al lector from<br />

hell. Este es el más molesto de todos. Es<br />

aquel que se pasa criticando los gustos de<br />

los demás por ser «superficiales» o «tontos».<br />

Cree que los libros de autores clásicos<br />

son insuperables, se la pasa diciendo<br />

que los libros nuevos, principalmente las<br />

novelas juveniles, son basura y se cree<br />

súper intelectual por haber leído Rayuela<br />

y varios libros de ese estilo. Tienen la tendencia<br />

a no aceptar las críticas y a creerse<br />

«únicos y diferentes», como en muchas redes<br />

sociales y foros suele suceder.<br />

El editor Scrooge es aquel al que no<br />

le importa el contenido de los libros que<br />

publica, solo le importa los números<br />

que estos puedan generar. No quiero<br />

criticar ningún libro porque todos los<br />

libros tienen su público y no todos tenemos<br />

los mismos gustos, pero es importante<br />

destacar que para este tipo de editores<br />

y editoriales el dinero es la meta, y<br />

escogen libros que saben que se van a<br />

vender, dejando de lado libros que vale<br />

la pena publicar pero que no se venderían<br />

bien. Así es como todas las grandes<br />

casas editoriales se manejan, pero no<br />

es exclusivo de ellas, casi todas las editoriales,<br />

desde las más pequeñas hasta<br />

las más grandes, lo hacen de esa forma.<br />

Esto viene de la mano con un fenómeno<br />

muy importante: la autopublicación.<br />

<strong>La</strong>s mal llamadas editoriales de autopublicación<br />

(y digo mal llamadas porque en<br />

realidad solamente son puntos de distribución)<br />

no se preocupan porque los libros<br />

que publiquen tengan lo mínimo de calidad<br />

y aceptan todo. Una buena editorial<br />

se dedica a ayudar al escritor. ¿Cómo? Haciendo<br />

su trabajo: corrigiendo y editando,<br />

porque el escritor debe preocuparse de<br />

la historia esté bien contada, y la editorial<br />

debe preocuparse de la ortografía, redacción,<br />

gramática, etc., etc., etc... Al menos


eso es lo que yo pienso. Pero no lo hacen<br />

así, al menos no como deberían hacerlo.<br />

Dejan que se publiquen libros sin siquiera<br />

revisarlos y eso, para mí, habla muy mal<br />

de cualquier editorial, porque entonces<br />

el negocio no son los lectores, sino los autores<br />

al cobrarles los diferentes servicios<br />

que cualquier editorial debería hacer para<br />

publicar un libro.<br />

Por último, el lector <strong>La</strong>rfleeze. <strong>La</strong>rfleeze,<br />

o el agente naranja, es un personaje de DC<br />

que forma parte de los cómics de Linterna<br />

Verde. Él porta un anillo naranja, el cual<br />

está definido como el color de la codicia.<br />

Así son muchos autores hoy en día: escriben<br />

cualquier cosa, sin preocuparse por<br />

de verdad escribir algo que valga la pena,<br />

y quieren explotar eso como si fuera una<br />

mina de oro. Un buen ejemplo de esto son<br />

los libros de autoayuda, por supuesto no<br />

voy a decir que todos, pero sí la gran mayoría,<br />

están llenos de obviedades y pensados<br />

para llenar los bolsillos del escritor y<br />

del autor. Hay muchos autores de distintos<br />

géneros que podrían entrar en esta categoría.<br />

A ellos les importa muy poco si tienen<br />

que pasar sobre otros autores o que<br />

por ellos les cierren las puertas a autores<br />

que sí se esfuerzan en hacer su trabajo y<br />

que aman hacer lo que hacen por encima<br />

del dinero.<br />

Tristemente esta es la tendencia a futuro,<br />

y no creo que haya una forma de<br />

evitarlo, pero sí de resistirlo.<br />

¿Qué hace distinto a Editorial Dreamers<br />

de otras editoriales? Veo que ofrece infinidad<br />

de opciones, como audio libros,<br />

webs series... que no únicamente se<br />

queda en los libros.<br />

Esa pregunta me la hago todos los días<br />

al despertar (cuando llego a dormir). Yo<br />

creo firmemente que Editorial Dreamers<br />

se diferencia de las demás editoriales al<br />

no ser el dinero el centro de la editorial.<br />

Eso me da la libertad de publicar obras<br />

que yo considero valen la pena publicar,<br />

aunque debo aclarar que cualquier libro<br />

escrito con sangre, sudor, lágrimas<br />

y amor vale la pena.<br />

Una de las primeras cosas es que<br />

Editorial Dreamers no publica libros de<br />

chile, mole y pozole. Editorial Dreamers<br />

tiene bien definido su línea editorial: literatura<br />

de ficción. No publicamos otro<br />

tipo de cosas porque entonces seríamos<br />

como todos los demás y no se podría<br />

ofrecer un catálogo uniforme a los lectores.<br />

Esas son las principales diferencias.<br />

Todos los proyectos alternos de la<br />

editorial son un complemento a nuestros<br />

libros. Algo que haga sentir aún<br />

más orgullosos a los autores editados<br />

y que amplíe nuestro abanico de productos.<br />

Sin embargo, los audiolibros<br />

cumplen la función de brindar accesibilidad<br />

a aquellos que no pueden leer;<br />

ya sea por alguna incapacidad física o<br />

cualquier otra cosa.<br />

¿Cuáles son sus planes de futuro?<br />

Los planes para la editorial son crecer<br />

de forma mesurada pero constante.<br />

Para el 2018 tengo la firme convicción<br />

de publicar 50 libros de autores contemporáneos<br />

y 150 libros clásicos, para<br />

que nuestros lectores tengan una mayor<br />

variedad de dónde escoger y para<br />

que más autores tengan la posibilidad<br />

de ver su libro publicado.<br />

¿Qué tiene que tener un libro y un autor<br />

para ser publicado en la editorial?<br />

Esa es una buena pregunta y nunca me<br />

la había planteado como tal. Al mo-<br />

55


mento de elegir un manuscrito nunca<br />

me fijo en la ortografía o la gramática,<br />

puesto que arreglar eso es mi trabajo.<br />

Me preocupo principalmente en que<br />

la historia que el autor esté contando<br />

sea, primero, algo que valga la pena<br />

contar. A lo que voy es que muchos libros<br />

se quedan en manuscritos porque<br />

la historia no es del todo interesante o<br />

no aporta nada novedoso. Suena un<br />

poco cruel pero es la verdad: pero es<br />

más la forma en cómo los autores relatan<br />

sus historias lo que me hace querer<br />

leer más y publicarlas. Debo decir que<br />

algunos de los libros publicados no<br />

me gustan, pero eso no significa que<br />

no sean buenos, al contrario, son libro<br />

excelentes y merecen ser publicados y<br />

leídos por la mayor cantidad de gente<br />

que quiera leerlos. Trato de ser lo más<br />

objetivo que puedo y dejar de lado mis<br />

gustos personales para poder elegir de<br />

la mejor forma posible.<br />

¿Qué has tenido que dejar atrás?<br />

Muchas cosas. Dirigir una editorial solo<br />

significa hacer absolutamente todo:<br />

hay que hacerla de publirrelacionista,<br />

diseñador, CM, barrendero y todo<br />

lo que puedas imaginar. Tiene mucho<br />

que no hago cosas que me gusten o<br />

incluso tiene mucho que no salgo de<br />

mi cubil para disfrutar un poco de mi<br />

tiempo. Todo eso sin dejar de lado las<br />

obligaciones que tengo en el ámbito<br />

personal (que realmente significa más<br />

trabajo realmente). En teoría, puedo<br />

considerar que este trabajo, y otro que<br />

también realizo que no tiene que ver<br />

con la editorial pero es igual de importante,<br />

me tienen completamente aislado<br />

del que alguna vez fue mi mundo.<br />

Pero me siento muy comprometido<br />

56<br />

con la editorial y, principalmente, lo<br />

disfruto. Disfruto hacer todas y cada<br />

una de las cosas que hay que hacer y<br />

no lo cambiaría por nada.<br />

¿Te sientes orgulloso?<br />

Me siento orgulloso de la gente que no<br />

leía y ahora está leyendo gracias a los<br />

libros gratis; me siento orgulloso de los<br />

autores de la editorial, porque ven sus<br />

obras publicadas y se esfuerzan para<br />

seguir escribiendo nuevas historias que<br />

lleguen a la gente. Pero de mí aun no<br />

me siento orgulloso, porque aún no he<br />

alcanzado lo que quiero alcanzar con la<br />

editorial. Me hace falta mucho camino<br />

que recorrer y esa búsqueda del orgullo<br />

propio es algo que me ayuda a seguir<br />

aprendiendo cosas nuevas que puedas<br />

poner en práctica para la editorial.<br />

¿Cuál sería tu meta final para la editorial?<br />

Estar en librerías, que un autor<br />

se hiciera muy conocido, tener prestigio...<br />

¿o qué sería?<br />

No tengo como tal una meta final, porque<br />

hablar de una meta final me hace pensar<br />

que la editorial puede llegar a tener un<br />

fin, y realmente eso no me gustaría. Tal<br />

vez el fin llegue el día que yo me muera...<br />

no sé... Pero mientras tanto seguiré<br />

pensando en distintas metas que poder<br />

alcanzar en conjunto con los autores.<br />

<strong>La</strong>s principales metas en este momento<br />

son, ciertamente, estar en librerías.<br />

Comprendo que para cualquier<br />

autor, me incluyo, es un logro de vida<br />

ver su libro vendiéndose en las librerías<br />

más importantes del mundo. Pero<br />

como tal mi meta, en ese sentido, no<br />

es individual. Quiero que tanto autores<br />

como editorial alcancen el mayor


Porque, como editores,<br />

nosotros les tenemos el<br />

mismo cariño a las obras<br />

que el autor. O al menos<br />

así debería de ser.<br />

prestigio posible a la par. Realmente<br />

busco que la editorial sea un semillero<br />

de grandes autores que en algún momento<br />

puedan ser reconocidos y recordados<br />

por las generaciones que vienen.<br />

¿A qué escritor le gustaría haber publicado<br />

que ya sea conocido?<br />

Tengo varios, pero a quien me hubiera<br />

gustado publicar es, sin lugar a duda, a<br />

Emily Rodda. Ella es una de las mejores<br />

escritoras de literatura infantil y fantástica<br />

que, a mi consideración, existe.<br />

Y aunque me hubiera gustado editar<br />

todos los libros que ella ha escrito, me<br />

hubiera conformado con editar todos<br />

los libros de la serie «Deltora Quest».<br />

¿Cree que se infravalora el tema de ser<br />

editor? ¿Se ve como un mal trabajo?<br />

Yo, personalmente, creo que el trabajo<br />

del editor está pasando a segundo plano.<br />

Primero porque los editores (por supuesto<br />

no me refiero a todos, pero es necesario<br />

decirlo de esa forma) creen ser poseedores<br />

de la verdad absoluta; es decir,<br />

ellos creen que su trabajo es único y que<br />

nadie puede hacerlo como ellos.<br />

También tenemos a otros editores<br />

que solo se mueven por el dinero, y<br />

más que editores se convierten en<br />

vendedores de servicios para escritores.<br />

Ese no es un editor por mucho que<br />

quiera hacer un buen trabajo. Es un<br />

mercenario solamente.<br />

Por otro lado tenemos a los autores;<br />

muchos no valoran el trabajo que un editor<br />

tiene que hacer para llevar un libro<br />

desde el manuscrito hasta el papel. Creen<br />

que porque hay herramientas en internet<br />

que «pueden ayudarlos a editar un libro»<br />

los editores ya no son necesarios. Además<br />

de todo eso ha ayudado a que la cantidad<br />

de autores autopublicados crezca de forma<br />

descomunal. No me malentiendas,<br />

creo que la autopublicación es una buena<br />

herramienta cuando se hace a conciencia<br />

(con amor, diría yo), pero un buen porcentaje<br />

de libros autopublicados en Amazon,<br />

Kobo, Lulu, Bubok y demás lugares que<br />

se te puedan ocurrir están publicados tal<br />

cual el autor terminó de escribir. ¿A qué<br />

me refiero con esto? A que muchas veces<br />

el texto no pasó siquiera por el autocorrector<br />

de Word, mucho menos tiene una<br />

estructura correcta: páginas y páginas<br />

llenas de viudas, huérfanas, «sangrías»<br />

hechas con el tabulador... En fin. Podré<br />

sonar muy inquisitivo, pero ofrecer eso a<br />

un lector puede causar dos cosas: que el<br />

lector no tome en serio al autor, o que el<br />

lector no le interese y la calidad y los estándares<br />

comiencen a bajar. Considero<br />

que, si el autor no cree que necesite a un<br />

editor, está bien; pero tiene entonces que<br />

hacer el trabajo del editor, y eso, definitivamente,<br />

la mayoría no lo hace.<br />

Quienes confían en los editores saben<br />

que nos gusta hacer nuestro trabajo<br />

lo mejor posible: y por eso van a<br />

obtener la misma sangre, sudor y lágrimas<br />

que pusieron en sus obras. Porque,<br />

como editores, nosotros les tenemos el<br />

mismo cariño a las obras que el autor.<br />

O al menos así debería de ser.<br />

57


58<br />

TIEMPOS<br />

MEJORES<br />

Por Miguel Fernando Payán Ramírez


4:28 a.m. ¿Cuánto había dormido<br />

esta vez? Recordaba que fue cerca<br />

de las 3:15 a.m. cuando bajó por<br />

tercera ocasión a pedir que pusieran la<br />

música a un volumen menos agresivo,<br />

recordaba también que la respuesta<br />

no fue distinta a las demás, un par de<br />

risas, una amenaza y el volumen aún<br />

más alto seguido de la puerta que se<br />

cerraba en su cara. Había sido así cada<br />

semana desde que se mudó a aquel<br />

edificio, fiesta en alguno de los pisos<br />

inferiores, mucho ruido y música a<br />

todo volumen. Usualmente no había<br />

problema, la música no era tan mala y<br />

la idea de compañía mitigaba un poco<br />

la soledad que sentía en esa ciudad extraña,<br />

sin embargo ese día era distinto.<br />

Después de varios meses sin empleo<br />

por fin había conseguido una oferta<br />

seria y no quería dejarla pasar ni asistir<br />

a ella sin haber dormido. Pero, ¿qué<br />

podía hacer? No podía ir a pedirles de<br />

nuevo que bajaran el volumen, sabía<br />

que eso le ocasionaría problemas. De<br />

cualquier manera no podré dormir, me<br />

quede o no —pensó—. Por lo que decidió<br />

salir a dar una vuelta, despejar la<br />

mente, alejarse del bullicio… Tiempo<br />

después aseguraría que todo fue accidental,<br />

sin intención, ¿pero por qué entonces<br />

salió a su paseo con un bidón de<br />

diez litros vacío? Si pensaba tirarlo a la<br />

basura lo hubiera hecho desde que llegó<br />

a los contenedores del edificio, ¿no?<br />

Empero, salió a su caminata llevando<br />

el bote consigo, pensando, maldiciendo<br />

al dueño del departamento 102 por<br />

sus fiestas tan ruidosas, al administrador<br />

por no hacer algo al respecto, al<br />

país por la falta de empleo y a su suerte<br />

por tenerle donde se encontraba, sin<br />

trabajo, sin futuro, sin una sola certeza<br />

en la vida… Estaba pensando en eso y<br />

en todo cuando cayó en cuenta de hacia<br />

dónde se dirigía, había tomado una<br />

izquierda, dos derechas y otra izquierda<br />

y, sin quererlo, había llegado. No tenía<br />

automóvil alguno y nunca lo había<br />

tenido, pero reconocía los lugares en<br />

los que vendían gasolina. Ahora todo<br />

tenía sentido, el bote de diez litros, el<br />

odio por la vida… todo. Llenó el recipiente,<br />

se excusó diciendo que su auto<br />

se había quedado sin combustible,<br />

pagó y se marchó, a paso lento, sonriendo.<br />

¿Cuánto tardó en ir y volver?<br />

No lo sabía, pero eran las 5:47 a.m. y<br />

escuchaba la música a tres cuadras de<br />

distancia. Llegó al edificio aquel, abrió<br />

la puerta, caminó hacia los contenedores<br />

de basura, donde había visto unos<br />

trozos de madera la tarde anterior, eligió<br />

uno con forma de cuña y se dirigió a<br />

la escalera. Y allí estaba, la música que<br />

le taladraba los oídos, el olor a alcohol<br />

mezclado con los recuerdos de otras<br />

casas, otras vidas, otras músicas y otras<br />

puertas que se cerraban en su cara. Se<br />

preguntó sobre el volumen tan alto,<br />

¿de verdad era necesario? Pensó que<br />

probablemente era para llenar el vacío<br />

en las almas de los presentes, en las<br />

almas y en las mentes, ya que si no tienes<br />

nada bueno que decir, qué pensar,<br />

qué sentir, necesitas algo que llene tu<br />

existencia. Pero será la última vez que<br />

se sientan solos estando en compañía,<br />

la última vez que la música callará las<br />

voces en sus cabezas, esas que dicen<br />

que sólo importa el físico, el auto que<br />

tengas, la plata, el alcohol, las fiestas,<br />

las sonrisas falsas, el sexo sin ganas, el<br />

amor fingido… 102, un número dorado<br />

en una puerta blanca, la puerta que le<br />

separaba de la reunión, de las ganas<br />

que tenía de apagar la música, de dormir,<br />

de soñar y volar, y cambiar su vida<br />

59


para bien… Se tomó su tiempo, diez<br />

litros serían suficientes. Puso la cuña<br />

bajo la puerta, vertió el líquido sobre<br />

la cerradura, a los lados y, finalmente,<br />

derramó el resto por debajo. Por suerte<br />

sus malos hábitos le acompañaban<br />

esa noche, el encendedor en su bolsillo<br />

era prueba de ello. Y, como quien no<br />

quiere, encendió la gasolina y subió a<br />

su habitación, despacio, sin mirar atrás.<br />

Al entrar a su cuarto de azotea, mal iluminado<br />

y de paredes sucias, notó que<br />

las bocinas se habían callado del todo<br />

y la canción en turno había sido sustituida<br />

por gritos de auxilio que, a diferencia<br />

de la música, iban bajando poco<br />

a poco el volumen hasta desaparecer<br />

completamente. Fue entonces cuando<br />

pudo cerrar los ojos, dormir y soñar<br />

con tiempos mejores.<br />

60


61


62<br />

SANGRE EN<br />

LOS ZAPATOS,<br />

MI AMOR<br />

Por Lorenzo Ko


Se ha sentado en un taburete junto<br />

a la barra, al otro lado del bar;<br />

ni siquiera sé cuándo ha podido<br />

entrar. El cabrón entabla conversación<br />

con una mujer de falda lisa y moño<br />

para la que beber en compañía de un<br />

desconocido es una buena forma de<br />

postergar la vuelta a casa.<br />

Casi parece no haberme visto.<br />

Es bueno, muy bueno, pero he captado<br />

esa mirada suspicaz. Esa mirada disimulada<br />

en gestos vacuos que se pierden<br />

en los distintos tonos de la conversación.<br />

Pasea sus ojos hacia un punto desdibujado<br />

tras de mí, en slow motion. Así, se<br />

permite verme sin llegar a verme.<br />

Sé bien de qué va.<br />

Algo en esa corbata, haz de farola<br />

sobre una chaqueta negro noche, una<br />

camisa gris ciudad, le hace parecer<br />

amable y desquiciado; algo en sus ojos<br />

grandes y nerviosos le hace parecerlo.<br />

No es ese hombre encogido en una gabardina,<br />

escondido tras un periódico;<br />

más bien parece un insecto en tierna<br />

edad, aún pálido y delgado.<br />

Apuro el vaso y pido otra. Aún tengo<br />

sangre bajo las uñas y polvo bajo la<br />

alfombra de mi conciencia. ¿Cómo ha<br />

conseguido aparecer tan pronto? Me<br />

retoco el maquillaje como quien espera<br />

una cita, aprovechando el reflejo de mi<br />

espejito de mano para vigilar la salida.<br />

El camarero se acerca y susurra en mi<br />

oído. Yo asiento y deslizo, acompañada<br />

de una sutil caricia, una también sutil<br />

propina en su bolsillo. Sonríe como un<br />

estúpido: no es mi mejor espía, desde<br />

luego. Miro por la ventana, esta vez sin<br />

disimulo: no hay nada sospechoso en<br />

distraerse en el fluir de peatones cuando<br />

uno está en una cafetería.<br />

El coche de Prado no aparece. Lleva<br />

ya media hora de retraso.<br />

Ese cabrón, el del fondo de la barra,<br />

recibe un beso en la mejilla, demasiado<br />

cerca de la comisura, y se sobresalta.<br />

No puedo evitar reírme por dentro,<br />

apenas por fuera. Parece que su tapadera<br />

se ha confundido un tanto.<br />

Es bonita. Ojalá estar en la piel de<br />

ese apocado hombrecillo, hacer lo que<br />

él nunca se atrevería a hacer. Es la clase<br />

de chica que yo /<br />

El camarero les sirve un par de copas<br />

nuevas y me mira, casi sin darse cuenta,<br />

antes de comentarles algo. Jodido imbécil.<br />

El móvil vibra sobre la mesa: es Prado.<br />

—Ya, ya sé lo que me vas a decir —su<br />

voz se escucha con interferencias—. Ni<br />

te imaginas lo que me ha pasado. Estoy<br />

de camino. Tardo… yo qué sé, ¿diez minutos?<br />

No, voy por San Marcos hasta la<br />

estación y desde ahí ya giro. No, hazme<br />

caso: por aquí es más largo pero más<br />

discreto. Mira, yo qué sé, estate preparada<br />

y no me jodas. Yo también te quiero.<br />

Besos. Hasta ahora.<br />

Uf. Necesito ir al baño.<br />

Con las bragas por los tobillos y el vestido<br />

por el ombligo, con el bolso sobre<br />

las rodillas, meo. El traqueteo de unos<br />

tacones suena a lo largo de los cuatro<br />

metros de baño y alguien toca la puerta.<br />

—¡Ocupado!<br />

—Oh, disculpa —responden desde el<br />

más allá.<br />

Quien quiera que sea espera al otro<br />

lado mientras canta:<br />

Tienes sangre en los zapatos, mi amor.<br />

Tienes sangre en los zapatos, mi amor.<br />

Va manando a borbotones de la punta a<br />

los talones:<br />

Tienes sangre en los zapatos, mi amor.<br />

Tardo en terminar porque no puedo<br />

mear si alguien que está cerca puede<br />

63


oírme. Me limpio, me recoloco cada<br />

cosa en su lugar y me doy cuenta de<br />

que hay pequeñas gotitas de sangre<br />

sobre el charol de mis zapatos. Trato de<br />

limpiarlos con papel higiénico y saliva<br />

pero las manchitas rojas ya están secas.<br />

Salgo. Quien espera su turno es la<br />

mujer con la que ese tipo hablaba.<br />

—Todo tuyo —digo. Y, al mirarle directamente<br />

a la cara, me quedo congelada—.<br />

Oye… ¿Nos conocemos? —es la<br />

misma mujer que guardo en mi refrigerador<br />

industrial.<br />

—No, no creo. Oh, bueno, conoces a<br />

Monte. Eso creo. Te ha visto al fondo<br />

del bar, ¿sabes? Me ha dicho que os<br />

conocéis. ¿Temas de trabajo? Algo así.<br />

Bueno, eso lo sabrás tú mejor que yo<br />

—y se ríe con la naturalidad con que lloran<br />

los sauces, con el mismo desparpajo<br />

de horas antes, cuando la llevaba a<br />

mi casa para /—. Igual me has visto con<br />

él antes y…<br />

—Ya. Sí, sí, puede que sea eso.<br />

—Ahora… bueno, ¡no aguanto más!<br />

Y se mete en el pequeño cubículo del<br />

wáter. Me deja sola en el embaldosado,<br />

tararea la misma canción de antes;<br />

puedo oír su cascada incluso. Tengo<br />

que salir de aquí.<br />

Salgo del baño y poso mi mirada en la<br />

mirada del supuesto Monte. Me sonríe<br />

como solo los viejos actores sonríen. No<br />

disimula. Un solo vistazo me basta para<br />

64


ver el Volkswagen del cabrón de Prado<br />

aparcado ahí fuera. Joder, ya era hora.<br />

Recojo mis cosas, ansiosa por salir de<br />

aquí cuanto antes. Dejo el vaso prácticamente<br />

entero —con lo que me jode— y<br />

salgo por la puerta; la campanilla sobre<br />

el marco suena. Cruzo la calle evitando<br />

el tráfico, los charcos y los faros de los<br />

coches. Incluso ahora trato de disimular,<br />

incluso ahora que siento en la nuca la<br />

certeza del ciervo en el punto de mira.<br />

Trato de abrir la puerta del copiloto a<br />

toda prisa, pero esta está cerrada. Aporreo<br />

la puerta y grito:<br />

—¡Eh, Prado, soplapollas! No me hagas<br />

reventarte el puto coche. ¡Abre de<br />

una puta vez, joder!<br />

Pero Prado no suelta el cierre automático.<br />

Hago visera con las manos en la ventanilla<br />

mientras sigo gritando. Prado no puede abrir:<br />

tiene un tercer ojo abierto a golpe de bala, lágrimas<br />

de sangre le resbalan por el rostro.<br />

Un fuerte topetazo en la nuca me revienta<br />

la frente contra el cristal.<br />

—Tienes sangre en los zapatos, mi<br />

amor —canta ella, inocente, sujetando<br />

con las manos la tapa ensangrentada<br />

de una cisterna.<br />

Al otro lado de la barra, en el bar de<br />

enfrente, Monte besa, esta vez en la<br />

boca, a la chica del baño; en slow motion,<br />

como el cambio de peso de un<br />

ninja, abre los ojos para mirar un punto<br />

inconcreto en la calle sin llegar a verme.<br />

65


66<br />

EL DESPRENDE<br />

ALMAS<br />

Por Miguel Ángel Barragán Reyes


<strong>La</strong> oscuridad es abrumadora; el silencio,<br />

sofocante. <strong>La</strong> languidez de<br />

mi espíritu es tan perturbadora que<br />

hace de la valentía una farsante. El corazón<br />

retumba; mi respiración se entrecorta,<br />

mis piernas obedecen mutiladas<br />

esperanzas de salir con vida de esto,<br />

pero mi pensamiento atisba la verdad:<br />

aquella criatura no tarda en alcanzarme.<br />

Corro; corro lo más rápido que puedo a<br />

través de estas angostas calles, y sucede<br />

que no puedo evitar voltear intermitentemente<br />

atrás, vigilando la cercanía de ese<br />

cadavérico y deforme rostro, cuyos sucios<br />

colmillos intentan sacarme el alma<br />

por el cuello, desprenderla, arrojarla a la<br />

atemporalidad de un infierno cíclico. A<br />

cada paso que doy, puedo sentir cómo<br />

el sonido de sus pasos se funde con los<br />

míos. El viento provocado por sus aún<br />

fallidos zarpazos toma cada vez mayor<br />

presencia. Su gutural argot inunda mis<br />

oídos sumergiendo mis pensamientos<br />

en silenciosas plegarias metafísicas. No<br />

puedo más, mis piernas están a punto<br />

de colapsar; no puedo más con esta angustia,<br />

con esta subversión de realidades<br />

oscuras y tortuosas. Aquella cosa está a<br />

milímetros de hacerme su presa.<br />

Volteo una última vez temeroso de<br />

lamentar su respiración en mi nuca,<br />

pero sorpresivamente aquella cosa se<br />

detuvo de forma abrupta; permanece<br />

estática en la esquina de St. Crier, la<br />

avenida más grande de esta sección de<br />

la ciudad. Me detengo también, con la<br />

respiración casi tan agitada como mi<br />

espíritu, a tan solo dos cuadras de distancia.<br />

Miro aquella cosa con cautela,<br />

pretendiendo agrandar la seguridad<br />

que siento al observar que no viene tras<br />

de mí. No sé qué hacer, no quiero moverme,<br />

pues temo que darle la espalda<br />

reinicie tan insoportable persecución.<br />

Pero aquel espectro lo sabe; adereza<br />

nuestro cuerpo con miedo y desesperación.<br />

Se alimenta de las intuitivas<br />

siniestralidades que nuestro instinto<br />

evoca cuando el terror es más sutil<br />

que explícito. Prepara nuestra alma<br />

para el concierto que esta esta misma<br />

criatura orquesta. El desprende almas,<br />

como lo llaman los habitantes de esta<br />

surrealista ciudad, da dos pasos hacia<br />

atrás, lentamente, fundiéndose con las<br />

sombras de la calle. Desdibuja su cuerpo<br />

dándole protagonismo a su mirada<br />

y con un ademán inhumano me incita<br />

a correr; a huir; a reiniciarlo todo. Huyo.<br />

Después de correr a velocidad atormentada<br />

a través de veredas infinitas, encuentro<br />

un callejón colmado de escombros<br />

nostálgicos. Permanezco allí, escondido;<br />

aterido en un rincón de este negro paisaje;<br />

callado, trémulo, temeroso de alertar<br />

los rojos ojos de aquella criatura que me<br />

acecha. Nunca antes el frío desliz de la<br />

existencia había perfumado con terror<br />

mis convicciones; nunca antes se había<br />

ensombrecido así mi realidad.<br />

En la segura lejanía, se hace sentir un<br />

despótico chillido que estremece mis<br />

cuerdas vocales provocando un irracional<br />

quejido, pero me obligo a callar, a no<br />

hacer más que el ruido de mi burbujeante<br />

corazón. <strong>La</strong> criatura sigue allí afuera,<br />

sigue buscándome, jugando conmigo<br />

de la manera más vil. Vuelve a sonar lejanamente<br />

aquella bestia, lo cual me hace<br />

pensar que este callejón puede ser mi boleto<br />

de salida. Decido permanecer aquí;<br />

intentando pasar desapercibido hasta<br />

que la noche deje de ser. Pero mi intento<br />

de emular la inexistencia más febril fue<br />

opacado por una apacible voz que perturbó<br />

este intento de insignificancia.<br />

«¿Por qué dejaste de correr? Así no es<br />

divertido», oigo a unos pasos de distan-<br />

67


cia. Me ha encontrado en este callejón<br />

sin salida. Es inútil esconderse, pues es<br />

imposible ocultar el miedo. <strong>La</strong> criatura<br />

se acerca a mí a paso lento, con babeantes<br />

crujidos y dislocadas gesticulaciones.<br />

Me mira fijamente, con esos<br />

ojos perdidos y fríos literalmente desalmados.<br />

Me toma del brazo, y nada;<br />

abro los ojos en mi oscura habitación.<br />

Esta insoportable pesadilla me ha<br />

mantenido los últimos tres días paralizado<br />

en mi cama. Estoy harto; harto de<br />

abrir los ojos inaugurando el accionar<br />

de mi estúpida y eterna consciencia.<br />

Quisiera nunca despegarme de este<br />

asqueroso colchón. Quisiera pasar el<br />

resto de mis días imitando a las cosas,<br />

emulando su naturaleza inanimada y<br />

dibujando un vórtice de pensamientos<br />

que empañe mis retratos emocionales,<br />

para dejar de lamentarme por no haber<br />

corrido más rápido aquella noche. Si<br />

me quedo aquí, me invadirá la sensación<br />

de aquella persecución y no creo<br />

poder soportarlo, pues más que mi pesadilla,<br />

se trata de mi último recuerdo;<br />

un recuerdo del cual mi alma desprendida<br />

ya no puede desprenderse.<br />

Después de unos segundos me pongo<br />

de pie, desnudo; tan desnudo y vulnerable<br />

que mi alma es la que siente<br />

la fría y fantasmagórica realidad de<br />

mi nueva existencia. Me dirijo hacia la<br />

puerta intentando evadir el reclamo<br />

68


del espejo, pero de soslayo me doy<br />

cuenta que esta vez no ha dicho nada,<br />

nada. Es la primera vez que ha enmudecido<br />

su terco grito. Es la primera vez<br />

que no vocifera siluetas flacas llenas de<br />

esplín. <strong>La</strong> corporalidad que alguna vez<br />

tuve es ahora una otredad que canta<br />

en idiomas nuevos, extraños. Me soy<br />

inentendible. Me soy inaprehensible.<br />

Me dirijo a la ducha. Me dirijo a esa<br />

cascada de sedaciones que en antaño<br />

des-acentuaban mi solitud, alimentando<br />

a mi corazón con denuedos galantes<br />

y rojos. Pero hoy, como ha sucedido en<br />

los últimos días, sólo un vil desconsuelo<br />

es lo que alcanzo a padecer y lamentar,<br />

pues la ducha ya no es tal, modificó su<br />

ser a propósito para restregarme en la<br />

cara que ya no soy el que alguna vez fui,<br />

y que nunca se puede recuperar el tiempo<br />

perdido. Ahora sólo soy el triste recuerdo<br />

de la escasa valentía que aquella<br />

noche decidió retar lo infrahumano.<br />

<strong>La</strong> tragedia de la ducha debe terminar,<br />

o acabaré lanzándome a aquel<br />

barranco de cobardes pensamientos<br />

sin fin. Regreso a mi cama e, inmediatamente,<br />

me arrepiento de tan infortunada<br />

decisión pues mi cuerpo sigue<br />

ahí, en mi cama, desmembrado, abandonado,<br />

y con un demonio encima terminando<br />

de tragar las últimas vísceras<br />

que quedan.<br />

Nunca debí dejar de correr.<br />

69


esto y advertido está, acompáñenme a<br />

esta reunión de personas interesadas en<br />

la lectura y escritura.<br />

El tema que hoy les comparto es un<br />

tema con el que luchamos día a día<br />

quienes pretendemos dar a conocer<br />

nuestros universos literarios, pues si<br />

bien existen este tipo de lugares donde<br />

podemos expresarnos y editoriales<br />

que nos impulsan con publicaciones<br />

digitales gratuitas, nada de esto signifiel<br />

escritor<br />

que escribe<br />

Una opinión de<br />

Aly Cañizales<br />

Bienvenidos a esta sección dentro de<br />

<strong>La</strong> Sirena Varada, que está pensada<br />

de escritor a escritores. Quiero agradecer<br />

principalmente a Editorial Dreamers<br />

que me da la oportunidad de acercarme a<br />

ustedes por medio de este espacio dentro<br />

las páginas de su revista y obviamente me<br />

gustaría hacer de su conocimiento que lo<br />

aquí expresado no representa de ninguna<br />

manera lo que la editorial y sus dirigentes<br />

piensan sobre los asuntos a tratar. Dicho<br />

70


ca absolutamente nada si el público no<br />

nos brinda la oportunidad de acompañarlos<br />

en sus dispositivos electrónicos<br />

en esos momentos que regresan del<br />

trabajo o la escuela a descansar a sus<br />

hogares. Es decir, no es difícil ver a personas<br />

leyendo en parques, autobuses<br />

o plazas, sin embargo lo que vemos en<br />

sus manos son libros de alto reconocimiento<br />

mundial, incluso libros de películas<br />

o series de autores destacados.<br />

Si tú, como yo, eres un escritor dando<br />

sus primeros pasos posiblemente<br />

estés de acuerdo en que esto prácticamente<br />

es como darse un tiro en el pie,<br />

justo cuando estás por correr los cien<br />

metros planos en busca de una medalla<br />

olímpica.<br />

¿Dónde están nuestros libros de literatura<br />

Iberoamericana? Incluso en mi trabajo,<br />

el cual se relaciona directamente<br />

con los libros, de manera inconsciente<br />

71


me dirijo hacia secciones de literatura<br />

universal sin poner ninguna atención<br />

especial en la sección que, si todo sale<br />

bien algún día, podría llevarme al reconocimiento<br />

que tanto anhelo, pues en<br />

mi país acuñamos un término del cual<br />

creo que soy parte: «Malinchista»; que<br />

se refiere a quien piensa que lo hecho<br />

en casa no es tan bueno como lo que<br />

importamos de otros países. Es por eso<br />

que donde vivo ningún autor de habla<br />

hispana, lograría ni una décima parte de<br />

lo que lograría George Martin o Stephen<br />

King en caso de tan solo compartir un<br />

estado de diez palabras en su Facebook.<br />

¿Quiénes son los culpables? Mucha de<br />

esta culpa la tienen las personas que<br />

han abusado de la literatura en español<br />

y de las editoriales que han prostituido<br />

por completo el arte de las palabras,<br />

pues a cualquier país de habla hispana<br />

que vayas, podrás notar con enojo<br />

como es que cada vez se utilizan más<br />

el nombre de personajes que nada tienen<br />

que ver con esta noble labor para<br />

generar una ganancia económica. Y me<br />

refiero específicamente a esos libros<br />

de los cuales solo son prestanombres,<br />

tal es el caso de los youtubers. Y no, no<br />

me refiero a aquellos que han logrado<br />

mezclar bien su trabajo en esta plataforma<br />

con su trabajo en lo literario,<br />

como es el caso de Dross, pues a pesar<br />

de si sus libros son buenos o no, lo que<br />

él hace es simplemente extenderse<br />

más allá de sus videos para seguir en<br />

pie de su labor como investigador. No<br />

es el caso de quienes ya sabemos Rubius,<br />

Werevertumorro, etc.<br />

No ahondare más en el tema de los<br />

youtubers pues este escrito no tiene<br />

como objetivo desprestigiar o señalar<br />

a los antes mencionados, sin embargo<br />

era necesario que por lo menos escribiera<br />

una de las razones por las que<br />

pienso que no compramos lo que está<br />

hecho en nuestro idioma, pero aún hay<br />

algo que considero peor.<br />

<strong>La</strong>s pocas editoriales que son referente<br />

en nuestro idioma están poco o<br />

incluso tienen nulo compromiso con<br />

los programas en los cuales se impulse<br />

a generar nuevo talento, pues creo que<br />

los dirigentes se han olvidado de que en<br />

la calle hay tanta poesía como en la vida;<br />

pero claro, es más fácil apostar seguro y<br />

apostar seguro siempre es apostar con<br />

la gente que traducirá sus proyectos en<br />

ganancia, ojala algún día podamos ver<br />

algo más de todas estas empresas que<br />

se han apartado de la raíz del talento urbano,<br />

ojala que la vida me cierre la boca<br />

mostrándome que en la actualidad se<br />

puede triunfar aun y las vicisitudes que<br />

la barrera del dinero nos interpone.<br />

Todos necesitamos el dinero, todos<br />

queremos que nuestro negocio funcione,<br />

pero es momento de hacer labor social,<br />

es momento de hacer que la gente de la<br />

cual se obtienen estas ganancias tenga la<br />

72


oportunidad de ser gente que gane también<br />

con el apoyo de nuestras empresas.<br />

No conforme con ser pocos los que<br />

siguen este sueño y aún más pocos los<br />

que son seleccionados para llevarlo a<br />

cabo, en nuestra cultura se considera<br />

al leer como si fuera un privilegio de los<br />

intelectuales, es decir, sinceramente no<br />

se considera que la persona que no tenga<br />

recursos merezca leer. No creo haber<br />

sido el único es escuchar frases como<br />

«Solo los pendejos no leen» o el ir a una<br />

librería y ver que los «cultos» prefieren<br />

la lectura en otro idioma, es triste darse<br />

cuenta de que no solo somos comerciales<br />

a la hora de leer, sino que también<br />

somos exageradamente mamones al<br />

momento de comprar un libro, ya que<br />

bajo la capa de que la barrera del idioma<br />

se rompe si lo lees en la lengua original<br />

es mejor empezamos a desechar a<br />

todo el talento ibero que tenemos.<br />

¿Cómo erradicar este comportamiento?<br />

El día de hoy a todos ustedes quiero<br />

invitarlos a dos cosas, una de ellas es<br />

a darle oportunidad a los autores que<br />

se esfuerzan da cada momento en ser<br />

tomados en cuenta, que luchan en redes<br />

sociales y que se encuentran permanentemente<br />

en búsqueda de que su<br />

trabajo sea reconocido.<br />

Ya que estamos aquí, les recomiendo<br />

leer «Tonalli: en el mundo del nahual» de<br />

Xeko Estrada, un libro enriquecedor lleno<br />

de cultura mexicana y una historia que<br />

los hará pensar en por que no nos dimos<br />

cuenta que todo lo que se necesitaba<br />

para crear una excelente obra de ficción<br />

estuvo en nuestras raíces todo el tiempo<br />

y no nos dimos cuenta. No solo eso, hay<br />

libros de crimen como «<strong>La</strong> Sociedad de<br />

la Dalia Blanca», o inclusive autores de<br />

España como Juss Kadar, que nos deleitan<br />

con «Mal de ojo» o «Promesas».<br />

Obviamente no solo son ellos, hay muchos<br />

más y de cada uno les tendré una<br />

reseña, para que quienes sean adeptos<br />

a esta columna tengan una idea del porque<br />

debemos de darle la oportunidad a<br />

este tipo de historias. Y como la lógica<br />

lo marca y no debo ser solo nacionalista,<br />

habrá reseñas de otros autores, de otras<br />

editoriales, además de algunos sorpresas,<br />

pues la columna no solo es de crítica,<br />

sino que recorreremos desde el humor<br />

hasta la tragedia, desde los libros hasta<br />

los videojuegos, por eso y más les digo,<br />

contáctense conmigo y díganme cuales<br />

son los temas que les gustaría que habláramos<br />

en este que finalmente no solo<br />

es mi espacio, sino el suyo propio, como<br />

mujer casos de la vida real, pero sin malas<br />

actuaciones y no solo eso, tendremos<br />

música, películas y mucho mas<br />

<strong>La</strong> letra se escribe con sangre y mi<br />

sangre esta manchada con la tinta del<br />

arte, hasta la próxima.<br />

Contacto:<br />

elescritorqueescribe10@gmail.com<br />

contactoeditorial@editorialdreamers.com.mx<br />

73


74<br />

LAS LÁGRIMAS<br />

DE LA NINFA<br />

Por Juan Pascal


Henchido de orgullo y con las alforjas<br />

llenas era como el valiente guerrero<br />

regresaba al hogar. A lomos<br />

de su caballo negro avanzando en un<br />

lento trotar, disfrutaba del cálido día y<br />

de la suave brisa fresca que acariciaba su<br />

rostro y hacía balancear las copas de los<br />

árboles que flanqueaban la senda. Ya no<br />

distaba mucho la aldea que abandonó<br />

hacía años en pos de grandes hazañas y<br />

suculentos botines de guerra, cuando un<br />

leve gimoteo captó su atención. Detuvo<br />

su avance y aguzó el oído. Sin duda parecía<br />

el llanto de alguien. Ató el caballo al<br />

tronco de un árbol y se adentró entre la<br />

vegetación que florecía a la vera del camino.<br />

Pocos pasos después, se encontró<br />

con un claro junto a una laguna. Subida<br />

a las ramas de un roble estaba una mujer<br />

de larga melena dorada. Aunque no podía<br />

verle el rostro, dedujo que debía ser<br />

una joven de extrema belleza.<br />

—¿Qué mal te aflige, mi dama?<br />

<strong>La</strong> joven dio un respingo por lo inesperado<br />

del encuentro. Su espalda se irguió<br />

y cesó su llanto. Pero no se volvió.<br />

—¿Hay algo que pueda hacer para curar<br />

tus males? —insistió el hombre.<br />

—¡No me mires! —dijo ella al percatarse<br />

de que el visitante intentaba ver<br />

su cara—. No quiero que veas a mis lágrimas<br />

ensuciar mi rostro.<br />

—Pues dime qué hacer para detener<br />

ese lamento que me impide contemplar<br />

tu belleza. Tan espléndido día, el mismo<br />

en el que vuelvo a mi añorado hogar, no<br />

será completo si no dejas de llorar.<br />

A la joven se le escapó una risilla ante<br />

la galantería del soldado, quien esbozó<br />

una sonrisa de medio lado al ver que<br />

sus palabras surtían el efecto deseado.<br />

—Y dime, ¿has conquistado a muchas<br />

mujeres con tus palabras? —dijo ella uniéndose<br />

al coqueteo tras un breve silencio.<br />

—Podrías honrar a este humilde soldado<br />

con ser la primera de ellas.<br />

—¡Jiji! No te creo. Seguro que ha habido<br />

muchas. Y dime, ¿has matado a muchos<br />

hombres en la guerra, soldado?<br />

—No negaré que mi espada se ha visto<br />

manchada de sangre en más de una ocasión.<br />

—¿Siempre eres tan humilde?<br />

—Si así hago olvidar la tristeza que no<br />

hace tanto te afligía. Seré humilde.<br />

—Y ¿qué quiere el valiente y humilde<br />

guerrero como recompensa a tan altruista<br />

acción de frenar las lágrimas de<br />

una mujer?<br />

—En el acto he obtenido mi recompensa.<br />

—Una lástima. Estaba dispuesta a<br />

mostrar el rostro que habéis alegrado.<br />

En ese momento, la muchacha, con<br />

gracilidad, descendió del árbol evitando<br />

mostrar su cara. Sólo su esbelta figura<br />

era insinuada tras el fino vestido<br />

blanco que lucía. Sus rubios cabellos<br />

se balanceaban con cada paso que<br />

daba dirigiéndose al agua. Se metió en<br />

la laguna dando la espalda al visitante.<br />

Cuando el agua le llegaba por la cintura,<br />

se detuvo. Se sumergió para volver<br />

aparecer al poco sin el vestido que hasta<br />

entonces llevaba. Su cabello mojado<br />

se pegaba a los desnudos hombros y a<br />

su espalda de piel nívea. Después, con<br />

un gesto de la mano, invitó al hombre a<br />

que la acompañase.<br />

Éste no se lo pensó dos veces. Dejó<br />

caer la espada al suelo para después<br />

quitarse las botas tan rápido como le<br />

fue posible y meterse en el agua con la<br />

ropa puesta.<br />

Cuando iba a poner las manos en la<br />

húmeda piel de alabastro de la joven,<br />

ésta se giró.<br />

El hombre no pudo sino pegar un grito<br />

de terror al contemplar la cara que tenía<br />

frente a él. Un rostro cadavérico de enor-<br />

75


mes ojos completamente blancos que lo<br />

miraban con ansia. Nunca antes había<br />

visto una monstruosidad como aquella,<br />

ni siquiera en los mutilados cuerpos que<br />

contempló en el campo de batalla. Quiso<br />

reaccionar y salir del agua, pero era incapaz<br />

de moverse. El pavor atenazaba su cuerpo.<br />

Su semblante se contrajo en una mueca de<br />

horror. Sus ojos no podían dejar de mirar el<br />

espanto que tenían frente a ellos.<br />

De repente, el cielo se oscureció con<br />

amenazantes nubarrones surgidos de<br />

la nada que presagiaban tormenta. Un<br />

fuerte viento arrastraba el agua de la laguna<br />

y del cielo. El vello de la nuca y de<br />

los brazos se le erizó al valiente soldado.<br />

El firmamento retumbaba sobre sus<br />

cabezas. Los fulgurantes rayos iluminaban<br />

el oscurecido día dando aún un<br />

aspecto más siniestro a la espeluznante<br />

mujer, cuyos cabellos bailaban una<br />

macabra danza al son del viento.<br />

Ante la parálisis del hombre, la joven<br />

lo agarró por la cabeza con una fuerza<br />

de otro mundo y lo sumergió en el agua.<br />

Cuando el guerrero quiso reaccionar fue<br />

demasiado tarde. Pataleó e intentó resistirse<br />

con todas sus fuerzas, pero no pudo<br />

zafarse del agarre de la terrorífica mujer,<br />

quien poco a poco se fue adentrando más<br />

en la laguna arrastrando consigo el cuerpo<br />

del hombre. Lo llevó hasta lo más oscuro y<br />

profundo para desaparecer con él.<br />

Cuando todo terminó, las negras nubes<br />

desaparecieron y el sol volvió a brillar en lo<br />

alto de un espléndido cielo azul. Los cánticos<br />

de las aves inundaron el lugar. Pero<br />

del rastro del hombre sólo quedaron unas<br />

botas, su espada y el caballo que esperaba<br />

un regreso que nunca se produciría.<br />

76


77


78<br />

SIEMPRE<br />

CONMIGO<br />

Por Cosme Allen


Llevaba casi cuatro horas caminando<br />

y había pasado por el mismo<br />

lugar dos o tres veces. A pesar que<br />

casi era mediodía, el día se veía como<br />

apagado y sin vida. <strong>La</strong>s hojas que cubrían<br />

el suelo con una gruesa alfombra,<br />

se veían color café marchito. Primero<br />

pensé que había neblina a pesar de lo<br />

tarde que era, pero hasta la luz del sol<br />

se veía amarillenta, por una razón que<br />

pronto iba a descubrir.<br />

Había salido una hora después del<br />

amanecer del pueblo donde pasaba<br />

el fin de semana, para realizar una caminata<br />

a las huertas de aguacate que<br />

se extendían en una vasta longitud de<br />

terreno, había calculado unos tres kilómetros,<br />

antes de llegar a un camino<br />

rural del otro lado de las huertas, distancia<br />

que debía cubrir en una hora<br />

llevando un paso tranquilo. En cierto<br />

momento tuve la sensación de encontrarme<br />

en un lugar indómito, como si<br />

fuera el primer ser humano que contemplaba<br />

aquellos parajes. Cosa absurda,<br />

porque los alcorques tenían aspecto<br />

pulcro y bien conservado. Dejé<br />

de escuchar aves, viento o cualquier<br />

otra cosa excepto mi respiración que<br />

pesar de encontrarme al aire libre, sonaba<br />

como si hubiera metido la cabeza<br />

en una caja de cartón.<br />

Por alguna razón que desconozco<br />

recordé que una vez de niño estaba<br />

solo en el huerto de mi escuela primaria,<br />

mi madre no iría pronto por mí<br />

y había pedido un permiso especial<br />

para que yo me quedara más tiempo<br />

hasta que fuera a recogerme. Estaba<br />

buscando caracoles cuando sentí un<br />

silencio incómodo y una sensación de<br />

ser observado, aunque al mirar aterrado<br />

a mi alrededor sólo vi árboles viejos.<br />

Quedé petrificado unos minutos que<br />

me parecieron eternos, hasta que pude<br />

moverme y dirigir mis pasos a la salida<br />

del amplio huerto con que contaba mi<br />

primaria, moviendo los pies despacio<br />

porque me aterraba imaginarme corriendo,<br />

fui saliendo y me dirigí hacia<br />

las aulas demasiado aterrado para mirar<br />

atrás, para correr, casi hasta para<br />

respirar. Al pisar el pavimento del pasillo<br />

de salones escuché el claxon del<br />

coche familiar, habían llegado por mí.<br />

No vi nada raro, pero tampoco volví a<br />

ir sólo al huerto.<br />

Ese episodio me daba vueltas en la<br />

cabeza y ahora a cientos de kilómetros<br />

tenía la misma sensación que había experimentado<br />

de niño.<br />

Después de recuperar el aliento que<br />

había perdido por dejar de respirar, proseguí<br />

mi marcha sintiéndome extraño,<br />

como que mi cuerpo era una armazón<br />

en la cual estaba dentro, una especie de<br />

ataúd con una ranura para mirar al exterior<br />

sin que se notaran mis verdaderos<br />

gestos de terror. Pensé en correr para<br />

encontrar rápido el camino que había<br />

perdido, pero razoné que no tenía sentido,<br />

puesto que estaba caminando en<br />

círculos. Traté de animarme pensando<br />

que aquel sentimiento de abandono<br />

se debía a hambre o falta de líquidos,<br />

pero, había desayunado bien y llevaba<br />

en mi morral artesanal una botella de<br />

agua la cual casi terminaba a pesar de<br />

no tener sed. Entonces, sentí que no<br />

estaba solo, no era un sentimiento de<br />

confianza, más bien de repulsión. «Igual<br />

que en la primaria, hace veinte años»,<br />

pensé. Al mirar alrededor sólo vi árboles<br />

de aguacate con sus cajetes que ahora<br />

me parecía agujeros sucios y sentí que<br />

las ramas estaban demasiado bajas casi<br />

hasta tocar el suelo. Seguí caminando<br />

aunque no veía el sol o alguna cosa para<br />

79


orientarme. Llegué cerca de una abrupta<br />

colina, nuevamente, la cual decidí<br />

trepar para intentar orientarme, al estar<br />

escalando la ladera erosional, al aferrarme<br />

de unas raíces antiguas al borde de<br />

la colina la vi.<br />

Era una especie de mujer horrible de<br />

piel gris verdosa, cabello enmarañado<br />

que de inmediato me recordó a una<br />

planta aérea, pero lo más repugnante<br />

eran sus ojos que me miraban con una<br />

mezcla de odio y desesperación, esos<br />

ojos repulsivos eran como los hoyos de<br />

un tronco hueco en un árbol viejísimo,<br />

pero no pude dejar de mirarlos. Estaba<br />

de cuclillas o eso me pareció, porque<br />

daba aspecto de que estaba muy encogida<br />

en el suelo, aunque estaba por en-<br />

cima de mí al encontrarse en el borde de<br />

la colina. Levantó una mano hacia mí o<br />

lo que pensé que era una mano pero por<br />

su longitud supongo que era una pierna<br />

aunque se dobló de un modo que ninguna<br />

articulación humana puede hacerlo<br />

sin quebrarse. No recuerdo su cuerpo o<br />

dedos porque todo lo dominaban esos<br />

ojos profundos y asquerosos. Al extender<br />

su mano, me pareció ver que abría<br />

la boca emitiendo una especie de grito<br />

aspirado, que sonaba como una amenaza<br />

llena de desesperación. Tuve que<br />

juntar la cabeza a las raíces para intentar<br />

cubrirme los oídos no por lo fuerte del<br />

sonido, sino porque no soportaba ese<br />

zumbido como de aire aspirado por un<br />

fuelle pero mucho más agudo. Al juntar<br />

80


la cabeza, recordé nuevamente aquél<br />

incidente cuando niño. Que al ver a mi<br />

mamá al pie del coche, corrí a abrazarla<br />

y refugiarme en sus piernas, después<br />

solté un llanto sosegado pero incontrolable,<br />

algunas noches después de eso<br />

tuve pesadillas y despertaba llorando<br />

desesperado, pero nunca podía recordar<br />

lo que soñaba.<br />

Los recuerdos se fueron diluyendo<br />

y fui abriendo los ojos al tiempo que<br />

noté que las lágrimas inundaban mi<br />

rostro. Los primeros instantes sentí<br />

que había demasiada luz y estaba despertando<br />

de un sueño profundo. Suspiré<br />

de alivio como un bebé que se duerme<br />

llorando al sentirme solo. Continué<br />

mi ascenso a la pequeña colina cuando<br />

oí ladridos. El ruido venía justo frente<br />

a mí. Bajé corriendo aunque con piernas<br />

temblorosas, para encontrarme<br />

a unos cien metros a un señor con su<br />

hijo adolescente que venían a caballo<br />

acompañados por dos perros. Traté de<br />

serenarme repitiéndome que no había<br />

pasado nada y que jamás hablaría con<br />

nadie sobre lo que viví esa mañana.<br />

«Buenos días» me apresuré a decir al<br />

encontrarme con los hombres, con una<br />

voz ronca ajena y distante que no reconocí<br />

como mía.<br />

«Buenos días» respondieron ambos.<br />

El hombre detuvo su caballo y me miró<br />

curioso y sin voltear la cabeza le dijo a su<br />

hijo, sin importar que yo estuviera ahí:<br />

«Mira, otro que se topa con la sikuami».<br />

81


82<br />

EL HOMBRE<br />

DETRÁS DE LA<br />

VIOLENCIA<br />

Por Kalton Harold Bruhl


George Dalton extendió la mano,<br />

buscando sin abrir los ojos, el botón<br />

de apagado del despertador<br />

digital. Permaneció todavía unos instantes<br />

con el rostro hundido en la almohada<br />

y, a medida que iba despertándose,<br />

comenzó a sentir un ligero malestar<br />

en los hombros y en los brazos.<br />

Se sentó en la orilla de la cama y estiró<br />

el cuello hacia un lado, masajeándose<br />

los músculos con fuerza.<br />

Colocó las manos sobre sus rodillas<br />

y dio un último bostezo antes de levantarse.<br />

Se dirigió al baño y continuó girando<br />

el cuello mientras orinaba. Tiró<br />

de la cadena y luego se lavó las manos<br />

y la cara.<br />

Se apoyó en el lavabo y empezó a examinarse<br />

en el espejo. Su cabello ya necesitaba<br />

un corte y tal vez un tinte. <strong>La</strong>s<br />

canas no le daban un aspecto distinguido.<br />

Su reflejo le mostró los dientes, estaban<br />

amarillentos por la nicotina, pero<br />

al menos casi todos eran suyos. Se pasó<br />

la mano por el mentón, la aspereza de<br />

su barba de tres días le hizo sonreír. Se<br />

fijó en sus ojos, seguían siendo inescrutables,<br />

incluso para él mismo.<br />

Caminó hasta la cocina. Abrió el refrigerador<br />

y tomó un frasco de jugo de<br />

naranja. Olió el contenido y luego vio<br />

la fecha de expiración. Se sirvió en un<br />

vaso y le agregó tres huevos crudos.<br />

Lo agitó con una cucharilla hasta que<br />

todo quedó bien mezclado.<br />

Llegó hasta la sala, apurando de un<br />

trago el contenido del vaso. Miró la hora<br />

en su reloj de pulsera. Faltaban quince<br />

minutos para las seis. Se paró frente al<br />

viejo mueble que le servía de centro<br />

de entretenimiento. En los anaqueles<br />

casi no había espacio para una cinta<br />

de vídeo más. Encendió la televisión y<br />

sintonizó el canal local. En ese momento<br />

transmitían las repeticiones de una<br />

comedia cancelada años atrás. Apretó<br />

el botón de expulsión de la grabadora<br />

de vídeo y examinó la cinta. Quedaba<br />

apenas lo suficiente para grabar unos<br />

diez minutos en el formato extra largo.<br />

Abrió una de las portezuelas de la parte<br />

inferior y sacó una cinta nueva. Buscó<br />

un bolígrafo y escribió la fecha en el<br />

costado del videocasete: 20 de noviembre<br />

de 1998. Sintonizó el canal tres y<br />

ajustó el formato de grabación.<br />

Abrió un nuevo paquete de cigarrillos<br />

y se sentó en su sillón favorito, un<br />

sillón reclinable de tela cuadriculada.<br />

Sonrió con satisfacción, mientras encendía<br />

un cigarrillo, los créditos de<br />

la serie ya aparecían en la mitad de la<br />

pantalla; la otra mitad era ocupada por<br />

los avances del noticiero de las seis.<br />

Acarició casi con sensualidad el botón<br />

de grabación en el mando a distancia.<br />

Comenzó a agitarse en el sillón y una<br />

vez más se dio cuenta de que la paciencia<br />

no era una de sus virtudes. Los<br />

comerciales le parecieron insufribles.<br />

Los directores se habían olvidado del<br />

producto, cambiándolo por efectos especiales<br />

e historias incomprensibles. Si<br />

uno quería vender una cerveza, lo más<br />

sencillo era mostrar a un sujeto sediento<br />

sosteniendo una botella bien fría,<br />

mientras una tipa en traje de baño se le<br />

colgaba del brazo; pero esos estúpidos<br />

le encargaban el trabajo a un trío de<br />

ranas digitales. Maldijo a los premios<br />

Clío y al causante de todo, el comercial<br />

1984 de la Apple.<br />

Suspiró con alivio al escuchar la tonada<br />

musical con que iniciaba el noticiero.<br />

Ahora venían los titulares: la<br />

iniciativa para aprobar una nueva ley<br />

contra los inmigrantes. Dalton rió con<br />

la nariz. <strong>La</strong>s plagas no se combatían<br />

83


con papeles, a menos que se enrollaran<br />

para aplastarlas. No, lo que se necesitaba<br />

era mano dura. El sabría cómo<br />

convencer a esos espaldas mojadas de<br />

no volver a poner un pie en su país.<br />

Luego anunciaron las comprometedoras<br />

fotografías de un senador entrando<br />

a una habitación de motel con<br />

una colegiala. Dalton se molestó. Ese<br />

hombre era un veterano como él y<br />

también había luchado en aquellas inmundas<br />

selvas contra los malditos rojos.<br />

Si deseaba ponerle a su miembro<br />

un abrigo de castor joven, tenía todo<br />

el derecho del mundo a hacerlo; había<br />

arriesgado su vida por ello.<br />

Ahora venía el avance informativo<br />

internacional.<br />

Siempre el Oriente Medio y siempre un<br />

ataque con explosivos. <strong>La</strong> voz anunciaba<br />

cerca de cien víctimas mortales y otro<br />

centenar de heridos. Dalton se preguntó<br />

de dónde diablos salía tanta gente.<br />

—Si cada día hay decenas de muertos<br />

—se dijo—, entonces... —probó hacer<br />

un cálculo mental, pero abandonó el<br />

intento al escuchar el titular sobre el<br />

crimen del día. El anunciante dijo que<br />

era el último eslabón en una cadena de<br />

crímenes sin sentido que mantenía a<br />

la ciudadanía en un estado de pánico.<br />

Dalton sonrió y se arrellanó en el sillón,<br />

ésa era la noticia que esperaba.<br />

Soportó al par de imbéciles que servían<br />

de presentadores: Martin Smith, un tipo<br />

en los cuarenta, con su cabello engomado<br />

y una estúpida media sonrisa en los labios,<br />

que se acentuaba en los cambios de cámara<br />

y Janeth Berger, la infaltable rubia<br />

que se limita a leer el apuntador electrónico<br />

y a asentir a todo comentario insulso<br />

que haga su compañero.<br />

Apartó por un momento la mirada de la<br />

pantalla. Se fijó en su creciente videoteca.<br />

Tal vez ya eran más de mil cintas. <strong>La</strong>s grabaciones<br />

de los noticieros se encontraban<br />

clasificadas por fecha. También había documentales<br />

de guerra. <strong>La</strong> Segunda Guerra<br />

Mundial y Vietnam eran sus temas favoritos.<br />

El Canal de Historia se encargaba de<br />

que siempre tuviera algo nuevo para grabar.<br />

Después venían los programas sobre<br />

crímenes. Sonrió y bendijo en silencio a la<br />

televisión por cable. Había también unas<br />

pocas cintas especiales. Eran grabaciones<br />

clandestinas sobre ejecuciones. Recordó<br />

al tipo que poco a poco se freía en la silla<br />

eléctrica y al otro cuya cabeza se sacudía<br />

con fuerza al recibir un tiro en la nuca.<br />

Volvió la mirada hacia la pantalla.<br />

Era una noticia que valía la pena grabar.<br />

Un incendio había arrasado una<br />

casa en una calle con mayoría latina.<br />

Al parecer la madre había dejado a sus<br />

tres hijos pequeños encerrados bajo<br />

llave, mientras salía a trabajar en una<br />

84


fábrica. Los bomberos especulaban sobre<br />

un posible cortocircuito. <strong>La</strong> cámara<br />

enfocó el momento cuando el forense<br />

cerraba la última bolsa. Los restos carbonizados<br />

y todavía humeantes le hicieron<br />

abrir bien los ojos .<br />

Luego vino la sección financiera. <strong>La</strong>s<br />

variaciones en la bolsa de valores le tenían<br />

sin cuidado. Qué podía interesarle<br />

a un tipo que vivía de una pensión el<br />

índice Dow Jones.<br />

Miró a su alrededor y reconoció que<br />

la vida había sido dura con él. Tenía un<br />

apartamento minúsculo en un vetusto<br />

edificio. <strong>La</strong> mayoría de sus vecinos<br />

eran también pensionados, que apenas<br />

salían una vez por semana para<br />

hacer las compras.<br />

No había demasiada justicia en el<br />

mundo. Él debería estar ahora en un<br />

condominio en la Florida , viendo el ocaso<br />

con una cerveza bien fría en la mano,<br />

mientras su esposa le preparaba una<br />

suculenta cena con postre incluido. No<br />

tendría por qué estar preocupado por<br />

las cuentas del gas o de la electricidad;<br />

sus preocupaciones deberían limitarse a<br />

buscar, las tallas adecuadas, para la ropa<br />

que les regalaría a sus nietos en Navidad.<br />

Nada había resultado bien. Regresó<br />

de la guerra con una pierna reconstruida<br />

y una medalla al valor. ¿Y qué<br />

recibió de los hombres y mujeres por<br />

los que había derramado la sangre de<br />

docenas de orientales y la suya propia?<br />

Nada, sólo desprecio. Los mismos malditos<br />

comunistas, contra los que había<br />

luchado, organizaban manifestaciones<br />

en su propio país. También estaban los<br />

asquerosos hippies, que creían que con<br />

dejar de bañarse y tomar ácido hacían<br />

más por su patria que los miles de soldados<br />

que mantenían la amenaza roja<br />

fuera de sus fronteras.<br />

Quiso encontrar oportunidades y solamente<br />

halló puertas cerradas, secretarias<br />

pedantes y gerentes que, sin mirar su<br />

hoja de vida, le brindaban una sonrisa hipócrita<br />

y le decían que ellos le llamarían.<br />

<strong>Año</strong>s atrás, despachando órdenes<br />

en un restaurante de comida rápida y<br />

mientras contemplaba a las familias<br />

que reían en las mesas, había comprendido<br />

cuál era el problema con toda<br />

esa gente: la guerra nunca había llegado<br />

cerca de sus casas.<br />

El resto de la población nunca había<br />

vacilado en dar un paso, pensando que<br />

podrían volar en pedazos por una mina<br />

escondida. Nunca habían aguardado<br />

noches enteras bajo la lluvia, con los<br />

músculos doloridos, escuchando voces<br />

extranjeras, donde no había más<br />

que graznidos de aves. Nunca habían<br />

agradecido en silencio por ver un nuevo<br />

amanecer y no ser el tipo que dejan<br />

85


atrás con la cabeza destrozada y los<br />

brazos extendidos, como suplicándote<br />

que lo lleves contigo, que él también<br />

dejó en casa una razón para vivir. No,<br />

esa gente no comprendía lo valiosos<br />

que eran los hombres como él.<br />

Sonrió con amargura, moviendo la<br />

cabeza. Eran suficientes lamentaciones<br />

y la noticia que esperaba estaba<br />

a punto de comenzar. <strong>La</strong> voz del presentador<br />

adquirió un tono más grave,<br />

mientras disertaba sobre la decadencia<br />

de la sociedad actual. Algo debía<br />

estar mal, dijo, si podemos producir<br />

monstruos de este tipo.<br />

George Dalton frunció el ceño y se<br />

cruzó de brazos a la vez que asentía<br />

con la cabeza. <strong>La</strong>s cámaras se dirigieron<br />

a una calle en una zona de clase<br />

media. Enfocaron una casa de madera<br />

de dos plantas. Los coches patrullas y<br />

las ambulancias rodeaban el lugar. Varios<br />

policías mantenían a los curiosos<br />

atrás de la cinta amarilla.<br />

<strong>La</strong> reportera del canal, una joven<br />

asiática vestida con un elegante traje,<br />

unió su micrófono a los otros que se<br />

agolpaban frente al jefe de la policía.<br />

Este parecía sinceramente consternado;<br />

se frotó varias veces la boca con<br />

la mano antes de hablar. Dijo que se<br />

había finalizado de inspeccionar todas<br />

las habitaciones, incluyendo el sótano<br />

y que el número de víctimas ascendía<br />

a cuatro: el matrimonio y sus dos hijos,<br />

de once y siete años. No podía adelantar<br />

detalles, porque entorpecerían la<br />

investigación. En cuanto a la causa de<br />

las muertes, esperaría el resultado de<br />

las autopsias. Lo que sería un mero formalismo,<br />

porque, dentro de esa casa,<br />

se había producido la peor carnicería<br />

que había visto en todos sus años dentro<br />

de la fuerza policial. Luego su mirada<br />

se endureció y la centró en el lente<br />

de una de las cámaras.<br />

—Juro que atraparemos al bastardo<br />

que hizo esto —dijo, segundos antes de<br />

darse la vuelta y comenzar a girar nuevas<br />

órdenes.<br />

Dalton se frotó las manos con excitación<br />

y encendió un nuevo cigarrillo, con<br />

la colilla del anterior. Se fijó en el cenicero,<br />

había restos de por lo menos otros siete.<br />

Se levantó del sillón, estirando los<br />

brazos para desperezarse. Regresó a<br />

su habitación, donde abrió el armario<br />

para buscar ropa. Se vistió con rapidez<br />

y se cepilló el cabello.<br />

Mientras caminaba hacia la puerta<br />

principal se llevó las manos al estómago,<br />

al escuchar cómo éste comenzaba<br />

a gruñir. Cenaría un buen bistec con patatas<br />

fritas en alguna cafetería.<br />

Tomó las llaves que colgaban de una<br />

argolla en la puerta y salió del apartamento.<br />

Entró al anticuado elevador y al<br />

apretar el botón de descenso le asaltó<br />

una duda. Se preguntó cuál sería el crimen<br />

que se llevaría los titulares el día<br />

siguiente. Sonrió curvando los labios<br />

hacia abajo y se rascó la cabeza. No<br />

debía preocuparse, seguramente, durante<br />

la cena, le llegaría la inspiración.<br />

86


a<br />

#ACERTIJO<br />

Un prisionero esta encerrado en<br />

una celda que tiene dos puertas,<br />

una conduce a la muerte y<br />

la otra a la libertad. Cada puerta<br />

esta custodiada por un vigilante,<br />

el prisionero sabe que uno de<br />

ellos siempre dice la verdad, y el<br />

otro siempre miente. Para elegir<br />

la puerta por la que pasara solo<br />

puede hacer una pregunta a uno<br />

solo de los vigilantes.<br />

¿Cómo puede salvarse?<br />

<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />

87


TE PERDONO,<br />

OCTAVIO PAZ<br />

Por Andrés Briseño Hernández<br />

En la universidad decidí que Octavio<br />

Paz me caía gordo. Se hablaba tanto<br />

de él en los corrillos, se traía a tema a<br />

la menor provocación, que terminó por resultarme<br />

indigesto.Paz el ensayista, el embajador,<br />

el poeta, el nobel, el oficialista, el<br />

descomprometido. Opté por malquererlo<br />

sin haberlo leído siquiera. Agréguese a mi<br />

antipatía el encono que experimenté cuando<br />

vi un reportaje sobre Elena Garro —escritora<br />

de todas mis complacencias— don-<br />

88<br />

de se la mostraba anciana, enferma, sola y<br />

en la miseria. Asumí que era culpa de Octavio.<br />

Me habría gustado imaginar la relación<br />

Garro-Paz a la manera de un talk show.<br />

<strong>La</strong>ura Bozzo sostiene las manos de Elenita,<br />

mientras ésta llora desmesuradamente. Se<br />

reproduce un video. Música triste de piano,<br />

escenas a blanco y negro, una vecindad, un<br />

cuarto miserable, donde Garro se quita el<br />

nebulizador para dar una fumada. Llora y<br />

relata su ruptura amorosa y el olvido a la


que fue proscrita. <strong>La</strong>ura Bozzo chilla: «¡Que<br />

pase el desgraciado!». Paz recorre el pasillo<br />

entre vituperios, llega al panel, saluda a la<br />

presentadora sin reparar en su exmujer. Yo,<br />

que me encuentro en la sala, le grito: «¡Mal<br />

hombre, mal hombre!».<br />

No obstante mi aversión hacia el<br />

poeta, su albor atravesó oscuridades<br />

y en cierto punto de mi vida tuve que<br />

vérmelas con su obra. Buscaba textos<br />

y autores diversos para mi sala de lectura<br />

cuando me topé con Piedra de sol.<br />

Tomé el poema con desconfianza, haciendo<br />

bolas duras de rencor, a la manera<br />

de Pedro Páramo, y leí:<br />

Un sauce de cristal, un chopo de agua,<br />

un alto surtidor que el viento arquea,<br />

un árbol bien plantado mas danzante,<br />

un caminar de río que se curva,<br />

avanza, retrocede, da un rodeo<br />

y llega siempre:<br />

89


«Vaya, vaya», me dije en secreto,<br />

como para no traicionar mis resentimientos.<br />

Luego continué la lectura en<br />

un murmullo:<br />

voy por tu cuerpo como por el mundo,<br />

tu vientre es una plaza soleada,<br />

tus pechos dos iglesias donde oficia<br />

la sangre sus misterios paralelos,<br />

mis miradas te cubren como yedra,<br />

eres una ciudad que el mar asedia…<br />

Perdí el control —así es uno, veleidoso,<br />

qué se le va a hacer—, leí todo el<br />

poema y me seguí con otros; busqué El<br />

laberinto de la soledad, Corriente alterna,<br />

El camino de la pasión, El arco y<br />

la lira. «Este cabrón es bueno», pensé,<br />

convencido ya de que a los escritores<br />

hay que tasarlos por sus textos, más<br />

allá de qué tan afines nos resultan<br />

como personas.<br />

Imaginé a Paz en Historias engarzadas:<br />

cortinilla de apertura con tipografía<br />

gariguleada. El poeta, sentado frente a<br />

Mónica Garza, se sincera ante los televidentes.<br />

Habla de su infancia en Mixcoac,<br />

de aquella fotografía de juventud donde<br />

aparece con los mechones rebeldes, de<br />

la India y del roce con Vargas Llosa por<br />

eso de la «dictadura perfecta». Comparte<br />

el gozo de ser premio Nobel y lo incómodo<br />

—y chistoso— que se sintió con el<br />

smoking. Al final, un acercamiento nos<br />

deja ver sus lágrimas.<br />

Yo, desde mi sillón, digo entre sollozos:<br />

«Está bien, Octavio, te perdono, pero todavía<br />

me debes lo de Elena Garro».<br />

90


91


92<br />

UN TRAGO<br />

Y UN SUEÑO<br />

Por ΔLen


Adosado a un callejón entenebrecido<br />

por sus historias y reputación<br />

se mecía un letrero neón siempre<br />

alumbrado, con una mortecina luz de<br />

anatema; el bar «Element» recibía cualquier<br />

interesado que estuviese versado<br />

en materias asaz delicadas, tales como<br />

la lascivia y el pecado, así como toda<br />

alma que, en sus ápices, haya amado la<br />

idea de la mente humana y sus horrores<br />

peor concebidos.<br />

<strong>La</strong> experiencia rezada como «Un<br />

trago y un sueño» carecía de una cabalidad<br />

real, estribando su espectacularidad<br />

en un ensueño tangible, el cual<br />

prometía ser capaz de cumplir el más<br />

retorcido placer; desde aquellos hombres<br />

de túnica con deseos sin nombre,<br />

y más deseos execrables, distopías sexuales<br />

que llamaban a sus letras desde<br />

infiernos que no merece mencionar,<br />

hasta prácticas naturales de sexo platónico<br />

eran los atractivos de «un trago<br />

y un sueño» en Element.<br />

—¿Estás segura de querer hacer esto,<br />

Sun? —inquirió un joven, con una tempestividad<br />

casi mortecina.<br />

—¿Qué es lo peor que podría pasar?<br />

Son solo un par de tragos de alcohol,<br />

he de suponer que el estupor de profilaxis<br />

debe ser por el consumo etílico,<br />

un poco de diversión y estaremos<br />

perfectamente.<br />

—No diría eso —si bien las palabras de<br />

León siempre fueron álgidas, aquella<br />

vez se entenebrecieron sobremanera—.<br />

He estado investigando, Sun, acerca de<br />

qué es lo que se experimenta cuando<br />

uno pide «<strong>La</strong> Experiencia». Hablé con<br />

Gus Guevara, él narra lo siguiente, que<br />

te transcribo para tu comodidad, y cito:<br />

»¡Es una locura! En sueños he visto,<br />

querido León, una tierra fértil, mares<br />

infinitos y sombras protectoras que<br />

hacían un Edén vivo, bellas damas se<br />

aproximaban riendo a mis costados,<br />

mientras sonreía a un horizonte donde<br />

se conjugaba la hiel de un sol que urdía<br />

en el fin del tiempo nuestra destrucción<br />

con la algazara a la que me sometían<br />

aquellas. Recuerdo haber besado una<br />

de ellas, lo que me privó de la vista también<br />

en aquel mundo, otra de ellas jugó<br />

con mi sexo hasta sentarse sobre él, era<br />

un paraíso de lascivia, amigo León…<br />

—¿Y? —anotó Sunny, ante el sepulcral<br />

silencio del otro lado de la línea—, ¿León?<br />

¿Qué más te refirió Gus?<br />

—Él se echó a llorar, su visaje medró<br />

en el apoco, algo ominoso se instaló en<br />

sus memorias…<br />

—¿Qué dijo?<br />

—Mierda, León, ninguna de ellas tenía<br />

rostro.<br />

Arribaron prestos tiempo después<br />

a la esquina que sirve de antesala al<br />

corredor tenuemente iluminado por<br />

el neón gastado de la pobreza que los<br />

desembocaría en Element.<br />

Para León, avezado en mantener un<br />

bajo perfil, fue natural escurrirse al recibidor<br />

del bar; la hermosa tabernera llamó<br />

su atención, indicando mediante palabras<br />

suaves e ininteligibles, más como<br />

un mensaje onírico que estaba enterada<br />

que su pedido era «un trago y un sueño»,<br />

sirviendo un líquido cobrizo y embriagantemente<br />

seductor que pronto se perfiló<br />

amargo y bello hasta su estómago,<br />

ascendiendo a su cerebro para desfogar<br />

una beoda sensación en su cuerpo.<br />

Conducido por aquel ser incorpóreo,<br />

se deslizó hasta una sala totalmente<br />

oscura, donde otras manos de imposible<br />

paz vendaron sus ojos, y, entre susurros,<br />

parecían buscar llevarlo a un estado<br />

completo de estupor, adormilarlo<br />

lo suficiente mientras lo conducían a<br />

93


otra habitación, donde fue depositado<br />

en una silla ergonómica, situada<br />

en medio de lo que pudo identificar<br />

sensorialmente como una atmósfera<br />

enrarecida; similar a la sensación de<br />

caminar en el agua.<br />

Primero pareció sumirse en un sueño<br />

solaz, donde Sunny aparecía desnuda,<br />

revelando con un rosado especial<br />

en sus mejillas el amor infinito siempre<br />

profesado hacia él, y, aunque este experimentó<br />

un movimiento sentimental<br />

en sí, fue incapaz de proceder en aquella<br />

fantasía, retrotrayéndose a aquella<br />

habitación, donde los jadeos de Sunny<br />

se acompasaron a una melodía aciaga,<br />

el chillido de una criatura que, esperando<br />

no herir la sensibilidad de concreción<br />

del lector, parecía desdoblarse<br />

por el tiempo, perturbando no solo la<br />

materia para poder ser recibido por<br />

León, sino parecía extenderse en el pasado,<br />

alterando sus memorias con ese<br />

canto que incitaba a la lascivia, misma<br />

que era exigua, casi nula en León.<br />

Apocado y con lasitud, León se deshizo<br />

de la tela que vedaba su visión, solo para<br />

recibirse con una imagen que también fue<br />

capaz de desdoblarse temporalmente.<br />

Frente a él, una masa solo descriptible<br />

como anacrónica, prehistórica,<br />

imposible jugaba en esa inmensa sala,<br />

siendo León incapaz de discernir con<br />

puntualidad la anatomía absoluta de<br />

aquella criatura, tratándose más de<br />

un hacinamiento de carne que parecía<br />

atezada no por una llama, sino por la<br />

pátina de los siglos, consumida por la<br />

94


lenta erosión de oxígeno. Sobre esas<br />

costras seculares se tejían órganos externos<br />

que supuraban icor, así como<br />

aquel gas que dificultaba la respiración<br />

y enrarecía la atmósfera. De forma piramidal<br />

y ascendente, en la copa de<br />

aquel ser reposaba una figura que parecía<br />

un sombrero, un adorno artificial,<br />

que pronto, para horror de León, se<br />

alzó, mostrando un cartílago oleaginoso<br />

del que descendió una resina ópalo,<br />

que provocó el espasmo en lo que<br />

más horrorizaba de aquella visión: en<br />

la base, numerosos tentáculos se extendían<br />

hasta las bocas y los sexos de<br />

quienes habitaban aquel recinto, un<br />

templo erigido a la lascivia y los deseos<br />

prohibidos. Aquel vaho era el responsable<br />

de la alucinación que desencadenaba<br />

«la experiencia», pudiendo gozar<br />

de un evento que pluguiera el alma<br />

de cualquiera, y, alimentándose de líquido<br />

preseminal y lubricante vaginal,<br />

así como de la saliva cargada de deseo,<br />

aquella criatura succionaba esto de los<br />

usuarios, haciendo de su experiencia<br />

algo interactivo y más tangible.<br />

León solo pudo ahogar un grito en sus<br />

lágrimas, mientras aquella criatura bañada<br />

en éxtasis y placer parecía tampoco<br />

percatarse de la presencia y la ignominia<br />

del chico ante tal escena. Junto a él, Sunny<br />

jadeaba, exudando deseo, y el combustible<br />

que mantenía vivo a aquel ser. Eso<br />

fue suficiente para doblegar el espíritu de<br />

León y desbordar el llanto por sus mejillas,<br />

evento suficiente también para conducirlo<br />

a la muerte por su propia mano.<br />

95


96<br />

EN LAS BUENAS<br />

Y EN LAS MALAS<br />

Por Tania Rivera


Solano abrió la puerta sin esfuerzo.<br />

Su sorpresa fue mayúscula cuando<br />

se encontró con una estancia<br />

perfectamente bien arreglada y decorada<br />

con buen gusto en lugar de un desastre<br />

de muebles rotos, ventanas quebradas<br />

y libros deshojados, una escena<br />

más propia de la mujer desesperada<br />

que llamó a la comandancia.<br />

El policía escuchó una voz que le<br />

llamaba desde la cocina; revisó que su<br />

arma estuviera cargada y avanzó con<br />

precaución hasta una luz que se observaba<br />

en el fondo.<br />

Sentada frente a la mesa estaba una<br />

mujer joven que sostenía una pistola<br />

entre las manos, de nuevo Solano<br />

se desconcertó, bajó el arma, abrió la<br />

boca para interrogar.<br />

—¿Gusta un café?<br />

Solano apenas y parpadeaba, ella se<br />

levantó elegantemente, dejó la pistola<br />

sobre la mesa y encendió la cafetera<br />

que de inmediato se adueñó del silencio<br />

de la cocina.<br />

—Señora, alguien llamó…<br />

—Sí, he llamado yo… maté a mi marido,<br />

Señor oficial. Tendrá que arrestarme,<br />

pero eso será después de que<br />

cuente mi crimen y para eso, tendremos<br />

que esperar el café.<br />

Aquel hombre que había estado expuesto<br />

al peligro por tantos años no<br />

sabía qué hacer, no enseñan eso en la<br />

Academia, finalmente suspiró y se sentó<br />

mirando fijamente a la mujer hasta<br />

que el café estuvo servido.<br />

—¿Alguna vez ha engañado a una mujer,<br />

Oficial…? Todos lo hacen, no mienta…<br />

si lo hace, sea precavido, una vez<br />

escuché que las mujeres matan con veneno<br />

porque es de cobardes, pero existimos<br />

mujeres, Señor que no tememos<br />

incrustar plomo en el pecho de un caballero…<br />

Escúcheme muy atentamente.<br />

Sólo contaré esto una vez y después<br />

deberá encargarse usted mismo con<br />

las autoridades.<br />

»Samuel y yo nunca hemos tenido<br />

problemas. Es un buen marido, debo<br />

admitirlo. Responsable, trabajador,<br />

consiente mis caprichos y alaba mis<br />

virtudes. Llevamos casados casi tres<br />

años ¿Muy poco para odiarlo tanto, no<br />

lo parece…? ¡Oh! No ha tomado nada<br />

de su café, adelante, sin miedo, no<br />

pienso envenenarlo. Usted es mi testigo…<br />

como sea, Samuel y yo nos amamos<br />

durante los primeros meses y nos<br />

tolerábamos desde entonces, actitud<br />

usual en los matrimonios, lo confieso.<br />

¿Usted es casado, Solano? Dice Solano<br />

en su placa ¿Verdad?... Perdone si divago,<br />

ensayé esto pero resulta más difícil<br />

de lo que pensé…<br />

»Hace un par de meses, Samuel actuaba<br />

muy raro, ya no venía a cenar y<br />

pretextando todo tipo de reuniones<br />

regresaba tan tarde que mis ojos eran<br />

incapaces de esperarlo despierto. Tiene<br />

otra mujer, supe de inmediato, ni<br />

siquiera me molesté en revisar si habían<br />

manchas de labial en sus camisas<br />

o perfumes extraños en su corbata, yo<br />

simplemente lo sabía ¿Entiende, Solano?<br />

De forma igual de repentina,<br />

Samuel comenzó a adelgazar, su cabello<br />

caía por manojos y las ojeras enmarcaban<br />

sus ojos.<br />

»Una noche decidí seguirlo. Lo vi<br />

salir de su oficina y desde la distancia<br />

acompañé sus pasos como lo juré ante<br />

el altar. Se detuvo frente a una casa<br />

rojiza con aspecto de prostíbulo de la<br />

revolución. Samuel entró cabizbajo,<br />

yo detrás de él. Hizo una seña y de la<br />

parte de atrás emergió una Medusa de<br />

cabellos oscuros y sonrisa de <strong>sirena</strong>.<br />

97


Pregunté a una mesera quién era: Magdalena,<br />

respondió ¡Hágame el favor!<br />

Vaya bromitas que hace el destino, mi<br />

marido me engañaba con una mujer<br />

que compartía nombre con la primera<br />

puta redimida por Jesús.<br />

»Samuel hablaba en voz baja y no<br />

pude escuchar mucho, la mujer lo observaba<br />

con lástima y le besaba las mejillas,<br />

no pasó mucho tiempo para que<br />

un par de hombres se acercaran e hicieran<br />

señas de que los siguiera. Mi marido<br />

avanzó lentamente, yo me acerqué lo<br />

más que puede hasta que entró en un<br />

cuartucho escondido entre las sombras.<br />

»<strong>La</strong> oficina de Eusebio Marín apestaba<br />

a tabaco y ron, no reproduciré<br />

toda la conversación para su buena<br />

suerte, Solano, sólo diré que Samuel<br />

había apostado hasta el alma y aquél<br />

bastardo pensaba cobrársela. Salí sin<br />

hacer ruido y fui a casa, donde esperé<br />

despierta los pasos usuales en la sala.<br />

»Los días hicieron que Samuel continuara<br />

consumiéndose, constantemente<br />

lo escuchaba hacer cuentas en voz baja,<br />

siempre negando con la cabeza, estaba<br />

tan mal que ni siquiera pasó por mi<br />

mente reclamarle por Magdalena. Una<br />

noche en que Samuel había llegado<br />

temprano, tomé una determinación: en<br />

las buenas y en las malas… Me presenté<br />

en el burdel y pedí hablar con Eusebio.<br />

—He vendido todo lo que tengo —<br />

dije—. Tengo la mitad del dinero que<br />

le debe mi marido. Perdónele la vida y<br />

acepte por favor.<br />

Eusebio me miró con malicia, tomó<br />

el dinero y después me empujó contra<br />

el escritorio.<br />

—Entenderá, Señora, que negocios<br />

son negocios. No puedo perdonar una<br />

98


deuda así como así… levantó mi falda<br />

y comenzó a acariciar mis muslos. Cerré<br />

los ojos y pensé en Samuel y en el día de<br />

la boda. En las buenas y en las malas…<br />

»Cuando la deuda fue saldada, Samuel<br />

se recuperó de inmediato. Comenzó a ser<br />

más amoroso, más atento. Me llevaba a<br />

cenar cada noche a un lugar diferente,<br />

me compró vestidos nuevos y me decía<br />

lo hermosa que era todas las mañanas.<br />

Supuse que el precio que había pagado<br />

valía toda esa felicidad. No sabe cuánto<br />

me arrepiento de haber sido tan estúpida.<br />

»Pasados un par de meses, Samuel<br />

regresó a su antigua vida. Yo lo veía todas<br />

las mañanas marcharse y regresar<br />

con los besos de Magdalena tatuados<br />

en la piel. Lloré durante noches y noches,<br />

primero por Samuel y luego por<br />

recordar las manos asquerosas que me<br />

habían tocado en aquel burdel.<br />

»Ayer me dijo que iba a largarse con<br />

ella, no pude más. ¿No habíamos prometido<br />

que estaríamos juntos en las<br />

buenas y en las malas? Tomé la pistola<br />

y le asesté tres balazos en el pecho. He<br />

estado encerrada aquí desde entonces.<br />

Horneé sus galletas favoritas y después<br />

llamé a la policía<br />

»¿Quiere más café, Solano? Es un<br />

poco amargo como mi alma, no está<br />

tan mal… en fin, ya lo he contado todo.<br />

—¿Y el cuerpo?<br />

Unos pasos se escucharon en la entrada,<br />

un hombre se asomó en el umbral<br />

de la cocina.<br />

—¿Qué significa esto, Claudia...?<br />

Tres balazos sordos y el cuerpo muerto<br />

cayó al suelo.<br />

—Ahí lo tiene —señaló Claudia—. Ahora…<br />

¿Quiere una galleta? No creo que<br />

Samuel pueda comerlas.<br />

99


100<br />

JAZMIN DE<br />

PERRO<br />

Por Cristina Valero


Hacía más de tres días que Jazmín<br />

de perro conducía a través<br />

de una serpenteante y retorcida<br />

carretera desde la cárcel donde había<br />

cumplido condena por asesinato.<br />

El coche se deslizaba como una sombra,<br />

se movía con tanto silencio que<br />

nadie lo había visto pasar. Pero el corazón<br />

de Jazmín de perro saltaba abiertamente<br />

en su pecho y sus nervios en<br />

forma de pala cavaban un agujero en<br />

su estómago.<br />

Cuando el coche se sumergió en un<br />

laberinto de túneles y caminos las uñas<br />

de Jazmín de perro se incrustaron en el<br />

volante. <strong>La</strong> espuma del volante cedía<br />

dócilmente a sus nervios como alambres.<br />

No entendía por qué no giraba o hacía<br />

algo para impedir avanzar. Podía alejarse.<br />

Miró hacia atrás y recordó haber<br />

atravesado la misma ciudad veinticinco<br />

años atrás, esposado en el asiento<br />

trasero de un Renault 25. Podía alejarse.<br />

Tenía la posibilidad y el combustible<br />

suficiente para huir. Al cabo<br />

de pocas horas estaría lejos; se habría<br />

extinguido en dirección a las tinieblas.<br />

Pero también tenía la oportunidad mágica<br />

de dejar de luchar contra sí mismo.<br />

Tenía la oportunidad de descansar.<br />

<strong>La</strong>s manos nervudas de Jazmín de<br />

perro agarraron el volante como atornilladas<br />

a él. Entró en una calle y paró<br />

frente a una vieja casa. Permaneció mirándola<br />

unos minutos, con una mano<br />

asida al bolsillo de su chaqueta. <strong>La</strong><br />

casa parecía envuelta en una espesa<br />

bruma bajo un cielo completamente<br />

gris. Jazmín de perro desfrunció el<br />

ceño al recordar el objeto de su viaje.<br />

Suspiró y salió del coche. Cuando emprendió<br />

la marcha por el camino que<br />

conducía a la casa, empezó a llover. <strong>La</strong><br />

lluvia le obligó a cerrar ligeramente los<br />

ojos. Unos minutos después, ascendió<br />

por los peldaños desgastados del porche<br />

y se situó ante una puerta pintada<br />

de verde. Tiró de un mango de metal<br />

situado a uno de los lados de la puerta<br />

y sonó una campanilla.<br />

El señor Nicasio era bajo, de cabellos<br />

blancos, con unas manos y unas piernas<br />

que temblaban ligeramente.<br />

—¿Qué desea, caballero? —preguntó,<br />

amable, el señor Nicasio.<br />

Los ojos del señor Nicasio eran de un<br />

inquietante color gris y le daban a su<br />

rostro un aspecto de viejo actor de cine.<br />

—Me gustaría hablar con usted, señor.<br />

El señor Nicasio le hizo señas para<br />

que lo siguiera. Atravesaron el vestíbulo<br />

y se sumergieron en el salón. <strong>La</strong> débil<br />

luz de una lámpara iluminaba la estancia<br />

y Jazmín de perro pudo contemplar<br />

los cuadros pintados al óleo que colgaban<br />

de las paredes.<br />

El señor Nicasio le invitó a sentarse.<br />

—Usted dirá —dijo el señor Nicasio.<br />

Los labios de Jazmín de perro se<br />

apretaron y pensó en musitar cualquier<br />

mentira al darse cuenta de que el señor<br />

Nicasio estaba esperando que hablara.<br />

Pero era totalmente innecesario porque<br />

en sus adentros sabía que no estaba<br />

para mentir.<br />

—Señor, estoy aquí para pedirle<br />

perdón.<br />

El señor Nicasio buscó algún recuerdo<br />

en su memoria; intentó revivir el<br />

pasado para dar con aquel tipo que le<br />

estaba pidiendo perdón.<br />

—Creo que se equivoca, joven.<br />

El señor Nicasio nunca había visto a<br />

Jazmín de perro. Sin embargo, Jazmín<br />

de perro sabía muy bien quién era el<br />

señor Nicasio.<br />

—Su hija… —explicó Jazmín de perro<br />

con voz suave—. Yo maté a su hija.<br />

101


El señor Nicasio miró a través de la<br />

ventana y pudo ver que los pétalos de<br />

las flores que ondulaban suavemente<br />

en el jardín se inclinaban con la lluvia.<br />

Jazmín de perro se aclaró la garganta:<br />

—Le pido perdón, señor.<br />

El señor Nicasio se acercó a Jazmín<br />

de perro y con ternura le puso una<br />

mano sobre el hombro.<br />

—Jamás imaginé que vendría —dijo<br />

el señor Nicasio—. Perdoné hace muchos<br />

años.<br />

—¿Para qué? —preguntó Jazmín de<br />

perro.<br />

—Para sacarme aquel terrible y condenado<br />

peso con el que tropezaba y<br />

me corroía. Cuando pude perdonar<br />

dejé de hacerme daño.<br />

Jazmín de perro suspiró y notó que<br />

su respiración había dejado de estar<br />

tan acelerada.<br />

—Qué Dios le bendiga —dijo el señor<br />

Nicasio.<br />

—Gracias, señor —respondió Jazmín<br />

de perro con agradecimiento.<br />

Jazmín de perro cruzó la puerta y<br />

bajó las escaleras del porche. Sus zapatos<br />

repiqueteaban la madera de los<br />

peldaños cuando de repente se detuvo<br />

como alcanzado por un rayo.<br />

—¡Yo no te perdono! —gritó la señora<br />

Nicasio, situada en una ventana de la<br />

segunda planta de la casa.<br />

Jazmín de perro quedó suspendido en la<br />

calle. <strong>La</strong> señora Nicasio le disparó con una<br />

escopeta en el estómago y le hizo un agujero<br />

en forma de vaso. Jazmín de perro se balanceó<br />

como si estuviera borracho hasta caer al<br />

pavimento con las manos en el vientre.<br />

—¡Yo no te perdono! —gritó de nuevo<br />

la señora Nicasio, enfurecida.<br />

<strong>La</strong> señora Nicasio siguió disparando<br />

mecánicamente sobre el cuerpo de<br />

Jazmín de perro, que yacía muerto en<br />

el asfalto mostrando una sonrisa fina y<br />

pulcramente en paz.<br />

102


a<br />

#ACERTIJO<br />

A un joyero le dan cuatro trozos<br />

de cadena de tres eslabones cada<br />

uno, y le encargan que los una<br />

para hacer con ellos una pulsera.<br />

Al hacer el presupuesto de la reparación<br />

el joyero calcula que tiene<br />

que soldar cuatro eslabones, a<br />

un Euro cada uno el precio seria<br />

de cuatro Euros, pero el cliente no<br />

esta de acuerdo y le dice como hacerlo<br />

soldando solo tres eslabones.<br />

¿Cómo lo hizo?<br />

<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />

103


LAS FIGURAS<br />

TEXTUALES DE<br />

PENSAMIENTO:<br />

LA DESCRIPCIÓN<br />

Por Maximiano Revilla<br />

Vamos a ver si consigo explicar, escritor<br />

o poeta principiante, a ver si<br />

llevo, a esas manos que se posan<br />

sobre tu pecho repleto de bienvenidas,<br />

de estilos de formas de dichos en las<br />

fronteras del abandono o las despedidas,<br />

algo más que los tres sentimientos<br />

que se hilvanan con las antiguas argucias<br />

de los recursos poéticos. Sí, vamos<br />

a ver si soy capaz de crear figuras de<br />

pensamiento, de paisajes, de personas,<br />

104<br />

de cosas ficticias o reales, de cinco o<br />

seis intenciones que me desbordan y<br />

te describo, de la ceniza de los cigarros<br />

que se queman mientras nos transformamos,<br />

entre un instante y otro, aquello<br />

que se ve a los laterales de las carreteras<br />

de humo ascendiendo al infinito.<br />

¡Y sí! ¡Ya os lo digo! Claro que puedo<br />

bailar entre un texto y otro texto, pero,<br />

puesto que todos sus enunciados me<br />

invitan a unificar la significación y los


argumentos de sus conspiraciones globales,<br />

a taponar o expandir consciente<br />

o inconscientemente sus fisuras, a proteger<br />

de cualquier disparo sus avalanchas,<br />

incoherentemente me contengo.<br />

No quiero mentiros, ni por mi falta<br />

de reajuste en la textura de los tiempos,<br />

introducir con prisas las conclusiones<br />

a las que, por sí solos, ya tendríamos<br />

que haber llegado, sobre todo, para<br />

no tener que ser pragmático luego, y<br />

dinamitando las interpretaciones decir,<br />

que ya os lo dije. Particularmente,<br />

y más que nada, porque las pruebas<br />

demostrarán como es que nacen, para<br />

la elaboración del discurso, las figuras<br />

de pensamiento en la inventio o la dispositio<br />

y se proyectan hasta esperar su<br />

veredicto en la elocutio, casi, casi descifrando<br />

de sugestiones al mundo, por<br />

supuesto, mucho más allá del mundo<br />

festivo de mi rutina.<br />

105


No me voy a detener a enumerar los<br />

distintos pensamientos con los que comunica<br />

el alma su existencia; ya que, a<br />

poco que nos demos por aludidos, aunque<br />

nos duela, sabemos cuáles son los<br />

nuestros; lo que sí os puedo decir es<br />

que al ser estos, el alimento precocinado<br />

para crecer y desarrollar las figuras<br />

que nos atañen, nadie ha conseguido<br />

descifrar con exactitud hasta donde<br />

pueden volver y anidar sus revoluciones;<br />

su atraganto o su abstinencia, su<br />

ingobernabilidad o esa capacidad que,<br />

para ser y vivir donde las apetezca, no<br />

conocen límites, ni aceptan inquisiciones,<br />

ni negocian los capítulos de las<br />

anarquías de su literalidad.<br />

Y sí, ¡claro que sí! Estas figuras deben<br />

caminar al ritmo que acercan las<br />

coherencias que se negocian en cualquier<br />

despilfarro, las cohesiones decorativas<br />

del envoltorio de la cojera del<br />

infortunio de mis alucinaciones; debieran,<br />

por supuesto, conservar y cultivar<br />

esa adecuación, triple o gemela, de la<br />

que todo enunciado estilístico, de una<br />

u otra forma, es portadora, esa que<br />

para contextualizar y continuar siendo<br />

capaz de conseguir abrir y conquistar<br />

pensamientos desconocidos, junto a<br />

las relaciones garabateadas en la cercanía<br />

de un original postulado, se han<br />

de reciclar y recitar efusivamente hasta<br />

que sorprendan y calmen o duelan.<br />

Puesto que el pensamiento alcanza<br />

a ver más allá de donde normalmente<br />

llega la mirada de las unidades léxicas;<br />

estas figuras, ampliando o disminuyendo,<br />

incluyendo o excluyendo su contorno<br />

a la conveniencia de su intención<br />

comunicativa, crean alrededor de esa<br />

realidad habitual de los hombres, otra<br />

que, desde la significación conceptual<br />

de las palabras, puede hacer que se miren<br />

y se vean, no como son, sino como<br />

podrían llegar a ser. ¡No, no! ¡Sí, mejor<br />

aún!, como deseásemos que llegasen<br />

a ser: figuras que sin sometimiento,<br />

desparramando todos sus encantos<br />

mentales ponen, quitan, intercambian,<br />

sustituyen y dan la vuelta, o un giro y<br />

otro giro más a los contenidos semánticos,<br />

o lo que es lo mismo, amplían su<br />

significado concreto, ese que siempre<br />

hemos tenido de las palabras, más que<br />

nada y sobre todo, el de ese que aparece<br />

en las enciclopedias, ese que, por<br />

mucho que nos disguste, al rompernos<br />

la rutina, lo que pretende es echar a<br />

volar hasta encontrar nuevos sentidos<br />

y nuevas interpretaciones con las que<br />

alargar los enunciados, esos que han<br />

de hacer cosquillas en la cara de los espíritus<br />

traseros.<br />

Sí, por supuesto que son estas figuras<br />

las que fuerzan sus significaciones,<br />

sobre todo en este momento de colores<br />

y humanos inconformistas, hasta<br />

esos extremos nunca antes imaginados,<br />

cada una de las conclusiones a las<br />

que nos llevan hoy, desde esa dimensión<br />

pragmática del lenguaje que sirve<br />

para elevarnos o dejarnos caer antes<br />

de tumbarnos plácidamente a ver la<br />

tele, hasta casi, casi rozar el líquido<br />

rojo de todas las contiendas.<br />

<strong>La</strong>s figuras de pensamiento, sin saber<br />

muy bien por qué, viajan plácida-<br />

106


mente, desde aquí hasta aquí, en los<br />

transportes subvencionados por las<br />

formas lingüísticas que condicionan<br />

los textos. Disparan a los vecinos inquietantes<br />

huevos de Pascua, rellenos<br />

de intrigas y deseos que despiertan y<br />

desnudan a todas esas muñecas rusas<br />

que se han trasladado, no hace mucho<br />

de ello, al barrio; esas que no dejan<br />

descansar ni dormir un momento al<br />

lector en sus primeras formas, en el<br />

sofá de su casa, en la conspiración de<br />

sus paseos.<br />

Y así, al ser estas figuras, con todo lo<br />

que ello pueda o no pueda suponer, un<br />

fenómeno expresivo que tiene su génesis<br />

en los niveles macroestructurales del<br />

texto, se recopilan desde las formas del<br />

contenido o la significación, o desde la<br />

acumulación de sus significantes, en<br />

una serie de procesos intelectuales, que<br />

se manipulan sobre todo y según convenga,<br />

de dos formas diferentes: una,<br />

en la que principalmente interviene la<br />

razón de los que hablan y la de los que<br />

escuchan, y otra, que se mueve con plena<br />

libertad por las formas imaginativas<br />

del ser humano, ese que negocia con<br />

acuerdos personales otros sinsentidos.<br />

Pues claro que la semántica puede<br />

ser un cuento que nunca termina, pero<br />

vamos a ver si lo encerramos entre<br />

vallas publicitarias que nos faciliten,<br />

como poder tatuar sus composturas<br />

en las inmediaciones del vientre, muy<br />

cerca de tu sexo lamido, en el hombro<br />

o en la mano o en la cintura o en el pecho,<br />

o ¿por qué no?, en la oreja o en los<br />

cuartos traseros del conformismo o del<br />

inconformismo; allí donde las figuras<br />

semánticas, ateniendo a la definición<br />

extensa de los informes actuales, esos<br />

que se refieren a los aspectos del significado<br />

desde el sentido o la interpretación<br />

de los signos lingüísticos como<br />

símbolos, palabras, expresiones o representaciones<br />

formales que llegan<br />

modositos y se ajustan, hasta conseguir<br />

ser solo uno en todas sus variaciones,<br />

al contexto, al conocimiento del<br />

mundo, a la intención comunicativa.<br />

No, no puedo dejar, de no pensar en su<br />

conjunto, en esa construcción artística<br />

y arquitectónica de sus encuentros, en<br />

el momento cumbre de su inesperada<br />

aparición, en esa que me descubre<br />

como con las figuras semánticas no se<br />

busca nada que antes no se hubiese<br />

perdido por mi cabeza.<br />

<strong>La</strong>s figuras textuales son las que<br />

competen y se desarrollan en la cuna<br />

de la estructura textual, orquestando<br />

variaciones capaces de modificar el<br />

discurso lógico y, de paso, el sentido<br />

común del habla colectivo; totalmente<br />

innecesario, sí, es cierto, pero que<br />

visual y mentalmente, gana puntos<br />

extra cuando lingüísticamente se materializa<br />

fuera de la amistad convencional,<br />

lejos de la familia comprensible<br />

y protectora, cerca de los criterios de<br />

corrección, claridad, elegancia y adecuación<br />

que siempre se buscaron. Los<br />

cambios en la estructura de los textos,<br />

las derivaciones, las incorporaciones o<br />

eliminaciones de segmentos textuales,<br />

consiguen forzar la mente lectora hasta<br />

conseguir hacer que entremos en ese<br />

107


juego que nos propone la búsqueda de<br />

la solución perfecta.<br />

Y hablar de soluciones y de figuras<br />

textuales, es hablar de la descripción<br />

¡Sí, sí, ya os lo digo! Sobre todo y más<br />

que nada porque la descripción es<br />

asociativa y vuela en low cost, en bandadas<br />

de letras y pájaros que buscan<br />

un mismo destino. Sé que se presenta<br />

sin juzgar; sin absolver ni condenar,<br />

abriendo huecos en las paredes que tapian<br />

las vistas del horizonte, acaso, con<br />

la intención de que así lleguen claridades<br />

a las cabezas de las personas vacías<br />

o llenas por tantas compensaciones<br />

como ofrecen las horas sindicales.<br />

Sobre los objetos comunes, despliega,<br />

con o sin espíritus vagos, sus alas inventivas,<br />

dibuja claridades, y obsequia<br />

con presentes sin que por ello sean<br />

días de onomásticas.<br />

Y sí, también sé que, por muy raro<br />

que parezca, permite descubrir, detrás<br />

de cualquier máscara, todos esos lugares<br />

vivos o muertos que se crean, con<br />

una o dos afirmaciones o mentiras, y<br />

en los mundos donde no tiene cabida<br />

la inactividad del autor, se esfuerza,<br />

en extremo, para presentar sus parabienes<br />

y en aquellos otros en los que<br />

nunca se estuvo, pero que sin embargo<br />

siempre se deseó estar, busca revivir,<br />

junto a las mentes lectoras, algo más<br />

que los automatismos.<br />

Allá y aquí, han de ser, en algún momento,<br />

invitados importantes, besos que<br />

se regalan cada mañana para hacerla<br />

distinta. <strong>La</strong> descripción se presentan, sobre<br />

todo, para que nazcan en las mentes<br />

de quienes miran o leen, dos o tres evidencias,<br />

por lo común, y en los menús<br />

de los mercados, desde la luminosidad<br />

del día, tres o dos realidades, muchísimo,<br />

más ampliadas de lo que generalmente y<br />

en primera instancia se presentan.<br />

<strong>La</strong> descripción es un retorno que<br />

busca ir, y volver a ir, de la luz al silencio,<br />

de Dios a las cosas; del hombre al hombre<br />

como mascota viva de otro hombre.<br />

Es la figura de los reencuentros, de las<br />

colectividades, de la solidaridad, de las<br />

ideas y de los sentimientos de todos y<br />

de todas las generaciones que han venir,<br />

de pasar y criticar, para seguir así<br />

evolucionando. Es la figura que convoca,<br />

sin discriminar a nadie ni a nada,<br />

a los entendimientos. Entre sus líneas<br />

y parámetros fijos, acoge una variada<br />

pluralidad de elementos dispares o tipos<br />

distintos que, sin destacar ninguno,<br />

108


epresentan o exponen detalladamente<br />

una sucesión de imágenes ante los<br />

ojos; seguro que con el único fin de programar<br />

un poco más el pensamiento.<br />

Y como con alguna de las modalidades<br />

descriptivas he de dar comienzo,<br />

quiero hacerlo con la écfrasis que<br />

explica como patalear el abdomen de<br />

las imágenes plásticas con un texto<br />

verbal, con un escrito capaz de conseguir,<br />

a partes iguales, hacer llorar y<br />

reír de impotencia, con la ilación de<br />

palabras y más palabras escogidas<br />

solo para poner ante los ojos la literalidad<br />

de una obra de arte, su realidad o<br />

su ficción, sobre todo, teniendo como<br />

única causa y único motivo de su existencia,<br />

la existencia de ese texto. Texto<br />

que siendo capaz de expresar el movimiento<br />

y el tiempo pretende imitar la<br />

materialidad del espacio y la quietud<br />

de las obras plásticas, para que estas,<br />

interactuando con las otras, alcancen<br />

su propio movimiento y su propio<br />

tiempo, desde ese principio individual<br />

que trasforma las lecturas en imágenes<br />

palpables, hasta todos esos finales que<br />

acercan las miradas colectivas. <strong>La</strong> écfrasis<br />

es como una de esas vecinas alcahuetas,<br />

cuyo único motivo de su existir,<br />

es descubrir a los demás todas las<br />

interioridades de las obras de arte: pintura,<br />

escultura, arquitectura, cuerpos y<br />

formas en las que se desnuda el autor.<br />

<strong>La</strong> hipotiposis sin que nada esté presente<br />

pone, escena tras escena, de forma<br />

detallada, todo ante nosotros, de manera<br />

que, su realismo, su viveza, su eficacia, su<br />

energía, su latido, su fuerza, nos abra los<br />

ojos hasta alcanzar a emocionarnos. <strong>La</strong><br />

hipotiposis fue para el escritor y retórico<br />

Quintiliano (…) «la imagen de las cosas,<br />

tan bien representada por la palabra que<br />

el oyente cree verla mejor que sentirla».<br />

El retrato es la combinación de la<br />

prosopografía que describe el exterior<br />

de las personas, las primeras impresiones,<br />

los disgustos o alegrías que<br />

trajo, más que nada, por no esperar a<br />

conocer de ellas, su etopeya o lo que es<br />

lo mismo, sus rasgos interiores, su carácter,<br />

su forma de pensar y de ser, su<br />

moralidad y espiritualidad, sus gustos<br />

y valores. <strong>La</strong> pragmatografía consiste<br />

en la descripción de objetos y de acciones.<br />

<strong>La</strong> cronografía describe instantes<br />

determinados temporalmente. <strong>La</strong> topografía<br />

es la descripción del terreno<br />

o de lugares reales y la topotesia, es la<br />

descripción de lugares imaginarios.<br />

109


110<br />

Cuando Anja<br />

tuvo que<br />

meterse al<br />

mar<br />

Por Juan Pablo Goñi Capurro


Anja temía introducirse en el mar.<br />

<strong>La</strong>s noticias hablaban de decenas<br />

de miles de muertos en el mundo,<br />

durante los tres meses transcurridos<br />

desde el gran deshielo, cuando los<br />

océanos avanzaron sobre las costas y<br />

se metieron tierra adentro.<br />

Poco habituadas al mar, millones<br />

de personas en los cinco continentes<br />

habían recibido a su nuevo vecino<br />

con cierta euforia y se habían metido<br />

a nadar en costas aún no exploradas,<br />

resultando fáciles presas de mareas extrañas<br />

y accidentes no previstos. Bajo<br />

las aguas había infinidad de objetos<br />

y maquinarias propias de la actividad<br />

anterior a la gigantesca crecida, que se<br />

convertían en trampas fatales para los<br />

negligentes nadadores.<br />

Hasta esa mañana fresca de abril,<br />

Anja no había hecho más que mojarse<br />

los pies en la barrosa espuma de la<br />

orilla, que comenzaba a veinte metros<br />

de su casa, donde antes empezaba el<br />

campo. Recordaba con claridad el paisaje<br />

previo, sabía que allí –en teoría–<br />

no había más que un suelo llano, más<br />

no se atrevía a desafiar ese elemento<br />

majestuoso y desconocido.<br />

Para peor, carecían de lanchas, botes<br />

o embarcaciones mayores. ¿A quién se<br />

le ocurriría brindar un servicio de transportes<br />

marítimos en una zona seca, llana<br />

y a quinientos kilómetros de la playa<br />

más cercana? Recién una semana atrás<br />

habían inaugurado un muelle precario,<br />

que no servía más que para adorno pero<br />

que le valió a la ciudad el título de ser la<br />

primera en la provincia con un embarcadero.<br />

Banda militar incluida, el intendente<br />

cortó las cintas y dio un paso sobre el<br />

tendido de maderos, que parecía más la<br />

reconstrucción histórica de un fortín de<br />

frontera que un muelle con fines útiles.<br />

<strong>La</strong> alternativa de pedirle a un vecino<br />

que la llevara, quedaba descartada<br />

por la referida falta de opciones. Anja<br />

no encontró otra solución, tendría que<br />

meterse en el mar y caminar por el<br />

agua salada, cuidando de no meter el<br />

pie en algún pozo o de enredarse con<br />

un alambrado de púas –o de no ser<br />

atrapada por algún arado, que de todo<br />

había quedado sumergido–. No existía<br />

otra manera de llegar a la colina del peregrino<br />

que no fuera andar sobre el mar<br />

esos cinco kilómetros, rogando que las<br />

idas y venidas de las mareas no hubieran<br />

socavado el suelo llano.<br />

<strong>La</strong>s aguas eran muy oscuras, arrastraban<br />

tierra y pastos, pasaría un buen tiempo<br />

hasta que adquirieran el color que el<br />

océano ofrecía en las postales veraniegas.<br />

<strong>Año</strong>s, décadas quizás. Anja no podía<br />

esperar, tenía urgencias que sofocar.<br />

Esa inmensidad amarronada y ondulante,<br />

impedía ver la loma donde<br />

esperaba Ruiz. ¿Por qué los habían llevado<br />

a la loma en vez de regresarlos al<br />

pueblo, qué les hubiera hecho recorrer<br />

cinco kilómetros más? Ciudad, se corrigió,<br />

no fuera cosa que se le ofendieran<br />

las vecinas.<br />

Enojarse o lamentarse no la llevaría<br />

hasta la loma. Cuando más dilatara la partida,<br />

más cerca estaría el invierno; a los<br />

riesgos que evaluaba, se le sumaría el de<br />

la hipotermia. Al menos contaba con una<br />

mañana soleada, clara, que la ayudaría a<br />

hallar la manera de sortear obstáculos.<br />

Hizo una prueba; caminó, recibió el<br />

embate ligero del resto de una ola, el<br />

agua le cubrió los tobillos; siguió introduciéndose<br />

mar adentro, le llegó a<br />

las pantorrillas, otra ola le salpicó las<br />

rodillas al golpear con sus huesos. No<br />

estaba tan fría como en las vacaciones<br />

que recordaba.<br />

111


Cargó aire y avanzó quince, veinte<br />

metros; como especularan conocidos y<br />

vecinos, el agua seguía al mismo nivel,<br />

el suelo se mantenía raso. Sin que la<br />

confirmación de las informaciones recibidas<br />

le procurara alivio, regresó por<br />

la silla de ruedas; no sólo debía ir hasta<br />

Ruiz, también tenía que traerlo consigo.<br />

Encaró las aguas empujando el rodado.<br />

<strong>La</strong> resistencia era suave, el piso<br />

blando no tenía más de cinco centímetros,<br />

luego tocaba el cemento. Anja había<br />

decidido seguir la ruta, esa que pasaba<br />

por la esquina de su casa y llegaba<br />

al pie de la loma. <strong>La</strong>s curvas eran pocas<br />

y corregiría el rumbo en su momento.<br />

Cinco kilómetros no parecían tantos,<br />

cuando los recorría en las procesiones<br />

que cada año realizaban a la gruta ubicada<br />

sobre la loma; en cambio, ahora<br />

el mar le iba comiendo piernas a cada<br />

paso. Que el mar se hallara calmo, era<br />

otro motivo para alegrarse, pero Anja<br />

sólo escogía motivos para quejarse.<br />

A una hora de haber iniciado el camino,<br />

se detuvo para recuperar el ritmo respiratorio.<br />

Si por ella fuera, hubiera dejado a<br />

Ruiz en la loma; pero el doctor Gutiérrez<br />

estaba cansado de jugar a las escondidas.<br />

Pese a que sólo tenían cuarenta días<br />

juntos, pretendía casarse para recorrer el<br />

pueblo a salvo de las habladurías.<br />

El cura había sido intransigente; no<br />

la casaría como viuda hasta que no le<br />

trajera el cadáver de Ruiz. Y los idiotas<br />

de prefectura lo habían dejado en la<br />

loma del peregrino, en vez de regresarlo<br />

al pueblo.<br />

112


113


114<br />

EMILY<br />

Por Racconto Urahara


Cuando desperté todos estaban<br />

muertos. Un montón de polvo y<br />

cabello marcaba sus tumbas; un<br />

montón para mi esposo, un montón<br />

para nuestra hija. Miles de montones<br />

para la ciudad. No había sangre u olor,<br />

solamente mi dolor. Tuve que guardarle<br />

un luto breve, condensado, a mi familia,<br />

porque luego de la agonía de esas<br />

pérdidas vino el descubrimiento de que<br />

muchas, muchas otras pérdidas habían<br />

tenido lugar esa madrugada. No había<br />

quién me pusiera un tranquilizante para<br />

mitigar mi pánico, ningún policía que<br />

tomara mi declaración, no existía nadie<br />

que viniera a recoger los restos.<br />

Solamente quedaba yo —atravesando<br />

por ese neblinoso duelo de perder a<br />

mi familia y entrando en la embotada<br />

consciencia de que ahora debía guardarle<br />

luto a la ciudad completa.<br />

Ese luto tampoco duró mucho.<br />

Pronto me di cuenta de que mi ciudad<br />

no era la única víctima de la desolación.<br />

<strong>La</strong> madrugada del dos de diciembre<br />

el mundo entero había muerto.<br />

Montones de polvo carentes de olor<br />

es lo que quedó. Y yo.<br />

Yo quedé <strong>varada</strong> aquí.<br />

Por años he andado sin mucho rumbo,<br />

a ratos llorándole a la humanidad<br />

que pereció y me dejó en el abandono, a<br />

ratos consolándome con el pensamiento<br />

de que ahora están en un lugar mejor,<br />

a ratos horrorizándome por las maravillas<br />

de este mundo o maravillándome<br />

de sus horrores. En ciudades desiertas,<br />

entre tolvaneras de cabello y otros restos,<br />

en pequeñas cabañas o bajo el cielo<br />

desnudo yo he continuado mi vida (o lo<br />

que pasa por vida en mi situación).<br />

Hay un silencio hipócrita en el aire, tan<br />

marcado que al principio no me dejaba<br />

dormir. Ahora puedo acostarme y levantarme<br />

y cocinar y visitar lugares casi sin<br />

notarlo. Aunque a veces resurge, en general<br />

puedo barrerlo debajo de la alfombra.<br />

Tengo bastantes obligaciones que ocupan<br />

mi día; no pierdo tiempo distrayéndome<br />

con la única cosa inútil —el silencio— que<br />

terminaría volviéndome loca.<br />

Debo hacer todo por mí misma, lo<br />

cual no es tan malo como suena. Cuando<br />

algo se rompe o una herramienta se<br />

estropea, no la reparo, busco una nueva.<br />

Si no sé hacer algo o dónde encontrarlo,<br />

busco en internet.<br />

El internet sigue funcionando, la<br />

energía sigue funcionando, igual que<br />

las estaciones del año continúan su<br />

curso natural.<br />

De hecho, hay demasiadas cosas<br />

que siguen su rumbo normal, considerado<br />

que ya no queda gente. El wifi no<br />

es el único indicio de civilización, soldado<br />

en pie.<br />

He visto en primavera jardines recién<br />

podados.<br />

<strong>La</strong> primera vez que vi uno casi perdí<br />

la cabeza de la emoción. Pensé que había<br />

gente allí, ¡y tan desahogada para<br />

dedicarle atención al jardín! Sin embargo,<br />

no había nadie. No los encontré<br />

y no los encontraré.<br />

El internet sigue funcionando. Los jardines<br />

se podan solos. El mundo ha muerto.<br />

<strong>La</strong> radio transmite bloques de música<br />

o programas viejos, pero no hay nadie<br />

al aire, nadie habla de la catástrofe<br />

que arrasó al mundo y olvidó llevarme<br />

a mí. Todos hablan de eventos previos<br />

a ese dos de diciembre.<br />

En las redes es lo mismo. He buscado<br />

por todas partes y no hay una sola publicación<br />

de después de las 6 A.M. del 2<br />

de diciembre —excepto las mías.<br />

Al principio escribía y publicaba frenéticamente<br />

desde mis cuentas, es-<br />

115


perando contactar con alguien (mis<br />

familiares, amigos, un desconocido…).<br />

Visité y dejé mensajes en foros, portales<br />

de gobierno, blogs… Todo lo que se<br />

me ocurrió. Nunca hubo contestación.<br />

Luego empecé a escribir lo que hacía,<br />

lo que planeaba, a dónde iría. Luego:<br />

cómo me sentía. Escribía en cualquier<br />

cuenta que hallaba abierta. Si había<br />

cámara disponible cambiaba la foto de<br />

perfil y ponía una mía, por diversión.<br />

Se convirtió en un diario, testimonio íntimo<br />

desplegado ante un mundo vacío.<br />

Ocasionalmente todavía escribo,<br />

como ahora. Entro a un banco, enciendo<br />

la computadora de un ejecutivo y<br />

busco información sobre plantas con<br />

propiedades antiinflamatorias. Luego<br />

escribo un rato en las redes sociales. A<br />

veces veo fotos de gatitos.<br />

Ésas siempre me animan.<br />

-E<br />

xoxo<br />

Ahora escribo en papel.<br />

No creo que vuelva a encender una<br />

computadora jamás.<br />

Ayer respondieron a mi publicación.<br />

Por primera vez en años alguien hizo<br />

contacto conmigo, a través de una<br />

cuenta que no era mía, en la que ni siquiera<br />

había puesto mi foto.<br />

Saben mi nombre.<br />

<strong>La</strong> respuesta decía:<br />

«¿Dónde estás, Emily? Estamos buscándote.<br />

Sólo faltas tú.»<br />

*<br />

Hoy he encontrado una carta con mi<br />

nombre.<br />

No me atrevo a abrirla.<br />

FIN<br />

116


a<br />

#ACERTIJO<br />

Tenemos una garrafa con 10 litros<br />

de agua y otra con 10 litros de vino,<br />

se echan tres litros de agua en la<br />

garrafa de vino y se mezcla, después<br />

se vuelven a echar tres litros<br />

de la mezcla en la garrafa del agua.<br />

¿Qué habrá después del cambio,<br />

mas agua en la garrafa de vino o<br />

más vino en la garrafa del agua?<br />

<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />

117


118<br />

TEMPLE<br />

Por Daniel Felipe Aldana


El colegio es un lugar maravilloso,<br />

ahora que lo veo desde esta perspectiva,<br />

me arrepiento de no haberlo<br />

terminado. Sin embargo, no hay<br />

que llorar sobre la leche derramada,<br />

pues lo hecho, hecho está. Los muchachos<br />

ya se fueron a sus casas, mi turno<br />

es hasta las diez de la noche, luego llega<br />

el otro guardia a relevarme. ¿Qué<br />

hacer? Bueno, la idea es matar el tiempo,<br />

pero que quede bien muerto para<br />

que se pase en un abrir y cerrar de ojos.<br />

Doy rondas con la radio portátil que<br />

siempre porto en el cinturón, allí escucho<br />

programas de chistes, partidos<br />

de fútbol, noticias y una que otra radio<br />

novela. Paseo por los salones de clase,<br />

de vez en cuando me siento en un pupitre<br />

cualquiera y rememoro mis días de<br />

colegial, pero eso era otro cuento bastante<br />

diferente a esto, mis clases eran<br />

el campo, con profesores muy estrictos<br />

que a duras penas sabían hacer las<br />

operaciones matemáticas básicas; en<br />

cambio, lo que ahora ven estos jóvenes<br />

con su álgebra, dizque sumando y restando<br />

letras con números, ¡Ja! Quién<br />

lo diría. Ahora salen al mundo con un<br />

montón de cosas en la cabeza, increíble<br />

que, aun así, varios desperdicien<br />

todo ese conocimiento por andar en la<br />

vagancia y en malos pasos.<br />

Voy por uno de los pasillos, relajado,<br />

cuando escucho que una mesa se<br />

arrastra, como si alguien se hubiera tropezado.<br />

<strong>La</strong> bulla proviene del salón de<br />

informática. De inmediato le bajo todo<br />

el volumen al radio y me pongo alerta,<br />

caminando sin hacer mucho ruido.<br />

Cuando llego al salón, saco el llavero<br />

y ubico la llave apropiada, entonces la<br />

introduzco suavemente para abrir con<br />

el mayor sigilo que puedo dar. Adentro<br />

veo a un hombre joven, trigueño, de<br />

cabello negro, un poco bajo y delgado,<br />

que lleva en sus brazos una de las<br />

computadoras. Otro sujeto cuelga de<br />

una de las rejas que dan al techo, por<br />

la oscuridad me es difícil descifrar su silueta.<br />

Éste último termina por avisarle<br />

al primero de que estoy observándolos.<br />

Voltea a mirarme con la máquina en<br />

sus manos, se percata que estoy allí y<br />

se queda mirándome con tranquilidad,<br />

sin afanes. Como puede, él posa su<br />

dedo índice sobre los labios indicándome<br />

silencio, luego, con la misma serenidad,<br />

escala hasta subir al techo, allí<br />

arriba el otro individuo recibe el botín<br />

y ambos escapan por aquella abertura.<br />

Después me asomo por la reja y ya no<br />

hay rastro de los ladronzuelos.<br />

Hice lo correcto, llamé a la policía y<br />

ahora ellos están haciéndome preguntas<br />

y revisando el lugar del crimen, al<br />

final, dicen que van a investigar, pero<br />

conociendo mi tierra, eso es lo mismo<br />

que nada. Lo adecuado, sin embargo,<br />

era no omitir este suceso, debía dar<br />

aviso para no dar pie a la impunidad.<br />

Son las diez de la noche y mi compañero<br />

llega a relevarme, enseguida parto<br />

a mi casa, donde me espera despierta<br />

mi esposa, Dora, con un envuelto<br />

de maíz, un pedacito de queso y agua<br />

de panela con limón recién hecha. Le<br />

cuento lo sucedido, con todos los detalles<br />

mientras comemos en la sala. Se<br />

muestra entusiasmada por la historia<br />

y preocupada al mismo tiempo por mi<br />

seguridad. De hecho, y como siempre,<br />

Dora me ha leído la mente, puesto que<br />

no he podido sacarme del pensamiento<br />

esa señal de silencio que me dio ese<br />

joven. ¿Pero que más podría haber hecho?<br />

¿Quedarme callado y luego haber<br />

inventado otra historia? Eso pondría<br />

en juego mi honestidad, un valor que<br />

119


siempre me enseñaron a promulgar<br />

en la casa, además del sentimiento de<br />

justicia que me invade en estos casos;<br />

era lo menos que podía hacer, puesto<br />

que estoy un poco viejo y enfrentarme<br />

a esos hombres jóvenes habría resultado<br />

mal para mí, lo reconozco sin pena.<br />

Terminamos de cenar, nos lavamos<br />

los dientes y nos acostamos a dormir,<br />

abrazados como no lo hacíamos en<br />

mucho tiempo, su calor en mi cuerpo<br />

es el somnífero que tanto necesito.<br />

Me levanto a las cinco de la mañana<br />

porque tengo que hacer varias diligencias.<br />

Increíblemente dormí muy bien,<br />

bastante a pesar de las escasas horas<br />

descansadas. Dora se levantó también<br />

de buen humor, hizo unos huevos con<br />

salchicha deliciosos, con unas arepas<br />

de queso y chocolate caliente. Paso el<br />

día haciendo pagos de servicios públicos,<br />

mandando a arreglar el radio de la<br />

casa, haciendo unos recados para Dora,<br />

entre otras cosas. Se me va el día hasta<br />

que es tiempo de entrar a trabajar en<br />

mi turno desde las dos de la tarde hasta<br />

las diez de la noche, como ayer. Me<br />

despido de Dora con un beso tierno y<br />

un abrazo enorme; mi hermosa esposa,<br />

veinticinco años de casados y todavía<br />

me deslumbra.<br />

El trabajo transcurre sin novedades<br />

más que la de la gente preguntándome<br />

por la historia del robo, en un instante<br />

me convierto en el centro de atracción<br />

hasta que los muchachos terminan su<br />

120


jornada, entonces me dedico a lo usual,<br />

a matar el tiempo.<br />

Cae la noche, a escasa una hora de<br />

terminar mi día laboral. Pienso en Dora,<br />

sonrío sólo como un tonto enamorado<br />

al recordar ese beso. En medio de la distracción<br />

vuelvo a escuchar que varios pupitres<br />

se mueven, siento que el corazón<br />

se me va a salir del pecho, pero decido ir<br />

a investigar, nunca he sido un cobarde y<br />

mucho menos voy a empezar hoy. Con<br />

linterna y bolillo en manos, voy hacia el<br />

origen del sonido. En primera instancia<br />

no encuentro nada, todo en orden, supongo<br />

que era una rata o un gato. En ese<br />

momento, cuando estoy a punto de devolverme,<br />

alguien por detrás empieza a<br />

ahogarme con un cable alrededor de mi<br />

cuello, por acto reflejo suelto mis cosas y<br />

trato de zafarme, pero tiene mucha fuerza…<br />

en un abrir y cerrar de ojos un sujeto<br />

joven de apariencia familiar, trigueño, de<br />

cabello negro, un poco delgado y bajito,<br />

se para enfrente de mí para posteriormente<br />

golpearme con mi propio bolillo<br />

en el rostro y el cuerpo al tiempo que me<br />

lanza insultos llenos de rabia y sevicia.<br />

Inevitablemente voy perdiendo las fuerzas,<br />

veo todo borroso, la oscuridad se<br />

vuelve más profunda como las sombras<br />

del odio que me apabullan, pero solo<br />

puedo pensar en mi Dora y las incontables<br />

veces que tuve la dicha de ver su bello<br />

rostro, tan dulce y amable, sonreírme<br />

con ojos acaramelados… mi Dora… mi…<br />

Dora… mi… Do… ra… mi…<br />

121


LAS RAÍCES<br />

DE LA LECTURA<br />

Por Donís Albert Egea<br />

El desmerecimiento de todos los<br />

niveles de lectura, es prueba irrevocable<br />

de mala educación. <strong>La</strong><br />

buena intención con que maestros de<br />

escuela intentan mejorar el deterioro<br />

de los padres, los convierte en tutores<br />

de unos ideales de perfeccionamiento.<br />

El Sr. Miyagi decía en la película, Karate<br />

kid, que no existe mal alumno, sino<br />

mal maestro, y esto, al menos desde<br />

Nietzsche, puede resultar doloroso.<br />

122<br />

¿A quién no le ha sentado mal el pensamiento<br />

de Nietzsche? ¿Quién es el<br />

que propiamente puede decirme en<br />

qué momento Nietzsche ha demostrado<br />

que los valores cristianos están mal,<br />

en qué página? ¿No es acaso esa pretensión<br />

de reeducar a los niños buenos, un<br />

arrancarse las raíces a sí mismos para<br />

que corran y sean libres? ¿Y no es eso un<br />

tropezarse con las necesidades y morir<br />

lentamente por falta de alimento?


Claro está que más de una vez hubiéramos<br />

enviado a alguien a la mierda,<br />

pero después nos ha venido bien cuando<br />

lo hemos necesitado. Una madre es<br />

una persona capaz de entender que su<br />

hijo puede querer ser futbolista, querer<br />

tener menos granitos, o conquistar<br />

a una chica mayor, y allí está nuestra<br />

madre, a nuestro lado. Entiende que<br />

cada etapa de la vida tiene sus valores<br />

y sabe elegir bien las palabras del libro<br />

que nos va a regalar. Porque hay libros<br />

buenos y libros malos, y conflictos que<br />

a veces se resuelven con un razonamiento,<br />

pero otras —como diría Nietzsche—,<br />

rompiendo platos.<br />

Estoy seguro de que si Nietzsche hubiera<br />

nacido en esta época, hubiera tenido<br />

un pensamiento contrario al que tuvo<br />

en aquella, pero no es esa la cuestión.<br />

¿Cómo debemos educar a nuestros hijos?<br />

¿Qué es ser maduro: gritar o tragárselo?...<br />

123


<strong>La</strong> respuesta permanece en el aire,<br />

porque cada persona es un mundo, y lo<br />

que yo tengo que hacer para ser maduro,<br />

no es lo que tú debes de hacer para<br />

serlo. Kieran Egan dice que la imaginación<br />

de los niños, cuando les dices «érase<br />

una vez», está abierta a cualquier<br />

expectativa: el niño está abierto al verbo<br />

aprender, o dicho de un modo más<br />

contundente, es un libro abierto (33).<br />

En cambio, el adulto –entiéndase bien,<br />

el que le lee el cuento–, es un hipócrita<br />

que no sabe escuchar, que no observa,<br />

y que se sitúa por encima del niño. Tiene<br />

(tenemos) una mala conducta, porque<br />

aprender se aprende hasta de las<br />

hormigas, tanto de lo que se ha dicho,<br />

como de lo que se ha callado u obviado,<br />

que es igual de importante.<br />

Como dice Eric Berne, a algunos les<br />

cuesta dejar de ser niños y pasar a ser<br />

adultos (27-35), pero yo digo que también<br />

hay adultos sobrevalorados por<br />

sus arrugas, que tendrían que darse<br />

cuenta de que solo tienen el título de<br />

adulto, de que no saben nada de la<br />

vida, porque nunca han sido niños. No<br />

han sabido ser lo que eran, por las circunstancias<br />

que sean (guerras, pobreza,<br />

orfandad, traumas, etc.), y por tanto,<br />

no han leído suficiente o no han leído<br />

lo que tocaba.<br />

El que quiere crecer muy rápido, se<br />

olvida de que no tiene que arrancarse<br />

las raíces, sino trasplantarlas. Y el que<br />

no las ha trasplantado, nunca va a ser<br />

autosuficiente.<br />

124<br />

– Egan, Kieran. Fantasía e imaginación:<br />

su poder en la enseñanza. San<br />

Sebastián de los reyes: Morata, 2008.<br />

– Berne, Eric. Análisis transaccional<br />

en psicoterapia. Buenos aires:<br />

Psique, 1976.


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125


126<br />

ABSOLUCIÓN<br />

Por José Francisco Hernández


Rodeado de casuchas que tejen<br />

redes de vecindades laberínticas,<br />

con familias que lo único que tienen<br />

en abundancia es su miseria, se<br />

encuentra el templo de San Joaquín.<br />

Santuario que alberga un seminario y<br />

es cabecera de un panteón. Su interior<br />

es frío porque tiene mucha piedra en su<br />

construcción. Aun así, su silencio, sus<br />

altares, sus santos y sus vírgenes crean<br />

un ambiente sacro.<br />

En una de sus bancas de madera<br />

bien barnizada está sentado, con recogimiento,<br />

el padre Salvador. El padre<br />

Chava, como lo conocen sus feligreses.<br />

Joven, de corazón sencillo.<br />

Tiene la cabeza cubierta con el capuchón<br />

del hábito café de los Carmelitas<br />

Descalzos. No se sabe si está despierto<br />

o dormido, no se le ve el rostro. Permanece<br />

tan quieto que parece otro más<br />

de los iconos del templo. Ni la misma<br />

presencia que tiene a su lado lo saca de<br />

su misticismo.<br />

El hombre que está a su lado, permanece<br />

de pie. Ninguno de los dos se<br />

atreve a decir algo. El hombre de pie<br />

es un señor de entre cincuenta y sesenta<br />

años. Su rostro tiene rasgos inconfundibles<br />

del sufrimiento del alma.<br />

<strong>La</strong> inclinación de su espalda no es por<br />

la edad, es por su derrota. Sufre de alcoholismo,<br />

enfermedad que llevó a la<br />

tumba a su primera esposa y lo ha alejado<br />

de la segunda, una mujer joven de<br />

treinta y dos años.<br />

Sólo ellos dos están en el santo<br />

recinto.<br />

—Necesito de confesión —por fin se<br />

atreve a romper el silencio el hombre<br />

de pie.<br />

El sacerdote no se mueve, pareciera<br />

que no escucha.<br />

—Quiero confesarme —repite el hombre.<br />

El clérigo sigue sin moverse. El hombre<br />

ya no habla, agacha la cabeza haciendo<br />

más trágica su derrota.<br />

—No hay sacerdotes para confesarte —finalmente<br />

pronuncia el fraile con voz profunda.<br />

—¡No quiero otro sacerdote! ¡Quiero<br />

que tú me confieses! —contesta el feligrés,<br />

ahogando la exclamación.<br />

Otra vez el silencio. El hombre que<br />

desea la confesión se cubre el rostro<br />

con las manos en señal de desesperación<br />

y se deja caer de hinojos. El tiempo<br />

pasa y el silencio es flagelante.<br />

—Yo no te puedo confesar.<br />

—¿Por qué? ¿Acaso tú no eres<br />

sacerdote?<br />

—No te puedo confesar porque eres<br />

mi padre.<br />

—¡Por eso mismo, es necesario que<br />

seas tú quien escuche mi confesión!<br />

—Yo no puedo confesarte, no puedo<br />

oír tus pecados porque eres mi familia.<br />

—¡¿Qué no los preparan para confesar<br />

a cualquiera que necesite del perdón<br />

de Dios?!<br />

El clérigo no contesta la pregunta.<br />

Vuelve a su mutismo. El tiempo pasa y<br />

el hombre no se levanta.<br />

—¡Por piedad, confiésame!<br />

—No hay sacerdotes, vuelve mañana.<br />

—¡Mañana puede ser demasiado tarde,<br />

me siento morir de la pena, confiésame,<br />

no seas ingrato!<br />

Como el hombre desesperado está<br />

de rodillas, el sacerdote le dice: «reza el<br />

Señor mío Jesucristo».<br />

Con ansias, lo reza de corrido. El clérigo<br />

agrega: «Dime tus pecados.» El<br />

hombre tiene un brillo mortecino en<br />

sus ojos.<br />

—Acúsome de quitarle la vida a un hombre.<br />

Y como el sacerdote no expresa ninguna<br />

emoción ni emite preguntas, el<br />

confeso repite.<br />

127


—¡Ayer maté a un hombre!<br />

—¿Por qué lo mataste? —dice el clérigo<br />

con voz muy quedita, como si no<br />

quisiera que alguien oyera.<br />

—¡Lo encontré con mi esposa en mi<br />

cama, haciendo actos que sólo corresponden<br />

al marido!<br />

—¿Ella lo consintió?<br />

—¡Ni Dios lo quiera! ¡¿Cómo crees que<br />

mi esposa lo iba a consentir, si ella es<br />

una santa?!<br />

—¿Le preguntaste a ella si lo hacía por<br />

voluntad propia?<br />

—¡No, no hacía falta!<br />

—¿Conocías al hombre que mataste?<br />

—¡No supe quién era! ¡Estaba a media<br />

luz la recámara, disparé y salí corriendo!<br />

¡No he vuelto desde ayer a mi hogar!<br />

—¿Por qué no enfrentas las consecuencias<br />

de tus actos?<br />

—¡Tengo miedo de perder a mi esposa,<br />

de pasar mis últimos años en la cárcel!<br />

—¿No crees que fue en defensa<br />

propia?<br />

—¡Así lo creí en su momento, pero<br />

ahora siento que voy a morir de la<br />

pena! ¡Le quité la vida a un hombre!<br />

—¿Y qué esperas de mí?<br />

—¡Dame la absolución! ¡Pídele a Dios<br />

que me perdone!<br />

El cura no hace por levantar la mano<br />

para absolverlo de su pecado, antes<br />

bien, entra nuevamente en el misticismo<br />

con el que lo había encontrado su<br />

padre. El pecador se angustia y gruesas<br />

gotas de sudor confundidas con lágri-<br />

128


mas caen al piso. El sacerdote lo saca<br />

de su angustia.<br />

—Te voy a dar el perdón, pero tendrás<br />

que hacer algo antes.<br />

—¡Cualquier cosa, dime la penitencia<br />

que tengo que hacer para alcanzar el<br />

perdón de Dios!<br />

El clérigo, con voz sepulcral dice:<br />

«Tienes que perdonarme tú primero<br />

para poder darte la absolución». El<br />

hombre no entiende.<br />

—¡¿Cuál es la penitencia qué debo<br />

hacer?!<br />

—Quiero tu perdón.<br />

—¡Tú eres un sacerdote, no tienes pecados,<br />

eres mi hijo y te conozco desde<br />

siempre y sé lo bueno que eres, no tengo<br />

nada que perdonarte!<br />

El sacerdote vuelve a solicitar: «Quiero<br />

tu perdón».<br />

Ya en su mayor crisis de conciencia,<br />

el pecador casi grita: «¡Te perdono de<br />

todo lo que hayas hecho, te perdono<br />

de corazón porque eres mi hijo!»<br />

—Inclina la cabeza para darte la absolución<br />

—dice el sacerdote— y gracias<br />

por tu perdón… porque yo soy el hombre<br />

al que tú le quitaste la vida, yo soy<br />

el que te ofendí al caer en el pecado de<br />

sucumbir a la tentación carnal y meterme<br />

con tu mujer.<br />

El angustiado hombre siente un escalofrío<br />

que recorre toda su espalda<br />

y antes de caer desmayado alcanza a<br />

escuchar:<br />

…te absuelvo de todos tus pecados.<br />

129


130<br />

LA TORRE<br />

Por Roberto Omar Román


Marlene, te envío una tarjeta postal<br />

de la torre, ¿recuerdas?, la<br />

que contemplamos cierta tarde<br />

en una página de Magazine Magic, en la<br />

sala de espera del Dr. Fourman: la que<br />

tanto te gustó que me pediste arrancar<br />

la hoja para después pegarla en<br />

tu recámara. Tal como suponías, tiene<br />

más de setenta pisos; para ser exactos,<br />

ochenta y cinco; lo sé porque aquí<br />

vivo. No, no te sorprendas, te voy a explicar:<br />

un día hallé al pie de la puerta<br />

de mi casa un sobre estampado con un<br />

burdo escudo medieval: una armadura<br />

flanqueada por una espada y un cáliz.<br />

Dentro del sobre venía una invitación–<br />

pasaporte, por decirlo de algún modo,<br />

a un viaje. El nombre del remitente y la<br />

firma eran ilegibles; sin embargo, estaba<br />

claramente marcada la dirección, la<br />

fecha y la hora de salida del autobús en<br />

un boleto.<br />

El itinerario fue espléndido, reconocí<br />

los lagos, las plazuelas, los kioscos<br />

y las pirámides por donde tú y yo paseamos<br />

alguna ocasión. Así las cosas,<br />

cuando repentinamente divisé la torre,<br />

me levanté de mi asiento y bajé apresurado<br />

del autobús, con el consiguiente<br />

espanto del chofer, que me soltó una<br />

retahíla de augurios.<br />

A un costado del herrumbroso portón<br />

de la torre había una estrecha entrada<br />

que daba a una escalera de piedra en<br />

espiral. Subí. Cuando llegué al primer<br />

piso, el vigilante, así se nombró, un<br />

hombre encorvado, de ojos prudentes,<br />

gelatinados por la vejez, me advirtió,<br />

por bien mío, no subir al siguiente piso;<br />

es más, me exigió, con su voz quebrada,<br />

bajar de inmediato. Tú conoces mi<br />

carácter rebelde; envalentonado por la<br />

prohibición puse en su mano tres billetes<br />

y lo ignoré. Me desplacé al siguiente<br />

piso; no te imaginas mi sorpresa de encontrar<br />

allí a otro octogenario vigilante,<br />

quizás sólo un par de años menor al<br />

primero, quien me palmeó el hombro<br />

e invitó paternalmente a descender antes<br />

de arrepentirme, pero volví a echar<br />

mano del dinero, y acicateado por la<br />

curiosidad alcancé el tercer piso. Mi<br />

azoro se convirtió en incredulidad: el<br />

tercer custodio era también muy viejo<br />

y también me instó, menos enfático, a<br />

desistir; le guiñé un ojo y repetí el cohecho.<br />

Continué ascendiendo.<br />

Supondrás mi desagrado de sobornar<br />

viejos corrompidos, pero bien sabes<br />

mi intrepidez es imbatible. Lo trascendente<br />

de esta maniobra destaca en<br />

el descubrimiento de que, conforme<br />

ascendía al piso inmediato y repartía<br />

menos dinero, descendía, por así decirlo,<br />

la edad de los vigilantes. Y, en<br />

esa misma proporción, menguaba su<br />

interés en persuadirme a bajar. Para no<br />

ser repetitivo con los hechos, te cuento<br />

que, colgado en un muro del piso<br />

ochenta y cinco, el último de la torre,<br />

como ya te comenté, reconocí el escudo<br />

medieval estampado en el sobre. Y,<br />

en concordancia, el vigilante de este<br />

piso, un hombre más o menos de mis<br />

años, llevaba puesta una armadura, en<br />

la mano derecha empuñaba una espada,<br />

y en la izquierda sostenía un cáliz.<br />

Él ya no me persuadió a bajar; por el<br />

contrario, sonrió y me invitó a sentarme<br />

en un diván turco idéntico al del<br />

consultorio del Dr. Fourman. Después<br />

de darle mi última moneda, me contó<br />

la historia de la .torre. Palabras más,<br />

palabras menos, te la refiero:<br />

A la cumbre se acude por un llamado<br />

o destino inaudito; nadie sabe cuál<br />

es la importancia o razón de cuidarla,<br />

pero quien arriba asume de inmediato<br />

131


132<br />

la responsabilidad de sustituir al vigilante<br />

y permanecer aquí hasta la llegada<br />

de un visitante. En este punto la trayectoria<br />

se invierte, es decir el vigilante<br />

sustituido da dinero al vigilante del<br />

piso ochenta y cuatro para ocupar su<br />

lugar y él hará lo mismo con el del piso<br />

ochenta y tres, y así sucesivamente. De<br />

esta manera, cuando un incauto, lo<br />

digo por mí, llega al piso ochenta y cinco,<br />

el vigilante del piso uno queda libre.<br />

Ya para entonces, éste es un carcamán.<br />

El dinero acumulado, producto de los<br />

sobornos, tiene el noble propósito de<br />

financiar la estancia de los vigilantes<br />

liberados de esta abominable cadena,<br />

en una digna casa de retiro.<br />

Marlene querida, no te pido venir a<br />

visitarme, pero si aún tienes interés en<br />

casarte conmigo, recomienda a ochenta<br />

y cinco hombres, a los que menos aprecies<br />

en la vida, a escalar la torre. No te<br />

imaginas lo incómodo de llevar puesta<br />

la armadura y sujetar la espada y el cáliz.<br />

Sigo confiando en tu amor, porque, aunque<br />

a veces me atormenta el mal pensamiento,<br />

me niego a creer que tú enviaste<br />

el sobre medieval a la casa para deshacerte<br />

de mí y casarte con Fourman, tu<br />

psicoanalista, ¿o estoy equivocado?


133


134<br />

QUIMERAS<br />

Por Gabriela Santamaria Santiago


Keivón aprendió el arte de controlar<br />

su mente, sus pensamientos y<br />

sus sueños. Si una noche soñaba<br />

con perros galácticos, podía, a su antojo,<br />

volver a soñarlo la noche siguiente,<br />

o cuantas quisiera. Lo que más repetía<br />

como una película era el sueño de que<br />

un tigre lo acompañaba en el camino<br />

por el desierto y al sentarse a descansar<br />

el tigre se volvía fuego y a través del<br />

umbral se veía venir a una mujer que<br />

lo besaba hasta sacarle el corazón. A<br />

veces le gustaba soñar que casa noche<br />

era una mujer distinta, hasta una noche<br />

tuvo la curiosidad de verse besando<br />

a un hombre. <strong>La</strong> idea no le era tan<br />

cómoda, pero había algo en su ser que<br />

quería probar con uno y otro hombre.<br />

El joven Keivón también podía inducir<br />

sus sueños. Así fue una pantera<br />

negra, una serpiente, que paseaba por<br />

el mismo desierto una y otra vez con<br />

un amante distinto que salía del fuego.<br />

Una noche soñó que volaba. Estaba en<br />

la muralla de un alto castillo. Una horda<br />

de soldados lo acosaba. Él se lanzó<br />

al vacío. Abrió los brazos, y voló hasta<br />

unas lejanas montañas. El placer fue<br />

enorme. Nunca había experimentado<br />

algo así. Indujo ese sueño durante<br />

varias noches. Voló sobre los paisajes<br />

más hermosos del mundo. Era una<br />

sensación fascinante. Pero había algo<br />

que ya no podía controlar la misma escena<br />

del a persecución. El joven quería<br />

volver a soñar que caminaba al lado de<br />

algún animal exótico y que finalmente<br />

acababa besando a uno de sus tantos<br />

amantes. Le preocupaba ya no poder<br />

soñar con sus placeres carnales. Hasta<br />

que en un sueño en que los soldados<br />

lo perseguían el joven se escondió entre<br />

la lluviosa alborada bajo unos árboles<br />

de fresno y alcanzo a escuchar<br />

que aquel hombre que perseguían<br />

era Jesús de Nazaret. En ese momento<br />

Keivón vio su rostro reflejado en un<br />

charco de agua y vio sus barbas y rostro<br />

trigueño y sus ojos color avellana<br />

con las pupilas dilatas por tal asombro.<br />

Vio y tocó sus ropas desparpajadas y<br />

no podía creer que ese hombre al que<br />

perseguían era él. El hijo de Dios. Ahora<br />

comprendía todo. <strong>La</strong> persecución a<br />

diario, los vuelos, las transformaciones<br />

en animales, aunque no le quedaba<br />

claro la copulación con otros seres. En<br />

el fondo le gustaba saber que él podía<br />

controlar todo, no solo sus sueños.<br />

Empezó a dormir más para prolongar<br />

estas imágenes. Nunca se dejaba<br />

atrapar escapaba, volaba y burlaba a<br />

los soldados. <strong>La</strong> sensación placentera<br />

de dominio era casi embriagante. Así<br />

que cada vez Keivón comenzó a dormir<br />

más. En lugar de acostarse a las diez, lo<br />

hizo a las nueve, luego a las siete, por<br />

último, decidió dormir de once de la<br />

mañana hasta que poco a poco dormía<br />

todo el día y la noche.<br />

Despacio descendía al suelo, y despertaba.<br />

Pero una vez pasó algo funesto.<br />

Una tarde en la que volaba sobre el desierto,<br />

vio a Jesús de Nazaret crucificado<br />

junto con otros dos hombres. Entonces<br />

cayó en cuenta de que era él. Vio su imagen<br />

como esa vez en el charco. De pronto<br />

se dio cuenta de que al volar no se veía<br />

como un hombre. Era un ave. Un pájaro<br />

feo. Una especie de buitre o cuervo. En<br />

ese momento se fue acercando hasta la<br />

cruz y vio aquel cuerpo ya sin vida. Lo<br />

picoteó un par de veces para cerciorarse<br />

de que ya no circulaba sangre por aquel<br />

cuerpo. En la desesperación de ver que<br />

el hombre en la cruz no daba señales de<br />

vida. Comenzó a picarle los ojos con su<br />

gran pico. Una gran mancha roja salía<br />

135


por las pupilas. Escurría ríos de sangre<br />

por el desierto. Todo estaba en calma,<br />

en soledad. No había hombres, no había<br />

vida. Keivón tocó tierra en un gran<br />

desierto. A pesar del sol no tenía sed ni<br />

calor pues estaba totalmente muerto. De<br />

pronto vio su propio rostro cadavérico y<br />

carcomido. Intentó alzar el vuelo. Pero<br />

ya no pudo hacerlo nunca más. El joven<br />

Keivón se quedó atrapado en sus propios<br />

sueños. Ya no dormía, no soñaba ni que<br />

era hombre, pájaro o Dios.<br />

136


137


138<br />

DE PROMESAS<br />

Y DECISIONES<br />

MORALES<br />

Un análisis<br />

de Carolina Piña


Me había puesto un vestido horrible,<br />

elegido por mi madre, para<br />

estar presentable para la familia<br />

del futuro marido de mi hermana… Así<br />

comienza «Promesa», una novela corta<br />

de la autora española Juss Kadar, publicada<br />

en el año 2015, que si bien podría<br />

entrar en el género chick-lit me atrevo a<br />

clasificarla como una novela que hereda<br />

la narrativa realista española.<br />

En esta novela, Sigrid, el personaje<br />

principal, nos narra la historia de todos<br />

los preparativos de la boda de Jena, su<br />

hermana, con Asier; aunque el punto<br />

medular comienza cuando Sigrid le<br />

propone a su futuro cuñado brindarle<br />

una despedida de soltero de por lo menos<br />

un año (el tiempo que transcurre<br />

entre la primera vez que Sigrid y Asier<br />

se conocen hasta el día de la boda), sin<br />

que Jena se entere, por supuesto.<br />

<strong>La</strong> novela se desarrolla enteramente<br />

en España, sin especificar en qué<br />

ciudad, aunque si el lector es lo suficientemente<br />

despierto podrá identificar<br />

las pistas dejadas durante toda la<br />

novela que le ayudarán a identificar a<br />

que ciudad hace referencia. <strong>La</strong> noche<br />

es uno de los primeros elementos que<br />

más destacan en esta novela, principalmente<br />

como una representación de<br />

la melancolía y tristeza que todos los<br />

personajes reflejan y que crece exponencialmente<br />

durante el desarrollo de<br />

la trama.<br />

Los personajes no son los típicos que<br />

cualquier novela chick-lit muestra, todos<br />

están perfectamente ubicados en<br />

un umbral más allá del bien y el mal<br />

pues las principales decisiones que deben<br />

de tomar, en la mayoría de los casos,<br />

representan un dilema moral que<br />

puede abordarse de distintas maneras<br />

y que no necesariamente puede considerarse<br />

como «correcto» por la mayoría<br />

de los lectores.<br />

Retomando lo mencionado anteriormente,<br />

me atrevo a clasificar a «Promesa»<br />

como una novela de corte realista<br />

con tintes de chick-lit por la manera en<br />

como describe las relaciones interpersonales<br />

entre todos los personajes: en<br />

esta novela los valores tradicionalistas<br />

se enfrentan a situaciones inesperadas<br />

y, como podrían incluso denominarlas<br />

las personas más conservadoras, inmorales<br />

y sucias. Pero su argumento<br />

va más allá de una simple infidelidad y<br />

carencia de moral.<br />

Tomemos, como primer ejemplo, a<br />

Sigrid. Ella es el arquetipo de la mujer<br />

española actual: independiente, firme<br />

y capaz, aunque llena de una innumerable<br />

cantidad de dudas e inseguridades<br />

que no le permiten enfrentarse<br />

como ella quisiera a los problemas que<br />

cree tener, por muy sencillos que puedan<br />

ser. Se debe de tomar en cuenta<br />

que, pese a lo inmoral de la propuesta<br />

que realiza a Asier, ella no lo hace porque<br />

carezca de valores o respeto hacia<br />

su hermana, en realidad es todo lo<br />

contrario: en los capítulos finales de la<br />

novela descubrimos que Jena, con tal<br />

de comprobar que el amor que Asier<br />

dice sentir por ella es verdadero, le<br />

pide a Sigrid que le prometa que intentará<br />

seducirlo para conocer la reacción<br />

que él pueda tener. Entonces, lo que<br />

Sigrid hace es un acto de amor hacia<br />

su hermana; es el máximo sacrificio<br />

que cualquier persona puede hacer por<br />

cualquier otra persona, ya que pone en<br />

juego su honra y su moral para poder<br />

«ayudar» a su hermana.<br />

Jena, por supuesto, es la antítesis de<br />

Sigrid. Ella representa los valores más<br />

conservadores de la sociedad españo-<br />

139


la: es una mujer recta y sumisa, a pesar<br />

de tener un empleo está dedicada por<br />

completo a su futura pareja y a su hogar.<br />

También representa el compromiso que<br />

otrora existía en las relaciones de pareja,<br />

no obstante refleja también el temor,<br />

la inseguridad y los celos que cualquier<br />

persona puede desarrollar hacia su pareja<br />

cuando hay falta de confianza.<br />

¿Qué hay de Asier? Con él, o mejor<br />

dicho, con su presencia se desarrollan<br />

los elementos Chick-lit. En esta novela,<br />

Asier, a primera vista, representa el<br />

hombre soñado para cualquier mujer:<br />

un hombre de mundo, atento, caballeroso,<br />

de buen ver, inteligente, y con la<br />

capacidad de hacer sentir como una<br />

dama a cualquier mujer… ¿Pero esos<br />

son todos los elementos que este personaje<br />

principal tiene que brindarnos?<br />

No, en realidad se desentrañan muchas<br />

más sorpresas conforme la novela<br />

avanza y revela lo astutos y un tanto<br />

maquiavélicos que los hombres pueden<br />

ser. Todo indica que Asier cae en<br />

el juego que Sigrid y Jena le tienen preparado<br />

y, aunque renuente al principio,<br />

acepta la propuesta que Sigrid le ofrece,<br />

enamorando a Sigrid en el proceso<br />

y él también enamorándose de ella.<br />

Todo el engaño, si se le puede llamar<br />

de alguna forma, se viene abajo cuando<br />

la culpa invade a Sigrid y le confiesa<br />

a su hermana que tuvo relaciones con<br />

Asier, y no sólo una vez, y todo empeora<br />

cuando Asier confiesa a Sigrid que<br />

él tenía pleno conocimiento de la promesa<br />

que las hermanas habían hecho.<br />

Nunca se aclara a detalle cómo es que<br />

Asier sabía de esto, pero lo que sí se<br />

dice es que él lo sabía desde el principio<br />

de la novela, y sólo había aceptado<br />

seguir el juego para descubrir hasta<br />

qué punto eran capaces de llegar am-<br />

140


as hermanas y, de cierto modo, poder<br />

tomar venganza por la desconfianza<br />

que Jena había tenido hacia él.<br />

<strong>La</strong> familia, principalmente la familia<br />

de Sigrid, es uno de los eslabones que<br />

plantan la novela y que dan firmeza al<br />

argumento: la madre es una mujer devota<br />

de su familia, la cual trata siempre<br />

de mediar los problemas y sinsabores<br />

que se dan principalmente entre sus<br />

hijas; ella las ama por igual y sin condición,<br />

aunque tiene a demostrar una<br />

ligera preferencia por Jena, ya que es el<br />

vivo reflejo de los valores que ella representa.<br />

Por otro lado, tenemos a su padre,<br />

un hombre que bien podría describirse<br />

como un «Homero Simpson» español.<br />

No precisamente porque sea un «cateto»,<br />

sino por la gran que parece demostrar<br />

ante los problemas que lo rodean;<br />

no por nada la mayoría de las escenas<br />

en las cuales aparece se le ve sentado<br />

en el sillón, a medio vestir, mirando la<br />

televisión sin prestar atención a lo que<br />

se desarrolla alrededor de él.<br />

Todo esto nos remite a una sola<br />

pregunta: ¿Era necesario realizar esta<br />

«prueba de amor» para comprobar que<br />

Asier no le era infiel?<br />

Desde el punto de vista argumental, sí,<br />

sí era necesario. Pues como ya lo había<br />

mencionado, es el punto medular del<br />

argumento de toda la novela. No obstante,<br />

aquí es donde entra en juego la<br />

moral del lector y es uno de los elementos<br />

más destacables en esta obra. ¿Qué<br />

hubiera hecho yo, como lector, si me hubiese<br />

encontrado en la situación con la<br />

que los personajes se encontraron?<br />

Sigrid, por mucho amor que sintiese<br />

hacia su hermana, tuvo la oportunidad de<br />

negarse por completo a participar en esta<br />

serie de eventos que sólo la llevaron a replantearse<br />

su visión de la vida y del amor;<br />

141


142


no sólo lastimó a su hermana al haber ido<br />

más allá de lo acordado en la promesa,<br />

entregó su corazón por completo en una<br />

empresa que desde un principio tenía<br />

perdida. Jugó también con Asier, a quien,<br />

desde el punto de vista más conservador,<br />

hubiésemos podido considerar como una<br />

víctima en el juego de celos e inseguridad<br />

que Jena había planeado. Pero lo más importante,<br />

jugó con su propio corazón y con<br />

su propia estabilidad al haber aceptado<br />

algo que, desde el principio, sabía que no<br />

iba a poder controlar y que terminaría estallándole<br />

en el rostro en algún momento.<br />

Jena, por otra parte, tuvo la oportunidad<br />

de hablar con Asier acerca de sus<br />

inseguridades y sus temores, los cuales<br />

podemos considerar normales frente a<br />

la estresante situación que representa<br />

una boda. Dependiendo del punto de<br />

vista del lector estas acciones pueden<br />

ser reprobables o pueden considerarse<br />

valientes; es bien sabido que el ser<br />

humano siempre busca corroborar, a<br />

veces sin importar las consecuencias,<br />

todo aquello que le es incierto.<br />

Asier no queda exento de estas decisiones<br />

morales. Él también tuvo la oportunidad<br />

de hablar con Jena una vez enterado<br />

de la dichosa promesa que Sigrid<br />

y Jena habían hecho, y aliviar su temor<br />

e inseguridad para fortalecer la confianza<br />

y el amor que, se supone, tendría<br />

que existir en ellos. También pudo no<br />

haber aceptado la propuesta de Sigrid,<br />

por muy difícil que hubiese sido para el<br />

hombre promedio evitar ser presa del<br />

deseo carnal y la fuerte necesidad de<br />

una aventura antes de «sentar cabeza»,<br />

y resolver los problemas como el caballero<br />

que aparentaba ser.<br />

Pero, ¿qué hubiese sido de la novela si<br />

se hubiesen seguido los estándares morales<br />

que nos rigen en este momento?<br />

Lo mencionado anteriormente son<br />

sólo un ejemplo de como la interpretación<br />

individual de la moral puede<br />

afectar la perspectiva de esta novela.<br />

Muchos podrán estar de acuerdo con<br />

las acciones plasmadas en ella, otros<br />

podrían aceptar como «correctos» los<br />

ejemplos anteriores, y también habrá<br />

quien piense en maneras más elaboradas<br />

de abordar estos problemas.<br />

Aquí es donde entra la habilidad que<br />

la autora posee para plasmar su historia;<br />

ninguna de las situaciones que los<br />

personajes atraviesan queda abierta a<br />

interpretaciones y aun así se le concede<br />

al lector la atribución de juzgar, con la<br />

balanza moral que cada persona pose,<br />

lo que hubiese creído más conveniente.<br />

«Promesa», en resumen, es una novela<br />

que no debe ser ignorada y que<br />

gracias a su corta longitud, se puede<br />

disfrutar acompañada de una taza de<br />

café en una tarde lluviosa de verano. Y,<br />

aunque es sólo la primera de tres novelas<br />

que componen la serie «Promesas»<br />

(siendo «Insidia» y «Lealtad» las<br />

siguientes novelas), Si quieres leer el<br />

libro, puedes descargarlo gratis en formato<br />

digital. También puedes pasarte<br />

por el blog de Juss Kadar a saludarla.<br />

143


144<br />

FUGITIVO<br />

Por David Saade


Miró a su alrededor, el bar estaba<br />

silencioso, como todos en los<br />

que había estado los últimos<br />

años mientras escapaba de la ley. No<br />

estaba muy seguro si escapaba de una<br />

locura imaginaria, o más bien de una<br />

demencia perversa y real.<br />

Escrudiñando con su mirada nuevamente<br />

aquel antro, notó algo interesante.<br />

En todos los bares de mala<br />

muerte que rondaba, parecía haber<br />

un patrón que se repetía: una camarera<br />

que seguramente ofrecía éxtasis<br />

corporal y químico ambos uno por un<br />

módico precio. Luego algún borracho<br />

tirado, y finalmente una tele que no<br />

tenía señal.<br />

Lo llamativo en este lugar, era el tipo<br />

de saco marrón y sombrero, que estaba<br />

sobra la barra no solo bebiendo, sino<br />

también dibujando. El fugitivo pudo ir<br />

a curiosear, pero entonces el bar pasó<br />

del silencio al vacío. Esa era una de las<br />

cosas que habían logrado el hombre<br />

se considere fugitivo. El vacío consistía,<br />

en un retorcido momento del tiempo y<br />

el espacio, donde el ambiente parecía<br />

congelarse, la sensación era como estar<br />

cayendo por un agujero infinito con<br />

el sonido de un extraño eco proveniente<br />

de la oscuridad.<br />

<strong>La</strong> última vez que el tiempo volvió a<br />

la normalidad luego del vació tenía varios<br />

cadáveres a su alrededor. Esta vez<br />

no intentó huir. Cerró los ojos y decidió<br />

esperar su destino, pero nada sucedió,<br />

luego del vacío todo estaba normal. <strong>La</strong><br />

camarera seguía en su lugar, el hombre<br />

de saco seguía dibujando, lo único<br />

similar a un cadáver era un borracho<br />

tumbado junto a la mesa de pool.<br />

Una vez más estaba por curiosear<br />

al hombre que dibujaba, pero nuevamente<br />

su intención fue interrumpida.<br />

Su instinto hizo que mirase hacia la<br />

ventana y ahí estaba eso tan terrible.<br />

Algo sin rostro pero que lo miraba fijamente,<br />

ojos invisibles que penetraban<br />

como dagas. Definitivamente el terror<br />

radicaba en la capacidad de pregnancia<br />

de esa masa blanca, para cualquier<br />

otro seria como ver un maniquí, pero él<br />

podía sentir la maldad, viniendo de ese<br />

rostro vacío, y no era el único, venían<br />

más en camino.<br />

Quiso advertir a los ocupantes del bar<br />

que huyan, pero su mandíbula desencajada<br />

no emitió sonido alguno. Atravesó<br />

rápidamente la puerta, sabiendo que<br />

podrían detenerlo en un instante, pero<br />

no tenía otra posibilidad. Al salir del bar<br />

pasó junto al extraño ser, pero este no<br />

hizo nada más que quedarse mirándolo.<br />

Les gustaba torturarlo, esto era obvio, lo<br />

supo cuando luego de voltear un instante<br />

durante su escape, vio a los demás,<br />

también mirándolo fijamente. Uniformados<br />

azules que parecían garabatos<br />

demoniacos cobrando vida, blandían<br />

sus garrotes, les encantaba golpear,<br />

aunque también propinaban patadas,<br />

el fugitivo recordaba esto cada vez que<br />

tosía sangre. <strong>La</strong> tortura había durado ya<br />

10 años, y siempre acababan encontrándolo.<br />

Aunque no había salido del país<br />

sabía que no tenía donde esconderse,<br />

y su orgullo no le permitía suicidarse.<br />

Esta noche parecía especial, sentía un<br />

cambio en el juego, no podía dejar de<br />

pensar en el hombre dibujando, algo en<br />

el universo estaba alterado, algo quizá<br />

le daba indicios de una posibilidad de<br />

escapar, esta idea se acentuó más cuando<br />

pudo despistarlos entrando por un<br />

callejón y escondiéndose en un contenedor<br />

de basura.<br />

Allí entre la inmundicia pudo tener<br />

algo de paz y reflexionar. ¿Cómo empe-<br />

145


zó todo? Lo más malo que recordaba<br />

haber hecho era molestar a otros en<br />

la secundaria, pero esto lo hacían muchos,<br />

millones de personas en todo el<br />

mundo. ¿Y si no era el único? Mientras<br />

pensaba en su pasado estuvo a punto<br />

de hacer una asombrosa conexión…<br />

Pero una risa enfermiza puso su mente<br />

en blanco. Nadie puede escapar de la<br />

policía del karma decía la voz y volvía<br />

a reír. En ese momento espero que la<br />

tapa se abra y lo fuercen a Salir para<br />

darle una paliza mortal, pero nada<br />

pasó. Lentamente salió del contenedor,<br />

y descubrió que la voz provenía de un<br />

mendigo recostado en su cama de cartones.<br />

No llego a decirle nada, no tuvo<br />

tiempo ya que segundos después de<br />

ver ese rostro huyó despavorido. El vagabundo<br />

Lucía como aplastado por los<br />

golpes, con la nariz torcida hacia un<br />

lado, y una cavidad vacía donde antes<br />

había un ojo. Entonces no era el único,<br />

ahora estaba seguro, pero ¿Quién era<br />

ese desgraciado? No podía ser de su<br />

edad, aparentaba ser más viejo.<br />

Nadie en el lugar del fugitivo, hubiera<br />

querido volver al bar, pero por extraño<br />

que parezca, sintió piedad por los que<br />

allí estaban, quería ver si la llamada<br />

policía del karma los había asesinado<br />

para culparlo nuevamente. Corrió como<br />

si lo persiguieran, pero nadie estaba detrás<br />

de él. Cuando finalmente llegó, su<br />

corazón dio un vuelco. No había nadie.<br />

Jarras vacías, cigarrillos apagados. Incluso<br />

el dibujante había desaparecido<br />

dejando en su lugar un viejo cuaderno.<br />

¿Sería una trampa? ¿Ya se llevaron los<br />

cadáveres? Entonces como contestando<br />

sus dudas, del baño del lugar emergió<br />

aquel extraño dibujante, haciendo caso<br />

omiso del fugitivo con expresión horrida<br />

en la entrada, se inculco nuevamente a<br />

la tarea de seguir dibujando.<br />

De nuevo, y por última vez, no pudo<br />

ir a mirar que estaba dibujando, pues<br />

el vació nuevamente comenzó. Esta<br />

146


vez fijó su mirada en el dibujante de tal<br />

manera que pareció no sentir cuando<br />

la policía del karma entro por la puerta,<br />

y tirándolo al piso comenzaron a<br />

golpearlo. Cayó de costado, de manera<br />

que pudo seguir observando al dibujante.<br />

Cada golpe parecía evocar un<br />

lejano recuerdo.<br />

Patada a las costillas – Ahí estaba ese<br />

niño raro en el colegio.<br />

¿Pero por qué se acordaba de el?<br />

Pisotón que destrozó su mano – Vamos<br />

a empujarlo.<br />

Golpes de garrote que dañaban su pulmones<br />

– Tosió sangre y se acordó, vamos<br />

a golpearlo por tener buenas notas.<br />

Nuevamente una patada, logró que<br />

una costilla le perfore un pulmón – ¡Pongan<br />

la rata en su mochila!<br />

Más brutales mazazos que le rompieron<br />

ambos brazos – Vamos a dejarlo<br />

perdido en el bosque<br />

Una fuerte bota se estampó contra<br />

su rostro dejando su mejilla como una<br />

masa blanda – Dicen que ya no es el<br />

mismo, creo que perdió la razón, ahora<br />

se la pasa todo el día… se la pasa…<br />

<strong>La</strong> frase fue completada por el extraño<br />

de la barra.<br />

¿Dibujando? Dijo riendo luego de ponerse<br />

de pie, arrancar la hoja de su cuaderno<br />

y arrojarla hacia el moribundo.<br />

Ahora sí, lo que con ansias había<br />

querido saber hace mucho, ahora estaba<br />

ante su deformado rostro.<br />

Cualquiera diría que durante sus últimos<br />

segundos de vida el fugitivo vio<br />

cumplido un caprichoso y absurdo anhelo<br />

olvidado, ver que dibujaba el ahora<br />

ya no extraño de saco Marrón. Pero<br />

aquel garabato que le dio la última<br />

expresión de su vida, no fue sorpresa,<br />

sino algo peor, un rictus deformado de<br />

una expresión de terror absoluto.<br />

En la hoja había algo simple, un garabato<br />

infantil, un ser desproporcionado<br />

pintado de azul, sin rostro que portaba<br />

un garrote en sus manos.<br />

147


148<br />

El<br />

miniaturista<br />

de Ispahán<br />

Por Esther Domínguez Soto


Desde niño, Yusuf había admirado<br />

los grandes murales de los pintores<br />

persas antiguos pero él era<br />

meticuloso y concienzudo, por eso decidió<br />

dedicarse a las miniaturas. Ahí era<br />

donde podía concentrar todas sus cualidades<br />

pictóricas. Y había elegido bien<br />

porque sus pinturas eran deliciosas,<br />

llenas de pequeños detallitos que las<br />

hacían únicas. Se ganaba bien la vida<br />

ilustrando álbumes y libros con escenas<br />

de batallas para sus clientes ricos<br />

y dedicaba la noche a su pasión: pintar<br />

retratos. Era una actividad peligrosa ya<br />

que, como musulmán, tenía prohibida<br />

la representación de la figura humana<br />

pero no podía evitar recrear en su trabajo<br />

las escenas que había visto en los<br />

zocos, cerca de la mezquita de su barrio<br />

o en los caravansares a las afueras<br />

de la ciudad. Ispahán era un lugar bullicioso,<br />

cosmopolita, perfecto para un<br />

pintor y Yusuf disfrutaba recreando las<br />

vidas de sus vecinos.<br />

Una noche estaba muy cansado tras<br />

un largo paseo. Pero no quiso renunciar<br />

a su plasmar unas imágenes que<br />

todavía tenía frescas en la memoria<br />

de una mujer, gruesa y ya mayor, regateando<br />

con un carnicero el precio de<br />

una cabeza de cordero. Así que, encendió<br />

una vela, se sentó ante su mesa y<br />

tomó un pincelito. Empezó a trabajar<br />

con su habilidad habitual. <strong>La</strong> llamita<br />

de la vela comenzó a moverse como<br />

una bailarina, dirigiendo su luz de un<br />

extremo a otro del cuarto. Yusuf miró<br />

alrededor, buscando una corriente de<br />

aire. Pero la única ventana estaba tapada<br />

con una cortinilla y ésta no se movía.<br />

Hizo un gesto de sorpresa pero, como<br />

la llama volvió a su posición habitual,<br />

prosiguió su tarea. Cuando terminó,<br />

miró la pintura con gesto extrañado.<br />

El ama de casa se había transformado<br />

en una bella mujer joven, de piel morena,<br />

de grandes ojos, cuello esbelto<br />

y una invitadora sonrisa. A su lado, en<br />

vez del carnicero mal encarado, que<br />

sostenía un enorme cuchillo, había un<br />

hombre joven, delgado, con un pincel<br />

en la mano. Yusuf se reconoció en<br />

aquel hombre. Era él, no le cabía la menor<br />

duda. Pero, ¿quién era la mujer? <strong>La</strong><br />

miró con detenimiento pues no recordaba<br />

haberla visto en su vida. Y menos<br />

haberla pintado. ¿Qué estaba pasando<br />

allí? Contempló el dibujo durante más<br />

de una hora pero no paso nada. Se<br />

acostó, intrigado y, a pesar del cansancio,<br />

tardó en dormirse.<br />

A la mañana siguiente, corrió a examinar<br />

la miniatura y se quedó helado.<br />

El rostro de la mujer había cambiado<br />

de una forma sutil pero evidente. <strong>La</strong><br />

sonrisa tenía un toque de ¿picardía,<br />

maldad? Los ojos ya no eran inocentes.<br />

Tenían un brillo invitador y atemorizador<br />

al mismo tiempo. Yusuf no sabía<br />

cómo definir el cambio. Ahora la mujer<br />

era mucho más atractiva que la noche<br />

anterior si bien una cierta sensación<br />

de peligro se había incorporado al retrato.<br />

Yusuf sintió que su corazón latía<br />

con más fuerza cada vez que sus ojos<br />

se fijaban en el rostro de la desconocida<br />

y tuvo que reconocer que se sentía<br />

atraído por aquel rostro desconocido.<br />

Intentó continuar su trabajo pero fue<br />

incapaz de tomar el pincel. Estaba demasiado<br />

preocupado con sus propios<br />

sentimientos para pintar con su habitual<br />

habilidad.<br />

A la mañana siguiente, los cambios<br />

operados en la miniatura lo dejaron<br />

sin aliento. <strong>La</strong> mujer seguía sonriendo,<br />

ahora con gesto abiertamente incitador<br />

y malévolo, al tiempo que una<br />

149


sombra –como una sábana carmesí –se<br />

cernía sobre el hombre que la contemplaba.<br />

Yusuf cogió la pintura y sintió<br />

que el papel estaba tan caliente que le<br />

quemó la mano. <strong>La</strong> soltó y se alejó de<br />

ella aún sabiendo que de nada serviría<br />

huir de los ojos hipnóticos de aquella<br />

desconocida. Para sus adentros, sabía<br />

que aquella miniatura traería su desgracia<br />

sin que él pudiera evitarlo.<br />

Y los cambios no se detenían. En menos<br />

de tres días, la miniatura llegó a convertirse<br />

en una pesadilla con vida propia<br />

que amenazaba su cordura. Yusuf intentó<br />

quemarla pero, para su sorpresa, el<br />

papel se resistió a convertirse en cenizas.<br />

Tampoco sirvió de nada rasgarlo o mancharlo.<br />

Los trozos se unían y las manchas<br />

desaparecían para volver a formar la imagen<br />

de la maligna mujer y el hombre –él<br />

mismo –casi oculto bajo aquella sombra<br />

rojiza –su atracción por la mujer –que no<br />

paraba de crecer. Yusuf había abandonado<br />

el trabajo. No podía concentrarse.<br />

Como en la miniatura, su amor por aquella<br />

mujer lo cubría hasta envolverlo totalmente.<br />

Vivir se había convertido en una<br />

tarea irrealizable ya que sabía que nunca<br />

podría poseerla. Después de pensarlo<br />

mucho, Yusuf se rindió ante la evidencia<br />

y decidió terminar con aquella pesadilla.<br />

Se dirigió a la cabaña de un anciano san-<br />

150


tón muy respetado en toda la región. Allí,<br />

contó sus pesares mientras el anciano<br />

escuchaba en silencio, la mirada perdida<br />

y la respiración pesada. Cuando Yusuf calló,<br />

el santón tomó la palabra.<br />

—Siento decirte, hijo mío, que has<br />

caído en las garras de Alouqua, una<br />

diablesa que tiene como objetivo conducir<br />

a los hombres al suicidio tras someterlos<br />

a una tensión insoportable.<br />

Yusuf se postró ante el santón—.<br />

¿Cómo puedo librarme de ese ser inmundo<br />

del que, siento reconocer, me<br />

he enamorado locamente?<br />

—Me temo que has de aceptar lo que<br />

el Destino te ha deparado. Como todos<br />

los seres infernales, Alouqua es atractiva;<br />

su belleza es un imán que nos arrastra<br />

hasta las zonas oscuras de las que,<br />

me temo, es muy difícil regresar.<br />

—¿No hay esperanza para mí? —preguntó<br />

el miniaturista con un hilo de voz.<br />

El santón negó con la cabeza. Yusuf<br />

se levantó y regresó a la ciudad. No<br />

llegó a su casa. Buscó en las aguas del<br />

río Zayandeh la tranquilidad que el<br />

destino le estaba negando. Cuando sus<br />

vecinos entraron en su casa, encontraron<br />

su último trabajo sobre su humilde<br />

mesa de trabajo, una miniatura de una<br />

mujer gruesa discutiendo con un carnicero<br />

por una cabeza de cordero.<br />

151


152<br />

NOCHE DE<br />

CHICAS<br />

Por Gabriel Bevilaqua


Son las nueve. Ana tendría que estar<br />

ahora cenando con sus amigas<br />

y no en el living de su casa. Pero<br />

Claudia, Mónica y Cintia se la pasan hablando<br />

de sus novios. «¡Por favor!», bufa,<br />

y se arrellana en el sofá. Luego toma un<br />

sorbo de té helado, enciende la televisión<br />

y recorre parsimoniosamente los<br />

canales de cine. «Romántica…, romántica…,<br />

romántica…», bosteza, pero no<br />

se da por vencida. Al cabo encuentra<br />

algo como la gente. Una de terror.<br />

<strong>La</strong> actriz que aparece en primer plano<br />

tiene la típica carita inocente de la chica<br />

a la cual le van a suceder mil cosas. Por<br />

lo pronto corre como una desquiciada.<br />

«Debe estar huyendo de las pláticas de<br />

sus amigas», piensa Ana, y mordisquea<br />

una galletita. <strong>La</strong> presunta protagonista<br />

llega ante una puerta y golpea. Casi al<br />

mismo tiempo golpean a la puerta de<br />

Ana. Ana se levanta y abre.<br />

—¿Qué desea…? —alcanza a decir antes<br />

de que una mujer le dé un empujón,<br />

entre y cierre la puerta con llave.<br />

<strong>La</strong> cara de la intrusa le resulta familiar.<br />

Mira la tele y se sorprende al descubrir<br />

que es la actriz de la película, pero<br />

se sorprende aún mucho más al verse a<br />

sí misma como quien acaba de abrir la<br />

puerta en la pantalla.<br />

—No estamos a salvo… me persigue un<br />

loco asesino… —dice la mujer, y tomándola a<br />

Ana por los brazos, añade—: ¿Tenés teléfono?<br />

—Sí —responde Ana, y le señala la<br />

mesita esquinera.<br />

<strong>La</strong> actriz marca el 011, y a la vez que<br />

exclama «¡No atiende nadie!», embisten<br />

salvajemente contra la puerta. Ana<br />

tiembla y comprueba que su yo cinematográfico<br />

también tiembla.<br />

—Si vamos a morir juntas, mejor nos<br />

presentamos: soy Karen —dice la perseguida<br />

y le tiende la mano.<br />

Los golpes a la puerta se congregan<br />

en la cabeza de Ana como un nudo de<br />

truenos. Para colmo advierte que en la<br />

tele las bisagras comienzan a ceder. Entonces<br />

le estrecha la mano a Karen y la<br />

arrastra hacia la cocina.<br />

—Ana, me llamo Ana —dice, y abre el<br />

primer cajón de la mesada.<br />

Saca una cuchilla y un hacha de cocina.<br />

Ella se queda con el hacha y le facilita la<br />

cuchilla a Karen. Luego se colocan a ambos<br />

lados de la puerta. Por unos instantes<br />

se estudian, hasta que Ana le espeta:<br />

—¿Cuál es tu verdadero nombre?<br />

—Karen, ya te dije.<br />

—Me refiero a tu nombre en la vida<br />

real, no al de tu personaje.<br />

—No entiendo…<br />

Ana desiste. «Ya habrá tiempo para<br />

que aclare las cosas», piensa, y, acto<br />

seguido, se pregunta qué hubiera pasado<br />

si hubiese puesto la pausa antes de<br />

abrir la puerta. <strong>La</strong> idea de haber podido<br />

contemplar a la otra pausada, con<br />

los nudillos golpeando el aire, la divierte.<br />

Pero la idea subsiguiente que le<br />

nace no le parece tan simpática. Quizás<br />

ella misma se hubiese quedado pausada,<br />

con el control remoto en la mano,<br />

como una suerte de estatua en homenaje<br />

al susodicho aparatito.<br />

—¡Mirá en la que te he metido! —<br />

Karen la saca de sus pensamientos—.<br />

¡Perdoname!<br />

—<strong>La</strong> película que estaba mirando era<br />

tan mala, que aun esto me resulta mejor<br />

—le responde Ana.<br />

Y de repente ambas se estremecen al<br />

escuchar los infames golpes a la puerta<br />

de la cocina.<br />

—¡Ésta no va a resistir tanto como la<br />

de la calle! —exclama Ana.<br />

Karen asiente y se pasa la cuchilla<br />

de una mano a la otra. Entretanto Ana<br />

153


observa su propio reflejo en el hacha y<br />

piensa que lucía francamente bien en<br />

la pantalla. Incluso mejor que Karen.<br />

Entonces un nuevo golpe hace saltar<br />

con violencia la cerradura y el lunático<br />

entra. «¡Qué desilusión! —piensa Ana—.<br />

Me lo imaginaba mucho más corpulento,<br />

de facciones angulosas y dueño de<br />

una mirada animal.»<br />

El tipo arroja al piso a Ana de un<br />

empujón y confronta a Karen. Karen<br />

se mueve como un felino, esquivando<br />

el cuchillo de su atacante, a la vez que<br />

contraataca con una fiereza inusitada.<br />

Así salen de la cocina. Ana se pone de<br />

pie y los sigue. Cada uno sujeta ahora<br />

los brazos del otro y trata de desarmarlo.<br />

En la tele la escena se duplica. Y es<br />

en la tele donde Ana observa como<br />

Karen desembaraza su brazo armado y<br />

apuñala al agresor. Una y otra vez. Entonces<br />

Ana corre hacia ella y le atenaza<br />

la muñeca.<br />

—¡Basta! —le dice.<br />

Y procura detener la sangre del moribundo<br />

con un retazo de su vestido. El<br />

tipo balbucea y Ana acerca el oído.<br />

—¡Cuidado! —le oye decir—. Es una<br />

psicópata.<br />

Ana levanta la vista y ve cómo Karen<br />

lame la sangre de la cuchilla. En la tele<br />

se suceden los primeros planos, tensos,<br />

tanto de ella como de Karen. Cuando<br />

el hombre expira, la cámara, a ras del<br />

piso, se centra unos instantes en él. Y<br />

se ven las piernas de ambas mujeres a<br />

un lado y al otro del difunto. <strong>La</strong>s piernas<br />

se mueven, se acercan, se entrelazan.<br />

Hasta que unas gotas de sangre<br />

comienzan a manchar el rostro del<br />

hombre. Ana sólo siente la cuchillada<br />

cuando mira de refilón la tele. Anda<br />

unos pasos y se sienta en el sofá. Karen<br />

vuelve a lamer la sangre de la cuchilla.<br />

—Deliciosa —dice, y se abalanza sobre<br />

Ana.<br />

Pero Ana empuña el control remoto y<br />

apaga la televisión. <strong>La</strong> cuchilla cae justo<br />

a su lado. Se está desangrando y no tiene<br />

fuerzas ni para ir hasta el teléfono. No<br />

obstante logra alcanzar el vaso y sorber<br />

un poco del té helado. Y piensa, sólo por<br />

un momento, que mejor hubiera sido<br />

pasar otra noche de chicas oyendo a<br />

sus amigas parlotear sobre sus novios.<br />

Luego sonríe. De lo único que verdaderamente<br />

se lamenta es de no haber visto<br />

si su nombre aparecía en los créditos.<br />

154


155


156<br />

LA IGLESIA<br />

DEL DIOS<br />

MUERTO<br />

(CAPÍTULO 1)<br />

Por José Luis Vázquez


<strong>La</strong> lluvia resonaba al chocar con los<br />

amplios ventanales del departamento.<br />

A pesar de estar en el tercer<br />

piso, las luces de las patrullas y las ambulancias<br />

se reflejaban en cada uno de<br />

los muros de la amplia habitación. <strong>La</strong><br />

alfombra gris, que cubría todo el piso,<br />

estaba bañada casi en su totalidad por<br />

la sangre que escurría de la robusta<br />

mesa de caoba. Los policías entraban<br />

y salían de la habitación, algunos de<br />

ellos tomando fotografías del lugar y<br />

otros revisando a detalle cada uno de<br />

los rincones del lugar. Claudia Guzmán<br />

no pudo contener las náuseas que<br />

aquella escena le causaban, y no tuvo<br />

más remedio que vomitar encima de<br />

uno de los blancos sillones de piel que<br />

estaban al final del salón. Julio Bernal<br />

y Jaime Ugalde observaban con atención<br />

el cuerpo de la joven que yacía sobre<br />

la mesa: morena y completamente<br />

desnuda; una profunda herida recorría<br />

su vientre desde su esternón hasta su<br />

entrepierna, mostrando un hueco en<br />

donde se supone que sus órganos internos<br />

deberían estar. <strong>La</strong> cabeza de la<br />

joven reposaba boca abajo sobre sus<br />

senos, y sus brazos, desprendidos desde<br />

los hombros, reposaban acomodados<br />

en donde se supone tendría que estar<br />

la cabeza de la joven, formando una<br />

equis; no obstante, todos los dedos de<br />

las manos habían sido cercenados.<br />

Julio observó con atención el cuerpo,<br />

ante la mirada atenta de los demás<br />

policías, quienes los observaban con<br />

cierto recelo pero sin impedirle ninguna<br />

acción. Después hizo una seña con<br />

su mano izquierda sin intentar voltear,<br />

pasaron unos segundos y, de nueva<br />

cuenta, volvió a realizar la seña.<br />

—Claudia, la cámara —exclamó Julio<br />

con voz suave, tanto él como Jaime se<br />

giraron para buscar a Claudia, quien<br />

estaba sentada junto a su vómito en el<br />

sillón, limpiando su boca con un pañuelo<br />

negro—. Por favor... —Claudia levantó<br />

la mirada y después de unos segundos<br />

reaccionó, se retiró la Polaroid que colgaba<br />

de su cuello, pero antes de que<br />

ella se levantara, Julio se acercó y tomó<br />

la cámara de sus manos. Después se inclinó<br />

y le susurró al odio—: Si te sientes<br />

muy mal sería mejor que salieras. Espérame<br />

en el coche.<br />

—¡Deja de chingar, cabrón! Estoy bien —respondió<br />

Claudia, tras un fuerte resoplido—. Tú<br />

a lo que estás, y déjame a mí en paz.<br />

Julio caminó de nueva cuenta hacia<br />

la mesa, acomodó la cámara y tomó<br />

una fotografía del cuerpo completo. De<br />

inmediato, la cámara escupió la instantánea<br />

tras un sonido mecanizado. Julio<br />

extendió la mano a Jaime para que<br />

este la sostuviera, pero, antes de que<br />

Jaime pudiera tomarla, Claudia la sostuvo<br />

con rapidez. Jaime le dio una ligera<br />

palmada en la espalda a Claudia, a lo<br />

que ella no reaccionó de forma alguna.<br />

Después, Julio continuó tomando fotografías<br />

desde diferentes ángulos, mientras<br />

Claudia caminaba tras de él.<br />

—Esta es la última —dijo Julio, mientras<br />

abanicaba la instantánea con la<br />

mano derecha.<br />

—Más te vale, idiota. Me hubieras avisado<br />

que veríamos esto, así hubiera<br />

estado preparada… —refunfuñó Claudia,<br />

mientras daba la espalda al cuerpo<br />

sobre la mesa.<br />

—Ese error fue mío, no de Julio. Lo<br />

lamento —exclamó Jaime mientras se<br />

acercaba a ambos, ella le soltó un fuerte<br />

manotazo en el pecho, el cual soportó<br />

sin moverse.<br />

—¡Pues para la próxima avisa, chingada<br />

madre!<br />

157


—Tranquila —intervino Julio—. Mejor<br />

salgamos de aquí, así dejamos trabajar<br />

a tu gente tranquilamente y nos explicas<br />

a detalle la situación —Jaime asintió sin<br />

decir una palabra y permitió el paso a<br />

Julio y a Claudia. Ellos caminaron hacia<br />

la puerta principal del departamento,<br />

mientras Jaime se detuvo a dar diversas<br />

indicaciones. Él ya no usaba ningún uniforme,<br />

ahora vestía de una manera más<br />

formal; zapatos de piel negra perfectamente<br />

boleados y limpios que hacían<br />

juego con la hebilla plateada de su cinturón<br />

y su abrigo negro, mientras que<br />

una holgada camisa de color vino y un<br />

pantalón elegante gris terminaban su<br />

conjunto. Claudia y Julio salieron por<br />

la puerta principal teniendo cuidado de<br />

no empujar a ninguno de los policías ni<br />

peritos que llevaban a cabo sus labores.<br />

El pasillo, iluminado de forma tenue por<br />

algunas lámparas de halógeno a punto<br />

de fundirse, también estaba lleno de<br />

policías. EL sonido de los periodistas<br />

intentando entrar al lugar se hacía más<br />

fuerte con cada paso que daban para salir<br />

del pasillo. Claudia seguía limpiando<br />

su boca mientras caminaban, mientras<br />

que Julio la miraba de reojo, y después,<br />

con un movimiento seco, la detuvo antes<br />

de llegar a las escaleras.<br />

—Vamos a esperar a Jaime aquí —pidió<br />

Julio. Claudia asintió y, en una reacción<br />

involuntaria, se agachó y vomitó<br />

nuevamente. Julio se acercó y le sostuvo<br />

el cabello, mientras que los policías<br />

observaban entre risas el momento.<br />

Claudia, después de unos momentos,<br />

se incorporó y nuevamente se limpió<br />

los labios con el pañuelo.<br />

—Puta madre, yo no tenía ninguna<br />

necesidad de ver esto.<br />

—Tú fuiste la que quiso venir. Si hubieras<br />

dejado que viniera Aurora...<br />

158


—Ya cállate, animal. Y mejor vámonos<br />

antes de que se nos haga tarde —exclamó<br />

Claudia, mientras observaba a los policías<br />

riendo entre dientes—. ¡Y ustedes de que<br />

se ríen, bola de pendejos? ¡Órale, pinches<br />

muertos de hambre, a trabajar, que para<br />

eso les pagan! —Claudia trató de caminar<br />

hacia los policías, que habían dejado de<br />

reír, pero Julio la detuvo tomándola del<br />

brazo. En ese momento Jaime salió por<br />

la puerta del departamento y el grupo de<br />

policías continuó con sus labores al verlo.<br />

Jaime caminó de forma apresurada hasta<br />

Julio y Claudia—. ¿Y bien? ¿Ya puedes decirnos<br />

que chingados pasó ahí?<br />

—Yo no lo sé, por eso están ustedes<br />

aquí —respondió Jaime, mientras Julio<br />

encendía un cigarrillo, Claudia mostró<br />

una mueca de hastío.<br />

—¿Y qué pistas tienen al respecto? —preguntó<br />

Julio, exhalando por la nariz el humo.<br />

—No tenemos nada en realidad, lo<br />

único que sabemos es que es la quinta<br />

víctima con el mismo móvil. Todas son<br />

mujeres entre los veinte y veinticinco<br />

años, los brazos y la cabeza siempre<br />

son colocados en la misma forma y los<br />

órganos también son removidos de la<br />

misma forma. Aunque nunca están en<br />

la escena. Por alguna razón el asesino<br />

siempre limpia los cuerpos con gran<br />

detalle, pues nunca hay una sola mancha<br />

de sangre en el cuerpo a pesar de<br />

tener el vientre abierto de esa forma.<br />

—¿Y cómo chingados es posible que<br />

no tengan ninguna pista? ¡Carajo! ¡Tendrían<br />

que haber alertado a la población<br />

ya! Muchas mujeres están en peligro y<br />

ustedes como si no pasara...<br />

—¿Desde hace cuánto tiempo está<br />

sucediendo? —interrumpió Julio a<br />

Claudia, ella le sacó la cajetilla de la<br />

cazadora y tomó un cigarrillo mientras<br />

refunfuñaba entre dientes.<br />

159


160<br />

—Los asesinatos han ocurrido desde<br />

la semana pasada. Cada tercer día<br />

encontramos un cuerpo nuevo, y todos<br />

los hemos encontrado debido a<br />

una llamada anónima que se realiza el<br />

mismo día de los asesinatos desde un<br />

teléfono público. Estamos tratando de<br />

encontrar una relación entre todas las<br />

víctimas pero hasta el momento no tenemos<br />

nada.<br />

—Siendo honestos —intervino Julio—, no<br />

considero que nos necesites para esto. Ustedes<br />

pueden hacer la investigación sin nosotros,<br />

así que...<br />

—No es tan sencillo —interrumpió<br />

Jaime, mientras Claudia se limpiaba<br />

de nuevo los labios—. <strong>La</strong> joven que<br />

está ahí adentro es la hija menor del<br />

comandante. Él, desde un principio, ha<br />

tratado de evitar que todo esto salga a<br />

la luz. Es año de elecciones y un loco<br />

suelto en la ciudad no le beneficiaría<br />

a nadie en lo más mínimo. Pero ahora<br />

que su hija se ha convertido en una<br />

víctima más ya no solo desea justicia,<br />

sino que desea venganza. Y si bien sus<br />

hombres no pueden hacer justicia por<br />

su propia mano, necesitaba a alguien<br />

que sí lo pudiera hacer —cuando Jaime<br />

terminó de hablar, el rostro de Claudia<br />

se descompuso por un momento, y los<br />

únicos sonidos que podían escucharse<br />

eran los gritos y quejas de los periodistas<br />

que podían escucharse en el cubo<br />

de las escaleras. Julio dio la última bocanada<br />

a su cigarrillo y lo lanzó al suelo,<br />

para después pisarlo.<br />

—Entiendo —musitó Julio, mientras<br />

asentía ligeramente—. Dile al comandante<br />

que nosotros nos encargaremos,<br />

pero que ya sabe cuál es nuestro precio.<br />

Mañana pasaré a tu oficina a buscar<br />

toda la documentación que pueda<br />

servirnos para el caso.


—No es necesario, tengo todo aquí —al<br />

decir eso, Jaime giró soltó un peculiar<br />

silbido, ninguno de los policías se inmutó<br />

al escucharlo, excepto uno, que<br />

miraba todo desde uno de los rincones<br />

del pasillo. El joven policía moreno corrió<br />

hasta donde Jaime se encontraba,<br />

cargando un par de registradores verdes.<br />

Con un ademán saludó a Julio y a<br />

Claudia—. Pepe, dale a ellos las carpetas,<br />

por favor —el joven policía, que apenas<br />

llegaba a la estatura de Claudia, asintió y<br />

extendió las carpetas a Julio sin dejar de<br />

observar el entallado vestido negro que<br />

Claudia portaba, el cual combinaba a la<br />

perfección con sus zapatillas de tacón<br />

de aguja negras, su bolsa plateada y sus<br />

arracadas también de color plata. Su discreto<br />

maquillaje hacía lucir su piel canela<br />

y mostraba más sus facciones a pesar de<br />

llevar su cabello de color negro azabache<br />

suelto. Julio tomó los registradores,<br />

después se quitó su cazadora gris y los<br />

envolvió con ellos. Su playera de color<br />

negro y su pantalón de mezclilla de color<br />

gris oscuro mostraban su ligero sobrepeso,<br />

la barba de dos días sin rasurar y su<br />

cabello quebrado hacían parecer que no<br />

se había bañado en días.<br />

—¿Tienes algo que hacer o vas a quedarte<br />

todo el tiempo ahí, mirándome<br />

de esa forma? —preguntó Claudia a<br />

Pepe, mientras tiraba las cenizas del cigarro<br />

en el suelo. Pepe, sonrojado, dio<br />

un paso atrás y bajó la mirada.<br />

—Pepe les llevará toda la información<br />

que se recopile hoy mañana a primera hora.<br />

—Muy bien, en ese caso que la lleve al<br />

departamento de Aurora, ya conoces la<br />

dirección —respondió Julio, mientras<br />

abrazaba los registradores debajo de<br />

su brazo derecho.<br />

—Y que no se le olvide el pago al comandante.<br />

Tiene que pagarnos...<br />

—Ya lo sé, la mitad por adelantado y<br />

al final lo demás —interrumpió Jaime<br />

a Claudia—. Tendrán su dinero. No olviden<br />

compartirme todo lo que puedan<br />

encontrar del asesino, aunque debo<br />

decirles que el comandante les pagará<br />

un bono extra si le llevan su cabeza antes<br />

de que nosotros demos con él.<br />

—¡Caramba! —sonrió Claudia—. Haberlo<br />

dicho antes, dile que se lo entregaremos<br />

en bandeja de plata y vivo, por<br />

si quiere ser él quien le cobre lo que hizo.<br />

—En ese caso esperamos la información<br />

mañana. Por favor —dijo Julio, dirigiéndose<br />

a Pepe—, lo más temprano que<br />

puedas llevarla, aunque tampoco te desmañanes<br />

por querer quedar bien con tu<br />

jefe —sentenció, señalando a Jaime con<br />

la mirada, Pepe simplemente dibujó una<br />

sonrisa sin decir palabra alguna.<br />

—No me lo saques del redil, Julio, ya<br />

bastante tengo con cuidarlos a ustedes<br />

como para tener que andar cuidando<br />

a otro escuincle más —exclamó Jaime,<br />

mientras hacía una seña a Pepe para<br />

que se retirara del lugar—. Ahora, yo les<br />

sugiero que no bajen por ahí, hay una<br />

escalera de emergencia del otro lado<br />

del pasillo, será mejor que salgan por<br />

ahí si no quieren que todos los buitres<br />

que están allá abajo se lleven una tajada<br />

de ustedes.<br />

—Por primera vez estoy de acuerdo<br />

contigo, tamarindo —exclamó Claudia,<br />

tirando la colilla del cigarro en el suelo.<br />

Jaime les dio la mano a ambos y los<br />

tres caminaron en dirección opuesta<br />

sobre el pasillo, después, él se detuvo<br />

en la puerta del departamento y Julio y<br />

Claudia siguieron adelante.<br />

—¡Oye, tamarindo! —gritó Claudia, dando<br />

media vuelta antes de que Jaime entrara<br />

de nuevo al departamento—. Dale<br />

mis condolencias al comandante. Dile que<br />

161


estamos con él en su dolor —Jaime, con<br />

una mirada de sorpresa, simplemente<br />

asintió y entró al departamento. Julio, que<br />

se había detenido para observar la escena,<br />

siguió caminando y después Claudia lo<br />

alcanzó rápidamente. Al llegar a la puerta<br />

de emergencias, un policía les abrió y Julio<br />

cedió el paso a Claudia, para después salir<br />

él mientras el policía cerraba tranquilamente<br />

la puerta. Claudia bajó las escaleras<br />

delante de Julio, tratando de evitar que sus<br />

tacones se atoraran en las pequeñas barras<br />

de metal que formaban los escalones. <strong>La</strong><br />

lluvia golpeaba sus cabezas con suavidad<br />

mientras bañaba la calle, y las luces del<br />

alumbrado público, así como la de los pocos<br />

automóviles que pasaban por la calle<br />

se reflejaban en los charcos.<br />

—¿Quién lo diría? Claudia Guzmán tiene<br />

corazón —ironizó Julio, mientras llegaban<br />

al último descanso de las escaleras.<br />

—No seas pendejo, el comandante va<br />

a pagar nuestro cheque, así que lo menos<br />

que podemos hacer es demostrar<br />

empatía por su situación... No es que<br />

me importe, pero él si tiene que creer<br />

que nos interesa lo que le está pasando.<br />

—Yo creía que tú y Rosa eran amigas,<br />

pensé que la habías reconocido.<br />

—Fuimos amigas, es muy diferente —puntualizó<br />

Claudia, mientras bajaba el último<br />

escalón—. Pero la muy puta me dejó de lado<br />

para irse con sus amigos fresitas de la universidad.<br />

Además, ¿cómo chingados querías<br />

que la reconociera si ni siquiera podía ver su<br />

cuerpo sin vomitar. ¡Vaya que hay que ser un<br />

maldito enfermo para hacerle a alguien algo<br />

así! ¡En qué demonios se está convirtiendo<br />

nuestra sociedad?<br />

—¿Convirtiendo? —preguntó Julio con<br />

un dejo de ironía—. Así ha sido toda la<br />

vida, No sé de qué te admiras.<br />

—Carajo, sí, entiendo que hay veces<br />

que es necesario matar. ¿Pero hacerlo<br />

162<br />

con esa saña? Por favor, eso ya es estar<br />

enfermo —dijo, casi a gritos, mientras<br />

caminaban por la acera hacia la esquina,<br />

donde el Datsun 76 rojo de Claudia<br />

estaba estacionado. Julio no respondió,<br />

solo se limitó a seguir caminando.<br />

Llegaron al automóvil, Claudia subió<br />

del lado del conductor y se estiró para<br />

abrir la puerta del copiloto. Julio terminó<br />

de abrir la puerta, se sacudió los<br />

zapatos y entró, cerrando la puerta con<br />

suavidad. Después arrojó los registradores,<br />

aún envueltos en su cazadora, al<br />

asiento trasero y bajó un poco la ventanilla<br />

mientras Claudia arrancaba.<br />

—A esta sociedad se la está cargando<br />

la chingada —musitó Julio, mientras<br />

recargaba la cabeza en el respaldo.<br />

—Sí, pero de alguna forma tenemos<br />

que responsabilizarnos de ello —le respondió<br />

Claudia, mientras comenzaba a<br />

acelerar—. ¿Crees que podamos detener<br />

al imbécil este antes de que cometa<br />

un nuevo asesinato?<br />

—Sinceramente lo dudo, pero tenemos<br />

que intentarlo —respondió, lanzando<br />

un suspiro de cansancio—. Vamos<br />

por Aurora y por <strong>La</strong>ura, ya no vamos a<br />

poder ir a la fiesta.<br />

—Puta madre, ni para lo que me tarde<br />

arreglando.<br />

Continúa en<br />

<strong>La</strong> <strong>sirena</strong> <strong>varada</strong>, <strong>Año</strong> II, número 6


163


164<br />

EL DIABLO DE LA<br />

MEDJERDA<br />

Por Alberto Arecchi


Estoy dispuesto a apostar que nunca<br />

habéis encontrado el diablo de la<br />

Medjerda. Era una noche de lluvia<br />

y la carretera, estrecha y llena de curvas<br />

cerradas, no tenía protecciones adecuadas.<br />

Yo llevaba conmigo todos los efectos<br />

de mi casa. Me había embarcado en<br />

Génova, bajo la lluvia. En la Goulette,<br />

cuando llegué, estaba lloviendo. Después<br />

de veinticuatro horas de agua, el<br />

agua de las lagunas de Túnez desde un<br />

lado al otro, el agua del cielo.<br />

¡Traten ustedes de decirle a quien está<br />

convencido que en África nunca llueve!<br />

Abandoné la intención de pasar un<br />

día en Túnez y decidí proseguir. Siguiendo<br />

por la carretera costera, llegaría<br />

por la noche a Annaba, pero la<br />

ciudad era famosa por sus ladrones,<br />

capaces de cortar los neumáticos para<br />

forzarte a bajar y robarte. Teniendo el<br />

coche cargado con todas mis posesiones,<br />

incluyendo libros, café y ropa de<br />

cama, quería ser capaz de transferir<br />

todo en mi nuevo hogar.<br />

Así me aventuré en un camino que sobre<br />

el papel no parecía demasiado incómodo,<br />

con la convicción de llegar antes<br />

del anochecer a Souk Ahras, la antigua<br />

Tagaste, la ciudad natal de San Agustín,<br />

pasada la frontera. Sin embargo, la lluvia<br />

y las curvas terribles de aquella carretera<br />

de montaña estaban en lugar de<br />

ofrecerme una noche de pesadillas.<br />

En esas montañas, veinte años antes<br />

de mi viaje, las tropas coloniales francesas<br />

lucharan contra los rebeldes argelinos.<br />

Además de la lluvia, las curvas, la<br />

oscuridad, los destellos repentinos de<br />

relámpagos iluminando la noche y las<br />

canciones entre los dientes (o tal vez<br />

vociferadas con voz alta, ahora no recuerdo),<br />

tenía miedo de que un animal<br />

salvaje, de repente, llegase a cruzar mi<br />

camino: un jabalí, un mono, un perro<br />

callejero, un zorro o cualquier otro ser<br />

viviente. En la noche oscura, el coche<br />

podría romperse y no marcharse más...<br />

Mejor no pensar demasiado.<br />

Tal vez esto pueda explicar por qué<br />

no me detuve, cuando en medio de una<br />

curva estrecha, en la oscuridad que se<br />

abría frente a mí, una silueta blanca<br />

se me apareció de repente. Una gran<br />

sombra pálida, con las alas extendidas:<br />

tenía que ser un ave de presa nocturna,<br />

tal vez un mochuelo. Se detuvo un momento<br />

en el aire, en la luz de los faros,<br />

y desapareció, mientras mis ojos intentaban<br />

reconocer el camino.<br />

Un instante —o un siglo— más tarde,<br />

volví a mí cómo de un breve desmayo,<br />

la frente perlada de sudor frío, en<br />

el silbido de proyectiles de mortero.<br />

Siempre en la carretera, en la noche de<br />

tormenta, pero ahora estaba manejando<br />

un vehículo blindado. De dos observatorios,<br />

los rayos de la luz sableaban<br />

la montaña en busca de los rebeldes.<br />

<strong>La</strong>rgas ráfagas de ametralladora cortaban<br />

la noche. Mi coche pasó en el fuego<br />

cruzado de las balas trazadoras y vi<br />

claramente una máscara de mueca que<br />

me sonría: una especie de arpía, encaramada<br />

por un momento en el capó de<br />

mi camión. Como una brizna, o si fuera<br />

hecha de fósforo, la larva brillaba de su<br />

propia luz, desplazándose aquí y allá.<br />

Me sentía en peligro inmediato, la<br />

aparición bailarina asustándome más<br />

que las ráfagas y la tormenta. Tenía que<br />

esforzarme para mantenerme firme,<br />

los ojos bien abiertos en la noche, tenía<br />

de no distraerme. Sabía que, siguiendo<br />

con los ojos los movimientos de la<br />

aparición, podría salir de la carretera,<br />

por el barranco empinado. El viento<br />

del norte traía estrépitos violentos de<br />

165


lluvia. <strong>La</strong> escaramuza pareció terminar,<br />

pero unos disparos aislados aún sacudían<br />

la oscuridad. Mis ojos titubeaban<br />

entre las sombras de tuya y robles, buscando<br />

el destello de un arma. Veía sólo<br />

remolinos de tormenta y ramas, sacudiendo<br />

en las ráfagas de viento; pero al<br />

juego de luces y sombras se sucedía la<br />

mueca atroz de mi visión. <strong>La</strong> máscara<br />

de luz emitía latidos como una luciérnaga<br />

y parecía invitarme a seguirla. Se<br />

puso descansando en un claro, a unos<br />

cincuenta metros de la carretera.<br />

<strong>La</strong> cara de sonrisa satánica estalló en<br />

mil pedazos: astillas de luz, trozos de<br />

madera, metal y tierra húmeda. Un proyectil<br />

de mortero había golpeado a un<br />

pequeño depósito de municiones. Me<br />

detuve, me bajé del vehículo y me acerqué<br />

con cautela al claro en el bosque.<br />

Acostado en su propia sangre, un joven<br />

soldado en camuflaje, con el rostro desfigurado<br />

por la explosión, aún quedaba<br />

sin aliento y se murió entre mis brazos.<br />

Nunca sabré si fuera francés, un mercenario<br />

de la Legión o un rebelde argelino.<br />

No había señales que lo identificasen y<br />

frente a la muerte los jóvenes se muestran<br />

todos iguales. Durante los últimos<br />

suspiros, sacó de su bolsillo la foto de<br />

una niña y ahora la apretaba en su mano,<br />

como si tratara de aferrarse a esa última<br />

166


esperanza, su última memoria. Lo dejé<br />

ahí, bajo la lluvia, en la oscuridad y el<br />

silencio que se había hecho total. En la<br />

carretera, había mi propio coche esperando,<br />

con las luces encendidas.<br />

Llegué a Souk Ahras tarde en la noche<br />

y conseguí encontrar un hotel. Dormí<br />

poco, todavía sacudido por el viaje<br />

en la tormenta, por la visión, por los tiros<br />

de las armas de fuego y por la imagen<br />

de aquel joven atormentado. Al día<br />

siguiente, salté en mi coche y proseguí<br />

mi viaje hacia Argel.<br />

En seguida he podido descubrir las leyendas<br />

que se cuentan, tratando de apariencias<br />

similares a la que había visto esa noche.<br />

El «diablo de la Medjerda» se materializa<br />

como una larva o un fantasma, en ocasiones<br />

especiales, para predecir —o evocar— eventos<br />

desfavorables, en las montañas entre<br />

Túnez y Argelia. Dicen que el diablo aparece<br />

cuando alguien tiene que morir de una muerte<br />

violenta, o también para abrir brechas temporales,<br />

aperturas que le permitirán aprender<br />

algo sobre el pasado o el futuro.<br />

En esa noche de tormenta, la larva<br />

no viniera para llevarme... o tal vez...<br />

¿Quién sabe?<br />

<strong>La</strong> muerte ha llevado una vida en ese<br />

lugar, en una noche de tempestad.<br />

¿Pero en que año, y en cual mundo,<br />

de los muchos posibles y paralelos?<br />

167


168<br />

BAJO EL<br />

RESGUARDO DE<br />

LA OSCURIDAD<br />

Por J.Daniel Pineda


Él o eso ha estado conmigo desde<br />

que tengo memoria, aún no puedo<br />

explicar por qué o cómo es esto<br />

posible. Si tuviera que responder a una<br />

de esas preguntas ahora mismo, diría<br />

que estamos unidos por alguna especie<br />

de mal chiste.<br />

Cuando se posee la mente de un niño<br />

nada necesita una respuesta compleja,<br />

basta con decirles «los trae la cigüeña»<br />

o «el mar es azul por el reflejo del cielo»,<br />

de igual manera yo no requería de entender<br />

su presencia.<br />

Es completamente negro, plano<br />

como el papel, de figura humanoide<br />

aunque en ocasiones ésta se distorsiona,<br />

carece de rostro y se hace llamar «El<br />

Señor S».<br />

A pesar de todo esto, de cierta manera<br />

se parece a mí.<br />

Era agradable al principio, me hacía<br />

sentir que no estaba solo, que no era<br />

tan extraño como los otros decían. Jugábamos<br />

con pelotas, figuras de acción,<br />

plastilina, a los exploradores, a los bomberos,<br />

y toda clase de diversiones que<br />

nuestra imaginación era capaz de crear.<br />

Él me escuchaba, cosa que mamá y<br />

papá nunca hicieron, estaban demasiado<br />

ocupados por ahí firmando contratos<br />

y quitándole dinero a algunos ingenuos.<br />

Traté varias ocasiones de que los demás<br />

lo conocieran, algunos respondían<br />

no ver a nadie junto a mí, y después de<br />

mirarme con escepticismo, me daban<br />

la espalda murmullando algo similar<br />

a «que chico tan raro», los otros fingían<br />

verlo y hablarle, incluso tendían<br />

su mano al aire como si lo saludasen.<br />

Creo que esto me molestaba más que<br />

pensaran que era mi amigo imaginario.<br />

Tenía ocho años cuando todo empezó<br />

a transmutar. Estábamos en la<br />

escuela, tenía mucha hambre y había<br />

olvidado mi dinero, caminábamos cerca<br />

de la cafetería cuando me dijo «entremos<br />

y robemos algo». Yo no quería<br />

hacerlo, sabía que eso estaba mal a<br />

pesar de tener una corta edad y que en<br />

casa no se me había enseñado a diferenciar<br />

entre el bien y el mal, se lo dije<br />

muchas veces hasta que se aburrió de<br />

escucharme y me arrastró por la fuerza,<br />

luego tomó un paquete de galletas y<br />

me llevó fuera de ahí. Corrimos a nuestro<br />

escondite, un pequeño baño fuera<br />

de servicio, donde traté de interrogarlo<br />

y reprocharlo. Se limitó a comerse las<br />

galletas mientras soltaba las carcajadas<br />

de una travesura.<br />

Esto fue solo el principio, con el pasar<br />

de los días sus actos empeoraron,<br />

burlarse de los otros niños, insultarlos,<br />

tomar sus pertenencias a base de amenazas.<br />

Recuerdo con especial temor el<br />

día en el que se acercó a una chica y le<br />

susurró algo al oído, momentos después<br />

comenzó a llorar y a gritar aterrada,<br />

no pude escuchar aquellas siniestras<br />

palabras que debió decirle, quizás<br />

sea mejor así.<br />

Observarlo sin poder hacer nada no<br />

fue lo peor, sino el tener que ser culpado<br />

por todo lo que hizo. Nadie creyó mi<br />

historia, tan sólo veían a un niño problemático<br />

que necesitaba con urgencia<br />

visitar un psiquiatra. Esto terminó por<br />

aislarme aún más de las personas, las<br />

llevó a despreciarme, a temerme.<br />

Y con el pasar de los años, sus «actos»<br />

se convirtieron en crímenes.<br />

Distintas escuelas tuvieron que verme<br />

crecer, pues poco tardaban en quererme<br />

fuera de cualquier lugar al que<br />

llegase. Después de que el señor S empujara<br />

a uno de mis compañeros por<br />

las escaleras nos vimos en la necesidad<br />

de mudarnos a otra ciudad.<br />

169


Estaba por conocer el auténtico horror.<br />

Caminar por un vecindario el cual<br />

me desconocía y me miraba como a<br />

cualquier otro era reconfortante, aun<br />

sabiendo que se trataba de la calma<br />

antes de la tormenta. Me perseguirá por<br />

siempre el día en el que me topé con un<br />

chico de unos siete u ocho años en un<br />

terreno baldío, tenía puesto un guante<br />

de baseball y lanzaba la pelota contra<br />

una pared a algunos metros de distancia,<br />

iba por ella y repetía el proceso. A<br />

pesar de ser notorio que yo era unos<br />

diez años mayor, se acercó a mí para<br />

preguntar si quería jugar con él. Me contó<br />

que llevaba poco de haber llegado a<br />

la ciudad y que no tenía amigos. Nunca<br />

me habían invitado a jugar baseball, o<br />

cualquier otro juego. Sin pensarlo tomé<br />

el bate que estaba en el piso y me coloqué<br />

en posición. Aquellas horas fueron<br />

y serán las mejores de mi vida, pude reír,<br />

correr, saltar y batear sin ser juzgado o<br />

menospreciado por aquel pequeño que<br />

parecía no conocer la maldad.<br />

Justo cuando creí que esos momentos<br />

durarían para siempre, golpeé la<br />

bola con tal fuerza que impactó directo<br />

en su cabeza, haciéndolo caer al piso.<br />

Entré en pánico cuando vi la sangre que<br />

brotaba de su frente, traté de ayudarlo<br />

cuando el señor S se hizo presente, me<br />

arrebató el bate y asestó contra su cabeza<br />

una y otra vez, hasta que murió.<br />

Desde ese momento renuncié a mi vida<br />

para evitar que él volviera a hacerle daño<br />

a algo o a alguien. Ya que por alguna razón<br />

que no entiendo sólo puede aparecer<br />

cuando cualquier tipo de luz cae sobre mí,<br />

dibujándolo en el piso o algún muro, huí a<br />

un lugar el cual cubrí en su totalidad para<br />

evitar que se pinte de colores diferentes del<br />

negro, así nunca volvería a aparecer, nunca<br />

volvería a existir, así siempre sería de noche.<br />

Ahora estoy aquí, encerrado, condenado,<br />

bajo el resguardo de la obscuridad.<br />

170


171


172


MICRO<br />

CUENTOS<br />

173


Margarita, bella mujer, fue raptada por<br />

un gigante enamorado. En el camino, al<br />

monstruo se le escucho decir:<br />

—Me quiere… No me quiere…<br />

Eduardo Briones<br />

No sé qué pensaba cuando prendía la<br />

cola de mi gato en fuego ni tampoco escuché<br />

sus gritos cuando lo hice, pero fue<br />

tal mi sorpresa cuando descubrí que su<br />

cola encendida cual incienso, soltaba un<br />

aroma glorioso y dejaba un rastro de ceniza<br />

mientras poco a poco se consumía.<br />

Seguí el rastro de ceniza por la casa hasta<br />

el sótano, bajando las escaleras el aroma<br />

se concentraba poco a poco, y ahí en<br />

el rincón más oscuro y alejado de este, yacía<br />

un montón de ceniza apilada.<br />

Sergio A. Rot<br />

—Dele la prueba al niño. Son las nuevas<br />

sopas Ternura. Cada color cruje distinto;<br />

unos son coditos, otros son ojitos…<br />

—Mami, uno extiende su manita.<br />

174<br />

Beatriz Rodriguez


<strong>La</strong> nieve cae inundando la ciudad de<br />

una paz en blanco, no hay nadie en las<br />

calles, son las tres de la mañana y él camina<br />

dejando pequeñas huellas tras de<br />

sí, sus manos cuelgan a los costados y<br />

una línea de sangre marca lo que será el<br />

comienzo del fin.<br />

<strong>La</strong> ciudad se despierta, ya han encontrado<br />

el cuerpo del muchacho y escrito<br />

en la nieve un mensaje que provocó la<br />

huida de los implicados.<br />

Este decía: «Ustedes tienen la culpa, espero<br />

que puedan vivir con ella».<br />

Ese fue un año marcado por la culpa, la<br />

tragedia y la muerte.<br />

Romina Correa<br />

Mi compañero de celda me relató con<br />

detalles cómo descuartizó a su mujer en<br />

trece pedazos: cabeza, tronco, antebrazos,<br />

brazos, muslos, piernas y pies. Luego<br />

los tiró en lugares escondidos. Mi<br />

lamentable fallo, me dijo, fue haber<br />

echado la cabeza en un maletín y arrojarlo<br />

en una represa donde la encontró<br />

un pescador.<br />

¿Por qué trece pedazos si a mí la cuenta<br />

me da doce?, le pregunté cuando lo<br />

llevaban para la capilla. Porque tuve<br />

que cortarle el anular de la mano izquierda,<br />

que ya estaba inflamada, para<br />

quitarle el anillo de compromiso.<br />

Carlos Téllez Rodríguez<br />

175


Apareció el conejo en mi habitación, está<br />

frente a mí, me está mirando; sus ojos rojos<br />

y dilatados me causan pavor. No hace<br />

nada más que mirar. Siento helar mi cuerpo<br />

lentamente, el sudor frío brota por mis<br />

poros y la impotencia me come el cerebro<br />

evitando pensar qué es lo que sucede…<br />

dio dos pasos hacia mí, mira a su derecha<br />

y seguido vuelve conmigo. Es sangre, el<br />

gato está muerto.<br />

Después de todo lo que dijo que haría,<br />

lo mató, siempre fue su plan. Él sólo quiere<br />

mi cuerpo, quiere joderme la vida, quiere<br />

hacerme sufrir.<br />

AlexisHCeja<br />

Cumplidos los dieciséis años, todos<br />

los jóvenes debían acudir al Centro del<br />

conocimiento universal, donde, según<br />

sus capacidades y aptitudes se les implantaba<br />

un chip.<br />

<strong>La</strong>s enciclopedias mundiales fueron<br />

comprimidas en estos diminutos implantes<br />

y proporcionaban la ciencia<br />

necesaria para ejercer una profesión<br />

con un margen de error de cero.<br />

Lejos…había un científico loco, al que<br />

acudían los robots, aquellos con inteligencia<br />

artificial y perfecta que se había<br />

independizado de sus creadores humanos,<br />

por alguna partícula “divina” del<br />

ambiente. Le pedían que transmute su<br />

estructura metálica y fría en simple carne<br />

humana, sentimiento y conciencia.<br />

176<br />

Karola Álvarez Pesántez


El traquido del metal es sordo, pero<br />

incansable, la mujer logra percibir la<br />

vibración del material sobre la mesa,<br />

siente una convulsión recorriéndole la<br />

espalda y sabe que mientras continúe<br />

percibiendo el temblor de los hierros<br />

fríos, seguramente significa que sigue<br />

con vida. Si pudiera enfocar las fuerzas<br />

que le quedan en la punta de su lengua,<br />

tal vez sería capaz de empujar sus labios<br />

lo suficiente para dejar brotar un<br />

último gemido.<br />

—¿Escuchaste eso?<br />

—No prestes atención. En este trabajo<br />

debes acostumbrarte a los susurros<br />

de los muertos. Pásame la cierra<br />

circular, yo haré el primer corte.<br />

Celia M. Castro<br />

Abrazada a sus rodillas, sentada en el<br />

piso del patio de su casa, la nena lloraba.<br />

Había comenzado a los gritos,<br />

pero de a poco la angustia se había ido<br />

apaciguando. No pudo contar las horas<br />

de amargura, pero el hambre que<br />

sonaba en su pancita, le hacía pensar<br />

que ya debería ser la hora de la leche y<br />

sabiendo que nadie la buscaba, limpió<br />

su cara con las mangas empapadas de<br />

moco y creció.<br />

Cristina Kolodynski<br />

177


Sentado en un sillón de la gran sala<br />

aguardaba que me atendieran. Observaba<br />

indolente los numerosos cuadros<br />

con retratos en las paredes pero me<br />

llamó la atención el de una mujer que<br />

me miraba fijamente y sonreía. Sacudí<br />

mi cabeza, incrédulo, pero al fijarme<br />

nuevamente en la pintura, ella seguía<br />

sonriéndome levemente. Miré al resto<br />

y descubrí atemorizado, que todos los<br />

rostros me sonreían. Súbitamente se<br />

abrió la puerta y un hombre adusto me<br />

invitó a pasar. Mientras caminaba, iba<br />

mirando los cuadros con receloso disimulo:<br />

uno de ellos estaba con el lienzo<br />

en blanco.<br />

Rodolfo Lobo Molas<br />

Desearía poder rezar, pero no sabe<br />

ninguna oración. Va herido y se ha refugiado<br />

en el lugar más recóndito de ese<br />

bosque que recorre a diario y conoce<br />

tan bien. Aunque puede olerles mejor<br />

y verles mejor, tal es su agonía que es<br />

incapaz de escapar cuando las bestias<br />

aparecen apuntando con sus armas.<br />

Medio ahogado por la sangre, el grito<br />

brota de aquella boca tan grande de<br />

lobo, con la esperanza de que la niña<br />

pueda oírle mejor antes de que lleguen<br />

a la casa.<br />

178<br />

Lluís Talavera


Solo el humo de un cigarrillo a medio<br />

apagar, incrustado en los pliegues de<br />

la mesa llenaba la habitación. Afuera,<br />

los pasos insistentes de quien dejo cerrar<br />

la puerta dejan entrever su angustia.<br />

Sus asustadizos ojos se inyectan<br />

del terror de quien ha visto lo que no<br />

debe. Sus manos temblorosas iteran el<br />

deseo de entrar al habitáculo desde el<br />

cual huye de la realidad. Su seca boca<br />

muestra como lo ha intentado una y<br />

mil veces.<br />

De nuevo se abre la puerta. Pesadamente<br />

se acerca a la cama en donde ve<br />

como un cuerpo, su cuerpo, se pudre<br />

lentamente.<br />

José Miguel Rojas Rua<br />

Se trataba de una mujer que durante<br />

el acto sexual con su consorte, tuvo un<br />

ataque de canibalismo y se lo devoró<br />

dejando intactos solamente sus órganos<br />

genitales con los que jugó hasta ser<br />

capturada por las autoridades. Ya en la<br />

cárcel, un día como hoy, su celda fue<br />

hallada vacía con tan solo una mantis<br />

religiosa saltando de un lugar a otro<br />

y la sombra sin rastro de un guardia<br />

desaparecido.<br />

Andrés Mauricio Urrea Díaz<br />

179


Caminaba sigilosamente por la calle,<br />

mientras un movimiento casi imperceptible<br />

de su cuerpo es percatado por<br />

la multitud silenciosa, como una leve<br />

vibración sentimental. Nunca antes había<br />

sentido algo semejante. A medida<br />

que continuaba su marcha, la agitación<br />

fue tomando fuerza, a tal punto que su<br />

cuerpo se movía por sí solo, como queriéndose<br />

escapar de algo. Se sintió intimidado<br />

por las atentas miradas, que<br />

como pequeños reflectores, seguían su<br />

desplazamiento por la calzada, estupefactas<br />

ante semejante espectáculo.<br />

Cuando éste fenómeno concluyó,<br />

pudo observarse a sí mismo, y sentir<br />

por fin que su cuerpo volvía a la normalidad;<br />

el alivio fue tremendo, hasta que<br />

se dio cuenta que lo observaba desde<br />

tres metros de distancia.<br />

Gabriel Falconi<br />

El bus se desplazaba rápido, me parecía<br />

que nadie más se subiría en él, sin embargo,<br />

unas cuadras antes de llegar a mi destino,<br />

se detuvo. Un hombre saltó al interior<br />

y empezó a preguntar qué año era. ¿Qué<br />

año es? ¿En qué año estamos? Preguntaba<br />

una y otra vez y nadie le respondía. Al<br />

fin, se acercó a mí y me imploró que le<br />

dijera en qué año estábamos. Le respondí<br />

que en el 2017. El hombre se quedó quieto<br />

unos segundos, con ojos desquiciados.<br />

Luego se rio y como loco saltó del bus. Lo<br />

vi correr gritando: «¡Funcionó! ¡Funcionó!»<br />

180<br />

Andrés Pascuas Cano


—Usted —decía el juez—, fue encontrado<br />

en las instalaciones de la tienda horas<br />

después de que la horda destruyera<br />

las barreras de seguridad y tomara una<br />

gran cantidad de productos y dinero.<br />

Si bien usted no posee conexión alguna<br />

con los saqueadores mencionados,<br />

aprovechó que el sitio se encontraba<br />

abierto y sin vigilancia para robar dos<br />

televisores. Por ello, el Estado lo sentencia<br />

a pasar dos años en la cárcel.<br />

¿Tiene algo que decir?<br />

El acusado se levantó de su silla, irguió<br />

el pecho y, mirando a los presentes<br />

en la corte, dijo:<br />

—¿Quién hubiera dejado una oportunidad<br />

así?<br />

Brayant Sandoval Escalante<br />

Regresó a la mesa con dos vasos de café.<br />

—Hijo, que alegría que vinieses. Siempre<br />

puntual y con un café para tu padre.<br />

Expresó el anciano sonriendo sin recordar<br />

que le había visto hacía dos minutos.<br />

—Le fue imposible no traer a la memoria,<br />

y con lágrimas en sus ojos, el<br />

momento en que su progenitor no quiso<br />

transferir sus recuerdos.<br />

Soy un humano tradicional, de los<br />

que mueren indagando en su memoria<br />

capítulos vividos para repetirlos<br />

las veces que sean necesarios.<br />

Ahora el Alzheimer había borrado hasta<br />

el día que tomó esa decisión.<br />

Zacarías Zurita Sepúlveda<br />

181


Tengo algo que confesar: me estoy enamorando<br />

de mi mejor amiga. Renata es<br />

mágica, pero no porque sea atractiva<br />

ni tonterías de esas; es mágica de verdad.<br />

Su pelo brilla con luz propia, literalmente;<br />

desprende luz verdosa, casi<br />

color esmeralda. Esa no es su única<br />

cualidad, cada vez que pienso en ella<br />

me mira. Parece tener un radar del que<br />

nada puede escapar. Así que esta mañana<br />

le he pedido consejo a mi madre<br />

y ha sido revelador:<br />

—¡Mamá! ¿Has visto a Renata?<br />

—¿No la has visto tú, Gabi?<br />

—¡No!<br />

—Entonces tu amiga imaginaria ha<br />

desaparecido. Bienvenido a la madurez.<br />

Borja Moreno Martínez<br />

En mi viaje a la Habana, la tormenta<br />

tropical atrapó la aeronave. Moría de<br />

ganas por conocer la isla. Ahora, sentado<br />

en el bar <strong>La</strong> Bodeguita del Medio,<br />

escucho comentarios de un par de turistas<br />

extranjeros sobre el accidente<br />

aéreo sucedido esta mañana en el mar<br />

Caribe, del cual, no se salvó ningún pasajero.<br />

Asustado, salgo del lugar. Me<br />

asombro al pensar que mi alma voló<br />

más rápido que mi cuerpo.<br />

182<br />

Oscar Seidel


Despertó de madrugada, o así lo creyó<br />

cuando ocurrió, si bien durante años<br />

procuró negarlo y ocultarlo en un oscuro<br />

rincón, donde la mente guarda<br />

sus secretos más opacos. Aquello lo<br />

marcó por siempre, si bien ahora lo ansiaba<br />

en vez de temerlo.<br />

Todo comenzó cuando, con la mente<br />

despierta, comprendió que la realidad<br />

escapaba a su control. Incapaz<br />

de moverse, o de articular palabra,<br />

pronto comenzó a elevarse, como si su<br />

consciencia se separase de su propio<br />

cuerpo. Se elevó y cayó inerte sobre el<br />

colchón, como un saco. Cayó y luego se<br />

movió. Entonces habló. Luego, calló.<br />

Iñaki Sainz de Murieta<br />

Ella divisó su territorio hasta toparse<br />

con su víctima, un hombre solitario<br />

sentado en la barra del bar. <strong>La</strong> mujer<br />

cogió dos copas de vino y fue por él. Dio<br />

unos pasos y le susurró que la siguiera<br />

a su habitación en el segundo piso.<br />

Perplejo aceptó con la mirada. Dentro,<br />

los más bajos instintos surgieron, ninguno<br />

cedía a la excitación del momento,<br />

entonces, la fémina cambió su porte<br />

mientras hacían el amor, el hombre<br />

sintió un dolor intenso que derivó en<br />

un grito horrible. <strong>La</strong> vagina de la mujer<br />

tenía colmillos, acababa de castrar<br />

su sexo sin piedad.<br />

Mario Ruddyart Bermúdez Pérez<br />

183


Ella necesitaba ayuda, atrapada bajo<br />

los escombros. Aterrada, enterrada,<br />

atrapada por un odio irracional y discriminador,<br />

con forma de bomba.<br />

El miedo comenzaba a llenar sus pulmones,<br />

igual que el polvo. Lo sentía en<br />

la piel, bajo las uñas, enterrado bajo un<br />

bloque de piedras, incapacitado para<br />

salir. Miedo a estar enterrada viva, miedo<br />

a no entender por qué.<br />

Pero ese día de julio de 1994 en Argentina,<br />

no hubo religión, ni historias,<br />

ni culturas diferentes. Dos palabras bastaron<br />

para cruzar las fronteras de la diferencia.<br />

Sólo dos: «ayuda» y «gracias».<br />

Dos palabras para desvanecer el miedo.<br />

<strong>La</strong> primera era una convocatoria humana,<br />

a la que muchas manos, al igual<br />

que las de él, respondieron solidariamente:<br />

espíritus unidos en la desgracia.<br />

<strong>La</strong> última palabra fue la que surgió<br />

ante ese acto de hermandad. «Gracias»<br />

fue la palabra de ella, cuando él la encontró<br />

bajo las piedras, y desvaneció<br />

su miedo.<br />

Silvina Alejandra Pose<br />

<strong>La</strong>s vestiduras de terciopelo le resultaron<br />

placenteras al tacto, lo incómodo<br />

fue descubrirse dentro de un ataúd.<br />

—Pensaba visitarte mañana... ¿Qué haces<br />

aquí?<br />

—Hace un año tú fuiste a visitarme —dijo<br />

mientras caminaba lastimosamente hacia<br />

el sillón—. Hoy me tocaba a mí...<br />

—Ya pasó mucho tiempo desde aquel<br />

accidente, creí que te recuperarías —una<br />

ligera sonrisa se dibujó en su rostro.<br />

—Ya no me duele, pero no importa,<br />

solo tengo esta cojera —suspiró—. Digo,<br />

algún precio tenía que pagar...<br />

—Yo no lo merecía. Tú pudiste... —ella<br />

soltó una carcajada, como siempre, su<br />

humor era muy difícil de entender, me<br />

miró a los ojos y dijo:<br />

—Calla, calla... ya lo hemos hablado<br />

antes. Mejor tráeme un vaso de agua.<br />

Mira que todavía no me acostumbro al<br />

calor de ese lugar...<br />

Aurora Ceres<br />

El pasaje. <strong>La</strong> mano del chofer rozando<br />

la piel. <strong>La</strong> mirada de todos los pasajeros.<br />

El roce indecente al ir todos<br />

parados. El asiento vacío. <strong>La</strong> mirada libidinosa<br />

de alguien sobre el desbordamiento<br />

de los senos. El descubrimiento<br />

de esa mirada.<br />

Un vistazo al celular.<br />

Un «mensaje» sugestivo esperando<br />

a ser visto; luego otro y otro más. <strong>La</strong>s<br />

respuestas condescendientes: ¿Hoy?<br />

¿A qué hora? ¿Dónde te veo? Mientras<br />

un cosquilleo moja el sexo esperando<br />

ansiosa la respuesta.<br />

Escribiendo…<br />

¡Este es un asalto, cabrones! ¡Celulares,<br />

carteras y cosas de valor o se los<br />

lleva la chingada!<br />

<strong>La</strong>s <strong>sirena</strong>s a lo lejos.<br />

El MP.<br />

184<br />

Crista Aun<br />

Jonathan Santamaría


CONOCE A<br />

LOS AUTORES<br />

QUE COMPONEN<br />

ESTE NÚMERO<br />

185


Donis Albert Egea<br />

Donís Albert Egea, Técnico superior informático,<br />

además ayuda a su padre en<br />

el trabajo. Escribe desde hace 17 años y<br />

ha obtenido galardones literarios como<br />

3º puesto en el X EPLA de narrativa 2001,<br />

accesit en el Katharsis de poesía 2009, finalista<br />

en el Limaclara de ensayo 2014, finalista<br />

en el Premio UNIR de ensayo 2015<br />

o aparecido en cantidad de antologías de<br />

poesía, cuento y microrrelato. Actualmente<br />

termina la carrera de Grado en Estudios<br />

Hispánicos en la Universidad de Valencia.<br />

Tania Rivera<br />

Tania Rivera (Xalapa, Ver. 12 de enero<br />

de 1997) es estudiante de Letras y literatura<br />

hispánicas en la Universidad Veracruzana,<br />

ha participado en la presentación<br />

del número 38 de la revista <strong>La</strong><br />

Palabra y el Hombre. Actualmente dice<br />

ser escritora, pues como decía Ana María<br />

Matute: escribir es siempre protestar,<br />

aunque sea de uno mismo.<br />

186<br />

Cosme<br />

Nació en el puerto fronterizo de Nuevo<br />

<strong>La</strong>redo, Tam. Donde pasó su infancia<br />

y parte de su juventud. Después se<br />

trasladó a la Ciudad de Morelia, Mich.,<br />

dónde estuvo algunos años paseando<br />

y aprendiendo. Ahora nuevamente vive<br />

en el Norte del País con su bella esposa e<br />

hijo. Dedicado actualmente a la docencia,<br />

al Kendo, su iglesia y otras actividades,<br />

nunca perdió el gusto por la lectura.<br />

Alberto Arecchi<br />

Arquitecto italiano, presidente de la Asociación<br />

Cultural Liutprand, de Pavía, que<br />

pública estudios sobre la historia y las<br />

tradiciones locales. (www.liutprand.it) Autor<br />

de publicaciones y libros obre el património<br />

histórico y la história de su ciudad,<br />

otros asuntos de arquitectura, tecnologías<br />

para el desarrollo; escribe cuentos<br />

breves y poemas en diversos diferentes<br />

idiomas, ganando galardones y reconocimientos<br />

en concursos literarios en Italia,<br />

España, América <strong>La</strong>tina.


David Saade<br />

Mi actual existencia vio luz en 1992.<br />

Desde pequeño amé la literatura, con<br />

colecciones como Elige tu propia aventura.<br />

A mis 8 años, llegó a mis manos un<br />

libro que cambiaría mi vida: Rabia de<br />

Stephen King. Escribo desde 2010. En<br />

los últimos 7 años fui participe de un<br />

taller de letras y eventos relacionados.<br />

Este año publique “Duplicidad” Mi primera<br />

obra. Antología de horror junto a<br />

otra colega.<br />

Allen Schavelzon<br />

Ha escrito desde su adolescencia pues<br />

su pasión por las letras es casi nata,<br />

definiendo su estilo en una amalgama<br />

de tintes oscuros y auras melancólicas.<br />

Actualmente funge como estudiante,<br />

redactora independiente, promotora<br />

de la lectura y en sus ratos libres es autora<br />

del blog <strong>La</strong> Rosa de Jericó.<br />

Maximiano Revilla Vega<br />

Nació en Tabanera de Valdavia, el 21 de<br />

Diciembre de 1962. Reside en Madrid.<br />

Estudios de Teoría y Creación Poética<br />

con los premios Magón de Poesía en<br />

Costa Rica, <strong>La</strong>ureano Alban y Julieta Dobles.<br />

UNED. Grado en Lengua y literatura<br />

Española. Miembro activo del Grupo<br />

Aranjuez de Poesía Trascendentalista.<br />

Su basta obra narrativa ha sido publicada<br />

pro Ediciones Vitruvio, mientras que<br />

su obra poética se encuentra disponible<br />

en Amazon.<br />

Esther Domínguez Soto<br />

Es profesora de inglés. Vive y trabaja<br />

en Pontevedra, España. Gusta de leer,<br />

escribir, viajar, charlar y tomar café con<br />

las amigas; además de las plantas y el<br />

chocolate.<br />

187


Emmanuel Ivan<br />

Soy originario de Salina Cruz Oaxaca,<br />

donde nací el 05 de diciembre de<br />

1976. Actualmente vivo en el Pueblo<br />

de Santo Tomas Mazaltepec, Etla, Oaxaca.<br />

Abogado de profesión, con una<br />

Maestría en Fiscal. Litigante con despacho<br />

propio. En mis tiempos libres y<br />

por gusto propio, escribo cuentos, en<br />

su mayoría ciencia ficción, aunque he<br />

explorado también otros géneros.<br />

Carlos Cuauhtémoc Martinez<br />

Nacido en la Ciudad de México el 6 de<br />

Marzo del 88. Geógrafo por la UNAM.<br />

Promotor el cuidado de los animales y<br />

lo recursos naturales, tiene como pasiones<br />

la escritura y el fútbol. Al día de hoy<br />

ha publicado 2 ensayos y 2 cuentos de<br />

amor. Tiene en el tintero varias novelas<br />

que espera algún día vean la luz y puedan<br />

dejar un mensaje en sus lectores.<br />

José Francisco Hernández<br />

Nació en la Ciudad de México. Estudió<br />

Pedagogía en la FES ACATLAN─UNAM.<br />

Actualmente está encargado del Archivo<br />

Histórico Francisco I. Madero, en Palacio<br />

Nacional. <strong>La</strong> vocación de escritor la ha<br />

tenido desde muy joven, sin embargo no<br />

fue hasta el 2003 que se decidió a hacerlo<br />

formalmente. Tiene una gran predilección<br />

por los cuentos porque sabe que el<br />

conjunto de esas pequeñas historias dan<br />

fe del mundo en que vivimos.<br />

Mauricio Vega Vivas<br />

Ciudad de México 1965. Obtuvo el primer<br />

lugar en el Concurso de Cuento de<br />

la Casa Universitaria del Libro UNAM,<br />

CASUL 2011. Y tercer lugar en el Segundo<br />

Concurso de Cuento Rincones Mágicos<br />

de México, convocado por Editorial<br />

Porrúa y Secretaría de Turismo, con el<br />

cuento <strong>La</strong> ciudad bajo la ciudad. Que<br />

cuenta ya con dos ediciones y forma<br />

parte de su colección infantil Gusano<br />

de Luz.<br />

188


Gabriel Bevilaqua<br />

Argentina. Narrador. Sus microrrelatos<br />

han aparecido en una veintena de antologías<br />

de Argentina, México y España.<br />

Entre otras: Cienfictimínimos (México,<br />

2012), De antología. <strong>La</strong> logia del microrrelato<br />

(España, 2013), Brevedades<br />

(Argentina, 2013), 40 plumas y pico<br />

(España, 2014) <strong>La</strong>s palabras contadas<br />

(España, 2015). Mantiene la bitácora El<br />

elefante funambulista.<br />

Gabriela Santamaria Santiago<br />

Licenciada en Educación egresada de<br />

la Escuela Normal Superior de México.<br />

Profesora de Educación Básica en la<br />

SEP. Siempre interesada en la promoción<br />

de la lectura. Ganadora del tercer<br />

lugar del Premio ESRU OPINA 2006. Algunos<br />

de sus cuentos y reseñas aparecen<br />

en la revista Horizontum.<br />

Miguel Fernando Payán Ramírez<br />

Chihuahuense de nacimiento, historiador<br />

por necesidad, músico por convicción<br />

y escritor por accidente. Nacido<br />

junto a una tierra robada, en un norte<br />

inventado, que se cruza con un desierto<br />

a veces ficticio y otras tantas reivindicativo.<br />

Mentiroso profesional y mal<br />

bailarín.<br />

Andrés Briseño Hernández<br />

(Jerez, Zacatecas, 1981). Escritor, narrador<br />

oral y mediador del Programa<br />

Nacional de Salas de Lectura. Autor<br />

de los libros Letras blancas. Letras negras<br />

e Iban cayendo las estrellas y otros<br />

cuentos. Además ha publicado cuentos,<br />

poemas, caricatura y fotografía en diferentes<br />

medios impresos y electrónicos<br />

Integrante de la Compañía Estatal de<br />

Narración Oral de Zacatecas.<br />

189


∆len<br />

Aarón Zamarripa, también conocido<br />

como ∆len, nació en la ciudad de México.<br />

Su carrera en las letras se remite al<br />

2010, cuando por incentivo de su madre<br />

comenzó a escribir sus propias historias.<br />

Su formación literaria ha sido totalmente<br />

autodidacta, gracias a las ávidas lecturas<br />

hechas a autores como: Ignacio<br />

Manuel Altamirano, Howard Phillip Lovecraft,<br />

Algernon Blackwood, Lord Dunsanny,<br />

Jane Austen. Mismos que son sus<br />

influencias más directas.<br />

Mauricio del Castillo<br />

(Ciudad de México, 1979) ha colaborado<br />

para diversas páginas y revistas de CF.<br />

En 2012 publicó su primera colección<br />

de cuentos <strong>La</strong> variable multimillonaria y<br />

otros relatos. En 2014 apareció su segunda<br />

colección <strong>La</strong> nave de la discordia y otras<br />

piezas de anticipación. Actualmente se<br />

encuentra preparando la publicación de<br />

su primera novela Metástasis mental para<br />

la Editorial Dreamers.<br />

J. Daniel Pineda<br />

Escritor mexicano de diecinueve años<br />

de edad nacido en Guadalajara, y ahora<br />

residente de la ciudad de León (Guanajuato).<br />

Definido en el área del terror,<br />

desarrolla relatos donde el suspenso<br />

es su principal herramienta para generar<br />

aquellos sentimientos de intranquilidad<br />

y pánico sobre sus lectores. Actualmente<br />

se encuentra escribiendo su<br />

segundo libro: «Penumbra. Relatos de<br />

la Noche». Siendo el sucesor de: «Sombrío.<br />

Relatos de Sangre y Demencia».<br />

190<br />

Racconto Urahara<br />

Racconto Urahara vive en el norte de México.<br />

Escribe de manera independiente,<br />

principalmente ficción, y hace encuadernados<br />

a mano. Bebe café a mares.


Tania Angélica Jáquez Arzaga<br />

Licenciada en Diseño Gráfico (ESCOGRAF)<br />

y Máster en Mercadotecnia (ITESM), nacida<br />

en Chihuahua, Chih. Celosa escritora,<br />

aficionada a la lectura y los videojuegos.<br />

Ha escrito dos novelas: una de fantasía<br />

(inédita) y otra de ciencia ficción (en proceso);<br />

autora de diversos cuentos de fantasía,<br />

cotidianos y ciencia ficción. Escribe<br />

en el blog «<strong>La</strong> Cueva del Cuervo». Asistente<br />

al Taller de Narrativa «Ray Bradbury»;<br />

acreedora de la Beca Interfaz 2017 en Culiacán<br />

en marzo de ese año.<br />

Daniel Felipe Aldana<br />

Colombiano de 25 años nacido en Bogotá.<br />

Adepto a la tecnología, los videojuegos,<br />

los cómics y la creación literaria,<br />

de preferencia en los géneros suspense,<br />

negro y policíaco, enfocándose en las<br />

historias que exploran el comportamiento<br />

humano cuando éste es errático<br />

y aterrador. Tiene una afición por el<br />

deporte y buen estilo de vida para complementar<br />

el correcto desarrollo de las<br />

capacidades intelectuales.<br />

Gabriela Bolaños Cacho Gasca<br />

Escritora, poetisa y prosista mexicana,<br />

nacida el 18 de abril de 1996 en la actual<br />

Ciudad de México; reside en Aguascalientes<br />

y cursa el penúltimo semestre de la<br />

Licenciatura en Comunicación e Información<br />

en la Universidad Autónoma de<br />

Aguascalientes. También es colaboradora<br />

recurrente en revistas digitales nacionales<br />

como Sputnick y Symposium, ésta última<br />

perteneciente al Ateneo de la Juventud,<br />

así como la publicación de dos de sus textos<br />

auspiciados por editoriales españolas.<br />

Roberto Omar Román<br />

Nació en la Ciudad de México, D.F. en 1965.<br />

Es cofundador del Grupo Literaria Urawa<br />

en la ciudad de Toluca, iniciado en mayo<br />

de 1993, ubicado en la biblioteca central<br />

Leona Vicario, lugar donde se congregan<br />

cada sábado, un reducido grupo de escritores,<br />

principiantes e iniciados, a tallerear<br />

poesía, narrativa y ensayo. Ha publicado<br />

cuentos y poemas en las antologías colectivas<br />

<strong>La</strong> semana comienza los sábados,<br />

Gambusinos, Átomos literarios y minificciones<br />

en la revista Urawario.<br />

191


Lorenzo Ko<br />

Nacío en 1995 en Valladolid. Por ahora,<br />

estudia Filología Hispánica en la UVa y<br />

Dirección escénica y Dramaturgia en la<br />

ESADCyL; pero, sobre todo, escribe. Escribe<br />

porque es su pasión y, con ello, ha<br />

conseguido publicar y ganar algún que<br />

otro premio.<br />

Juan Pablo Goñi<br />

Escritor argentino. Ha publicado: Bollos<br />

de papel; Mis Escritos (Argentina),<br />

2016; <strong>La</strong> puerta de Sierras Bayas, Pukiyari<br />

Editores, USA 2014. Mercancía sin<br />

retorno, <strong>La</strong> Verónica Cartonera (España,<br />

2015). Alejandra y Amores, utopías y<br />

turbulencias, Dunken (Argentina, 2002).<br />

Relatos y poemas en antologías y revistas<br />

en Argentina, España, Ecuador,<br />

Perú, México y Estados Unidos. Ganador<br />

Premio Novela Corta <strong>La</strong> verónica<br />

Cartonera (España), 2015.<br />

Kalton Harold Bruhl<br />

(Honduras, 1976) ha publicado los libros<br />

de relatos El último vagón (2013),<br />

Un nombre para el olvido (2014), <strong>La</strong><br />

dama en el café y otros misterios(2014),<br />

Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta<br />

atrás (2015), <strong>La</strong> intimidad de los Recuerdos<br />

(2017); Novela: <strong>La</strong> mente dividida(2014).<br />

Es premio Nacional de<br />

Literatura Ramón Rosa y miembro de<br />

número de la Academia Hondureña de<br />

la Lengua, Correspondiente de la Real<br />

Academia de la Lengua.<br />

192<br />

Oliver Salvador López Gutiérrez<br />

Dicen que es un extraño hombrecillo<br />

que deambula de aquí para allá y de<br />

allá para acá. Su nombre es Oliver Salvador<br />

López Gutiérrez, pero le apodan<br />

Chava, y es un espécimen algo raro en<br />

la naturaleza. Es difícil de conversar<br />

con él, pero quien lo hace, encontrará<br />

una clase de charla que difícilmente se<br />

ve en otros. Es de temperamento difícil,<br />

terco y ocurrente. Está en peligro de<br />

extinción.


Cristina Valero<br />

Cristina Valero nació un Diciembre frío y<br />

nevado en Cataluña. Sus padres la abrazaron<br />

y apretándola contra su pecho escuchó<br />

las primeras palabras de Amor, y<br />

sus ojos pequeños se hicieron grandes y<br />

saltones. Estudió Educación Infantil en<br />

Barcelona y se interesó por la literatura<br />

infantil, la transformación emocional, la<br />

pedagogía y la manera del ser humano<br />

de relacionarse consigo mismo. Mirando<br />

y aprendiendo, empezó a escribir<br />

cuentos como si no hubiera mañana.<br />

Miguel Ángel Barragan<br />

Nacido el 5 de septiembre de 1989 en<br />

la Ciudad de México. A los 12 años de<br />

edad ingresé a Iniciación Universitaria<br />

de la Escuela Nacional Preparatoria,<br />

Plantel No. 2, de la UNAM. Seis años<br />

después, estudié Filosofía en la Facultad<br />

de Filosofía y Letras de la UNAM,<br />

de donde egresé con honores en 2012.<br />

Actualmente copywriter publicitario y<br />

amante de las letras.<br />

Andrea Medina<br />

Colombiana nacida en Venezuela, graduada<br />

en Educación en el año 2015. Actualmente<br />

vive en Quito, Ecuador y se<br />

desempeña como tutora privada de inglés<br />

para principiantes. Su gran pasión<br />

es escribir y espera hacerlo profesionalmente<br />

muy pronto; escribe nuevos<br />

relatos con regularidad y trabaja en el<br />

desarrollo de dos novelas. Su género literario<br />

favorito es el thriller psicológico<br />

y lee mucho al respecto.<br />

Juan Christian Aguirre Contreras<br />

Por mucho tiempo, no tuvo la certeza<br />

de lo que estaba haciendo. A veces produciendo,<br />

otras trabajando para redes<br />

sociales o fotografiando animaciones<br />

cuadro por cuadro. Actualmente estudia<br />

la Maestría en Guión y retomó<br />

el gusto por escribir relatos y cuentos<br />

cortos. Ahora vive en un cuarto de hotel<br />

y desde ahí cuenta sus historias. Si<br />

le preguntan que está haciendo, el está<br />

haciendo cine un guión a la vez.<br />

193


Juan Pascal<br />

Licenciado en Economía. Obtuvo uno<br />

de los accésit en el I, II y III Certamen literario<br />

Sierra de Francia con unos relatos<br />

titulados <strong>La</strong> búsqueda, <strong>La</strong> mujer del paraguas<br />

y Por su alma, respectivamente.<br />

Además, su relato Los heraldos del bosque<br />

fue seleccionado y publicado en la<br />

antología Kalpa III Relatos satánicos de<br />

Castilla y León.<br />

Juss Kadar<br />

Técnico de farmacia por profesión, su<br />

pasión siempre ha sido escribir cualquier<br />

historia, ya sea de intriga, amor,<br />

fantasía... Una escritora por impulso<br />

que se atreve con todos los géneros.<br />

Ganadora de varios premios literarios<br />

en el Instituto y uno concedido por el<br />

ayuntamiento en San Sebastián de los<br />

Reyes (Madrid) En 2012 iniciaba el blog<br />

<strong>La</strong> muerte de los sueños, donde como<br />

un diario contaría su lucha para convertirse<br />

en una escritora reconocida.<br />

Aly Cañizales<br />

Escritor regiomontano, su inspiración<br />

llegó a partir de un sueño, complementando<br />

que su sueño fue siempre<br />

ser escritor, A sus 29 años comenta<br />

que desde pequeño se interesó en<br />

la lectura y en las bellas artes como<br />

la fotografía, el teatro, la pintura y la<br />

música. Es fiel seguidor de escritores<br />

digitales españoles tales como Fernando<br />

Trujillo Sáenz, y Cesar García.<br />

José Luis Vázquez<br />

Editor, cantautor, investigador privado<br />

retirado y estudiante de la carrera<br />

de Lengua y literatura hispánica en<br />

la facultad de filosofía y letras de la<br />

UNAM. Además de diversos premios<br />

literarios en Japón, ostenta el segundo<br />

lugar como mejor jugador de Super<br />

Contra en Retroachievemens<br />

194


195


en nuestro siguiente número:<br />

Una nueva y mejorada<br />

revista, la cual será ahora<br />

en formato mensual, con más<br />

cuentos, ensayos para ustedes

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