La sirena varada: Año 1, Anual
El especial del primer año de La sirena varada: Revista literaria
El especial del primer año de La sirena varada: Revista literaria
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· NOIR · CIENCIA FICCIÓN · TERROR ·<br />
<strong>La</strong> <strong>sirena</strong> <strong>varada</strong><br />
R E V I S T A L I T E R A R I A<br />
es una publicación de<br />
EDITORIAL DREAMERS<br />
libros digitales, gratuitos y legales<br />
LA SIRENA VARADA: REVISTA LITERARIA BIMESTRAL<br />
<strong>Año</strong> 1, <strong>Anual</strong>, es una publicación bimestral editada por<br />
Digital Robotic Entity Assembled for Masterful Editing and<br />
Rational Sabotage S.A.S. de C. V.:<br />
Tlalnepantla de Baz, C.P. 54170, Estado de México, México.<br />
www.editorialdreamers.com.mx<br />
Director y editor responsable: José Luis Vázquez<br />
Ilustración de portada: Yumin<br />
Ilustraciones: The British Library’s collections<br />
<strong>La</strong>s opiniones expresadas por los autores no<br />
necesariamente reflejan la postura del editor, sin embargo,<br />
la editorial respalda todas las opiniones al aceptar su<br />
aparición en esta revista.<br />
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o<br />
parcial de los contenidos e imágenes de la publicación<br />
sin previa autorización de Digital Robotic Entity<br />
Assembled for Masterful Editing and Rational Sabotage<br />
S.A.S. de C. V. o los respectivos autores.<br />
SOBRE<br />
ESTE<br />
NÚMERO<br />
Retrasos, retrasos, retrasos... Es lo<br />
que útlimamente esta revista ha<br />
tenido. Pero créanme, ha sido por<br />
una buena razón. No solo comenzaremos<br />
con una nueva etapa en <strong>La</strong> Sirena<br />
Varada al iniciar con la publicación mensual<br />
de nuestros números, en lugar de<br />
hacerlo una publicación bimestral, sino<br />
que también iniciaremos con la publicación<br />
de más artículos de opinión y entrevistas<br />
a diversas personalidades que<br />
no están relacionadas con la literatura.<br />
¿Cómo es posible que entrevistemos<br />
a ese tipo de personas? Bueno, la respuesta<br />
es simple: leer es para todos.<br />
Uno de los autores de la editorial me<br />
propuso esa campaña, y realmente quedé<br />
fascinado con la idea, porque cumple<br />
precisamente con el objetivo de la editorial.<br />
Hay que llevar el amor por la literatura<br />
a todos los rincones del planeta,<br />
y la mejor forma de hacerlo, considero<br />
yo, es por medio de los medios digitales.<br />
<strong>La</strong> literatura es nuestra arma para<br />
conquistar al mundo, y nosotros queremos<br />
poner nuestro granito de arena,<br />
tal vez en algún momento podamos llenar<br />
una playa.<br />
© 2018<br />
DIGITAL ROBOTIC ENTITY ASSEMBLED<br />
FOR MASTERFUL EDITING AND<br />
RATIONAL SABOTAGE S.A.S. DE C.V.<br />
todos los derechos reservados
18<br />
MALESTAR<br />
(O LO QUE HAY DEBAJO<br />
DE MÁSCARAS Y SILENCIO)<br />
34<br />
<strong>La</strong> influencia<br />
de la lectura en las<br />
generaciones que<br />
se están formando<br />
50<br />
ESCRITORES SIN SALIDA<br />
PRESENTA:<br />
70<br />
EL ESCRITOR<br />
QUE ESCRIBE
88<br />
TE PERDONO,<br />
OCTAVIO PAZ<br />
104<br />
LAS FIGURAS TEXTUALES<br />
DEL PENSAMIENTO:<br />
LA DESCRIPCIÓN<br />
122<br />
138<br />
156<br />
LAS RAICES<br />
DE LA LECTURA<br />
172<br />
DE PROMESAS<br />
Y DECISIONES<br />
MORALES<br />
LA IGLESIA<br />
DEL DIOS MUERTO<br />
MICROCUENTOS
6<br />
EL ENGAÑO<br />
Por Victor Manuel Reyes Chávez
Todo parecía sencillo desde la primera<br />
vez que lo hice —pensaba<br />
Andrés—, solo decía en la casa que<br />
salía tarde de trabajar, me tomaba unas<br />
cinco o seis cervezas en casa de algún<br />
compañero del trabajo y, después, salía<br />
a cualquier table dance de la ciudad;<br />
ahí le pagaba a alguna muchacha tres<br />
o cuatro horas de su tiempo para estar<br />
con ella, beber, y obvio, tener sexo. Terminando<br />
eso, llegaba a la casa, ebrio,<br />
listo para dormir y no escuchar reclamos<br />
de mi esposa. ¡Ay! Ahora con eso<br />
del embarazo sinceramente he perdido<br />
mucho la atracción hacia ella, y no era<br />
para menos, había subido casi 16 kilos<br />
ahora que estaba a punto de dar a luz<br />
y, sinceramente, prefería estar afuera lo<br />
mas posible de la casa, pero ahora, ahora,<br />
lo que mas añoro es poder decirle<br />
que la extraño y que desearía no haberle<br />
jugado tanto al hábil.<br />
Andrés sollozó, y en ese momento lo<br />
golpearon en las costillas.<br />
—¡Cállate, cabrón!, te gusta andar de<br />
machito con las muchachas, ¡ahora vas<br />
a ver lo que es bueno!<br />
El golpe casi lo deja inconsciente,<br />
pero, aun en ese predicamento, no podía<br />
dejar de pensar en Sandra, o al menos<br />
ese era el nombre que ella le había<br />
dado; había pasado varias noches con<br />
ella, buscándola, pagándole sus tragos,<br />
sus fichas, gastaba cantidades algo fuertes<br />
cada noche por el gusto de tener el<br />
físico y la atención de esa muchacha a<br />
su lado pero ¿quién podía resistirse? Era<br />
una de las cuatro muchachas mas atractivas<br />
del lugar. <strong>La</strong> había conocido cuando<br />
fue con un amigo del trabajo a «relajarse»<br />
después de una semana de locos<br />
donde habían cerrado una cuenta con<br />
unos japoneses, que al final del día, al ir<br />
a ese lugar, cerraron el trato sin dudarlo.<br />
Su compañero de trabajo lo congratulo:<br />
—Wey, nos van a dar buena comisión<br />
en la empresa por este cierre, vamos nuevamente<br />
al lugar, te invito una muchacha.<br />
Pero después de esa ocasión él conoció<br />
a Sandra, y a pesar de que esa noche<br />
ambos se fueron al hotel y después<br />
cada uno por su camino, él no quedo<br />
satisfecho, quería más de ella, quería<br />
sentirla, tenerla a su lado, tocarla, oírla,<br />
se sentía embelesado como Odiseo<br />
al escuchar a las <strong>sirena</strong>s en su barco de<br />
regreso a Ítaca, solo que él, a diferencia<br />
de Odiseo, se dejó llevar por el canto de<br />
esa <strong>sirena</strong>. Pero no solo era su canto,<br />
era el contonear de sus caderas, su figura<br />
desnuda, la manera en como el pagaba<br />
y ella accedía a sus necesidades.<br />
Sin embargo había algunas cosas<br />
que no le cuadraban. Ella, en repetidas<br />
ocasiones, se quejaba de un sujeto, uno<br />
que según ella la mantuvo como princesa<br />
y esclava al mismo tiempo, un sujeto<br />
que hacia de ella lo que el quisiera<br />
y claro, Andrés era el salvador que ella<br />
necesitaba, él le decía que se irían lejos,<br />
que con lo que el ganaba ella sin problemas<br />
podía trabajar en alguna otra<br />
ciudad, al final del día, a el no le incomodaba<br />
su vocación.<br />
Sandra le decía: «Vámonos, Andrés,<br />
con lo que estás pagando aquí es sobrado<br />
lo que gano en dos días, y podemos<br />
hacer otro tipo de cosas solos».<br />
A él no le interesaba irse, solo quería<br />
beber, divertirse, coger, y después sentir<br />
esa falsa sensación que tienen los hombres<br />
de que tienen una o más mujeres a<br />
su disposición para usarlas en el mejor<br />
momento que ellos lo decidieran.<br />
Pero Andrés no contaba con que esa<br />
noche en particular hiciera su aparición<br />
ese sujeto, y para sorpresa de él, Sandra<br />
decidiera quedarse en su regazo,<br />
7
iendo y tocándolo como si fuera un<br />
cliente VIP. Andrés no soportaba eso,<br />
le dijo al mesero, a varios meseros incluso<br />
que quería a Sandra en su mesa,<br />
que la tenía para pagarla sin problemas<br />
y no veía porque el indio apestoso prieto<br />
con el que estaba Sandra, fuera más<br />
que él, después de todo el creía tener<br />
un vínculo con ella.<br />
—Jefe, mejor pida otra muchacha,<br />
Sandra va a estar muy ocupada hoy, o<br />
mejor aún, venga otro día —le decían los<br />
meseros. Pero después de una botella<br />
completa de whisky cualquier hombre<br />
pierde lo poco que le queda de sentido<br />
común y le sale su gallo interior.<br />
—A mí me vale madres con quien esté.<br />
A ver, deja voy por ella —y sin dejar que<br />
nadie hablara y la música siguiera su<br />
curso, se levantó y fue hacía donde estaban<br />
ambos. Sandra y el sujeto estaban<br />
beso y beso, acurrucados como unos<br />
novios en el parque a medio día, cuando<br />
Andrés llegó y se puso entre ellos, aventándole<br />
mil pesos, y diciéndole:<br />
Ahí está lo que te has gastado hasta ahorita,<br />
Sandra y yo vamos a platicar con tu permiso<br />
—y sin dudarlo la levanto de la mesa.<br />
—¿Estás pendejo o demente? —le<br />
dijo Sandra—. Estoy ocupada, ya mejor<br />
vete a tu casa, después hablamos.<br />
Pero ese tono mas le hizo sacar su<br />
macho interno; la jaloneó, la llevó a<br />
su mesa, y le pidió tres copas de dama<br />
para que se quedara con ella.<br />
No entiendo que haces con ese pendejo,<br />
yo tengo días viniendo a verte<br />
solo a ti, ni siquiera veo el show de las<br />
demás muchachas, ¿y así me pagas?<br />
Pues bueno, ya tiene su lana… Ahora,<br />
¿qué onda? ¡Dame un beso!<br />
—Si serás wey, Andrés, te conté sobre<br />
«el sujeto». ¿Lo recuerdas?<br />
—Sí, lo recuerdo.<br />
—Pues es él, tiene unos negocios<br />
aquí en la ciudad y vino a arreglarlos,<br />
pensé que no volvería, pero ahora le<br />
acabas de aventar dinero en su mesa y<br />
me quitaste de en medio.<br />
Andrés sintió por primera vez que<br />
dentro de todo lo que había estado haciendo<br />
mal, esto, realmente lo era. Con<br />
la poca descripción del «sujeto» sabía<br />
que la había cagado, ahora tenia que<br />
salir de ahí, ahora empezaba a extrañar<br />
a su esposa embarazada.<br />
—Valiendo madre, tengo que irme a<br />
mi casa ya, ¿porque chingados no me<br />
dijiste que andabas con un puto narco?<br />
—Pues porque la verdad me gustas,<br />
pero ahorita eso ya no tiene que ver,<br />
necesitas irte.
—Ok, pero no será tan fácil, sinceramente,<br />
no se ve tan peligroso —Andrés<br />
intentaba verse tranquilo, pero por<br />
dentro se repetía que era un pendejo-.<br />
—Mira, vamos a hacer como que entramos<br />
a un privado y de ahí te sales, yo<br />
le pago tu cuenta al mesero, por favor<br />
no hagas nada estúpido.<br />
Fuera de la borrachera que traía, la<br />
preocupación lo levantó en ascuas, y<br />
decidió hacer lo que Sandra le propuso.<br />
Entraron al área de privados y mientras<br />
ponían la canción mas corta de toda su<br />
vida, salió por una puerta trasera sin<br />
decir adiós, se encaminó en chinga a<br />
su carro, y cuándo estaba a punto de<br />
llegar, lo jalaron del brazo dos tipos, lo<br />
tiraron al suelo, y después de golpearlo<br />
un rato lo subieron a una camioneta.<br />
Lo último que escucho después del<br />
golpe fue:<br />
—Qué galancito, ¿cuál es tu último<br />
deseo? Estoy de buenas, y antes de que<br />
te arranque esa verga y te la meta a la<br />
boca y te mate, te dejaré pedir algo…<br />
Pero no salgas con tus mamadas,<br />
¿entendido?<br />
—Tacos.<br />
—Vaya, quieres morirte con la puta<br />
panza llena antes de que te la destripe,<br />
esta bien. Rojo, vete a unos tacos que<br />
no se vean tan corrientes, este tipo ya<br />
está muerto, démosle por lo menos<br />
una enchilada con la salsa.<br />
Se estacionaron en un lugar y se bajaron<br />
los dos tipos que lo habían madreado;<br />
comieron, rieron con el taquero<br />
y pidieron posteriormente cuatro de<br />
cabeza y dos de bistec los cuales, entre<br />
su malicia, los inundaron de la salsa<br />
mas picosa del lugar. Cuando abrieron<br />
la puerta de la camioneta para reírse<br />
de él, mientras al intentar comerse<br />
sus tacos se ahogaría en lo picoso, Andrés<br />
solo escuchó un sonido hueco y<br />
el malandro que le abría la puerta caía<br />
tirando la bandeja de tacos. Posteriormente<br />
escuchó otros sonidos fuertes y<br />
el solo se tiró entre los asientos pidiéndole<br />
a algo divino que lo salvara.<br />
Pasado el ruido ensordecedor se levantó<br />
de la camioneta, vio a los tipos,<br />
al taquero y a algunas personas, posiblemente<br />
clientes muertos a balazos.<br />
¿Y él? ¡Ileso! Se dio cuenta de que podría<br />
haber sido un ajuste de cuentas,<br />
una emboscada, o lo que fuese. Era<br />
tiempo de largarse de ahí, correr como<br />
desquiciado y jamás de los jamases<br />
volvería a engañar a su mujer, y obvio<br />
mucho menos a comer tacos saliendo<br />
del table.
10<br />
HACIA UN LUNES<br />
SIN SOL<br />
Por Mauricio del Castillo
Trapaga se encontraba a punto de<br />
ser decapitado por la guillotina en<br />
plena Revolución Francesa. Sintió<br />
que su garganta se cerraba y le impedía<br />
proferir un grito de ayuda. El verdugo,<br />
de pie junto a la horca, sacó una pequeña<br />
bolsa de algodón e introdujo la cara<br />
del prisionero en ella. Trapaga aferró su<br />
maletín, como si se tratara de su única<br />
realidad en esta extraña no existencia.<br />
—¡Auxilio! —exclamó.<br />
Creyó que se trataba de un sueño<br />
que casi ponía en entredicho las leyes<br />
de la física. Sin embargo, alcanzó a recordar<br />
que había sido arrojado a esa<br />
época por aquel charlatán del Control<br />
Maestro de la Aldea Digital.<br />
Alguien retiró la aguja receptora cerca<br />
del nervio óptico. Trapaga se hallaba<br />
tendido ahora en la mesa de simulación,<br />
con la entrada coaxial injertada<br />
en su cráneo. Tardó en acostumbrarse<br />
a la luz. Al reponerse, sintió una mano<br />
sobre su hombro. Se trataba del administrador<br />
y monitor de la aldea.<br />
—¿Cómo se siente, señor Trapaga? —preguntó,<br />
con una sonrisa diabólica y un tanto<br />
cínica—. ¿Le agradó?<br />
—De ningún modo.<br />
—¿Qué ocurre? ¿Pompeya no es de su<br />
gusto? ¿Sufrió una quemadura de piel<br />
en Marte? ¿Marylin Monroe lo abofeteó?<br />
—Usted me quiso jugar chueco. Esto<br />
no era lo que yo pensaba. ¡No es justo!<br />
Él ya estaba demasiado grande para<br />
estas cosas, pensó. No era su forma<br />
ideal de pasarla bien. ¿Qué caso tenía<br />
oler las flores en una simulación si no<br />
era en un campo al aire libre? Sentía<br />
que algo se desperdiciaba en el mundo<br />
y que lo sumía en una penumbra de la<br />
que muy difícilmente saldría.<br />
Se retiró, no sin antes echar una última<br />
mirada a los usuarios perdidos en sus propias<br />
simulaciones. <strong>La</strong>s luces estroboscópicas,<br />
las bagatelas, los ruidos estridentes<br />
y los repentinos fantasmas eran algo común<br />
a la Aldea Digital. Trapaga se sentía<br />
como un animal fuera de su hábitat.<br />
Halló un rincón tranquilo para descansar,<br />
lejos de la influencia que podrían<br />
ejercer los otros usuarios. Tomó<br />
asiento con suma lentitud en una escalinata,<br />
desprendió el broche de su maletín<br />
y extrajo un peculiar objeto.<br />
Era conocido en otro tiempo como<br />
«libro». Lo abrió por en medio con delicadeza,<br />
como si temiera que las hojas<br />
se desprendieran, y empezó a leer.<br />
El tiempo se suprimió; su mente vagó<br />
a la deriva en un mar de creatividad e<br />
imaginación. Trapaga olvidó por unos<br />
instantes lo que estaba ocurriendo a su<br />
alrededor. Cuando despegó la vista del<br />
libro reparó en las decenas de miradas<br />
clavadas en él.<br />
Como si cometiera una falta, Trapaga<br />
lo cerró de golpe. Algo no está bien<br />
aquí, pensó. ¿Qué había estado ocurriendo<br />
con el mundo? ¿Qué lo había<br />
vuelto así? De pronto era mal visto cultivarse,<br />
cuestionar el entorno, recrearse<br />
en las palabras.<br />
Trapaga notó con cierto horror que<br />
las personas lo rehuían como si se tratara<br />
de un leproso. Estaba herido en el<br />
alma y en el orgullo. Si bien es cierto que<br />
se sintió diferente a los demás durante<br />
toda su vida, no podía dejar de sentir<br />
que el universo lo oprimía por todas<br />
partes… como si perteneciera a otro<br />
universo y alguien lo hubiese colocado<br />
en este. Deseaba explorar el mundo, saber<br />
lo que escondía la historia, el arte,<br />
la ciencia y el espíritu los cuales yacían<br />
dormidos en cada uno de nosotros.<br />
Cobijado por estos pensamientos, se<br />
quedó dormido. Toda su fisonomía lu-<br />
11
cía en desequilibrio, asimetría, sin una<br />
normalidad en ella. <strong>La</strong>s palmas de sus<br />
manos se encontraban abiertas, hacía<br />
arriba, como si se dejara retratar por un<br />
artista. Podía pasar como una escultura<br />
viviente, manteniéndose aferrado a esta<br />
época oscura y a este universo sangrante.<br />
Cuando estuvo a punto de realizar<br />
un salto a las fauces del sueño profundo,<br />
algo lo hizo despertar por completo.<br />
Parpadeó, con la intención de enfocar<br />
su vista. Justo en frente de él se hallaban<br />
dos guardias programados por el<br />
Control Maestro de la Aldea Digital. Sus<br />
figuras se alargaban como dos sombras.<br />
Trapaga los miró con creciente<br />
hostilidad, como si representaran el<br />
lado más cruel —y severo— del mundo.<br />
—¿Qué quieren? ¿Qué es lo que está<br />
ocurriendo aquí?<br />
—Debe acompañarnos.<br />
—¡No!<br />
—Aleje pensamientos hostiles, señor<br />
Trapaga. Se lo advertimos. Nuestros<br />
superiores quieren tener una plática<br />
con usted.<br />
—No… No pueden obligarme. —Trapaga<br />
intentó moverse hacia atrás para<br />
evitar que los guardias lo tomaran. Sin<br />
embargo no tuvo oportunidad de escape.<br />
—¿A qué se dedica?<br />
—Solía ser un poeta, antes de que<br />
fueran impuestas las Leyes de Simplificación<br />
—dijo Trapaga, con la espalda<br />
en la pared.<br />
<strong>La</strong> poesía estaba muerta, pensó Trapaga.<br />
Ya nadie evocaba el alma, el amor, la<br />
mente. Cuando él tomó la pluma y el papel,<br />
la poesía estaba ya en una etapa terminal.<br />
Pero la poesía no podía caber en un ataúd<br />
cuando su naturaleza podía reflejarse en<br />
todo vestigio otorgado por el mundo, pensó.<br />
Ahora su sentencia era firme y en definitiva<br />
su aniquilación también.<br />
—¿Qué es eso que lleva en las manos?<br />
—preguntó uno de los guardias.<br />
—Un libro —dijo Trapaga.<br />
—¡Un libro!<br />
—Así es. Solo un libro.<br />
—¿Para qué sirve? ¿Cuál es su función?<br />
—¿Su función? Pues amplía nuestros<br />
horizontes; descubre ámbitos de la<br />
12
ealidad en prácticamente todos sus<br />
niveles que hasta entonces ignorábamos.<br />
Leer nos da vocabulario y entendimiento<br />
del lenguaje. Agudiza nuestra<br />
mente, nos hace más críticos, mejora<br />
nuestra memoria. Los libros son inteligentes,<br />
brillantes y sabios.<br />
—¿Estaba enterado de que son prohibidos?<br />
Son armas, armas muy dañinas<br />
para la sociedad.<br />
—No, no saben lo que dicen. Eso es lo<br />
que quieren hacernos creer. Sólo escuchen.<br />
¡Escuchen!<br />
—¡Cierre la boca! ¿Dónde está su cara/<br />
libro? ¿Y su gorjeo? ¿Cuántos mensajes<br />
ha hecho en el día? No veo por ningún<br />
lado su número de contactos.<br />
—No los tengo.<br />
—¿Se está burlando de nosotros?<br />
—Oigan, yo no he hecho nada.<br />
—Bueno, se acabó —dijo la voz del<br />
otro guardia—. Ahora levanté las manos,<br />
Trapaga. Dese la vuelta y no se mueva.<br />
Trapaga obedeció. Un par de esposas<br />
escalaron su pierna derecha, pecho y<br />
brazos hasta juntar sus muñecas en un<br />
chasquido magnético. Sintió un miedo<br />
primitivo que impactaba en lo más<br />
profundo de su ser. Los guardias lo tomaron<br />
de los hombros y lo arrastraron.<br />
Sus labios se helaron. Iba con la mirada<br />
húmeda a punto de soltarse.<br />
—¿Qué hacen? ¿A dónde me llevan?<br />
<strong>La</strong> luz quemaba su rostro. Trató de<br />
protegerse, pero resultó inútil. <strong>La</strong> luz<br />
comenzó a ganar cada vez más intensidad<br />
a medida que se acercaba al final<br />
del recorrido.<br />
Abrió los ojos y se encontró una vez<br />
más en su cubículo de trabajo. No se trataba<br />
de una prisión, pero al volver poco<br />
a poco a la realidad se dio cuenta que<br />
casi cumplía con los mismos propósitos.<br />
Intentó extraer su libro para continuar<br />
la lectura, pero se dio cuenta que<br />
no lo llevaba consigo. Debió haber sido<br />
confiscado sin que se diera cuenta. Levantó<br />
la cabeza y miró el reloj de manecillas.<br />
Hubiera jurado que estas no se<br />
movían en lo absoluto.<br />
Entonces se dio cuenta de que era lunes<br />
a primera hora en la oficina.<br />
13
14<br />
LA MUÑECA DE<br />
LOS TRES PELOS<br />
Por Allen Schavelzon
Quién no ha oído acerca de los<br />
relatos sobre espíritus y acontecimientos<br />
que parecen carentes<br />
de exploración de entre los terrenos<br />
esotéricos. Lo que voy a relatar ocurrió<br />
y en mi propia carne se ha anidado el<br />
temor de una inminente secuela. <strong>La</strong><br />
«tía», como todos la conocíamos, era<br />
una mujer gitana y excéntrica que estéticamente<br />
parecía normal, incluso<br />
uno podría atreverse a decir que era<br />
modestamente atractiva, mas no bella,<br />
pues su mayor encanto era ese halo de<br />
locura en el que su vida se iluminaba.<br />
Esta dama llegó a nuestras vidas de<br />
modo desconocido, casi por azar, y le<br />
tenía un especial afecto a mi madre y<br />
hermanas prefiriéndome por encima<br />
de ellas. «Ella es la más valiosa…» era<br />
lo que repetía hasta el hartazgo cuando<br />
venía de visita ocasionando con ello<br />
incomodidad a nuestro clan. Nunca<br />
entendí su peculiar expresión así que<br />
para mí se volvió un dogma del cual no<br />
podía dudar.<br />
En mi noveno cumpleaños, la «tía»<br />
me regaló una pequeña muñeca de<br />
tela, rellena de un material extraño que<br />
acompañó de un extraño monólogo:<br />
—A ella le gusta decir muchas cosas y<br />
verse bonita, pero se le cae un cabello<br />
cada vez que alguien cercano sufre. Le<br />
da mucha vergüenza eso y no quiere<br />
que nadie lo sepa, pero si guardas su<br />
secreto ella te compensará —anunció<br />
la mujer al entregarme el objeto.<br />
No era como los demás juguetes ya<br />
que su aspecto semejaba más al de un<br />
talismán pagano. Toda ella estaba confeccionada<br />
a mano, de ropajes hechos<br />
con colores brillantes, unos ojillos de<br />
cristal rojizo y honestamente lo único<br />
hermoso en ella era un precioso cabello<br />
negro de origen misterioso y aspecto<br />
más que real. <strong>La</strong> zíngara parecía<br />
complacida ante la mirada de extrañeza<br />
de mi familia, sin embargo, por el<br />
gesto cariñoso, fui incapaz de despreciar<br />
su obsequio. Tras ese suceso una<br />
serie de acontecimientos trágicos darían<br />
comienzo al fin...<br />
Semanas después fue hallada muerta<br />
de forma desconocida, así que no quedó<br />
más que darle sepultura y orar por<br />
su descanso, sin embargo, mientras los<br />
mayores rezaban yo tenía a la muñeca<br />
entre mis brazos y me percaté de que<br />
un pequeño mechón de cabello habíase<br />
tornado blanco como las nubes y caído<br />
de la nada; tal como las hojas se marchitan<br />
y mueren tranquilamente en la brisa<br />
otoñal. Mientras yo me fijaba en eso los<br />
ojos de la muñeca reflejaron la luz de los<br />
cirios dándole una mirada infernal y al<br />
mismo tiempo que una vocecilla juguetona<br />
se grababa en mi mente<br />
—Ella no pudo pagar su deuda y por<br />
eso me la llevé. Ahora te corresponde<br />
pagar por ella pues eras «su más valiosa...<br />
moneda».<br />
De momento adjudiqué la alucinación<br />
al aroma del incienso, pero tonta de mí<br />
que no sabía lo que me esperaba. A partir<br />
de entonces empezaron los decesos<br />
de maneras algunas horrendas y otras<br />
sin ningún sentido, primero en gente del<br />
pueblo y después en mi familia.<br />
<strong>Año</strong> tras año se presentaba la muerte<br />
junto al más escaso cabello y la horrorosa<br />
voz del talismán que cada vez se tornaba<br />
más burlona, como recordándome<br />
la maldición a la que había sido sometida<br />
por capricho de una vieja bruja.<br />
Ya adulta, mi salud mental decreció hasta<br />
el punto de la desesperación, tanto que<br />
un día tomé a la desdichada muñeca y con<br />
las tijeras de costura destrocé la ropa poco<br />
a poco, los brazos, las piernas, arranqué<br />
15
los cristalinos ojos y el abdomen lo abrí,<br />
hallando en el interior un relleno asqueroso:<br />
cabello humano, reseco y quebradizo.<br />
Quemé los restos y acudí donde el sacerdote<br />
del pueblo, contándole toda mi historia<br />
a la cual encontró una explicación.<br />
Me contó que la gitana era una bruja<br />
que había huido durante mucho tiempo<br />
de la justicia divina, ofreciendo a sus<br />
entes oscuros no su alma como pago<br />
sino la de todos aquellos a quienes<br />
mostrase afecto a cambio de protec-<br />
ción a su vida, consagrada su funesta<br />
promesa en un objeto confeccionado<br />
por sus manos, una muñeca creada a<br />
partir de jirones y cabello de los condenados<br />
a muerte. El cura aplaudió mi<br />
decisión de destruir la siniestra figurita<br />
y yo volví a mi casa con el alma momentáneamente<br />
aliviada. Esa misma noche<br />
la voz de siempre sonó en mis sueños,<br />
advirtiendo con severidad irónica.<br />
—Cuándo ella reveló mi secreto creyó<br />
que su alma estaría salvada; me traicio-<br />
16
nó y apareció muerta. Yo renové mi energía<br />
de su desesperación, por eso lucí hermosa<br />
ante tu vista cuando llegué a ti. Si<br />
hubieses guardado mis secretos como te<br />
lo advirtió me hubiese mantenido bella,<br />
pues ahora sabes que tu vida me pertenece.<br />
Tu existencia pende literalmente<br />
de mis cabellos así que cuando llegue el<br />
momento en que hayan caído todos tú lo<br />
harás junto conmigo.<br />
Desperté sobresaltada y busqué ansiosamente<br />
entre los restos de la basura<br />
los retazos del amuleto, que inexplicablemente<br />
encontré intacto y con<br />
cuatro cabellos negrísimos en aquella<br />
espantosa cabeza.<br />
Hace días el sacerdote murió en un<br />
accidente. Yo me preparó para irme de<br />
este pueblo fantasmal con mis pocas<br />
pertenencias a la espalda, mis pesares<br />
en el corazón y atado fuertemente mi<br />
silencio por los tres únicos cabellos de<br />
aquél espantoso talismán, tal como si<br />
mi vida dependiese de ello.<br />
17
MALESTAR<br />
(O LO QUE HAY<br />
DEBAJO DE<br />
MÁSCARAS Y<br />
SILENCIO)<br />
Por Oliver Salvador López Gutiérrez<br />
No podría afirmar que la lectura<br />
elimine el malestar que existe<br />
en la vida, pero, en definitiva, la<br />
lectura provee capacidad de reflexión<br />
(aunque claro está, existen lecturas<br />
que, así como las comidas ostentosas,<br />
embotan la inteligencia; existen también,<br />
lecturas que vencen al desdeñamiento<br />
del Yo hacia la ciencia), y en la<br />
reflexión pudiéramos encontrar una<br />
zona de encuentro brutal entre el ma-<br />
18<br />
lestar y la [verdadera] actividad filosófica:<br />
el cuestionarse.<br />
¿Por qué brutal? Porque el cuestionamiento<br />
verdaderamente filosófico estaría<br />
encaminado (podríamos atribuirle<br />
esta propuesta a Camus) hacia la pregunta<br />
de ¿vale la pena la vida de ser vivida o<br />
no? <strong>La</strong> respuesta (afirmativa) yacerá en<br />
la reflexión precisamente. Una reflexión<br />
que sólo se alcanza a través del conocimiento<br />
escondido en la lectura, si me lo
preguntaran personalmente. Brutal porque<br />
el simple hecho de elaborar esa pregunta<br />
es ya una dura confrontación. Pero<br />
esa pregunta no se elabora por sí sola: y<br />
si esa duda no aparece, podríamos hablar<br />
entonces de una automatización<br />
mecánica de la vida, vagando todos, cargando<br />
con nuestro pensamiento muerto,<br />
y lo absurdo como axioma vitalicio.<br />
Por otra parte, hablando de las lecturas<br />
que embotan, son aquellas que<br />
sirven a manera de una cortina (o máscara)<br />
de reflexión. Pudiéramos decir que<br />
son los textos que «brindan respuestas»<br />
en lugar de originar dudas. No hay peor<br />
[pseudo] reflexión que la que no es propia,<br />
ni se funda en las bases del pensamiento<br />
propio. Una Idea. <strong>La</strong>s lecturas<br />
que embotan no propician ideas. Dan<br />
«respuestas», y nada es peor para una<br />
reflexión que tener una «respuesta» ajena<br />
a una pregunta que nunca se originó.<br />
19
Y entonces las personas se calificarán<br />
de intelectuales [nada más alejado] y<br />
creerán que saben algo [¿qué es lo que<br />
saben? No saben porque nunca se lo han<br />
cuestionado] cuando en realidad saben<br />
nada. Recuerdo que en algún momento<br />
dado, un viejo maestro mío nos dijo en<br />
clase que la palabra saber proviene del<br />
latín sapere, que significa saborear [entre<br />
otras acepciones refutarán los filólogos]:<br />
que hermosa definición del saber:<br />
es saborear el conocimiento, saborear<br />
las palabras, los conceptos, las ideas; definición<br />
que se opone ante los atracones<br />
de lecturas [que embotan] con «respuestas»<br />
a preguntas no articuladas. No podemos<br />
hablar que hay un saber de esas<br />
lecturas, con toda sinceridad: ¿qué se saborea?<br />
¿Cómo saborear el conocimiento<br />
de una pregunta, de una reflexión, de<br />
una duda si no incitan siquiera a cuestionarse?<br />
¿Cómo saborear un atracón?<br />
20
<strong>La</strong>s lecturas que ayudan a la reflexión<br />
saben. Nos incitan a cuestionarnos,<br />
empezando, por ejercicio casi automático,<br />
a nosotros mismos. Me permito<br />
repetir la palabra nuevamente: brutal,<br />
¡cuán brutal puede ser el cuestionarse<br />
a sí mismo, a la sociedad, a la época, a<br />
la cultura y al autor mismo! Esto es reflexión.<br />
<strong>La</strong> reflexión filosófica [contemporánea]<br />
por excelencia debiera ser si<br />
la vida vale la pena ser vivida o no. Y<br />
la respuesta afirmativa a esa pregunta<br />
se puede encontrar en la dicha del leer,<br />
del ser, del saber: hay que imaginar a<br />
Sísifo dichoso… ¡Nada más brillante se<br />
podría haber dicho!<br />
Si me preguntasen la importancia de<br />
la lectura, propondría lo anterior como<br />
acercamiento, desempañamiento cuando<br />
mucho: en la reflexión escondida<br />
entre los renglones de una lectura se<br />
encuentra la dicha, el sabe[o]r de la vida.<br />
21
22<br />
UN PEZ<br />
QUE NO SABÍA<br />
RESPIRAR<br />
Por Juan Christian Aguirre Contreras
José Carlos Reyes Oropeza se encontraba<br />
hospedado en una habitación<br />
del hotel Arizona. Su esposa,<br />
cansada de sus infidelidades, decidió<br />
cambiar las chapas del departamento<br />
en la Anzures y José tuvo que encontrar<br />
refugio. Instalado cerca del Monumento<br />
a la Revolución, tomaba un Boones<br />
de fresa mientras veía en las noticias<br />
de las tres una imagen aérea de la zona<br />
en la que se encontraba. Escuchó un<br />
helicóptero sobrevolar el Arizona.<br />
⁂<br />
¿Entonces te gusto? ¡Por supuesto! Eres<br />
la morrita más bonita de toda la pinche<br />
escuela. ¿Y qué eres capaz de hacer<br />
por mí? Lo que sea. ¿Lo que sea? Dime<br />
que quieres que haga. ¿Ves ese frasco<br />
de salsa? Tómatelo todo. ¡No mames!<br />
¿Cómo crees? ¡Es puro habanero! Me<br />
voy a vomitar. Entonces no te gusto<br />
tanto. Que lástima. Te iba a dar un beso<br />
si te la tomabas toda. ¿Neta? Claro. ¡Va!<br />
Envalentonado (ebrio), el Gabo decidió<br />
hablar con Suzet. Él era algo obeso,<br />
de cara común, calificaciones promedio,<br />
hijo de actuarios que trabajaban<br />
para Seguros El Águila. Un tipo equis.<br />
Ella era un diez, nadie comprendía<br />
cómo una chica tan espectacular no<br />
estudiaba en la UNAM, el CENART o la<br />
Ibero. Tenía mucho estilo, sabía sobre<br />
libros y películas, había leído a Kierkegard<br />
y a Deleuze, su papá fue amante<br />
de Mosivais y su mamá fue Directora de<br />
Arte de un par de películas.<br />
El Gabo se tomó toda la salsa de habanero<br />
de un golpe. Los primeros tragos,<br />
aunque pesados, bajaron por su<br />
garganta. En el tercero sintió un poco<br />
de líquido regresar por su esófago hasta<br />
su nariz. Lágrimas salían de sus ojos,<br />
su rostro se tornaba rojo, las venas de<br />
su frente se botaban, sudaba demasiado,<br />
parecía que alguien había tirado<br />
una cubeta de agua sobre su playera.<br />
Para el último trago, un hilo de salsa<br />
escurría por la comisura de sus labios.<br />
Todos reían ante aquella escena desesperada.<br />
<strong>La</strong> que reía más era Suzet. Con<br />
el dedo índice atrajo al Gabo hacia ella.<br />
Estaba alucinando, veía todo como si<br />
los colores estuvieran separados, el<br />
amarillo, el magenta y el cian (ojo de<br />
diseñador) cada uno avanzando con<br />
milisegundos de retraso entre uno y<br />
otro y el otro. No escuchaba con claridad,<br />
se sentía bajo el agua. Era como<br />
un pez que no sabía respirar.<br />
Al estar a centímetros de distancia,<br />
ella solo dijo; no, mejor no. Te ves de la<br />
verga. <strong>La</strong>s burlas no se hicieron esperar.<br />
Un eh puto sonaba al unísono. <strong>La</strong> cabeza<br />
de Gabriel giraba hasta que cayó<br />
como un costal de papas. Desmayado,<br />
comenzó a vomitar el piso del bar y se<br />
cagó encima, le había dado diarrea por<br />
haber comido tanto picante. El dueño<br />
del bar fue por la policía para que lo<br />
sacaran de ahí. Lo llevaron al torito por<br />
faltas a la moral. Estuvo encerrado entre<br />
el olor a humedad, mierda y orines<br />
cuarenta y ocho horas para pensar en<br />
la humillación que había pasado.<br />
Otra vez era viernes y la clase se estaba<br />
poniendo de acuerdo a donde ir a<br />
tomar. ¿Qué Guácaras?¿Vas a jalar? Gabriel<br />
sólo se puso el gorro de su sudadera,<br />
cruzó sus brazos sobre la banca y<br />
bajó su cabeza. Miraba al suelo cuando<br />
notó una araña caminando por su rodilla.<br />
Sintió un ligero sobresalto, después<br />
recuperó la postura y de un soplido<br />
sacó volando al arácnido. En el suelo,<br />
la araña comenzó a retorcerse como si<br />
la hubieran rociado con insecticida.<br />
23
¿No vas a jalar Gabo? No mames,<br />
Suzet. Te lo digo en buena onda, me<br />
siento mal por lo del viernes pasado.<br />
Vente ándale, yo te invito la primera<br />
cerveza. El dueño no me va a dejar<br />
pasar. Vamos a ir a otro bar. Ya ven, no<br />
seas cortado.<br />
Gabo llegó de la mano de Suzet, lucía<br />
satisfecho, como un torero listo para<br />
dar el rejoneo de su vida. Se sentaron<br />
juntos, con todos los del salón. ¿Qué<br />
tranza Guácaras? ¿Hoy si traes pañal?<br />
De pronto, Gabriel se notó sumamente<br />
incómodo, sintió una presión gástrica,<br />
volteó hacia su compañero y le eructó<br />
en la cara. Todos los que escucharon<br />
rieron. ¡Qué chingón! El Guácaras se<br />
la aplicó bien chido. <strong>La</strong> garganta del<br />
tipo se cerró, comenzó a jadear, se estaba<br />
ahogando, sus ojos se pusieron<br />
en blanco. Llevó sus manos a su cuello,<br />
cayó al suelo, se convulsionaba como la<br />
araña del salón. Gabriel sonreía, volteó<br />
a la salida. Confundidos, todos se alejaban<br />
de él. Suzet, que no había soltado<br />
su mano en todo ese tiempo, intentaba<br />
separarse con todas sus fuerzas. Nadie<br />
entendía lo que estaba pasando.<br />
¡Lo mató!<br />
Gabo salió de ahí con estoica serenidad.<br />
Cinco cuadras después notó que<br />
seguía con Suzet. ¡Auxilio! ¡Me quiere<br />
secuestrar! ¡Ayuda! <strong>La</strong> gente volteaba<br />
alarmada para ver la escena, nadie<br />
se atrevía a acercarse. Un gas de color<br />
verde salía de la boca de Gabriel,<br />
Suzet comenzaba a toser. Suéltame,<br />
Gabriel, suéltame. Por favor. Suzet lloraba.<br />
Gabriel por fin la soltó. Ella salió<br />
corriendo. El gas parecía ir en aumento.<br />
Gente a diez metros comenzó a toser, a<br />
veinte metros, a cincuenta, a cien. Todos<br />
tosían, caían al suelo, se ahogaban,<br />
convulsionaban. Gabriel reía como<br />
desquiciado. Nadie que estuviera cerca<br />
permanecía en pie. Los autos sobre la<br />
Avenida Insurgentes permanecían estáticos.<br />
Notó, más adelante, el cuerpo<br />
inerte de Susana. Tomó su celular, llamó<br />
a su padre. Papá, yo creo que hoy<br />
no llego a la casa. Colgó. Mientras esperaba<br />
a la ley, se puso a calcular las<br />
probabilidades de aquella situación.<br />
Un helicóptero sobrevolaba la zona del<br />
Monumento a la Revolución.<br />
⁂<br />
José Carlos se asomó por la ventana de<br />
su habitación, vio gente convulsionándose,<br />
autos detenidos, el silencio de la<br />
incertidumbre y en el centro de todo,<br />
un chico algo gordo sonriente. En las<br />
noticias pasaban imágenes de un reportero<br />
con una máscara anti-gas a la<br />
altura del Monumento, detrás un grupo<br />
de impacto de la SSP, todos con máscaras<br />
antigás listos para ingresar a la<br />
nata verde. Carlos tenía un tiro limpio<br />
desde aquella posición. Apuntó con su<br />
arma al chico, pensó en los padres de<br />
Gabriel, en los muertos que se amontonaban<br />
en la calle, en su esposa. Clic.<br />
Uno, menos de dos segundos tardó la<br />
bala en cruzar la explanada y atravesar<br />
el cráneo de aquel muchacho. Supo<br />
que su nombre era Gabriel y que estudiaba<br />
Diseño.<br />
24
a<br />
#ACERTIJO<br />
Un hombre esta al principio de<br />
un largo pasillo que tiene tres<br />
interruptores, al final hay una<br />
habitación con la puerta cerrada.<br />
Uno de estos tres interruptores<br />
enciende la luz de esa habitación,<br />
que esta inicialmente apagada.<br />
¿Cómo lo hizo para conocer que<br />
interruptor enciende la luz recorriendo<br />
una sola vez el trayecto<br />
del pasillo?<br />
Pista: El hombre tiene una linterna.<br />
<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />
25
26<br />
DESTINO:<br />
ALPHA CENTAURI<br />
Por Ivan Emmanuel
Me senté en el sillón de mando<br />
y después de batallar un poco,<br />
logré desplegar una pantalla<br />
holográfica. Busqué el Sistema de Guía<br />
Virtual, cuidando no equivocarme y activar<br />
una instrucción que retrasara mi<br />
partida. No fue difícil hallarla, el mismo<br />
ordenador me dio de inmediato<br />
las opciones: si quería tomar el control<br />
manual de la nave o si prefería la ayuda<br />
del asistente de mando. Esta segunda<br />
era la que buscaba.<br />
—Buenos días, por favor dígame el<br />
destino al que desea ir —sin tantos rodeos,<br />
una voz robótica se dejó escuchar.<br />
Luego de un breve sobre salto, balbucee:<br />
—¿Destino?... Ah sí, Alpha Centauri.<br />
Voy a la más pequeña del sistema:<br />
Próxima Centauri.<br />
Era todo lo que sabía y con el asistente<br />
de mando resultaba más que suficiente<br />
para que yo le diera instrucciones<br />
y éste las acatara sin chistar. Pero<br />
no fue así, el asistente requirió:<br />
—Indique las coordenadas del sistema<br />
o inserte el chip con el mapa estelar.<br />
»¿Cuál chip? —me pregunté de inmediato.<br />
Era claro que no me sabía las<br />
coordenadas y la mención de la palabra<br />
chip me hizo recordar el objeto pequeño<br />
que mis hijos me habían dado<br />
una semana antes.<br />
Ellos tenían la costumbre de guardar<br />
información como se practicaba antaño;<br />
fascinados por la historia constantemente<br />
usaban objetos antiguos. Y<br />
esa mañana, antes de partir a sus merecidas<br />
vacaciones en Próxima b, me<br />
dejaron un chip de memoria compatible<br />
con los sistemas de la vieja nave<br />
de su tatarabuelo, sabiendo que me<br />
encantaría la idea de acompañarlos en<br />
ella y porque se habían llevado el único<br />
vehículo espacial que quedaba, mi esposa<br />
había partido en el otro unos días<br />
antes que ellos.<br />
<strong>La</strong> «Pequeña Sofía» (así le puso mi<br />
bisabuelo), no tenía grabado ningún<br />
mapa estelar que sirviera para ubicar<br />
las coordenadas de la estrella. Para<br />
eso era el chip de memoria, mis hijos<br />
lo sabían bien.<br />
Casi por instinto metí la mano en<br />
los bolsillos de mi chaqueta y después<br />
en los de mi pantalón; no lo encontré.<br />
Busqué en mi equipaje, algo preocupado.<br />
Nada. Me resigné entonces a la idea<br />
de haberlo perdido.<br />
—Bueno, voy al sistema Alpha Centauri<br />
no creo que sea difícil llegar... ¿Cuántas<br />
estrellas puede tener? Yo solo voy a una<br />
de ellas, a Próxima Centauri —murmuré.<br />
Mis escasos conocimientos de astronomía<br />
me hicieron subestimar la inmensidad<br />
del espacio y sobre todo de<br />
la Constelación del Centauro a la cual<br />
pertenece el sistema Alpha Centauri.<br />
Como podía identificar la Constelación<br />
desde la atmosfera terrestre, fue<br />
que pensé: «¿Qué tan difícil puede ser<br />
apuntar a una estrella?».<br />
—Coloca a la «Pequeña Sofía’ en órbita,<br />
a seiscientos kilómetros —ordené<br />
con autoridad y sin titubear un segundo,<br />
al asistente de mando.<br />
Conforme ganábamos altura y se hacía<br />
más opaca la frontera entre la atmosfera<br />
y el espacio, me fui llenando de optimismo.<br />
El plano estelar era cada vez más<br />
brillante y tupido, pero aun claro para<br />
mí. Lo había visto antes y sabía cómo<br />
identificar la constelación que buscaba.<br />
Pues cuán difícil puede ser viajar a una<br />
estrella. Solo agarras tu nave espacial,<br />
eliges la indicada y trazas una línea recta<br />
imaginaria hacía ella. Luego tomas los<br />
controles de velocidad y dirección y listo.<br />
Sales de hipervuelo, te diriges al parque<br />
27
ecoturístico de Próxima b y a disfrutar de<br />
tus vacaciones con la familia. Al menos<br />
así fue como lo pensé en mi cada vez<br />
más creciente optimismo, ignorando por<br />
completo las leyes de la física.<br />
—Hemos llegado a la zona indicada,<br />
por favor indique el destino —requirió<br />
de nuevo el asistente de mando.<br />
<strong>La</strong> nave se encontraba en una pequeña<br />
desviación a la izquierda de la<br />
estrella, así que ordené hacerla girar<br />
unos treinta grados hasta tenerla a la<br />
vista en la ventana principal.<br />
Sólo se trataba de enderezarla y<br />
apuntar con ella. Nada más. Qué tan<br />
difícil podía ser.<br />
El asistente simplemente cumplió mi<br />
orden, aun sin coordenadas introducidas<br />
en su sistema de vuelo. Segundos después<br />
la vista cambió de un cielo estrellado a un<br />
túnel de luces multicolor girando alrededor.<br />
<strong>La</strong> «Pequeña Sofía» estaba en marcha.<br />
Olvidé que la geometría del espacio-tiempo<br />
curvo es distinta a la geometría<br />
de Euclides y por tanto que la<br />
luz no viaja en línea recta, sino que<br />
solo sigue la curvatura del espacio y<br />
eso nos lleva a que la ubicación de la<br />
estrella sea diferente a la percepción<br />
que de ella se tiene desde la Tierra. Y<br />
viajar en el espacio a hipervuelo (quizás<br />
erróneamente usé el término como<br />
sinónimo de viajar a través del agujero<br />
de gusano) sin tomar en cuenta esa<br />
información, equivaldría a equivocar la<br />
trayectoria y perderse en el espacio.<br />
28
Tomé un descanso de una hora. El<br />
tiempo que me llevaría alcanzar mi<br />
destino. Pero el sueño duró mucho<br />
más que eso y de no ser por un agudo y<br />
molesto ruido seguiría durmiendo.<br />
—Hemos llegado —indicó el asistente<br />
después de haberme despertado— la nave<br />
reposa en una órbita a ocho unidades astronómicas<br />
de la estrella más grande.<br />
Restregándome los ojos con las palmas<br />
de mis manos para espantarme el sueño<br />
que aún tenía, no reparé en la voz robótica<br />
de la nave. Sólo me senté y recargué en el<br />
respaldo del sillón tratando de tomar un<br />
respiro profundo, cuando repentinamente<br />
algo me detuvo. Confundido al principio<br />
me incliné hacía adelante lo más que pude.<br />
<strong>La</strong> estrella no era familiar, de hecho, resultaba<br />
gigante en comparación con las del<br />
sistema Alpha Centauri. Me di cuenta tan<br />
luego la vi; me lamenté y maldije entonces<br />
lo más que pude mi error de apreciación.<br />
Después de todo en el espacio no es bueno<br />
tomar una decisión sin el sustento suficiente<br />
que garantice el resultado que se desea.<br />
Se trataba quizás de Hadar, no lo sabía.<br />
Un sistema binario de estrellas gigantes,<br />
qué más podía ser sino Hadar,<br />
una estrella noventa veces más alejada<br />
que Alpha Centauri. Le aposté a ello y le<br />
dije al asistente, un poco recuperado de<br />
mi equivocación, que con éste dato realizara<br />
un nuevo salto a mi destino. Cuando<br />
me fue preguntado éste, con menos<br />
entusiasmo que al principio solo dije:<br />
—Ah sí… Alpha Centauri.<br />
29
30<br />
SUICIDIO<br />
EN SANTA ANA<br />
Por Andrea Medina
George vivía en un conjunto de edificios<br />
cerca del centro, su departamento<br />
quedaba en el séptimo<br />
piso. Había recibido suficiente dinero<br />
del seguro de vida de su padre como<br />
para darse el lujo de trabajar pocas horas<br />
(sólo con el fin de aparentar que hacía<br />
algo además de ver las actividades<br />
cotidianas de sus vecinos del edificio<br />
de enfrente).<br />
Era un hombre solitario, apenas conocido<br />
por otros seres humanos. No<br />
devolvía el saludo a nadie ni pronunciaba<br />
palabra durante sus escasas horas<br />
laborales. Tampoco era adepto a las<br />
redes sociales, ya que estas dejaban un<br />
rastro electrónico que cualquiera podría<br />
ver; no le gustaba ser observado.<br />
Emergencias recibió varias llamadas<br />
de residentes del conjunto de edificios<br />
Santa Ana alertando que había un<br />
hombre tirado en un charco de sangre<br />
en el estacionamiento. Era George. Se<br />
había lanzado desde su ventana al vacío.<br />
Su cráneo quedó completamente<br />
destruido por el impacto con el pavimento.<br />
A la policía le costó varias horas<br />
identificar al suicida, nadie parecía<br />
reconocerlo. Cuando por fin dieron con<br />
su identidad y número de departamento,<br />
subieron a revisarlo. Lo que hallaron<br />
dejaría helado hasta al más experimentado<br />
de los policías.<br />
<strong>La</strong> noche anterior, George estaba en<br />
la seguridad de su hogar preparándose<br />
un café como siempre lo hacía, apagó<br />
todas las luces y se sentó frente a la<br />
ventana de la sala en su silla bar. Desde<br />
allí podía verlo todo: al hombre que<br />
veía la pelea de box con una cerveza<br />
tras otra, a la mujer que cepillaba su<br />
pelo en su habitación, al adolescente<br />
viendo películas para adultos a escondidas<br />
de su abuela. Espiar a la gente<br />
le parecía cien veces más entretenido<br />
que ver la televisión. No creía que fuera<br />
inmoral, al fin y al cabo era ellos quienes<br />
dejaban las cortinas abiertas.<br />
Sólo el estacionamiento separaba<br />
un edificio del otro. George no pensaba<br />
quedarse mucho, iría a la cama temprano<br />
esta vez. Pero un hombre que no<br />
había notado antes despertó su curiosidad.<br />
Estaba a la altura de George, en<br />
el séptimo piso. Se encontraba parado<br />
en medio de la sala, sin hacer nada.<br />
Después de algún rato fue a la puerta<br />
y una mujer entró. El desconocido se<br />
veía incomodo, ni siquiera le ofreció<br />
algo de beber a su visita. Ella, en cambio,<br />
parecía no poder parar de hablar.<br />
Estaba interesada en él, era obvio. El<br />
hombre comenzó a mover los brazos<br />
en señal de impaciencia, trataba que<br />
esta se marchara, pero no funcionó. <strong>La</strong><br />
mujer intentó ir a la cocina, el hombre<br />
la sujetó con fuerza por los hombros.<br />
Su expresión cambió, sentía miedo y<br />
asombro. Al parecer, no se esperaba<br />
una conducta así de parte de aquel<br />
sujeto. Se ponía cada vez más violento,<br />
apretaba la mandíbula, mostrando los<br />
dientes. <strong>La</strong> abofeteó. Quedó aturdida<br />
por unos segundos, pero el terror la<br />
hizo volver en sí y querer huir. El hombre<br />
no se lo permitió.<br />
George estaba boquiabierto, sin respiración.<br />
Se preguntaba si alguien más<br />
estaba viendo lo que él. <strong>La</strong> intensidad de<br />
sus emociones lo congeló. ¿Qué haría?<br />
En el departamento de enfrente las<br />
cosas empeoraron. George comenzó a<br />
ver lo rojo de la sangre en el rostro de la<br />
mujer. Estaban forcejeando y rompían<br />
todo a su paso.<br />
Un espejo estalló en pedazos. George<br />
sabía lo que pasaría. Miró su teléfono<br />
y pensó en llamar a la policía, pero<br />
31
de repente se imaginó todas aquellas<br />
preguntas que le harían, las veces que<br />
tendría que repetir las respuestas a diferentes<br />
detectives, tendría que servir de<br />
testigo en la corte si atrapaban al hombre.<br />
Todo eso era demasiado para él.<br />
El hombre tomó un pedazo del espejo<br />
roto y lo clavó en el pecho de su<br />
víctima. Ella cayó al suelo. Trataba de<br />
arrastrarse hacia la puerta. Él puso la<br />
rodilla derecha sobre su estómago, le<br />
sostuvo la frente y comenzó a apuñalar<br />
sus ojos, sus mejillas, dejándola<br />
irreconocible en cuestión de segundos.<br />
Evidentemente ella ya estaba muerta,<br />
pero él no se detenía. Seguía desgarrando<br />
y perforando su piel. George<br />
pudo ver las vísceras de la pobre mujer<br />
desparramadas en el suelo.<br />
El sangriento asesino había terminado<br />
su trabajo, agitado y por completo exhausto,<br />
ante la vista de un cobarde que<br />
lo había permitido. Vaya espectáculo.<br />
El hombre se levantó, dio unos pasos<br />
hacia su ventana y miró a George directamente<br />
a los ojos. El corazón comenzó<br />
a latirle sin control, se le heló la sangre.<br />
Lo estaba viendo, el asesino sabía que<br />
era testigo y seguro iría por él. Pero la<br />
verdad es que eso no pasaría. <strong>La</strong> luz<br />
del departamento de ese hombre se<br />
encendió. Una familia de cuatro entró<br />
con cajas de mudanza, felices, emocionados<br />
por lo bueno que se venía en su<br />
nuevo hogar. Todo estaba impecable.<br />
Nada malo había pasado dentro de<br />
esas paredes. Y George, a oscuras, supo<br />
que lo que en realidad veía era su propio<br />
reflejo en el vidrio de su ventana.<br />
<strong>La</strong> policía descubrió al pasar de los<br />
días que el hombre que se había suicidado,<br />
antes de hacerlo, asesinó brutalmente<br />
a una compañera de trabajo que<br />
había conseguido su dirección en recursos<br />
humanos y que estaba perdidamente<br />
enamorada de él. Ella no lo conocía,<br />
no había hablado con él jamás,<br />
pero estaba tan ansiosa de hacerlo que<br />
planeó tocar su puerta fingiendo que<br />
se había equivocado de departamento<br />
y reconocerlo de la oficina.<br />
Quién podría haber sabido que George<br />
era un hombre enfermo, por completo<br />
sin control, capaz de hacer cualquier<br />
tipo de atrocidad si se sentía acorralado.<br />
Ella lo pagó, y él, al no poder con la<br />
culpa y acabar con su vida después de<br />
ver el cuerpo mutilado en su sala.<br />
32
33
<strong>La</strong> influencia<br />
de la lectura<br />
en las<br />
generaciones<br />
que se están<br />
formando<br />
Por Cuauhtémoc Martínez<br />
Cada día recibimos de manera inconsciente<br />
una gran cantidad de<br />
información que puede aturdirnos,<br />
distraer nuestros sentidos de las<br />
cosas que valen la pena e importan;<br />
más por las nuevas dinámicas que tiene<br />
la sociedad, como las redes virtuales,<br />
la interacción en vivo con programas<br />
de radio y televisión, o los videos<br />
que se pueden encontrar en internet.<br />
Todo esto construye una barrera que<br />
34<br />
deja atrás a los medios escritos de información,<br />
periódico, revistas y libros.<br />
<strong>La</strong>s generaciones nuevas crecen<br />
conviviendo y confiando con las cosas<br />
que encuentran en internet, llenan su<br />
mente de ideas sacados de aquí, siendo<br />
más vulnerables que antes a seguir<br />
las modas, las cuales suelen ser dictadas<br />
por las entidades dominantes de<br />
las diversas esferas existentes en la<br />
sociedad actual.
Se hizo común escuchar a las personas<br />
decir que vivimos en la “era de<br />
la información” lo cual puede parecer<br />
preocupante, ya que tener información<br />
es muy diferente a tener conocimientos<br />
o herramientas para desarrollarte.<br />
En internet circula información de<br />
dudosa procedencia, la cual es necesario<br />
discriminar y como todo dato que<br />
llega a nosotros, cuestionarlo, inspeccionarlo<br />
y generar nuevas preguntas<br />
al respecto. En este medio se accede<br />
a millones de artículos que pueden<br />
aportarnos soluciones, pero también<br />
hay muchas cosas que son simples opiniones,<br />
que al ser tomadas como información<br />
comprobada pueden generar<br />
problemas. Porque algunas personas<br />
creen lo primero que se les dice, generando<br />
un circulo de confusión, esparciendo<br />
mentiras que se vuelven verdad<br />
ante los ojos de la sociedad.<br />
35
<strong>La</strong>s generaciones nuevas se han malacostumbrado<br />
a obtener las cosas sin esforzarse,<br />
por lo cual tienen dificultad para investigar<br />
y buscar en libros; teniendo gran parte de<br />
ellos un vocabulario limitado, utilizando<br />
modismos de otros lugares que llegan a<br />
ellos gracias a las redes sociales y los diversos<br />
canales de información que consultan.<br />
Sin duda la escritura ha sido uno de<br />
los mayores inventos que ha tenido la<br />
humanidad, el cual data de la antigua<br />
Sumeria en una era cercana a la revolución<br />
neolítica, con lo cual se logró que<br />
los relatos pasaran de generación en<br />
generación sin distorsionarse, pudiéndose<br />
conservar para la posteridad.<br />
<strong>La</strong> lectura se supone junto con las grabaciones<br />
(de diversos géneros) como un<br />
medio para conocer las costumbres y<br />
características que hay en otro lugar o se<br />
presentaron en una época diferente. Nos<br />
permiten ir a lugares lejanos, inmiscuirnos<br />
en mundos distantes, llevando nuestra<br />
imaginación a nuevos límites. De la misma<br />
forman nos ayuda a cuestionarnos sobre<br />
nuevos temas, crearnos un criterio y una<br />
postura ante la vida, la cual nos guía en las<br />
diversas facetas que se nos presentan.<br />
<strong>La</strong> lectura es una herramienta vital<br />
para generar conocimiento, nos ayuda a<br />
reforzar los conocimientos adquiridos y<br />
relacionarlos con otras cosas. <strong>La</strong>s personas<br />
pueden aprender temas nuevos mediante<br />
la consulta de textos, comparar<br />
definiciones, hondar en la especialidad<br />
que les interesa, más hoy en día que internet<br />
nos facilita la búsqueda de información<br />
específica; situación que colabora<br />
con que se pueda ser autodidacta,<br />
algo siempre útil, que se complemente<br />
entre otras cosas con la lectura.<br />
El hábito de la lectura no sirve solamente<br />
para saber más, leer nos lleva<br />
también a mejorar nuestra ortografía,<br />
indagar sobre las cosas que nos interesan,<br />
recibir la información de fuentes<br />
confiables y conocer nuevos nichos<br />
en los cuales podemos desarrollarnos.<br />
Leer es una parte importante en el desarrollo<br />
del ser humano, recalcando no<br />
sólo la lectura de corte científico o académico,<br />
sino también la poesía, novela,<br />
notas periodísticas, datos curiosos y<br />
demás estilos que suman para nuestra<br />
cotidianeidad e incluso poder profesionalizarnos<br />
en el tema.<br />
36
<strong>La</strong> lectura es una herramienta para conocer<br />
las ideas y opiniones de los demás,<br />
reflexionar acerca de las acciones que estamos<br />
realizando, proyectar nuestras decisiones<br />
a futuro en comparación con los<br />
resultados que alguien más obtuvo. Leer<br />
es la puerta al conocimiento acumulado,<br />
acercarnos a la vida de otros, entender<br />
cómo sacaron sus conclusiones dentro<br />
de la vida personal y profesional.<br />
Para los jóvenes la lectura les puede<br />
dar experiencia y visión que su edad<br />
les dificulta tener; significa una parte<br />
importante en su formación, para que<br />
fundamente sus ideales, comprenda las<br />
dinámicas que tendrá su vida; la lectura<br />
hará que pueda identificar el camino<br />
que desea tomar, sabiendo las decisiones<br />
y sacrificios que deberá afrontar.<br />
<strong>La</strong> lectura te apoya en la asimilación de<br />
experiencias inusuales que te envuelven, leyendo<br />
puedes identificarte con la situación<br />
de algún personaje, del autor o con el escenario<br />
que se plantea, de esa manera los jóvenes<br />
pueden ver todo el panorama, con lo<br />
cual se entienden más a fondo las posibles<br />
consecuencias, para así discernir de mejor<br />
manera sobre las opciones que tienen.<br />
Para cada persona, un libro, ensayo<br />
y artículo, posee un mensaje diferente,<br />
incluso leerlo en etapas diferentes<br />
de la vida te permite vislumbrar mensajes<br />
distintos, por ello la riqueza que<br />
tiene la escritura es grande en la vida<br />
de todas las personas, de los adultos<br />
que pueden asimilar las cosas que les<br />
ocurren y las circunstancias que fueron<br />
delimitando su camino en la vida;<br />
mientras que para los jóvenes y niños,<br />
será una herramienta para su formación,<br />
la cual influirá en sus conductas<br />
y actividades, por ello es importante<br />
inculcar la lectura que aporte algo en<br />
la formación actitudinal, permitiendo<br />
al joven expresar lo que siente y acercarse<br />
a lo que anhela ser. Inculcar en él<br />
la lectura es abrir su visión de las cosas<br />
que conforman la vida, permitiéndole<br />
ver caminos que podrían pasar desapercibidos<br />
de manera común.<br />
<strong>La</strong> lectura es un hábito que se debe<br />
inculcar en las nuevas generaciones por<br />
todas las personas, familiares, amigos,<br />
profesores; ya que esto es un verdadero<br />
regalo, algo que la persona siempre tendrá<br />
y le ayudará a su desarrollo pleno.<br />
37
SÍNDROME DEL<br />
EQUINOCCIO DE<br />
OTOÑO<br />
Por Gabriela Bolaños Cacho Gasca<br />
38
Es la mañana más fría de mi existencia,<br />
el cielo se encuentra de un<br />
color gris, el más bello que había<br />
visto desde mi niñez, será que así siempre<br />
me acostumbré a verlo por las ventanas<br />
casi ensombrecidas de la vieja<br />
casona que era mi morada, justo después<br />
de que mi madre me alumbrara<br />
una noche gélida del mes de octubre<br />
de 1951; exactamente a las 11:30 pm.<br />
<strong>La</strong> angustia que pasé al sentir los<br />
brazos del invierno ya cercano en mi<br />
cuerpo sin ninguna protección, fue una<br />
de las cosas que quedaron grabadas en<br />
el pequeño ser que era yo. De mi progenitora<br />
no recuerdo nada, ella se quedó<br />
dormida para siempre, en la escueta<br />
sala de operaciones tras librarse de mí.<br />
Transcurrieron 12 años, los cuales pasé<br />
al lado de mi progenitor en esa misma casona<br />
a orillas del mar, en la ciudad de portuaria<br />
de Aberdeen al nordeste de Escocia.<br />
Según yo, trataba de hacerle la vida más<br />
alegre y placentera a mi padre, y poder<br />
hacerlo olvidar la gran tristeza que le perforaba<br />
cual puñal de largo filo en su corazón,<br />
haciéndole confundir los sentimientos<br />
hacía mí, tornándolos en un segundo<br />
como emotividades amorosas, cariñosas<br />
y comprensivas en odio y culpa los cuales<br />
me los adjudicaba cada día más, al grado<br />
de creer que yo era justamente el causante<br />
de la desdichada muerte de mi madre a<br />
la que amó demasiado.<br />
Que por mi culpa, los meses de plenitud<br />
y luz de ella, yo había robado para<br />
poder surgir. Me hacía sentir un monstruo,<br />
que en el preciso instante de salir,<br />
le desgarré todas sus entrañas desarticulándome<br />
de todo lo que me formó; tal<br />
y como un escorpión que desaparece a<br />
la que le dio origen. Continuó ese sentir<br />
hasta que llegó el día en que falleció mi<br />
padre; fue un día feliz y a la vez de luto.<br />
En mi interior ardían dos sentires, el<br />
de inmensa alegría de saber que la naturaleza<br />
me hizo el gran favor de deshacerse<br />
de él perpetuamente; era un tanto<br />
macabro pero espeluznantemente<br />
bellísimo y por otro lado la inolvidable<br />
culpabilidad y tristeza por el afecto insuficiente<br />
que recibí.<br />
Mi vida ha transcurrido en una soledad<br />
extrema, con la cual he llegado a<br />
intercambiar conversación junto a las<br />
sombrías paredes del sanatorio. Cuando<br />
fui niño viví en una casona que en<br />
sus buenos tiempos había sido digna<br />
de una agradable vista por sus paisajes,<br />
lo que en sí la rodeaba y por supuesto,<br />
la alegría encapsulada de mis padres…<br />
hasta que aparecí yo.<br />
Prosigo con la descripción de mi antiguo<br />
hogar, el cual actualmente se encuentra<br />
en un estado deplorable, empezando<br />
por el antes lindo tejaban rojo<br />
que se divisaba desde lo lejos y que<br />
ahora es sólo una nube de destrucción,<br />
la fachada ni nombrarla y en el interior<br />
murmuran los mismos muebles que<br />
compraron papá y mamá el día de su<br />
boda puesto que dicha casona fue regalo<br />
de la bisabuela Wendolyne un año<br />
antes de su fallecimiento.<br />
Solía tener un gran recibidor con un<br />
espejo oval, dos percheros en donde<br />
decían que en las reuniones colgaban<br />
de ellos hermosas estolas de las más<br />
diversas pieles y sombreros de gente<br />
con renombrado abolengo de la región.<br />
En la parte izquierda, la biblioteca se<br />
tapizaba en libros y una vetusta lámpara<br />
alumbraba el escritorio de madera<br />
olorosa de mi padre en la cual pasaba<br />
grandes temporadas enclaustrado,<br />
viendo la foto de mi madre que nunca<br />
la movió de su lugar. También merodeé<br />
mentalmente los corredores, las esca-<br />
39
leras gélidas de mármol con una roída<br />
alfombra de estampados que siempre<br />
se me hicieron ridículos.<br />
Mi padre sólo salía para probar pequeñísimos<br />
bocados y posteriormente<br />
regresaba a su lisa silla de cuero negro<br />
que aún se conserva bastante bien.<br />
Confieso que el olor a libros viejos me<br />
enloquece y me hace encerrarme todavía<br />
ahí; no sé el motivo, tal vez sea por<br />
recordar que la lectura nunca fue de mi<br />
agrado. Del lado derecho se hallaba la<br />
sala tachonada de retratos familiares y<br />
en la chimenea restaban algunos leños<br />
que hace dos inviernos prendí; y al fondo<br />
del comedor una colosal y tétrica<br />
mesa de pino llena de polillas.<br />
Mi mente vaga sin rumbo haciéndome<br />
meditar en cosas sin sentido y vuelvo<br />
a esa mesa tan larga y desagradable<br />
como la base de una máquina de torturas<br />
en la época de la Inquisición en<br />
la cual se juzgaban a los herejes como<br />
yo. Sonará deprimente pero es divertido<br />
para mi depravada mente, causa de<br />
éste aislamiento absoluto.<br />
40
41
42<br />
EL REGALO<br />
DE DIOS<br />
Por Tania Jaquez
<strong>La</strong> bruma era tan densa que nadie<br />
podía mirar al frente. Todos andaban<br />
con la cabeza gacha, esperando<br />
a que aquello les ayudara a quitar el<br />
duro picor de los ojos que les ocasionaba.<br />
Caminaba el pueblo de la Bruma,<br />
sumido en una vida bajo aquella cortina<br />
oscura que no podían ver el sol, ni<br />
el cielo, ni las aves que volaban encima<br />
de ellos porque les dolía, sentían que el<br />
viento les hacía daño y la misma neblina<br />
espesa les quitaba el aliento. Vivían<br />
para morir debajo de esa fea capa de<br />
eso que no sabían qué era, de donde<br />
venía, hacia donde iría.<br />
En la Ciudad de la Bruma había una<br />
mujer que miraba por la ventana. Podía<br />
alcanzar a ver algunas personas<br />
caminando por las calles con bastones<br />
para evitar que la neblina los tragara<br />
y resultara en accidentes. Con faroles<br />
en las manos para no perderse. Nadie<br />
tenía autos, nadie usaba transportes.<br />
Todos caminaban. Miró cómo la niebla<br />
gris se comía el acero y todos los metales<br />
de los herrajes en las casas, ya fuera<br />
de puertas como de ventanas. <strong>La</strong>s casas<br />
caían a pedazos por la humedad.<br />
Un día la mujer de pálida piel asomó<br />
el rostro por la ventana más alta de su<br />
casa mientras limpiaba. Un cálido rayo<br />
de sol se dejó caer justo en su piel, generándole<br />
una sutil quemada. Aulló del<br />
dolor y se alejó, asustada. El pequeño<br />
rayo permaneció proyectando su luz<br />
contra el suelo. Grisa tuvo miedo. Sin<br />
embargo, acercó la mano para poder<br />
sentir el calor delicado que desprendía,<br />
que generó ligeras quemaduras. No conocía<br />
nada encima de la bruma, pero no<br />
era tonta. Entendía qué era aquello: Sol.<br />
Corrió a decirle a su esposo lo que<br />
había descubierto. Fueron juntos al<br />
lugar donde se encontraba el rayito de<br />
sol. Atemorizados, hablaron al cura. El<br />
gordo hombre puso su mano bajo ella<br />
recibiendo la suave lamida de calor.<br />
Alarmado, se fue hasta la plaza principal,<br />
frente a la magnífica catedral de la<br />
bruma, donde el dios miraba desde lo<br />
alto de una estatua. Su rostro de sol esculpido<br />
en piedra oculto por una nube.<br />
—¡Nuestro dios se ha manifestado,<br />
está furioso por que hemos vivido en<br />
pecado, arrepentíos! —gritó en el altavoz,<br />
los fieles se postraron en el suelo<br />
adorando al dios y pidiendo perdón.<br />
Grisa se limitó a mirar desde la orilla<br />
de la plaza oscura. El pueblo entero tomaba<br />
aquello como el acontecimiento<br />
más horrible de todos los tiempos, pero<br />
ella, no sabía por qué, creía que el cielo<br />
estaba manifestándose de manera<br />
hermosa, aunque dolorosa. Vio de la<br />
catedral alzarse un suave humo que se<br />
extendía por el cielo con tranquilidad,<br />
rellenando el agujero por donde se había<br />
colado la luz. Su corazón volvió a nublarse,<br />
cerró los ojos y lloró en silencio.<br />
Varios días después, fue por víveres<br />
al mercado. Compró lo necesario y de<br />
camino volvió a sentir un calorcillo sobre<br />
la cabeza. Alzó el rostro, la luz le<br />
golpeó los ojos, dejándola ciega. Gritando,<br />
dejó caer sus compras, buscando<br />
las formas a su alrededor, pero todo<br />
estaba muy blanco y luego oscuro, tan<br />
oscuro como la noche.<br />
Su esposo llegó a casa de noche y la<br />
vio con los ojos vendados. Le preguntó<br />
lo sucedido y ella contó con lujo de detalle,<br />
envuelta en sollozos. Le examinó los<br />
ojos, se le habían vuelto blancos como<br />
la leche debido a una fea catarata.<br />
Durante la noche, Grisa se fue al balcón<br />
a tientas y se sostuvo del barandal<br />
de hierro forjado, con herrumbre. Su esposo<br />
seguía dormido, verían al doctor en<br />
43
la mañana. Sin embargo, quería sentir el<br />
viento fresco de la noche. Se quitó la banda<br />
de los ojos y como un milagro pudo<br />
ver más allá del cielo brumoso, las estrellas<br />
brillar. No paró de observarlas: eran<br />
como diamantes diminutos colgados en<br />
una tela oscura que nunca había visto,<br />
tan negra como la propia oscuridad.<br />
Al amanecer le contó todo aquello a<br />
su marido, entendiendo el regalo del<br />
sol. El chisme se corrió por la colonia y<br />
luego por la ciudad. Cientos de curiosos<br />
acudían a molestarla día y noche para<br />
escuchar lo que había sobre la bruma.<br />
<strong>La</strong> llamaron la «profetisa del Sol». Sin<br />
embargo, fue el sacerdote quien la visitó<br />
una noche, llamándola maldita y<br />
le arrebató los ojos con la rabia de su<br />
dios y la ayuda de su creyente esposo<br />
para quedar en completa oscuridad,<br />
tendida en el suelo, llorando sangre y<br />
odiando el primer momento en el que<br />
pudo ver el sol salir de la bruma.<br />
«Que el Señor de la Bruma te perdone…»<br />
44
a<br />
#ACERTIJO<br />
Tenemos doce monedas aparentemente<br />
iguales, pero una de<br />
ellas tiene un peso ligeramente<br />
superior. Usando una balanza de<br />
platillos y con solo tres pesadas<br />
encontrar la moneda diferente.<br />
<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />
45
46<br />
EL LLANTO<br />
DE LA NOCHE<br />
Por Mauricio Vega Vivas
El oficial de fusileros hizo una pausa<br />
y, devolviendo el sable a la vaina<br />
que llevaba en el cinto encima de<br />
la chaqueta militar, se dirigió a grandes<br />
zancadas hacia el condenado a muerte.<br />
A un par de pasos de él le preguntó, sin<br />
deponer el ceño, tratando de suavizar<br />
el tono de su voz:<br />
—¿Hay algo que pueda hacer por usted,<br />
general Muriel? ¿Una última voluntad?<br />
El condenado giró la cabeza y clavó<br />
la mirada en el hosco semblante del<br />
oficial, esperando todavía que su figura<br />
se esfumara por fin en el aire.<br />
El oficial volvió a preguntar con idéntico<br />
tono ante su mutismo:<br />
—¿Nada entonces, general?<br />
Muriel se humedeció los labios resecos,<br />
sin dejar de mirarle fijamente al<br />
rostro, y al cabo respondió tranquilo:<br />
—Nada, oficial... Cumpla con su deber.<br />
El ceñudo oficial torció la boca y regresó<br />
maldiciendo junto a los fusileros,<br />
que descansaban las carabinas sobre<br />
la culata en la tierra suelta. Desenvainó<br />
de nuevo el sable y, mascullando todavía,<br />
reinicio el trámite.<br />
Alzando la cabeza para contemplar<br />
un momento el cielo poblado de nubes,<br />
esgarró luego la saliva espesa que<br />
irritaba su garganta y después de escupir<br />
miró el destacamento de federales<br />
acantonado a las afueras de la ciudad<br />
de Celaya. <strong>La</strong> botonadura dorada de su<br />
chaqueta destellaba bajo la luz del sol,<br />
que había vuelto a asomar el rostro en<br />
el cielo. Apretó los párpados, paciente<br />
y resignado, y la voz del oficial se fue<br />
desvaneciendo por fin en sus oídos,<br />
como si el viento la adelgazara, hasta<br />
convertirse en un eco lejano.<br />
Abrió los párpados de golpe en la habitación<br />
en penumbras, debajo de las<br />
sábanas blancas que le cubrían hasta<br />
el pescuezo el corazón le palpitaba con<br />
fuerza como si quisiera saltarle del pecho,<br />
y en el silencio de la recámara se escuchaba<br />
perfectamente el sutil jadeo de su<br />
respiración. Desorientado y confundido<br />
giró la cabeza a un lado y otro de su cama,<br />
reconociendo la habitación a oscuras.<br />
En medio de las sombras descubrió<br />
la cabellera revuelta de su mujer, que<br />
dormía plácidamente a su lado, y girándose<br />
mejor pegó suavemente su<br />
cuerpo al suyo. Con un brazo rodeó su<br />
cintura y la tibieza de su cuerpo lo reconfortó.<br />
Mucho más tranquilo, subió<br />
una mano y acarició la negra cabellera,<br />
aspirando el sutil aroma a rosas que<br />
manaba del pelo ensortijado.<br />
No supo exactamente cuánto tiempo<br />
permaneció despierto esta vez, tratando<br />
de sacar de su cabeza los restos persistentes<br />
de aquella absurda pesadilla.<br />
Tuvo la impresión de que su razón se resistía<br />
al extravío del sueño. Que rehuía<br />
la pérdida total de la conciencia. Pero<br />
un irresistible sopor comenzó a invadirle<br />
poco después, y terminó por vencerle<br />
al cabo. Y al separar la piel pegajosa de<br />
los párpados estaba de nuevo allí, delante<br />
del pelotón de fusilamiento, que<br />
aún descansaba las carabinas sobre la<br />
tierra alborotada por la ventisca.<br />
Un escalofrío recorrió vertiginoso<br />
su espalda, estremeciéndolo hasta los<br />
huesos. Tuvo el impulso de huir corriendo<br />
de ahí, de escapar de ese aborrecible<br />
sueño por pies ligeros. Pero la<br />
modorra parecía anclarlo sin remedio<br />
a esa realidad alterna.<br />
Hasta sus oídos llegó de nueva cuenta<br />
la voz áspera del oficial de fusileros,<br />
como un murmullo que el viento acarreaba<br />
caprichosamente desde la profundidad<br />
del abismo en que parecía<br />
haberse convertido su cabeza.<br />
47
—¡Presenten…, armas! —lo oyó clamar<br />
con el sable en lo alto, listo para<br />
asestar un tajo al vacío.<br />
Los fusileros levantaron las carabinas<br />
y las recargaron contra el pecho.<br />
Presa de un indescriptible desasosiego,<br />
Muriel abrió y cerró los párpados con<br />
desesperación, en busca del anhelado<br />
despertar que se negaba a consumarse.<br />
—¡Apunten! —vociferó imperturbable<br />
el oficial.<br />
Los fusileros dirigieron el cañón de<br />
sus armas hacia su chaqueta polvorienta,<br />
que había comenzado a humedecerse<br />
por el abundante sudor que le escurría<br />
por el cuello. Muriel fijó un instante<br />
la vista en las bandoleras de los fusiles<br />
que se mecían agitadas por el viento, en<br />
un vaivén monótono y horrendo.<br />
El ardiente sol le tatemaba la cabeza<br />
debajo de la gorra de plato, cuya visera<br />
apenas lograba a cubrirle de su radiante<br />
luz. Sumido en un confuso delirio, Muriel<br />
entornó dócilmente los párpados<br />
para evitar el simple encandilamiento.<br />
<strong>La</strong> pesadez anterior comenzó a sumirlo<br />
nuevamente en la inconsciencia, y la voz<br />
del oficial volvió a tornarse de pronto lejana.<br />
El olor acre de la leña ardiendo en<br />
los fogones de la soldadesca se fugaba<br />
de sus sucias narices, sumergiéndolo en<br />
la misma modorra irresistible.<br />
Abrió los ojos de nuevo junto a su<br />
mujer. Ella continuaba de espaldas a él,<br />
navegando en su sueño sosegado. Atónito<br />
y confundido, pasó la mano con<br />
insistencia sobre la cabellera enmarañada,<br />
tratando de asirse a la realidad<br />
como un náufrago a un madero en medio<br />
del mar. <strong>La</strong> mujer gimió en respuesta<br />
a sus caricias, desde la profundidad<br />
de su descanso.<br />
Pero el sopor que le impedía mantenerse<br />
despierto por mucho tiempo,<br />
volvió a obligarlo a cerrar los párpados,<br />
que le pesaban como dos pesados plomos.<br />
Asomado de nuevo al vacuo precipicio<br />
del sueño, el humo picante de<br />
la leña quemada penetró una vez más<br />
en sus narices con su molesto escozor.<br />
<strong>La</strong>s nubes pardas que amenazaban lluvia<br />
poco antes en lo alto del cielo, se<br />
habían marchado arrastradas por el<br />
viento llevándose su frescor hacia otros<br />
rumbos. En su lugar, sólo algunos fatigados<br />
cirros se estiraban extenuados<br />
sobre el destacamento hasta casi desaparecer,<br />
menguados en su propia sed.<br />
Sumergido, pues, en sus pensamientos<br />
delante del pelotón de fusilamiento, tuvo<br />
la impresión por un instante de estar contenido<br />
en otro cuerpo; en un recipiente<br />
ajeno que no alcanzaba a reconocer. Pero<br />
luego, al frotar la piel callosa de sus dedos,<br />
se reconoció en esa epidermis dura, curtida<br />
por el roce de las riendas de cuero.<br />
Un ligero desvanecimiento sacudió<br />
de súbito su cabeza, y ahí estaba de<br />
nueva cuenta sobre el lecho tibio al<br />
lado de su esposa; que continuaba embarcada<br />
plácidamente en su tranquilo<br />
sueño. Con desesperación apartó esta<br />
48
vez las cobijas y de un impulso abandonó<br />
la cama. Encendió la lámpara de su<br />
buró y la habitación se iluminó con una<br />
luz suave. El frío calaba los huesos.<br />
Decidido mejor a permanecer en<br />
vela el resto de la madrugada, se dirigió<br />
hacia la ventana y separó las cortinas<br />
con las manos para echar un vistazo<br />
a la calle. Afuera, el viento gélido del<br />
otoño mecía caprichosamente las hojas<br />
de los árboles y el cielo estrellado<br />
enmarcaba una luna hermosamente<br />
astada. Sobre el interior de los vidrios<br />
se condensaban gruesas gotas de agua<br />
que, al engordar, resbalaban por la superficie<br />
transparente. Pensó en lágrimas<br />
que escurrían por las mejillas de<br />
una casa imaginaria, en el llanto de la<br />
noche más negra de su vida.<br />
Después de permanecer por un buen<br />
rato mirando hacia la calle solitaria a<br />
través de los cristales empañados, el<br />
frío intenso lo hizo volver al lecho y se<br />
sentó en el borde de la cama tiritando.<br />
<strong>La</strong> mansa respiración de su mujer, con<br />
su cadencioso fuelle, le pareció una<br />
dulce y tierna melodía.<br />
Girándose hacia ella, alargó una<br />
mano y tomó su hombro desnudo, buscando<br />
su calor. <strong>La</strong> inesperada frialdad<br />
de su cuerpo lo alarmó y la hizo girar<br />
suavemente para examinarla. El espanto<br />
lo obligó entonces a apartarse de un<br />
salto. Sin comprender lo que ocurría,<br />
miró estupefacto el rostro horripilante<br />
del ser que yacía inmóvil sobre el lecho.<br />
Un súbito vértigo golpeó su cabeza<br />
como un mazo. Los muros de la habitación<br />
comenzaron a moverse de manera<br />
inexplicable, como si un repentino sismo<br />
los sacudiera desde sus cimientos.<br />
Controlando el pánico, se dirigió tambaleante<br />
hacia la puerta de la recámara<br />
para salir de ahí, sosteniéndose de los<br />
muebles para no caer. <strong>La</strong> horrenda aparición<br />
permanecía boca arriba con las<br />
cuencas vacías, mirando hacia ninguna<br />
parte. Ensordecedores relámpagos comenzaron<br />
a atronar afuera, iluminando<br />
la negra noche. En una desesperada<br />
tentativa por mantener la cordura, trató<br />
de reproducir en su mente el rostro de la<br />
mujer que debía dormir a su lado; pero<br />
le fue imposible fijarlo en su memoria.<br />
<strong>La</strong> aterradora escena comenzó a desvanecerse<br />
ante sus desorbitados ojos,<br />
cuando deducía ya la terrible verdad. Lo<br />
último que vio de aquel espantoso teatro<br />
fue la lúgubre silueta de la muerte que,<br />
inmóvil aún sobre el lecho, parecía sonreírle<br />
con una mueca macabra pelando<br />
los dientes en medio de la penumbra.<br />
Abrió esta vez los párpados de golpe<br />
delante del pelotón de fusilamiento.<br />
Aspirando con fuerza el aire tibio del<br />
atardecer, que le produjo un incierto<br />
placer, se entregó al fin a su fatal destino.<br />
Y en un gesto de suprema soberbia<br />
militar, justo cuando el oficial de fusileros<br />
terminaba de pronunciar la última<br />
frase, irguió orgulloso la cabeza y la<br />
metralla lo atravesó inmisericorde.<br />
49
50<br />
ESCRITORES<br />
SIN SALIDA<br />
PRESENTA A:<br />
EL EDITOR EN JEFE<br />
Una entrevista<br />
por Juss Kadar
Uno de los principales actores de<br />
este proyecto ha sido obviado<br />
y trabaja bajo las sombras para<br />
que esta revista, así como nuestros<br />
libros, lleguen a sus manos. Estoy hablando<br />
de nuestro editor en Jefe, de<br />
quien pocos sabemos poco y muchos<br />
saben aún menos. Por esa razón esta<br />
entrevista es ahora para mostrar un<br />
poco sobre él.<br />
¿Cómo surge la idea de querer crear<br />
una editorial?<br />
Bueno, la idea de querer crear una editorial<br />
fue muy espontánea. Hace varios<br />
años, por ahí del 2012, conocí a una<br />
«poeta» (y recalco las comillas porque<br />
en realidad no es poeta) a la cual le<br />
tomé mucho cariño. Aquí entre nos, no<br />
me gustaban mucho sus poemas, siempre<br />
he sido muy exigente con la poesía,<br />
y regularmente si son poemas en verso<br />
libre no me gustan mucho, pero era<br />
la primera persona que conocí que de<br />
verdad le interesaba la literatura tal<br />
vez tanto como a mí. Después de vernos<br />
algunas veces por la diferencia de<br />
distancias me dijo que quería publicar<br />
sus poemas en un libro; así que, como<br />
buen encandilado, decidí ayudarla. Yo<br />
realmente no sabía nada sobre la edición<br />
de libros pero pensé «¿Qué tan difícil<br />
puede ser?» Primer error. Me topé<br />
con todo lo que conlleva una edición:<br />
desde preparar el manuscrito hasta<br />
ofrecerlo a la gente. Total, que lo terminé<br />
diseñando y me gustó como quedó<br />
(aunque para mis estándares actuales<br />
puedo decir que hice una porquería).<br />
Total, que para no hacer el cuento tan<br />
largo: Organicé su presentación, sus<br />
libros se vendieron y después de un<br />
tiempo, dejamos de hablarnos. Pero la<br />
espina de trabajar con libros me quedó,<br />
principalmente porque yo también<br />
quería escribir, pero era algo que se me<br />
dificultaba demasiado.<br />
¿Cómo se te ocurrió el nombre?<br />
El nombre de la editorial realmente<br />
se me vino a la mente en automático.<br />
Siempre me han gustado los videojuegos,<br />
y mi favorito por encima de cualquier<br />
otro es «Chrono Cross», un juego<br />
de finales de los noventa. En ese juego<br />
hay un grupo de ladrones a los que<br />
llaman «Radical Dreamers» y, para no<br />
contarte toda la historia del juego, su<br />
ideología y en sí todo el juego dejó una<br />
marca muy importante en mí. Así que<br />
no dudé en utilizar la palabra Dreamers<br />
para el nombre. De hecho mi intención<br />
era ponerle a la editorial «Editorial<br />
Radical Dreamers», pero pensando en<br />
cuestiones legales no lo hice.<br />
El logotipo fue, de cierta forma, también<br />
sencillo. Porque la idea me vino gracias<br />
a la obra de teatro «<strong>La</strong> <strong>sirena</strong> <strong>varada</strong>»,<br />
del autor español Alejandro Casona, (y<br />
que curiosamente también da nombre<br />
a esta revista). En esta obra el personaje<br />
principal es «Sirena», que vive junto con<br />
muchas personas más en un mundo de<br />
fantasía de la cual ninguno de ellos quiere<br />
salir por diversas razones. <strong>La</strong> obra enfrenta<br />
a la fantasía con el sentido común<br />
y la crueldad de tener que enfrentarse<br />
necesariamente a la vida, eso es lo que<br />
(yo considero) los libros hacen. Regalarnos<br />
un pedazo de fantasía ya sea para<br />
evadir la realidad que día a día vivimos,<br />
aunque en los libros también encontramos<br />
de muchas formas a esa misma realidad<br />
retratada, lo cual crea una yuxtaposición<br />
sobre lo que nosotros podamos<br />
querer realmente.<br />
51
¿Cómo te planteaste los primeros pasos<br />
en la editorial? ¿Buscaste a los escritores<br />
o ellos te encontraron a ti?<br />
Si debo ser sincero casi no planee nada.<br />
Lo primero que sabía era que iba a necesitar<br />
un sitio web y redes sociales para<br />
que la gente conociera la editorial. Eso<br />
fue lo más sencillo. En cuanto a las redes<br />
sociales me fue difícil empezar porque,<br />
además de no saber cómo llamar la<br />
atención de la gente, no sabía de donde<br />
sacar los libros. Lo primero que me plantee<br />
fue cómo atraer a la gente. Nunca me<br />
ha gustado la imagen seria e institucional<br />
de las cosas: soy muy relajado y me<br />
gusta aparentar que me tomo las cosas<br />
a la ligera (aunque realmente no es así).<br />
Por eso, en lugar de hacer todo pomposo<br />
y ceremonioso, decidí compartir memes.<br />
Bien se dice que se atrae más a la gente<br />
con miel que con hiel y hasta la fecha ha<br />
funcionado bien, principalmente porque<br />
mi intención era atraer a la gente que<br />
no acostumbra leer a un sitio donde se<br />
les van a ofrecer libros en los cuales no<br />
tienen que gastar; ese, según yo, sería el<br />
principal gancho para que la gente iniciara<br />
un hábito que le traería muchas cosas<br />
buenas a su vida. Yo realmente estoy en<br />
contra de la idea de que ser lector te hace<br />
más inteligente, o culto, o todas esas cosas...<br />
Para mí, la lectura es solo otro medio<br />
de entretenimiento que no se debe<br />
de perder. No por esto quiero restarle importancia<br />
a los libros, al contrario, quiero<br />
darles el lugar que les corresponde: una<br />
herramienta con la cual el autor puede<br />
compartir todo lo que tiene dentro de sí,<br />
y con la que el lector puede conocer nuevos<br />
lugares, personas, formas de pensar,<br />
en otras palabras: expandir su mente.<br />
Aunque esto aplica para libros de ficción<br />
principalmente, porque los libros de no<br />
52<br />
ficción sí están enfocados en la transmisión<br />
de conocimientos.<br />
En cuanto a los autores, realmente<br />
primero comencé buscándolos. Sin ser<br />
barbero, debo decir que tú fuiste a la<br />
primera autora que contacté. Después<br />
hubo al menos cinco autores más, los<br />
cuales no están ya con nosotros por<br />
diversas razones, principalmente por<br />
no darles importancia a sus libros. Al<br />
menos eso es lo que yo creo. Después<br />
los autores comenzaron a llegar poco a<br />
poco, y hasta la fecha, han sido muy pocos<br />
los que yo he invitado a la editorial.<br />
¿Qué ha sido lo mejor?<br />
Han sido muchas cosas buenas las que<br />
la editorial me ha traído, principalmente<br />
el poder acercar los libros a las personas,<br />
pues mi idea no ha sido como tal<br />
hacer un negocio de esto (aunque debo<br />
reconocer que para hacerlo bien tengo<br />
que vivir de esto y ganar dinero). Lo que<br />
más me gusta es ver cuando los autores<br />
y los lectores comienzan a convivir entre<br />
ellos fuera de Editorial Dreamers. Es<br />
decir: los lectores se hacen fan de los escritores<br />
y los comienzan a seguir y platicar<br />
con ellos: forman una conexión, y es<br />
precisamente para eso para lo que los<br />
libros están hechos. Me gusta también<br />
ver que la gente lee los libros y que poco<br />
a poco nos hemos ido diferenciando de<br />
las demás editoriales tanto por nuestro<br />
contenido como por la forma en la cual<br />
trabajo la editorial. Me gusta también<br />
que puedo llamar amigos tanto a varios<br />
autores como a varios lectores.<br />
¿Qué ha sido lo peor?<br />
¿Lo peor? Bueno, realmente lo peor que<br />
me puede pasar en la editorial es no tener
ecursos suficientes para hacer todos los<br />
planes que tengo. Eso es lo que no me deja<br />
dormir en las noches y, tristemente, esos<br />
recursos son principalmente dinero. Sin<br />
embargo, el no tener dinero simplemente<br />
causa que las cosas se hagan de forma más<br />
lenta, pero no impide que no se hagan.<br />
¿Cómo ves el mundo editorial ahora<br />
mismo?<br />
Esa es una pregunta muy importante para<br />
mí. El mundo editorial, desde mi punto de<br />
vista, se ha convertido en una máquina de<br />
hacer dinero para unos cuantos, sin importar<br />
lo que suceda alrededor.<br />
Los libros son, por naturaleza, un<br />
artículo de consumo, y eso es algo que<br />
ha sucedido desde que la imprenta se<br />
inventó; pero últimamente, tanto a autores<br />
como editores, solo les importa<br />
hacer dinero; y, bueno, no considero<br />
que esté mal ganar dinero por los libros,<br />
al contrario, es bueno recibir una<br />
retribución por lo que se hace, pero<br />
pienso que lo que importa en un libro<br />
es lo que tiene dentro, y no lo que se<br />
pueda ganar con él.<br />
Pienso que esta avaricia de autores y<br />
editores ha dado lugar al nacimiento del<br />
lector «zombi», el lector «from hell», el<br />
editor «Scrooge» y el escritor «<strong>La</strong>rfleeze».<br />
El lector zombi es aquel que, como<br />
buen zombi, sigue al grupo y sigue todas<br />
sus tendencias sin importar hacia<br />
donde lo lleven. Tienen la costumbre<br />
de consumir solo «lo que está de moda»,<br />
le tiene miedo a los clásicos porque los<br />
considera aburridos, o viejos, o difíciles,<br />
o no sé cuántas cosas más. Realmente<br />
lo que le importa es sentirse parte de<br />
algo, de un grupo, y por eso adopta las<br />
ideas y sigue fielmente lo que otros que<br />
considera mejor que él.<br />
53
54<br />
Por otro lado, tenemos al lector from<br />
hell. Este es el más molesto de todos. Es<br />
aquel que se pasa criticando los gustos de<br />
los demás por ser «superficiales» o «tontos».<br />
Cree que los libros de autores clásicos<br />
son insuperables, se la pasa diciendo<br />
que los libros nuevos, principalmente las<br />
novelas juveniles, son basura y se cree<br />
súper intelectual por haber leído Rayuela<br />
y varios libros de ese estilo. Tienen la tendencia<br />
a no aceptar las críticas y a creerse<br />
«únicos y diferentes», como en muchas redes<br />
sociales y foros suele suceder.<br />
El editor Scrooge es aquel al que no<br />
le importa el contenido de los libros que<br />
publica, solo le importa los números<br />
que estos puedan generar. No quiero<br />
criticar ningún libro porque todos los<br />
libros tienen su público y no todos tenemos<br />
los mismos gustos, pero es importante<br />
destacar que para este tipo de editores<br />
y editoriales el dinero es la meta, y<br />
escogen libros que saben que se van a<br />
vender, dejando de lado libros que vale<br />
la pena publicar pero que no se venderían<br />
bien. Así es como todas las grandes<br />
casas editoriales se manejan, pero no<br />
es exclusivo de ellas, casi todas las editoriales,<br />
desde las más pequeñas hasta<br />
las más grandes, lo hacen de esa forma.<br />
Esto viene de la mano con un fenómeno<br />
muy importante: la autopublicación.<br />
<strong>La</strong>s mal llamadas editoriales de autopublicación<br />
(y digo mal llamadas porque en<br />
realidad solamente son puntos de distribución)<br />
no se preocupan porque los libros<br />
que publiquen tengan lo mínimo de calidad<br />
y aceptan todo. Una buena editorial<br />
se dedica a ayudar al escritor. ¿Cómo? Haciendo<br />
su trabajo: corrigiendo y editando,<br />
porque el escritor debe preocuparse de<br />
la historia esté bien contada, y la editorial<br />
debe preocuparse de la ortografía, redacción,<br />
gramática, etc., etc., etc... Al menos
eso es lo que yo pienso. Pero no lo hacen<br />
así, al menos no como deberían hacerlo.<br />
Dejan que se publiquen libros sin siquiera<br />
revisarlos y eso, para mí, habla muy mal<br />
de cualquier editorial, porque entonces<br />
el negocio no son los lectores, sino los autores<br />
al cobrarles los diferentes servicios<br />
que cualquier editorial debería hacer para<br />
publicar un libro.<br />
Por último, el lector <strong>La</strong>rfleeze. <strong>La</strong>rfleeze,<br />
o el agente naranja, es un personaje de DC<br />
que forma parte de los cómics de Linterna<br />
Verde. Él porta un anillo naranja, el cual<br />
está definido como el color de la codicia.<br />
Así son muchos autores hoy en día: escriben<br />
cualquier cosa, sin preocuparse por<br />
de verdad escribir algo que valga la pena,<br />
y quieren explotar eso como si fuera una<br />
mina de oro. Un buen ejemplo de esto son<br />
los libros de autoayuda, por supuesto no<br />
voy a decir que todos, pero sí la gran mayoría,<br />
están llenos de obviedades y pensados<br />
para llenar los bolsillos del escritor y<br />
del autor. Hay muchos autores de distintos<br />
géneros que podrían entrar en esta categoría.<br />
A ellos les importa muy poco si tienen<br />
que pasar sobre otros autores o que<br />
por ellos les cierren las puertas a autores<br />
que sí se esfuerzan en hacer su trabajo y<br />
que aman hacer lo que hacen por encima<br />
del dinero.<br />
Tristemente esta es la tendencia a futuro,<br />
y no creo que haya una forma de<br />
evitarlo, pero sí de resistirlo.<br />
¿Qué hace distinto a Editorial Dreamers<br />
de otras editoriales? Veo que ofrece infinidad<br />
de opciones, como audio libros,<br />
webs series... que no únicamente se<br />
queda en los libros.<br />
Esa pregunta me la hago todos los días<br />
al despertar (cuando llego a dormir). Yo<br />
creo firmemente que Editorial Dreamers<br />
se diferencia de las demás editoriales al<br />
no ser el dinero el centro de la editorial.<br />
Eso me da la libertad de publicar obras<br />
que yo considero valen la pena publicar,<br />
aunque debo aclarar que cualquier libro<br />
escrito con sangre, sudor, lágrimas<br />
y amor vale la pena.<br />
Una de las primeras cosas es que<br />
Editorial Dreamers no publica libros de<br />
chile, mole y pozole. Editorial Dreamers<br />
tiene bien definido su línea editorial: literatura<br />
de ficción. No publicamos otro<br />
tipo de cosas porque entonces seríamos<br />
como todos los demás y no se podría<br />
ofrecer un catálogo uniforme a los lectores.<br />
Esas son las principales diferencias.<br />
Todos los proyectos alternos de la<br />
editorial son un complemento a nuestros<br />
libros. Algo que haga sentir aún<br />
más orgullosos a los autores editados<br />
y que amplíe nuestro abanico de productos.<br />
Sin embargo, los audiolibros<br />
cumplen la función de brindar accesibilidad<br />
a aquellos que no pueden leer;<br />
ya sea por alguna incapacidad física o<br />
cualquier otra cosa.<br />
¿Cuáles son sus planes de futuro?<br />
Los planes para la editorial son crecer<br />
de forma mesurada pero constante.<br />
Para el 2018 tengo la firme convicción<br />
de publicar 50 libros de autores contemporáneos<br />
y 150 libros clásicos, para<br />
que nuestros lectores tengan una mayor<br />
variedad de dónde escoger y para<br />
que más autores tengan la posibilidad<br />
de ver su libro publicado.<br />
¿Qué tiene que tener un libro y un autor<br />
para ser publicado en la editorial?<br />
Esa es una buena pregunta y nunca me<br />
la había planteado como tal. Al mo-<br />
55
mento de elegir un manuscrito nunca<br />
me fijo en la ortografía o la gramática,<br />
puesto que arreglar eso es mi trabajo.<br />
Me preocupo principalmente en que<br />
la historia que el autor esté contando<br />
sea, primero, algo que valga la pena<br />
contar. A lo que voy es que muchos libros<br />
se quedan en manuscritos porque<br />
la historia no es del todo interesante o<br />
no aporta nada novedoso. Suena un<br />
poco cruel pero es la verdad: pero es<br />
más la forma en cómo los autores relatan<br />
sus historias lo que me hace querer<br />
leer más y publicarlas. Debo decir que<br />
algunos de los libros publicados no<br />
me gustan, pero eso no significa que<br />
no sean buenos, al contrario, son libro<br />
excelentes y merecen ser publicados y<br />
leídos por la mayor cantidad de gente<br />
que quiera leerlos. Trato de ser lo más<br />
objetivo que puedo y dejar de lado mis<br />
gustos personales para poder elegir de<br />
la mejor forma posible.<br />
¿Qué has tenido que dejar atrás?<br />
Muchas cosas. Dirigir una editorial solo<br />
significa hacer absolutamente todo:<br />
hay que hacerla de publirrelacionista,<br />
diseñador, CM, barrendero y todo<br />
lo que puedas imaginar. Tiene mucho<br />
que no hago cosas que me gusten o<br />
incluso tiene mucho que no salgo de<br />
mi cubil para disfrutar un poco de mi<br />
tiempo. Todo eso sin dejar de lado las<br />
obligaciones que tengo en el ámbito<br />
personal (que realmente significa más<br />
trabajo realmente). En teoría, puedo<br />
considerar que este trabajo, y otro que<br />
también realizo que no tiene que ver<br />
con la editorial pero es igual de importante,<br />
me tienen completamente aislado<br />
del que alguna vez fue mi mundo.<br />
Pero me siento muy comprometido<br />
56<br />
con la editorial y, principalmente, lo<br />
disfruto. Disfruto hacer todas y cada<br />
una de las cosas que hay que hacer y<br />
no lo cambiaría por nada.<br />
¿Te sientes orgulloso?<br />
Me siento orgulloso de la gente que no<br />
leía y ahora está leyendo gracias a los<br />
libros gratis; me siento orgulloso de los<br />
autores de la editorial, porque ven sus<br />
obras publicadas y se esfuerzan para<br />
seguir escribiendo nuevas historias que<br />
lleguen a la gente. Pero de mí aun no<br />
me siento orgulloso, porque aún no he<br />
alcanzado lo que quiero alcanzar con la<br />
editorial. Me hace falta mucho camino<br />
que recorrer y esa búsqueda del orgullo<br />
propio es algo que me ayuda a seguir<br />
aprendiendo cosas nuevas que puedas<br />
poner en práctica para la editorial.<br />
¿Cuál sería tu meta final para la editorial?<br />
Estar en librerías, que un autor<br />
se hiciera muy conocido, tener prestigio...<br />
¿o qué sería?<br />
No tengo como tal una meta final, porque<br />
hablar de una meta final me hace pensar<br />
que la editorial puede llegar a tener un<br />
fin, y realmente eso no me gustaría. Tal<br />
vez el fin llegue el día que yo me muera...<br />
no sé... Pero mientras tanto seguiré<br />
pensando en distintas metas que poder<br />
alcanzar en conjunto con los autores.<br />
<strong>La</strong>s principales metas en este momento<br />
son, ciertamente, estar en librerías.<br />
Comprendo que para cualquier<br />
autor, me incluyo, es un logro de vida<br />
ver su libro vendiéndose en las librerías<br />
más importantes del mundo. Pero<br />
como tal mi meta, en ese sentido, no<br />
es individual. Quiero que tanto autores<br />
como editorial alcancen el mayor
Porque, como editores,<br />
nosotros les tenemos el<br />
mismo cariño a las obras<br />
que el autor. O al menos<br />
así debería de ser.<br />
prestigio posible a la par. Realmente<br />
busco que la editorial sea un semillero<br />
de grandes autores que en algún momento<br />
puedan ser reconocidos y recordados<br />
por las generaciones que vienen.<br />
¿A qué escritor le gustaría haber publicado<br />
que ya sea conocido?<br />
Tengo varios, pero a quien me hubiera<br />
gustado publicar es, sin lugar a duda, a<br />
Emily Rodda. Ella es una de las mejores<br />
escritoras de literatura infantil y fantástica<br />
que, a mi consideración, existe.<br />
Y aunque me hubiera gustado editar<br />
todos los libros que ella ha escrito, me<br />
hubiera conformado con editar todos<br />
los libros de la serie «Deltora Quest».<br />
¿Cree que se infravalora el tema de ser<br />
editor? ¿Se ve como un mal trabajo?<br />
Yo, personalmente, creo que el trabajo<br />
del editor está pasando a segundo plano.<br />
Primero porque los editores (por supuesto<br />
no me refiero a todos, pero es necesario<br />
decirlo de esa forma) creen ser poseedores<br />
de la verdad absoluta; es decir,<br />
ellos creen que su trabajo es único y que<br />
nadie puede hacerlo como ellos.<br />
También tenemos a otros editores<br />
que solo se mueven por el dinero, y<br />
más que editores se convierten en<br />
vendedores de servicios para escritores.<br />
Ese no es un editor por mucho que<br />
quiera hacer un buen trabajo. Es un<br />
mercenario solamente.<br />
Por otro lado tenemos a los autores;<br />
muchos no valoran el trabajo que un editor<br />
tiene que hacer para llevar un libro<br />
desde el manuscrito hasta el papel. Creen<br />
que porque hay herramientas en internet<br />
que «pueden ayudarlos a editar un libro»<br />
los editores ya no son necesarios. Además<br />
de todo eso ha ayudado a que la cantidad<br />
de autores autopublicados crezca de forma<br />
descomunal. No me malentiendas,<br />
creo que la autopublicación es una buena<br />
herramienta cuando se hace a conciencia<br />
(con amor, diría yo), pero un buen porcentaje<br />
de libros autopublicados en Amazon,<br />
Kobo, Lulu, Bubok y demás lugares que<br />
se te puedan ocurrir están publicados tal<br />
cual el autor terminó de escribir. ¿A qué<br />
me refiero con esto? A que muchas veces<br />
el texto no pasó siquiera por el autocorrector<br />
de Word, mucho menos tiene una<br />
estructura correcta: páginas y páginas<br />
llenas de viudas, huérfanas, «sangrías»<br />
hechas con el tabulador... En fin. Podré<br />
sonar muy inquisitivo, pero ofrecer eso a<br />
un lector puede causar dos cosas: que el<br />
lector no tome en serio al autor, o que el<br />
lector no le interese y la calidad y los estándares<br />
comiencen a bajar. Considero<br />
que, si el autor no cree que necesite a un<br />
editor, está bien; pero tiene entonces que<br />
hacer el trabajo del editor, y eso, definitivamente,<br />
la mayoría no lo hace.<br />
Quienes confían en los editores saben<br />
que nos gusta hacer nuestro trabajo<br />
lo mejor posible: y por eso van a<br />
obtener la misma sangre, sudor y lágrimas<br />
que pusieron en sus obras. Porque,<br />
como editores, nosotros les tenemos el<br />
mismo cariño a las obras que el autor.<br />
O al menos así debería de ser.<br />
57
58<br />
TIEMPOS<br />
MEJORES<br />
Por Miguel Fernando Payán Ramírez
4:28 a.m. ¿Cuánto había dormido<br />
esta vez? Recordaba que fue cerca<br />
de las 3:15 a.m. cuando bajó por<br />
tercera ocasión a pedir que pusieran la<br />
música a un volumen menos agresivo,<br />
recordaba también que la respuesta<br />
no fue distinta a las demás, un par de<br />
risas, una amenaza y el volumen aún<br />
más alto seguido de la puerta que se<br />
cerraba en su cara. Había sido así cada<br />
semana desde que se mudó a aquel<br />
edificio, fiesta en alguno de los pisos<br />
inferiores, mucho ruido y música a<br />
todo volumen. Usualmente no había<br />
problema, la música no era tan mala y<br />
la idea de compañía mitigaba un poco<br />
la soledad que sentía en esa ciudad extraña,<br />
sin embargo ese día era distinto.<br />
Después de varios meses sin empleo<br />
por fin había conseguido una oferta<br />
seria y no quería dejarla pasar ni asistir<br />
a ella sin haber dormido. Pero, ¿qué<br />
podía hacer? No podía ir a pedirles de<br />
nuevo que bajaran el volumen, sabía<br />
que eso le ocasionaría problemas. De<br />
cualquier manera no podré dormir, me<br />
quede o no —pensó—. Por lo que decidió<br />
salir a dar una vuelta, despejar la<br />
mente, alejarse del bullicio… Tiempo<br />
después aseguraría que todo fue accidental,<br />
sin intención, ¿pero por qué entonces<br />
salió a su paseo con un bidón de<br />
diez litros vacío? Si pensaba tirarlo a la<br />
basura lo hubiera hecho desde que llegó<br />
a los contenedores del edificio, ¿no?<br />
Empero, salió a su caminata llevando<br />
el bote consigo, pensando, maldiciendo<br />
al dueño del departamento 102 por<br />
sus fiestas tan ruidosas, al administrador<br />
por no hacer algo al respecto, al<br />
país por la falta de empleo y a su suerte<br />
por tenerle donde se encontraba, sin<br />
trabajo, sin futuro, sin una sola certeza<br />
en la vida… Estaba pensando en eso y<br />
en todo cuando cayó en cuenta de hacia<br />
dónde se dirigía, había tomado una<br />
izquierda, dos derechas y otra izquierda<br />
y, sin quererlo, había llegado. No tenía<br />
automóvil alguno y nunca lo había<br />
tenido, pero reconocía los lugares en<br />
los que vendían gasolina. Ahora todo<br />
tenía sentido, el bote de diez litros, el<br />
odio por la vida… todo. Llenó el recipiente,<br />
se excusó diciendo que su auto<br />
se había quedado sin combustible,<br />
pagó y se marchó, a paso lento, sonriendo.<br />
¿Cuánto tardó en ir y volver?<br />
No lo sabía, pero eran las 5:47 a.m. y<br />
escuchaba la música a tres cuadras de<br />
distancia. Llegó al edificio aquel, abrió<br />
la puerta, caminó hacia los contenedores<br />
de basura, donde había visto unos<br />
trozos de madera la tarde anterior, eligió<br />
uno con forma de cuña y se dirigió a<br />
la escalera. Y allí estaba, la música que<br />
le taladraba los oídos, el olor a alcohol<br />
mezclado con los recuerdos de otras<br />
casas, otras vidas, otras músicas y otras<br />
puertas que se cerraban en su cara. Se<br />
preguntó sobre el volumen tan alto,<br />
¿de verdad era necesario? Pensó que<br />
probablemente era para llenar el vacío<br />
en las almas de los presentes, en las<br />
almas y en las mentes, ya que si no tienes<br />
nada bueno que decir, qué pensar,<br />
qué sentir, necesitas algo que llene tu<br />
existencia. Pero será la última vez que<br />
se sientan solos estando en compañía,<br />
la última vez que la música callará las<br />
voces en sus cabezas, esas que dicen<br />
que sólo importa el físico, el auto que<br />
tengas, la plata, el alcohol, las fiestas,<br />
las sonrisas falsas, el sexo sin ganas, el<br />
amor fingido… 102, un número dorado<br />
en una puerta blanca, la puerta que le<br />
separaba de la reunión, de las ganas<br />
que tenía de apagar la música, de dormir,<br />
de soñar y volar, y cambiar su vida<br />
59
para bien… Se tomó su tiempo, diez<br />
litros serían suficientes. Puso la cuña<br />
bajo la puerta, vertió el líquido sobre<br />
la cerradura, a los lados y, finalmente,<br />
derramó el resto por debajo. Por suerte<br />
sus malos hábitos le acompañaban<br />
esa noche, el encendedor en su bolsillo<br />
era prueba de ello. Y, como quien no<br />
quiere, encendió la gasolina y subió a<br />
su habitación, despacio, sin mirar atrás.<br />
Al entrar a su cuarto de azotea, mal iluminado<br />
y de paredes sucias, notó que<br />
las bocinas se habían callado del todo<br />
y la canción en turno había sido sustituida<br />
por gritos de auxilio que, a diferencia<br />
de la música, iban bajando poco<br />
a poco el volumen hasta desaparecer<br />
completamente. Fue entonces cuando<br />
pudo cerrar los ojos, dormir y soñar<br />
con tiempos mejores.<br />
60
61
62<br />
SANGRE EN<br />
LOS ZAPATOS,<br />
MI AMOR<br />
Por Lorenzo Ko
Se ha sentado en un taburete junto<br />
a la barra, al otro lado del bar;<br />
ni siquiera sé cuándo ha podido<br />
entrar. El cabrón entabla conversación<br />
con una mujer de falda lisa y moño<br />
para la que beber en compañía de un<br />
desconocido es una buena forma de<br />
postergar la vuelta a casa.<br />
Casi parece no haberme visto.<br />
Es bueno, muy bueno, pero he captado<br />
esa mirada suspicaz. Esa mirada disimulada<br />
en gestos vacuos que se pierden<br />
en los distintos tonos de la conversación.<br />
Pasea sus ojos hacia un punto desdibujado<br />
tras de mí, en slow motion. Así, se<br />
permite verme sin llegar a verme.<br />
Sé bien de qué va.<br />
Algo en esa corbata, haz de farola<br />
sobre una chaqueta negro noche, una<br />
camisa gris ciudad, le hace parecer<br />
amable y desquiciado; algo en sus ojos<br />
grandes y nerviosos le hace parecerlo.<br />
No es ese hombre encogido en una gabardina,<br />
escondido tras un periódico;<br />
más bien parece un insecto en tierna<br />
edad, aún pálido y delgado.<br />
Apuro el vaso y pido otra. Aún tengo<br />
sangre bajo las uñas y polvo bajo la<br />
alfombra de mi conciencia. ¿Cómo ha<br />
conseguido aparecer tan pronto? Me<br />
retoco el maquillaje como quien espera<br />
una cita, aprovechando el reflejo de mi<br />
espejito de mano para vigilar la salida.<br />
El camarero se acerca y susurra en mi<br />
oído. Yo asiento y deslizo, acompañada<br />
de una sutil caricia, una también sutil<br />
propina en su bolsillo. Sonríe como un<br />
estúpido: no es mi mejor espía, desde<br />
luego. Miro por la ventana, esta vez sin<br />
disimulo: no hay nada sospechoso en<br />
distraerse en el fluir de peatones cuando<br />
uno está en una cafetería.<br />
El coche de Prado no aparece. Lleva<br />
ya media hora de retraso.<br />
Ese cabrón, el del fondo de la barra,<br />
recibe un beso en la mejilla, demasiado<br />
cerca de la comisura, y se sobresalta.<br />
No puedo evitar reírme por dentro,<br />
apenas por fuera. Parece que su tapadera<br />
se ha confundido un tanto.<br />
Es bonita. Ojalá estar en la piel de<br />
ese apocado hombrecillo, hacer lo que<br />
él nunca se atrevería a hacer. Es la clase<br />
de chica que yo /<br />
El camarero les sirve un par de copas<br />
nuevas y me mira, casi sin darse cuenta,<br />
antes de comentarles algo. Jodido imbécil.<br />
El móvil vibra sobre la mesa: es Prado.<br />
—Ya, ya sé lo que me vas a decir —su<br />
voz se escucha con interferencias—. Ni<br />
te imaginas lo que me ha pasado. Estoy<br />
de camino. Tardo… yo qué sé, ¿diez minutos?<br />
No, voy por San Marcos hasta la<br />
estación y desde ahí ya giro. No, hazme<br />
caso: por aquí es más largo pero más<br />
discreto. Mira, yo qué sé, estate preparada<br />
y no me jodas. Yo también te quiero.<br />
Besos. Hasta ahora.<br />
Uf. Necesito ir al baño.<br />
Con las bragas por los tobillos y el vestido<br />
por el ombligo, con el bolso sobre<br />
las rodillas, meo. El traqueteo de unos<br />
tacones suena a lo largo de los cuatro<br />
metros de baño y alguien toca la puerta.<br />
—¡Ocupado!<br />
—Oh, disculpa —responden desde el<br />
más allá.<br />
Quien quiera que sea espera al otro<br />
lado mientras canta:<br />
Tienes sangre en los zapatos, mi amor.<br />
Tienes sangre en los zapatos, mi amor.<br />
Va manando a borbotones de la punta a<br />
los talones:<br />
Tienes sangre en los zapatos, mi amor.<br />
Tardo en terminar porque no puedo<br />
mear si alguien que está cerca puede<br />
63
oírme. Me limpio, me recoloco cada<br />
cosa en su lugar y me doy cuenta de<br />
que hay pequeñas gotitas de sangre<br />
sobre el charol de mis zapatos. Trato de<br />
limpiarlos con papel higiénico y saliva<br />
pero las manchitas rojas ya están secas.<br />
Salgo. Quien espera su turno es la<br />
mujer con la que ese tipo hablaba.<br />
—Todo tuyo —digo. Y, al mirarle directamente<br />
a la cara, me quedo congelada—.<br />
Oye… ¿Nos conocemos? —es la<br />
misma mujer que guardo en mi refrigerador<br />
industrial.<br />
—No, no creo. Oh, bueno, conoces a<br />
Monte. Eso creo. Te ha visto al fondo<br />
del bar, ¿sabes? Me ha dicho que os<br />
conocéis. ¿Temas de trabajo? Algo así.<br />
Bueno, eso lo sabrás tú mejor que yo<br />
—y se ríe con la naturalidad con que lloran<br />
los sauces, con el mismo desparpajo<br />
de horas antes, cuando la llevaba a<br />
mi casa para /—. Igual me has visto con<br />
él antes y…<br />
—Ya. Sí, sí, puede que sea eso.<br />
—Ahora… bueno, ¡no aguanto más!<br />
Y se mete en el pequeño cubículo del<br />
wáter. Me deja sola en el embaldosado,<br />
tararea la misma canción de antes;<br />
puedo oír su cascada incluso. Tengo<br />
que salir de aquí.<br />
Salgo del baño y poso mi mirada en la<br />
mirada del supuesto Monte. Me sonríe<br />
como solo los viejos actores sonríen. No<br />
disimula. Un solo vistazo me basta para<br />
64
ver el Volkswagen del cabrón de Prado<br />
aparcado ahí fuera. Joder, ya era hora.<br />
Recojo mis cosas, ansiosa por salir de<br />
aquí cuanto antes. Dejo el vaso prácticamente<br />
entero —con lo que me jode— y<br />
salgo por la puerta; la campanilla sobre<br />
el marco suena. Cruzo la calle evitando<br />
el tráfico, los charcos y los faros de los<br />
coches. Incluso ahora trato de disimular,<br />
incluso ahora que siento en la nuca la<br />
certeza del ciervo en el punto de mira.<br />
Trato de abrir la puerta del copiloto a<br />
toda prisa, pero esta está cerrada. Aporreo<br />
la puerta y grito:<br />
—¡Eh, Prado, soplapollas! No me hagas<br />
reventarte el puto coche. ¡Abre de<br />
una puta vez, joder!<br />
Pero Prado no suelta el cierre automático.<br />
Hago visera con las manos en la ventanilla<br />
mientras sigo gritando. Prado no puede abrir:<br />
tiene un tercer ojo abierto a golpe de bala, lágrimas<br />
de sangre le resbalan por el rostro.<br />
Un fuerte topetazo en la nuca me revienta<br />
la frente contra el cristal.<br />
—Tienes sangre en los zapatos, mi<br />
amor —canta ella, inocente, sujetando<br />
con las manos la tapa ensangrentada<br />
de una cisterna.<br />
Al otro lado de la barra, en el bar de<br />
enfrente, Monte besa, esta vez en la<br />
boca, a la chica del baño; en slow motion,<br />
como el cambio de peso de un<br />
ninja, abre los ojos para mirar un punto<br />
inconcreto en la calle sin llegar a verme.<br />
65
66<br />
EL DESPRENDE<br />
ALMAS<br />
Por Miguel Ángel Barragán Reyes
<strong>La</strong> oscuridad es abrumadora; el silencio,<br />
sofocante. <strong>La</strong> languidez de<br />
mi espíritu es tan perturbadora que<br />
hace de la valentía una farsante. El corazón<br />
retumba; mi respiración se entrecorta,<br />
mis piernas obedecen mutiladas<br />
esperanzas de salir con vida de esto,<br />
pero mi pensamiento atisba la verdad:<br />
aquella criatura no tarda en alcanzarme.<br />
Corro; corro lo más rápido que puedo a<br />
través de estas angostas calles, y sucede<br />
que no puedo evitar voltear intermitentemente<br />
atrás, vigilando la cercanía de ese<br />
cadavérico y deforme rostro, cuyos sucios<br />
colmillos intentan sacarme el alma<br />
por el cuello, desprenderla, arrojarla a la<br />
atemporalidad de un infierno cíclico. A<br />
cada paso que doy, puedo sentir cómo<br />
el sonido de sus pasos se funde con los<br />
míos. El viento provocado por sus aún<br />
fallidos zarpazos toma cada vez mayor<br />
presencia. Su gutural argot inunda mis<br />
oídos sumergiendo mis pensamientos<br />
en silenciosas plegarias metafísicas. No<br />
puedo más, mis piernas están a punto<br />
de colapsar; no puedo más con esta angustia,<br />
con esta subversión de realidades<br />
oscuras y tortuosas. Aquella cosa está a<br />
milímetros de hacerme su presa.<br />
Volteo una última vez temeroso de<br />
lamentar su respiración en mi nuca,<br />
pero sorpresivamente aquella cosa se<br />
detuvo de forma abrupta; permanece<br />
estática en la esquina de St. Crier, la<br />
avenida más grande de esta sección de<br />
la ciudad. Me detengo también, con la<br />
respiración casi tan agitada como mi<br />
espíritu, a tan solo dos cuadras de distancia.<br />
Miro aquella cosa con cautela,<br />
pretendiendo agrandar la seguridad<br />
que siento al observar que no viene tras<br />
de mí. No sé qué hacer, no quiero moverme,<br />
pues temo que darle la espalda<br />
reinicie tan insoportable persecución.<br />
Pero aquel espectro lo sabe; adereza<br />
nuestro cuerpo con miedo y desesperación.<br />
Se alimenta de las intuitivas<br />
siniestralidades que nuestro instinto<br />
evoca cuando el terror es más sutil<br />
que explícito. Prepara nuestra alma<br />
para el concierto que esta esta misma<br />
criatura orquesta. El desprende almas,<br />
como lo llaman los habitantes de esta<br />
surrealista ciudad, da dos pasos hacia<br />
atrás, lentamente, fundiéndose con las<br />
sombras de la calle. Desdibuja su cuerpo<br />
dándole protagonismo a su mirada<br />
y con un ademán inhumano me incita<br />
a correr; a huir; a reiniciarlo todo. Huyo.<br />
Después de correr a velocidad atormentada<br />
a través de veredas infinitas, encuentro<br />
un callejón colmado de escombros<br />
nostálgicos. Permanezco allí, escondido;<br />
aterido en un rincón de este negro paisaje;<br />
callado, trémulo, temeroso de alertar<br />
los rojos ojos de aquella criatura que me<br />
acecha. Nunca antes el frío desliz de la<br />
existencia había perfumado con terror<br />
mis convicciones; nunca antes se había<br />
ensombrecido así mi realidad.<br />
En la segura lejanía, se hace sentir un<br />
despótico chillido que estremece mis<br />
cuerdas vocales provocando un irracional<br />
quejido, pero me obligo a callar, a no<br />
hacer más que el ruido de mi burbujeante<br />
corazón. <strong>La</strong> criatura sigue allí afuera,<br />
sigue buscándome, jugando conmigo<br />
de la manera más vil. Vuelve a sonar lejanamente<br />
aquella bestia, lo cual me hace<br />
pensar que este callejón puede ser mi boleto<br />
de salida. Decido permanecer aquí;<br />
intentando pasar desapercibido hasta<br />
que la noche deje de ser. Pero mi intento<br />
de emular la inexistencia más febril fue<br />
opacado por una apacible voz que perturbó<br />
este intento de insignificancia.<br />
«¿Por qué dejaste de correr? Así no es<br />
divertido», oigo a unos pasos de distan-<br />
67
cia. Me ha encontrado en este callejón<br />
sin salida. Es inútil esconderse, pues es<br />
imposible ocultar el miedo. <strong>La</strong> criatura<br />
se acerca a mí a paso lento, con babeantes<br />
crujidos y dislocadas gesticulaciones.<br />
Me mira fijamente, con esos<br />
ojos perdidos y fríos literalmente desalmados.<br />
Me toma del brazo, y nada;<br />
abro los ojos en mi oscura habitación.<br />
Esta insoportable pesadilla me ha<br />
mantenido los últimos tres días paralizado<br />
en mi cama. Estoy harto; harto de<br />
abrir los ojos inaugurando el accionar<br />
de mi estúpida y eterna consciencia.<br />
Quisiera nunca despegarme de este<br />
asqueroso colchón. Quisiera pasar el<br />
resto de mis días imitando a las cosas,<br />
emulando su naturaleza inanimada y<br />
dibujando un vórtice de pensamientos<br />
que empañe mis retratos emocionales,<br />
para dejar de lamentarme por no haber<br />
corrido más rápido aquella noche. Si<br />
me quedo aquí, me invadirá la sensación<br />
de aquella persecución y no creo<br />
poder soportarlo, pues más que mi pesadilla,<br />
se trata de mi último recuerdo;<br />
un recuerdo del cual mi alma desprendida<br />
ya no puede desprenderse.<br />
Después de unos segundos me pongo<br />
de pie, desnudo; tan desnudo y vulnerable<br />
que mi alma es la que siente<br />
la fría y fantasmagórica realidad de<br />
mi nueva existencia. Me dirijo hacia la<br />
puerta intentando evadir el reclamo<br />
68
del espejo, pero de soslayo me doy<br />
cuenta que esta vez no ha dicho nada,<br />
nada. Es la primera vez que ha enmudecido<br />
su terco grito. Es la primera vez<br />
que no vocifera siluetas flacas llenas de<br />
esplín. <strong>La</strong> corporalidad que alguna vez<br />
tuve es ahora una otredad que canta<br />
en idiomas nuevos, extraños. Me soy<br />
inentendible. Me soy inaprehensible.<br />
Me dirijo a la ducha. Me dirijo a esa<br />
cascada de sedaciones que en antaño<br />
des-acentuaban mi solitud, alimentando<br />
a mi corazón con denuedos galantes<br />
y rojos. Pero hoy, como ha sucedido en<br />
los últimos días, sólo un vil desconsuelo<br />
es lo que alcanzo a padecer y lamentar,<br />
pues la ducha ya no es tal, modificó su<br />
ser a propósito para restregarme en la<br />
cara que ya no soy el que alguna vez fui,<br />
y que nunca se puede recuperar el tiempo<br />
perdido. Ahora sólo soy el triste recuerdo<br />
de la escasa valentía que aquella<br />
noche decidió retar lo infrahumano.<br />
<strong>La</strong> tragedia de la ducha debe terminar,<br />
o acabaré lanzándome a aquel<br />
barranco de cobardes pensamientos<br />
sin fin. Regreso a mi cama e, inmediatamente,<br />
me arrepiento de tan infortunada<br />
decisión pues mi cuerpo sigue<br />
ahí, en mi cama, desmembrado, abandonado,<br />
y con un demonio encima terminando<br />
de tragar las últimas vísceras<br />
que quedan.<br />
Nunca debí dejar de correr.<br />
69
esto y advertido está, acompáñenme a<br />
esta reunión de personas interesadas en<br />
la lectura y escritura.<br />
El tema que hoy les comparto es un<br />
tema con el que luchamos día a día<br />
quienes pretendemos dar a conocer<br />
nuestros universos literarios, pues si<br />
bien existen este tipo de lugares donde<br />
podemos expresarnos y editoriales<br />
que nos impulsan con publicaciones<br />
digitales gratuitas, nada de esto signifiel<br />
escritor<br />
que escribe<br />
Una opinión de<br />
Aly Cañizales<br />
Bienvenidos a esta sección dentro de<br />
<strong>La</strong> Sirena Varada, que está pensada<br />
de escritor a escritores. Quiero agradecer<br />
principalmente a Editorial Dreamers<br />
que me da la oportunidad de acercarme a<br />
ustedes por medio de este espacio dentro<br />
las páginas de su revista y obviamente me<br />
gustaría hacer de su conocimiento que lo<br />
aquí expresado no representa de ninguna<br />
manera lo que la editorial y sus dirigentes<br />
piensan sobre los asuntos a tratar. Dicho<br />
70
ca absolutamente nada si el público no<br />
nos brinda la oportunidad de acompañarlos<br />
en sus dispositivos electrónicos<br />
en esos momentos que regresan del<br />
trabajo o la escuela a descansar a sus<br />
hogares. Es decir, no es difícil ver a personas<br />
leyendo en parques, autobuses<br />
o plazas, sin embargo lo que vemos en<br />
sus manos son libros de alto reconocimiento<br />
mundial, incluso libros de películas<br />
o series de autores destacados.<br />
Si tú, como yo, eres un escritor dando<br />
sus primeros pasos posiblemente<br />
estés de acuerdo en que esto prácticamente<br />
es como darse un tiro en el pie,<br />
justo cuando estás por correr los cien<br />
metros planos en busca de una medalla<br />
olímpica.<br />
¿Dónde están nuestros libros de literatura<br />
Iberoamericana? Incluso en mi trabajo,<br />
el cual se relaciona directamente<br />
con los libros, de manera inconsciente<br />
71
me dirijo hacia secciones de literatura<br />
universal sin poner ninguna atención<br />
especial en la sección que, si todo sale<br />
bien algún día, podría llevarme al reconocimiento<br />
que tanto anhelo, pues en<br />
mi país acuñamos un término del cual<br />
creo que soy parte: «Malinchista»; que<br />
se refiere a quien piensa que lo hecho<br />
en casa no es tan bueno como lo que<br />
importamos de otros países. Es por eso<br />
que donde vivo ningún autor de habla<br />
hispana, lograría ni una décima parte de<br />
lo que lograría George Martin o Stephen<br />
King en caso de tan solo compartir un<br />
estado de diez palabras en su Facebook.<br />
¿Quiénes son los culpables? Mucha de<br />
esta culpa la tienen las personas que<br />
han abusado de la literatura en español<br />
y de las editoriales que han prostituido<br />
por completo el arte de las palabras,<br />
pues a cualquier país de habla hispana<br />
que vayas, podrás notar con enojo<br />
como es que cada vez se utilizan más<br />
el nombre de personajes que nada tienen<br />
que ver con esta noble labor para<br />
generar una ganancia económica. Y me<br />
refiero específicamente a esos libros<br />
de los cuales solo son prestanombres,<br />
tal es el caso de los youtubers. Y no, no<br />
me refiero a aquellos que han logrado<br />
mezclar bien su trabajo en esta plataforma<br />
con su trabajo en lo literario,<br />
como es el caso de Dross, pues a pesar<br />
de si sus libros son buenos o no, lo que<br />
él hace es simplemente extenderse<br />
más allá de sus videos para seguir en<br />
pie de su labor como investigador. No<br />
es el caso de quienes ya sabemos Rubius,<br />
Werevertumorro, etc.<br />
No ahondare más en el tema de los<br />
youtubers pues este escrito no tiene<br />
como objetivo desprestigiar o señalar<br />
a los antes mencionados, sin embargo<br />
era necesario que por lo menos escribiera<br />
una de las razones por las que<br />
pienso que no compramos lo que está<br />
hecho en nuestro idioma, pero aún hay<br />
algo que considero peor.<br />
<strong>La</strong>s pocas editoriales que son referente<br />
en nuestro idioma están poco o<br />
incluso tienen nulo compromiso con<br />
los programas en los cuales se impulse<br />
a generar nuevo talento, pues creo que<br />
los dirigentes se han olvidado de que en<br />
la calle hay tanta poesía como en la vida;<br />
pero claro, es más fácil apostar seguro y<br />
apostar seguro siempre es apostar con<br />
la gente que traducirá sus proyectos en<br />
ganancia, ojala algún día podamos ver<br />
algo más de todas estas empresas que<br />
se han apartado de la raíz del talento urbano,<br />
ojala que la vida me cierre la boca<br />
mostrándome que en la actualidad se<br />
puede triunfar aun y las vicisitudes que<br />
la barrera del dinero nos interpone.<br />
Todos necesitamos el dinero, todos<br />
queremos que nuestro negocio funcione,<br />
pero es momento de hacer labor social,<br />
es momento de hacer que la gente de la<br />
cual se obtienen estas ganancias tenga la<br />
72
oportunidad de ser gente que gane también<br />
con el apoyo de nuestras empresas.<br />
No conforme con ser pocos los que<br />
siguen este sueño y aún más pocos los<br />
que son seleccionados para llevarlo a<br />
cabo, en nuestra cultura se considera<br />
al leer como si fuera un privilegio de los<br />
intelectuales, es decir, sinceramente no<br />
se considera que la persona que no tenga<br />
recursos merezca leer. No creo haber<br />
sido el único es escuchar frases como<br />
«Solo los pendejos no leen» o el ir a una<br />
librería y ver que los «cultos» prefieren<br />
la lectura en otro idioma, es triste darse<br />
cuenta de que no solo somos comerciales<br />
a la hora de leer, sino que también<br />
somos exageradamente mamones al<br />
momento de comprar un libro, ya que<br />
bajo la capa de que la barrera del idioma<br />
se rompe si lo lees en la lengua original<br />
es mejor empezamos a desechar a<br />
todo el talento ibero que tenemos.<br />
¿Cómo erradicar este comportamiento?<br />
El día de hoy a todos ustedes quiero<br />
invitarlos a dos cosas, una de ellas es<br />
a darle oportunidad a los autores que<br />
se esfuerzan da cada momento en ser<br />
tomados en cuenta, que luchan en redes<br />
sociales y que se encuentran permanentemente<br />
en búsqueda de que su<br />
trabajo sea reconocido.<br />
Ya que estamos aquí, les recomiendo<br />
leer «Tonalli: en el mundo del nahual» de<br />
Xeko Estrada, un libro enriquecedor lleno<br />
de cultura mexicana y una historia que<br />
los hará pensar en por que no nos dimos<br />
cuenta que todo lo que se necesitaba<br />
para crear una excelente obra de ficción<br />
estuvo en nuestras raíces todo el tiempo<br />
y no nos dimos cuenta. No solo eso, hay<br />
libros de crimen como «<strong>La</strong> Sociedad de<br />
la Dalia Blanca», o inclusive autores de<br />
España como Juss Kadar, que nos deleitan<br />
con «Mal de ojo» o «Promesas».<br />
Obviamente no solo son ellos, hay muchos<br />
más y de cada uno les tendré una<br />
reseña, para que quienes sean adeptos<br />
a esta columna tengan una idea del porque<br />
debemos de darle la oportunidad a<br />
este tipo de historias. Y como la lógica<br />
lo marca y no debo ser solo nacionalista,<br />
habrá reseñas de otros autores, de otras<br />
editoriales, además de algunos sorpresas,<br />
pues la columna no solo es de crítica,<br />
sino que recorreremos desde el humor<br />
hasta la tragedia, desde los libros hasta<br />
los videojuegos, por eso y más les digo,<br />
contáctense conmigo y díganme cuales<br />
son los temas que les gustaría que habláramos<br />
en este que finalmente no solo<br />
es mi espacio, sino el suyo propio, como<br />
mujer casos de la vida real, pero sin malas<br />
actuaciones y no solo eso, tendremos<br />
música, películas y mucho mas<br />
<strong>La</strong> letra se escribe con sangre y mi<br />
sangre esta manchada con la tinta del<br />
arte, hasta la próxima.<br />
Contacto:<br />
elescritorqueescribe10@gmail.com<br />
contactoeditorial@editorialdreamers.com.mx<br />
73
74<br />
LAS LÁGRIMAS<br />
DE LA NINFA<br />
Por Juan Pascal
Henchido de orgullo y con las alforjas<br />
llenas era como el valiente guerrero<br />
regresaba al hogar. A lomos<br />
de su caballo negro avanzando en un<br />
lento trotar, disfrutaba del cálido día y<br />
de la suave brisa fresca que acariciaba su<br />
rostro y hacía balancear las copas de los<br />
árboles que flanqueaban la senda. Ya no<br />
distaba mucho la aldea que abandonó<br />
hacía años en pos de grandes hazañas y<br />
suculentos botines de guerra, cuando un<br />
leve gimoteo captó su atención. Detuvo<br />
su avance y aguzó el oído. Sin duda parecía<br />
el llanto de alguien. Ató el caballo al<br />
tronco de un árbol y se adentró entre la<br />
vegetación que florecía a la vera del camino.<br />
Pocos pasos después, se encontró<br />
con un claro junto a una laguna. Subida<br />
a las ramas de un roble estaba una mujer<br />
de larga melena dorada. Aunque no podía<br />
verle el rostro, dedujo que debía ser<br />
una joven de extrema belleza.<br />
—¿Qué mal te aflige, mi dama?<br />
<strong>La</strong> joven dio un respingo por lo inesperado<br />
del encuentro. Su espalda se irguió<br />
y cesó su llanto. Pero no se volvió.<br />
—¿Hay algo que pueda hacer para curar<br />
tus males? —insistió el hombre.<br />
—¡No me mires! —dijo ella al percatarse<br />
de que el visitante intentaba ver<br />
su cara—. No quiero que veas a mis lágrimas<br />
ensuciar mi rostro.<br />
—Pues dime qué hacer para detener<br />
ese lamento que me impide contemplar<br />
tu belleza. Tan espléndido día, el mismo<br />
en el que vuelvo a mi añorado hogar, no<br />
será completo si no dejas de llorar.<br />
A la joven se le escapó una risilla ante<br />
la galantería del soldado, quien esbozó<br />
una sonrisa de medio lado al ver que<br />
sus palabras surtían el efecto deseado.<br />
—Y dime, ¿has conquistado a muchas<br />
mujeres con tus palabras? —dijo ella uniéndose<br />
al coqueteo tras un breve silencio.<br />
—Podrías honrar a este humilde soldado<br />
con ser la primera de ellas.<br />
—¡Jiji! No te creo. Seguro que ha habido<br />
muchas. Y dime, ¿has matado a muchos<br />
hombres en la guerra, soldado?<br />
—No negaré que mi espada se ha visto<br />
manchada de sangre en más de una ocasión.<br />
—¿Siempre eres tan humilde?<br />
—Si así hago olvidar la tristeza que no<br />
hace tanto te afligía. Seré humilde.<br />
—Y ¿qué quiere el valiente y humilde<br />
guerrero como recompensa a tan altruista<br />
acción de frenar las lágrimas de<br />
una mujer?<br />
—En el acto he obtenido mi recompensa.<br />
—Una lástima. Estaba dispuesta a<br />
mostrar el rostro que habéis alegrado.<br />
En ese momento, la muchacha, con<br />
gracilidad, descendió del árbol evitando<br />
mostrar su cara. Sólo su esbelta figura<br />
era insinuada tras el fino vestido<br />
blanco que lucía. Sus rubios cabellos<br />
se balanceaban con cada paso que<br />
daba dirigiéndose al agua. Se metió en<br />
la laguna dando la espalda al visitante.<br />
Cuando el agua le llegaba por la cintura,<br />
se detuvo. Se sumergió para volver<br />
aparecer al poco sin el vestido que hasta<br />
entonces llevaba. Su cabello mojado<br />
se pegaba a los desnudos hombros y a<br />
su espalda de piel nívea. Después, con<br />
un gesto de la mano, invitó al hombre a<br />
que la acompañase.<br />
Éste no se lo pensó dos veces. Dejó<br />
caer la espada al suelo para después<br />
quitarse las botas tan rápido como le<br />
fue posible y meterse en el agua con la<br />
ropa puesta.<br />
Cuando iba a poner las manos en la<br />
húmeda piel de alabastro de la joven,<br />
ésta se giró.<br />
El hombre no pudo sino pegar un grito<br />
de terror al contemplar la cara que tenía<br />
frente a él. Un rostro cadavérico de enor-<br />
75
mes ojos completamente blancos que lo<br />
miraban con ansia. Nunca antes había<br />
visto una monstruosidad como aquella,<br />
ni siquiera en los mutilados cuerpos que<br />
contempló en el campo de batalla. Quiso<br />
reaccionar y salir del agua, pero era incapaz<br />
de moverse. El pavor atenazaba su cuerpo.<br />
Su semblante se contrajo en una mueca de<br />
horror. Sus ojos no podían dejar de mirar el<br />
espanto que tenían frente a ellos.<br />
De repente, el cielo se oscureció con<br />
amenazantes nubarrones surgidos de<br />
la nada que presagiaban tormenta. Un<br />
fuerte viento arrastraba el agua de la laguna<br />
y del cielo. El vello de la nuca y de<br />
los brazos se le erizó al valiente soldado.<br />
El firmamento retumbaba sobre sus<br />
cabezas. Los fulgurantes rayos iluminaban<br />
el oscurecido día dando aún un<br />
aspecto más siniestro a la espeluznante<br />
mujer, cuyos cabellos bailaban una<br />
macabra danza al son del viento.<br />
Ante la parálisis del hombre, la joven<br />
lo agarró por la cabeza con una fuerza<br />
de otro mundo y lo sumergió en el agua.<br />
Cuando el guerrero quiso reaccionar fue<br />
demasiado tarde. Pataleó e intentó resistirse<br />
con todas sus fuerzas, pero no pudo<br />
zafarse del agarre de la terrorífica mujer,<br />
quien poco a poco se fue adentrando más<br />
en la laguna arrastrando consigo el cuerpo<br />
del hombre. Lo llevó hasta lo más oscuro y<br />
profundo para desaparecer con él.<br />
Cuando todo terminó, las negras nubes<br />
desaparecieron y el sol volvió a brillar en lo<br />
alto de un espléndido cielo azul. Los cánticos<br />
de las aves inundaron el lugar. Pero<br />
del rastro del hombre sólo quedaron unas<br />
botas, su espada y el caballo que esperaba<br />
un regreso que nunca se produciría.<br />
76
77
78<br />
SIEMPRE<br />
CONMIGO<br />
Por Cosme Allen
Llevaba casi cuatro horas caminando<br />
y había pasado por el mismo<br />
lugar dos o tres veces. A pesar que<br />
casi era mediodía, el día se veía como<br />
apagado y sin vida. <strong>La</strong>s hojas que cubrían<br />
el suelo con una gruesa alfombra,<br />
se veían color café marchito. Primero<br />
pensé que había neblina a pesar de lo<br />
tarde que era, pero hasta la luz del sol<br />
se veía amarillenta, por una razón que<br />
pronto iba a descubrir.<br />
Había salido una hora después del<br />
amanecer del pueblo donde pasaba<br />
el fin de semana, para realizar una caminata<br />
a las huertas de aguacate que<br />
se extendían en una vasta longitud de<br />
terreno, había calculado unos tres kilómetros,<br />
antes de llegar a un camino<br />
rural del otro lado de las huertas, distancia<br />
que debía cubrir en una hora<br />
llevando un paso tranquilo. En cierto<br />
momento tuve la sensación de encontrarme<br />
en un lugar indómito, como si<br />
fuera el primer ser humano que contemplaba<br />
aquellos parajes. Cosa absurda,<br />
porque los alcorques tenían aspecto<br />
pulcro y bien conservado. Dejé<br />
de escuchar aves, viento o cualquier<br />
otra cosa excepto mi respiración que<br />
pesar de encontrarme al aire libre, sonaba<br />
como si hubiera metido la cabeza<br />
en una caja de cartón.<br />
Por alguna razón que desconozco<br />
recordé que una vez de niño estaba<br />
solo en el huerto de mi escuela primaria,<br />
mi madre no iría pronto por mí<br />
y había pedido un permiso especial<br />
para que yo me quedara más tiempo<br />
hasta que fuera a recogerme. Estaba<br />
buscando caracoles cuando sentí un<br />
silencio incómodo y una sensación de<br />
ser observado, aunque al mirar aterrado<br />
a mi alrededor sólo vi árboles viejos.<br />
Quedé petrificado unos minutos que<br />
me parecieron eternos, hasta que pude<br />
moverme y dirigir mis pasos a la salida<br />
del amplio huerto con que contaba mi<br />
primaria, moviendo los pies despacio<br />
porque me aterraba imaginarme corriendo,<br />
fui saliendo y me dirigí hacia<br />
las aulas demasiado aterrado para mirar<br />
atrás, para correr, casi hasta para<br />
respirar. Al pisar el pavimento del pasillo<br />
de salones escuché el claxon del<br />
coche familiar, habían llegado por mí.<br />
No vi nada raro, pero tampoco volví a<br />
ir sólo al huerto.<br />
Ese episodio me daba vueltas en la<br />
cabeza y ahora a cientos de kilómetros<br />
tenía la misma sensación que había experimentado<br />
de niño.<br />
Después de recuperar el aliento que<br />
había perdido por dejar de respirar, proseguí<br />
mi marcha sintiéndome extraño,<br />
como que mi cuerpo era una armazón<br />
en la cual estaba dentro, una especie de<br />
ataúd con una ranura para mirar al exterior<br />
sin que se notaran mis verdaderos<br />
gestos de terror. Pensé en correr para<br />
encontrar rápido el camino que había<br />
perdido, pero razoné que no tenía sentido,<br />
puesto que estaba caminando en<br />
círculos. Traté de animarme pensando<br />
que aquel sentimiento de abandono<br />
se debía a hambre o falta de líquidos,<br />
pero, había desayunado bien y llevaba<br />
en mi morral artesanal una botella de<br />
agua la cual casi terminaba a pesar de<br />
no tener sed. Entonces, sentí que no<br />
estaba solo, no era un sentimiento de<br />
confianza, más bien de repulsión. «Igual<br />
que en la primaria, hace veinte años»,<br />
pensé. Al mirar alrededor sólo vi árboles<br />
de aguacate con sus cajetes que ahora<br />
me parecía agujeros sucios y sentí que<br />
las ramas estaban demasiado bajas casi<br />
hasta tocar el suelo. Seguí caminando<br />
aunque no veía el sol o alguna cosa para<br />
79
orientarme. Llegué cerca de una abrupta<br />
colina, nuevamente, la cual decidí<br />
trepar para intentar orientarme, al estar<br />
escalando la ladera erosional, al aferrarme<br />
de unas raíces antiguas al borde de<br />
la colina la vi.<br />
Era una especie de mujer horrible de<br />
piel gris verdosa, cabello enmarañado<br />
que de inmediato me recordó a una<br />
planta aérea, pero lo más repugnante<br />
eran sus ojos que me miraban con una<br />
mezcla de odio y desesperación, esos<br />
ojos repulsivos eran como los hoyos de<br />
un tronco hueco en un árbol viejísimo,<br />
pero no pude dejar de mirarlos. Estaba<br />
de cuclillas o eso me pareció, porque<br />
daba aspecto de que estaba muy encogida<br />
en el suelo, aunque estaba por en-<br />
cima de mí al encontrarse en el borde de<br />
la colina. Levantó una mano hacia mí o<br />
lo que pensé que era una mano pero por<br />
su longitud supongo que era una pierna<br />
aunque se dobló de un modo que ninguna<br />
articulación humana puede hacerlo<br />
sin quebrarse. No recuerdo su cuerpo o<br />
dedos porque todo lo dominaban esos<br />
ojos profundos y asquerosos. Al extender<br />
su mano, me pareció ver que abría<br />
la boca emitiendo una especie de grito<br />
aspirado, que sonaba como una amenaza<br />
llena de desesperación. Tuve que<br />
juntar la cabeza a las raíces para intentar<br />
cubrirme los oídos no por lo fuerte del<br />
sonido, sino porque no soportaba ese<br />
zumbido como de aire aspirado por un<br />
fuelle pero mucho más agudo. Al juntar<br />
80
la cabeza, recordé nuevamente aquél<br />
incidente cuando niño. Que al ver a mi<br />
mamá al pie del coche, corrí a abrazarla<br />
y refugiarme en sus piernas, después<br />
solté un llanto sosegado pero incontrolable,<br />
algunas noches después de eso<br />
tuve pesadillas y despertaba llorando<br />
desesperado, pero nunca podía recordar<br />
lo que soñaba.<br />
Los recuerdos se fueron diluyendo<br />
y fui abriendo los ojos al tiempo que<br />
noté que las lágrimas inundaban mi<br />
rostro. Los primeros instantes sentí<br />
que había demasiada luz y estaba despertando<br />
de un sueño profundo. Suspiré<br />
de alivio como un bebé que se duerme<br />
llorando al sentirme solo. Continué<br />
mi ascenso a la pequeña colina cuando<br />
oí ladridos. El ruido venía justo frente<br />
a mí. Bajé corriendo aunque con piernas<br />
temblorosas, para encontrarme<br />
a unos cien metros a un señor con su<br />
hijo adolescente que venían a caballo<br />
acompañados por dos perros. Traté de<br />
serenarme repitiéndome que no había<br />
pasado nada y que jamás hablaría con<br />
nadie sobre lo que viví esa mañana.<br />
«Buenos días» me apresuré a decir al<br />
encontrarme con los hombres, con una<br />
voz ronca ajena y distante que no reconocí<br />
como mía.<br />
«Buenos días» respondieron ambos.<br />
El hombre detuvo su caballo y me miró<br />
curioso y sin voltear la cabeza le dijo a su<br />
hijo, sin importar que yo estuviera ahí:<br />
«Mira, otro que se topa con la sikuami».<br />
81
82<br />
EL HOMBRE<br />
DETRÁS DE LA<br />
VIOLENCIA<br />
Por Kalton Harold Bruhl
George Dalton extendió la mano,<br />
buscando sin abrir los ojos, el botón<br />
de apagado del despertador<br />
digital. Permaneció todavía unos instantes<br />
con el rostro hundido en la almohada<br />
y, a medida que iba despertándose,<br />
comenzó a sentir un ligero malestar<br />
en los hombros y en los brazos.<br />
Se sentó en la orilla de la cama y estiró<br />
el cuello hacia un lado, masajeándose<br />
los músculos con fuerza.<br />
Colocó las manos sobre sus rodillas<br />
y dio un último bostezo antes de levantarse.<br />
Se dirigió al baño y continuó girando<br />
el cuello mientras orinaba. Tiró<br />
de la cadena y luego se lavó las manos<br />
y la cara.<br />
Se apoyó en el lavabo y empezó a examinarse<br />
en el espejo. Su cabello ya necesitaba<br />
un corte y tal vez un tinte. <strong>La</strong>s<br />
canas no le daban un aspecto distinguido.<br />
Su reflejo le mostró los dientes, estaban<br />
amarillentos por la nicotina, pero<br />
al menos casi todos eran suyos. Se pasó<br />
la mano por el mentón, la aspereza de<br />
su barba de tres días le hizo sonreír. Se<br />
fijó en sus ojos, seguían siendo inescrutables,<br />
incluso para él mismo.<br />
Caminó hasta la cocina. Abrió el refrigerador<br />
y tomó un frasco de jugo de<br />
naranja. Olió el contenido y luego vio<br />
la fecha de expiración. Se sirvió en un<br />
vaso y le agregó tres huevos crudos.<br />
Lo agitó con una cucharilla hasta que<br />
todo quedó bien mezclado.<br />
Llegó hasta la sala, apurando de un<br />
trago el contenido del vaso. Miró la hora<br />
en su reloj de pulsera. Faltaban quince<br />
minutos para las seis. Se paró frente al<br />
viejo mueble que le servía de centro<br />
de entretenimiento. En los anaqueles<br />
casi no había espacio para una cinta<br />
de vídeo más. Encendió la televisión y<br />
sintonizó el canal local. En ese momento<br />
transmitían las repeticiones de una<br />
comedia cancelada años atrás. Apretó<br />
el botón de expulsión de la grabadora<br />
de vídeo y examinó la cinta. Quedaba<br />
apenas lo suficiente para grabar unos<br />
diez minutos en el formato extra largo.<br />
Abrió una de las portezuelas de la parte<br />
inferior y sacó una cinta nueva. Buscó<br />
un bolígrafo y escribió la fecha en el<br />
costado del videocasete: 20 de noviembre<br />
de 1998. Sintonizó el canal tres y<br />
ajustó el formato de grabación.<br />
Abrió un nuevo paquete de cigarrillos<br />
y se sentó en su sillón favorito, un<br />
sillón reclinable de tela cuadriculada.<br />
Sonrió con satisfacción, mientras encendía<br />
un cigarrillo, los créditos de<br />
la serie ya aparecían en la mitad de la<br />
pantalla; la otra mitad era ocupada por<br />
los avances del noticiero de las seis.<br />
Acarició casi con sensualidad el botón<br />
de grabación en el mando a distancia.<br />
Comenzó a agitarse en el sillón y una<br />
vez más se dio cuenta de que la paciencia<br />
no era una de sus virtudes. Los<br />
comerciales le parecieron insufribles.<br />
Los directores se habían olvidado del<br />
producto, cambiándolo por efectos especiales<br />
e historias incomprensibles. Si<br />
uno quería vender una cerveza, lo más<br />
sencillo era mostrar a un sujeto sediento<br />
sosteniendo una botella bien fría,<br />
mientras una tipa en traje de baño se le<br />
colgaba del brazo; pero esos estúpidos<br />
le encargaban el trabajo a un trío de<br />
ranas digitales. Maldijo a los premios<br />
Clío y al causante de todo, el comercial<br />
1984 de la Apple.<br />
Suspiró con alivio al escuchar la tonada<br />
musical con que iniciaba el noticiero.<br />
Ahora venían los titulares: la<br />
iniciativa para aprobar una nueva ley<br />
contra los inmigrantes. Dalton rió con<br />
la nariz. <strong>La</strong>s plagas no se combatían<br />
83
con papeles, a menos que se enrollaran<br />
para aplastarlas. No, lo que se necesitaba<br />
era mano dura. El sabría cómo<br />
convencer a esos espaldas mojadas de<br />
no volver a poner un pie en su país.<br />
Luego anunciaron las comprometedoras<br />
fotografías de un senador entrando<br />
a una habitación de motel con<br />
una colegiala. Dalton se molestó. Ese<br />
hombre era un veterano como él y<br />
también había luchado en aquellas inmundas<br />
selvas contra los malditos rojos.<br />
Si deseaba ponerle a su miembro<br />
un abrigo de castor joven, tenía todo<br />
el derecho del mundo a hacerlo; había<br />
arriesgado su vida por ello.<br />
Ahora venía el avance informativo<br />
internacional.<br />
Siempre el Oriente Medio y siempre un<br />
ataque con explosivos. <strong>La</strong> voz anunciaba<br />
cerca de cien víctimas mortales y otro<br />
centenar de heridos. Dalton se preguntó<br />
de dónde diablos salía tanta gente.<br />
—Si cada día hay decenas de muertos<br />
—se dijo—, entonces... —probó hacer<br />
un cálculo mental, pero abandonó el<br />
intento al escuchar el titular sobre el<br />
crimen del día. El anunciante dijo que<br />
era el último eslabón en una cadena de<br />
crímenes sin sentido que mantenía a<br />
la ciudadanía en un estado de pánico.<br />
Dalton sonrió y se arrellanó en el sillón,<br />
ésa era la noticia que esperaba.<br />
Soportó al par de imbéciles que servían<br />
de presentadores: Martin Smith, un tipo<br />
en los cuarenta, con su cabello engomado<br />
y una estúpida media sonrisa en los labios,<br />
que se acentuaba en los cambios de cámara<br />
y Janeth Berger, la infaltable rubia<br />
que se limita a leer el apuntador electrónico<br />
y a asentir a todo comentario insulso<br />
que haga su compañero.<br />
Apartó por un momento la mirada de la<br />
pantalla. Se fijó en su creciente videoteca.<br />
Tal vez ya eran más de mil cintas. <strong>La</strong>s grabaciones<br />
de los noticieros se encontraban<br />
clasificadas por fecha. También había documentales<br />
de guerra. <strong>La</strong> Segunda Guerra<br />
Mundial y Vietnam eran sus temas favoritos.<br />
El Canal de Historia se encargaba de<br />
que siempre tuviera algo nuevo para grabar.<br />
Después venían los programas sobre<br />
crímenes. Sonrió y bendijo en silencio a la<br />
televisión por cable. Había también unas<br />
pocas cintas especiales. Eran grabaciones<br />
clandestinas sobre ejecuciones. Recordó<br />
al tipo que poco a poco se freía en la silla<br />
eléctrica y al otro cuya cabeza se sacudía<br />
con fuerza al recibir un tiro en la nuca.<br />
Volvió la mirada hacia la pantalla.<br />
Era una noticia que valía la pena grabar.<br />
Un incendio había arrasado una<br />
casa en una calle con mayoría latina.<br />
Al parecer la madre había dejado a sus<br />
tres hijos pequeños encerrados bajo<br />
llave, mientras salía a trabajar en una<br />
84
fábrica. Los bomberos especulaban sobre<br />
un posible cortocircuito. <strong>La</strong> cámara<br />
enfocó el momento cuando el forense<br />
cerraba la última bolsa. Los restos carbonizados<br />
y todavía humeantes le hicieron<br />
abrir bien los ojos .<br />
Luego vino la sección financiera. <strong>La</strong>s<br />
variaciones en la bolsa de valores le tenían<br />
sin cuidado. Qué podía interesarle<br />
a un tipo que vivía de una pensión el<br />
índice Dow Jones.<br />
Miró a su alrededor y reconoció que<br />
la vida había sido dura con él. Tenía un<br />
apartamento minúsculo en un vetusto<br />
edificio. <strong>La</strong> mayoría de sus vecinos<br />
eran también pensionados, que apenas<br />
salían una vez por semana para<br />
hacer las compras.<br />
No había demasiada justicia en el<br />
mundo. Él debería estar ahora en un<br />
condominio en la Florida , viendo el ocaso<br />
con una cerveza bien fría en la mano,<br />
mientras su esposa le preparaba una<br />
suculenta cena con postre incluido. No<br />
tendría por qué estar preocupado por<br />
las cuentas del gas o de la electricidad;<br />
sus preocupaciones deberían limitarse a<br />
buscar, las tallas adecuadas, para la ropa<br />
que les regalaría a sus nietos en Navidad.<br />
Nada había resultado bien. Regresó<br />
de la guerra con una pierna reconstruida<br />
y una medalla al valor. ¿Y qué<br />
recibió de los hombres y mujeres por<br />
los que había derramado la sangre de<br />
docenas de orientales y la suya propia?<br />
Nada, sólo desprecio. Los mismos malditos<br />
comunistas, contra los que había<br />
luchado, organizaban manifestaciones<br />
en su propio país. También estaban los<br />
asquerosos hippies, que creían que con<br />
dejar de bañarse y tomar ácido hacían<br />
más por su patria que los miles de soldados<br />
que mantenían la amenaza roja<br />
fuera de sus fronteras.<br />
Quiso encontrar oportunidades y solamente<br />
halló puertas cerradas, secretarias<br />
pedantes y gerentes que, sin mirar su<br />
hoja de vida, le brindaban una sonrisa hipócrita<br />
y le decían que ellos le llamarían.<br />
<strong>Año</strong>s atrás, despachando órdenes<br />
en un restaurante de comida rápida y<br />
mientras contemplaba a las familias<br />
que reían en las mesas, había comprendido<br />
cuál era el problema con toda<br />
esa gente: la guerra nunca había llegado<br />
cerca de sus casas.<br />
El resto de la población nunca había<br />
vacilado en dar un paso, pensando que<br />
podrían volar en pedazos por una mina<br />
escondida. Nunca habían aguardado<br />
noches enteras bajo la lluvia, con los<br />
músculos doloridos, escuchando voces<br />
extranjeras, donde no había más<br />
que graznidos de aves. Nunca habían<br />
agradecido en silencio por ver un nuevo<br />
amanecer y no ser el tipo que dejan<br />
85
atrás con la cabeza destrozada y los<br />
brazos extendidos, como suplicándote<br />
que lo lleves contigo, que él también<br />
dejó en casa una razón para vivir. No,<br />
esa gente no comprendía lo valiosos<br />
que eran los hombres como él.<br />
Sonrió con amargura, moviendo la<br />
cabeza. Eran suficientes lamentaciones<br />
y la noticia que esperaba estaba<br />
a punto de comenzar. <strong>La</strong> voz del presentador<br />
adquirió un tono más grave,<br />
mientras disertaba sobre la decadencia<br />
de la sociedad actual. Algo debía<br />
estar mal, dijo, si podemos producir<br />
monstruos de este tipo.<br />
George Dalton frunció el ceño y se<br />
cruzó de brazos a la vez que asentía<br />
con la cabeza. <strong>La</strong>s cámaras se dirigieron<br />
a una calle en una zona de clase<br />
media. Enfocaron una casa de madera<br />
de dos plantas. Los coches patrullas y<br />
las ambulancias rodeaban el lugar. Varios<br />
policías mantenían a los curiosos<br />
atrás de la cinta amarilla.<br />
<strong>La</strong> reportera del canal, una joven<br />
asiática vestida con un elegante traje,<br />
unió su micrófono a los otros que se<br />
agolpaban frente al jefe de la policía.<br />
Este parecía sinceramente consternado;<br />
se frotó varias veces la boca con<br />
la mano antes de hablar. Dijo que se<br />
había finalizado de inspeccionar todas<br />
las habitaciones, incluyendo el sótano<br />
y que el número de víctimas ascendía<br />
a cuatro: el matrimonio y sus dos hijos,<br />
de once y siete años. No podía adelantar<br />
detalles, porque entorpecerían la<br />
investigación. En cuanto a la causa de<br />
las muertes, esperaría el resultado de<br />
las autopsias. Lo que sería un mero formalismo,<br />
porque, dentro de esa casa,<br />
se había producido la peor carnicería<br />
que había visto en todos sus años dentro<br />
de la fuerza policial. Luego su mirada<br />
se endureció y la centró en el lente<br />
de una de las cámaras.<br />
—Juro que atraparemos al bastardo<br />
que hizo esto —dijo, segundos antes de<br />
darse la vuelta y comenzar a girar nuevas<br />
órdenes.<br />
Dalton se frotó las manos con excitación<br />
y encendió un nuevo cigarrillo, con<br />
la colilla del anterior. Se fijó en el cenicero,<br />
había restos de por lo menos otros siete.<br />
Se levantó del sillón, estirando los<br />
brazos para desperezarse. Regresó a<br />
su habitación, donde abrió el armario<br />
para buscar ropa. Se vistió con rapidez<br />
y se cepilló el cabello.<br />
Mientras caminaba hacia la puerta<br />
principal se llevó las manos al estómago,<br />
al escuchar cómo éste comenzaba<br />
a gruñir. Cenaría un buen bistec con patatas<br />
fritas en alguna cafetería.<br />
Tomó las llaves que colgaban de una<br />
argolla en la puerta y salió del apartamento.<br />
Entró al anticuado elevador y al<br />
apretar el botón de descenso le asaltó<br />
una duda. Se preguntó cuál sería el crimen<br />
que se llevaría los titulares el día<br />
siguiente. Sonrió curvando los labios<br />
hacia abajo y se rascó la cabeza. No<br />
debía preocuparse, seguramente, durante<br />
la cena, le llegaría la inspiración.<br />
86
a<br />
#ACERTIJO<br />
Un prisionero esta encerrado en<br />
una celda que tiene dos puertas,<br />
una conduce a la muerte y<br />
la otra a la libertad. Cada puerta<br />
esta custodiada por un vigilante,<br />
el prisionero sabe que uno de<br />
ellos siempre dice la verdad, y el<br />
otro siempre miente. Para elegir<br />
la puerta por la que pasara solo<br />
puede hacer una pregunta a uno<br />
solo de los vigilantes.<br />
¿Cómo puede salvarse?<br />
<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />
87
TE PERDONO,<br />
OCTAVIO PAZ<br />
Por Andrés Briseño Hernández<br />
En la universidad decidí que Octavio<br />
Paz me caía gordo. Se hablaba tanto<br />
de él en los corrillos, se traía a tema a<br />
la menor provocación, que terminó por resultarme<br />
indigesto.Paz el ensayista, el embajador,<br />
el poeta, el nobel, el oficialista, el<br />
descomprometido. Opté por malquererlo<br />
sin haberlo leído siquiera. Agréguese a mi<br />
antipatía el encono que experimenté cuando<br />
vi un reportaje sobre Elena Garro —escritora<br />
de todas mis complacencias— don-<br />
88<br />
de se la mostraba anciana, enferma, sola y<br />
en la miseria. Asumí que era culpa de Octavio.<br />
Me habría gustado imaginar la relación<br />
Garro-Paz a la manera de un talk show.<br />
<strong>La</strong>ura Bozzo sostiene las manos de Elenita,<br />
mientras ésta llora desmesuradamente. Se<br />
reproduce un video. Música triste de piano,<br />
escenas a blanco y negro, una vecindad, un<br />
cuarto miserable, donde Garro se quita el<br />
nebulizador para dar una fumada. Llora y<br />
relata su ruptura amorosa y el olvido a la
que fue proscrita. <strong>La</strong>ura Bozzo chilla: «¡Que<br />
pase el desgraciado!». Paz recorre el pasillo<br />
entre vituperios, llega al panel, saluda a la<br />
presentadora sin reparar en su exmujer. Yo,<br />
que me encuentro en la sala, le grito: «¡Mal<br />
hombre, mal hombre!».<br />
No obstante mi aversión hacia el<br />
poeta, su albor atravesó oscuridades<br />
y en cierto punto de mi vida tuve que<br />
vérmelas con su obra. Buscaba textos<br />
y autores diversos para mi sala de lectura<br />
cuando me topé con Piedra de sol.<br />
Tomé el poema con desconfianza, haciendo<br />
bolas duras de rencor, a la manera<br />
de Pedro Páramo, y leí:<br />
Un sauce de cristal, un chopo de agua,<br />
un alto surtidor que el viento arquea,<br />
un árbol bien plantado mas danzante,<br />
un caminar de río que se curva,<br />
avanza, retrocede, da un rodeo<br />
y llega siempre:<br />
89
«Vaya, vaya», me dije en secreto,<br />
como para no traicionar mis resentimientos.<br />
Luego continué la lectura en<br />
un murmullo:<br />
voy por tu cuerpo como por el mundo,<br />
tu vientre es una plaza soleada,<br />
tus pechos dos iglesias donde oficia<br />
la sangre sus misterios paralelos,<br />
mis miradas te cubren como yedra,<br />
eres una ciudad que el mar asedia…<br />
Perdí el control —así es uno, veleidoso,<br />
qué se le va a hacer—, leí todo el<br />
poema y me seguí con otros; busqué El<br />
laberinto de la soledad, Corriente alterna,<br />
El camino de la pasión, El arco y<br />
la lira. «Este cabrón es bueno», pensé,<br />
convencido ya de que a los escritores<br />
hay que tasarlos por sus textos, más<br />
allá de qué tan afines nos resultan<br />
como personas.<br />
Imaginé a Paz en Historias engarzadas:<br />
cortinilla de apertura con tipografía<br />
gariguleada. El poeta, sentado frente a<br />
Mónica Garza, se sincera ante los televidentes.<br />
Habla de su infancia en Mixcoac,<br />
de aquella fotografía de juventud donde<br />
aparece con los mechones rebeldes, de<br />
la India y del roce con Vargas Llosa por<br />
eso de la «dictadura perfecta». Comparte<br />
el gozo de ser premio Nobel y lo incómodo<br />
—y chistoso— que se sintió con el<br />
smoking. Al final, un acercamiento nos<br />
deja ver sus lágrimas.<br />
Yo, desde mi sillón, digo entre sollozos:<br />
«Está bien, Octavio, te perdono, pero todavía<br />
me debes lo de Elena Garro».<br />
90
91
92<br />
UN TRAGO<br />
Y UN SUEÑO<br />
Por ΔLen
Adosado a un callejón entenebrecido<br />
por sus historias y reputación<br />
se mecía un letrero neón siempre<br />
alumbrado, con una mortecina luz de<br />
anatema; el bar «Element» recibía cualquier<br />
interesado que estuviese versado<br />
en materias asaz delicadas, tales como<br />
la lascivia y el pecado, así como toda<br />
alma que, en sus ápices, haya amado la<br />
idea de la mente humana y sus horrores<br />
peor concebidos.<br />
<strong>La</strong> experiencia rezada como «Un<br />
trago y un sueño» carecía de una cabalidad<br />
real, estribando su espectacularidad<br />
en un ensueño tangible, el cual<br />
prometía ser capaz de cumplir el más<br />
retorcido placer; desde aquellos hombres<br />
de túnica con deseos sin nombre,<br />
y más deseos execrables, distopías sexuales<br />
que llamaban a sus letras desde<br />
infiernos que no merece mencionar,<br />
hasta prácticas naturales de sexo platónico<br />
eran los atractivos de «un trago<br />
y un sueño» en Element.<br />
—¿Estás segura de querer hacer esto,<br />
Sun? —inquirió un joven, con una tempestividad<br />
casi mortecina.<br />
—¿Qué es lo peor que podría pasar?<br />
Son solo un par de tragos de alcohol,<br />
he de suponer que el estupor de profilaxis<br />
debe ser por el consumo etílico,<br />
un poco de diversión y estaremos<br />
perfectamente.<br />
—No diría eso —si bien las palabras de<br />
León siempre fueron álgidas, aquella<br />
vez se entenebrecieron sobremanera—.<br />
He estado investigando, Sun, acerca de<br />
qué es lo que se experimenta cuando<br />
uno pide «<strong>La</strong> Experiencia». Hablé con<br />
Gus Guevara, él narra lo siguiente, que<br />
te transcribo para tu comodidad, y cito:<br />
»¡Es una locura! En sueños he visto,<br />
querido León, una tierra fértil, mares<br />
infinitos y sombras protectoras que<br />
hacían un Edén vivo, bellas damas se<br />
aproximaban riendo a mis costados,<br />
mientras sonreía a un horizonte donde<br />
se conjugaba la hiel de un sol que urdía<br />
en el fin del tiempo nuestra destrucción<br />
con la algazara a la que me sometían<br />
aquellas. Recuerdo haber besado una<br />
de ellas, lo que me privó de la vista también<br />
en aquel mundo, otra de ellas jugó<br />
con mi sexo hasta sentarse sobre él, era<br />
un paraíso de lascivia, amigo León…<br />
—¿Y? —anotó Sunny, ante el sepulcral<br />
silencio del otro lado de la línea—, ¿León?<br />
¿Qué más te refirió Gus?<br />
—Él se echó a llorar, su visaje medró<br />
en el apoco, algo ominoso se instaló en<br />
sus memorias…<br />
—¿Qué dijo?<br />
—Mierda, León, ninguna de ellas tenía<br />
rostro.<br />
Arribaron prestos tiempo después<br />
a la esquina que sirve de antesala al<br />
corredor tenuemente iluminado por<br />
el neón gastado de la pobreza que los<br />
desembocaría en Element.<br />
Para León, avezado en mantener un<br />
bajo perfil, fue natural escurrirse al recibidor<br />
del bar; la hermosa tabernera llamó<br />
su atención, indicando mediante palabras<br />
suaves e ininteligibles, más como<br />
un mensaje onírico que estaba enterada<br />
que su pedido era «un trago y un sueño»,<br />
sirviendo un líquido cobrizo y embriagantemente<br />
seductor que pronto se perfiló<br />
amargo y bello hasta su estómago,<br />
ascendiendo a su cerebro para desfogar<br />
una beoda sensación en su cuerpo.<br />
Conducido por aquel ser incorpóreo,<br />
se deslizó hasta una sala totalmente<br />
oscura, donde otras manos de imposible<br />
paz vendaron sus ojos, y, entre susurros,<br />
parecían buscar llevarlo a un estado<br />
completo de estupor, adormilarlo<br />
lo suficiente mientras lo conducían a<br />
93
otra habitación, donde fue depositado<br />
en una silla ergonómica, situada<br />
en medio de lo que pudo identificar<br />
sensorialmente como una atmósfera<br />
enrarecida; similar a la sensación de<br />
caminar en el agua.<br />
Primero pareció sumirse en un sueño<br />
solaz, donde Sunny aparecía desnuda,<br />
revelando con un rosado especial<br />
en sus mejillas el amor infinito siempre<br />
profesado hacia él, y, aunque este experimentó<br />
un movimiento sentimental<br />
en sí, fue incapaz de proceder en aquella<br />
fantasía, retrotrayéndose a aquella<br />
habitación, donde los jadeos de Sunny<br />
se acompasaron a una melodía aciaga,<br />
el chillido de una criatura que, esperando<br />
no herir la sensibilidad de concreción<br />
del lector, parecía desdoblarse<br />
por el tiempo, perturbando no solo la<br />
materia para poder ser recibido por<br />
León, sino parecía extenderse en el pasado,<br />
alterando sus memorias con ese<br />
canto que incitaba a la lascivia, misma<br />
que era exigua, casi nula en León.<br />
Apocado y con lasitud, León se deshizo<br />
de la tela que vedaba su visión, solo para<br />
recibirse con una imagen que también fue<br />
capaz de desdoblarse temporalmente.<br />
Frente a él, una masa solo descriptible<br />
como anacrónica, prehistórica,<br />
imposible jugaba en esa inmensa sala,<br />
siendo León incapaz de discernir con<br />
puntualidad la anatomía absoluta de<br />
aquella criatura, tratándose más de<br />
un hacinamiento de carne que parecía<br />
atezada no por una llama, sino por la<br />
pátina de los siglos, consumida por la<br />
94
lenta erosión de oxígeno. Sobre esas<br />
costras seculares se tejían órganos externos<br />
que supuraban icor, así como<br />
aquel gas que dificultaba la respiración<br />
y enrarecía la atmósfera. De forma piramidal<br />
y ascendente, en la copa de<br />
aquel ser reposaba una figura que parecía<br />
un sombrero, un adorno artificial,<br />
que pronto, para horror de León, se<br />
alzó, mostrando un cartílago oleaginoso<br />
del que descendió una resina ópalo,<br />
que provocó el espasmo en lo que<br />
más horrorizaba de aquella visión: en<br />
la base, numerosos tentáculos se extendían<br />
hasta las bocas y los sexos de<br />
quienes habitaban aquel recinto, un<br />
templo erigido a la lascivia y los deseos<br />
prohibidos. Aquel vaho era el responsable<br />
de la alucinación que desencadenaba<br />
«la experiencia», pudiendo gozar<br />
de un evento que pluguiera el alma<br />
de cualquiera, y, alimentándose de líquido<br />
preseminal y lubricante vaginal,<br />
así como de la saliva cargada de deseo,<br />
aquella criatura succionaba esto de los<br />
usuarios, haciendo de su experiencia<br />
algo interactivo y más tangible.<br />
León solo pudo ahogar un grito en sus<br />
lágrimas, mientras aquella criatura bañada<br />
en éxtasis y placer parecía tampoco<br />
percatarse de la presencia y la ignominia<br />
del chico ante tal escena. Junto a él, Sunny<br />
jadeaba, exudando deseo, y el combustible<br />
que mantenía vivo a aquel ser. Eso<br />
fue suficiente para doblegar el espíritu de<br />
León y desbordar el llanto por sus mejillas,<br />
evento suficiente también para conducirlo<br />
a la muerte por su propia mano.<br />
95
96<br />
EN LAS BUENAS<br />
Y EN LAS MALAS<br />
Por Tania Rivera
Solano abrió la puerta sin esfuerzo.<br />
Su sorpresa fue mayúscula cuando<br />
se encontró con una estancia<br />
perfectamente bien arreglada y decorada<br />
con buen gusto en lugar de un desastre<br />
de muebles rotos, ventanas quebradas<br />
y libros deshojados, una escena<br />
más propia de la mujer desesperada<br />
que llamó a la comandancia.<br />
El policía escuchó una voz que le<br />
llamaba desde la cocina; revisó que su<br />
arma estuviera cargada y avanzó con<br />
precaución hasta una luz que se observaba<br />
en el fondo.<br />
Sentada frente a la mesa estaba una<br />
mujer joven que sostenía una pistola<br />
entre las manos, de nuevo Solano<br />
se desconcertó, bajó el arma, abrió la<br />
boca para interrogar.<br />
—¿Gusta un café?<br />
Solano apenas y parpadeaba, ella se<br />
levantó elegantemente, dejó la pistola<br />
sobre la mesa y encendió la cafetera<br />
que de inmediato se adueñó del silencio<br />
de la cocina.<br />
—Señora, alguien llamó…<br />
—Sí, he llamado yo… maté a mi marido,<br />
Señor oficial. Tendrá que arrestarme,<br />
pero eso será después de que<br />
cuente mi crimen y para eso, tendremos<br />
que esperar el café.<br />
Aquel hombre que había estado expuesto<br />
al peligro por tantos años no<br />
sabía qué hacer, no enseñan eso en la<br />
Academia, finalmente suspiró y se sentó<br />
mirando fijamente a la mujer hasta<br />
que el café estuvo servido.<br />
—¿Alguna vez ha engañado a una mujer,<br />
Oficial…? Todos lo hacen, no mienta…<br />
si lo hace, sea precavido, una vez<br />
escuché que las mujeres matan con veneno<br />
porque es de cobardes, pero existimos<br />
mujeres, Señor que no tememos<br />
incrustar plomo en el pecho de un caballero…<br />
Escúcheme muy atentamente.<br />
Sólo contaré esto una vez y después<br />
deberá encargarse usted mismo con<br />
las autoridades.<br />
»Samuel y yo nunca hemos tenido<br />
problemas. Es un buen marido, debo<br />
admitirlo. Responsable, trabajador,<br />
consiente mis caprichos y alaba mis<br />
virtudes. Llevamos casados casi tres<br />
años ¿Muy poco para odiarlo tanto, no<br />
lo parece…? ¡Oh! No ha tomado nada<br />
de su café, adelante, sin miedo, no<br />
pienso envenenarlo. Usted es mi testigo…<br />
como sea, Samuel y yo nos amamos<br />
durante los primeros meses y nos<br />
tolerábamos desde entonces, actitud<br />
usual en los matrimonios, lo confieso.<br />
¿Usted es casado, Solano? Dice Solano<br />
en su placa ¿Verdad?... Perdone si divago,<br />
ensayé esto pero resulta más difícil<br />
de lo que pensé…<br />
»Hace un par de meses, Samuel actuaba<br />
muy raro, ya no venía a cenar y<br />
pretextando todo tipo de reuniones<br />
regresaba tan tarde que mis ojos eran<br />
incapaces de esperarlo despierto. Tiene<br />
otra mujer, supe de inmediato, ni<br />
siquiera me molesté en revisar si habían<br />
manchas de labial en sus camisas<br />
o perfumes extraños en su corbata, yo<br />
simplemente lo sabía ¿Entiende, Solano?<br />
De forma igual de repentina,<br />
Samuel comenzó a adelgazar, su cabello<br />
caía por manojos y las ojeras enmarcaban<br />
sus ojos.<br />
»Una noche decidí seguirlo. Lo vi<br />
salir de su oficina y desde la distancia<br />
acompañé sus pasos como lo juré ante<br />
el altar. Se detuvo frente a una casa<br />
rojiza con aspecto de prostíbulo de la<br />
revolución. Samuel entró cabizbajo,<br />
yo detrás de él. Hizo una seña y de la<br />
parte de atrás emergió una Medusa de<br />
cabellos oscuros y sonrisa de <strong>sirena</strong>.<br />
97
Pregunté a una mesera quién era: Magdalena,<br />
respondió ¡Hágame el favor!<br />
Vaya bromitas que hace el destino, mi<br />
marido me engañaba con una mujer<br />
que compartía nombre con la primera<br />
puta redimida por Jesús.<br />
»Samuel hablaba en voz baja y no<br />
pude escuchar mucho, la mujer lo observaba<br />
con lástima y le besaba las mejillas,<br />
no pasó mucho tiempo para que<br />
un par de hombres se acercaran e hicieran<br />
señas de que los siguiera. Mi marido<br />
avanzó lentamente, yo me acerqué lo<br />
más que puede hasta que entró en un<br />
cuartucho escondido entre las sombras.<br />
»<strong>La</strong> oficina de Eusebio Marín apestaba<br />
a tabaco y ron, no reproduciré<br />
toda la conversación para su buena<br />
suerte, Solano, sólo diré que Samuel<br />
había apostado hasta el alma y aquél<br />
bastardo pensaba cobrársela. Salí sin<br />
hacer ruido y fui a casa, donde esperé<br />
despierta los pasos usuales en la sala.<br />
»Los días hicieron que Samuel continuara<br />
consumiéndose, constantemente<br />
lo escuchaba hacer cuentas en voz baja,<br />
siempre negando con la cabeza, estaba<br />
tan mal que ni siquiera pasó por mi<br />
mente reclamarle por Magdalena. Una<br />
noche en que Samuel había llegado<br />
temprano, tomé una determinación: en<br />
las buenas y en las malas… Me presenté<br />
en el burdel y pedí hablar con Eusebio.<br />
—He vendido todo lo que tengo —<br />
dije—. Tengo la mitad del dinero que<br />
le debe mi marido. Perdónele la vida y<br />
acepte por favor.<br />
Eusebio me miró con malicia, tomó<br />
el dinero y después me empujó contra<br />
el escritorio.<br />
—Entenderá, Señora, que negocios<br />
son negocios. No puedo perdonar una<br />
98
deuda así como así… levantó mi falda<br />
y comenzó a acariciar mis muslos. Cerré<br />
los ojos y pensé en Samuel y en el día de<br />
la boda. En las buenas y en las malas…<br />
»Cuando la deuda fue saldada, Samuel<br />
se recuperó de inmediato. Comenzó a ser<br />
más amoroso, más atento. Me llevaba a<br />
cenar cada noche a un lugar diferente,<br />
me compró vestidos nuevos y me decía<br />
lo hermosa que era todas las mañanas.<br />
Supuse que el precio que había pagado<br />
valía toda esa felicidad. No sabe cuánto<br />
me arrepiento de haber sido tan estúpida.<br />
»Pasados un par de meses, Samuel<br />
regresó a su antigua vida. Yo lo veía todas<br />
las mañanas marcharse y regresar<br />
con los besos de Magdalena tatuados<br />
en la piel. Lloré durante noches y noches,<br />
primero por Samuel y luego por<br />
recordar las manos asquerosas que me<br />
habían tocado en aquel burdel.<br />
»Ayer me dijo que iba a largarse con<br />
ella, no pude más. ¿No habíamos prometido<br />
que estaríamos juntos en las<br />
buenas y en las malas? Tomé la pistola<br />
y le asesté tres balazos en el pecho. He<br />
estado encerrada aquí desde entonces.<br />
Horneé sus galletas favoritas y después<br />
llamé a la policía<br />
»¿Quiere más café, Solano? Es un<br />
poco amargo como mi alma, no está<br />
tan mal… en fin, ya lo he contado todo.<br />
—¿Y el cuerpo?<br />
Unos pasos se escucharon en la entrada,<br />
un hombre se asomó en el umbral<br />
de la cocina.<br />
—¿Qué significa esto, Claudia...?<br />
Tres balazos sordos y el cuerpo muerto<br />
cayó al suelo.<br />
—Ahí lo tiene —señaló Claudia—. Ahora…<br />
¿Quiere una galleta? No creo que<br />
Samuel pueda comerlas.<br />
99
100<br />
JAZMIN DE<br />
PERRO<br />
Por Cristina Valero
Hacía más de tres días que Jazmín<br />
de perro conducía a través<br />
de una serpenteante y retorcida<br />
carretera desde la cárcel donde había<br />
cumplido condena por asesinato.<br />
El coche se deslizaba como una sombra,<br />
se movía con tanto silencio que<br />
nadie lo había visto pasar. Pero el corazón<br />
de Jazmín de perro saltaba abiertamente<br />
en su pecho y sus nervios en<br />
forma de pala cavaban un agujero en<br />
su estómago.<br />
Cuando el coche se sumergió en un<br />
laberinto de túneles y caminos las uñas<br />
de Jazmín de perro se incrustaron en el<br />
volante. <strong>La</strong> espuma del volante cedía<br />
dócilmente a sus nervios como alambres.<br />
No entendía por qué no giraba o hacía<br />
algo para impedir avanzar. Podía alejarse.<br />
Miró hacia atrás y recordó haber<br />
atravesado la misma ciudad veinticinco<br />
años atrás, esposado en el asiento<br />
trasero de un Renault 25. Podía alejarse.<br />
Tenía la posibilidad y el combustible<br />
suficiente para huir. Al cabo<br />
de pocas horas estaría lejos; se habría<br />
extinguido en dirección a las tinieblas.<br />
Pero también tenía la oportunidad mágica<br />
de dejar de luchar contra sí mismo.<br />
Tenía la oportunidad de descansar.<br />
<strong>La</strong>s manos nervudas de Jazmín de<br />
perro agarraron el volante como atornilladas<br />
a él. Entró en una calle y paró<br />
frente a una vieja casa. Permaneció mirándola<br />
unos minutos, con una mano<br />
asida al bolsillo de su chaqueta. <strong>La</strong><br />
casa parecía envuelta en una espesa<br />
bruma bajo un cielo completamente<br />
gris. Jazmín de perro desfrunció el<br />
ceño al recordar el objeto de su viaje.<br />
Suspiró y salió del coche. Cuando emprendió<br />
la marcha por el camino que<br />
conducía a la casa, empezó a llover. <strong>La</strong><br />
lluvia le obligó a cerrar ligeramente los<br />
ojos. Unos minutos después, ascendió<br />
por los peldaños desgastados del porche<br />
y se situó ante una puerta pintada<br />
de verde. Tiró de un mango de metal<br />
situado a uno de los lados de la puerta<br />
y sonó una campanilla.<br />
El señor Nicasio era bajo, de cabellos<br />
blancos, con unas manos y unas piernas<br />
que temblaban ligeramente.<br />
—¿Qué desea, caballero? —preguntó,<br />
amable, el señor Nicasio.<br />
Los ojos del señor Nicasio eran de un<br />
inquietante color gris y le daban a su<br />
rostro un aspecto de viejo actor de cine.<br />
—Me gustaría hablar con usted, señor.<br />
El señor Nicasio le hizo señas para<br />
que lo siguiera. Atravesaron el vestíbulo<br />
y se sumergieron en el salón. <strong>La</strong> débil<br />
luz de una lámpara iluminaba la estancia<br />
y Jazmín de perro pudo contemplar<br />
los cuadros pintados al óleo que colgaban<br />
de las paredes.<br />
El señor Nicasio le invitó a sentarse.<br />
—Usted dirá —dijo el señor Nicasio.<br />
Los labios de Jazmín de perro se<br />
apretaron y pensó en musitar cualquier<br />
mentira al darse cuenta de que el señor<br />
Nicasio estaba esperando que hablara.<br />
Pero era totalmente innecesario porque<br />
en sus adentros sabía que no estaba<br />
para mentir.<br />
—Señor, estoy aquí para pedirle<br />
perdón.<br />
El señor Nicasio buscó algún recuerdo<br />
en su memoria; intentó revivir el<br />
pasado para dar con aquel tipo que le<br />
estaba pidiendo perdón.<br />
—Creo que se equivoca, joven.<br />
El señor Nicasio nunca había visto a<br />
Jazmín de perro. Sin embargo, Jazmín<br />
de perro sabía muy bien quién era el<br />
señor Nicasio.<br />
—Su hija… —explicó Jazmín de perro<br />
con voz suave—. Yo maté a su hija.<br />
101
El señor Nicasio miró a través de la<br />
ventana y pudo ver que los pétalos de<br />
las flores que ondulaban suavemente<br />
en el jardín se inclinaban con la lluvia.<br />
Jazmín de perro se aclaró la garganta:<br />
—Le pido perdón, señor.<br />
El señor Nicasio se acercó a Jazmín<br />
de perro y con ternura le puso una<br />
mano sobre el hombro.<br />
—Jamás imaginé que vendría —dijo<br />
el señor Nicasio—. Perdoné hace muchos<br />
años.<br />
—¿Para qué? —preguntó Jazmín de<br />
perro.<br />
—Para sacarme aquel terrible y condenado<br />
peso con el que tropezaba y<br />
me corroía. Cuando pude perdonar<br />
dejé de hacerme daño.<br />
Jazmín de perro suspiró y notó que<br />
su respiración había dejado de estar<br />
tan acelerada.<br />
—Qué Dios le bendiga —dijo el señor<br />
Nicasio.<br />
—Gracias, señor —respondió Jazmín<br />
de perro con agradecimiento.<br />
Jazmín de perro cruzó la puerta y<br />
bajó las escaleras del porche. Sus zapatos<br />
repiqueteaban la madera de los<br />
peldaños cuando de repente se detuvo<br />
como alcanzado por un rayo.<br />
—¡Yo no te perdono! —gritó la señora<br />
Nicasio, situada en una ventana de la<br />
segunda planta de la casa.<br />
Jazmín de perro quedó suspendido en la<br />
calle. <strong>La</strong> señora Nicasio le disparó con una<br />
escopeta en el estómago y le hizo un agujero<br />
en forma de vaso. Jazmín de perro se balanceó<br />
como si estuviera borracho hasta caer al<br />
pavimento con las manos en el vientre.<br />
—¡Yo no te perdono! —gritó de nuevo<br />
la señora Nicasio, enfurecida.<br />
<strong>La</strong> señora Nicasio siguió disparando<br />
mecánicamente sobre el cuerpo de<br />
Jazmín de perro, que yacía muerto en<br />
el asfalto mostrando una sonrisa fina y<br />
pulcramente en paz.<br />
102
a<br />
#ACERTIJO<br />
A un joyero le dan cuatro trozos<br />
de cadena de tres eslabones cada<br />
uno, y le encargan que los una<br />
para hacer con ellos una pulsera.<br />
Al hacer el presupuesto de la reparación<br />
el joyero calcula que tiene<br />
que soldar cuatro eslabones, a<br />
un Euro cada uno el precio seria<br />
de cuatro Euros, pero el cliente no<br />
esta de acuerdo y le dice como hacerlo<br />
soldando solo tres eslabones.<br />
¿Cómo lo hizo?<br />
<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />
103
LAS FIGURAS<br />
TEXTUALES DE<br />
PENSAMIENTO:<br />
LA DESCRIPCIÓN<br />
Por Maximiano Revilla<br />
Vamos a ver si consigo explicar, escritor<br />
o poeta principiante, a ver si<br />
llevo, a esas manos que se posan<br />
sobre tu pecho repleto de bienvenidas,<br />
de estilos de formas de dichos en las<br />
fronteras del abandono o las despedidas,<br />
algo más que los tres sentimientos<br />
que se hilvanan con las antiguas argucias<br />
de los recursos poéticos. Sí, vamos<br />
a ver si soy capaz de crear figuras de<br />
pensamiento, de paisajes, de personas,<br />
104<br />
de cosas ficticias o reales, de cinco o<br />
seis intenciones que me desbordan y<br />
te describo, de la ceniza de los cigarros<br />
que se queman mientras nos transformamos,<br />
entre un instante y otro, aquello<br />
que se ve a los laterales de las carreteras<br />
de humo ascendiendo al infinito.<br />
¡Y sí! ¡Ya os lo digo! Claro que puedo<br />
bailar entre un texto y otro texto, pero,<br />
puesto que todos sus enunciados me<br />
invitan a unificar la significación y los
argumentos de sus conspiraciones globales,<br />
a taponar o expandir consciente<br />
o inconscientemente sus fisuras, a proteger<br />
de cualquier disparo sus avalanchas,<br />
incoherentemente me contengo.<br />
No quiero mentiros, ni por mi falta<br />
de reajuste en la textura de los tiempos,<br />
introducir con prisas las conclusiones<br />
a las que, por sí solos, ya tendríamos<br />
que haber llegado, sobre todo, para<br />
no tener que ser pragmático luego, y<br />
dinamitando las interpretaciones decir,<br />
que ya os lo dije. Particularmente,<br />
y más que nada, porque las pruebas<br />
demostrarán como es que nacen, para<br />
la elaboración del discurso, las figuras<br />
de pensamiento en la inventio o la dispositio<br />
y se proyectan hasta esperar su<br />
veredicto en la elocutio, casi, casi descifrando<br />
de sugestiones al mundo, por<br />
supuesto, mucho más allá del mundo<br />
festivo de mi rutina.<br />
105
No me voy a detener a enumerar los<br />
distintos pensamientos con los que comunica<br />
el alma su existencia; ya que, a<br />
poco que nos demos por aludidos, aunque<br />
nos duela, sabemos cuáles son los<br />
nuestros; lo que sí os puedo decir es<br />
que al ser estos, el alimento precocinado<br />
para crecer y desarrollar las figuras<br />
que nos atañen, nadie ha conseguido<br />
descifrar con exactitud hasta donde<br />
pueden volver y anidar sus revoluciones;<br />
su atraganto o su abstinencia, su<br />
ingobernabilidad o esa capacidad que,<br />
para ser y vivir donde las apetezca, no<br />
conocen límites, ni aceptan inquisiciones,<br />
ni negocian los capítulos de las<br />
anarquías de su literalidad.<br />
Y sí, ¡claro que sí! Estas figuras deben<br />
caminar al ritmo que acercan las<br />
coherencias que se negocian en cualquier<br />
despilfarro, las cohesiones decorativas<br />
del envoltorio de la cojera del<br />
infortunio de mis alucinaciones; debieran,<br />
por supuesto, conservar y cultivar<br />
esa adecuación, triple o gemela, de la<br />
que todo enunciado estilístico, de una<br />
u otra forma, es portadora, esa que<br />
para contextualizar y continuar siendo<br />
capaz de conseguir abrir y conquistar<br />
pensamientos desconocidos, junto a<br />
las relaciones garabateadas en la cercanía<br />
de un original postulado, se han<br />
de reciclar y recitar efusivamente hasta<br />
que sorprendan y calmen o duelan.<br />
Puesto que el pensamiento alcanza<br />
a ver más allá de donde normalmente<br />
llega la mirada de las unidades léxicas;<br />
estas figuras, ampliando o disminuyendo,<br />
incluyendo o excluyendo su contorno<br />
a la conveniencia de su intención<br />
comunicativa, crean alrededor de esa<br />
realidad habitual de los hombres, otra<br />
que, desde la significación conceptual<br />
de las palabras, puede hacer que se miren<br />
y se vean, no como son, sino como<br />
podrían llegar a ser. ¡No, no! ¡Sí, mejor<br />
aún!, como deseásemos que llegasen<br />
a ser: figuras que sin sometimiento,<br />
desparramando todos sus encantos<br />
mentales ponen, quitan, intercambian,<br />
sustituyen y dan la vuelta, o un giro y<br />
otro giro más a los contenidos semánticos,<br />
o lo que es lo mismo, amplían su<br />
significado concreto, ese que siempre<br />
hemos tenido de las palabras, más que<br />
nada y sobre todo, el de ese que aparece<br />
en las enciclopedias, ese que, por<br />
mucho que nos disguste, al rompernos<br />
la rutina, lo que pretende es echar a<br />
volar hasta encontrar nuevos sentidos<br />
y nuevas interpretaciones con las que<br />
alargar los enunciados, esos que han<br />
de hacer cosquillas en la cara de los espíritus<br />
traseros.<br />
Sí, por supuesto que son estas figuras<br />
las que fuerzan sus significaciones,<br />
sobre todo en este momento de colores<br />
y humanos inconformistas, hasta<br />
esos extremos nunca antes imaginados,<br />
cada una de las conclusiones a las<br />
que nos llevan hoy, desde esa dimensión<br />
pragmática del lenguaje que sirve<br />
para elevarnos o dejarnos caer antes<br />
de tumbarnos plácidamente a ver la<br />
tele, hasta casi, casi rozar el líquido<br />
rojo de todas las contiendas.<br />
<strong>La</strong>s figuras de pensamiento, sin saber<br />
muy bien por qué, viajan plácida-<br />
106
mente, desde aquí hasta aquí, en los<br />
transportes subvencionados por las<br />
formas lingüísticas que condicionan<br />
los textos. Disparan a los vecinos inquietantes<br />
huevos de Pascua, rellenos<br />
de intrigas y deseos que despiertan y<br />
desnudan a todas esas muñecas rusas<br />
que se han trasladado, no hace mucho<br />
de ello, al barrio; esas que no dejan<br />
descansar ni dormir un momento al<br />
lector en sus primeras formas, en el<br />
sofá de su casa, en la conspiración de<br />
sus paseos.<br />
Y así, al ser estas figuras, con todo lo<br />
que ello pueda o no pueda suponer, un<br />
fenómeno expresivo que tiene su génesis<br />
en los niveles macroestructurales del<br />
texto, se recopilan desde las formas del<br />
contenido o la significación, o desde la<br />
acumulación de sus significantes, en<br />
una serie de procesos intelectuales, que<br />
se manipulan sobre todo y según convenga,<br />
de dos formas diferentes: una,<br />
en la que principalmente interviene la<br />
razón de los que hablan y la de los que<br />
escuchan, y otra, que se mueve con plena<br />
libertad por las formas imaginativas<br />
del ser humano, ese que negocia con<br />
acuerdos personales otros sinsentidos.<br />
Pues claro que la semántica puede<br />
ser un cuento que nunca termina, pero<br />
vamos a ver si lo encerramos entre<br />
vallas publicitarias que nos faciliten,<br />
como poder tatuar sus composturas<br />
en las inmediaciones del vientre, muy<br />
cerca de tu sexo lamido, en el hombro<br />
o en la mano o en la cintura o en el pecho,<br />
o ¿por qué no?, en la oreja o en los<br />
cuartos traseros del conformismo o del<br />
inconformismo; allí donde las figuras<br />
semánticas, ateniendo a la definición<br />
extensa de los informes actuales, esos<br />
que se refieren a los aspectos del significado<br />
desde el sentido o la interpretación<br />
de los signos lingüísticos como<br />
símbolos, palabras, expresiones o representaciones<br />
formales que llegan<br />
modositos y se ajustan, hasta conseguir<br />
ser solo uno en todas sus variaciones,<br />
al contexto, al conocimiento del<br />
mundo, a la intención comunicativa.<br />
No, no puedo dejar, de no pensar en su<br />
conjunto, en esa construcción artística<br />
y arquitectónica de sus encuentros, en<br />
el momento cumbre de su inesperada<br />
aparición, en esa que me descubre<br />
como con las figuras semánticas no se<br />
busca nada que antes no se hubiese<br />
perdido por mi cabeza.<br />
<strong>La</strong>s figuras textuales son las que<br />
competen y se desarrollan en la cuna<br />
de la estructura textual, orquestando<br />
variaciones capaces de modificar el<br />
discurso lógico y, de paso, el sentido<br />
común del habla colectivo; totalmente<br />
innecesario, sí, es cierto, pero que<br />
visual y mentalmente, gana puntos<br />
extra cuando lingüísticamente se materializa<br />
fuera de la amistad convencional,<br />
lejos de la familia comprensible<br />
y protectora, cerca de los criterios de<br />
corrección, claridad, elegancia y adecuación<br />
que siempre se buscaron. Los<br />
cambios en la estructura de los textos,<br />
las derivaciones, las incorporaciones o<br />
eliminaciones de segmentos textuales,<br />
consiguen forzar la mente lectora hasta<br />
conseguir hacer que entremos en ese<br />
107
juego que nos propone la búsqueda de<br />
la solución perfecta.<br />
Y hablar de soluciones y de figuras<br />
textuales, es hablar de la descripción<br />
¡Sí, sí, ya os lo digo! Sobre todo y más<br />
que nada porque la descripción es<br />
asociativa y vuela en low cost, en bandadas<br />
de letras y pájaros que buscan<br />
un mismo destino. Sé que se presenta<br />
sin juzgar; sin absolver ni condenar,<br />
abriendo huecos en las paredes que tapian<br />
las vistas del horizonte, acaso, con<br />
la intención de que así lleguen claridades<br />
a las cabezas de las personas vacías<br />
o llenas por tantas compensaciones<br />
como ofrecen las horas sindicales.<br />
Sobre los objetos comunes, despliega,<br />
con o sin espíritus vagos, sus alas inventivas,<br />
dibuja claridades, y obsequia<br />
con presentes sin que por ello sean<br />
días de onomásticas.<br />
Y sí, también sé que, por muy raro<br />
que parezca, permite descubrir, detrás<br />
de cualquier máscara, todos esos lugares<br />
vivos o muertos que se crean, con<br />
una o dos afirmaciones o mentiras, y<br />
en los mundos donde no tiene cabida<br />
la inactividad del autor, se esfuerza,<br />
en extremo, para presentar sus parabienes<br />
y en aquellos otros en los que<br />
nunca se estuvo, pero que sin embargo<br />
siempre se deseó estar, busca revivir,<br />
junto a las mentes lectoras, algo más<br />
que los automatismos.<br />
Allá y aquí, han de ser, en algún momento,<br />
invitados importantes, besos que<br />
se regalan cada mañana para hacerla<br />
distinta. <strong>La</strong> descripción se presentan, sobre<br />
todo, para que nazcan en las mentes<br />
de quienes miran o leen, dos o tres evidencias,<br />
por lo común, y en los menús<br />
de los mercados, desde la luminosidad<br />
del día, tres o dos realidades, muchísimo,<br />
más ampliadas de lo que generalmente y<br />
en primera instancia se presentan.<br />
<strong>La</strong> descripción es un retorno que<br />
busca ir, y volver a ir, de la luz al silencio,<br />
de Dios a las cosas; del hombre al hombre<br />
como mascota viva de otro hombre.<br />
Es la figura de los reencuentros, de las<br />
colectividades, de la solidaridad, de las<br />
ideas y de los sentimientos de todos y<br />
de todas las generaciones que han venir,<br />
de pasar y criticar, para seguir así<br />
evolucionando. Es la figura que convoca,<br />
sin discriminar a nadie ni a nada,<br />
a los entendimientos. Entre sus líneas<br />
y parámetros fijos, acoge una variada<br />
pluralidad de elementos dispares o tipos<br />
distintos que, sin destacar ninguno,<br />
108
epresentan o exponen detalladamente<br />
una sucesión de imágenes ante los<br />
ojos; seguro que con el único fin de programar<br />
un poco más el pensamiento.<br />
Y como con alguna de las modalidades<br />
descriptivas he de dar comienzo,<br />
quiero hacerlo con la écfrasis que<br />
explica como patalear el abdomen de<br />
las imágenes plásticas con un texto<br />
verbal, con un escrito capaz de conseguir,<br />
a partes iguales, hacer llorar y<br />
reír de impotencia, con la ilación de<br />
palabras y más palabras escogidas<br />
solo para poner ante los ojos la literalidad<br />
de una obra de arte, su realidad o<br />
su ficción, sobre todo, teniendo como<br />
única causa y único motivo de su existencia,<br />
la existencia de ese texto. Texto<br />
que siendo capaz de expresar el movimiento<br />
y el tiempo pretende imitar la<br />
materialidad del espacio y la quietud<br />
de las obras plásticas, para que estas,<br />
interactuando con las otras, alcancen<br />
su propio movimiento y su propio<br />
tiempo, desde ese principio individual<br />
que trasforma las lecturas en imágenes<br />
palpables, hasta todos esos finales que<br />
acercan las miradas colectivas. <strong>La</strong> écfrasis<br />
es como una de esas vecinas alcahuetas,<br />
cuyo único motivo de su existir,<br />
es descubrir a los demás todas las<br />
interioridades de las obras de arte: pintura,<br />
escultura, arquitectura, cuerpos y<br />
formas en las que se desnuda el autor.<br />
<strong>La</strong> hipotiposis sin que nada esté presente<br />
pone, escena tras escena, de forma<br />
detallada, todo ante nosotros, de manera<br />
que, su realismo, su viveza, su eficacia, su<br />
energía, su latido, su fuerza, nos abra los<br />
ojos hasta alcanzar a emocionarnos. <strong>La</strong><br />
hipotiposis fue para el escritor y retórico<br />
Quintiliano (…) «la imagen de las cosas,<br />
tan bien representada por la palabra que<br />
el oyente cree verla mejor que sentirla».<br />
El retrato es la combinación de la<br />
prosopografía que describe el exterior<br />
de las personas, las primeras impresiones,<br />
los disgustos o alegrías que<br />
trajo, más que nada, por no esperar a<br />
conocer de ellas, su etopeya o lo que es<br />
lo mismo, sus rasgos interiores, su carácter,<br />
su forma de pensar y de ser, su<br />
moralidad y espiritualidad, sus gustos<br />
y valores. <strong>La</strong> pragmatografía consiste<br />
en la descripción de objetos y de acciones.<br />
<strong>La</strong> cronografía describe instantes<br />
determinados temporalmente. <strong>La</strong> topografía<br />
es la descripción del terreno<br />
o de lugares reales y la topotesia, es la<br />
descripción de lugares imaginarios.<br />
109
110<br />
Cuando Anja<br />
tuvo que<br />
meterse al<br />
mar<br />
Por Juan Pablo Goñi Capurro
Anja temía introducirse en el mar.<br />
<strong>La</strong>s noticias hablaban de decenas<br />
de miles de muertos en el mundo,<br />
durante los tres meses transcurridos<br />
desde el gran deshielo, cuando los<br />
océanos avanzaron sobre las costas y<br />
se metieron tierra adentro.<br />
Poco habituadas al mar, millones<br />
de personas en los cinco continentes<br />
habían recibido a su nuevo vecino<br />
con cierta euforia y se habían metido<br />
a nadar en costas aún no exploradas,<br />
resultando fáciles presas de mareas extrañas<br />
y accidentes no previstos. Bajo<br />
las aguas había infinidad de objetos<br />
y maquinarias propias de la actividad<br />
anterior a la gigantesca crecida, que se<br />
convertían en trampas fatales para los<br />
negligentes nadadores.<br />
Hasta esa mañana fresca de abril,<br />
Anja no había hecho más que mojarse<br />
los pies en la barrosa espuma de la<br />
orilla, que comenzaba a veinte metros<br />
de su casa, donde antes empezaba el<br />
campo. Recordaba con claridad el paisaje<br />
previo, sabía que allí –en teoría–<br />
no había más que un suelo llano, más<br />
no se atrevía a desafiar ese elemento<br />
majestuoso y desconocido.<br />
Para peor, carecían de lanchas, botes<br />
o embarcaciones mayores. ¿A quién se<br />
le ocurriría brindar un servicio de transportes<br />
marítimos en una zona seca, llana<br />
y a quinientos kilómetros de la playa<br />
más cercana? Recién una semana atrás<br />
habían inaugurado un muelle precario,<br />
que no servía más que para adorno pero<br />
que le valió a la ciudad el título de ser la<br />
primera en la provincia con un embarcadero.<br />
Banda militar incluida, el intendente<br />
cortó las cintas y dio un paso sobre el<br />
tendido de maderos, que parecía más la<br />
reconstrucción histórica de un fortín de<br />
frontera que un muelle con fines útiles.<br />
<strong>La</strong> alternativa de pedirle a un vecino<br />
que la llevara, quedaba descartada<br />
por la referida falta de opciones. Anja<br />
no encontró otra solución, tendría que<br />
meterse en el mar y caminar por el<br />
agua salada, cuidando de no meter el<br />
pie en algún pozo o de enredarse con<br />
un alambrado de púas –o de no ser<br />
atrapada por algún arado, que de todo<br />
había quedado sumergido–. No existía<br />
otra manera de llegar a la colina del peregrino<br />
que no fuera andar sobre el mar<br />
esos cinco kilómetros, rogando que las<br />
idas y venidas de las mareas no hubieran<br />
socavado el suelo llano.<br />
<strong>La</strong>s aguas eran muy oscuras, arrastraban<br />
tierra y pastos, pasaría un buen tiempo<br />
hasta que adquirieran el color que el<br />
océano ofrecía en las postales veraniegas.<br />
<strong>Año</strong>s, décadas quizás. Anja no podía<br />
esperar, tenía urgencias que sofocar.<br />
Esa inmensidad amarronada y ondulante,<br />
impedía ver la loma donde<br />
esperaba Ruiz. ¿Por qué los habían llevado<br />
a la loma en vez de regresarlos al<br />
pueblo, qué les hubiera hecho recorrer<br />
cinco kilómetros más? Ciudad, se corrigió,<br />
no fuera cosa que se le ofendieran<br />
las vecinas.<br />
Enojarse o lamentarse no la llevaría<br />
hasta la loma. Cuando más dilatara la partida,<br />
más cerca estaría el invierno; a los<br />
riesgos que evaluaba, se le sumaría el de<br />
la hipotermia. Al menos contaba con una<br />
mañana soleada, clara, que la ayudaría a<br />
hallar la manera de sortear obstáculos.<br />
Hizo una prueba; caminó, recibió el<br />
embate ligero del resto de una ola, el<br />
agua le cubrió los tobillos; siguió introduciéndose<br />
mar adentro, le llegó a<br />
las pantorrillas, otra ola le salpicó las<br />
rodillas al golpear con sus huesos. No<br />
estaba tan fría como en las vacaciones<br />
que recordaba.<br />
111
Cargó aire y avanzó quince, veinte<br />
metros; como especularan conocidos y<br />
vecinos, el agua seguía al mismo nivel,<br />
el suelo se mantenía raso. Sin que la<br />
confirmación de las informaciones recibidas<br />
le procurara alivio, regresó por<br />
la silla de ruedas; no sólo debía ir hasta<br />
Ruiz, también tenía que traerlo consigo.<br />
Encaró las aguas empujando el rodado.<br />
<strong>La</strong> resistencia era suave, el piso<br />
blando no tenía más de cinco centímetros,<br />
luego tocaba el cemento. Anja había<br />
decidido seguir la ruta, esa que pasaba<br />
por la esquina de su casa y llegaba<br />
al pie de la loma. <strong>La</strong>s curvas eran pocas<br />
y corregiría el rumbo en su momento.<br />
Cinco kilómetros no parecían tantos,<br />
cuando los recorría en las procesiones<br />
que cada año realizaban a la gruta ubicada<br />
sobre la loma; en cambio, ahora<br />
el mar le iba comiendo piernas a cada<br />
paso. Que el mar se hallara calmo, era<br />
otro motivo para alegrarse, pero Anja<br />
sólo escogía motivos para quejarse.<br />
A una hora de haber iniciado el camino,<br />
se detuvo para recuperar el ritmo respiratorio.<br />
Si por ella fuera, hubiera dejado a<br />
Ruiz en la loma; pero el doctor Gutiérrez<br />
estaba cansado de jugar a las escondidas.<br />
Pese a que sólo tenían cuarenta días<br />
juntos, pretendía casarse para recorrer el<br />
pueblo a salvo de las habladurías.<br />
El cura había sido intransigente; no<br />
la casaría como viuda hasta que no le<br />
trajera el cadáver de Ruiz. Y los idiotas<br />
de prefectura lo habían dejado en la<br />
loma del peregrino, en vez de regresarlo<br />
al pueblo.<br />
112
113
114<br />
EMILY<br />
Por Racconto Urahara
Cuando desperté todos estaban<br />
muertos. Un montón de polvo y<br />
cabello marcaba sus tumbas; un<br />
montón para mi esposo, un montón<br />
para nuestra hija. Miles de montones<br />
para la ciudad. No había sangre u olor,<br />
solamente mi dolor. Tuve que guardarle<br />
un luto breve, condensado, a mi familia,<br />
porque luego de la agonía de esas<br />
pérdidas vino el descubrimiento de que<br />
muchas, muchas otras pérdidas habían<br />
tenido lugar esa madrugada. No había<br />
quién me pusiera un tranquilizante para<br />
mitigar mi pánico, ningún policía que<br />
tomara mi declaración, no existía nadie<br />
que viniera a recoger los restos.<br />
Solamente quedaba yo —atravesando<br />
por ese neblinoso duelo de perder a<br />
mi familia y entrando en la embotada<br />
consciencia de que ahora debía guardarle<br />
luto a la ciudad completa.<br />
Ese luto tampoco duró mucho.<br />
Pronto me di cuenta de que mi ciudad<br />
no era la única víctima de la desolación.<br />
<strong>La</strong> madrugada del dos de diciembre<br />
el mundo entero había muerto.<br />
Montones de polvo carentes de olor<br />
es lo que quedó. Y yo.<br />
Yo quedé <strong>varada</strong> aquí.<br />
Por años he andado sin mucho rumbo,<br />
a ratos llorándole a la humanidad<br />
que pereció y me dejó en el abandono, a<br />
ratos consolándome con el pensamiento<br />
de que ahora están en un lugar mejor,<br />
a ratos horrorizándome por las maravillas<br />
de este mundo o maravillándome<br />
de sus horrores. En ciudades desiertas,<br />
entre tolvaneras de cabello y otros restos,<br />
en pequeñas cabañas o bajo el cielo<br />
desnudo yo he continuado mi vida (o lo<br />
que pasa por vida en mi situación).<br />
Hay un silencio hipócrita en el aire, tan<br />
marcado que al principio no me dejaba<br />
dormir. Ahora puedo acostarme y levantarme<br />
y cocinar y visitar lugares casi sin<br />
notarlo. Aunque a veces resurge, en general<br />
puedo barrerlo debajo de la alfombra.<br />
Tengo bastantes obligaciones que ocupan<br />
mi día; no pierdo tiempo distrayéndome<br />
con la única cosa inútil —el silencio— que<br />
terminaría volviéndome loca.<br />
Debo hacer todo por mí misma, lo<br />
cual no es tan malo como suena. Cuando<br />
algo se rompe o una herramienta se<br />
estropea, no la reparo, busco una nueva.<br />
Si no sé hacer algo o dónde encontrarlo,<br />
busco en internet.<br />
El internet sigue funcionando, la<br />
energía sigue funcionando, igual que<br />
las estaciones del año continúan su<br />
curso natural.<br />
De hecho, hay demasiadas cosas<br />
que siguen su rumbo normal, considerado<br />
que ya no queda gente. El wifi no<br />
es el único indicio de civilización, soldado<br />
en pie.<br />
He visto en primavera jardines recién<br />
podados.<br />
<strong>La</strong> primera vez que vi uno casi perdí<br />
la cabeza de la emoción. Pensé que había<br />
gente allí, ¡y tan desahogada para<br />
dedicarle atención al jardín! Sin embargo,<br />
no había nadie. No los encontré<br />
y no los encontraré.<br />
El internet sigue funcionando. Los jardines<br />
se podan solos. El mundo ha muerto.<br />
<strong>La</strong> radio transmite bloques de música<br />
o programas viejos, pero no hay nadie<br />
al aire, nadie habla de la catástrofe<br />
que arrasó al mundo y olvidó llevarme<br />
a mí. Todos hablan de eventos previos<br />
a ese dos de diciembre.<br />
En las redes es lo mismo. He buscado<br />
por todas partes y no hay una sola publicación<br />
de después de las 6 A.M. del 2<br />
de diciembre —excepto las mías.<br />
Al principio escribía y publicaba frenéticamente<br />
desde mis cuentas, es-<br />
115
perando contactar con alguien (mis<br />
familiares, amigos, un desconocido…).<br />
Visité y dejé mensajes en foros, portales<br />
de gobierno, blogs… Todo lo que se<br />
me ocurrió. Nunca hubo contestación.<br />
Luego empecé a escribir lo que hacía,<br />
lo que planeaba, a dónde iría. Luego:<br />
cómo me sentía. Escribía en cualquier<br />
cuenta que hallaba abierta. Si había<br />
cámara disponible cambiaba la foto de<br />
perfil y ponía una mía, por diversión.<br />
Se convirtió en un diario, testimonio íntimo<br />
desplegado ante un mundo vacío.<br />
Ocasionalmente todavía escribo,<br />
como ahora. Entro a un banco, enciendo<br />
la computadora de un ejecutivo y<br />
busco información sobre plantas con<br />
propiedades antiinflamatorias. Luego<br />
escribo un rato en las redes sociales. A<br />
veces veo fotos de gatitos.<br />
Ésas siempre me animan.<br />
-E<br />
xoxo<br />
Ahora escribo en papel.<br />
No creo que vuelva a encender una<br />
computadora jamás.<br />
Ayer respondieron a mi publicación.<br />
Por primera vez en años alguien hizo<br />
contacto conmigo, a través de una<br />
cuenta que no era mía, en la que ni siquiera<br />
había puesto mi foto.<br />
Saben mi nombre.<br />
<strong>La</strong> respuesta decía:<br />
«¿Dónde estás, Emily? Estamos buscándote.<br />
Sólo faltas tú.»<br />
*<br />
Hoy he encontrado una carta con mi<br />
nombre.<br />
No me atrevo a abrirla.<br />
FIN<br />
116
a<br />
#ACERTIJO<br />
Tenemos una garrafa con 10 litros<br />
de agua y otra con 10 litros de vino,<br />
se echan tres litros de agua en la<br />
garrafa de vino y se mezcla, después<br />
se vuelven a echar tres litros<br />
de la mezcla en la garrafa del agua.<br />
¿Qué habrá después del cambio,<br />
mas agua en la garrafa de vino o<br />
más vino en la garrafa del agua?<br />
<strong>La</strong> respuesta en el siguiente número<br />
117
118<br />
TEMPLE<br />
Por Daniel Felipe Aldana
El colegio es un lugar maravilloso,<br />
ahora que lo veo desde esta perspectiva,<br />
me arrepiento de no haberlo<br />
terminado. Sin embargo, no hay<br />
que llorar sobre la leche derramada,<br />
pues lo hecho, hecho está. Los muchachos<br />
ya se fueron a sus casas, mi turno<br />
es hasta las diez de la noche, luego llega<br />
el otro guardia a relevarme. ¿Qué<br />
hacer? Bueno, la idea es matar el tiempo,<br />
pero que quede bien muerto para<br />
que se pase en un abrir y cerrar de ojos.<br />
Doy rondas con la radio portátil que<br />
siempre porto en el cinturón, allí escucho<br />
programas de chistes, partidos<br />
de fútbol, noticias y una que otra radio<br />
novela. Paseo por los salones de clase,<br />
de vez en cuando me siento en un pupitre<br />
cualquiera y rememoro mis días de<br />
colegial, pero eso era otro cuento bastante<br />
diferente a esto, mis clases eran<br />
el campo, con profesores muy estrictos<br />
que a duras penas sabían hacer las<br />
operaciones matemáticas básicas; en<br />
cambio, lo que ahora ven estos jóvenes<br />
con su álgebra, dizque sumando y restando<br />
letras con números, ¡Ja! Quién<br />
lo diría. Ahora salen al mundo con un<br />
montón de cosas en la cabeza, increíble<br />
que, aun así, varios desperdicien<br />
todo ese conocimiento por andar en la<br />
vagancia y en malos pasos.<br />
Voy por uno de los pasillos, relajado,<br />
cuando escucho que una mesa se<br />
arrastra, como si alguien se hubiera tropezado.<br />
<strong>La</strong> bulla proviene del salón de<br />
informática. De inmediato le bajo todo<br />
el volumen al radio y me pongo alerta,<br />
caminando sin hacer mucho ruido.<br />
Cuando llego al salón, saco el llavero<br />
y ubico la llave apropiada, entonces la<br />
introduzco suavemente para abrir con<br />
el mayor sigilo que puedo dar. Adentro<br />
veo a un hombre joven, trigueño, de<br />
cabello negro, un poco bajo y delgado,<br />
que lleva en sus brazos una de las<br />
computadoras. Otro sujeto cuelga de<br />
una de las rejas que dan al techo, por<br />
la oscuridad me es difícil descifrar su silueta.<br />
Éste último termina por avisarle<br />
al primero de que estoy observándolos.<br />
Voltea a mirarme con la máquina en<br />
sus manos, se percata que estoy allí y<br />
se queda mirándome con tranquilidad,<br />
sin afanes. Como puede, él posa su<br />
dedo índice sobre los labios indicándome<br />
silencio, luego, con la misma serenidad,<br />
escala hasta subir al techo, allí<br />
arriba el otro individuo recibe el botín<br />
y ambos escapan por aquella abertura.<br />
Después me asomo por la reja y ya no<br />
hay rastro de los ladronzuelos.<br />
Hice lo correcto, llamé a la policía y<br />
ahora ellos están haciéndome preguntas<br />
y revisando el lugar del crimen, al<br />
final, dicen que van a investigar, pero<br />
conociendo mi tierra, eso es lo mismo<br />
que nada. Lo adecuado, sin embargo,<br />
era no omitir este suceso, debía dar<br />
aviso para no dar pie a la impunidad.<br />
Son las diez de la noche y mi compañero<br />
llega a relevarme, enseguida parto<br />
a mi casa, donde me espera despierta<br />
mi esposa, Dora, con un envuelto<br />
de maíz, un pedacito de queso y agua<br />
de panela con limón recién hecha. Le<br />
cuento lo sucedido, con todos los detalles<br />
mientras comemos en la sala. Se<br />
muestra entusiasmada por la historia<br />
y preocupada al mismo tiempo por mi<br />
seguridad. De hecho, y como siempre,<br />
Dora me ha leído la mente, puesto que<br />
no he podido sacarme del pensamiento<br />
esa señal de silencio que me dio ese<br />
joven. ¿Pero que más podría haber hecho?<br />
¿Quedarme callado y luego haber<br />
inventado otra historia? Eso pondría<br />
en juego mi honestidad, un valor que<br />
119
siempre me enseñaron a promulgar<br />
en la casa, además del sentimiento de<br />
justicia que me invade en estos casos;<br />
era lo menos que podía hacer, puesto<br />
que estoy un poco viejo y enfrentarme<br />
a esos hombres jóvenes habría resultado<br />
mal para mí, lo reconozco sin pena.<br />
Terminamos de cenar, nos lavamos<br />
los dientes y nos acostamos a dormir,<br />
abrazados como no lo hacíamos en<br />
mucho tiempo, su calor en mi cuerpo<br />
es el somnífero que tanto necesito.<br />
Me levanto a las cinco de la mañana<br />
porque tengo que hacer varias diligencias.<br />
Increíblemente dormí muy bien,<br />
bastante a pesar de las escasas horas<br />
descansadas. Dora se levantó también<br />
de buen humor, hizo unos huevos con<br />
salchicha deliciosos, con unas arepas<br />
de queso y chocolate caliente. Paso el<br />
día haciendo pagos de servicios públicos,<br />
mandando a arreglar el radio de la<br />
casa, haciendo unos recados para Dora,<br />
entre otras cosas. Se me va el día hasta<br />
que es tiempo de entrar a trabajar en<br />
mi turno desde las dos de la tarde hasta<br />
las diez de la noche, como ayer. Me<br />
despido de Dora con un beso tierno y<br />
un abrazo enorme; mi hermosa esposa,<br />
veinticinco años de casados y todavía<br />
me deslumbra.<br />
El trabajo transcurre sin novedades<br />
más que la de la gente preguntándome<br />
por la historia del robo, en un instante<br />
me convierto en el centro de atracción<br />
hasta que los muchachos terminan su<br />
120
jornada, entonces me dedico a lo usual,<br />
a matar el tiempo.<br />
Cae la noche, a escasa una hora de<br />
terminar mi día laboral. Pienso en Dora,<br />
sonrío sólo como un tonto enamorado<br />
al recordar ese beso. En medio de la distracción<br />
vuelvo a escuchar que varios pupitres<br />
se mueven, siento que el corazón<br />
se me va a salir del pecho, pero decido ir<br />
a investigar, nunca he sido un cobarde y<br />
mucho menos voy a empezar hoy. Con<br />
linterna y bolillo en manos, voy hacia el<br />
origen del sonido. En primera instancia<br />
no encuentro nada, todo en orden, supongo<br />
que era una rata o un gato. En ese<br />
momento, cuando estoy a punto de devolverme,<br />
alguien por detrás empieza a<br />
ahogarme con un cable alrededor de mi<br />
cuello, por acto reflejo suelto mis cosas y<br />
trato de zafarme, pero tiene mucha fuerza…<br />
en un abrir y cerrar de ojos un sujeto<br />
joven de apariencia familiar, trigueño, de<br />
cabello negro, un poco delgado y bajito,<br />
se para enfrente de mí para posteriormente<br />
golpearme con mi propio bolillo<br />
en el rostro y el cuerpo al tiempo que me<br />
lanza insultos llenos de rabia y sevicia.<br />
Inevitablemente voy perdiendo las fuerzas,<br />
veo todo borroso, la oscuridad se<br />
vuelve más profunda como las sombras<br />
del odio que me apabullan, pero solo<br />
puedo pensar en mi Dora y las incontables<br />
veces que tuve la dicha de ver su bello<br />
rostro, tan dulce y amable, sonreírme<br />
con ojos acaramelados… mi Dora… mi…<br />
Dora… mi… Do… ra… mi…<br />
121
LAS RAÍCES<br />
DE LA LECTURA<br />
Por Donís Albert Egea<br />
El desmerecimiento de todos los<br />
niveles de lectura, es prueba irrevocable<br />
de mala educación. <strong>La</strong><br />
buena intención con que maestros de<br />
escuela intentan mejorar el deterioro<br />
de los padres, los convierte en tutores<br />
de unos ideales de perfeccionamiento.<br />
El Sr. Miyagi decía en la película, Karate<br />
kid, que no existe mal alumno, sino<br />
mal maestro, y esto, al menos desde<br />
Nietzsche, puede resultar doloroso.<br />
122<br />
¿A quién no le ha sentado mal el pensamiento<br />
de Nietzsche? ¿Quién es el<br />
que propiamente puede decirme en<br />
qué momento Nietzsche ha demostrado<br />
que los valores cristianos están mal,<br />
en qué página? ¿No es acaso esa pretensión<br />
de reeducar a los niños buenos, un<br />
arrancarse las raíces a sí mismos para<br />
que corran y sean libres? ¿Y no es eso un<br />
tropezarse con las necesidades y morir<br />
lentamente por falta de alimento?
Claro está que más de una vez hubiéramos<br />
enviado a alguien a la mierda,<br />
pero después nos ha venido bien cuando<br />
lo hemos necesitado. Una madre es<br />
una persona capaz de entender que su<br />
hijo puede querer ser futbolista, querer<br />
tener menos granitos, o conquistar<br />
a una chica mayor, y allí está nuestra<br />
madre, a nuestro lado. Entiende que<br />
cada etapa de la vida tiene sus valores<br />
y sabe elegir bien las palabras del libro<br />
que nos va a regalar. Porque hay libros<br />
buenos y libros malos, y conflictos que<br />
a veces se resuelven con un razonamiento,<br />
pero otras —como diría Nietzsche—,<br />
rompiendo platos.<br />
Estoy seguro de que si Nietzsche hubiera<br />
nacido en esta época, hubiera tenido<br />
un pensamiento contrario al que tuvo<br />
en aquella, pero no es esa la cuestión.<br />
¿Cómo debemos educar a nuestros hijos?<br />
¿Qué es ser maduro: gritar o tragárselo?...<br />
123
<strong>La</strong> respuesta permanece en el aire,<br />
porque cada persona es un mundo, y lo<br />
que yo tengo que hacer para ser maduro,<br />
no es lo que tú debes de hacer para<br />
serlo. Kieran Egan dice que la imaginación<br />
de los niños, cuando les dices «érase<br />
una vez», está abierta a cualquier<br />
expectativa: el niño está abierto al verbo<br />
aprender, o dicho de un modo más<br />
contundente, es un libro abierto (33).<br />
En cambio, el adulto –entiéndase bien,<br />
el que le lee el cuento–, es un hipócrita<br />
que no sabe escuchar, que no observa,<br />
y que se sitúa por encima del niño. Tiene<br />
(tenemos) una mala conducta, porque<br />
aprender se aprende hasta de las<br />
hormigas, tanto de lo que se ha dicho,<br />
como de lo que se ha callado u obviado,<br />
que es igual de importante.<br />
Como dice Eric Berne, a algunos les<br />
cuesta dejar de ser niños y pasar a ser<br />
adultos (27-35), pero yo digo que también<br />
hay adultos sobrevalorados por<br />
sus arrugas, que tendrían que darse<br />
cuenta de que solo tienen el título de<br />
adulto, de que no saben nada de la<br />
vida, porque nunca han sido niños. No<br />
han sabido ser lo que eran, por las circunstancias<br />
que sean (guerras, pobreza,<br />
orfandad, traumas, etc.), y por tanto,<br />
no han leído suficiente o no han leído<br />
lo que tocaba.<br />
El que quiere crecer muy rápido, se<br />
olvida de que no tiene que arrancarse<br />
las raíces, sino trasplantarlas. Y el que<br />
no las ha trasplantado, nunca va a ser<br />
autosuficiente.<br />
124<br />
– Egan, Kieran. Fantasía e imaginación:<br />
su poder en la enseñanza. San<br />
Sebastián de los reyes: Morata, 2008.<br />
– Berne, Eric. Análisis transaccional<br />
en psicoterapia. Buenos aires:<br />
Psique, 1976.
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125
126<br />
ABSOLUCIÓN<br />
Por José Francisco Hernández
Rodeado de casuchas que tejen<br />
redes de vecindades laberínticas,<br />
con familias que lo único que tienen<br />
en abundancia es su miseria, se<br />
encuentra el templo de San Joaquín.<br />
Santuario que alberga un seminario y<br />
es cabecera de un panteón. Su interior<br />
es frío porque tiene mucha piedra en su<br />
construcción. Aun así, su silencio, sus<br />
altares, sus santos y sus vírgenes crean<br />
un ambiente sacro.<br />
En una de sus bancas de madera<br />
bien barnizada está sentado, con recogimiento,<br />
el padre Salvador. El padre<br />
Chava, como lo conocen sus feligreses.<br />
Joven, de corazón sencillo.<br />
Tiene la cabeza cubierta con el capuchón<br />
del hábito café de los Carmelitas<br />
Descalzos. No se sabe si está despierto<br />
o dormido, no se le ve el rostro. Permanece<br />
tan quieto que parece otro más<br />
de los iconos del templo. Ni la misma<br />
presencia que tiene a su lado lo saca de<br />
su misticismo.<br />
El hombre que está a su lado, permanece<br />
de pie. Ninguno de los dos se<br />
atreve a decir algo. El hombre de pie<br />
es un señor de entre cincuenta y sesenta<br />
años. Su rostro tiene rasgos inconfundibles<br />
del sufrimiento del alma.<br />
<strong>La</strong> inclinación de su espalda no es por<br />
la edad, es por su derrota. Sufre de alcoholismo,<br />
enfermedad que llevó a la<br />
tumba a su primera esposa y lo ha alejado<br />
de la segunda, una mujer joven de<br />
treinta y dos años.<br />
Sólo ellos dos están en el santo<br />
recinto.<br />
—Necesito de confesión —por fin se<br />
atreve a romper el silencio el hombre<br />
de pie.<br />
El sacerdote no se mueve, pareciera<br />
que no escucha.<br />
—Quiero confesarme —repite el hombre.<br />
El clérigo sigue sin moverse. El hombre<br />
ya no habla, agacha la cabeza haciendo<br />
más trágica su derrota.<br />
—No hay sacerdotes para confesarte —finalmente<br />
pronuncia el fraile con voz profunda.<br />
—¡No quiero otro sacerdote! ¡Quiero<br />
que tú me confieses! —contesta el feligrés,<br />
ahogando la exclamación.<br />
Otra vez el silencio. El hombre que<br />
desea la confesión se cubre el rostro<br />
con las manos en señal de desesperación<br />
y se deja caer de hinojos. El tiempo<br />
pasa y el silencio es flagelante.<br />
—Yo no te puedo confesar.<br />
—¿Por qué? ¿Acaso tú no eres<br />
sacerdote?<br />
—No te puedo confesar porque eres<br />
mi padre.<br />
—¡Por eso mismo, es necesario que<br />
seas tú quien escuche mi confesión!<br />
—Yo no puedo confesarte, no puedo<br />
oír tus pecados porque eres mi familia.<br />
—¡¿Qué no los preparan para confesar<br />
a cualquiera que necesite del perdón<br />
de Dios?!<br />
El clérigo no contesta la pregunta.<br />
Vuelve a su mutismo. El tiempo pasa y<br />
el hombre no se levanta.<br />
—¡Por piedad, confiésame!<br />
—No hay sacerdotes, vuelve mañana.<br />
—¡Mañana puede ser demasiado tarde,<br />
me siento morir de la pena, confiésame,<br />
no seas ingrato!<br />
Como el hombre desesperado está<br />
de rodillas, el sacerdote le dice: «reza el<br />
Señor mío Jesucristo».<br />
Con ansias, lo reza de corrido. El clérigo<br />
agrega: «Dime tus pecados.» El<br />
hombre tiene un brillo mortecino en<br />
sus ojos.<br />
—Acúsome de quitarle la vida a un hombre.<br />
Y como el sacerdote no expresa ninguna<br />
emoción ni emite preguntas, el<br />
confeso repite.<br />
127
—¡Ayer maté a un hombre!<br />
—¿Por qué lo mataste? —dice el clérigo<br />
con voz muy quedita, como si no<br />
quisiera que alguien oyera.<br />
—¡Lo encontré con mi esposa en mi<br />
cama, haciendo actos que sólo corresponden<br />
al marido!<br />
—¿Ella lo consintió?<br />
—¡Ni Dios lo quiera! ¡¿Cómo crees que<br />
mi esposa lo iba a consentir, si ella es<br />
una santa?!<br />
—¿Le preguntaste a ella si lo hacía por<br />
voluntad propia?<br />
—¡No, no hacía falta!<br />
—¿Conocías al hombre que mataste?<br />
—¡No supe quién era! ¡Estaba a media<br />
luz la recámara, disparé y salí corriendo!<br />
¡No he vuelto desde ayer a mi hogar!<br />
—¿Por qué no enfrentas las consecuencias<br />
de tus actos?<br />
—¡Tengo miedo de perder a mi esposa,<br />
de pasar mis últimos años en la cárcel!<br />
—¿No crees que fue en defensa<br />
propia?<br />
—¡Así lo creí en su momento, pero<br />
ahora siento que voy a morir de la<br />
pena! ¡Le quité la vida a un hombre!<br />
—¿Y qué esperas de mí?<br />
—¡Dame la absolución! ¡Pídele a Dios<br />
que me perdone!<br />
El cura no hace por levantar la mano<br />
para absolverlo de su pecado, antes<br />
bien, entra nuevamente en el misticismo<br />
con el que lo había encontrado su<br />
padre. El pecador se angustia y gruesas<br />
gotas de sudor confundidas con lágri-<br />
128
mas caen al piso. El sacerdote lo saca<br />
de su angustia.<br />
—Te voy a dar el perdón, pero tendrás<br />
que hacer algo antes.<br />
—¡Cualquier cosa, dime la penitencia<br />
que tengo que hacer para alcanzar el<br />
perdón de Dios!<br />
El clérigo, con voz sepulcral dice:<br />
«Tienes que perdonarme tú primero<br />
para poder darte la absolución». El<br />
hombre no entiende.<br />
—¡¿Cuál es la penitencia qué debo<br />
hacer?!<br />
—Quiero tu perdón.<br />
—¡Tú eres un sacerdote, no tienes pecados,<br />
eres mi hijo y te conozco desde<br />
siempre y sé lo bueno que eres, no tengo<br />
nada que perdonarte!<br />
El sacerdote vuelve a solicitar: «Quiero<br />
tu perdón».<br />
Ya en su mayor crisis de conciencia,<br />
el pecador casi grita: «¡Te perdono de<br />
todo lo que hayas hecho, te perdono<br />
de corazón porque eres mi hijo!»<br />
—Inclina la cabeza para darte la absolución<br />
—dice el sacerdote— y gracias<br />
por tu perdón… porque yo soy el hombre<br />
al que tú le quitaste la vida, yo soy<br />
el que te ofendí al caer en el pecado de<br />
sucumbir a la tentación carnal y meterme<br />
con tu mujer.<br />
El angustiado hombre siente un escalofrío<br />
que recorre toda su espalda<br />
y antes de caer desmayado alcanza a<br />
escuchar:<br />
…te absuelvo de todos tus pecados.<br />
129
130<br />
LA TORRE<br />
Por Roberto Omar Román
Marlene, te envío una tarjeta postal<br />
de la torre, ¿recuerdas?, la<br />
que contemplamos cierta tarde<br />
en una página de Magazine Magic, en la<br />
sala de espera del Dr. Fourman: la que<br />
tanto te gustó que me pediste arrancar<br />
la hoja para después pegarla en<br />
tu recámara. Tal como suponías, tiene<br />
más de setenta pisos; para ser exactos,<br />
ochenta y cinco; lo sé porque aquí<br />
vivo. No, no te sorprendas, te voy a explicar:<br />
un día hallé al pie de la puerta<br />
de mi casa un sobre estampado con un<br />
burdo escudo medieval: una armadura<br />
flanqueada por una espada y un cáliz.<br />
Dentro del sobre venía una invitación–<br />
pasaporte, por decirlo de algún modo,<br />
a un viaje. El nombre del remitente y la<br />
firma eran ilegibles; sin embargo, estaba<br />
claramente marcada la dirección, la<br />
fecha y la hora de salida del autobús en<br />
un boleto.<br />
El itinerario fue espléndido, reconocí<br />
los lagos, las plazuelas, los kioscos<br />
y las pirámides por donde tú y yo paseamos<br />
alguna ocasión. Así las cosas,<br />
cuando repentinamente divisé la torre,<br />
me levanté de mi asiento y bajé apresurado<br />
del autobús, con el consiguiente<br />
espanto del chofer, que me soltó una<br />
retahíla de augurios.<br />
A un costado del herrumbroso portón<br />
de la torre había una estrecha entrada<br />
que daba a una escalera de piedra en<br />
espiral. Subí. Cuando llegué al primer<br />
piso, el vigilante, así se nombró, un<br />
hombre encorvado, de ojos prudentes,<br />
gelatinados por la vejez, me advirtió,<br />
por bien mío, no subir al siguiente piso;<br />
es más, me exigió, con su voz quebrada,<br />
bajar de inmediato. Tú conoces mi<br />
carácter rebelde; envalentonado por la<br />
prohibición puse en su mano tres billetes<br />
y lo ignoré. Me desplacé al siguiente<br />
piso; no te imaginas mi sorpresa de encontrar<br />
allí a otro octogenario vigilante,<br />
quizás sólo un par de años menor al<br />
primero, quien me palmeó el hombro<br />
e invitó paternalmente a descender antes<br />
de arrepentirme, pero volví a echar<br />
mano del dinero, y acicateado por la<br />
curiosidad alcancé el tercer piso. Mi<br />
azoro se convirtió en incredulidad: el<br />
tercer custodio era también muy viejo<br />
y también me instó, menos enfático, a<br />
desistir; le guiñé un ojo y repetí el cohecho.<br />
Continué ascendiendo.<br />
Supondrás mi desagrado de sobornar<br />
viejos corrompidos, pero bien sabes<br />
mi intrepidez es imbatible. Lo trascendente<br />
de esta maniobra destaca en<br />
el descubrimiento de que, conforme<br />
ascendía al piso inmediato y repartía<br />
menos dinero, descendía, por así decirlo,<br />
la edad de los vigilantes. Y, en<br />
esa misma proporción, menguaba su<br />
interés en persuadirme a bajar. Para no<br />
ser repetitivo con los hechos, te cuento<br />
que, colgado en un muro del piso<br />
ochenta y cinco, el último de la torre,<br />
como ya te comenté, reconocí el escudo<br />
medieval estampado en el sobre. Y,<br />
en concordancia, el vigilante de este<br />
piso, un hombre más o menos de mis<br />
años, llevaba puesta una armadura, en<br />
la mano derecha empuñaba una espada,<br />
y en la izquierda sostenía un cáliz.<br />
Él ya no me persuadió a bajar; por el<br />
contrario, sonrió y me invitó a sentarme<br />
en un diván turco idéntico al del<br />
consultorio del Dr. Fourman. Después<br />
de darle mi última moneda, me contó<br />
la historia de la .torre. Palabras más,<br />
palabras menos, te la refiero:<br />
A la cumbre se acude por un llamado<br />
o destino inaudito; nadie sabe cuál<br />
es la importancia o razón de cuidarla,<br />
pero quien arriba asume de inmediato<br />
131
132<br />
la responsabilidad de sustituir al vigilante<br />
y permanecer aquí hasta la llegada<br />
de un visitante. En este punto la trayectoria<br />
se invierte, es decir el vigilante<br />
sustituido da dinero al vigilante del<br />
piso ochenta y cuatro para ocupar su<br />
lugar y él hará lo mismo con el del piso<br />
ochenta y tres, y así sucesivamente. De<br />
esta manera, cuando un incauto, lo<br />
digo por mí, llega al piso ochenta y cinco,<br />
el vigilante del piso uno queda libre.<br />
Ya para entonces, éste es un carcamán.<br />
El dinero acumulado, producto de los<br />
sobornos, tiene el noble propósito de<br />
financiar la estancia de los vigilantes<br />
liberados de esta abominable cadena,<br />
en una digna casa de retiro.<br />
Marlene querida, no te pido venir a<br />
visitarme, pero si aún tienes interés en<br />
casarte conmigo, recomienda a ochenta<br />
y cinco hombres, a los que menos aprecies<br />
en la vida, a escalar la torre. No te<br />
imaginas lo incómodo de llevar puesta<br />
la armadura y sujetar la espada y el cáliz.<br />
Sigo confiando en tu amor, porque, aunque<br />
a veces me atormenta el mal pensamiento,<br />
me niego a creer que tú enviaste<br />
el sobre medieval a la casa para deshacerte<br />
de mí y casarte con Fourman, tu<br />
psicoanalista, ¿o estoy equivocado?
133
134<br />
QUIMERAS<br />
Por Gabriela Santamaria Santiago
Keivón aprendió el arte de controlar<br />
su mente, sus pensamientos y<br />
sus sueños. Si una noche soñaba<br />
con perros galácticos, podía, a su antojo,<br />
volver a soñarlo la noche siguiente,<br />
o cuantas quisiera. Lo que más repetía<br />
como una película era el sueño de que<br />
un tigre lo acompañaba en el camino<br />
por el desierto y al sentarse a descansar<br />
el tigre se volvía fuego y a través del<br />
umbral se veía venir a una mujer que<br />
lo besaba hasta sacarle el corazón. A<br />
veces le gustaba soñar que casa noche<br />
era una mujer distinta, hasta una noche<br />
tuvo la curiosidad de verse besando<br />
a un hombre. <strong>La</strong> idea no le era tan<br />
cómoda, pero había algo en su ser que<br />
quería probar con uno y otro hombre.<br />
El joven Keivón también podía inducir<br />
sus sueños. Así fue una pantera<br />
negra, una serpiente, que paseaba por<br />
el mismo desierto una y otra vez con<br />
un amante distinto que salía del fuego.<br />
Una noche soñó que volaba. Estaba en<br />
la muralla de un alto castillo. Una horda<br />
de soldados lo acosaba. Él se lanzó<br />
al vacío. Abrió los brazos, y voló hasta<br />
unas lejanas montañas. El placer fue<br />
enorme. Nunca había experimentado<br />
algo así. Indujo ese sueño durante<br />
varias noches. Voló sobre los paisajes<br />
más hermosos del mundo. Era una<br />
sensación fascinante. Pero había algo<br />
que ya no podía controlar la misma escena<br />
del a persecución. El joven quería<br />
volver a soñar que caminaba al lado de<br />
algún animal exótico y que finalmente<br />
acababa besando a uno de sus tantos<br />
amantes. Le preocupaba ya no poder<br />
soñar con sus placeres carnales. Hasta<br />
que en un sueño en que los soldados<br />
lo perseguían el joven se escondió entre<br />
la lluviosa alborada bajo unos árboles<br />
de fresno y alcanzo a escuchar<br />
que aquel hombre que perseguían<br />
era Jesús de Nazaret. En ese momento<br />
Keivón vio su rostro reflejado en un<br />
charco de agua y vio sus barbas y rostro<br />
trigueño y sus ojos color avellana<br />
con las pupilas dilatas por tal asombro.<br />
Vio y tocó sus ropas desparpajadas y<br />
no podía creer que ese hombre al que<br />
perseguían era él. El hijo de Dios. Ahora<br />
comprendía todo. <strong>La</strong> persecución a<br />
diario, los vuelos, las transformaciones<br />
en animales, aunque no le quedaba<br />
claro la copulación con otros seres. En<br />
el fondo le gustaba saber que él podía<br />
controlar todo, no solo sus sueños.<br />
Empezó a dormir más para prolongar<br />
estas imágenes. Nunca se dejaba<br />
atrapar escapaba, volaba y burlaba a<br />
los soldados. <strong>La</strong> sensación placentera<br />
de dominio era casi embriagante. Así<br />
que cada vez Keivón comenzó a dormir<br />
más. En lugar de acostarse a las diez, lo<br />
hizo a las nueve, luego a las siete, por<br />
último, decidió dormir de once de la<br />
mañana hasta que poco a poco dormía<br />
todo el día y la noche.<br />
Despacio descendía al suelo, y despertaba.<br />
Pero una vez pasó algo funesto.<br />
Una tarde en la que volaba sobre el desierto,<br />
vio a Jesús de Nazaret crucificado<br />
junto con otros dos hombres. Entonces<br />
cayó en cuenta de que era él. Vio su imagen<br />
como esa vez en el charco. De pronto<br />
se dio cuenta de que al volar no se veía<br />
como un hombre. Era un ave. Un pájaro<br />
feo. Una especie de buitre o cuervo. En<br />
ese momento se fue acercando hasta la<br />
cruz y vio aquel cuerpo ya sin vida. Lo<br />
picoteó un par de veces para cerciorarse<br />
de que ya no circulaba sangre por aquel<br />
cuerpo. En la desesperación de ver que<br />
el hombre en la cruz no daba señales de<br />
vida. Comenzó a picarle los ojos con su<br />
gran pico. Una gran mancha roja salía<br />
135
por las pupilas. Escurría ríos de sangre<br />
por el desierto. Todo estaba en calma,<br />
en soledad. No había hombres, no había<br />
vida. Keivón tocó tierra en un gran<br />
desierto. A pesar del sol no tenía sed ni<br />
calor pues estaba totalmente muerto. De<br />
pronto vio su propio rostro cadavérico y<br />
carcomido. Intentó alzar el vuelo. Pero<br />
ya no pudo hacerlo nunca más. El joven<br />
Keivón se quedó atrapado en sus propios<br />
sueños. Ya no dormía, no soñaba ni que<br />
era hombre, pájaro o Dios.<br />
136
137
138<br />
DE PROMESAS<br />
Y DECISIONES<br />
MORALES<br />
Un análisis<br />
de Carolina Piña
Me había puesto un vestido horrible,<br />
elegido por mi madre, para<br />
estar presentable para la familia<br />
del futuro marido de mi hermana… Así<br />
comienza «Promesa», una novela corta<br />
de la autora española Juss Kadar, publicada<br />
en el año 2015, que si bien podría<br />
entrar en el género chick-lit me atrevo a<br />
clasificarla como una novela que hereda<br />
la narrativa realista española.<br />
En esta novela, Sigrid, el personaje<br />
principal, nos narra la historia de todos<br />
los preparativos de la boda de Jena, su<br />
hermana, con Asier; aunque el punto<br />
medular comienza cuando Sigrid le<br />
propone a su futuro cuñado brindarle<br />
una despedida de soltero de por lo menos<br />
un año (el tiempo que transcurre<br />
entre la primera vez que Sigrid y Asier<br />
se conocen hasta el día de la boda), sin<br />
que Jena se entere, por supuesto.<br />
<strong>La</strong> novela se desarrolla enteramente<br />
en España, sin especificar en qué<br />
ciudad, aunque si el lector es lo suficientemente<br />
despierto podrá identificar<br />
las pistas dejadas durante toda la<br />
novela que le ayudarán a identificar a<br />
que ciudad hace referencia. <strong>La</strong> noche<br />
es uno de los primeros elementos que<br />
más destacan en esta novela, principalmente<br />
como una representación de<br />
la melancolía y tristeza que todos los<br />
personajes reflejan y que crece exponencialmente<br />
durante el desarrollo de<br />
la trama.<br />
Los personajes no son los típicos que<br />
cualquier novela chick-lit muestra, todos<br />
están perfectamente ubicados en<br />
un umbral más allá del bien y el mal<br />
pues las principales decisiones que deben<br />
de tomar, en la mayoría de los casos,<br />
representan un dilema moral que<br />
puede abordarse de distintas maneras<br />
y que no necesariamente puede considerarse<br />
como «correcto» por la mayoría<br />
de los lectores.<br />
Retomando lo mencionado anteriormente,<br />
me atrevo a clasificar a «Promesa»<br />
como una novela de corte realista<br />
con tintes de chick-lit por la manera en<br />
como describe las relaciones interpersonales<br />
entre todos los personajes: en<br />
esta novela los valores tradicionalistas<br />
se enfrentan a situaciones inesperadas<br />
y, como podrían incluso denominarlas<br />
las personas más conservadoras, inmorales<br />
y sucias. Pero su argumento<br />
va más allá de una simple infidelidad y<br />
carencia de moral.<br />
Tomemos, como primer ejemplo, a<br />
Sigrid. Ella es el arquetipo de la mujer<br />
española actual: independiente, firme<br />
y capaz, aunque llena de una innumerable<br />
cantidad de dudas e inseguridades<br />
que no le permiten enfrentarse<br />
como ella quisiera a los problemas que<br />
cree tener, por muy sencillos que puedan<br />
ser. Se debe de tomar en cuenta<br />
que, pese a lo inmoral de la propuesta<br />
que realiza a Asier, ella no lo hace porque<br />
carezca de valores o respeto hacia<br />
su hermana, en realidad es todo lo<br />
contrario: en los capítulos finales de la<br />
novela descubrimos que Jena, con tal<br />
de comprobar que el amor que Asier<br />
dice sentir por ella es verdadero, le<br />
pide a Sigrid que le prometa que intentará<br />
seducirlo para conocer la reacción<br />
que él pueda tener. Entonces, lo que<br />
Sigrid hace es un acto de amor hacia<br />
su hermana; es el máximo sacrificio<br />
que cualquier persona puede hacer por<br />
cualquier otra persona, ya que pone en<br />
juego su honra y su moral para poder<br />
«ayudar» a su hermana.<br />
Jena, por supuesto, es la antítesis de<br />
Sigrid. Ella representa los valores más<br />
conservadores de la sociedad españo-<br />
139
la: es una mujer recta y sumisa, a pesar<br />
de tener un empleo está dedicada por<br />
completo a su futura pareja y a su hogar.<br />
También representa el compromiso que<br />
otrora existía en las relaciones de pareja,<br />
no obstante refleja también el temor,<br />
la inseguridad y los celos que cualquier<br />
persona puede desarrollar hacia su pareja<br />
cuando hay falta de confianza.<br />
¿Qué hay de Asier? Con él, o mejor<br />
dicho, con su presencia se desarrollan<br />
los elementos Chick-lit. En esta novela,<br />
Asier, a primera vista, representa el<br />
hombre soñado para cualquier mujer:<br />
un hombre de mundo, atento, caballeroso,<br />
de buen ver, inteligente, y con la<br />
capacidad de hacer sentir como una<br />
dama a cualquier mujer… ¿Pero esos<br />
son todos los elementos que este personaje<br />
principal tiene que brindarnos?<br />
No, en realidad se desentrañan muchas<br />
más sorpresas conforme la novela<br />
avanza y revela lo astutos y un tanto<br />
maquiavélicos que los hombres pueden<br />
ser. Todo indica que Asier cae en<br />
el juego que Sigrid y Jena le tienen preparado<br />
y, aunque renuente al principio,<br />
acepta la propuesta que Sigrid le ofrece,<br />
enamorando a Sigrid en el proceso<br />
y él también enamorándose de ella.<br />
Todo el engaño, si se le puede llamar<br />
de alguna forma, se viene abajo cuando<br />
la culpa invade a Sigrid y le confiesa<br />
a su hermana que tuvo relaciones con<br />
Asier, y no sólo una vez, y todo empeora<br />
cuando Asier confiesa a Sigrid que<br />
él tenía pleno conocimiento de la promesa<br />
que las hermanas habían hecho.<br />
Nunca se aclara a detalle cómo es que<br />
Asier sabía de esto, pero lo que sí se<br />
dice es que él lo sabía desde el principio<br />
de la novela, y sólo había aceptado<br />
seguir el juego para descubrir hasta<br />
qué punto eran capaces de llegar am-<br />
140
as hermanas y, de cierto modo, poder<br />
tomar venganza por la desconfianza<br />
que Jena había tenido hacia él.<br />
<strong>La</strong> familia, principalmente la familia<br />
de Sigrid, es uno de los eslabones que<br />
plantan la novela y que dan firmeza al<br />
argumento: la madre es una mujer devota<br />
de su familia, la cual trata siempre<br />
de mediar los problemas y sinsabores<br />
que se dan principalmente entre sus<br />
hijas; ella las ama por igual y sin condición,<br />
aunque tiene a demostrar una<br />
ligera preferencia por Jena, ya que es el<br />
vivo reflejo de los valores que ella representa.<br />
Por otro lado, tenemos a su padre,<br />
un hombre que bien podría describirse<br />
como un «Homero Simpson» español.<br />
No precisamente porque sea un «cateto»,<br />
sino por la gran que parece demostrar<br />
ante los problemas que lo rodean;<br />
no por nada la mayoría de las escenas<br />
en las cuales aparece se le ve sentado<br />
en el sillón, a medio vestir, mirando la<br />
televisión sin prestar atención a lo que<br />
se desarrolla alrededor de él.<br />
Todo esto nos remite a una sola<br />
pregunta: ¿Era necesario realizar esta<br />
«prueba de amor» para comprobar que<br />
Asier no le era infiel?<br />
Desde el punto de vista argumental, sí,<br />
sí era necesario. Pues como ya lo había<br />
mencionado, es el punto medular del<br />
argumento de toda la novela. No obstante,<br />
aquí es donde entra en juego la<br />
moral del lector y es uno de los elementos<br />
más destacables en esta obra. ¿Qué<br />
hubiera hecho yo, como lector, si me hubiese<br />
encontrado en la situación con la<br />
que los personajes se encontraron?<br />
Sigrid, por mucho amor que sintiese<br />
hacia su hermana, tuvo la oportunidad de<br />
negarse por completo a participar en esta<br />
serie de eventos que sólo la llevaron a replantearse<br />
su visión de la vida y del amor;<br />
141
142
no sólo lastimó a su hermana al haber ido<br />
más allá de lo acordado en la promesa,<br />
entregó su corazón por completo en una<br />
empresa que desde un principio tenía<br />
perdida. Jugó también con Asier, a quien,<br />
desde el punto de vista más conservador,<br />
hubiésemos podido considerar como una<br />
víctima en el juego de celos e inseguridad<br />
que Jena había planeado. Pero lo más importante,<br />
jugó con su propio corazón y con<br />
su propia estabilidad al haber aceptado<br />
algo que, desde el principio, sabía que no<br />
iba a poder controlar y que terminaría estallándole<br />
en el rostro en algún momento.<br />
Jena, por otra parte, tuvo la oportunidad<br />
de hablar con Asier acerca de sus<br />
inseguridades y sus temores, los cuales<br />
podemos considerar normales frente a<br />
la estresante situación que representa<br />
una boda. Dependiendo del punto de<br />
vista del lector estas acciones pueden<br />
ser reprobables o pueden considerarse<br />
valientes; es bien sabido que el ser<br />
humano siempre busca corroborar, a<br />
veces sin importar las consecuencias,<br />
todo aquello que le es incierto.<br />
Asier no queda exento de estas decisiones<br />
morales. Él también tuvo la oportunidad<br />
de hablar con Jena una vez enterado<br />
de la dichosa promesa que Sigrid<br />
y Jena habían hecho, y aliviar su temor<br />
e inseguridad para fortalecer la confianza<br />
y el amor que, se supone, tendría<br />
que existir en ellos. También pudo no<br />
haber aceptado la propuesta de Sigrid,<br />
por muy difícil que hubiese sido para el<br />
hombre promedio evitar ser presa del<br />
deseo carnal y la fuerte necesidad de<br />
una aventura antes de «sentar cabeza»,<br />
y resolver los problemas como el caballero<br />
que aparentaba ser.<br />
Pero, ¿qué hubiese sido de la novela si<br />
se hubiesen seguido los estándares morales<br />
que nos rigen en este momento?<br />
Lo mencionado anteriormente son<br />
sólo un ejemplo de como la interpretación<br />
individual de la moral puede<br />
afectar la perspectiva de esta novela.<br />
Muchos podrán estar de acuerdo con<br />
las acciones plasmadas en ella, otros<br />
podrían aceptar como «correctos» los<br />
ejemplos anteriores, y también habrá<br />
quien piense en maneras más elaboradas<br />
de abordar estos problemas.<br />
Aquí es donde entra la habilidad que<br />
la autora posee para plasmar su historia;<br />
ninguna de las situaciones que los<br />
personajes atraviesan queda abierta a<br />
interpretaciones y aun así se le concede<br />
al lector la atribución de juzgar, con la<br />
balanza moral que cada persona pose,<br />
lo que hubiese creído más conveniente.<br />
«Promesa», en resumen, es una novela<br />
que no debe ser ignorada y que<br />
gracias a su corta longitud, se puede<br />
disfrutar acompañada de una taza de<br />
café en una tarde lluviosa de verano. Y,<br />
aunque es sólo la primera de tres novelas<br />
que componen la serie «Promesas»<br />
(siendo «Insidia» y «Lealtad» las<br />
siguientes novelas), Si quieres leer el<br />
libro, puedes descargarlo gratis en formato<br />
digital. También puedes pasarte<br />
por el blog de Juss Kadar a saludarla.<br />
143
144<br />
FUGITIVO<br />
Por David Saade
Miró a su alrededor, el bar estaba<br />
silencioso, como todos en los<br />
que había estado los últimos<br />
años mientras escapaba de la ley. No<br />
estaba muy seguro si escapaba de una<br />
locura imaginaria, o más bien de una<br />
demencia perversa y real.<br />
Escrudiñando con su mirada nuevamente<br />
aquel antro, notó algo interesante.<br />
En todos los bares de mala<br />
muerte que rondaba, parecía haber<br />
un patrón que se repetía: una camarera<br />
que seguramente ofrecía éxtasis<br />
corporal y químico ambos uno por un<br />
módico precio. Luego algún borracho<br />
tirado, y finalmente una tele que no<br />
tenía señal.<br />
Lo llamativo en este lugar, era el tipo<br />
de saco marrón y sombrero, que estaba<br />
sobra la barra no solo bebiendo, sino<br />
también dibujando. El fugitivo pudo ir<br />
a curiosear, pero entonces el bar pasó<br />
del silencio al vacío. Esa era una de las<br />
cosas que habían logrado el hombre<br />
se considere fugitivo. El vacío consistía,<br />
en un retorcido momento del tiempo y<br />
el espacio, donde el ambiente parecía<br />
congelarse, la sensación era como estar<br />
cayendo por un agujero infinito con<br />
el sonido de un extraño eco proveniente<br />
de la oscuridad.<br />
<strong>La</strong> última vez que el tiempo volvió a<br />
la normalidad luego del vació tenía varios<br />
cadáveres a su alrededor. Esta vez<br />
no intentó huir. Cerró los ojos y decidió<br />
esperar su destino, pero nada sucedió,<br />
luego del vacío todo estaba normal. <strong>La</strong><br />
camarera seguía en su lugar, el hombre<br />
de saco seguía dibujando, lo único<br />
similar a un cadáver era un borracho<br />
tumbado junto a la mesa de pool.<br />
Una vez más estaba por curiosear<br />
al hombre que dibujaba, pero nuevamente<br />
su intención fue interrumpida.<br />
Su instinto hizo que mirase hacia la<br />
ventana y ahí estaba eso tan terrible.<br />
Algo sin rostro pero que lo miraba fijamente,<br />
ojos invisibles que penetraban<br />
como dagas. Definitivamente el terror<br />
radicaba en la capacidad de pregnancia<br />
de esa masa blanca, para cualquier<br />
otro seria como ver un maniquí, pero él<br />
podía sentir la maldad, viniendo de ese<br />
rostro vacío, y no era el único, venían<br />
más en camino.<br />
Quiso advertir a los ocupantes del bar<br />
que huyan, pero su mandíbula desencajada<br />
no emitió sonido alguno. Atravesó<br />
rápidamente la puerta, sabiendo que<br />
podrían detenerlo en un instante, pero<br />
no tenía otra posibilidad. Al salir del bar<br />
pasó junto al extraño ser, pero este no<br />
hizo nada más que quedarse mirándolo.<br />
Les gustaba torturarlo, esto era obvio, lo<br />
supo cuando luego de voltear un instante<br />
durante su escape, vio a los demás,<br />
también mirándolo fijamente. Uniformados<br />
azules que parecían garabatos<br />
demoniacos cobrando vida, blandían<br />
sus garrotes, les encantaba golpear,<br />
aunque también propinaban patadas,<br />
el fugitivo recordaba esto cada vez que<br />
tosía sangre. <strong>La</strong> tortura había durado ya<br />
10 años, y siempre acababan encontrándolo.<br />
Aunque no había salido del país<br />
sabía que no tenía donde esconderse,<br />
y su orgullo no le permitía suicidarse.<br />
Esta noche parecía especial, sentía un<br />
cambio en el juego, no podía dejar de<br />
pensar en el hombre dibujando, algo en<br />
el universo estaba alterado, algo quizá<br />
le daba indicios de una posibilidad de<br />
escapar, esta idea se acentuó más cuando<br />
pudo despistarlos entrando por un<br />
callejón y escondiéndose en un contenedor<br />
de basura.<br />
Allí entre la inmundicia pudo tener<br />
algo de paz y reflexionar. ¿Cómo empe-<br />
145
zó todo? Lo más malo que recordaba<br />
haber hecho era molestar a otros en<br />
la secundaria, pero esto lo hacían muchos,<br />
millones de personas en todo el<br />
mundo. ¿Y si no era el único? Mientras<br />
pensaba en su pasado estuvo a punto<br />
de hacer una asombrosa conexión…<br />
Pero una risa enfermiza puso su mente<br />
en blanco. Nadie puede escapar de la<br />
policía del karma decía la voz y volvía<br />
a reír. En ese momento espero que la<br />
tapa se abra y lo fuercen a Salir para<br />
darle una paliza mortal, pero nada<br />
pasó. Lentamente salió del contenedor,<br />
y descubrió que la voz provenía de un<br />
mendigo recostado en su cama de cartones.<br />
No llego a decirle nada, no tuvo<br />
tiempo ya que segundos después de<br />
ver ese rostro huyó despavorido. El vagabundo<br />
Lucía como aplastado por los<br />
golpes, con la nariz torcida hacia un<br />
lado, y una cavidad vacía donde antes<br />
había un ojo. Entonces no era el único,<br />
ahora estaba seguro, pero ¿Quién era<br />
ese desgraciado? No podía ser de su<br />
edad, aparentaba ser más viejo.<br />
Nadie en el lugar del fugitivo, hubiera<br />
querido volver al bar, pero por extraño<br />
que parezca, sintió piedad por los que<br />
allí estaban, quería ver si la llamada<br />
policía del karma los había asesinado<br />
para culparlo nuevamente. Corrió como<br />
si lo persiguieran, pero nadie estaba detrás<br />
de él. Cuando finalmente llegó, su<br />
corazón dio un vuelco. No había nadie.<br />
Jarras vacías, cigarrillos apagados. Incluso<br />
el dibujante había desaparecido<br />
dejando en su lugar un viejo cuaderno.<br />
¿Sería una trampa? ¿Ya se llevaron los<br />
cadáveres? Entonces como contestando<br />
sus dudas, del baño del lugar emergió<br />
aquel extraño dibujante, haciendo caso<br />
omiso del fugitivo con expresión horrida<br />
en la entrada, se inculco nuevamente a<br />
la tarea de seguir dibujando.<br />
De nuevo, y por última vez, no pudo<br />
ir a mirar que estaba dibujando, pues<br />
el vació nuevamente comenzó. Esta<br />
146
vez fijó su mirada en el dibujante de tal<br />
manera que pareció no sentir cuando<br />
la policía del karma entro por la puerta,<br />
y tirándolo al piso comenzaron a<br />
golpearlo. Cayó de costado, de manera<br />
que pudo seguir observando al dibujante.<br />
Cada golpe parecía evocar un<br />
lejano recuerdo.<br />
Patada a las costillas – Ahí estaba ese<br />
niño raro en el colegio.<br />
¿Pero por qué se acordaba de el?<br />
Pisotón que destrozó su mano – Vamos<br />
a empujarlo.<br />
Golpes de garrote que dañaban su pulmones<br />
– Tosió sangre y se acordó, vamos<br />
a golpearlo por tener buenas notas.<br />
Nuevamente una patada, logró que<br />
una costilla le perfore un pulmón – ¡Pongan<br />
la rata en su mochila!<br />
Más brutales mazazos que le rompieron<br />
ambos brazos – Vamos a dejarlo<br />
perdido en el bosque<br />
Una fuerte bota se estampó contra<br />
su rostro dejando su mejilla como una<br />
masa blanda – Dicen que ya no es el<br />
mismo, creo que perdió la razón, ahora<br />
se la pasa todo el día… se la pasa…<br />
<strong>La</strong> frase fue completada por el extraño<br />
de la barra.<br />
¿Dibujando? Dijo riendo luego de ponerse<br />
de pie, arrancar la hoja de su cuaderno<br />
y arrojarla hacia el moribundo.<br />
Ahora sí, lo que con ansias había<br />
querido saber hace mucho, ahora estaba<br />
ante su deformado rostro.<br />
Cualquiera diría que durante sus últimos<br />
segundos de vida el fugitivo vio<br />
cumplido un caprichoso y absurdo anhelo<br />
olvidado, ver que dibujaba el ahora<br />
ya no extraño de saco Marrón. Pero<br />
aquel garabato que le dio la última<br />
expresión de su vida, no fue sorpresa,<br />
sino algo peor, un rictus deformado de<br />
una expresión de terror absoluto.<br />
En la hoja había algo simple, un garabato<br />
infantil, un ser desproporcionado<br />
pintado de azul, sin rostro que portaba<br />
un garrote en sus manos.<br />
147
148<br />
El<br />
miniaturista<br />
de Ispahán<br />
Por Esther Domínguez Soto
Desde niño, Yusuf había admirado<br />
los grandes murales de los pintores<br />
persas antiguos pero él era<br />
meticuloso y concienzudo, por eso decidió<br />
dedicarse a las miniaturas. Ahí era<br />
donde podía concentrar todas sus cualidades<br />
pictóricas. Y había elegido bien<br />
porque sus pinturas eran deliciosas,<br />
llenas de pequeños detallitos que las<br />
hacían únicas. Se ganaba bien la vida<br />
ilustrando álbumes y libros con escenas<br />
de batallas para sus clientes ricos<br />
y dedicaba la noche a su pasión: pintar<br />
retratos. Era una actividad peligrosa ya<br />
que, como musulmán, tenía prohibida<br />
la representación de la figura humana<br />
pero no podía evitar recrear en su trabajo<br />
las escenas que había visto en los<br />
zocos, cerca de la mezquita de su barrio<br />
o en los caravansares a las afueras<br />
de la ciudad. Ispahán era un lugar bullicioso,<br />
cosmopolita, perfecto para un<br />
pintor y Yusuf disfrutaba recreando las<br />
vidas de sus vecinos.<br />
Una noche estaba muy cansado tras<br />
un largo paseo. Pero no quiso renunciar<br />
a su plasmar unas imágenes que<br />
todavía tenía frescas en la memoria<br />
de una mujer, gruesa y ya mayor, regateando<br />
con un carnicero el precio de<br />
una cabeza de cordero. Así que, encendió<br />
una vela, se sentó ante su mesa y<br />
tomó un pincelito. Empezó a trabajar<br />
con su habilidad habitual. <strong>La</strong> llamita<br />
de la vela comenzó a moverse como<br />
una bailarina, dirigiendo su luz de un<br />
extremo a otro del cuarto. Yusuf miró<br />
alrededor, buscando una corriente de<br />
aire. Pero la única ventana estaba tapada<br />
con una cortinilla y ésta no se movía.<br />
Hizo un gesto de sorpresa pero, como<br />
la llama volvió a su posición habitual,<br />
prosiguió su tarea. Cuando terminó,<br />
miró la pintura con gesto extrañado.<br />
El ama de casa se había transformado<br />
en una bella mujer joven, de piel morena,<br />
de grandes ojos, cuello esbelto<br />
y una invitadora sonrisa. A su lado, en<br />
vez del carnicero mal encarado, que<br />
sostenía un enorme cuchillo, había un<br />
hombre joven, delgado, con un pincel<br />
en la mano. Yusuf se reconoció en<br />
aquel hombre. Era él, no le cabía la menor<br />
duda. Pero, ¿quién era la mujer? <strong>La</strong><br />
miró con detenimiento pues no recordaba<br />
haberla visto en su vida. Y menos<br />
haberla pintado. ¿Qué estaba pasando<br />
allí? Contempló el dibujo durante más<br />
de una hora pero no paso nada. Se<br />
acostó, intrigado y, a pesar del cansancio,<br />
tardó en dormirse.<br />
A la mañana siguiente, corrió a examinar<br />
la miniatura y se quedó helado.<br />
El rostro de la mujer había cambiado<br />
de una forma sutil pero evidente. <strong>La</strong><br />
sonrisa tenía un toque de ¿picardía,<br />
maldad? Los ojos ya no eran inocentes.<br />
Tenían un brillo invitador y atemorizador<br />
al mismo tiempo. Yusuf no sabía<br />
cómo definir el cambio. Ahora la mujer<br />
era mucho más atractiva que la noche<br />
anterior si bien una cierta sensación<br />
de peligro se había incorporado al retrato.<br />
Yusuf sintió que su corazón latía<br />
con más fuerza cada vez que sus ojos<br />
se fijaban en el rostro de la desconocida<br />
y tuvo que reconocer que se sentía<br />
atraído por aquel rostro desconocido.<br />
Intentó continuar su trabajo pero fue<br />
incapaz de tomar el pincel. Estaba demasiado<br />
preocupado con sus propios<br />
sentimientos para pintar con su habitual<br />
habilidad.<br />
A la mañana siguiente, los cambios<br />
operados en la miniatura lo dejaron<br />
sin aliento. <strong>La</strong> mujer seguía sonriendo,<br />
ahora con gesto abiertamente incitador<br />
y malévolo, al tiempo que una<br />
149
sombra –como una sábana carmesí –se<br />
cernía sobre el hombre que la contemplaba.<br />
Yusuf cogió la pintura y sintió<br />
que el papel estaba tan caliente que le<br />
quemó la mano. <strong>La</strong> soltó y se alejó de<br />
ella aún sabiendo que de nada serviría<br />
huir de los ojos hipnóticos de aquella<br />
desconocida. Para sus adentros, sabía<br />
que aquella miniatura traería su desgracia<br />
sin que él pudiera evitarlo.<br />
Y los cambios no se detenían. En menos<br />
de tres días, la miniatura llegó a convertirse<br />
en una pesadilla con vida propia<br />
que amenazaba su cordura. Yusuf intentó<br />
quemarla pero, para su sorpresa, el<br />
papel se resistió a convertirse en cenizas.<br />
Tampoco sirvió de nada rasgarlo o mancharlo.<br />
Los trozos se unían y las manchas<br />
desaparecían para volver a formar la imagen<br />
de la maligna mujer y el hombre –él<br />
mismo –casi oculto bajo aquella sombra<br />
rojiza –su atracción por la mujer –que no<br />
paraba de crecer. Yusuf había abandonado<br />
el trabajo. No podía concentrarse.<br />
Como en la miniatura, su amor por aquella<br />
mujer lo cubría hasta envolverlo totalmente.<br />
Vivir se había convertido en una<br />
tarea irrealizable ya que sabía que nunca<br />
podría poseerla. Después de pensarlo<br />
mucho, Yusuf se rindió ante la evidencia<br />
y decidió terminar con aquella pesadilla.<br />
Se dirigió a la cabaña de un anciano san-<br />
150
tón muy respetado en toda la región. Allí,<br />
contó sus pesares mientras el anciano<br />
escuchaba en silencio, la mirada perdida<br />
y la respiración pesada. Cuando Yusuf calló,<br />
el santón tomó la palabra.<br />
—Siento decirte, hijo mío, que has<br />
caído en las garras de Alouqua, una<br />
diablesa que tiene como objetivo conducir<br />
a los hombres al suicidio tras someterlos<br />
a una tensión insoportable.<br />
Yusuf se postró ante el santón—.<br />
¿Cómo puedo librarme de ese ser inmundo<br />
del que, siento reconocer, me<br />
he enamorado locamente?<br />
—Me temo que has de aceptar lo que<br />
el Destino te ha deparado. Como todos<br />
los seres infernales, Alouqua es atractiva;<br />
su belleza es un imán que nos arrastra<br />
hasta las zonas oscuras de las que,<br />
me temo, es muy difícil regresar.<br />
—¿No hay esperanza para mí? —preguntó<br />
el miniaturista con un hilo de voz.<br />
El santón negó con la cabeza. Yusuf<br />
se levantó y regresó a la ciudad. No<br />
llegó a su casa. Buscó en las aguas del<br />
río Zayandeh la tranquilidad que el<br />
destino le estaba negando. Cuando sus<br />
vecinos entraron en su casa, encontraron<br />
su último trabajo sobre su humilde<br />
mesa de trabajo, una miniatura de una<br />
mujer gruesa discutiendo con un carnicero<br />
por una cabeza de cordero.<br />
151
152<br />
NOCHE DE<br />
CHICAS<br />
Por Gabriel Bevilaqua
Son las nueve. Ana tendría que estar<br />
ahora cenando con sus amigas<br />
y no en el living de su casa. Pero<br />
Claudia, Mónica y Cintia se la pasan hablando<br />
de sus novios. «¡Por favor!», bufa,<br />
y se arrellana en el sofá. Luego toma un<br />
sorbo de té helado, enciende la televisión<br />
y recorre parsimoniosamente los<br />
canales de cine. «Romántica…, romántica…,<br />
romántica…», bosteza, pero no<br />
se da por vencida. Al cabo encuentra<br />
algo como la gente. Una de terror.<br />
<strong>La</strong> actriz que aparece en primer plano<br />
tiene la típica carita inocente de la chica<br />
a la cual le van a suceder mil cosas. Por<br />
lo pronto corre como una desquiciada.<br />
«Debe estar huyendo de las pláticas de<br />
sus amigas», piensa Ana, y mordisquea<br />
una galletita. <strong>La</strong> presunta protagonista<br />
llega ante una puerta y golpea. Casi al<br />
mismo tiempo golpean a la puerta de<br />
Ana. Ana se levanta y abre.<br />
—¿Qué desea…? —alcanza a decir antes<br />
de que una mujer le dé un empujón,<br />
entre y cierre la puerta con llave.<br />
<strong>La</strong> cara de la intrusa le resulta familiar.<br />
Mira la tele y se sorprende al descubrir<br />
que es la actriz de la película, pero<br />
se sorprende aún mucho más al verse a<br />
sí misma como quien acaba de abrir la<br />
puerta en la pantalla.<br />
—No estamos a salvo… me persigue un<br />
loco asesino… —dice la mujer, y tomándola a<br />
Ana por los brazos, añade—: ¿Tenés teléfono?<br />
—Sí —responde Ana, y le señala la<br />
mesita esquinera.<br />
<strong>La</strong> actriz marca el 011, y a la vez que<br />
exclama «¡No atiende nadie!», embisten<br />
salvajemente contra la puerta. Ana<br />
tiembla y comprueba que su yo cinematográfico<br />
también tiembla.<br />
—Si vamos a morir juntas, mejor nos<br />
presentamos: soy Karen —dice la perseguida<br />
y le tiende la mano.<br />
Los golpes a la puerta se congregan<br />
en la cabeza de Ana como un nudo de<br />
truenos. Para colmo advierte que en la<br />
tele las bisagras comienzan a ceder. Entonces<br />
le estrecha la mano a Karen y la<br />
arrastra hacia la cocina.<br />
—Ana, me llamo Ana —dice, y abre el<br />
primer cajón de la mesada.<br />
Saca una cuchilla y un hacha de cocina.<br />
Ella se queda con el hacha y le facilita la<br />
cuchilla a Karen. Luego se colocan a ambos<br />
lados de la puerta. Por unos instantes<br />
se estudian, hasta que Ana le espeta:<br />
—¿Cuál es tu verdadero nombre?<br />
—Karen, ya te dije.<br />
—Me refiero a tu nombre en la vida<br />
real, no al de tu personaje.<br />
—No entiendo…<br />
Ana desiste. «Ya habrá tiempo para<br />
que aclare las cosas», piensa, y, acto<br />
seguido, se pregunta qué hubiera pasado<br />
si hubiese puesto la pausa antes de<br />
abrir la puerta. <strong>La</strong> idea de haber podido<br />
contemplar a la otra pausada, con<br />
los nudillos golpeando el aire, la divierte.<br />
Pero la idea subsiguiente que le<br />
nace no le parece tan simpática. Quizás<br />
ella misma se hubiese quedado pausada,<br />
con el control remoto en la mano,<br />
como una suerte de estatua en homenaje<br />
al susodicho aparatito.<br />
—¡Mirá en la que te he metido! —<br />
Karen la saca de sus pensamientos—.<br />
¡Perdoname!<br />
—<strong>La</strong> película que estaba mirando era<br />
tan mala, que aun esto me resulta mejor<br />
—le responde Ana.<br />
Y de repente ambas se estremecen al<br />
escuchar los infames golpes a la puerta<br />
de la cocina.<br />
—¡Ésta no va a resistir tanto como la<br />
de la calle! —exclama Ana.<br />
Karen asiente y se pasa la cuchilla<br />
de una mano a la otra. Entretanto Ana<br />
153
observa su propio reflejo en el hacha y<br />
piensa que lucía francamente bien en<br />
la pantalla. Incluso mejor que Karen.<br />
Entonces un nuevo golpe hace saltar<br />
con violencia la cerradura y el lunático<br />
entra. «¡Qué desilusión! —piensa Ana—.<br />
Me lo imaginaba mucho más corpulento,<br />
de facciones angulosas y dueño de<br />
una mirada animal.»<br />
El tipo arroja al piso a Ana de un<br />
empujón y confronta a Karen. Karen<br />
se mueve como un felino, esquivando<br />
el cuchillo de su atacante, a la vez que<br />
contraataca con una fiereza inusitada.<br />
Así salen de la cocina. Ana se pone de<br />
pie y los sigue. Cada uno sujeta ahora<br />
los brazos del otro y trata de desarmarlo.<br />
En la tele la escena se duplica. Y es<br />
en la tele donde Ana observa como<br />
Karen desembaraza su brazo armado y<br />
apuñala al agresor. Una y otra vez. Entonces<br />
Ana corre hacia ella y le atenaza<br />
la muñeca.<br />
—¡Basta! —le dice.<br />
Y procura detener la sangre del moribundo<br />
con un retazo de su vestido. El<br />
tipo balbucea y Ana acerca el oído.<br />
—¡Cuidado! —le oye decir—. Es una<br />
psicópata.<br />
Ana levanta la vista y ve cómo Karen<br />
lame la sangre de la cuchilla. En la tele<br />
se suceden los primeros planos, tensos,<br />
tanto de ella como de Karen. Cuando<br />
el hombre expira, la cámara, a ras del<br />
piso, se centra unos instantes en él. Y<br />
se ven las piernas de ambas mujeres a<br />
un lado y al otro del difunto. <strong>La</strong>s piernas<br />
se mueven, se acercan, se entrelazan.<br />
Hasta que unas gotas de sangre<br />
comienzan a manchar el rostro del<br />
hombre. Ana sólo siente la cuchillada<br />
cuando mira de refilón la tele. Anda<br />
unos pasos y se sienta en el sofá. Karen<br />
vuelve a lamer la sangre de la cuchilla.<br />
—Deliciosa —dice, y se abalanza sobre<br />
Ana.<br />
Pero Ana empuña el control remoto y<br />
apaga la televisión. <strong>La</strong> cuchilla cae justo<br />
a su lado. Se está desangrando y no tiene<br />
fuerzas ni para ir hasta el teléfono. No<br />
obstante logra alcanzar el vaso y sorber<br />
un poco del té helado. Y piensa, sólo por<br />
un momento, que mejor hubiera sido<br />
pasar otra noche de chicas oyendo a<br />
sus amigas parlotear sobre sus novios.<br />
Luego sonríe. De lo único que verdaderamente<br />
se lamenta es de no haber visto<br />
si su nombre aparecía en los créditos.<br />
154
155
156<br />
LA IGLESIA<br />
DEL DIOS<br />
MUERTO<br />
(CAPÍTULO 1)<br />
Por José Luis Vázquez
<strong>La</strong> lluvia resonaba al chocar con los<br />
amplios ventanales del departamento.<br />
A pesar de estar en el tercer<br />
piso, las luces de las patrullas y las ambulancias<br />
se reflejaban en cada uno de<br />
los muros de la amplia habitación. <strong>La</strong><br />
alfombra gris, que cubría todo el piso,<br />
estaba bañada casi en su totalidad por<br />
la sangre que escurría de la robusta<br />
mesa de caoba. Los policías entraban<br />
y salían de la habitación, algunos de<br />
ellos tomando fotografías del lugar y<br />
otros revisando a detalle cada uno de<br />
los rincones del lugar. Claudia Guzmán<br />
no pudo contener las náuseas que<br />
aquella escena le causaban, y no tuvo<br />
más remedio que vomitar encima de<br />
uno de los blancos sillones de piel que<br />
estaban al final del salón. Julio Bernal<br />
y Jaime Ugalde observaban con atención<br />
el cuerpo de la joven que yacía sobre<br />
la mesa: morena y completamente<br />
desnuda; una profunda herida recorría<br />
su vientre desde su esternón hasta su<br />
entrepierna, mostrando un hueco en<br />
donde se supone que sus órganos internos<br />
deberían estar. <strong>La</strong> cabeza de la<br />
joven reposaba boca abajo sobre sus<br />
senos, y sus brazos, desprendidos desde<br />
los hombros, reposaban acomodados<br />
en donde se supone tendría que estar<br />
la cabeza de la joven, formando una<br />
equis; no obstante, todos los dedos de<br />
las manos habían sido cercenados.<br />
Julio observó con atención el cuerpo,<br />
ante la mirada atenta de los demás<br />
policías, quienes los observaban con<br />
cierto recelo pero sin impedirle ninguna<br />
acción. Después hizo una seña con<br />
su mano izquierda sin intentar voltear,<br />
pasaron unos segundos y, de nueva<br />
cuenta, volvió a realizar la seña.<br />
—Claudia, la cámara —exclamó Julio<br />
con voz suave, tanto él como Jaime se<br />
giraron para buscar a Claudia, quien<br />
estaba sentada junto a su vómito en el<br />
sillón, limpiando su boca con un pañuelo<br />
negro—. Por favor... —Claudia levantó<br />
la mirada y después de unos segundos<br />
reaccionó, se retiró la Polaroid que colgaba<br />
de su cuello, pero antes de que<br />
ella se levantara, Julio se acercó y tomó<br />
la cámara de sus manos. Después se inclinó<br />
y le susurró al odio—: Si te sientes<br />
muy mal sería mejor que salieras. Espérame<br />
en el coche.<br />
—¡Deja de chingar, cabrón! Estoy bien —respondió<br />
Claudia, tras un fuerte resoplido—. Tú<br />
a lo que estás, y déjame a mí en paz.<br />
Julio caminó de nueva cuenta hacia<br />
la mesa, acomodó la cámara y tomó<br />
una fotografía del cuerpo completo. De<br />
inmediato, la cámara escupió la instantánea<br />
tras un sonido mecanizado. Julio<br />
extendió la mano a Jaime para que<br />
este la sostuviera, pero, antes de que<br />
Jaime pudiera tomarla, Claudia la sostuvo<br />
con rapidez. Jaime le dio una ligera<br />
palmada en la espalda a Claudia, a lo<br />
que ella no reaccionó de forma alguna.<br />
Después, Julio continuó tomando fotografías<br />
desde diferentes ángulos, mientras<br />
Claudia caminaba tras de él.<br />
—Esta es la última —dijo Julio, mientras<br />
abanicaba la instantánea con la<br />
mano derecha.<br />
—Más te vale, idiota. Me hubieras avisado<br />
que veríamos esto, así hubiera<br />
estado preparada… —refunfuñó Claudia,<br />
mientras daba la espalda al cuerpo<br />
sobre la mesa.<br />
—Ese error fue mío, no de Julio. Lo<br />
lamento —exclamó Jaime mientras se<br />
acercaba a ambos, ella le soltó un fuerte<br />
manotazo en el pecho, el cual soportó<br />
sin moverse.<br />
—¡Pues para la próxima avisa, chingada<br />
madre!<br />
157
—Tranquila —intervino Julio—. Mejor<br />
salgamos de aquí, así dejamos trabajar<br />
a tu gente tranquilamente y nos explicas<br />
a detalle la situación —Jaime asintió sin<br />
decir una palabra y permitió el paso a<br />
Julio y a Claudia. Ellos caminaron hacia<br />
la puerta principal del departamento,<br />
mientras Jaime se detuvo a dar diversas<br />
indicaciones. Él ya no usaba ningún uniforme,<br />
ahora vestía de una manera más<br />
formal; zapatos de piel negra perfectamente<br />
boleados y limpios que hacían<br />
juego con la hebilla plateada de su cinturón<br />
y su abrigo negro, mientras que<br />
una holgada camisa de color vino y un<br />
pantalón elegante gris terminaban su<br />
conjunto. Claudia y Julio salieron por<br />
la puerta principal teniendo cuidado de<br />
no empujar a ninguno de los policías ni<br />
peritos que llevaban a cabo sus labores.<br />
El pasillo, iluminado de forma tenue por<br />
algunas lámparas de halógeno a punto<br />
de fundirse, también estaba lleno de<br />
policías. EL sonido de los periodistas<br />
intentando entrar al lugar se hacía más<br />
fuerte con cada paso que daban para salir<br />
del pasillo. Claudia seguía limpiando<br />
su boca mientras caminaban, mientras<br />
que Julio la miraba de reojo, y después,<br />
con un movimiento seco, la detuvo antes<br />
de llegar a las escaleras.<br />
—Vamos a esperar a Jaime aquí —pidió<br />
Julio. Claudia asintió y, en una reacción<br />
involuntaria, se agachó y vomitó<br />
nuevamente. Julio se acercó y le sostuvo<br />
el cabello, mientras que los policías<br />
observaban entre risas el momento.<br />
Claudia, después de unos momentos,<br />
se incorporó y nuevamente se limpió<br />
los labios con el pañuelo.<br />
—Puta madre, yo no tenía ninguna<br />
necesidad de ver esto.<br />
—Tú fuiste la que quiso venir. Si hubieras<br />
dejado que viniera Aurora...<br />
158
—Ya cállate, animal. Y mejor vámonos<br />
antes de que se nos haga tarde —exclamó<br />
Claudia, mientras observaba a los policías<br />
riendo entre dientes—. ¡Y ustedes de que<br />
se ríen, bola de pendejos? ¡Órale, pinches<br />
muertos de hambre, a trabajar, que para<br />
eso les pagan! —Claudia trató de caminar<br />
hacia los policías, que habían dejado de<br />
reír, pero Julio la detuvo tomándola del<br />
brazo. En ese momento Jaime salió por<br />
la puerta del departamento y el grupo de<br />
policías continuó con sus labores al verlo.<br />
Jaime caminó de forma apresurada hasta<br />
Julio y Claudia—. ¿Y bien? ¿Ya puedes decirnos<br />
que chingados pasó ahí?<br />
—Yo no lo sé, por eso están ustedes<br />
aquí —respondió Jaime, mientras Julio<br />
encendía un cigarrillo, Claudia mostró<br />
una mueca de hastío.<br />
—¿Y qué pistas tienen al respecto? —preguntó<br />
Julio, exhalando por la nariz el humo.<br />
—No tenemos nada en realidad, lo<br />
único que sabemos es que es la quinta<br />
víctima con el mismo móvil. Todas son<br />
mujeres entre los veinte y veinticinco<br />
años, los brazos y la cabeza siempre<br />
son colocados en la misma forma y los<br />
órganos también son removidos de la<br />
misma forma. Aunque nunca están en<br />
la escena. Por alguna razón el asesino<br />
siempre limpia los cuerpos con gran<br />
detalle, pues nunca hay una sola mancha<br />
de sangre en el cuerpo a pesar de<br />
tener el vientre abierto de esa forma.<br />
—¿Y cómo chingados es posible que<br />
no tengan ninguna pista? ¡Carajo! ¡Tendrían<br />
que haber alertado a la población<br />
ya! Muchas mujeres están en peligro y<br />
ustedes como si no pasara...<br />
—¿Desde hace cuánto tiempo está<br />
sucediendo? —interrumpió Julio a<br />
Claudia, ella le sacó la cajetilla de la<br />
cazadora y tomó un cigarrillo mientras<br />
refunfuñaba entre dientes.<br />
159
160<br />
—Los asesinatos han ocurrido desde<br />
la semana pasada. Cada tercer día<br />
encontramos un cuerpo nuevo, y todos<br />
los hemos encontrado debido a<br />
una llamada anónima que se realiza el<br />
mismo día de los asesinatos desde un<br />
teléfono público. Estamos tratando de<br />
encontrar una relación entre todas las<br />
víctimas pero hasta el momento no tenemos<br />
nada.<br />
—Siendo honestos —intervino Julio—, no<br />
considero que nos necesites para esto. Ustedes<br />
pueden hacer la investigación sin nosotros,<br />
así que...<br />
—No es tan sencillo —interrumpió<br />
Jaime, mientras Claudia se limpiaba<br />
de nuevo los labios—. <strong>La</strong> joven que<br />
está ahí adentro es la hija menor del<br />
comandante. Él, desde un principio, ha<br />
tratado de evitar que todo esto salga a<br />
la luz. Es año de elecciones y un loco<br />
suelto en la ciudad no le beneficiaría<br />
a nadie en lo más mínimo. Pero ahora<br />
que su hija se ha convertido en una<br />
víctima más ya no solo desea justicia,<br />
sino que desea venganza. Y si bien sus<br />
hombres no pueden hacer justicia por<br />
su propia mano, necesitaba a alguien<br />
que sí lo pudiera hacer —cuando Jaime<br />
terminó de hablar, el rostro de Claudia<br />
se descompuso por un momento, y los<br />
únicos sonidos que podían escucharse<br />
eran los gritos y quejas de los periodistas<br />
que podían escucharse en el cubo<br />
de las escaleras. Julio dio la última bocanada<br />
a su cigarrillo y lo lanzó al suelo,<br />
para después pisarlo.<br />
—Entiendo —musitó Julio, mientras<br />
asentía ligeramente—. Dile al comandante<br />
que nosotros nos encargaremos,<br />
pero que ya sabe cuál es nuestro precio.<br />
Mañana pasaré a tu oficina a buscar<br />
toda la documentación que pueda<br />
servirnos para el caso.
—No es necesario, tengo todo aquí —al<br />
decir eso, Jaime giró soltó un peculiar<br />
silbido, ninguno de los policías se inmutó<br />
al escucharlo, excepto uno, que<br />
miraba todo desde uno de los rincones<br />
del pasillo. El joven policía moreno corrió<br />
hasta donde Jaime se encontraba,<br />
cargando un par de registradores verdes.<br />
Con un ademán saludó a Julio y a<br />
Claudia—. Pepe, dale a ellos las carpetas,<br />
por favor —el joven policía, que apenas<br />
llegaba a la estatura de Claudia, asintió y<br />
extendió las carpetas a Julio sin dejar de<br />
observar el entallado vestido negro que<br />
Claudia portaba, el cual combinaba a la<br />
perfección con sus zapatillas de tacón<br />
de aguja negras, su bolsa plateada y sus<br />
arracadas también de color plata. Su discreto<br />
maquillaje hacía lucir su piel canela<br />
y mostraba más sus facciones a pesar de<br />
llevar su cabello de color negro azabache<br />
suelto. Julio tomó los registradores,<br />
después se quitó su cazadora gris y los<br />
envolvió con ellos. Su playera de color<br />
negro y su pantalón de mezclilla de color<br />
gris oscuro mostraban su ligero sobrepeso,<br />
la barba de dos días sin rasurar y su<br />
cabello quebrado hacían parecer que no<br />
se había bañado en días.<br />
—¿Tienes algo que hacer o vas a quedarte<br />
todo el tiempo ahí, mirándome<br />
de esa forma? —preguntó Claudia a<br />
Pepe, mientras tiraba las cenizas del cigarro<br />
en el suelo. Pepe, sonrojado, dio<br />
un paso atrás y bajó la mirada.<br />
—Pepe les llevará toda la información<br />
que se recopile hoy mañana a primera hora.<br />
—Muy bien, en ese caso que la lleve al<br />
departamento de Aurora, ya conoces la<br />
dirección —respondió Julio, mientras<br />
abrazaba los registradores debajo de<br />
su brazo derecho.<br />
—Y que no se le olvide el pago al comandante.<br />
Tiene que pagarnos...<br />
—Ya lo sé, la mitad por adelantado y<br />
al final lo demás —interrumpió Jaime<br />
a Claudia—. Tendrán su dinero. No olviden<br />
compartirme todo lo que puedan<br />
encontrar del asesino, aunque debo<br />
decirles que el comandante les pagará<br />
un bono extra si le llevan su cabeza antes<br />
de que nosotros demos con él.<br />
—¡Caramba! —sonrió Claudia—. Haberlo<br />
dicho antes, dile que se lo entregaremos<br />
en bandeja de plata y vivo, por<br />
si quiere ser él quien le cobre lo que hizo.<br />
—En ese caso esperamos la información<br />
mañana. Por favor —dijo Julio, dirigiéndose<br />
a Pepe—, lo más temprano que<br />
puedas llevarla, aunque tampoco te desmañanes<br />
por querer quedar bien con tu<br />
jefe —sentenció, señalando a Jaime con<br />
la mirada, Pepe simplemente dibujó una<br />
sonrisa sin decir palabra alguna.<br />
—No me lo saques del redil, Julio, ya<br />
bastante tengo con cuidarlos a ustedes<br />
como para tener que andar cuidando<br />
a otro escuincle más —exclamó Jaime,<br />
mientras hacía una seña a Pepe para<br />
que se retirara del lugar—. Ahora, yo les<br />
sugiero que no bajen por ahí, hay una<br />
escalera de emergencia del otro lado<br />
del pasillo, será mejor que salgan por<br />
ahí si no quieren que todos los buitres<br />
que están allá abajo se lleven una tajada<br />
de ustedes.<br />
—Por primera vez estoy de acuerdo<br />
contigo, tamarindo —exclamó Claudia,<br />
tirando la colilla del cigarro en el suelo.<br />
Jaime les dio la mano a ambos y los<br />
tres caminaron en dirección opuesta<br />
sobre el pasillo, después, él se detuvo<br />
en la puerta del departamento y Julio y<br />
Claudia siguieron adelante.<br />
—¡Oye, tamarindo! —gritó Claudia, dando<br />
media vuelta antes de que Jaime entrara<br />
de nuevo al departamento—. Dale<br />
mis condolencias al comandante. Dile que<br />
161
estamos con él en su dolor —Jaime, con<br />
una mirada de sorpresa, simplemente<br />
asintió y entró al departamento. Julio, que<br />
se había detenido para observar la escena,<br />
siguió caminando y después Claudia lo<br />
alcanzó rápidamente. Al llegar a la puerta<br />
de emergencias, un policía les abrió y Julio<br />
cedió el paso a Claudia, para después salir<br />
él mientras el policía cerraba tranquilamente<br />
la puerta. Claudia bajó las escaleras<br />
delante de Julio, tratando de evitar que sus<br />
tacones se atoraran en las pequeñas barras<br />
de metal que formaban los escalones. <strong>La</strong><br />
lluvia golpeaba sus cabezas con suavidad<br />
mientras bañaba la calle, y las luces del<br />
alumbrado público, así como la de los pocos<br />
automóviles que pasaban por la calle<br />
se reflejaban en los charcos.<br />
—¿Quién lo diría? Claudia Guzmán tiene<br />
corazón —ironizó Julio, mientras llegaban<br />
al último descanso de las escaleras.<br />
—No seas pendejo, el comandante va<br />
a pagar nuestro cheque, así que lo menos<br />
que podemos hacer es demostrar<br />
empatía por su situación... No es que<br />
me importe, pero él si tiene que creer<br />
que nos interesa lo que le está pasando.<br />
—Yo creía que tú y Rosa eran amigas,<br />
pensé que la habías reconocido.<br />
—Fuimos amigas, es muy diferente —puntualizó<br />
Claudia, mientras bajaba el último<br />
escalón—. Pero la muy puta me dejó de lado<br />
para irse con sus amigos fresitas de la universidad.<br />
Además, ¿cómo chingados querías<br />
que la reconociera si ni siquiera podía ver su<br />
cuerpo sin vomitar. ¡Vaya que hay que ser un<br />
maldito enfermo para hacerle a alguien algo<br />
así! ¡En qué demonios se está convirtiendo<br />
nuestra sociedad?<br />
—¿Convirtiendo? —preguntó Julio con<br />
un dejo de ironía—. Así ha sido toda la<br />
vida, No sé de qué te admiras.<br />
—Carajo, sí, entiendo que hay veces<br />
que es necesario matar. ¿Pero hacerlo<br />
162<br />
con esa saña? Por favor, eso ya es estar<br />
enfermo —dijo, casi a gritos, mientras<br />
caminaban por la acera hacia la esquina,<br />
donde el Datsun 76 rojo de Claudia<br />
estaba estacionado. Julio no respondió,<br />
solo se limitó a seguir caminando.<br />
Llegaron al automóvil, Claudia subió<br />
del lado del conductor y se estiró para<br />
abrir la puerta del copiloto. Julio terminó<br />
de abrir la puerta, se sacudió los<br />
zapatos y entró, cerrando la puerta con<br />
suavidad. Después arrojó los registradores,<br />
aún envueltos en su cazadora, al<br />
asiento trasero y bajó un poco la ventanilla<br />
mientras Claudia arrancaba.<br />
—A esta sociedad se la está cargando<br />
la chingada —musitó Julio, mientras<br />
recargaba la cabeza en el respaldo.<br />
—Sí, pero de alguna forma tenemos<br />
que responsabilizarnos de ello —le respondió<br />
Claudia, mientras comenzaba a<br />
acelerar—. ¿Crees que podamos detener<br />
al imbécil este antes de que cometa<br />
un nuevo asesinato?<br />
—Sinceramente lo dudo, pero tenemos<br />
que intentarlo —respondió, lanzando<br />
un suspiro de cansancio—. Vamos<br />
por Aurora y por <strong>La</strong>ura, ya no vamos a<br />
poder ir a la fiesta.<br />
—Puta madre, ni para lo que me tarde<br />
arreglando.<br />
Continúa en<br />
<strong>La</strong> <strong>sirena</strong> <strong>varada</strong>, <strong>Año</strong> II, número 6
163
164<br />
EL DIABLO DE LA<br />
MEDJERDA<br />
Por Alberto Arecchi
Estoy dispuesto a apostar que nunca<br />
habéis encontrado el diablo de la<br />
Medjerda. Era una noche de lluvia<br />
y la carretera, estrecha y llena de curvas<br />
cerradas, no tenía protecciones adecuadas.<br />
Yo llevaba conmigo todos los efectos<br />
de mi casa. Me había embarcado en<br />
Génova, bajo la lluvia. En la Goulette,<br />
cuando llegué, estaba lloviendo. Después<br />
de veinticuatro horas de agua, el<br />
agua de las lagunas de Túnez desde un<br />
lado al otro, el agua del cielo.<br />
¡Traten ustedes de decirle a quien está<br />
convencido que en África nunca llueve!<br />
Abandoné la intención de pasar un<br />
día en Túnez y decidí proseguir. Siguiendo<br />
por la carretera costera, llegaría<br />
por la noche a Annaba, pero la<br />
ciudad era famosa por sus ladrones,<br />
capaces de cortar los neumáticos para<br />
forzarte a bajar y robarte. Teniendo el<br />
coche cargado con todas mis posesiones,<br />
incluyendo libros, café y ropa de<br />
cama, quería ser capaz de transferir<br />
todo en mi nuevo hogar.<br />
Así me aventuré en un camino que sobre<br />
el papel no parecía demasiado incómodo,<br />
con la convicción de llegar antes<br />
del anochecer a Souk Ahras, la antigua<br />
Tagaste, la ciudad natal de San Agustín,<br />
pasada la frontera. Sin embargo, la lluvia<br />
y las curvas terribles de aquella carretera<br />
de montaña estaban en lugar de<br />
ofrecerme una noche de pesadillas.<br />
En esas montañas, veinte años antes<br />
de mi viaje, las tropas coloniales francesas<br />
lucharan contra los rebeldes argelinos.<br />
Además de la lluvia, las curvas, la<br />
oscuridad, los destellos repentinos de<br />
relámpagos iluminando la noche y las<br />
canciones entre los dientes (o tal vez<br />
vociferadas con voz alta, ahora no recuerdo),<br />
tenía miedo de que un animal<br />
salvaje, de repente, llegase a cruzar mi<br />
camino: un jabalí, un mono, un perro<br />
callejero, un zorro o cualquier otro ser<br />
viviente. En la noche oscura, el coche<br />
podría romperse y no marcharse más...<br />
Mejor no pensar demasiado.<br />
Tal vez esto pueda explicar por qué<br />
no me detuve, cuando en medio de una<br />
curva estrecha, en la oscuridad que se<br />
abría frente a mí, una silueta blanca<br />
se me apareció de repente. Una gran<br />
sombra pálida, con las alas extendidas:<br />
tenía que ser un ave de presa nocturna,<br />
tal vez un mochuelo. Se detuvo un momento<br />
en el aire, en la luz de los faros,<br />
y desapareció, mientras mis ojos intentaban<br />
reconocer el camino.<br />
Un instante —o un siglo— más tarde,<br />
volví a mí cómo de un breve desmayo,<br />
la frente perlada de sudor frío, en<br />
el silbido de proyectiles de mortero.<br />
Siempre en la carretera, en la noche de<br />
tormenta, pero ahora estaba manejando<br />
un vehículo blindado. De dos observatorios,<br />
los rayos de la luz sableaban<br />
la montaña en busca de los rebeldes.<br />
<strong>La</strong>rgas ráfagas de ametralladora cortaban<br />
la noche. Mi coche pasó en el fuego<br />
cruzado de las balas trazadoras y vi<br />
claramente una máscara de mueca que<br />
me sonría: una especie de arpía, encaramada<br />
por un momento en el capó de<br />
mi camión. Como una brizna, o si fuera<br />
hecha de fósforo, la larva brillaba de su<br />
propia luz, desplazándose aquí y allá.<br />
Me sentía en peligro inmediato, la<br />
aparición bailarina asustándome más<br />
que las ráfagas y la tormenta. Tenía que<br />
esforzarme para mantenerme firme,<br />
los ojos bien abiertos en la noche, tenía<br />
de no distraerme. Sabía que, siguiendo<br />
con los ojos los movimientos de la<br />
aparición, podría salir de la carretera,<br />
por el barranco empinado. El viento<br />
del norte traía estrépitos violentos de<br />
165
lluvia. <strong>La</strong> escaramuza pareció terminar,<br />
pero unos disparos aislados aún sacudían<br />
la oscuridad. Mis ojos titubeaban<br />
entre las sombras de tuya y robles, buscando<br />
el destello de un arma. Veía sólo<br />
remolinos de tormenta y ramas, sacudiendo<br />
en las ráfagas de viento; pero al<br />
juego de luces y sombras se sucedía la<br />
mueca atroz de mi visión. <strong>La</strong> máscara<br />
de luz emitía latidos como una luciérnaga<br />
y parecía invitarme a seguirla. Se<br />
puso descansando en un claro, a unos<br />
cincuenta metros de la carretera.<br />
<strong>La</strong> cara de sonrisa satánica estalló en<br />
mil pedazos: astillas de luz, trozos de<br />
madera, metal y tierra húmeda. Un proyectil<br />
de mortero había golpeado a un<br />
pequeño depósito de municiones. Me<br />
detuve, me bajé del vehículo y me acerqué<br />
con cautela al claro en el bosque.<br />
Acostado en su propia sangre, un joven<br />
soldado en camuflaje, con el rostro desfigurado<br />
por la explosión, aún quedaba<br />
sin aliento y se murió entre mis brazos.<br />
Nunca sabré si fuera francés, un mercenario<br />
de la Legión o un rebelde argelino.<br />
No había señales que lo identificasen y<br />
frente a la muerte los jóvenes se muestran<br />
todos iguales. Durante los últimos<br />
suspiros, sacó de su bolsillo la foto de<br />
una niña y ahora la apretaba en su mano,<br />
como si tratara de aferrarse a esa última<br />
166
esperanza, su última memoria. Lo dejé<br />
ahí, bajo la lluvia, en la oscuridad y el<br />
silencio que se había hecho total. En la<br />
carretera, había mi propio coche esperando,<br />
con las luces encendidas.<br />
Llegué a Souk Ahras tarde en la noche<br />
y conseguí encontrar un hotel. Dormí<br />
poco, todavía sacudido por el viaje<br />
en la tormenta, por la visión, por los tiros<br />
de las armas de fuego y por la imagen<br />
de aquel joven atormentado. Al día<br />
siguiente, salté en mi coche y proseguí<br />
mi viaje hacia Argel.<br />
En seguida he podido descubrir las leyendas<br />
que se cuentan, tratando de apariencias<br />
similares a la que había visto esa noche.<br />
El «diablo de la Medjerda» se materializa<br />
como una larva o un fantasma, en ocasiones<br />
especiales, para predecir —o evocar— eventos<br />
desfavorables, en las montañas entre<br />
Túnez y Argelia. Dicen que el diablo aparece<br />
cuando alguien tiene que morir de una muerte<br />
violenta, o también para abrir brechas temporales,<br />
aperturas que le permitirán aprender<br />
algo sobre el pasado o el futuro.<br />
En esa noche de tormenta, la larva<br />
no viniera para llevarme... o tal vez...<br />
¿Quién sabe?<br />
<strong>La</strong> muerte ha llevado una vida en ese<br />
lugar, en una noche de tempestad.<br />
¿Pero en que año, y en cual mundo,<br />
de los muchos posibles y paralelos?<br />
167
168<br />
BAJO EL<br />
RESGUARDO DE<br />
LA OSCURIDAD<br />
Por J.Daniel Pineda
Él o eso ha estado conmigo desde<br />
que tengo memoria, aún no puedo<br />
explicar por qué o cómo es esto<br />
posible. Si tuviera que responder a una<br />
de esas preguntas ahora mismo, diría<br />
que estamos unidos por alguna especie<br />
de mal chiste.<br />
Cuando se posee la mente de un niño<br />
nada necesita una respuesta compleja,<br />
basta con decirles «los trae la cigüeña»<br />
o «el mar es azul por el reflejo del cielo»,<br />
de igual manera yo no requería de entender<br />
su presencia.<br />
Es completamente negro, plano<br />
como el papel, de figura humanoide<br />
aunque en ocasiones ésta se distorsiona,<br />
carece de rostro y se hace llamar «El<br />
Señor S».<br />
A pesar de todo esto, de cierta manera<br />
se parece a mí.<br />
Era agradable al principio, me hacía<br />
sentir que no estaba solo, que no era<br />
tan extraño como los otros decían. Jugábamos<br />
con pelotas, figuras de acción,<br />
plastilina, a los exploradores, a los bomberos,<br />
y toda clase de diversiones que<br />
nuestra imaginación era capaz de crear.<br />
Él me escuchaba, cosa que mamá y<br />
papá nunca hicieron, estaban demasiado<br />
ocupados por ahí firmando contratos<br />
y quitándole dinero a algunos ingenuos.<br />
Traté varias ocasiones de que los demás<br />
lo conocieran, algunos respondían<br />
no ver a nadie junto a mí, y después de<br />
mirarme con escepticismo, me daban<br />
la espalda murmullando algo similar<br />
a «que chico tan raro», los otros fingían<br />
verlo y hablarle, incluso tendían<br />
su mano al aire como si lo saludasen.<br />
Creo que esto me molestaba más que<br />
pensaran que era mi amigo imaginario.<br />
Tenía ocho años cuando todo empezó<br />
a transmutar. Estábamos en la<br />
escuela, tenía mucha hambre y había<br />
olvidado mi dinero, caminábamos cerca<br />
de la cafetería cuando me dijo «entremos<br />
y robemos algo». Yo no quería<br />
hacerlo, sabía que eso estaba mal a<br />
pesar de tener una corta edad y que en<br />
casa no se me había enseñado a diferenciar<br />
entre el bien y el mal, se lo dije<br />
muchas veces hasta que se aburrió de<br />
escucharme y me arrastró por la fuerza,<br />
luego tomó un paquete de galletas y<br />
me llevó fuera de ahí. Corrimos a nuestro<br />
escondite, un pequeño baño fuera<br />
de servicio, donde traté de interrogarlo<br />
y reprocharlo. Se limitó a comerse las<br />
galletas mientras soltaba las carcajadas<br />
de una travesura.<br />
Esto fue solo el principio, con el pasar<br />
de los días sus actos empeoraron,<br />
burlarse de los otros niños, insultarlos,<br />
tomar sus pertenencias a base de amenazas.<br />
Recuerdo con especial temor el<br />
día en el que se acercó a una chica y le<br />
susurró algo al oído, momentos después<br />
comenzó a llorar y a gritar aterrada,<br />
no pude escuchar aquellas siniestras<br />
palabras que debió decirle, quizás<br />
sea mejor así.<br />
Observarlo sin poder hacer nada no<br />
fue lo peor, sino el tener que ser culpado<br />
por todo lo que hizo. Nadie creyó mi<br />
historia, tan sólo veían a un niño problemático<br />
que necesitaba con urgencia<br />
visitar un psiquiatra. Esto terminó por<br />
aislarme aún más de las personas, las<br />
llevó a despreciarme, a temerme.<br />
Y con el pasar de los años, sus «actos»<br />
se convirtieron en crímenes.<br />
Distintas escuelas tuvieron que verme<br />
crecer, pues poco tardaban en quererme<br />
fuera de cualquier lugar al que<br />
llegase. Después de que el señor S empujara<br />
a uno de mis compañeros por<br />
las escaleras nos vimos en la necesidad<br />
de mudarnos a otra ciudad.<br />
169
Estaba por conocer el auténtico horror.<br />
Caminar por un vecindario el cual<br />
me desconocía y me miraba como a<br />
cualquier otro era reconfortante, aun<br />
sabiendo que se trataba de la calma<br />
antes de la tormenta. Me perseguirá por<br />
siempre el día en el que me topé con un<br />
chico de unos siete u ocho años en un<br />
terreno baldío, tenía puesto un guante<br />
de baseball y lanzaba la pelota contra<br />
una pared a algunos metros de distancia,<br />
iba por ella y repetía el proceso. A<br />
pesar de ser notorio que yo era unos<br />
diez años mayor, se acercó a mí para<br />
preguntar si quería jugar con él. Me contó<br />
que llevaba poco de haber llegado a<br />
la ciudad y que no tenía amigos. Nunca<br />
me habían invitado a jugar baseball, o<br />
cualquier otro juego. Sin pensarlo tomé<br />
el bate que estaba en el piso y me coloqué<br />
en posición. Aquellas horas fueron<br />
y serán las mejores de mi vida, pude reír,<br />
correr, saltar y batear sin ser juzgado o<br />
menospreciado por aquel pequeño que<br />
parecía no conocer la maldad.<br />
Justo cuando creí que esos momentos<br />
durarían para siempre, golpeé la<br />
bola con tal fuerza que impactó directo<br />
en su cabeza, haciéndolo caer al piso.<br />
Entré en pánico cuando vi la sangre que<br />
brotaba de su frente, traté de ayudarlo<br />
cuando el señor S se hizo presente, me<br />
arrebató el bate y asestó contra su cabeza<br />
una y otra vez, hasta que murió.<br />
Desde ese momento renuncié a mi vida<br />
para evitar que él volviera a hacerle daño<br />
a algo o a alguien. Ya que por alguna razón<br />
que no entiendo sólo puede aparecer<br />
cuando cualquier tipo de luz cae sobre mí,<br />
dibujándolo en el piso o algún muro, huí a<br />
un lugar el cual cubrí en su totalidad para<br />
evitar que se pinte de colores diferentes del<br />
negro, así nunca volvería a aparecer, nunca<br />
volvería a existir, así siempre sería de noche.<br />
Ahora estoy aquí, encerrado, condenado,<br />
bajo el resguardo de la obscuridad.<br />
170
171
172
MICRO<br />
CUENTOS<br />
173
Margarita, bella mujer, fue raptada por<br />
un gigante enamorado. En el camino, al<br />
monstruo se le escucho decir:<br />
—Me quiere… No me quiere…<br />
Eduardo Briones<br />
No sé qué pensaba cuando prendía la<br />
cola de mi gato en fuego ni tampoco escuché<br />
sus gritos cuando lo hice, pero fue<br />
tal mi sorpresa cuando descubrí que su<br />
cola encendida cual incienso, soltaba un<br />
aroma glorioso y dejaba un rastro de ceniza<br />
mientras poco a poco se consumía.<br />
Seguí el rastro de ceniza por la casa hasta<br />
el sótano, bajando las escaleras el aroma<br />
se concentraba poco a poco, y ahí en<br />
el rincón más oscuro y alejado de este, yacía<br />
un montón de ceniza apilada.<br />
Sergio A. Rot<br />
—Dele la prueba al niño. Son las nuevas<br />
sopas Ternura. Cada color cruje distinto;<br />
unos son coditos, otros son ojitos…<br />
—Mami, uno extiende su manita.<br />
174<br />
Beatriz Rodriguez
<strong>La</strong> nieve cae inundando la ciudad de<br />
una paz en blanco, no hay nadie en las<br />
calles, son las tres de la mañana y él camina<br />
dejando pequeñas huellas tras de<br />
sí, sus manos cuelgan a los costados y<br />
una línea de sangre marca lo que será el<br />
comienzo del fin.<br />
<strong>La</strong> ciudad se despierta, ya han encontrado<br />
el cuerpo del muchacho y escrito<br />
en la nieve un mensaje que provocó la<br />
huida de los implicados.<br />
Este decía: «Ustedes tienen la culpa, espero<br />
que puedan vivir con ella».<br />
Ese fue un año marcado por la culpa, la<br />
tragedia y la muerte.<br />
Romina Correa<br />
Mi compañero de celda me relató con<br />
detalles cómo descuartizó a su mujer en<br />
trece pedazos: cabeza, tronco, antebrazos,<br />
brazos, muslos, piernas y pies. Luego<br />
los tiró en lugares escondidos. Mi<br />
lamentable fallo, me dijo, fue haber<br />
echado la cabeza en un maletín y arrojarlo<br />
en una represa donde la encontró<br />
un pescador.<br />
¿Por qué trece pedazos si a mí la cuenta<br />
me da doce?, le pregunté cuando lo<br />
llevaban para la capilla. Porque tuve<br />
que cortarle el anular de la mano izquierda,<br />
que ya estaba inflamada, para<br />
quitarle el anillo de compromiso.<br />
Carlos Téllez Rodríguez<br />
175
Apareció el conejo en mi habitación, está<br />
frente a mí, me está mirando; sus ojos rojos<br />
y dilatados me causan pavor. No hace<br />
nada más que mirar. Siento helar mi cuerpo<br />
lentamente, el sudor frío brota por mis<br />
poros y la impotencia me come el cerebro<br />
evitando pensar qué es lo que sucede…<br />
dio dos pasos hacia mí, mira a su derecha<br />
y seguido vuelve conmigo. Es sangre, el<br />
gato está muerto.<br />
Después de todo lo que dijo que haría,<br />
lo mató, siempre fue su plan. Él sólo quiere<br />
mi cuerpo, quiere joderme la vida, quiere<br />
hacerme sufrir.<br />
AlexisHCeja<br />
Cumplidos los dieciséis años, todos<br />
los jóvenes debían acudir al Centro del<br />
conocimiento universal, donde, según<br />
sus capacidades y aptitudes se les implantaba<br />
un chip.<br />
<strong>La</strong>s enciclopedias mundiales fueron<br />
comprimidas en estos diminutos implantes<br />
y proporcionaban la ciencia<br />
necesaria para ejercer una profesión<br />
con un margen de error de cero.<br />
Lejos…había un científico loco, al que<br />
acudían los robots, aquellos con inteligencia<br />
artificial y perfecta que se había<br />
independizado de sus creadores humanos,<br />
por alguna partícula “divina” del<br />
ambiente. Le pedían que transmute su<br />
estructura metálica y fría en simple carne<br />
humana, sentimiento y conciencia.<br />
176<br />
Karola Álvarez Pesántez
El traquido del metal es sordo, pero<br />
incansable, la mujer logra percibir la<br />
vibración del material sobre la mesa,<br />
siente una convulsión recorriéndole la<br />
espalda y sabe que mientras continúe<br />
percibiendo el temblor de los hierros<br />
fríos, seguramente significa que sigue<br />
con vida. Si pudiera enfocar las fuerzas<br />
que le quedan en la punta de su lengua,<br />
tal vez sería capaz de empujar sus labios<br />
lo suficiente para dejar brotar un<br />
último gemido.<br />
—¿Escuchaste eso?<br />
—No prestes atención. En este trabajo<br />
debes acostumbrarte a los susurros<br />
de los muertos. Pásame la cierra<br />
circular, yo haré el primer corte.<br />
Celia M. Castro<br />
Abrazada a sus rodillas, sentada en el<br />
piso del patio de su casa, la nena lloraba.<br />
Había comenzado a los gritos,<br />
pero de a poco la angustia se había ido<br />
apaciguando. No pudo contar las horas<br />
de amargura, pero el hambre que<br />
sonaba en su pancita, le hacía pensar<br />
que ya debería ser la hora de la leche y<br />
sabiendo que nadie la buscaba, limpió<br />
su cara con las mangas empapadas de<br />
moco y creció.<br />
Cristina Kolodynski<br />
177
Sentado en un sillón de la gran sala<br />
aguardaba que me atendieran. Observaba<br />
indolente los numerosos cuadros<br />
con retratos en las paredes pero me<br />
llamó la atención el de una mujer que<br />
me miraba fijamente y sonreía. Sacudí<br />
mi cabeza, incrédulo, pero al fijarme<br />
nuevamente en la pintura, ella seguía<br />
sonriéndome levemente. Miré al resto<br />
y descubrí atemorizado, que todos los<br />
rostros me sonreían. Súbitamente se<br />
abrió la puerta y un hombre adusto me<br />
invitó a pasar. Mientras caminaba, iba<br />
mirando los cuadros con receloso disimulo:<br />
uno de ellos estaba con el lienzo<br />
en blanco.<br />
Rodolfo Lobo Molas<br />
Desearía poder rezar, pero no sabe<br />
ninguna oración. Va herido y se ha refugiado<br />
en el lugar más recóndito de ese<br />
bosque que recorre a diario y conoce<br />
tan bien. Aunque puede olerles mejor<br />
y verles mejor, tal es su agonía que es<br />
incapaz de escapar cuando las bestias<br />
aparecen apuntando con sus armas.<br />
Medio ahogado por la sangre, el grito<br />
brota de aquella boca tan grande de<br />
lobo, con la esperanza de que la niña<br />
pueda oírle mejor antes de que lleguen<br />
a la casa.<br />
178<br />
Lluís Talavera
Solo el humo de un cigarrillo a medio<br />
apagar, incrustado en los pliegues de<br />
la mesa llenaba la habitación. Afuera,<br />
los pasos insistentes de quien dejo cerrar<br />
la puerta dejan entrever su angustia.<br />
Sus asustadizos ojos se inyectan<br />
del terror de quien ha visto lo que no<br />
debe. Sus manos temblorosas iteran el<br />
deseo de entrar al habitáculo desde el<br />
cual huye de la realidad. Su seca boca<br />
muestra como lo ha intentado una y<br />
mil veces.<br />
De nuevo se abre la puerta. Pesadamente<br />
se acerca a la cama en donde ve<br />
como un cuerpo, su cuerpo, se pudre<br />
lentamente.<br />
José Miguel Rojas Rua<br />
Se trataba de una mujer que durante<br />
el acto sexual con su consorte, tuvo un<br />
ataque de canibalismo y se lo devoró<br />
dejando intactos solamente sus órganos<br />
genitales con los que jugó hasta ser<br />
capturada por las autoridades. Ya en la<br />
cárcel, un día como hoy, su celda fue<br />
hallada vacía con tan solo una mantis<br />
religiosa saltando de un lugar a otro<br />
y la sombra sin rastro de un guardia<br />
desaparecido.<br />
Andrés Mauricio Urrea Díaz<br />
179
Caminaba sigilosamente por la calle,<br />
mientras un movimiento casi imperceptible<br />
de su cuerpo es percatado por<br />
la multitud silenciosa, como una leve<br />
vibración sentimental. Nunca antes había<br />
sentido algo semejante. A medida<br />
que continuaba su marcha, la agitación<br />
fue tomando fuerza, a tal punto que su<br />
cuerpo se movía por sí solo, como queriéndose<br />
escapar de algo. Se sintió intimidado<br />
por las atentas miradas, que<br />
como pequeños reflectores, seguían su<br />
desplazamiento por la calzada, estupefactas<br />
ante semejante espectáculo.<br />
Cuando éste fenómeno concluyó,<br />
pudo observarse a sí mismo, y sentir<br />
por fin que su cuerpo volvía a la normalidad;<br />
el alivio fue tremendo, hasta que<br />
se dio cuenta que lo observaba desde<br />
tres metros de distancia.<br />
Gabriel Falconi<br />
El bus se desplazaba rápido, me parecía<br />
que nadie más se subiría en él, sin embargo,<br />
unas cuadras antes de llegar a mi destino,<br />
se detuvo. Un hombre saltó al interior<br />
y empezó a preguntar qué año era. ¿Qué<br />
año es? ¿En qué año estamos? Preguntaba<br />
una y otra vez y nadie le respondía. Al<br />
fin, se acercó a mí y me imploró que le<br />
dijera en qué año estábamos. Le respondí<br />
que en el 2017. El hombre se quedó quieto<br />
unos segundos, con ojos desquiciados.<br />
Luego se rio y como loco saltó del bus. Lo<br />
vi correr gritando: «¡Funcionó! ¡Funcionó!»<br />
180<br />
Andrés Pascuas Cano
—Usted —decía el juez—, fue encontrado<br />
en las instalaciones de la tienda horas<br />
después de que la horda destruyera<br />
las barreras de seguridad y tomara una<br />
gran cantidad de productos y dinero.<br />
Si bien usted no posee conexión alguna<br />
con los saqueadores mencionados,<br />
aprovechó que el sitio se encontraba<br />
abierto y sin vigilancia para robar dos<br />
televisores. Por ello, el Estado lo sentencia<br />
a pasar dos años en la cárcel.<br />
¿Tiene algo que decir?<br />
El acusado se levantó de su silla, irguió<br />
el pecho y, mirando a los presentes<br />
en la corte, dijo:<br />
—¿Quién hubiera dejado una oportunidad<br />
así?<br />
Brayant Sandoval Escalante<br />
Regresó a la mesa con dos vasos de café.<br />
—Hijo, que alegría que vinieses. Siempre<br />
puntual y con un café para tu padre.<br />
Expresó el anciano sonriendo sin recordar<br />
que le había visto hacía dos minutos.<br />
—Le fue imposible no traer a la memoria,<br />
y con lágrimas en sus ojos, el<br />
momento en que su progenitor no quiso<br />
transferir sus recuerdos.<br />
Soy un humano tradicional, de los<br />
que mueren indagando en su memoria<br />
capítulos vividos para repetirlos<br />
las veces que sean necesarios.<br />
Ahora el Alzheimer había borrado hasta<br />
el día que tomó esa decisión.<br />
Zacarías Zurita Sepúlveda<br />
181
Tengo algo que confesar: me estoy enamorando<br />
de mi mejor amiga. Renata es<br />
mágica, pero no porque sea atractiva<br />
ni tonterías de esas; es mágica de verdad.<br />
Su pelo brilla con luz propia, literalmente;<br />
desprende luz verdosa, casi<br />
color esmeralda. Esa no es su única<br />
cualidad, cada vez que pienso en ella<br />
me mira. Parece tener un radar del que<br />
nada puede escapar. Así que esta mañana<br />
le he pedido consejo a mi madre<br />
y ha sido revelador:<br />
—¡Mamá! ¿Has visto a Renata?<br />
—¿No la has visto tú, Gabi?<br />
—¡No!<br />
—Entonces tu amiga imaginaria ha<br />
desaparecido. Bienvenido a la madurez.<br />
Borja Moreno Martínez<br />
En mi viaje a la Habana, la tormenta<br />
tropical atrapó la aeronave. Moría de<br />
ganas por conocer la isla. Ahora, sentado<br />
en el bar <strong>La</strong> Bodeguita del Medio,<br />
escucho comentarios de un par de turistas<br />
extranjeros sobre el accidente<br />
aéreo sucedido esta mañana en el mar<br />
Caribe, del cual, no se salvó ningún pasajero.<br />
Asustado, salgo del lugar. Me<br />
asombro al pensar que mi alma voló<br />
más rápido que mi cuerpo.<br />
182<br />
Oscar Seidel
Despertó de madrugada, o así lo creyó<br />
cuando ocurrió, si bien durante años<br />
procuró negarlo y ocultarlo en un oscuro<br />
rincón, donde la mente guarda<br />
sus secretos más opacos. Aquello lo<br />
marcó por siempre, si bien ahora lo ansiaba<br />
en vez de temerlo.<br />
Todo comenzó cuando, con la mente<br />
despierta, comprendió que la realidad<br />
escapaba a su control. Incapaz<br />
de moverse, o de articular palabra,<br />
pronto comenzó a elevarse, como si su<br />
consciencia se separase de su propio<br />
cuerpo. Se elevó y cayó inerte sobre el<br />
colchón, como un saco. Cayó y luego se<br />
movió. Entonces habló. Luego, calló.<br />
Iñaki Sainz de Murieta<br />
Ella divisó su territorio hasta toparse<br />
con su víctima, un hombre solitario<br />
sentado en la barra del bar. <strong>La</strong> mujer<br />
cogió dos copas de vino y fue por él. Dio<br />
unos pasos y le susurró que la siguiera<br />
a su habitación en el segundo piso.<br />
Perplejo aceptó con la mirada. Dentro,<br />
los más bajos instintos surgieron, ninguno<br />
cedía a la excitación del momento,<br />
entonces, la fémina cambió su porte<br />
mientras hacían el amor, el hombre<br />
sintió un dolor intenso que derivó en<br />
un grito horrible. <strong>La</strong> vagina de la mujer<br />
tenía colmillos, acababa de castrar<br />
su sexo sin piedad.<br />
Mario Ruddyart Bermúdez Pérez<br />
183
Ella necesitaba ayuda, atrapada bajo<br />
los escombros. Aterrada, enterrada,<br />
atrapada por un odio irracional y discriminador,<br />
con forma de bomba.<br />
El miedo comenzaba a llenar sus pulmones,<br />
igual que el polvo. Lo sentía en<br />
la piel, bajo las uñas, enterrado bajo un<br />
bloque de piedras, incapacitado para<br />
salir. Miedo a estar enterrada viva, miedo<br />
a no entender por qué.<br />
Pero ese día de julio de 1994 en Argentina,<br />
no hubo religión, ni historias,<br />
ni culturas diferentes. Dos palabras bastaron<br />
para cruzar las fronteras de la diferencia.<br />
Sólo dos: «ayuda» y «gracias».<br />
Dos palabras para desvanecer el miedo.<br />
<strong>La</strong> primera era una convocatoria humana,<br />
a la que muchas manos, al igual<br />
que las de él, respondieron solidariamente:<br />
espíritus unidos en la desgracia.<br />
<strong>La</strong> última palabra fue la que surgió<br />
ante ese acto de hermandad. «Gracias»<br />
fue la palabra de ella, cuando él la encontró<br />
bajo las piedras, y desvaneció<br />
su miedo.<br />
Silvina Alejandra Pose<br />
<strong>La</strong>s vestiduras de terciopelo le resultaron<br />
placenteras al tacto, lo incómodo<br />
fue descubrirse dentro de un ataúd.<br />
—Pensaba visitarte mañana... ¿Qué haces<br />
aquí?<br />
—Hace un año tú fuiste a visitarme —dijo<br />
mientras caminaba lastimosamente hacia<br />
el sillón—. Hoy me tocaba a mí...<br />
—Ya pasó mucho tiempo desde aquel<br />
accidente, creí que te recuperarías —una<br />
ligera sonrisa se dibujó en su rostro.<br />
—Ya no me duele, pero no importa,<br />
solo tengo esta cojera —suspiró—. Digo,<br />
algún precio tenía que pagar...<br />
—Yo no lo merecía. Tú pudiste... —ella<br />
soltó una carcajada, como siempre, su<br />
humor era muy difícil de entender, me<br />
miró a los ojos y dijo:<br />
—Calla, calla... ya lo hemos hablado<br />
antes. Mejor tráeme un vaso de agua.<br />
Mira que todavía no me acostumbro al<br />
calor de ese lugar...<br />
Aurora Ceres<br />
El pasaje. <strong>La</strong> mano del chofer rozando<br />
la piel. <strong>La</strong> mirada de todos los pasajeros.<br />
El roce indecente al ir todos<br />
parados. El asiento vacío. <strong>La</strong> mirada libidinosa<br />
de alguien sobre el desbordamiento<br />
de los senos. El descubrimiento<br />
de esa mirada.<br />
Un vistazo al celular.<br />
Un «mensaje» sugestivo esperando<br />
a ser visto; luego otro y otro más. <strong>La</strong>s<br />
respuestas condescendientes: ¿Hoy?<br />
¿A qué hora? ¿Dónde te veo? Mientras<br />
un cosquilleo moja el sexo esperando<br />
ansiosa la respuesta.<br />
Escribiendo…<br />
¡Este es un asalto, cabrones! ¡Celulares,<br />
carteras y cosas de valor o se los<br />
lleva la chingada!<br />
<strong>La</strong>s <strong>sirena</strong>s a lo lejos.<br />
El MP.<br />
184<br />
Crista Aun<br />
Jonathan Santamaría
CONOCE A<br />
LOS AUTORES<br />
QUE COMPONEN<br />
ESTE NÚMERO<br />
185
Donis Albert Egea<br />
Donís Albert Egea, Técnico superior informático,<br />
además ayuda a su padre en<br />
el trabajo. Escribe desde hace 17 años y<br />
ha obtenido galardones literarios como<br />
3º puesto en el X EPLA de narrativa 2001,<br />
accesit en el Katharsis de poesía 2009, finalista<br />
en el Limaclara de ensayo 2014, finalista<br />
en el Premio UNIR de ensayo 2015<br />
o aparecido en cantidad de antologías de<br />
poesía, cuento y microrrelato. Actualmente<br />
termina la carrera de Grado en Estudios<br />
Hispánicos en la Universidad de Valencia.<br />
Tania Rivera<br />
Tania Rivera (Xalapa, Ver. 12 de enero<br />
de 1997) es estudiante de Letras y literatura<br />
hispánicas en la Universidad Veracruzana,<br />
ha participado en la presentación<br />
del número 38 de la revista <strong>La</strong><br />
Palabra y el Hombre. Actualmente dice<br />
ser escritora, pues como decía Ana María<br />
Matute: escribir es siempre protestar,<br />
aunque sea de uno mismo.<br />
186<br />
Cosme<br />
Nació en el puerto fronterizo de Nuevo<br />
<strong>La</strong>redo, Tam. Donde pasó su infancia<br />
y parte de su juventud. Después se<br />
trasladó a la Ciudad de Morelia, Mich.,<br />
dónde estuvo algunos años paseando<br />
y aprendiendo. Ahora nuevamente vive<br />
en el Norte del País con su bella esposa e<br />
hijo. Dedicado actualmente a la docencia,<br />
al Kendo, su iglesia y otras actividades,<br />
nunca perdió el gusto por la lectura.<br />
Alberto Arecchi<br />
Arquitecto italiano, presidente de la Asociación<br />
Cultural Liutprand, de Pavía, que<br />
pública estudios sobre la historia y las<br />
tradiciones locales. (www.liutprand.it) Autor<br />
de publicaciones y libros obre el património<br />
histórico y la história de su ciudad,<br />
otros asuntos de arquitectura, tecnologías<br />
para el desarrollo; escribe cuentos<br />
breves y poemas en diversos diferentes<br />
idiomas, ganando galardones y reconocimientos<br />
en concursos literarios en Italia,<br />
España, América <strong>La</strong>tina.
David Saade<br />
Mi actual existencia vio luz en 1992.<br />
Desde pequeño amé la literatura, con<br />
colecciones como Elige tu propia aventura.<br />
A mis 8 años, llegó a mis manos un<br />
libro que cambiaría mi vida: Rabia de<br />
Stephen King. Escribo desde 2010. En<br />
los últimos 7 años fui participe de un<br />
taller de letras y eventos relacionados.<br />
Este año publique “Duplicidad” Mi primera<br />
obra. Antología de horror junto a<br />
otra colega.<br />
Allen Schavelzon<br />
Ha escrito desde su adolescencia pues<br />
su pasión por las letras es casi nata,<br />
definiendo su estilo en una amalgama<br />
de tintes oscuros y auras melancólicas.<br />
Actualmente funge como estudiante,<br />
redactora independiente, promotora<br />
de la lectura y en sus ratos libres es autora<br />
del blog <strong>La</strong> Rosa de Jericó.<br />
Maximiano Revilla Vega<br />
Nació en Tabanera de Valdavia, el 21 de<br />
Diciembre de 1962. Reside en Madrid.<br />
Estudios de Teoría y Creación Poética<br />
con los premios Magón de Poesía en<br />
Costa Rica, <strong>La</strong>ureano Alban y Julieta Dobles.<br />
UNED. Grado en Lengua y literatura<br />
Española. Miembro activo del Grupo<br />
Aranjuez de Poesía Trascendentalista.<br />
Su basta obra narrativa ha sido publicada<br />
pro Ediciones Vitruvio, mientras que<br />
su obra poética se encuentra disponible<br />
en Amazon.<br />
Esther Domínguez Soto<br />
Es profesora de inglés. Vive y trabaja<br />
en Pontevedra, España. Gusta de leer,<br />
escribir, viajar, charlar y tomar café con<br />
las amigas; además de las plantas y el<br />
chocolate.<br />
187
Emmanuel Ivan<br />
Soy originario de Salina Cruz Oaxaca,<br />
donde nací el 05 de diciembre de<br />
1976. Actualmente vivo en el Pueblo<br />
de Santo Tomas Mazaltepec, Etla, Oaxaca.<br />
Abogado de profesión, con una<br />
Maestría en Fiscal. Litigante con despacho<br />
propio. En mis tiempos libres y<br />
por gusto propio, escribo cuentos, en<br />
su mayoría ciencia ficción, aunque he<br />
explorado también otros géneros.<br />
Carlos Cuauhtémoc Martinez<br />
Nacido en la Ciudad de México el 6 de<br />
Marzo del 88. Geógrafo por la UNAM.<br />
Promotor el cuidado de los animales y<br />
lo recursos naturales, tiene como pasiones<br />
la escritura y el fútbol. Al día de hoy<br />
ha publicado 2 ensayos y 2 cuentos de<br />
amor. Tiene en el tintero varias novelas<br />
que espera algún día vean la luz y puedan<br />
dejar un mensaje en sus lectores.<br />
José Francisco Hernández<br />
Nació en la Ciudad de México. Estudió<br />
Pedagogía en la FES ACATLAN─UNAM.<br />
Actualmente está encargado del Archivo<br />
Histórico Francisco I. Madero, en Palacio<br />
Nacional. <strong>La</strong> vocación de escritor la ha<br />
tenido desde muy joven, sin embargo no<br />
fue hasta el 2003 que se decidió a hacerlo<br />
formalmente. Tiene una gran predilección<br />
por los cuentos porque sabe que el<br />
conjunto de esas pequeñas historias dan<br />
fe del mundo en que vivimos.<br />
Mauricio Vega Vivas<br />
Ciudad de México 1965. Obtuvo el primer<br />
lugar en el Concurso de Cuento de<br />
la Casa Universitaria del Libro UNAM,<br />
CASUL 2011. Y tercer lugar en el Segundo<br />
Concurso de Cuento Rincones Mágicos<br />
de México, convocado por Editorial<br />
Porrúa y Secretaría de Turismo, con el<br />
cuento <strong>La</strong> ciudad bajo la ciudad. Que<br />
cuenta ya con dos ediciones y forma<br />
parte de su colección infantil Gusano<br />
de Luz.<br />
188
Gabriel Bevilaqua<br />
Argentina. Narrador. Sus microrrelatos<br />
han aparecido en una veintena de antologías<br />
de Argentina, México y España.<br />
Entre otras: Cienfictimínimos (México,<br />
2012), De antología. <strong>La</strong> logia del microrrelato<br />
(España, 2013), Brevedades<br />
(Argentina, 2013), 40 plumas y pico<br />
(España, 2014) <strong>La</strong>s palabras contadas<br />
(España, 2015). Mantiene la bitácora El<br />
elefante funambulista.<br />
Gabriela Santamaria Santiago<br />
Licenciada en Educación egresada de<br />
la Escuela Normal Superior de México.<br />
Profesora de Educación Básica en la<br />
SEP. Siempre interesada en la promoción<br />
de la lectura. Ganadora del tercer<br />
lugar del Premio ESRU OPINA 2006. Algunos<br />
de sus cuentos y reseñas aparecen<br />
en la revista Horizontum.<br />
Miguel Fernando Payán Ramírez<br />
Chihuahuense de nacimiento, historiador<br />
por necesidad, músico por convicción<br />
y escritor por accidente. Nacido<br />
junto a una tierra robada, en un norte<br />
inventado, que se cruza con un desierto<br />
a veces ficticio y otras tantas reivindicativo.<br />
Mentiroso profesional y mal<br />
bailarín.<br />
Andrés Briseño Hernández<br />
(Jerez, Zacatecas, 1981). Escritor, narrador<br />
oral y mediador del Programa<br />
Nacional de Salas de Lectura. Autor<br />
de los libros Letras blancas. Letras negras<br />
e Iban cayendo las estrellas y otros<br />
cuentos. Además ha publicado cuentos,<br />
poemas, caricatura y fotografía en diferentes<br />
medios impresos y electrónicos<br />
Integrante de la Compañía Estatal de<br />
Narración Oral de Zacatecas.<br />
189
∆len<br />
Aarón Zamarripa, también conocido<br />
como ∆len, nació en la ciudad de México.<br />
Su carrera en las letras se remite al<br />
2010, cuando por incentivo de su madre<br />
comenzó a escribir sus propias historias.<br />
Su formación literaria ha sido totalmente<br />
autodidacta, gracias a las ávidas lecturas<br />
hechas a autores como: Ignacio<br />
Manuel Altamirano, Howard Phillip Lovecraft,<br />
Algernon Blackwood, Lord Dunsanny,<br />
Jane Austen. Mismos que son sus<br />
influencias más directas.<br />
Mauricio del Castillo<br />
(Ciudad de México, 1979) ha colaborado<br />
para diversas páginas y revistas de CF.<br />
En 2012 publicó su primera colección<br />
de cuentos <strong>La</strong> variable multimillonaria y<br />
otros relatos. En 2014 apareció su segunda<br />
colección <strong>La</strong> nave de la discordia y otras<br />
piezas de anticipación. Actualmente se<br />
encuentra preparando la publicación de<br />
su primera novela Metástasis mental para<br />
la Editorial Dreamers.<br />
J. Daniel Pineda<br />
Escritor mexicano de diecinueve años<br />
de edad nacido en Guadalajara, y ahora<br />
residente de la ciudad de León (Guanajuato).<br />
Definido en el área del terror,<br />
desarrolla relatos donde el suspenso<br />
es su principal herramienta para generar<br />
aquellos sentimientos de intranquilidad<br />
y pánico sobre sus lectores. Actualmente<br />
se encuentra escribiendo su<br />
segundo libro: «Penumbra. Relatos de<br />
la Noche». Siendo el sucesor de: «Sombrío.<br />
Relatos de Sangre y Demencia».<br />
190<br />
Racconto Urahara<br />
Racconto Urahara vive en el norte de México.<br />
Escribe de manera independiente,<br />
principalmente ficción, y hace encuadernados<br />
a mano. Bebe café a mares.
Tania Angélica Jáquez Arzaga<br />
Licenciada en Diseño Gráfico (ESCOGRAF)<br />
y Máster en Mercadotecnia (ITESM), nacida<br />
en Chihuahua, Chih. Celosa escritora,<br />
aficionada a la lectura y los videojuegos.<br />
Ha escrito dos novelas: una de fantasía<br />
(inédita) y otra de ciencia ficción (en proceso);<br />
autora de diversos cuentos de fantasía,<br />
cotidianos y ciencia ficción. Escribe<br />
en el blog «<strong>La</strong> Cueva del Cuervo». Asistente<br />
al Taller de Narrativa «Ray Bradbury»;<br />
acreedora de la Beca Interfaz 2017 en Culiacán<br />
en marzo de ese año.<br />
Daniel Felipe Aldana<br />
Colombiano de 25 años nacido en Bogotá.<br />
Adepto a la tecnología, los videojuegos,<br />
los cómics y la creación literaria,<br />
de preferencia en los géneros suspense,<br />
negro y policíaco, enfocándose en las<br />
historias que exploran el comportamiento<br />
humano cuando éste es errático<br />
y aterrador. Tiene una afición por el<br />
deporte y buen estilo de vida para complementar<br />
el correcto desarrollo de las<br />
capacidades intelectuales.<br />
Gabriela Bolaños Cacho Gasca<br />
Escritora, poetisa y prosista mexicana,<br />
nacida el 18 de abril de 1996 en la actual<br />
Ciudad de México; reside en Aguascalientes<br />
y cursa el penúltimo semestre de la<br />
Licenciatura en Comunicación e Información<br />
en la Universidad Autónoma de<br />
Aguascalientes. También es colaboradora<br />
recurrente en revistas digitales nacionales<br />
como Sputnick y Symposium, ésta última<br />
perteneciente al Ateneo de la Juventud,<br />
así como la publicación de dos de sus textos<br />
auspiciados por editoriales españolas.<br />
Roberto Omar Román<br />
Nació en la Ciudad de México, D.F. en 1965.<br />
Es cofundador del Grupo Literaria Urawa<br />
en la ciudad de Toluca, iniciado en mayo<br />
de 1993, ubicado en la biblioteca central<br />
Leona Vicario, lugar donde se congregan<br />
cada sábado, un reducido grupo de escritores,<br />
principiantes e iniciados, a tallerear<br />
poesía, narrativa y ensayo. Ha publicado<br />
cuentos y poemas en las antologías colectivas<br />
<strong>La</strong> semana comienza los sábados,<br />
Gambusinos, Átomos literarios y minificciones<br />
en la revista Urawario.<br />
191
Lorenzo Ko<br />
Nacío en 1995 en Valladolid. Por ahora,<br />
estudia Filología Hispánica en la UVa y<br />
Dirección escénica y Dramaturgia en la<br />
ESADCyL; pero, sobre todo, escribe. Escribe<br />
porque es su pasión y, con ello, ha<br />
conseguido publicar y ganar algún que<br />
otro premio.<br />
Juan Pablo Goñi<br />
Escritor argentino. Ha publicado: Bollos<br />
de papel; Mis Escritos (Argentina),<br />
2016; <strong>La</strong> puerta de Sierras Bayas, Pukiyari<br />
Editores, USA 2014. Mercancía sin<br />
retorno, <strong>La</strong> Verónica Cartonera (España,<br />
2015). Alejandra y Amores, utopías y<br />
turbulencias, Dunken (Argentina, 2002).<br />
Relatos y poemas en antologías y revistas<br />
en Argentina, España, Ecuador,<br />
Perú, México y Estados Unidos. Ganador<br />
Premio Novela Corta <strong>La</strong> verónica<br />
Cartonera (España), 2015.<br />
Kalton Harold Bruhl<br />
(Honduras, 1976) ha publicado los libros<br />
de relatos El último vagón (2013),<br />
Un nombre para el olvido (2014), <strong>La</strong><br />
dama en el café y otros misterios(2014),<br />
Donde le dije adiós (2014), Sin vuelta<br />
atrás (2015), <strong>La</strong> intimidad de los Recuerdos<br />
(2017); Novela: <strong>La</strong> mente dividida(2014).<br />
Es premio Nacional de<br />
Literatura Ramón Rosa y miembro de<br />
número de la Academia Hondureña de<br />
la Lengua, Correspondiente de la Real<br />
Academia de la Lengua.<br />
192<br />
Oliver Salvador López Gutiérrez<br />
Dicen que es un extraño hombrecillo<br />
que deambula de aquí para allá y de<br />
allá para acá. Su nombre es Oliver Salvador<br />
López Gutiérrez, pero le apodan<br />
Chava, y es un espécimen algo raro en<br />
la naturaleza. Es difícil de conversar<br />
con él, pero quien lo hace, encontrará<br />
una clase de charla que difícilmente se<br />
ve en otros. Es de temperamento difícil,<br />
terco y ocurrente. Está en peligro de<br />
extinción.
Cristina Valero<br />
Cristina Valero nació un Diciembre frío y<br />
nevado en Cataluña. Sus padres la abrazaron<br />
y apretándola contra su pecho escuchó<br />
las primeras palabras de Amor, y<br />
sus ojos pequeños se hicieron grandes y<br />
saltones. Estudió Educación Infantil en<br />
Barcelona y se interesó por la literatura<br />
infantil, la transformación emocional, la<br />
pedagogía y la manera del ser humano<br />
de relacionarse consigo mismo. Mirando<br />
y aprendiendo, empezó a escribir<br />
cuentos como si no hubiera mañana.<br />
Miguel Ángel Barragan<br />
Nacido el 5 de septiembre de 1989 en<br />
la Ciudad de México. A los 12 años de<br />
edad ingresé a Iniciación Universitaria<br />
de la Escuela Nacional Preparatoria,<br />
Plantel No. 2, de la UNAM. Seis años<br />
después, estudié Filosofía en la Facultad<br />
de Filosofía y Letras de la UNAM,<br />
de donde egresé con honores en 2012.<br />
Actualmente copywriter publicitario y<br />
amante de las letras.<br />
Andrea Medina<br />
Colombiana nacida en Venezuela, graduada<br />
en Educación en el año 2015. Actualmente<br />
vive en Quito, Ecuador y se<br />
desempeña como tutora privada de inglés<br />
para principiantes. Su gran pasión<br />
es escribir y espera hacerlo profesionalmente<br />
muy pronto; escribe nuevos<br />
relatos con regularidad y trabaja en el<br />
desarrollo de dos novelas. Su género literario<br />
favorito es el thriller psicológico<br />
y lee mucho al respecto.<br />
Juan Christian Aguirre Contreras<br />
Por mucho tiempo, no tuvo la certeza<br />
de lo que estaba haciendo. A veces produciendo,<br />
otras trabajando para redes<br />
sociales o fotografiando animaciones<br />
cuadro por cuadro. Actualmente estudia<br />
la Maestría en Guión y retomó<br />
el gusto por escribir relatos y cuentos<br />
cortos. Ahora vive en un cuarto de hotel<br />
y desde ahí cuenta sus historias. Si<br />
le preguntan que está haciendo, el está<br />
haciendo cine un guión a la vez.<br />
193
Juan Pascal<br />
Licenciado en Economía. Obtuvo uno<br />
de los accésit en el I, II y III Certamen literario<br />
Sierra de Francia con unos relatos<br />
titulados <strong>La</strong> búsqueda, <strong>La</strong> mujer del paraguas<br />
y Por su alma, respectivamente.<br />
Además, su relato Los heraldos del bosque<br />
fue seleccionado y publicado en la<br />
antología Kalpa III Relatos satánicos de<br />
Castilla y León.<br />
Juss Kadar<br />
Técnico de farmacia por profesión, su<br />
pasión siempre ha sido escribir cualquier<br />
historia, ya sea de intriga, amor,<br />
fantasía... Una escritora por impulso<br />
que se atreve con todos los géneros.<br />
Ganadora de varios premios literarios<br />
en el Instituto y uno concedido por el<br />
ayuntamiento en San Sebastián de los<br />
Reyes (Madrid) En 2012 iniciaba el blog<br />
<strong>La</strong> muerte de los sueños, donde como<br />
un diario contaría su lucha para convertirse<br />
en una escritora reconocida.<br />
Aly Cañizales<br />
Escritor regiomontano, su inspiración<br />
llegó a partir de un sueño, complementando<br />
que su sueño fue siempre<br />
ser escritor, A sus 29 años comenta<br />
que desde pequeño se interesó en<br />
la lectura y en las bellas artes como<br />
la fotografía, el teatro, la pintura y la<br />
música. Es fiel seguidor de escritores<br />
digitales españoles tales como Fernando<br />
Trujillo Sáenz, y Cesar García.<br />
José Luis Vázquez<br />
Editor, cantautor, investigador privado<br />
retirado y estudiante de la carrera<br />
de Lengua y literatura hispánica en<br />
la facultad de filosofía y letras de la<br />
UNAM. Además de diversos premios<br />
literarios en Japón, ostenta el segundo<br />
lugar como mejor jugador de Super<br />
Contra en Retroachievemens<br />
194
195
en nuestro siguiente número:<br />
Una nueva y mejorada<br />
revista, la cual será ahora<br />
en formato mensual, con más<br />
cuentos, ensayos para ustedes