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La sirena varada: Año 1, Anual

El especial del primer año de La sirena varada: Revista literaria

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Trapaga se encontraba a punto de<br />

ser decapitado por la guillotina en<br />

plena Revolución Francesa. Sintió<br />

que su garganta se cerraba y le impedía<br />

proferir un grito de ayuda. El verdugo,<br />

de pie junto a la horca, sacó una pequeña<br />

bolsa de algodón e introdujo la cara<br />

del prisionero en ella. Trapaga aferró su<br />

maletín, como si se tratara de su única<br />

realidad en esta extraña no existencia.<br />

—¡Auxilio! —exclamó.<br />

Creyó que se trataba de un sueño<br />

que casi ponía en entredicho las leyes<br />

de la física. Sin embargo, alcanzó a recordar<br />

que había sido arrojado a esa<br />

época por aquel charlatán del Control<br />

Maestro de la Aldea Digital.<br />

Alguien retiró la aguja receptora cerca<br />

del nervio óptico. Trapaga se hallaba<br />

tendido ahora en la mesa de simulación,<br />

con la entrada coaxial injertada<br />

en su cráneo. Tardó en acostumbrarse<br />

a la luz. Al reponerse, sintió una mano<br />

sobre su hombro. Se trataba del administrador<br />

y monitor de la aldea.<br />

—¿Cómo se siente, señor Trapaga? —preguntó,<br />

con una sonrisa diabólica y un tanto<br />

cínica—. ¿Le agradó?<br />

—De ningún modo.<br />

—¿Qué ocurre? ¿Pompeya no es de su<br />

gusto? ¿Sufrió una quemadura de piel<br />

en Marte? ¿Marylin Monroe lo abofeteó?<br />

—Usted me quiso jugar chueco. Esto<br />

no era lo que yo pensaba. ¡No es justo!<br />

Él ya estaba demasiado grande para<br />

estas cosas, pensó. No era su forma<br />

ideal de pasarla bien. ¿Qué caso tenía<br />

oler las flores en una simulación si no<br />

era en un campo al aire libre? Sentía<br />

que algo se desperdiciaba en el mundo<br />

y que lo sumía en una penumbra de la<br />

que muy difícilmente saldría.<br />

Se retiró, no sin antes echar una última<br />

mirada a los usuarios perdidos en sus propias<br />

simulaciones. <strong>La</strong>s luces estroboscópicas,<br />

las bagatelas, los ruidos estridentes<br />

y los repentinos fantasmas eran algo común<br />

a la Aldea Digital. Trapaga se sentía<br />

como un animal fuera de su hábitat.<br />

Halló un rincón tranquilo para descansar,<br />

lejos de la influencia que podrían<br />

ejercer los otros usuarios. Tomó<br />

asiento con suma lentitud en una escalinata,<br />

desprendió el broche de su maletín<br />

y extrajo un peculiar objeto.<br />

Era conocido en otro tiempo como<br />

«libro». Lo abrió por en medio con delicadeza,<br />

como si temiera que las hojas<br />

se desprendieran, y empezó a leer.<br />

El tiempo se suprimió; su mente vagó<br />

a la deriva en un mar de creatividad e<br />

imaginación. Trapaga olvidó por unos<br />

instantes lo que estaba ocurriendo a su<br />

alrededor. Cuando despegó la vista del<br />

libro reparó en las decenas de miradas<br />

clavadas en él.<br />

Como si cometiera una falta, Trapaga<br />

lo cerró de golpe. Algo no está bien<br />

aquí, pensó. ¿Qué había estado ocurriendo<br />

con el mundo? ¿Qué lo había<br />

vuelto así? De pronto era mal visto cultivarse,<br />

cuestionar el entorno, recrearse<br />

en las palabras.<br />

Trapaga notó con cierto horror que<br />

las personas lo rehuían como si se tratara<br />

de un leproso. Estaba herido en el<br />

alma y en el orgullo. Si bien es cierto que<br />

se sintió diferente a los demás durante<br />

toda su vida, no podía dejar de sentir<br />

que el universo lo oprimía por todas<br />

partes… como si perteneciera a otro<br />

universo y alguien lo hubiese colocado<br />

en este. Deseaba explorar el mundo, saber<br />

lo que escondía la historia, el arte,<br />

la ciencia y el espíritu los cuales yacían<br />

dormidos en cada uno de nosotros.<br />

Cobijado por estos pensamientos, se<br />

quedó dormido. Toda su fisonomía lu-<br />

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