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La sirena varada: Año 1, Número 5

El quinto número de La sirena varada: Revista literaria.

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Adriana, la madre de nuestra hija,<br />

me dijo una vez que Mar había<br />

llorado dentro del útero. Por ello<br />

consideré natural verla siempre cubierta<br />

de lágrimas, desde el mismo instante<br />

de su nacimiento hasta el día de su<br />

ingreso en la fábrica de la Norma. Hay<br />

personas que ya desde pequeñas una<br />

les toma la medida y sabe que han nacido<br />

para hacer algo grande. Otras solo<br />

lloran sin pausa. En el pasado una vida<br />

de desgracia como aquella se desperdiciaba<br />

entre lamentos y sollozos, ahora<br />

gracias a la Norma podemos canalizar<br />

ese dolor y ofrecerles un futuro de<br />

provecho, para ellas y para la sociedad.<br />

Mar en realidad no era una niña triste.<br />

Habíamos compartido innumerables<br />

tardes de alegrías improvisadas<br />

con ella. Sin embargo tendía a la melancolía<br />

con facilidad, y las desgracias<br />

que acompañan a todas las vidas se<br />

cebaban especialmente con ella. Perdimos<br />

a mi madre, cabeza y sostén de<br />

la familia, demasiado pronto, y a esa<br />

pérdida le siguieron otras en la familia<br />

en el breve lapso de dos años. Como<br />

si llegar a la tumba la primera fuera<br />

una carrera y nadie quisiera quedarse<br />

sin medalla. <strong>La</strong> madre de nuestra hija,<br />

de la que yo era pareja única, siempre<br />

había sido delicada de salud, y los periodos<br />

que ella debía permanecer en<br />

reposo eran fuente de nuevos llantos<br />

y tormentos. Mar se rompía cada vez<br />

con más frecuencia con nimiedades, o<br />

al menos así lo sentíamos nosotras. <strong>La</strong><br />

caída de una niña en el parque, las noticias<br />

de guerras lejanas y ajenas. Cualquier<br />

cosa provocaba el llanto de Mar,<br />

y varias veces amigas y conocidas bromeaban<br />

abiertamente sobre el nombre<br />

que habíamos elegido para la niña.<br />

Mar… de lágrimas.<br />

No nos pareció inusual que una tarde<br />

nos visitaran dos responsables de la Norma.<br />

Se podía decir que lo estábamos esperando.<br />

Tanto había dado que hablar la<br />

niña en los mentideros del barrio con su<br />

llorera incontrolable que solo era cuestión<br />

de tiempo que Ellas supieran de Mar<br />

y la tomaran en consideración. Vinieron<br />

dos, vestidas de blanco inmaculado, con<br />

la raya de sus pantalones pulcramente<br />

marcada. Para nosotras, que habíamos<br />

dispuesto de coche propio hasta los últimos<br />

días de la Norma, y que en casa solo<br />

disponíamos de un reducido habitáculo<br />

para el reciclaje, su visita era a la vez castigo<br />

y redención. Castigo pues a la vista<br />

quedaban nuestras carencias en materia<br />

de reciclaje, que si bien a ojos de la Norma<br />

cumplían el mínimo exigido por la<br />

ley lejos quedaban de los esfuerzos de<br />

otras familias, más comprometidas con<br />

el estado y, por ende, con nuestro planeta.<br />

Redención porque si estaban aquí era<br />

por Mar, y ella nos podía proporcionar<br />

ese plus social que nuestra dejadez nos<br />

negaba.<br />

—Según nuestros informes, están ustedes<br />

calificados como D —dijo una de<br />

ellas, la más delgada, la más severa.<br />

—Así es, pero en la revisión de este año<br />

optamos a la C —respondió mi mujer.<br />

—Optar no es lograr —dijo la otra, la<br />

más joven, la más impulsiva—. Hablemos<br />

de hechos.<br />

—El hecho es que ustedes están aquí<br />

por algún motivo concreto —dijo mi<br />

mujer—. No han venido a reprocharnos<br />

nuestras evidentes deficiencias.<br />

<strong>La</strong> más severa asintió y me dedicó<br />

una mirada desconfiada, incluso hostil.<br />

—Es mi pareja —dijo mi mujer.<br />

—Entonces con toda seguridad sabe<br />

cuál es su sitio en esta conversación —dijo<br />

la más joven.<br />

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