You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />
Gioconda Belli<br />
arrodillarme e invocó a Tamagastad y Cipaltomal, nuestros creadores; a Quiote-Tláloc, dios de<br />
la lluvia, a quien yo había sido dedicada.<br />
Fuerte como un volcán al amanecer, con sus suaves líneas recortadas a contra luz de la<br />
puerta, aún me parece verla, esa última madrugada de mi partida, despidiéndome con la mano<br />
extendida; una mano cual rama seca y desesperada.<br />
Ella fue mi única duda. Ella, la que me enseñó, el amor.<br />
El teléfono sonó.<br />
—Hola, ¿sí? ¿Quién llama? —dijo <strong>La</strong>vinia.<br />
—¿<strong>La</strong>vinia?<br />
—Sí. Soy yo —dijo. No reconocía la voz del otro lado, aunque sonaba extrañamente familiar.<br />
—<strong>La</strong>vinia, soy yo, Sebastián.<br />
El nombre la devolvió de golpe al desorden de la cama. ¿Qué querría Sebastián?, se preguntó.<br />
¿Qué sucedería?<br />
—¿No está con vos Felipe?<br />
El corazón bombeó una gruesa descarga. No, Felipe no estaba con ella, había salido a trabajar; le<br />
dejó una nota.<br />
—¿A trabajar? ¿En sábado? ¡Si yo quedé con él de vernos para tomarnos una cerveza, hace más<br />
de una hora! —respondió Sebastián, sonando frívolo.<br />
¿Felipe dejar plantado a Sebastián? , pensó <strong>La</strong>vinia, mientras el miedo la confundía.<br />
—Me dijo que iba a trabajar —insistió <strong>La</strong>vinia, sin percatarse de los intentos del otro por<br />
camuflar la conversación; su cerebro iniciando la fabricación de terribles especulaciones.<br />
No pudo entender la risa de Sebastián a través del teléfono; su comentario sobre "este Felipe"<br />
que no se componía; a quién se le ocurría que iba a trabajar hoy. Suficiente trabajaban los días de<br />
semana.<br />
<strong>La</strong>vinia empezó a comprender que debía pretender una conversación normal. No lo lograba. <strong>La</strong>s<br />
palabras no fluían.<br />
Sebastián, finalmente, pareció darse cuenta.<br />
—No te pongas así —le dijo él—. Vamos a hacer una cosa. Yo estoy en un teléfono público<br />
cerca del Hospital Central. Vení, recógeme y platicamos. En diez minutos te espero. Acordate que<br />
no me puedo asolear mucho —añadió con ironía.<br />
Cuando colgó el auricular, a <strong>La</strong>vinia le temblaban las piernas. Imágenes atropelladas le<br />
golpeaban el estómago y formaban un vaho nebuloso en sus ojos.<br />
"No debo pensar", se dijo, sin poder evitar la visión del periódico y las fotos de los cadáveres<br />
acribillados. Se levantó rápida, echándose encima la ropa ajada del día anterior. "Me tengo que<br />
calmar", se decía, mientras se pasaba un cepillo por el pelo, tomaba su bolso, las llaves y salía a<br />
montarse al automóvil.<br />
Encendía el motor cuando agotó, en sus intentos de calmarse, los argumentos del atraso y los<br />
inconvenientes del transporte, que su mente producía en un intento de relevarlo de la angustia.<br />
Recordó el párrafo sobre la puntualidad como máxima inviolable de los contactos clandestinos. Lo<br />
acababa de leer en las medidas de seguridad: el margen de espera no podía rebasar los quince<br />
minutos. Y Sebastián había esperado una hora.<br />
Aceleró en las calles holgadas de sábado por la tarde; el sonido rítmico de su pecho, era la única<br />
interrupción en el silencio del miedo.<br />
Vislumbró a Sebastián, de pie, en la esquina, con un periódico bajo el brazo y gorra de<br />
camionero. Conversaba tranquilamente con una vendedora de frutas, gorda, de delantal blanco. <strong>La</strong><br />
acera estaba llena de transeúntes con atados y paquetes; visitas de los enfermos.<br />
Acercó el carro a la acera y lo llamó: "Sebastián" —gritó; era prohibido tocar el claxon.<br />
Él levantó la cabeza. Se despidió de la <strong>mujer</strong> y entró al vehículo con una expresión seria,<br />
alterada, en la cara.<br />
—Nunca volvás a hacer eso —dijo, acomodándose en el asiento.<br />
— ¿Qué? —preguntó <strong>La</strong>vinia, sorprendida, olvidando por un instante la angustia por Felipe.<br />
—Llamarme por ese nombre en la calle, en público. No sabes si realmente me llamo así...<br />
57