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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

—¿Pero cuándo fue, cuándo lo decidiste, cómo? —preguntaba Felipe.<br />

<strong>La</strong>vinia hizo un esbozo breve de sus meditaciones, las conversaciones con Sebastián y Flor.<br />

—¿Y por qué no me dijiste nada? —reclamó Felipe.<br />

—Traté —dijo <strong>La</strong>vinia— pero vos no colaborabas. Tuve la sensación de que no querías que<br />

participara, que me ibas a decir siempre que no estaba preparada.<br />

Y así era, dijo él, visiblemente alterado. Consideraba, dijo, que ella aún no estaba madura para<br />

ingresar formalmente; tenía demasiadas dudas, no sabía bien lo que quería.<br />

<strong>La</strong>vinia admitió las dudas, ¿pero acaso sólo los que no dudaban podían ser miembros del<br />

Movimiento?, preguntó. Sólo Felipe parecía pensar eso. Su actitud contrastaba con las de Sebastián<br />

y Flor.<br />

—¡Porque yo te conozco mejor que nadie! —dijo Felipe, alzando la voz—. Me vas a decir que<br />

no nos consideras "suicidas"; que ahora mismo no estabas horrorizada ante la idea de pasar<br />

información sobre el general, porque podría poner en peligro su vida, ¿como si su vida fuera más<br />

importante que la de muchos compañeros? ¿Como si a ellos les importaran nuestras vidas?<br />

—Eso es lo que nos diferencia de ellos, ¿no? —dijo <strong>La</strong>vinia—, que, para nosotros, las vidas no<br />

son desechables.<br />

—Por supuesto —dijo Felipe, tocado—. Pero tampoco se trata de proteger a gente como Vela.<br />

—Creo que no entendés mis preocupaciones —dijo <strong>La</strong>vinia, guardando la calma, el tono<br />

suave— ni me entendés a mí. Vos nunca pensarías que estoy madura para el Movimiento. No te<br />

conviene. Querés conservar tu nicho de "normalidad", la ribera de tu río por los siglos de los siglos;<br />

tu <strong>mujer</strong>cita colaborando bajo tu dirección sin desarrollarse por sí misma.<br />

"Afortunadamente, Sebastián y Flor no piensan como vos.<br />

<strong>La</strong>vinia fue perdiendo la calma a medida que hablaba. <strong>La</strong>s ranuras se abrían dando salida a<br />

resentimientos acumulados: las noches en vela esperándolo, las actitudes paternales, superiores, de<br />

él.<br />

—¡Me vale mierda lo que piensen! —dijo él, enfurecido—. Pueden pensar lo que quieran. Ellos<br />

no viven con vos. ¡No tienen que soportar tus manías de niña rica! Eso es lo que sos: una niña rica<br />

que cree que puede hacer cualquier cosa. No ves ni tus propias limitaciones.<br />

—¡Nadie me preguntó dónde quería nacer! —dijo <strong>La</strong>vinia, rabiosa—, no tengo la culpa, ¿me<br />

oís?<br />

—¿Querés que nos oiga el vecindario?<br />

—Vos empezaste a gritar.<br />

Se había sentado en el borde de la cama. Desnuda con las piernas extendidas sobre las sábanas<br />

se quedó en silencio, mirándose los pies. Siempre que no sabía qué hacer, se veía fijamente los<br />

pies; era como verse a distancia, ver una parte extraña y lejana de sí misma; los dedos largos<br />

terminando gradualmente en el meñique diminuto. Se parecían a los pies de su madre... qué culpa<br />

tenía ella de aquella madre, de aquellos pies aristocráticos... hasta de las manías de niña rica... "No<br />

tengo manías de niña rica" —se dijo—. Lo único que no soportaba era andar en bus o en taxi. Le<br />

gustaba tener su propio carro. ¿Pero a quién no le gustaba?<br />

Después de eso, no podía pensar en otras "manías". Casi no comía, ni le importaba comer<br />

cualquier cosa... no le gustaban las fiestas del club.<br />

Movió los pies, estiró los dedos. El tenso silencio se iba extendiendo entre los dos como una<br />

presencia física, los tigres agazapados, desnudos sobre las sábanas, esperando quién lanzaba el<br />

próximo zarpazo. No quería levantar los ojos, no quería verlo, no diría nada más, esperaría...<br />

—¿Te quedaste muda? —dijo Felipe; bajando el tono. Continuó mirándose los dedos, pensativa.<br />

—¿Y quién te incorporó al Movimiento, Sebastián?<br />

—Flor —dijo, sin levantar la cabeza.<br />

—Claro —dijo él—, me lo debí imaginar —añadió.<br />

En algunas uñas la pintura estaba un poco descascarada; debería quitársela.<br />

El silencio retornó, denso. Afuera, el viento empezaba a soplar fuerte, moviendo las ramas del<br />

naranjo cuya sombra recorría la ventana, agitando dibujos negros en las paredes.<br />

Levantó imperceptiblemente la mirada, apenas un poco encima del dedo gordo. Felipe estaba<br />

extendido sobre la cama, los brazos bajo la cabeza, mirando intensamente el techo.<br />

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