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La mujer habitada

Gioconda Belli (1988)

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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />

Gioconda Belli<br />

escuela, un servidor público.<br />

Tal vez el proceso que ella estaba atravesando lo surcaría gente como los Vela a la inversa. Le<br />

tomarían odio a su origen, a todo lo que les recordara el hogar de la infancia, las preocupaciones de<br />

la estrechez.<br />

Una vez asentados en la bonanza, odiarían el recuerdo de los suyos, sentirían necesidad de<br />

demostrar la distancia que los separaba...<br />

<strong>La</strong>s luces de la ciudad parpadeaban extendidas al llegar a la curva de la pendiente que descendía<br />

de nuevo hacia el calor. Sintió una ola de aprensión. Hubiera querido regresar a confirmar que todo<br />

estaba tranquilo en el camino donde se despidió de Sebastián. No quería pensar que algún general<br />

Vela horadara aquella sonrisa, la dejara inmovilizada para siempre.<br />

Me imagino ese hombre al que ella teme, semejante a los capitanes invasores. Querrá<br />

bautizar. Extender la fe en otros dioses.<br />

Mi madre contaba cómo al principio, nuestros calachunis, caciques, organizaban caravanas<br />

para ir a conocer a los españoles. Les llevaban regalos, taguizte, oro que les fascinaba. Ella<br />

acompañó a mi padre en una de esas embajadas. Decía que era un espectáculo. Iban cerca de<br />

quinientas personas portando aves, ofrendas en las manos. Llevaban diez pabellones de plumas<br />

blancas. <strong>La</strong>s <strong>mujer</strong>es, en número de diecisiete, marchaban con adornos de taguizte, al lado de<br />

los calachunis.<br />

Mi madre recordaba al Capitán. Estaba de pie en la tienda donde ellos depositaron las<br />

ofrendas. Era alto, de cabellos rizados y dorados. Habló con nuestro calachuni mayor. Le pidió<br />

más oro. Le dijo que debían bautizarse, renunciar a los dioses "paganos". Los nuestros<br />

prometieron volver en tres días.<br />

El calachuni mayor llamó a los hombres no bien se alejaron del campamento de los<br />

españoles. Los invasores eran pocos, lucían débiles e indefensos cuando no montaban sus<br />

bestias de cuatro patas.<br />

A los tres días regresaron los calachunis con un número de cuatro a cinco mil guerreros, pero<br />

no a bautizarse, como querían los invasores, sino a darles batalla. Y así fue que cayeron sobre<br />

ellos y causaron gran confusión y muchos muertos y heridos. Y otros calachunis también los<br />

persiguieron cuando pasaron huyendo por sus tierras, para quitarles los presentes que les<br />

habían entregado, porque no eran dioses y no merecían pleitesía, ni adoración.<br />

Los invasores huyeron. En largas caminatas donde muchos de ellos perecieron bajo nuestras<br />

flechas, lograron regresar a sus barcos, sus enormes casas flotantes. Se fueron. Hubo<br />

celebración, decía mi madre, se bebió puique, se bailó, se jugó al volador.<br />

Pero los españoles regresaron meses después. Y traían más barcos, más hombres con pelos en<br />

la cara, más bestias y bastones de fuego.<br />

Los nuestros comprendieron que no era suficiente ganar sólo una batalla.<br />

Del closet iban saliendo los vestidos de fiesta. Recordó la cara gozosa de su madre mientras,<br />

viajando por Europa, la preparaba para el "regreso a Paguas y la presentación en sociedad", con<br />

incursiones en almacenes españoles, ingleses, italianos. Para <strong>La</strong>vinia, recién graduada de arquitecta,<br />

fue interesante, desde el punto de vista profesional, observar a la madre atrapada en los edificios<br />

rebosantes de mercancías, los exhibidores con cientos de vestidos —sin distracción posible—.<br />

Verla sucumbir al concepto arquitectónico básico en tiendas y centros comerciales modernos.<br />

Donde quiera que tornara los ojos, éstos se posarían en trajes y más trajes, hileras de zapatos,<br />

impecables islas de cosméticos, hermosas dependientas de intachable maquillaje, semejando<br />

móviles maniquís. El perímetro visual había sido estudiado cuidadosamente.<br />

—Tiene montones de vestidos bonitos —decía Lucrecia, ayudando a ponerlos sobre la cama—<br />

con cualquiera de estos puede ir al baile.<br />

No supo por qué asociación, <strong>La</strong>vinia evocó a Scarlett O' Hara en una de las primeras escenas de<br />

Lo que el viento se llevó. Lucrecia era el ama negra, extendiendo el vestido de fiesta de Scarlett<br />

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