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<strong>La</strong> Mujer Habitada<br />
Gioconda Belli<br />
escuela, un servidor público.<br />
Tal vez el proceso que ella estaba atravesando lo surcaría gente como los Vela a la inversa. Le<br />
tomarían odio a su origen, a todo lo que les recordara el hogar de la infancia, las preocupaciones de<br />
la estrechez.<br />
Una vez asentados en la bonanza, odiarían el recuerdo de los suyos, sentirían necesidad de<br />
demostrar la distancia que los separaba...<br />
<strong>La</strong>s luces de la ciudad parpadeaban extendidas al llegar a la curva de la pendiente que descendía<br />
de nuevo hacia el calor. Sintió una ola de aprensión. Hubiera querido regresar a confirmar que todo<br />
estaba tranquilo en el camino donde se despidió de Sebastián. No quería pensar que algún general<br />
Vela horadara aquella sonrisa, la dejara inmovilizada para siempre.<br />
Me imagino ese hombre al que ella teme, semejante a los capitanes invasores. Querrá<br />
bautizar. Extender la fe en otros dioses.<br />
Mi madre contaba cómo al principio, nuestros calachunis, caciques, organizaban caravanas<br />
para ir a conocer a los españoles. Les llevaban regalos, taguizte, oro que les fascinaba. Ella<br />
acompañó a mi padre en una de esas embajadas. Decía que era un espectáculo. Iban cerca de<br />
quinientas personas portando aves, ofrendas en las manos. Llevaban diez pabellones de plumas<br />
blancas. <strong>La</strong>s <strong>mujer</strong>es, en número de diecisiete, marchaban con adornos de taguizte, al lado de<br />
los calachunis.<br />
Mi madre recordaba al Capitán. Estaba de pie en la tienda donde ellos depositaron las<br />
ofrendas. Era alto, de cabellos rizados y dorados. Habló con nuestro calachuni mayor. Le pidió<br />
más oro. Le dijo que debían bautizarse, renunciar a los dioses "paganos". Los nuestros<br />
prometieron volver en tres días.<br />
El calachuni mayor llamó a los hombres no bien se alejaron del campamento de los<br />
españoles. Los invasores eran pocos, lucían débiles e indefensos cuando no montaban sus<br />
bestias de cuatro patas.<br />
A los tres días regresaron los calachunis con un número de cuatro a cinco mil guerreros, pero<br />
no a bautizarse, como querían los invasores, sino a darles batalla. Y así fue que cayeron sobre<br />
ellos y causaron gran confusión y muchos muertos y heridos. Y otros calachunis también los<br />
persiguieron cuando pasaron huyendo por sus tierras, para quitarles los presentes que les<br />
habían entregado, porque no eran dioses y no merecían pleitesía, ni adoración.<br />
Los invasores huyeron. En largas caminatas donde muchos de ellos perecieron bajo nuestras<br />
flechas, lograron regresar a sus barcos, sus enormes casas flotantes. Se fueron. Hubo<br />
celebración, decía mi madre, se bebió puique, se bailó, se jugó al volador.<br />
Pero los españoles regresaron meses después. Y traían más barcos, más hombres con pelos en<br />
la cara, más bestias y bastones de fuego.<br />
Los nuestros comprendieron que no era suficiente ganar sólo una batalla.<br />
Del closet iban saliendo los vestidos de fiesta. Recordó la cara gozosa de su madre mientras,<br />
viajando por Europa, la preparaba para el "regreso a Paguas y la presentación en sociedad", con<br />
incursiones en almacenes españoles, ingleses, italianos. Para <strong>La</strong>vinia, recién graduada de arquitecta,<br />
fue interesante, desde el punto de vista profesional, observar a la madre atrapada en los edificios<br />
rebosantes de mercancías, los exhibidores con cientos de vestidos —sin distracción posible—.<br />
Verla sucumbir al concepto arquitectónico básico en tiendas y centros comerciales modernos.<br />
Donde quiera que tornara los ojos, éstos se posarían en trajes y más trajes, hileras de zapatos,<br />
impecables islas de cosméticos, hermosas dependientas de intachable maquillaje, semejando<br />
móviles maniquís. El perímetro visual había sido estudiado cuidadosamente.<br />
—Tiene montones de vestidos bonitos —decía Lucrecia, ayudando a ponerlos sobre la cama—<br />
con cualquiera de estos puede ir al baile.<br />
No supo por qué asociación, <strong>La</strong>vinia evocó a Scarlett O' Hara en una de las primeras escenas de<br />
Lo que el viento se llevó. Lucrecia era el ama negra, extendiendo el vestido de fiesta de Scarlett<br />
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