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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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no por un caballo. No hay seguridad alguna de que Dios haya confiado efectivamente al hombre el<br />

dominio de otros <strong>ser</strong>es. Más bien parece que el hombre inventó a Dios para convertir en sagrado el<br />

dominio sobre la vaca y el caballo, que había usurpado. Sí, el derecho a matar un ciervo o una vaca es<br />

lo único en lo que la humanidad coincide fraternalmente, incluso en medio de las guerras más<br />

sangrientas.<br />

Ese derecho nos parece evidente porque somos nosotros los que nos encontramos en la cima de<br />

esa jerarquía. Pero bastaría con que entrara en el juego un tercero, por ejemplo un visitante de otro<br />

planeta al que Dios le hubiese dicho: «Dominarás a los <strong>ser</strong>es de todas las demás estrellas», y toda la<br />

evidencia <strong>del</strong> Génesis se volvería de pronto problemática. Es posible que el hombre uncido a un carro<br />

por un marciano, eventualmente asado a la parrilla por un <strong>ser</strong> de la Vía Láctea, recuerde entonces la<br />

chuleta de ternera que estaba acostumbrado a trocear en su plato y le pida disculpas (¡tarde!) a la vaca.<br />

Teresa va con la manada de terneras, las hace caminar <strong>del</strong>ante de ella, a cada rato debe imponer<br />

disciplina a alguna de ellas porque las vacas jóvenes son alegres, se escapan <strong>del</strong> camino y corren hacia<br />

los campos. Karenin la acompaña. Hace ya dos años que va con ella a diario a los prados. Siempre le<br />

había resultado divertido tratar a las terneras con severidad, ladrarles e insultarlas. (Su Dios le había<br />

confiado el dominio sobre las vacas y está orgulloso de ello.) Pero esta vez anda con grandes<br />

dificultades y salta sólo con tres patas; en la cuarta tiene una herida que sangra. Teresa se agacha hacia<br />

él a cada rato y le acaricia el lomo. A los catorce días de la operación estaba claro que el cáncer no se<br />

había detenido y que Karenin estaría cada vez peor.<br />

Por el camino encuentran a una vecina que, con botas de goma, va hacia el establo. <strong>La</strong> vecina<br />

se detiene:<br />

— ¿Qué le pasa a su perro? ¡Parece que cojea!<br />

Teresa dice:<br />

— Tiene cáncer. No hay salvación —y siente una opresión en la garganta que le impide hablar.<br />

<strong>La</strong> vecina ve las lágrimas de Teresa y casi se enfada:<br />

— ¡Por Dios, no va a ponerse a llorar por un perro!<br />

No lo dice con mala intención, es una buena mujer y más bien pretende consolar a Teresa con<br />

sus palabras. Teresa lo sabe, lleva además suficiente tiempo en la aldea para comprender que, si los<br />

campesinos amasen a cada conejo como ella ama a Karenin, no podrían matar a ninguno y morirían<br />

pronto de hambre con animales y todo. Pero, aun así, las palabras de la vecina le suenan a enemistad.<br />

-Ya sé -responde sin protestar, pero se aleja rápidamente de ella y sigue su camino.<br />

Se siente aislada en su amor por el perro. Piensa con una sonrisa triste que tiene que<br />

mantenerlo en secreto, más que si se tratase de una infi<strong>del</strong>idad. <strong>La</strong> gente ve con malos ojos el amor por<br />

los perros. Si la vecina se enterase de que le es infiel a Tomás, le daría una palmadita en la espalda en<br />

señal de secreta complicidad.<br />

Así que sigue su camino con las terneras, que van frotándose mutuamente las ancas, y piensa<br />

que son unos animalitos muy agradables. Tranquilas, ingenuas, algunas veces puerilmente alegres:<br />

parecen señoras gordas de cincuenta años que fingen tener catorce. No hay nada más conmovedor que<br />

las vacas cuando juegan. Teresa las mira con simpatía y piensa (es una idea recurrente desde hace ya<br />

dos años) que la humanidad vive a costa de las vacas, <strong>del</strong> mismo modo en que la tenia vive a costa <strong>del</strong><br />

hombre: se ha enganchado a su teta como una sanguijuela. El hombre es un parásito de la vaca, así<br />

definiría probablemente un no-hombre al hombre en su zoología.<br />

Podemos considerar esta definición como una simple broma y reírnos amablemente de ella.<br />

Pero cuando Teresa se ocupa <strong>ser</strong>iamente de ella, se encuentra en una situación comprometida: sus ideas<br />

son peligrosas y la alejan de la humanidad. Ya en el Génesis, Dios le confió al hombre el dominio sobre<br />

animales, pero esto podemos entenderlo en el sentido de que sólo le cedió ese dominio. El hombre no<br />

era el propietario, sino un administrador <strong>del</strong> planeta que, algún día, debería rendir cuentas de esa<br />

administración. Descartes dio un paso decisivo: hizo <strong>del</strong> hombre el «señor y propietario de la<br />

naturaleza». Pero existe sin duda cierta profunda coincidencia en que haya sido precisamente él quien<br />

negó definitivamente que los animales tuvieran alma: el hombre es el propietario y el señor mientras<br />

que el animal, dice Descartes, es sólo un autómata, una máquina viviente, «machina animata». Si el<br />

animal se queja, no se trata de un quejido, es el chirrido de un mecanismo que funciona mal. Cuando<br />

chirría la rueda de un carro, no significa que el eje sufra, sino que no está engrasado. Del mismo modo

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