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La-Insoportable-Levedad-del-ser

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(Y si la propia Teresa tiene movimientos nerviosos y gestos poco armoniosos, no podemos<br />

extrañarnos: aquel gran gesto de la madre, salvaje y autodestructivo, ha quedado dentro de Teresa, ¡se<br />

ha convertido en Teresa!)<br />

8<br />

<strong>La</strong> madre pide justicia para sí y quiere que el culpable sea castigado. Por eso insiste en que la<br />

hija permanezca con ella en el mundo de la desvergüenza, donde la juventud y la belleza nada<br />

significan, donde todo el mundo no es más que un enorme campo de concentración de cuerpos que se<br />

parecen el uno al otro y en los que las almas son invisibles.<br />

Ahora podemos comprender mejor el sentido <strong>del</strong> vicio secreto de Teresa, sus frecuentes y<br />

prolongadas miradas al espejo. Era una lucha contra su madre. Era un deseo de no <strong>ser</strong> un cuerpo como<br />

los demás cuerpos, de ver en la superficie de la propia cara a los marinos <strong>del</strong> alma que salieron<br />

corriendo de la bodega. No era fácil, porque el alma, triste, tímida, atemorizada, estaba escondida en las<br />

profundidades de las entrañas de Teresa y le daba vergüenza que la vieran.<br />

Así ocurrió precisamente el día en que encontró por primera vez a Tomás. Iba sorteando a los<br />

borrachos en su restaurante, con el cuerpo inclinado bajo el peso de las cervezas que llevaba en la<br />

bandeja y el alma estaba en algún lugar <strong>del</strong> estómago o <strong>del</strong> páncreas. Y precisamente entonces la llamó<br />

Tomás. Aquella llamada fue importante porque provenía de alguien que no conocía ni a su madre ni a<br />

los borrachos que diariamente le dirigían los mismos comentarios vulgares. Su condición de forastero<br />

lo situaba por encima de los demás.<br />

Y había otra cosa más que lo situaba por encima <strong>del</strong> resto: tenía en la mesa un libro abierto. En<br />

ese restaurante nunca nadie había abierto un libro en la mesa. El libro era para Teresa la contraseña de<br />

una hermandad secreta. Para defenderse <strong>del</strong> mundo de zafiedad que la rodeaba, tenía una sola arma: los<br />

libros que le prestaban en la biblioteca municipal; sobre todo las novelas: había leído muchísimas,<br />

desde Fielding hasta Thomas Mann. Le brindaban la posibilidad de una huida imaginaria de una vida<br />

que no la satisfacía, pero también tenían importancia para ella en tanto que objetos: le gustaba pasear<br />

por la calle llevándolos bajo el brazo. Tenían para ella el mismo significado que un bastón elegante<br />

para un dandy <strong>del</strong> siglo pasado. <strong>La</strong> diferenciaban de los demás.<br />

(<strong>La</strong> comparación entre el libro y el elegante bastón de un dandy no es totalmente exacta. El<br />

bastón no sólo diferenciaba al dandy, sino que además hacía que fuera moderno y estuviera a la moda.<br />

El libro diferenciaba a Teresa pero la hacía pasada de moda. Claro que era demasiado joven para que<br />

pudiera tener conciencia de que estaba fuera de la moda. Los jovencitos que pasaban junto a ella<br />

llevando sus ruidosos transistores le parecían tontos. No se daba cuenta de que eran, modernos.)<br />

El que la había llamado era al mismo tiempo forastero y miembro de la hermandad secreta. <strong>La</strong><br />

llamó con voz amable y Teresa sintió que su alma pugnaba por salir por todas las arterias, las venas y<br />

los poros para mostrársele.<br />

9<br />

Cuando Tomás regresó de Zurich a Praga, le invadió una sensación de malestar al pensar que<br />

su encuentro con Teresa había sido producido por seis casualidades improbables.<br />

¿Pero un acontecimiento no es tanto más significativo y privilegiado cuantas más casualidades<br />

sean necesarias para producirlo?<br />

Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre<br />

necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla.<br />

Tratamos de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso <strong>del</strong> café en el fondo de<br />

la taza.<br />

Tomás apareció ante Teresa en el restaurante como la casualidad absoluta. Estaba sentado junto<br />

a un libro abierto. Levantó la vista hacia Teresa y sonrió: «Un coñac».

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