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amistad que Mari-Claude sentía por la pintora, pero era sin embargo una frase que no cuadraba con la<br />
forma en que Marie-Claude hablaba con los demás.<br />
— Lo he hecho yo misma —dijo Sabina.<br />
— Es feo, de verdad —repitió Marie-Claude en voz muy alta—: No deberías llevarlo.<br />
Franz sabía que a su mujer no le importaba nada que el colgante fuese feo o no. Feo era aquello<br />
que ella quería ver feo, hermoso era lo que quería ver hermoso. Los adornos de sus amigos eran<br />
hermosos a priori. Pero aunque, pese a todo, los encontrase feos, se lo callaría, porque hacía tiempo<br />
que el halago se había convertido en su segunda personalidad.<br />
Entonces ¿por qué había decidido que el colgante que Sabina se había hecho iba a <strong>ser</strong> feo?<br />
Franz lo tiene completamente claro: Marie-Claude dijo que el colgante de Sabina era feo<br />
porque se lo podía permitir.<br />
Para <strong>ser</strong> más preciso: Marie-Claude dijo que el colgante de Sabina era feo para que quedase<br />
claro que se podía permitir decirle a Sabina que su colgante era feo.<br />
<strong>La</strong> exposición de Sabina, hace un año, no tuvo gran éxito y a Marie-Claude no le interesaba<br />
demasiado ganarse el favor de Sabina. Por el contrario, Sabina tenía motivos para desear ganarse el<br />
favor de Marie-Claude. Sin embargo, su actitud no daba esa impresión.<br />
Sí, Franz lo tenía completamente claro: Marie-Claude había aprovechado la oportunidad para<br />
poner de manifiesto ante Sabina (y los demás) cuál era la verdadera relación de fuerzas.<br />
7<br />
Pequeño diccionario de palabras incomprendidas (terminación)<br />
IGLESIA ANTIGUA EN AMSTERDAM: de un lado están las casas y en las grandes ventanas de los<br />
pisos bajos, que parecen escaparates de comercios, están las pequeñas habitaciones de las putas,<br />
quienes, en ropa interior, están sentadas justo al lado de los cristales, en sillones con almohadones.<br />
Parecen grandes gatas aburridas.<br />
<strong>La</strong> parte de enfrente de la calle está formada por una enorme iglesia gótica <strong>del</strong> siglo catorce.<br />
Entre el mundo de las putas y el mundo de Dios, como un río entre dos reinos, se extiende un<br />
intenso olor a orina.<br />
Lo único que ha quedado <strong>del</strong> antiguo estilo gótico adentro de la catedral son las altas paredes<br />
desnudas, las columnas, la bóveda y las ventanas. En las paredes no hay ni un solo cuadro, ni una sola<br />
escultura. <strong>La</strong> iglesia está vacía como un gimnasio. Lo único que hay en el medio son filas de sillas<br />
formando un gran cuadrado que rodea un ínfimo estrado con una mesa para el predicador. Detrás de las<br />
sillas hay unas cabinas de madera, son los palcos para las familias de ricos burgueses.<br />
<strong>La</strong>s sillas y los palcos están puestos sin la más mínima consideración para con la forma de las<br />
paredes y la situación de las columnas, como si quisieran expresarle a la arquitectura gótica su<br />
indiferencia y desprecio. <strong>La</strong> fe calvinista convirtió hace ya siglos la iglesia en un simple Cobertizo que<br />
no tiene otra función que la de proteger la Oración de los creyentes de la lluvia y la nieve.<br />
Franz estaba fascinado: por esta enorme sala había pasado la Gran Marcha de la historia.<br />
Sabina se acordó de cuando, tras el golpe de Estado de los comunistas, todos los palacios de<br />
Bohemia fueron nacionalizados y convertidos en escuelas de formación profesional, en asilos de<br />
ancianos, pero también en establos. Visitó uno de esos establos: en las paredes estuca das estaban<br />
empotrados los soportes de las argollas de hierro a las que estaban atadas las vacas que miraban como<br />
en sueños por las ventanas al parque <strong>del</strong> palacio por el que corrían las gallinas.<br />
Franz dijo:<br />
— Este vacío me fascina. <strong>La</strong> gente acumula altares, estatuas, cuadros, sillas, sillones,<br />
alfombras, libros y después viene ese momento de alivio feliz en el que lo sacuden todo como migas de<br />
una mesa. ¿Te imaginas cómo <strong>ser</strong>ía esa escoba de Hércules que barrió esta iglesia?<br />
Sabina señaló uno de los palcos de madera:<br />
— Los pobres tenían que estar de pie y los ricos tenían palcos. Pero había algo que unía al<br />
banquero y al pobre: el odio a la belleza.