GAZUZA Por Manuel Rodríguez 6
—Vi que la gente caminaba por los pasillos murmurando y cubriéndose la boca, así que fui a ver qué sucedía. Al llegar, sorprendí a un niño tomando carne de los refrigeradores, comiéndola; gruñía y babeaba. El chico me percibió y al girarse pude ver su boca cubierta de grasa y unicel, estaba masticando hasta los platos. Muchos niños roban enlatados y ropa interior de la tienda, pero no carne cruda, y mucho menos se la comen. —Siga, por favor. —Sí, disculpe; me acerqué y le pedí que me acompañara, le dije que no podía estar haciendo eso y lo tomé del brazo, su olor era muy desagradable; las personas que estaban ahí me miraron como si estuviera matando a una foca, así que me lo llevé a rastras por el pasillo para sacarlo de la tienda y terminar pronto con el asunto, pero antes de cruzar las cajas el niño me mordió los dedos y se soltó; me gruñó y corrió hacia la salida, pedí apoyo por radio a lo que tres de mis compañeros de piso respondieron. Salimos al estacionamiento a buscarlo pero no vimos nada, así que nos separamos. Germán López, uno de los elementos, nos avisó por radio que lo tenía ubicado cerca de las bodegas de la tienda, a un par de minutos de donde yo estaba, por lo que fui el primero en llegar; ahí encontré el cuerpo del compañero Germán debajo de un monta cargas, estaba decapitado; saqué mi arma, estaba por reportar el homicidio cuando el niño brincó desde la caja de un tráiler que estaba a mis espaldas y me aventó al suelo; lo vi masticando un pedazo del rostro de Germán, le colgaba de la boca mientras lo engullía. Mis otros dos compañeros llegaron detrás de mí para dar apoyo, le gritaban que se estuviera quieto, pero el niño no obedeció, saltó por encima de nosotros y comenzó a correr por los techos de los autos, brincaba en cuatro patas, como un animal; mis compañeros abrieron fuego, me levanté y les dije que no dispararan, que era un niño y que estaba desarmado, pero al ver el cuerpo de Germán enfurecieron; siguieron disparando hasta herirlo en una pierna; me puse frente a ellos para que no lo mataran pero me empujaron y fueron por él, yo corrí para detenerlos o detener al chico y entregarlo; no sé, evitar algo peor. El niño salió del estacionamiento, lo perseguimos, pero en la calle lo perdimos de vista; caminé rápido por la Alameda Central mientras mis compañeros tomaban dos avenidas paralelas para flanquearlo, al llegar al Hemiciclo pude verlo dentro del parque, me miraba desde una jacaranda, le ordené que se quedara quieto pero se perdió otra vez entre los árboles, corrí y encontré un rastro de sangre en la tierra. Seguí el rastro por varias cuadras hasta este edificio abandonado pero no entré, mis otros dos compañeros aparecieron corriendo del fondo de la cuadra y se metieron, les dije que pidiéramos apoyo pero me ignoraron, yo me quedé afuera, segundos después escuché gritos y balazos, luego aventaron sus cabezas por la puerta y llegaron rodando hasta mis pies, estaban despedazadas, como roídas; fue entonces que pedí apoyo completo a mis superiores, clave doce; a los cinco minutos llegaron todas las patrullas que hacen la barrera que usted ve detrás de nosotros, el comandante llegó después; le conté todo, pero me dijo que eran puras pendejadas, que esto era culpa de los cárteles, que el niño ese de seguro se peló por otro lado y que yo tenía que pagar la carne y todo 7